lunes, 4 de junio de 2012

Enrique Gómez Carrillo: Una visita a Verlaine



UNA VISITA A PAUL VERLAINE

Hace pocos días estuve a ver en el hospital Broussais, al poeta genial de La buena canción y de Las Fiestas Galantes que, como hace dos inviernos, busca hoy en el brasero de la caridad pública algún calor reconfortante para sus viejos huesos enfermos. Un billete arrugado, cuyas frases burlanas se helaban entre la amargura del fondo, anunciome, hace algunas semanas, lo que Verlaine llama su cambio de domicilio. —« Ya estoy instalado en mi palacio de invierno —me decía. —Venid a verme para que hablemos de Calderón y de Góngora — ¡ese simbolista! —Mi día de recepción es el domingo. »
Y allí le encontré, siempre dispuesto a la burla terrible, en una cama estrecha del hospital. — Su rostro enorme y simpático, cuya palidez extrema me hizo pensar en las figuras pintadas por Ribera, tiene un aspecto hierático. Su nariz pequeña se dilata a cada momento para aspirar con delicia el humo de la pipa. Sus labios gruesos, que se entreabren para recitar con amor las estrofas de Villon o para maldecir contra los poemas de Ronsard, conservan siempre su mueca original en donde el vicio y la bondad se mezclan para formar la expresión de la sonrisa. Sólo su barba rubia de cosaco, había crecido un poco y se había encanecido mucho. Algunos meses de no verle y las noticias de su enfermedad, me hicieron creer que, con su salud, habría cambiado su figura. Esperé encontrarme ante un hombre débil e impotente, y me encontré ante un viejo robusto, que aún promete a Francia algunos poemas inmortales. Lo único que le hace sufrir es la pierna derecha cuyas articulaciones fatigadas ya no quieren moverse como siempre.
«Sin embargo —me decía él mismo, —no hay que blasfemar contra las cosas del mundo. ¡Esta pata enferma que me hace sufrir un poco, me proporciona, en cambio, más comodidad que mis versos, que me han hecho sufrir tanto! Si no fuese por el reumatismo, yo no podría vivir de mis rentas. Estando bueno, no lo admiten a uno en el hospital... »
Y cambiando su actitud socrática, que me hacía recordar el retrato, famoso de Carrière, por un aire pierratesco que explica el grabado bizarro y caprichoso de Baur, repetía entre dientes un adagio español que pretende haber leído en Cervantes : « No hay mal que por bien no venga; no hay mal que por bien no venga... »

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En lo que también se equivocó mi fantasía, fue en la esperanza de encontrar el lecho triste del genio enfermo, rodeado de literatos y de amigos. Cuando, hace ya algunos años, tuvo Verlaine que pedir por primera vez un puesto en el hospital, la prensa diaria de París se indignó contra la indiferencia de público, y las visitas caritativas menudearon.
Anatole France reclamaba entonces, en Le Temps, una situación mejor para « el más grande de los poetas contemporáneos » y Catulle Mendès proponía, en L’Écho de Paris, un beneficio teatral a su favor. Hoy, ya nadie se preocupa del asunto. La imagen de Verlaine y la imagen de la Miseria, han sido encuadradas en el mismo marco, entre los lienzos que forman el museo de las visiones parisienses.
Las ciudades y los públicos son siempre burgueses, y cuando una vez se acostumbran a cualquier idea, no hay nadie que les haga cambiar. Lo difícil es acostumbrarles. Pedidles dinero para que Zola no abandone su palacio de Medan, y os lo darán en el acto. Pedidles dinero para que Henri Murger cambie su cama de hospital por un cuarto de hotel, y ni siquiera os escucharán. Cuando hace poco tiempo se representó en el Vaudeville Los Unos y los Otros a beneficio de Paul VerIaine, el valor de las entradas bastó, apenas, para darle de comer durante tres meses al poeta ilustre; cuando, más tarde, se abrió una suscripción para ofrecer un banquete a Zola, los mismos periódicos que la iniciaron tuvieron que suspenderla por haber pasado, en mucho, de los límites señalados.
Así es París. Más que el amor de las letras que desde fuera se le supone, ha tenido siempre el amor de la moda. Catulle Mendès, que sólo es un versificador adorable, hace una fortuna con sus versos, mientras Luis Le Cardonnel, que es un poeta distinguido, me confesaba hace días que si aún no ha publicado ninguna colección de sus poemas deliciosos, ha sido por falta de editor. A Víctor Hugo, que fue un genio al lado de Richepin y al lado de Coppée, le da más de un millón su libro de Los Castigos y a Paul Verlaine, que es genio al lado de Homero y al lado de Shakespeare, apenas le produce setecientos francos la colección más completa de sus poesías. El ilustre autor de Pepita Jiménez se quejaba hace mucho tiempo de los editores españoles porque, su obra maestra no le había producido sino veinte mil reales. A Paul Verlaine no le produjo más que doscientos francos la primera edición de Mes hôpitaux.

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Y sin embargo Verlaine no se queja. Su insouciance en materia de intereses, es proverbial en el país latino. « Si yo fuese malin —me decía hace poco el gran poeta— bien podría ganar mucho dinero; pero tengo pereza.» La última vez que tuve el gusto de encontrarle, antes de mi visita al hospital, fue unos días después de la aparición en volumen de sus últimas poesías, Canciones para ella. El éxito del libro le tenía contento, no sólo por los tres o cuatro francos diarios que su venta le proporcionaba, sino por la ocasión que le había dado de contentarse con la muchacha bonita a quién él lo dedicara. — « Anoche le llevé un ejemplar —me confesó con un gesto en que la seriedad extrema se confundía con la burla— y después de dárselo, me quedé a dormir con ella... » Esta frase, naïve en su brutalidad y pronunciada por unos labios marchitos de sesenta años, ayuda en gran manera a conocer el carácter del poeta maravilloso que escribió Sagesse y que escribió también Les Poémes Saturniens. creando ese contraste de sentimientos y de ideas que en otro poeta cualquiera no podría explicarse, pero que forma, en mi sentir, la nota triunfal de su talento.

***

Paul Verlaine es uno de esos espíritus desequilibrados por la neurosis, que se pasan la mañana en oración ante un altar de Cristo, y que luego, por la noche, se emborrachan y blasfeman. Empleó los cinco primeros años de su vida literaria en escribir un libro de poemas amargos, saturnianos,

…dessinés ligne a ligne
Par la logique d'une influence maligne,

y luego compuso, con las mismas manos pecadoras, un manojo de flores místicas cuyo perfume penetrante tiene mucho del tomillo y del romero sagrados de la Biblia; volvió a blasfemar en otro libro de prosa sonora, y luego recogió, por segunda vez, la lira cristiana, para cantar otro cántico ardiente y dulce a la Virgen del cielo,

... a la Rose
¡mmense des purs vents de l'Amour,
... À la chaste abeille qui se pose
Sur la seule fleur d'une innocence mi-close,

Fue un día
... Pierrot, Pierrot, Pierrot
Qui sied au subtil génie,
De la malice infinie.
De poète grimacier,
y convirtiose al siguiente en

Calme orphelin
Riche de ses seuls yeux tranquilles,

…Considerarse humilde pecador cristiano y no desear

Plus aimer que sa mère Marie,
porque
Tous les autres amours sont des commandements,


después de haber pertenecido a esos hijos tristes de Saturno que

Ont entre tous, d'après les grimoires anciens,
Bonne part de malheurs et bonne part de bile,

ser, en fin, un niño inocente y un loco malvado en una pieza, y encontrar en el mal acentos de bondad, como en el bien blasfemias; sentir en la fe los rudos sacudimientos de la neurosis y sentir en el abandono los dulces escalofríos de la fe; poseer esa música divina que sólo da Dios al genio, y merecer que a su temperamento de poeta pueda aplicarse la estrofa de Sagesse, que dice al Todopoderoso:
Votre voix
Me fait comme du bien et du mal à la fois
Et le mal et le bien, tout a les mêmes charmes

es don singular que sólo a Verlaine ha sido otorgado por el genio del Bien y por el genio del Mal, en premio, sin duda, de haber sentido las más encantadoras perversidades y las más humildes canciones que posee la tierra de San Luis y de Voltaire.

***

Y tanto como su obra es complicada, su vida es rara  y singular. De sus aventuras juveniles se cuentan, en secreto, algunas historias abracadabrantes que explican el pliegue trágico de su frente. He he oído decir a uno de mis amigos, que es al mismo tiempo familiar del gran poeta, que, en noches de insomnio y de alcoholismo, suele presentarse ante la vista de Verlaine la imagen del remordimiento llevando de la mano a una sombra querida con el pecho desgarrado por un puñal. Su biografía verdadera, sin embargo, es aún un misterio para todo el mundo, y apenas creo que existan sino dos personas de quien la historia literaria puede esperarla completa: Stéphane Mallarmé, el viejo amigo de Verlaine, y Charles Morice, el discípulo querido. Su personalidad, a pesar de todo, y aun envuelta, como hoy se nos presenta, en el manto gris del misterio, es la más interesante entre las personalidades modernas. Ninguna figura como la suya para apasionar los temperamentos enfermizos de nuestro siglo literario. El mismo Oscar Wilde, naturaleza fría y poco dada a la admiración hiperbólica, me confesaba hace algún tiempo que cada una de sus visitas al autor de Sagesse le habían costado una noche de reflexiones amargas o de sacudimientos neuróticos. Y yo de mí sé decir que entre todas las impresiones de juventud, ninguna quedará grabada en mi retina con tintes tan fuertes, como la visión, aún palpitante, de aquella noche de estío en que encontré por primera vez al más genial de los poetas contemporáneos, recostando su cabeza de atleta y de borracho sobre la ennegrecida mesa de un cabaret de París.

ENRIQUE GÓMEZ CARRILLO - Intimidades parisienses (París, Garnier hermanos, 1900.)