domingo, 30 de abril de 2017

Dante y Bartolomé Mitre: Infierno, Canto IV

INFIERNO CANTO CUARTO
CÍRCULO PRIMERO: LIMBO
PÁRVULOS INOCENTES, PATRIARCAS Y HOMBRES ILUSTRES

Un trueno despierta al poeta de su letargo. Sigue el viaje con su guía desciende al limbo, que es el primer círculo del infierno. Encuentra allí las almas que vivieron virtuosamente, pero que están excluidas del paraíso por no haber recibido el agua del bautismo. Los grandes poetas antiguos. Los espíritus magnos. Después, desciende al segundo círculo.


Rompió mi sueño un trueno estrepitoso,
que sacudió con fuerza mi cabeza,
y desperté, mi cuerpo tembloroso;

y el ojo reposado, con sorpresa,
me levanté, miré en contorno mío,
por conocer el sitio con fijeza;

y vi, que estaba en el veril sombrío,
del valle del abismo doloroso,
y ayes sin fin subían del bajío:

era oscuro, profundo y nebuloso,
que aun hundiendo de fijo la mirada,
no alcanzaba su fondo tenebroso.

Mi guía, con la faz amortajada,
dijo: «Bajemos a ese mundo ciego :
primero yo: tú, sigue mi pisada».

Yo, que su palidez vi desde luego,
respondí: «Si el bajar a ti te espanta,
¿Quién a mi pecho infundirá sosiego!»

«Es la angustia,» dijo él, «por pena tanta,
y la piedad pintada en mi semblante;
no pienses que es temor que me quebranta.

«Vamos: el trecho es largo y apremiante».
Y entramos en el círculo primero,
que ceñía el abismo colindante.

Aquí volvía el grito lastimero,
de suspiros sin fin, más no de llanto,
que en aire eterno tiembla plañidero.

Era rumor de pena, sin quebranto,
de hombres, niños, mujeres, numerosos,
que en turba iban girando, sin espanto.

«Quiero sepas, que espíritus llorosos,
son esos que tú ves», el maestro dijo,
«antes de ir a otros antros tenebrosos.

«No pecaron, ni el cielo los maldijo;
pero el bautismo, nunca recibieron,
puerta segura que tu fe predijo.

«Antes del cristianismo, ellos nacieron;
no adoraron al dios omnipotente,
y uno soy yo de los que así murieron.

«Por tal culpa aquí yacen solamente,
y el castigo, es desear sin esperanza,
piadosa remisión del inocente».

Un gran dolor al pecho se abalanza,
al hallar en el limbo tanta gente,
digna de la celeste bienandanza.

«Dime, maestro, dime ciertamente»,
pregunté, para estar más cerciorado,
de la fe que al error vence potente:

«¿Salió de esta mansión algún penado,
por méritos que el cielo le abonaba?»
Y comprendido el razonar velado,

me respondió: «Apenas aquí entraba,
cuando miré venir un prepotente,
que el signo de victoria coronaba.

«Sacó la sombra del primer viviente,
de su hijo Abel, y de Noé el del Arca,
y de Moisés, que legisló obediente;

«con la de Isaac, la de Abrahán, patriarca;
y a Jacob con Raquel, por la que hizo
tanto, y su prole; y a David monarca;

«y muchos más, a quienes dio el bautizo;
que hasta entonces, jamás alma nacida,
subió de esta región al paraíso».

Sin parar nuestra; marcha de seguida,
íbamos al través de selva espesa,
digo, selva de gente dolorida.

Casi vencida la primera empresa,
un fuego vi, que en forma de hemisferio
vencía de la sombra la oscureza.

Sin comprender de lejos el misterio,
bien pude discernir, siquiera en parte,
que era de noble gente cautiverio.

«¡Oh tú! que honras la ciencia a par del arte,
¿Quiénes tienen tal honra, y en qué nombre
de las almas la vida así se parte?»

Y respondiome: «El caso no te asombre;
la fama que publica tu planeta
se propicia en el cielo con renombre».

«¡Honremos al altísimo poeta!
Su sombra vuelve a hacernos compañía»,
Clamó una voz, y se calló discreta.

Al expirar la voz, que así decía,
vi, cuatro grandes sombras por delante,
que ni dolor mostraban ni alegría.

«¡Míralos en su gloria fulgurante!»
Dijo el maestro: «El que la espada en mano,
se adelanta a los otros arrogante,

«es Homero, el poeta soberano:
el otro Horacio: Ovidio es el tercero;
y el que les sigue, se llamó Lucano.

«Como cada uno cree merecedero,
el nombre que me dio la voz aislada,
me honran con sentimiento placentero».

Así, la bella escuela vi adunada,
del genio superior del alto canto,
águila sobre todos encumbrada.

Luego que hubieron departido un tanto,
hacia mí se volvieron placenteros,
y el maestro sonriose con encanto.

Mayor honor me hicieron lisonjeros;
y dándome un lugar en compañía,
el sexto fui, contado entre primeros.

Y así seguimos, hasta ver del día
la dulce luz, en cuento razonado,
que es bien callar, y allí muy bien venía.

Un castillo encontramos, rodeado
con siete muros de soberbia altura,
de un hermoso arroyuelo circundado.

Paso el arroyo dio cual tierra dura;
siete puertas pasamos y seguimos,
hasta pisar de un prado la verdura.

Gentes de tardos ojos allí vimos,
de grande autoridad en su semblante,
y que muy bajo hablaban, percibimos.

Montamos una altura dominante,
que campo luminoso dilataba,
y que a todos mostraba por delante;

y en el prado, que todo lo esmaltaba
los espíritus vi del genio magno,
y de sólo mirarlos, me exaltaba.

A Electra vi en un grupo soberano:
a Héctor reconocí, y al justo Enea;
y armado, César, de ojos de milano.

Y vi a Camila, y vi a Pentisilea,
a la otra parte; y vide el rey Latino
que  con su hija Lavinia se parea.

Y vide a Bruto, que expelió a Tarquino;
Lucrecia y Julia y Marcia, y a Cornelia;
y solo, aparte, estaba Saladino.

Y ante la luz, que mi mirada auxilia,
vi al maestro, que el saber derrama,
sentado, en filosófica familia:

todos le admiran, le honran, se le aclama,
de Platón y de Sócrates cercado,
y de Zenón, y otros de excelsa fama:

Demócrito, que al caso todo ha dado:
Diógenes, Anaxágoras, y Tales,
y Heráclito, de Empédocles al lado;

Dioscórides, en ciencias naturales,
el gran observador; y vide a Orfeo,
y a Tulio y Livio y Séneca, morales:

al sabio Euclides, cabe a Tolomeo;
Hipócrates, Galeno y Avicena,
y Averroes, de la ciencia corifeo.

Mas a todos nombrar fuera gran pena,
y así, debo dejar interrumpido,
este discurso, que no todo llena.

Quedó a dos nuestro grupo reducido:
por otra senda me llevó mi guía,
del aura quieta al aire estremecido,

para volver a la región sombría.
Versión castellana de BARTOLOMÉ MITRE.

INFERNO. CANTO QUARTO

Canto quarto, nel quale mostra del primo cerchio de l’inferno, luogo detto Limbo, e quivi tratta de la pena de’ non battezzati e de’ valenti uomini, li quali moriron innanzi l’avvenimento di Gesù Cristo e non conobbero debitamente Idio; e come Iesù Cristo trasse di questo luogo molte anime.

Ruppemi l’alto sonno ne la testa
un greve truono, sì ch’io mi riscossi
come persona ch’è per forza desta; 3

e l’occhio riposato intorno mossi,
dritto levato, e fiso riguardai
per conoscer lo loco dov’io fossi. 6

Vero è che ’n su la proda mi trovai
de la valle d’abisso dolorosa
che ’ntrono accoglie d’infiniti guai. 9

Oscura e profonda era e nebulosa
tanto che, per ficcar lo viso a fondo,
io non vi discernea alcuna cosa. 12

"Or discendiam qua giù nel cieco mondo",
cominciò il poeta tutto smorto.
"Io sarò primo, e tu sarai secondo". 15

E io, che del color mi fui accorto,
dissi: "Come verrò, se tu paventi
che suoli al mio dubbiare esser conforto?". 18

Ed elli a me: "L’angoscia de le genti
che son qua giù, nel viso mi dipigne
quella pietà che tu per tema senti. 21

Andiam, ché la via lunga ne sospigne".
Così si mise e così mi fé intrare
nel primo cerchio che l’abisso cigne. 24

Quivi, secondo che per ascoltare,
non avea pianto mai che di sospiri
che l’aura etterna facevan tremare; 27

ciò avvenia di duol sanza martìri,
ch’avean le turbe, ch’eran molte e grandi,
d’infanti e di femmine e di viri. 30

Lo buon maestro a me: "Tu non dimandi
che spiriti son questi che tu vedi?
Or vo’ che sappi, innanzi che più andi, 33

ch’ei non peccaro; e s’elli hanno mercedi,
non basta, perché non ebber battesmo,
ch’è porta de la fede che tu credi; 36

e s’e’ furon dinanzi al cristianesmo,
non adorar debitamente a Dio:
e di questi cotai son io medesmo. 39

Per tai difetti, non per altro rio,
semo perduti, e sol di tanto offesi
che sanza speme vivemo in disio". 42

Gran duol mi prese al cor quando lo ’ntesi,
però che gente di molto valore
conobbi che ’n quel limbo eran sospesi. 45

"Dimmi, maestro mio, dimmi, segnore",
comincia’ io per volere esser certo
di quella fede che vince ogne errore: 48

"uscicci mai alcuno, o per suo merto
o per altrui, che poi fosse beato?".
E quei che ’ntese il mio parlar coverto, 51

rispuose: "Io era nuovo in questo stato,
quando ci vidi venire un possente,
con segno di vittoria coronato. 54

Trasseci l’ombra del primo parente,
d’Abèl suo figlio e quella di Noè,
di Moïsè legista e ubidente; 57

Abraàm patrïarca e Davìd re,
Israèl con lo padre e co’ suoi nati
e con Rachele, per cui tanto fé, 60

e altri molti, e feceli beati.
E vo’ che sappi che, dinanzi ad essi,
spiriti umani non eran salvati". 63

Non lasciavam l’andar perch’ei dicessi,
ma passavam la selva tuttavia,
la selva, dico, di spiriti spessi. 66

Non era lunga ancor la nostra via
di qua dal sonno, quand’io vidi un foco
ch’emisperio di tenebre vincia. 69

Di lungi n’eravamo ancora un poco,
ma non sì ch’io non discernessi in parte
ch’orrevol gente possedea quel loco. 72

"O tu ch’onori scïenzïa e arte,
questi chi son c’ hanno cotanta onranza,
che dal modo de li altri li diparte?". 75

E quelli a me: "L’onrata nominanza
che di lor suona sù ne la tua vita,
grazïa acquista in ciel che sì li avanza". 78

Intanto voce fu per me udita:
"Onorate l’altissimo poeta;
l’ombra sua torna, ch’era dipartita". 81

Poi che la voce fu restata e queta,
vidi quattro grand’ombre a noi venire:
sembianz’avevan né trista né lieta. 84

Lo buon maestro cominciò a dire:
"Mira colui con quella spada in mano,
che vien dinanzi ai tre sì come sire: 87

quelli è Omero poeta sovrano;
l’altro è Orazio satiro che vene;
Ovidio è ’l terzo, e l’ultimo Lucano. 90

Però che ciascun meco si convene
nel nome che sonò la voce sola,
fannomi onore, e di ciò fanno bene". 93

Così vid’i’ adunar la bella scola
di quel segnor de l’altissimo canto
che sovra li altri com’aquila vola. 96

Da ch’ebber ragionato insieme alquanto,
volsersi a me con salutevol cenno,
e ’l mio maestro sorrise di tanto; 99

e più d’onore ancora assai mi fenno,
ch’e’ sì mi fecer de la loro schiera,
sì ch’io fui sesto tra cotanto senno. 102

Così andammo infino a la lumera,
parlando cose che ’l tacere è bello,
sì com’era ’l parlar colà dov’era. 105

Venimmo al piè d’un nobile castello,
sette volte cerchiato d’alte mura,
difeso intorno d’un bel fiumicello. 108

Questo passammo come terra dura;
per sette porte intrai con questi savi:
giugnemmo in prato di fresca verdura. 111

Genti v’eran con occhi tardi e gravi,
di grande autorità ne’ lor sembianti:
parlavan rado, con voci soavi. 114

Traemmoci così da l’un de’ canti,
in loco aperto, luminoso e alto,
sì che veder si potien tutti quanti. 117

Colà diritto, sovra ’l verde smalto,
mi fuor mostrati li spiriti magni,
che del vedere in me stesso m’essalto. 120

I’ vidi Eletra con molti compagni,
tra ’ quai conobbi Ettòr ed Enea,
Cesare armato con li occhi grifagni. 123

Vidi Cammilla e la Pantasilea;
da l’altra parte vidi ’l re Latino
che con Lavina sua figlia sedea. 126

Vidi quel Bruto che cacciò Tarquino,
Lucrezia, Iulia, Marzïa e Corniglia;
e solo, in parte, vidi ’l Saladino. 129

Poi ch’innalzai un poco più le ciglia,
vidi ’l maestro di color che sanno
seder tra filosofica famiglia. 132

Tutti lo miran, tutti onor li fanno:
quivi vid’ïo Socrate e Platone,
che ’nnanzi a li altri più presso li stanno; 135

Democrito che ’l mondo a caso pone,
Dïogenès, Anassagora e Tale,
Empedoclès, Eraclito e Zenone; 138

e vidi il buono accoglitor del quale,
Dïascoride dico; e vidi Orfeo,
Tulïo e Lino e Seneca morale; 141

Euclide geomètra e Tolomeo,
Ipocràte, Avicenna e Galïeno,
Averoìs che ’l gran comento feo. 144

Io non posso ritrar di tutti a pieno,
però che sì mi caccia il lungo tema,
che molte volte al fatto il dir vien meno. 147

La sesta compagnia in due si scema:
per altra via mi mena il savio duca,
fuor de la queta, ne l’aura che trema. 150

E vegno in parte ove non è che luca.
Divina Commediaa cura di Giorgio Petrocchi.
Casa Editrice Le Lettere. Firenze, 1994.

viernes, 28 de abril de 2017

Gerard Manley Hopkins y Juan Tovar: El Oxford de Duns Escoto

DUNS SCOTUS'S OXFORD

Towery city and branchy between towers;
Cuckoo-echoing, bell-swarmèd, lark charmèd, rook racked, river-rounded;
The dapple-eared lily below thee; that country and town did
Once encounter in, here coped & poisèd powers;

Thou hast a base and brickish skirt there, sours
That neighbour-nature thy grey beauty is grounded
Best in; graceless growth, thou hast confounded
Rural, rural keeping — folk, flocks, and flowers.

Yet ah! this air I gather and I release
He lived on; these weeds and waters, these walls are what
He haunted who of all men most sways my spirits to peace;

Of realty the rarest-veinèd unraveller; a not
Rivalled insight, be rival Italy or Greece;
Who fired France for Mary without spot.

EL OXFORD DE DUNS ESCOTO

Torreada ciudad y ramosa entre las torres;
Cucosonante, campanambrada, alondrecida,  cornevejada, río-rodeada;
El lirio de espigas policromas a tu pie; en esa comarca y pueblo
Otrora se encontraron poderes aquí contrapuestos y cabales.

Tienes allá una falda baja y ladrillada, amarga
La naturaleza vecina en que tu gris hermosura se asienta
Mejor; crecimiento sin gracia, has confundido
La rural costumbre rural — gente, rebaños y flores.

Mas ¡ah! de este aire que aspiro y que libero
Vivió él; estas hierbas y aguas, estos muros son los que
Frecuentó quien de todos los hombres más apacigua mi espíritu;

De lo real el devanador de vena más rara; una sin
Rival percepción, ya rivalicen Italia o Grecia;
Que incendió a Francia por María inmaculada.


Oxford, marzo de 1879.
Traducción de JUAN TOVAR.

martes, 25 de abril de 2017

Dante y Bartolomé Mitre: Infierno, Canto III

INFIERNO. CANTO TERCERO

VESTÍBULO: COBARDÍA
LA PUERTA INFERNAL, EL VESTÍBULO DE LOS COBARDES Y EL PASO DEL AQUERONTE.

Llega el poeta a la puerta del infierno y lee en ella una inscripción pavorosa. Confortado por Virgilio, penetran en las sombras de los condenados. Encuentra a la entrada a los cobardes que de nada sirvieron en la vida. Siguen los dos poetas su camino, y llegan al Aqueronte. Caronte, el barquero infernal, transporta las almas al lugar de su suplicio a la otra margen del Aqueronte. Un terremoto estremece el campo de las lagrimas y un relámpago rojizo surca las tinieblas. El poeta cae desfallecido en profundo letargo.


Por mí se va, a la ciudad doliente;
por mí se va, al eternal tormento;
por mí se va, tras la maldita gente.

Movió a mi Autor el justiciero aliento:
hízome la divina gobernanza,
el primo amor, el alto pensamiento.

Antes de mí, no hubo jamás crianza,
sino lo eterno: yo por siempre duro:
¡Oh, los que entráis, dejad toda esperanza!

Esta leyenda de color oscuro,
que vide inscripta en lo alto de una puerta,
me hizo exclamar: «¡ Cual su sentido es duro!»

Habló el maestro, cual persona experta:
«Todo temor deseche tu prudencia;
toda flaqueza debe aquí ser muerta.

«Es el sitio de que hice ya advertencia,
donde verás las gentes dolorosas
que perdieron el don de inteligencia.»

Y tendiendo sus manos cariñosas,
me confortó con rostro placentero,
y me hizo entrar en las secretas cosas.

Llantos, suspiros, aúllo plañidero,
llenaban aquel aire sin estrellas,
que me bañó de llanto lastimero.

Lenguas diversas, hórridas querellas,
voces altas y bajas en son de ira,
con golpeos de manos a par de ellas,

como un tumulto, en aire tinto gira
siempre, por tiempo eterno, cual la arena
que en el turbión remolinear se mira.

De incertidumbres la cabeza llena,
pregunté: «¿Quién con voz tan dolorosa
parece así vencido por la pena?»

El maestro: «Es la suerte ignominiosa
de las míseras almas que vivieron,
sin infamia ni aplauso, vida ociosa.

«En el coro infernal se confundieron
con los míseros ángeles mezclados,
que fieles ni rebeldes, a Dios fueron;

«los que del alto cielo desterrados,
perdida su belleza rutilante,
son por el mismo infierno desechados.»

Y yo: «Maestro, ¿qué aguijón punzante,
les hace rebramar queja tan fuerte?»
Y él respondió: «Te lo diré al instante.

«No tienen ni esperanza de la muerte,
y es su ciega existencia tan escasa,
que envidian de otros réprobos la suerte.

«No hay memoria en el mundo de su raza:
caridad y justicia los desdeña;
¡no hablemos de ellos; pero mira y pasa!»

Entonces vide una movible enseña,
revolotear tan temblorosamente,
que de quietud no parecía dueña.

Detrás de ella, venía tal torrente
de muertos, que a no haberle contemplado,
no creyera a la muerte tan potente.

Luego que algunos hube señalado,
la sombra vi, del que cobardemente,
la gran renuncia hiciera de su estado;

y comprendí de luego, ciertamente,
era la triste secta, renegada
por Dios y su enemigo, juntamente.

Esta turba, que en vida no fue nada,
desnuda va, por nubes incesantes,
de tábanos y avispas, hostigada,

que regaban de sangre sus semblantes,
y a sus pies con sus lágrimas caía,
chupándola gusanos repugnantes.

A otro lado tendí la vista mía,
y vi gente a la orilla de un gran río
que en tropel a su margen acudía.

«¿Puedo saber, por qué tanto gentío,»
interroguele, «al paso se apresura
según columbro en este sitio umbrío?»

Y él: «Lo sabrás, cuando la orilla oscura
del Aqueronte triste, la ribera
pisemos con la planta bien, segura.»

Temiendo que mi hablar molesto fuera,
bajé los ojos, y calladamente
seguimos hasta el río la carrera.

Y en una barca, vimos de repente,
un viejo, blanco con antiguo pelo,
que así gritaba: «¡Guay! ¡maldita gente!

«¡No esperéis más volver a ver el cielo:
vengo a llevaros a la opuesta riba,
a la eterna tiniebla, al fuego, al hielo!

«Y tú, que aquí has venido, ánima viva,
vete; no es tu lugar entre los muertos.»
Y viendo que suspenso no me iba,

dijo: «Por otra playa y otros puertos
encontrarás esquife más liviano,
que te conduzca por caminos ciertos.»

Y el guía a él: «Caronte, no así en vano,
te encolerices, ni preguntes nada:
lo quiere allá quien manda soberano.»

Y la lanosa faz quedó aquietada,
del nauta de la lívida laguna,
con dos cercos de fuego su mirada.

Pero las almas lasas que él aduna,
pálidas y desnudas, baten dientes,
al escuchar su acento, cada una.

Blasfeman de su Dios, de sus parientes,
del tiempo, del lugar y su crianza,
y de la especie humana y sus simientes.

Y amontonada, aquella grey se avanza,
gimiendo, a la ribera maldecida,
que espera al que en su dios no tuvo fianza.

Caronte, de ojos de ascua enrojecida,
da la señal, y al río las arroja
con el remo, si atardan la partida.

Como vuelve el otoño hoja tras hoja
sus despojos al suelo, cuando rasa
el mustio gajo que al final despoja,

así de Adán la pervertida raza
obedece la voz de su barquero,
como el ave al reclamo de la caza;

y así las sombras van en hervidero,
por las oscuras ondas, y al momento
las reemplaza en la orilla otro reguero.

«Hijo mío,» prorrumpe el maestro atento,
«los que la ira de Dios señala en muerte,
acuden en continuo movimiento,

«para vadear el río de esta suerte:
la justiciera espuela les desfrena,
el temor convirtiendo en ansia fuerte.

«Por aquí nunca pasa ánima buena,
y si a Caronte irrita tu venida,
ya sabes tú lo que su dicho suena.»

Y aquí, la negra tierra estremecida
tembló con furia tal, que hasta ahora siento
baña el sudor mi mente espavorida.

La tierra lacrimosa sopló un viento,
que hizo relampaguear una luz roja,
que me postró, y caí sin sentimiento,

cual hombre a quien el sueño le acongoja.

Versión castellana de BARTOLOMÉ MITRE.

INFERNO. CANTO III
Canto terzo, nel quale tratta de la porta e de l’entrata de l’inferno e del fiume d’Acheronte, de la pena di coloro che vissero sanza opere di fama degne, e come il demonio Caron li trae in sua nave e come elli parlò a l’auttore; e tocca qui questo vizio ne la persona di papa Cilestino.


Per me si va ne la città dolente,
per me si va ne l'etterno dolore,
per me si va tra la perduta gente. 3

Giustizia mosse il mio alto fattore;
fecemi la divina podestate,
la somma sapïenza e ’l primo amore. 6

Dinanzi a me non fuor cose create
se non etterne, e io etterna duro.
Lasciate ogne speranza, voi ch’intrate
’. 
9

Queste parole di colore oscuro
vid’ïo scritte al sommo d’una porta;
per ch’io: "Maestro, il senso lor m’è duro". 
12

Ed elli a me, come persona accorta:
"Qui si convien lasciare ogne sospetto;
ogne viltà convien che qui sia morta. 
15

Noi siam venuti al loco ov’i’ t’ ho detto
che tu vedrai le genti dolorose
c’ hanno perduto il ben de l’intelletto". 
18

E poi che la sua mano a la mia puose
con lieto volto, ond’io mi confortai,
mi mise dentro a le segrete cose. 
21

Quivi sospiri, pianti e alti guai
risonavan per l’aere sanza stelle,
per ch’io al cominciar ne lagrimai. 
24

Diverse lingue, orribili favelle,
parole di dolore, accenti d’ira,
voci alte e fioche, e suon di man con elle 
27

facevano un tumulto, il qual s’aggira
sempre in quell’aura sanza tempo tinta,
come la rena quando turbo spira. 
30

E io ch’avea d’error la testa cinta,
dissi: "Maestro, che è quel ch’i’ odo?
e che gent’è che par nel duol sì vinta?". 
33

Ed elli a me: "Questo misero modo
tegnon l’anime triste di coloro
che visser sanza ’nfamia e sanza lodo. 
36

Mischiate sono a quel cattivo coro
de li angeli che non furon ribelli
né fur fedeli a Dio, ma per sé fuoro. 
39

Caccianli i ciel per non esser men belli,
né lo profondo inferno li riceve,
ch’alcuna gloria i rei avrebber d’elli". 
42

E io: "Maestro, che è tanto greve
a lor che lamentar li fa sì forte?".
Rispuose: "Dicerolti molto breve. 
45

Questi non hanno speranza di morte,
e la lor cieca vita è tanto bassa,
che ’nvidïosi son d’ogne altra sorte. 
48

Fama di loro il mondo esser non lassa;
misericordia e giustizia li sdegna:
non ragioniam di lor, ma guarda e passa". 
51

E io, che riguardai, vidi una ’nsegna
che girando correva tanto ratta,
che d’ogne posa mi parea indegna; 
54

e dietro le venìa sì lunga tratta
di gente, ch’i’ non averei creduto
che morte tanta n’avesse disfatta. 
57

Poscia ch’io v’ebbi alcun riconosciuto,
vidi e conobbi l’ombra di colui
che fece per viltade il gran rifiuto
60

Incontanente intesi e certo fui
che questa era la setta d’i cattivi,
a Dio spiacenti e a’ nemici sui. 
63

Questi sciaurati, che mai non fur vivi,
erano ignudi e stimolati molto
da mosconi e da vespe ch’eran ivi. 
66

Elle rigavan lor di sangue il volto,
che, mischiato di lagrime, a’ lor piedi
da fastidiosi vermi era ricolto. 
69

E poi ch’a riguardar oltre mi diedi,
vidi genti a la riva d’un gran fiume;
per ch’io dissi: "Maestro, or mi concedi 
72

ch’i’ sappia quali sono, e qual costume
le fa di trapassar parer sì pronte,
com’i’ discerno per lo fioco lume". 
75

Ed elli a me: "Le cose ti fier conte
quando noi fermerem li nostri passi
su la trista riviera d’Acheronte". 
78

Allor con li occhi vergognosi e bassi,
temendo no ’l mio dir li fosse grave,
infino al fiume del parlar mi trassi. 
81

Ed ecco verso noi venir per nave
un vecchio, bianco per antico pelo,
gridando: "Guai a voi, anime prave! 
84

Non isperate mai veder lo cielo:
i’ vegno per menarvi a l’altra riva
ne le tenebre etterne, in caldo e ’n gelo. 
87

E tu che se’ costì, anima viva,
pàrtiti da cotesti che son morti".
Ma poi che vide ch’io non mi partiva, 
90

disse: "Per altra via, per altri porti
verrai a piaggia, non qui, per passare:
più lieve legno convien che ti porti". 
93

E ’l duca lui: "Caron, non ti crucciare:
vuolsi così colà dove si puote
ciò che si vuole, e più non dimandare
". 
96

Quinci fuor quete le lanose gote
al nocchier de la livida palude,
che ’ntorno a li occhi avea di fiamme rote. 
99

Ma quell’anime, ch’eran lasse e nude,
cangiar colore e dibattero i denti,
ratto che ’nteser le parole crude. 
102

Bestemmiavano Dio e lor parenti,
l’umana spezie e ’l loco e ’l tempo e ’l seme
di lor semenza e di lor nascimenti. 
105

Poi si ritrasser tutte quante insieme,
forte piangendo, a la riva malvagia
ch’attende ciascun uom che Dio non teme. 
108

Caron dimonio, con occhi di bragia
loro accennando, tutte le raccoglie;
batte col remo qualunque s'adagia.
 
111

Come d’autunno si levan le foglie
l’una appresso de l’altra, fin che ’l ramo
vede a la terra tutte le sue spoglie, 
114

similemente il mal seme d’Adamo
gittansi di quel lito ad una ad una,
per cenni come augel per suo richiamo. 
117

Così sen vanno su per l’onda bruna,
e avanti che sien di là discese,
anche di qua nuova schiera s’auna. 
120

"Figliuol mio", disse 'l maestro cortese,
"quelli che muoion ne l'ira di Dio
tutti convegnon qui d'ogne paese; 123

e pronti sono a trapassar lo rio,
ché la divina giustizia li sprona,

sì che la tema si volve in disio. 
126

Quinci non passa mai anima buona;
e però, se Caron di te si lagna,
ben puoi sapere omai che ’l suo dir suona". 
129

Finito questo, la buia campagna
tremò sì forte, che de lo spavento
la mente di sudore ancor mi bagna. 
132

La terra lagrimosa diede vento,
che balenò una luce vermiglia
la qual mi vinse ciascun sentimento; 
135

e caddi come l’uom cui sonno piglia.

Divina Commediaa cura di Giorgio Petrocchi.
Casa Editrice Le Lettere. Firenze, 1994.