UNA MODESTA PROPOSICIÓN
PARA IMPEDIR QUE LOS NIÑOS DE LOS IRLANDESES POBRES SEAN UNA CARGA PARA SUS PROGENITORES O PARA SU PAÍS
PARA IMPEDIR QUE LOS NIÑOS DE LOS IRLANDESES POBRES SEAN UNA CARGA PARA SUS PROGENITORES O PARA SU PAÍS
Es motivo
de tristeza para quienes andan por esta gran ciudad o viajan por el campo, el
ver las calles, los caminos y las puertas de las chozas atestados de mendigas
seguidas por tres, cuatro o seis niños, todos en harapos, e importunando a todo
viajero por una limosna. Estas madres,
en vez de ser capaces de trabajar para su honesta subsistencia, se ven forzadas
a ocupar todo su tiempo en vagar en busca de alimentos para sus desvalidos
infantes, quienes, una vez crecidos, o se vuelven ladrones por falta de
trabajo, o abandonan su querida tierra nativa para luchar por el Pretendiente
en España, o se venden a sí mismos
como esclavos para las islas Barbados.
Pienso que
todos los partidos están de acuerdo en que este prodigioso número de hijos, en
brazos, o a cuestas, o en seguimiento de sus madres, y frecuentemente de sus
padres, es, en la actual situación deplorable del Reino, otra injusticia muy
grande; y por ello, quienquiera que encontrare un método legítimo, barato y
fácil, de hacer de estos niños miembros justos y útiles de la comunidad,
merecería que le erigieran una estatua como preservador de la Nación y
benefactor público.
Pero muy
lejos de mí la intención de limitarme a proveer lo necesario para los hijos de
mendigos profesos; lo que propongo es de alcance mucho más amplio, y
comprenderá a todos los niños de cierta edad nacidos de padres que son
realmente tan poco capaces de mantenerlos como los que apelan a nuestra caridad
en las calles.
En lo que
a mí toca, habiendo aplicado mi pensamiento, durante muchos años, a este
importante asunto, y pesado maduramente los varios planes de otros
proyectistas, siempre los he encontrado crasamente errados en sus cálculos. Es verdad que un niño recién salido de su
madre puede ser mantenido con la leche de ella, durante un año solar, sin que
haya mucha necesidad de otro alimento, que a lo sumo no valdrá más de dos
"chelines, que la madre puede sin duda conseguir, o su valor en mendrugos,
mediante su lícita ocupación de mendigar; y es exactamente al año de edad
cuando yo propongo disponer de ellos de tal manera que, en vez de ser una carga
para sus padres, o la parroquia, o que les falten comida y ropas para el resto
de sus vidas, contribuyan, por el contrario, a alimentar, y en parte a vestir,
a muchos miles. También mi plan presenta
una gran ventaja, y es que impedirá esos abortos voluntarios y esa horrible
práctica de las mujeres que matan a sus hijos bastardos, ¡ay!, demasiado
frecuente entre nosotros; pues pienso que ese sacrificio de los pobres
inocentes se hace más para evitar el gasto que la vergüenza, y que movería a
lágrimas y piedad al corazón más salvaje e inhumano.
Suele
calcularse en un millón y medio el número de almas que habitan este Reino; de
éstas puede haber unas doscientas mil parejas cuyas mujeres son parideras; de
este número resto treinta mil que pueden mantener a sus hijos, aunque temo que
no haya tantas, bajo las penurias presentes del Reino; pero concedido que las
haya, quedarán ciento setenta mil parideras. Vuelvo a restar cincuenta mil, por las mujeres
que abortan, o cuyos hijos mueren por accidentes o enfermedad antes del año de
nacidos. Así, nacen anualmente ciento
veinte mil hijos de padres pobres. El
problema, por lo tanto, es el siguiente: ¿cómo se criará a estos niños? Lo cual, como ya he dicho, según marchan las
cosas en el presente es totalmente imposible mediante todos los métodos
propuestos hasta ahora, porque no los podemos emplear ni en artesanía ni en
agricultura; ni construimos casas, ni cultivamos la tierra (me refiero a este
país). Muy rara vez pueden, antes de los
seis años de edad, robar para obtener alimentos, salvo cuando tienen las dotes
necesarias, aunque confieso que aprenden los rudimentos mucho antes; sin
embargo, durante ese tiempo pueden ser adecuadamente considerados como
aprendices, y nada más; tal como me ha informado un caballero de nota en el
condado de Cavan, quien me aseguró que en toda su vida no conoció a más que uno
o dos ejemplos de menos de seis años, aun en parte del Reino tan afamada por su
prestísima pericia en ese arte.
Nuestros
comerciantes me aseguran que un muchacho o una muchacha menor de doce años no
es mercancía vendible, y aun cuando hayan llegado a esta edad no habrán de
producir más de tres libras, o tres libras y media corona a lo sumo, como
mercancía de trueque; lo cual no puede ser provechoso para los padres ni para
el Reino, pues la nutrición y los harapos han costado por lo menos cuatro veces
más.
Voy a
proponer ahora humildemente mis propias ideas, que espero no estarán expuestas
a la menor objeción.
Un americano
muy entendido, conocido mío de Londres, me ha asegurado que un niño sano y bien
nutrido es, al año de edad, manjar delicioso, nutritivo y completo, ya se lo
haga estofado, asado, al horno o hervido; y no me cabe duda de que igualmente
servirá para fricassé o como guisado.
Por ello,
propongo humildemente a la consideración pública que, de los ciento veinte mil
niños anteriormente computados, veinte mil se dejen para cría, de los cuales
sólo una cuarta parte han de ser varones; lo cual es más de lo que permitimos a
lanares, vacunos o porcinos, y mi razón es que estos niños rara vez son frutos
de matrimonio, circunstancia no muy considerada por los salvajes; por ello un
varón bastará para servir cuatro mujeres. Que los cien mil restantes, al llegar al año,
se ofrezcan en venta a las personas de calidad y fortuna de todo el Reino, aconsejando
siempre que la madre les permita mamar copiosamente en el último mes, de modo
de volverlos rollizos y tiernos para una buena mesa. Un niño servirá para dos platos en un convite
para amigos, y cuando la familia coma sola, el cuarto delantero o trasero
bastará para hacer un plato razonable, y sazonado con un poco de pimienta y
sal, y hervido, quedará muy bien al cuarto día, especialmente en invierno.
He
calculado que un niño recién nacido pesa, término medio, doce libras, y en un
año solar, si se lo nutre como es debido, llega a las veintiocho libras.
Supongo
que esta comida será algo costosa, y por lo tanto, muy adecuada para los
hacendados, que, como ya han devorado a la mayoría de los padres, parecen
poseer el mejor título para aspirar a los niños.
Carne de
niño habrá durante todo el año, pero más abundante en marzo, y un poco antes o
después; pues un autor serio, eminente médico francés, nos dijo que, por ser el
pescado alimento prolífico, en los países católicos nacen más niños nueve meses
después de la Cuaresma que en cualquier otra época; por lo tanto,
aproximadamente un año después de la Cuaresma los mercados estarán más colmados
que de costumbre, porque en este Reino la proporción de niños papistas es, por
lo menos, tres de cada cuatro niños; y por lo tanto ello acarreará otra ventaja
colateral, al disminuir el número de papistas que nos rodean. Ya he calculado que el costo de criar al hijo
de un mendigo (entre los cuales cuento a todos los que viven en chozas, a los
peones y a cuatro quintas partes de los granjeros) asciende a unos dos chelines
por año, harapos inclusive; y creo que a ningún caballero le pesará dar diez
chelines por un niño gordo y tierno, ya sacrificado, el cual, como he dicho,
alcanza para cuatro platos de carne excelente y nutritiva, cuando sólo cenan la
familia y algún amigo íntimo. Así el
caballero aprenderá a ser buen propietario y se hará popular entre sus
inquilinos, y la madre tendrá ocho chelines netos de ganancia y podrá trabajar
hasta engendrar otro hijo.
Quienes
sean más económicos (como, debo confesar, exige la época) pueden desollar, el
niño, de cuya piel, artificialmente curtida, se harán guantes admirables para
damas y calzado de verano para caballeros de gusto refinado.
En cuanto
a nuestra ciudad de Dublín, pueden contratarse mataderos con este fin, en las
partes más convenientes de la ciudad, y puede asegurarse a los carniceros que
no habrá escasez; aunque más bien recomiendo comprar los niños vivos y
aderezarlos cuando todavía están calientes del cuchillo, como hacemos con los
lechones asados.
Una
persona muy digna, verdadero amante de su país, y cuyas virtudes estimo sobre
manera, no hace mucho se complacía, hablando sobre este asunto, de ofrecer un
refinamiento más a mí proyecto. Decía
que, en razón de que últimamente muchos ciudadanos de este Reino habían destruido
a sus venados, la carencia de Carne de venado podría muy bien suplirse con
cuerpos de mozos y mozas que no pasaran de los catorce años de edad ni bajaran
de los doce, pues en todo el país existe ahora un número
muy alto de jóvenes de ambos sexos que están a punto de
morir de inanición, por falta de trabajo y servicio; y que
de éstos dispusieran sus padres, si los tuvieran vivos, o en caso contrario sus
parientes más cercanos. Pero guardando
la debida consideración a tan excelente amigo y tan merecedor patriota,
no puedo compartir del todo su manera de pensar; porque en cuanto
a los hombres, mi conocido americano me ha asegurado, basándose en su frecuente
experiencia, que su carne era generalmente dura y mala,
como la de nuestros escolares, debido al constante ejercicio, y su gusto
desagradable, y que engordarlos no compensaría el gasto. Además, en cuanto a las mujeres,
con humilde deferencia pienso que ello sería una pérdida para el público,
porque no les faltaría mucho tiempo para llegar a
parideras; y además, no es improbable que gente escrupulosa pueda
inclinarse a censurar semejante práctica (aunque muy
injustamente por cierto) como lindando un poco en crueldad,
lo cual confieso que ha sido siempre para mí la objeción más
valedera contra cualquier proyecto, por muy bien pensado que
estuviese.
Pero
a fin de justificar a mi amigo, debo decir que confesó que
este expediente se lo metió en la cabeza el famoso Sallmanaazor,
un nativo de la isla de Formosa que vino a Londres hace unos
veinte años y que, conversando, le dijo a mi amigo que en
su país, cuando se ajusticiaba a cualquier joven, el verdugo vendía
el cadáver a personas de alta posición, como bocado exquisito y selecto, y que,
en su tiempo, el cuerpo de una rolliza jovenzuela de quince años, crucificada
por haber intentado envenenar al emperador, fue vendido al primer
ministro de Su Majestad Imperial, y a otros grandes
mandarines de la corte, por cuatrocientas coronas. Ni tampoco puedo negar que el Reino
no estaría peor si lo mismo se hiciese en esta ciudad con varias
rollizas jovenzuelas que, sin tener un ardite, no pueden salir
más que en coche, y aparecen en el teatro y otras reuniones vestidas
con galas extravagantes, y que ellas jamás pagarán.
Algunas
personas de espíritu apocado se sienten muy inquietas por esa
gran cantidad de jóvenes prematuramente envejecidos, o
enfermos, o mutilados, y se me ha pedido que dedique mis reflexiones
a ellos, y a la solución que pudiera hallarse para aliviar a la
nación de tan gravoso estorbo. Pero ese
asunto no me aflige mucho, pues bien se sabe que día tras día
agonizan, y se pudren, debido al frío y al hambre y a la
inmundicia y a los piojos, con toda la rapidez que puede
esperarse. Y en cuanto a los trabajadores
jóvenes, se encuentran ahora en situación casi tan prometedora como la de los viejos. No pueden conseguir trabajo, y, en
consecuencia, languidecen por falta de alimentos, hasta tal punto que si en
cualquier momento se los toma, por casualidad,
para un trabajo común, no tienen fuerza para llevarlo a cabo, y así el país y
ellos mismos se ven felizmente librados
de los males venideros.
He divagado más de
lo debido, y por ello volveré a mi asunto. Creo que las ventajas de la proposición que he
hecho son obvias y numerosas, así como de la
mayor importancia.
Pues
primero, como ya he observado, disminuiría en mucho el
número de papistas, que nos sobrepasan, siendo los principales engendradores de
la Nación, así como nuestros más peligrosos enemigos, y que con toda intención
permanecen en la patria con el propósito de entregar el Reino al Pretendiente,
esperando sacar ventajas de la ausencia de tantos buenos protestantes
que han preferido abandonar su país, antes que pagar diezmos al codajutor de algún obispo, en contra de lo que les indican sus conciencias.
Segundo:
los inquilinos más pobres poseerán algo de valor que
por ley puede embargarse para ayudar a
pagar la renta al propietario, habiéndoseles quitado ya la cosecha y
el ganado, y siendo el dinero una cosa desconocida.
Tercero:
puesto que el mantenimiento de cien mil niños, de dos
años y más de edad, no puede estimarse en menos que dos chelines anuales por
cada uno, el capital de la Nación será aumentado
de ese modo en cincuenta mil libras por año, además de las ventajas que
presenta la introducción de un nuevo plato en las mesas de todas las gentes de fortuna del Reino que poseen gusto refinado, y el dinero circulará entre
nosotros, pues la cría y fabricación de esas mercancías nos pertenecen
por entero.
Cuarto:
los criadores constantes, además de la ganancia de ocho
chelines por año que les produciría la venta de sus hijos, se
librarán del gasto de mantenerlos después del primer año.
Quinto:
también este alimento tendrá gran salida en los
mesones, donde los taberneros tendrán sin duda la prudencia de obtener
las mejores recetas para aderezarlos a la perfección; y en
consecuencia, verán sus casas frecuentadas por todos los finos
caballeros que con justicia se valoran según su conocimiento del
buen comer; así, un cocinero diestro, que sepa cómo agradar a sus huéspedes, se
dará maña para hacerlo todo lo costoso que ellos deseen.
Sexto: esto sería
un gran aliciente para el matrimonio, que todas las naciones
sabias han alentado con recompensas, o forzado con leyes y
penalidades. Aumentaría el cuidado y
terneza de las madres por sus hijos, cuando estuvieran seguras de que los pobres
infantes no carecerían de una colocación segura y de por vida, provista en
cierto modo por el público, y que en vez de ocasionarles
gastos les daría provecho; pronto veríamos una honesta emulación
entre las mujeres casadas, que disputarían entre sí por llevar al mercado al niño
más gordo. Los hombres se
dedicarían a sus mujeres durante el período de preñez tanto como se
dedican ahora a sus yeguas, vacas o cerdas preñadas, y no las
amenazarían con golpes y puntapiés (como es práctica
frecuentísima) por temor de un mal parto.
Muchas
otras ventajas podrían enumerarse. Por
ejemplo, la suma de varios miles de unidades en nuestra exportación de carne envasada;
la propagación de la carne de cerdo, y el adelanto en el arte de hacer buen
tocino, que tanto escasea entre nosotros por la gran destrucción de cerdos,
frecuentísimo en nuestras mesas, que no
pueden compararse en punto alguno, ni en gusto ni en magnificencia, con un niño
rollizo de
un año, que bien
asado hará buen papel en un banquete de Lord Mayor, o en cualquier otro festín
público. Pero estas y muchas otras
ventajas omito, para no descuidar la
brevedad.
Suponiendo
que mil familias de esta ciudad serían clientes asiduos de carne de niño,
además de otros que podrían consumirla en reuniones festivas, particularmente
en bodas y bautizos, calculo que Dublín consumiría anualmente unos
veinte mil niños, y el resto del Reino (donde probablemente se venderían algo más
baratos) consumiría los ochenta mil restantes.
No veo
ninguna objeción contra esta proposición, a menos que se sostenga que
habría de disminuir en mucho la población del Reino. Lo admito, y, más aun, ella fue una de las
razones principales que me hicieron proponerlo al mundo. Deseo que el lector observe que considero
bueno este remedio sólo para este aislado e individual Reino de Irlanda, y
no para algún otro que haya existido, exista, o, creo yo, pueda existir sobre
la Tierra. Por lo tanto, que nadie me
venga a hablar de otros expedientes: de imponer un impuesto al ausentismo de cinco chelines por libra; de no usar ropas ni moblaje que no sea
producido o fabricado por nosotros; de
rechazar totalmente los materiales e
instrumentos que fomenten un lujo extraño; de poner freno al dispendio del orgullo, la vanidad, el ocio y el juego
en nuestras mujeres; de hacer que nuestro carácter tenga parsimonia, prudencia y templanza; de aprender a amar a nuestra
patria, en lo cual diferimos de los japoneses y de los habitantes de Topinambo;
de cejar en nuestras animosidades y facciones, y no seguir actuando por más tiempo como los judíos,
que se mataban entre ellos cuando asaltaban a su ciudad; de ser un poco cautos, para no vender por nada a nuestro país y
nuestra conciencia; de enseñar a los
señores a tener por lo menos un poco de compasión a sus inquilinos. Finalmente, de hacer que nuestros
comerciantes sean de espíritu honesto, industrioso y diestro, pues ellos, si se tomara ahora la decisión de no
comprar sino nuestros productos
nativos, se unirían de inmediato para trampearnos e imponérsenos en el precio, la medida y la calidad, y ni siquiera podría llevárseles a hacer una sola
proposición de comercio justo, por más
que se los invitara a menudo y con ahínco.
Por ello,
repito, que nadie me hable de estos y otros expedientes por el estilo,
hasta que por lo menos tenga alguna esperanza de que alguna vez
se hará un ensayo cordial y sincero por llevarlos a la práctica.
Pero yo,
cansado de ofrecer durante muchos años ideas vanas, ociosas, visionarias;
desesperado al fin de poder triunfar descubrí al cabo,
afortunadamente, esta proposición, que por ser totalmente nueva
tiene algo de sólido y real, que no causa gastos ni muchos trabajos, que está
por completo en nuestras manos, y que no nos pone en peligro de desagradar a Inglaterra.
Porque esta suerte de
mercancía no soportará la exportación siendo la carne de consistencia demasiado
tierna para admitir una prolongada permanencia en sal, aunque tal vez yo
podría dar el nombre de un país que devoraría con agrado a toda nuestra nación.
Al fin de
cuentas no soy tan violentamente partidario de mi propia opinión hasta el
punto de rechazar cualquier otro plan propuesto por hombres
ilustrados, que pueda ser igualmente inocente, barato, fácil y
eficaz. Pero antes que se adelante algo de ese género en contra de mi
proyecto, y ofreciendo uno mejor, deseo que
el autor, o autores, se dignen considerar dos puntos. Primero: tal como están ahora las cosas, ¿cómo podrán
proveer de alimentos y vestidos a cien mil bocas y lomos inútiles? Y segundo: existiendo en todo este Reino un millón de
criaturas de figura humana cuya entera
subsistencia, sumada en un capital
común, les dejaría una deuda de dos millones de libras esterlinas, agregando a los mendigos de profesión, a
los granjeros y artesanos, con sus mujeres e hijos, que son mendigos de hecho; deseo que los políticos que no gusten de mi
proposición, y que quizá tengan la
osadía de intentar responder a ella, pregunten primero a los padres de estos mortales si no creen que en este momento sería para ellos una gran
felicidad que los hubiesen vendido como alimento cuando tenían un año, de la manera que prescribo, para evitar así los perpetuos
infortunios que desde entonces han
padecido, por la opresión de los señores, por la imposibilidad de pagar la renta cuando se carece de dinero u oficio, por la falta de alimento y de casa o
ropas que los cubran de las inclemencias del tiempo, y por la inevitable
perspectiva de transmitir para siempre a sus descendientes miserias parecidas o peores.
Con toda la
sinceridad de mi corazón declaro que no me guía el menor interés personal al
tratar de fomentar esta obra necesaria; no tengo otro motivo que el bien
público de mi país, a través del mejoramiento de nuestro comercio, la
disposición del porvenir de nuestros niños, el alivio del pobre y el placer del
rico. No tengo hijos con los cuales
pudiera proponerme ganar un solo penique; el más joven tiene nueve años, y mi mujer ya no puede engendrar.
JONATHAN SWIFT,
1729.
Traducción (revisada por los administradores de este blog) de B. R. Hopenhaym.
(Ensayistas ingleses. Clásicos Jackson, Buenos Aires, 1948.)
(Ensayistas ingleses. Clásicos Jackson, Buenos Aires, 1948.)
A MODEST PROPOSAL
For preventing the children of poor
people in Ireland,
from being a burden on their parents or country,
and for making them beneficial to the publick.
from being a burden on their parents or country,
and for making them beneficial to the publick.
by Dr. Jonathan Swift
It is a melancholy
object to those, who walk through this great town, or travel in the country,
when they see the streets, the roads and cabbin-doors crowded with beggars of
the female sex, followed by three, four, or six children, all in rags, and
importuning every passenger for an alms. These mothers instead of being able to
work for their honest livelihood, are forced to employ all their time in
stroling to beg sustenance for their helpless infants who, as they grow up,
either turn thieves for want of work, or leave their dear native country, to
fight for the Pretender in Spain, or sell themselves to the Barbadoes.
I think it is agreed
by all parties, that this prodigious number of children in the arms, or on the
backs, or at the heels of their mothers, and frequently of their fathers, is in
the present deplorable state of the kingdom, a very great additional grievance;
and therefore whoever could find out a fair, cheap and easy method of making
these children sound and useful members of the common-wealth, would deserve so
well of the publick, as to have his statue set up for a preserver of the
nation.
But my intention is
very far from being confined to provide only for the children of professed
beggars: it is of a much greater extent, and shall take in the whole number of
infants at a certain age, who are born of parents in effect as little able to
support them, as those who demand our charity in the streets.
As to my own part,
having turned my thoughts for many years, upon this important subject, and
maturely weighed the several schemes of our projectors, I have always found them
grossly mistaken in their computation. It is true, a child just dropt from its
dam, may be supported by her milk, for a solar year, with little other
nourishment: at most not above the value of two shillings, which the mother may
certainly get, or the value in scraps, by her lawful occupation of begging; and
it is exactly at one year old that I propose to provide for them in such a
manner, as, instead of being a charge upon their parents, or the parish, or
wanting food and raiment for the rest of their lives, they shall, on the
contrary, contribute to the feeding, and partly to the cloathing of many
thousands.
There is likewise
another great advantage in my scheme, that it will prevent those voluntary
abortions, and that horrid practice of women murdering their bastard children,
alas! too frequent among us, sacrificing the poor innocent babes, I doubt, more
to avoid the expence than the shame, which would move tears and pity in the
most savage and inhuman breast.
The number of souls
in this kingdom being usually reckoned one million and a half, of these I
calculate there may be about two hundred thousand couple whose wives are
breeders; from which number I subtract thirty thousand couple, who are able to
maintain their own children, (although I apprehend there cannot be so many,
under the present distresses of the kingdom) but this being granted, there will
remain an hundred and seventy thousand breeders. I again subtract fifty
thousand, for those women who miscarry, or whose children die by accident or disease
within the year. There only remain an hundred and twenty thousand children of
poor parents annually born. The question therefore is, How this number shall be
reared, and provided for? which, as I have already said, under the present
situation of affairs, is utterly impossible by all the methods hitherto
proposed. For we can neither employ them in handicraft or agriculture; they
neither build houses, (I mean in the country) nor cultivate land: they can very
seldom pick up a livelihood by stealing till they arrive at six years old;
except where they are of towardly parts, although I confess they learn the
rudiments much earlier; during which time they can however be properly looked
upon only as probationers: As I have been informed by a principal gentleman in
the county of Cavan, who protested to me, that he never knew above one or two
instances under the age of six, even in a part of the kingdom so renowned for
the quickest proficiency in that art.
I am assured by our
merchants, that a boy or a girl before twelve years old, is no saleable
commodity, and even when they come to this age, they will not yield above three
pounds, or three pounds and half a crown at most, on the exchange; which cannot
turn to account either to the parents or kingdom, the charge of nutriments and
rags having been at least four times that value.
I shall now therefore
humbly propose my own thoughts, which I hope will not be liable to the least
objection.
I have been assured
by a very knowing American of my acquaintance in London, that a young healthy
child well nursed, is, at a year old, a most delicious nourishing and wholesome
food, whether stewed, roasted, baked, or boiled; and I make no doubt that it
will equally serve in a fricasie, or a ragoust.
I do therefore humbly
offer it to publick consideration, that of the hundred and twenty thousand
children, already computed, twenty thousand may be reserved for breed, whereof
only one fourth part to be males; which is more than we allow to sheep, black
cattle, or swine, and my reason is, that these children are seldom the fruits
of marriage, a circumstance not much regarded by our savages, therefore, one
male will be sufficient to serve four females. That the remaining hundred
thousand may, at a year old, be offered in sale to the persons of quality and
fortune, through the kingdom, always advising the mother to let them suck
plentifully in the last month, so as to render them plump, and fat for a good
table. A child will make two dishes at an entertainment for friends, and when
the family dines alone, the fore or hind quarter will make a reasonable dish,
and seasoned with a little pepper or salt, will be very good boiled on the
fourth day, especially in winter.
I have reckoned upon
a medium, that a child just born will weigh 12 pounds, and in a solar year, if
tolerably nursed, encreaseth to 28 pounds.
I grant this food
will be somewhat dear, and therefore very proper for landlords, who, as they
have already devoured most of the parents, seem to have the best title to the
children.
Infant's flesh will
be in season throughout the year, but more plentiful in March, and a little
before and after; for we are told by a grave author, an eminent French
physician, that fish being a prolifick dyet, there are more children born in
Roman Catholick countries about nine months after Lent, the markets will be
more glutted than usual, because the number of Popish infants, is at least
three to one in this kingdom, and therefore it will have one other collateral
advantage, by lessening the number of Papists among us.
I have already
computed the charge of nursing a beggar's child (in which list I reckon all
cottagers, labourers, and four-fifths of the farmers) to be about two shillings
per annum, rags included; and I believe no gentleman would repine to give ten
shillings for the carcass of a good fat child, which, as I have said, will make
four dishes of excellent nutritive meat, when he hath only some particular
friend, or his own family to dine with him. Thus the squire will learn to be a
good landlord, and grow popular among his tenants, the mother will have eight
shillings neat profit, and be fit for work till she produces another child.
Those who are more
thrifty (as I must confess the times require) may flea the carcass; the skin of
which, artificially dressed, will make admirable gloves for ladies, and summer
boots for fine gentlemen.
As to our City of
Dublin, shambles may be appointed for this purpose, in the most convenient
parts of it, and butchers we may be assured will not be wanting; although I
rather recommend buying the children alive, and dressing them hot from the
knife, as we do roasting pigs.
A very worthy person,
a true lover of his country, and whose virtues I highly esteem, was lately
pleased, in discoursing on this matter, to offer a refinement upon my scheme.
He said, that many gentlemen of this kingdom, having of late destroyed their
deer, he conceived that the want of venison might be well supply'd by the
bodies of young lads and maidens, not exceeding fourteen years of age, nor
under twelve; so great a number of both sexes in every country being now ready
to starve for want of work and service: And these to be disposed of by their
parents if alive, or otherwise by their nearest relations. But with due
deference to so excellent a friend, and so deserving a patriot, I cannot be
altogether in his sentiments; for as to the males, my American acquaintance
assured me from frequent experience, that their flesh was generally tough and
lean, like that of our school-boys, by continual exercise, and their taste
disagreeable, and to fatten them would not answer the charge. Then as to the
females, it would, I think, with humble submission, be a loss to the publick,
because they soon would become breeders themselves: And besides, it is not
improbable that some scrupulous people might be apt to censure such a practice,
(although indeed very unjustly) as a little bordering upon cruelty, which, I
confess, hath always been with me the strongest objection against any project,
how well soever intended.
But in order to
justify my friend, he confessed, that this expedient was put into his head by
the famous Salmanaazor, a native of the island Formosa, who came from thence to
London, above twenty years ago, and in conversation told my friend, that in his
country, when any young person happened to be put to death, the executioner
sold the carcass to persons of quality, as a prime dainty; and that, in his
time, the body of a plump girl of fifteen, who was crucified for an attempt to
poison the Emperor, was sold to his imperial majesty's prime minister of state,
and other great mandarins of the court in joints from the gibbet, at four
hundred crowns. Neither indeed can I deny, that if the same use were made of
several plump young girls in this town, who without one single groat to their
fortunes, cannot stir abroad without a chair, and appear at a play-house and
assemblies in foreign fineries which they never will pay for; the kingdom would
not be the worse.
Some persons of a
desponding spirit are in great concern about that vast number of poor people,
who are aged, diseased, or maimed; and I have been desired to employ my
thoughts what course may be taken, to ease the nation of so grievous an
incumbrance. But I am not in the least pain upon that matter, because it is very
well known, that they are every day dying, and rotting, by cold and famine, and
filth, and vermin, as fast as can be reasonably expected. And as to the young
labourers, they are now in almost as hopeful a condition. They cannot get work,
and consequently pine away from want of nourishment, to a degree, that if at
any time they are accidentally hired to common labour, they have not strength
to perform it, and thus the country and themselves are happily delivered from
the evils to come.
I have too long digressed,
and therefore shall return to my subject. I think the advantages by the
proposal which I have made are obvious and many, as well as of the highest
importance.
For first, as I have
already observed, it would greatly lessen the number of Papists, with whom we
are yearly over-run, being the principal breeders of the nation, as well as our
most dangerous enemies, and who stay at home on purpose with a design to
deliver the kingdom to the Pretender, hoping to take their advantage by the
absence of so many good Protestants, who have chosen rather to leave their
country, than stay at home and pay tithes against their conscience to an
episcopal curate.
Secondly, The poorer
tenants will have something valuable of their own, which by law may be made
liable to a distress, and help to pay their landlord's rent, their corn and
cattle being already seized, and money a thing unknown.
Thirdly, Whereas the
maintainance of an hundred thousand children, from two years old, and upwards,
cannot be computed at less than ten shillings a piece per annum, the nation's
stock will be thereby encreased fifty thousand pounds per annum, besides the
profit of a new dish, introduced to the tables of all gentlemen of fortune in
the kingdom, who have any refinement in taste. And the money will circulate
among our selves, the goods being entirely of our own growth and manufacture.
Fourthly, The
constant breeders, besides the gain of eight shillings sterling per annum by
the sale of their children, will be rid of the charge of maintaining them after
the first year.
Fifthly, This food
would likewise bring great custom to taverns, where the vintners will certainly
be so prudent as to procure the best receipts for dressing it to perfection;
and consequently have their houses frequented by all the fine gentlemen, who
justly value themselves upon their knowledge in good eating; and a skilful
cook, who understands how to oblige his guests, will contrive to make it as
expensive as they please.
Sixthly, This would
be a great inducement to marriage, which all wise nations have either
encouraged by rewards, or enforced by laws and penalties. It would encrease the
care and tenderness of mothers towards their children, when they were sure of a
settlement for life to the poor babes, provided in some sort by the publick, to
their annual profit instead of expence. We should soon see an honest emulation
among the married women, which of them could bring the fattest child to the
market. Men would become as fond of their wives, during the time of their
pregnancy, as they are now of their mares in foal, their cows in calf, or sow
when they are ready to farrow; nor offer to beat or kick them (as is too
frequent a practice) for fear of a miscarriage.
Many other advantages
might be enumerated. For instance, the addition of some thousand carcasses in
our exportation of barrel'd beef: the propagation of swine's flesh, and
improvement in the art of making good bacon, so much wanted among us by the
great destruction of pigs, too frequent at our tables; which are no way comparable
in taste or magnificence to a well grown, fat yearly child, which roasted whole
will make a considerable figure at a Lord Mayor's feast, or any other publick
entertainment. But this, and many others, I omit, being studious of brevity.
Supposing that one
thousand families in this city, would be constant customers for infants flesh,
besides others who might have it at merry meetings, particularly at weddings
and christenings, I compute that Dublin would take off annually about twenty
thousand carcasses; and the rest of the kingdom (where probably they will be
sold somewhat cheaper) the remaining eighty thousand.
I can think of no one
objection, that will possibly be raised against this proposal, unless it should
be urged, that the number of people will be thereby much lessened in the
kingdom. This I freely own, and 'twas indeed one principal design in offering
it to the world. I desire the reader will observe, that I calculate my remedy
for this one individual Kingdom of Ireland, and for no other that ever was, is,
or, I think, ever can be upon Earth. Therefore let no man talk to me of other
expedients: Of taxing our absentees at five shillings a pound: Of using neither
cloaths, nor houshold furniture, except what is of our own growth and
manufacture: Of utterly rejecting the materials and instruments that promote
foreign luxury: Of curing the expensiveness of pride, vanity, idleness, and
gaming in our women: Of introducing a vein of parsimony, prudence and
temperance: Of learning to love our country, wherein we differ even from
Laplanders, and the inhabitants of Topinamboo: Of quitting our animosities and
factions, nor acting any longer like the Jews, who were murdering one another
at the very moment their city was taken: Of being a little cautious not to sell
our country and consciences for nothing: Of teaching landlords to have at least
one degree of mercy towards their tenants. Lastly, of putting a spirit of
honesty, industry, and skill into our shop-keepers, who, if a resolution could
now be taken to buy only our native goods, would immediately unite to cheat and
exact upon us in the price, the measure, and the goodness, nor could ever yet
be brought to make one fair proposal of just dealing, though often and
earnestly invited to it.
Therefore I repeat,
let no man talk to me of these and the like expedients, 'till he hath at least
some glympse of hope, that there will ever be some hearty and sincere attempt
to put them into practice.
But, as to my self,
having been wearied out for many years with offering vain, idle, visionary
thoughts, and at length utterly despairing of success, I fortunately fell upon
this proposal, which, as it is wholly new, so it hath something solid and real,
of no expence and little trouble, full in our own power, and whereby we can
incur no danger in disobliging England. For this kind of commodity will not
bear exportation, and flesh being of too tender a consistence, to admit a long
continuance in salt, although perhaps I could name a country, which would be
glad to eat up our whole nation without it.
After all, I am not
so violently bent upon my own opinion, as to reject any offer, proposed by wise
men, which shall be found equally innocent, cheap, easy, and effectual. But
before something of that kind shall be advanced in contradiction to my scheme,
and offering a better, I desire the author or authors will be pleased maturely
to consider two points. First, As things now stand, how they will be able to
find food and raiment for a hundred thousand useless mouths and backs. And secondly,
There being a round million of creatures in humane figure throughout this
kingdom, whose whole subsistence put into a common stock, would leave them in
debt two million of pounds sterling, adding those who are beggars by
profession, to the bulk of farmers, cottagers and labourers, with their wives
and children, who are beggars in effect; I desire those politicians who dislike
my overture, and may perhaps be so bold to attempt an answer, that they will
first ask the parents of these mortals, whether they would not at this day
think it a great happiness to have been sold for food at a year old, in the
manner I prescribe, and thereby have avoided such a perpetual scene of
misfortunes, as they have since gone through, by the oppression of landlords, the
impossibility of paying rent without money or trade, the want of common
sustenance, with neither house nor cloaths to cover them from the inclemencies
of the weather, and the most inevitable prospect of intailing the like, or
greater miseries, upon their breed for ever.
I profess, in the
sincerity of my heart, that I have not the least personal interest in
endeavouring to promote this necessary work, having no other motive than the
publick good of my country, by advancing our trade, providing for infants, relieving
the poor, and giving some pleasure to the rich. I have no children, by which I
can propose to get a single penny; the youngest being nine years old, and my
wife past child-bearing.