UNA VISITA A PAUL VERLAINE
Hace pocos días estuve a ver en
el hospital Broussais, al poeta genial de La
buena canción y de Las Fiestas
Galantes que, como hace dos inviernos, busca hoy en el brasero de la
caridad pública algún calor reconfortante para sus viejos huesos enfermos. Un billete
arrugado, cuyas frases burlanas se helaban entre la amargura del fondo, anunciome,
hace algunas semanas, lo que Verlaine llama su cambio de domicilio. —« Ya estoy
instalado en mi palacio de invierno —me decía. —Venid a verme para que hablemos
de Calderón y de Góngora — ¡ese simbolista! —Mi día de recepción es el domingo.
»
Y allí le encontré, siempre
dispuesto a la burla terrible, en una cama estrecha del hospital. — Su rostro
enorme y simpático, cuya palidez extrema me hizo pensar en las figuras pintadas
por Ribera, tiene un aspecto hierático. Su nariz pequeña se dilata a cada
momento para aspirar con delicia el humo de la pipa. Sus labios gruesos, que se
entreabren para recitar con amor las estrofas de Villon o para maldecir contra
los poemas de Ronsard, conservan siempre su mueca original en donde el vicio y
la bondad se mezclan para formar la expresión de la sonrisa. Sólo su barba
rubia de cosaco, había crecido un poco y se había encanecido mucho. Algunos meses
de no verle y las noticias de su enfermedad, me hicieron creer que, con su
salud, habría cambiado su figura. Esperé encontrarme ante un hombre débil e
impotente, y me encontré ante un viejo robusto, que aún promete a Francia
algunos poemas inmortales. Lo único que le hace sufrir es la pierna derecha
cuyas articulaciones fatigadas ya no quieren moverse como siempre.
«Sin embargo —me decía él mismo, —no
hay que blasfemar contra las cosas del mundo. ¡Esta pata enferma que me hace
sufrir un poco, me proporciona, en cambio, más comodidad que mis versos, que me
han hecho sufrir tanto! Si no fuese por el reumatismo, yo no podría vivir de
mis rentas. Estando bueno, no lo admiten a uno en el hospital... »
Y cambiando su actitud socrática,
que me hacía recordar el retrato, famoso de Carrière, por un aire pierratesco que explica el grabado
bizarro y caprichoso de Baur, repetía entre dientes un adagio español que
pretende haber leído en Cervantes : « No hay mal que por bien no venga; no hay
mal que por bien no venga... »
***
En lo que también se equivocó mi
fantasía, fue en la esperanza de encontrar el lecho triste del genio enfermo,
rodeado de literatos y de amigos. Cuando, hace ya algunos años, tuvo Verlaine
que pedir por primera vez un puesto en el hospital, la prensa diaria de París
se indignó contra la indiferencia de público, y las visitas caritativas menudearon.
Anatole France reclamaba
entonces, en Le Temps, una situación
mejor para « el más grande de los poetas contemporáneos » y Catulle Mendès
proponía, en L’Écho de Paris, un
beneficio teatral a su favor. Hoy, ya nadie se preocupa del asunto. La imagen
de Verlaine y la imagen de la Miseria, han sido encuadradas en el mismo marco,
entre los lienzos que forman el museo de las visiones parisienses.
Las ciudades y los públicos son
siempre burgueses, y cuando una vez se acostumbran a cualquier idea, no hay
nadie que les haga cambiar. Lo difícil es acostumbrarles. Pedidles dinero para que
Zola no abandone su palacio de Medan, y os lo darán en el acto. Pedidles dinero
para que Henri Murger cambie su cama de hospital por un cuarto de hotel, y ni
siquiera os escucharán. Cuando hace poco tiempo se representó en el Vaudeville Los Unos y los Otros a beneficio de Paul
VerIaine, el valor de las entradas bastó, apenas, para darle de comer durante
tres meses al poeta ilustre; cuando, más tarde, se abrió una suscripción para
ofrecer un banquete a Zola, los mismos periódicos que la iniciaron tuvieron que
suspenderla por haber pasado, en mucho, de los límites señalados.
Así es París. Más que el amor de
las letras que desde fuera se le supone, ha tenido siempre el amor de la moda.
Catulle Mendès, que sólo es un versificador adorable, hace una fortuna con sus
versos, mientras Luis Le Cardonnel, que es un poeta distinguido, me confesaba
hace días que si aún no ha publicado ninguna colección de sus poemas deliciosos,
ha sido por falta de editor. A Víctor Hugo, que fue un genio al lado de
Richepin y al lado de Coppée, le da más de un millón su libro de Los Castigos y a Paul Verlaine, que es
genio al lado de Homero y al lado de Shakespeare, apenas le produce setecientos
francos la colección más completa de sus poesías. El ilustre autor de Pepita Jiménez se quejaba hace mucho
tiempo de los editores españoles porque, su obra maestra no le había producido
sino veinte mil reales. A Paul Verlaine no le produjo más que doscientos
francos la primera edición de Mes hôpitaux.
***
Y sin embargo Verlaine no se
queja. Su insouciance en materia de
intereses, es proverbial en el país latino. « Si yo fuese malin —me decía hace poco el gran poeta— bien podría ganar mucho dinero;
pero tengo pereza.» La última vez que tuve el gusto de encontrarle, antes de mi
visita al hospital, fue unos días después de la aparición en volumen de sus
últimas poesías, Canciones para ella.
El éxito del libro le tenía contento, no sólo por los tres o cuatro francos
diarios que su venta le proporcionaba, sino por la ocasión que le había dado de
contentarse con la muchacha bonita a quién él lo dedicara. — « Anoche le llevé
un ejemplar —me confesó con un gesto en que la seriedad extrema se confundía
con la burla— y después de dárselo, me quedé a dormir con ella... » Esta frase,
naïve en su brutalidad y pronunciada
por unos labios marchitos de sesenta años, ayuda en gran manera a conocer el
carácter del poeta maravilloso que escribió Sagesse
y que escribió también Les Poémes Saturniens. creando ese contraste de
sentimientos y de ideas que en otro poeta cualquiera no podría explicarse, pero
que forma, en mi sentir, la nota triunfal de su talento.
***
Paul Verlaine es uno
de esos espíritus desequilibrados por la neurosis, que se pasan la mañana en oración
ante un altar de Cristo, y que luego, por la noche, se emborrachan y blasfeman.
Empleó los cinco primeros años de su vida literaria en escribir un libro de
poemas amargos, saturnianos,
…dessinés ligne a ligne
Par la logique d'une
influence maligne,
y luego compuso, con las mismas
manos pecadoras, un manojo de flores místicas cuyo perfume penetrante tiene
mucho del tomillo y del romero sagrados de la Biblia; volvió a blasfemar en
otro libro de prosa sonora, y luego recogió, por segunda vez, la lira
cristiana, para cantar otro cántico ardiente y dulce a la Virgen del cielo,
... a la Rose
¡mmense des purs vents de
l'Amour,
... À la chaste abeille qui
se pose
Sur la seule fleur d'une
innocence mi-close,
Fue un día
... Pierrot, Pierrot, Pierrot
Qui sied au subtil génie,
De la malice infinie.
De poète grimacier,
y convirtiose al siguiente en
Calme orphelin
Riche de ses seuls yeux tranquilles,
…Considerarse humilde pecador
cristiano y no desear
Plus aimer que sa mère
Marie,
porque
Tous les autres amours sont
des commandements,
después de haber pertenecido a
esos hijos tristes de Saturno que
Ont entre tous, d'après les
grimoires anciens,
Bonne part de malheurs et
bonne part de bile,
ser, en fin, un niño inocente y
un loco malvado en una pieza, y encontrar en el mal acentos de bondad, como en
el bien blasfemias; sentir en la fe los rudos sacudimientos de la neurosis y
sentir en el abandono los dulces escalofríos de la fe; poseer esa música divina
que sólo da Dios al genio, y merecer que a su temperamento de poeta pueda
aplicarse la estrofa de Sagesse, que
dice al Todopoderoso:
Votre voix
Me fait comme du bien et du
mal à la fois
Et le mal et le bien, tout a
les mêmes charmes
es don singular que sólo a
Verlaine ha sido otorgado por el genio del Bien y por el genio del Mal, en premio,
sin duda, de haber sentido las más encantadoras perversidades y las más
humildes canciones que posee la tierra de San Luis y de Voltaire.
***
Y tanto como su obra es
complicada, su vida es rara y singular.
De sus aventuras juveniles se cuentan, en secreto, algunas historias
abracadabrantes que explican el pliegue trágico de su frente. He he oído decir
a uno de mis amigos, que es al mismo tiempo familiar del gran poeta, que, en
noches de insomnio y de alcoholismo, suele presentarse ante la vista de
Verlaine la imagen del remordimiento llevando de la mano a una sombra querida
con el pecho desgarrado por un puñal. Su biografía verdadera, sin embargo, es
aún un misterio para todo el mundo, y apenas creo que existan sino dos personas
de quien la historia literaria puede esperarla completa: Stéphane Mallarmé, el
viejo amigo de Verlaine, y Charles Morice, el discípulo querido. Su
personalidad, a pesar de todo, y aun envuelta, como hoy se nos presenta, en el
manto gris del misterio, es la más interesante entre las personalidades
modernas. Ninguna figura como la suya para apasionar los temperamentos
enfermizos de nuestro siglo literario. El mismo Oscar Wilde, naturaleza fría y
poco dada a la admiración hiperbólica, me confesaba hace algún tiempo que cada
una de sus visitas al autor de Sagesse
le habían costado una noche de reflexiones amargas o de sacudimientos
neuróticos. Y yo de mí sé decir que entre todas las impresiones de juventud,
ninguna quedará grabada en mi retina con tintes tan fuertes, como la visión,
aún palpitante, de aquella noche de estío en que encontré por primera vez al más
genial de los poetas contemporáneos, recostando su cabeza de atleta y de borracho
sobre la ennegrecida mesa de un cabaret de París.
ENRIQUE GÓMEZ CARRILLO - Intimidades parisienses (París, Garnier hermanos, 1900.)