CUANDO el informe detallado de la primera sesión celebrada por ustedes llegó a Londres, ¡oh animales franceses!, hizo palpitar el corazón de los amigos de la Reforma Animal. En mi cabecita tenía yo tantas pruebas de la superioridad de los Animales sobre el Hombre que, en mi calidad de inglesa, vi llegado el momento tan anhelado de publicar la novela de mi vida para mostrar cómo, pobre de mí, me atormentaron las leyes hipócritas de Inglaterra. Ya en dos ocasiones, algunos ratones que había jurado respetar después del bill de su augusto Parlamento me habían llevado a la casa del editor Colburn y yo me había preguntado, al ver a viejas señoritas y señoras maduras e inluso jóvenes recién casadas corrigiendo las pruebas de galera de sus libros, por qué, teniendo uñas, no haría yo otro tanto. Nunca se sabrá en qué piensan las mujeres, sobre todo las que pretenden escribir; en tanto que una Gata, víctima de la perfidia inglesa, tiene interés en decir más de lo que piensa, y lo que escribe en demasía puede compensar lo que callan esas ilustres ladies. Mi ambición es ser la Mistress Inchbald{1} de las Gatas, y les ruego a ustedes que sean condescendientes con mis nobles esfuerzos, ¡oh Gatos franceses!, ya que es de ustedes de quienes sale la familia principal de nuestra raza, la del Gato con Botas, eterno tipo del Anuncio Publicitario, y al que tantos Hombres han imitado sin haberle todavía levantado una estatua.
Nací en la propiedad de un ministro de Catshire, en las cercanías de la pequeña ciudad de Miaulbury. La fecundidad de mi madre condenaba a casi todos sus hijos a padecer un cruel destino, ya que, como saben, se ignora aún a qué atribuir la intemperante maternidad de las Gatas inglesas, que amenaza con poblar el mundo entero. Los Gatos y las Gatas, cada cual por su lado, atribuyen tal resultado a su amabilidad y a sus propias virtudes. Pero algunos observadores impertinentes dicen que Gatos y Gatas están sometidos en Inglaterra a reglas de comportamiento tan perfectamente aburridas que no hallan otro medio de distraerse que no sea el de esas pequeñas ocupaciones de familia. Otros pretenden que hay en esta cuestión grandes intereses industriales y políticos, debido a la dominación inglesa de la India, pero en mis patas esas son cuestiones poco decentes y se las dejo a la Edinburgh Review. Fue gracias a la perfecta blancura de mi pelaje como me vi exenta al nacer de ser constitucionalmente ahogada. Por eso fue que me llamaron Beauty. ¡Ay!, la pobreza de aquel ministro que tenía mujer y once hijas no le permitió conservarme. Cierta solterona reparó en que yo sentía una especie de afecto por la Biblia del ministro: me le sentaba siempre encima, no por religión sino porque era el único lugar limpio en aquella casa. Quizás pensó que yo terminaría formando parte de la secta de los Animales Sagrados que ya nos ha dado al asna de Balaam; lo cierto es que me llevó con ella. Por ese entonces, yo sólo tenía dos meses. Esa solterona, que organizaba en su casa veladas para las cuales enviaba invitaciones que prometían té y Biblia, trató de comunicarme la ciencia fatal de las hijas de Eva; lo logró con un método protestante que consiste en hacer razonamientos tan largos sobre la dignidad personal y sobre las obligaciones sociales, que para no escucharlos una preferiríai sufrir el martirio. [...]
Descargar, en formato epub, PENAS DE AMOR DE UNA GATA INGLESA, con las ilustraciones originales de Grandville, en la BIBLIOTECA FRANCA de Ediciones De La Mirándola.