jueves, 5 de enero de 2017

Gerard Manley Hopkins y Juan Tovar: El alquimista en la ciudad

THE ALCHEMIST IN THE CITY

My window shews the travelling clouds,
Leaves spent, new seasons, alter'd sky,
The making and the melting crowds:
The whole world passes; I stand by.

They do not waste their meted hours,
But men and masters plan and build:
I see the crowning of their towers,
And happy promises fulfill'd.

And I – perhaps if my intent
Could count on prediluvian age,
The labours I should then have spent
Might so attain their heritage,

But now before the pot can glow
With not to be discover'd gold,
At length the bellows shall not blow,
The furnace shall at last be cold.

Yet it is now too late to heal
The incapable and cumbrous shame
Which makes me when with men I deal
More powerless than the blind or lame.

No, I should love the city less
Even than this my thankless lore;
But I desire the wilderness
Or weeded landslips of the shore.

I walk my breezy belvedere
To watch the low or levant sun,
I see the city pigeons veer,
I mark the tower swallows run

Between the tower-top and the ground
Below me in the bearing air;
Then find in the horizon-round
One spot and hunger to be there.

And then I hate the most that lore
That holds no promise of success;
Then sweetest seems the houseless shore,
Then free and kind the wilderness,

Or ancient mounds that cover bones,
Or rocks where rockdoves do repair
And trees of terebinth and stones
And silence and a gulf of air.

There on a long and squared height
After the sunset I would lie,
And pierce the yellow waxen light
With free long looking, ere I die.


EL ALQUIMISTA EN LA CIUDAD

Mi ventana muestra las nubes viajeras,
Hojas gastadas, nueva estación, cielo alterado,
Multitudes que se forman y se funden:
El mundo entero pasa; yo a la vera.

Sin dispendiar sus horas asignadas,
Los hombres y los amos planean y edifican:
Miro el coronamiento de sus torres
Y felices promesas realizadas.

Y yo –tal vez si mi intención
Contara con edad prediluviana,
Los trabajos que así habría gastado
Pudieran acceder a su heredad.

Pero antes que ahora brille en el caldero
El oro que no está por descubrirse,
A la larga el fuelle no soplará más,
La estufa habrá por fin de enfriarse.

Y con todo es ya muy tarde para sanar
La vergüenza incapaz y estorbosa
Que me hace cuando con hombres trato
Más inerme que el ciego o el lisiado.

No, debería amar la ciudad menos
Aún que ésta mi ciencia ingrata;
Pero yo deseo el desierto
O las lenguas herbosas de la costa.

Camino por mi airoso mirador
Para observar el sol bajo o levante,
Veo virar a las palomas citadinas,
Contemplo a las golondrinas correr

Entre la cima de la torre y el suelo
A mis pies en el aire que sustenta;
Luego hallar en el ruedo de horizonte
Un sitio y el hambre de estar allí.

Y entonces odio como nunca aquella ciencia
Que ninguna promesa otorga de éxito;
Es dulce como nunca la costa despoblada,
Libre y ameno el desierto.

O antiguos túmulos que cubren huesos,
O rocas donde acuden palomas de las rocas,
Y árboles de terebinto y piedras
Y silencio y un golfo de aire.

Allí en una larga altura escuadrada
Tras el crepúsculo me tendería
A penetrar la amarilla luz cerúlea
Con largo y libre mirar antes que muera.


Traducción de JUAN TOVAR.