lunes, 9 de abril de 2012

Virgilio, Fray Luis de León y Leopoldo Lugones




ECLOGA I




Audio: Ecloga I


Meliboeus


Tityre, tu patulae recubans sub tegmine fagi
silvestrem tenui Musam meditaris avena;
nos patriae finis et dulcia linquimus arva.
nos patriam fugimus; tu, Tityre, lentus in umbra
formosam resonare doces Amaryllida silvas.




Tityrus


O Meliboee, deus nobis haec otia fecit.
namque erit ille mihi semper deus, illius aram
saepe tener nostris ab ovilibus imbuet agnus.
ille meas errare boves, ut cernis, et ipsum
ludere quae vellem calamo permisit agresti.




Meliboeus


Non equidem invideo, miror magis; undique totis
usque adeo turbatur agris. en ipse capellas
protinus aeger ago; hanc etiam vix, Tityre, duco.
hic inter densas corylos modo namque gemellos,
spem gregis, a, silice in nuda conixa reliquit.
saepe malum hoc nobis, si mens non laeva fuisset,
de caelo tactas memini praedicere quercus.
sed tamen iste deus qui sit da, Tityre,nobis.




Tityrus


Urbem quam dicunt Romam, Meliboee, putavi
stultus ego huic nostrae similem, cui saepe solemus
pastores ovium teneros depellere fetus.
sic canibus catulos similes, sic matribus haedos
noram, sic parvis componere magna solebam.
verum haec tantum alias inter caput extulit urbes
quantum lenta solent inter viburna cupressi.




Meliboeus


Et quae tanta fuit Romam tibi causa videndi?




Tityrus


Libertas, quae sera tamen respexit inertem,
candidior postquam tondenti barba cadebat,
respexit tamen et longo post tempore venit,
postquam nos Amaryllis habet, Galatea reliquit.
namque - fatebor enim - dum me Galatea tenebat,
nec spes libertatis erat nec cura peculi.
quamvis multa meis exiret victima saeptis
pinguis et ingratae premeretur caseus urbi,
non umquam gravis aere domum mihi dextra redibat.




Meliboeus


Mirabar quid maesta deos, Amarylli, vocares,
cui pendere sua patereris in arbore poma.
Tityrus hinc aberat. ipsae te, Tityre, pinus,
ipsi te fontes, ipsa haec arbusta vocabant.




Tityrus


Quid facerem? neque servitio me exire licebat
nec tam praesentis alibi cognoscere divos.
hic illum vidi iuvenem, Meliboee, quot annis
bis senos cui nostra dies altaria fumant,
hic mihi responsum primus dedit ille petenti:
'pascite ut ante boves, pueri, submittite tauros.'




Meliboeus


Fortunate senex, ergo tua rura manebunt
et tibi magna satis, quamvis lapis omnia nudus
limosoque palus obducat pascua iunco.
non insueta gravis temptabunt pabula fetas
nec mala vicini pecoris contagia laedent.
fortunate senex, hic inter flumina nota
et fontis sacros frigus captabis opacum;
hinc tibi, quae semper, vicino ab limite saepes
Hyblaeis apibus florem depasta salicti
saepe levi somnum suadebit inire susurro;
hinc alta sub rupe canet frondator ad auras,
nec tamen interea raucae, tua cura, palumbes
nec gemere aeria cessabit turtur ab ulmo.




Tityrus


Ante leves ergo pascentur in aethere cervi
et freta destituent nudos in litore pisces,
ante pererratis amborum finibus exsul
aut Ararim Parthus bibet aut Germania Tigrim,
quam nostro illius labatur pectore vultus.




Meliboeus


At nos hinc alii sitientis ibimus Afros,
pars Scythiam et rapidum cretae veniemus Oaxen
et penitus toto divisos orbe Britannos.
en umquam patrios longo post tempore finis
pauperis et tuguri congestum caespite culmen,
post aliquot, mea regna, videns mirabor aristas?
impius haec tam culta novalia miles habebit,
barbarus has segetes. en quo discordia civis
produxit miseros; his nos consevimus agros!
insere nunc, Meliboee, piros, pone ordine vites.
ite meae, felix quondam pecus, ite capellae.
non ego vos posthac viridi proiectus in antro
dumosa pendere procul de rupe videbo;
carmina nulla canam; non me pascente, capellae,
florentem cytisum et salices carpetis amaras.




Tityrus


Hic tamen hanc mecum poteras requiescere noctem
fronde super viridi. Sunt nobis mitia poma,
castaneae molles et pressi copia lactis,
et iam summa procul villarum culmina fumant
maioresque cadunt altis de montibus umbrae.


PUBLIUS VERGILIUS MARO






ÉGLOGA I

Mel.- Tú, Títiro, a la sombra descansando
desta tendida haya, con la avena
el verso pastoril vas acordando.
Nosotros, desterrados; tú, sin pena,
cantas de tu pastora, alegre, ocioso,
y tu pastora el valle y monte suena.

Tít.- Pastor, este descanso tan dichoso
Dios me lo concedió, que reputado
será de mí por dios aquel piadoso,
Y bañará con sangre su sagrado
altar muy muchas veces el cordero
tierno, de mis ganados degollado.
Que por su beneficio soy vaquero,
y canto, como ves, pastorilmente
lo que me da contento y lo que quiero.

Mel.- No te envidio tu bien; mas grandemente
me maravillo haberte sucedido
en tanta turbación tan felizmente.
Todos de nuestro patrio y dulce nido
andamos alanzados. Vesme agora
aquí cuál voy enfermo y afligido,
Y guío mis cabrillas; y esta que hora
en medio aquellos árboles parida,
¡ay!, con lo que el rebaño se mejora.
Dejó dos cabritillos, dolorida,
encima de una losa, fatigado
de mí sobre los hombros es traída.
¡Ay triste!, que este mal y crudo hado,
a nuestro entendimiento no estar ciego
mil veces nos estaba denunciado.
Los robles lo decían ya, con fuego
tocados celestial, y lo decía
la siniestra corneja desde luego.
Mas tú, si no te ofende mi porfía,
declárame, pastor, abiertamente
quién es aqueste dios de tu alegría.

Tít.- Pensaba, Melibeo, neciamente,
pensaba yo que aquella que es llamada
Roma, no era en nada diferente
De aquesta villa nuestra acostumbrada,
adonde las más veces los pastores
llevamos ya la cría destetada.
Ansí con los perrillos los mayores,
ansí con las ovejas los corderos,
y con las cosas grandes las menores.
Solía comparar; mas los primeros
lugares, con aquélla comparados,
son como dos extremos verdaderos,
Que son de Roma ansí sobrepujados,
cual suelen del ciprés, alto y subido,
los bajos romerales ser sobrados.

Mel.- Pues di: ¿cuál fue la causa que, movido,
a Roma te llevó?

Tit.- Fue libertarme;
lo cual, aunque algo tarde, he conseguido.
Que, al fin, la libertad quiso mirarme
después de luengo tiempo, y, ya sembrado
de canas la cabeza, pudo hallarme;
Después que Galatea me ha dejado,
y soy de la Amarilis prisionero,
y vivo a su querer todo entregado.
Que en cuanto duró aquel imperio fiero
en mí de Galatea, yo confieso
que ni curé de mí ni del dinero.
Llevaba yo a la villa mucho queso;
vendía al sacrificio algún cordero,
mas no volvía rico yo por eso.

Mel.- Y esto fue aquel semblante lastimero
que tanto en Galatea me espantaba;
esto por qué llamaba al cielo fiero.
Esto por qué tristísima dejaba
la fruta sin coger en su cercado,
pues Títiro, su bien, ausente estaba.
Tú, Títiro, te habías ausentado,
los pinos y las fuentes te llamaban,
las yerbas y las flores de este prado.

Tít.- ¿Qué pude? Que mil males me cercaban,
y allí para salir de servidumbre
los cielos más dispuestos se mostraban.
Que allí vi, Melibeo, aquella cumbre,
aquel divino mozo por quien uno
mi altar en cada mes enciende lumbre.
Allí primero dél que de otro alguno
oí: «Paced, vaqueros, libremente,
paced como solía cada uno».

Mel.- Por manera que a ti perpetuamente
te queda tu heredad, ¡oh bienhadado!,
aunque pequeña, pero suficiente.
Bastante para ti demasiado,
aunque de pedregal y de pantano
lo más de toda ella está ocupado.
No dañará el vecino grey mal sano
con males pegadizos tu rebaño,
dejando tu esperanza rica en vano.
No causará dolencia el pasto extraño
en lo preñado dél, ni en lo parido
las nunca usadas yerbas harán daño.
Dichoso poseedor, aquí tendido
del fresco gozarás, junto a la fuente
a la margen del río do has nacido.
Las abejas aquí continamente,
deste cercado hartas de mil flores,
te adormirán sonando blandamente.
Debajo la alta peña sus amores
el leñador aquí, cantando al viento,
esparcirá, y la tórtola dolores.
La tórtola en el olmo haciendo asiento
repetirá su queja, y tus queridas
palomas sonarán con ronco acento.

Tít.- Primero los venados las tendidas
lagunas pacerán, y el mar primero
denegará a los peces sus manidas,
Y beberá el Germano y Parto fiero,
troncando sus lugares naturales,
el Albi aquéste, el Tigri aquél, ligero;
Primero, pues, que aquellas celestiales
figuras de aquel mozo, de mi pecho
borradas, desparezcan las señales.

Mel.- Nosotros pero iremos con despecho,
unos, a los sedientos Africanos,
otros, a los de Scitia, campo estrecho,
Y otros a los montes y a los llanos
de la Creta, y del todo divididos
de nuestra redondez a los Britanos.
Después de muchos días ya corridos,
¡ay!, si avendrá que viendo mis majadas,
las pobres chozas, los paternos nidos;
Después de muchas mieses ya pasadas,
si viéndolas diré maravillado:
¡Ay, tierras, ay, dolor, mal empleadas!
¿Tan buenas posesiones un soldado
maldito, y tales mieses tendrá un fiero?
¡Ved para quién hubimos trabajado!
Ved a qué miserable y lastimero
estado a los cuitados ciudadanos
condujo el obstinado pecho entero.
Ve, pues, ¡oh Melibeo!, y con tus manos
en orden pon las vides, y curioso
enjiere los perales y manzanos.
Andad, ganado mío, ya dichoso;
dichosas ya en un tiempo, id, cabras mías,
que ya no cual solía, alegre, ocioso,
No estando ya tendido en las sombrías
cuevas, os veré lejos ir paciendo,
colgadas por las peñas altas, frías.
No cantaré; ni yéndoos yo paciendo,
vosotras ni del cítiso florido,
ni del amargo sauce iréis cogiendo.

Tít.- Podrías esta noche aquí tendido
en blanda y verde hoja dar reposo
al cuerpo flaco, al ánimo afligido.
Y cenaremos bien, que estoy copioso
de maduras manzanas, de castañas
enjertas, y de queso muy sabroso.
Y ya las sombras caen de las montañas
más largas, y convidan al sosiego;
y ya de las aldeas y cabañas
despide por los techos humo el fuego.



ÉGLOGA I

Melibeo

Títiro, que, acostado bajo frondosas hayas
En el leve carrizo tu aire silvestre ensayas:
La patria abandonamos y sus mieses risueñas
Mientras tú, muelle Títiro, que a la sombra te explayas,
De la hermosa Amarilis el nombre al bosque enseñas.

Títiro

¡Oh Melibeo!, un numen no s dio este asueto; un numen
Que siempre me es propicio, y en cuya ara inmolados,
Los corderos de nuestros apriscos se consumen.
Él deja que anden sueltos, como ves, mis ganados,
Y me permite que haga sonar la agreste caña.

Melibeo

No envidio tu suerte, antes me asombra la campaña
Que algo por doquier turba; yo mismo arreo, triste,
Mis cabras. Mira. Títiro: esta que me resiste
Parió aquí, entre avellanos espesos, dos gemelos
Esperanza del hato, que, ¡ay!, en desnuda roca,
Ha dejado. Olvidóse presto mi mente loca,
Que anunciado teníanme con frecuencia estos duelos
Las próceres encinas heridas por los cielos
O en el carrasco hueco, la corneja siniestra.
Mas dime ahora, Títiro: aquel dios de que hablabas,
¿Cuál es?

Títiro


Yo, Melibeo, necio de mí, pensaba

Que la ciudad que llaman Roma era cual la nuestra

Donde llevar solemoslos tiernos recentales;

Y al ser cachorro y choto, con perro y cabra iguales,

Chico y grande salíanme lo mismo. Pero aquélla,

Tan alta sobre todas su excelsa testa asoma,

Como el ciprés que encima del mimbreral descuella.



Melibeo



¿Y qué te daba tantas ansias de ver a Roma?



Títiro



La libertad que, tarde, sacudió mi apatía;

Pues, más blanda, al cortarla, mi barba ya caía.

Cuando por Amarilis así fue conquistado,

Mucho después que me hubo Galatea dejado.

Confiésote que, mientras ésta me subyugaba,

Ni esperaba ser libre, ni de ahorar me cuidaba.

Aunque mis cercos dieran víctimas con exceso

Y a la ciudad ingrata llevara el gordo queso,

Nunca volvió pesada de dinero mi mano.



Melibeo



Por eso me asombraba que Amarilis, doliente,

Invocara a los dioses y dejara que en vano,

Dieran fruta sus árboles: Títiro estaba ausente,

Y todo aquí llamábalo, desde el pino a la fuente.



Títiro



¿Qué hacerle? Ni podía dejar mi servidumbre,

Ni hallar dioses propicios. Pero allá, Melibeo,

Pude ver a aquel mozo por cuya honra es costumbre

Que humeen nuestras aras doce días al año.

Y él respondió a mi súplica: "Llevad al pastoreo,

Hijos míos, los bueyes y toros como antaño".



Melibeo



¡Feliz anciano! Entonces, conservas tus terrenos,

Que te sobran, aun cuando de piedras estén llenos,

Y el junco pantanoso tus prados cubra. Aisladas

Del daño de otros pastos tus ovejas preñadas,

No atacará un contagio vecino a las paridas;

Y aquí, entre los arroyos y las fuentes sagradas,

Gozarás las opacas frescuras escondidas.

Y aquel seto lindero donde la abaeja hiblea

Liba la flor del sauce, tu blando sueño orea

Con ligero susurro; ya el podador contento,

Al pie de una alta roca lanza su canto al viento

Y las roncas torcaces que crías cuidadoso,

Sin cesar, con la tórtola, gimen en tu olmo airoso.



Títiro



Antes pastará el leve ciervo en el éter, y antes

Echará el mar sus peces a la costa, y errantes

Beberán, desterrado cada cual de su zona,

El germano en el Tigris y el parto en el Saona,

Que aquel rostro de mi alma se borre.



Melibeo



Mas nosotros

Al sediento africano refugio pediremos,

O al escita o al rápido Oaxes de Creta iremos;

O hacia el bretón que mora tan lejos de los otros.

¿Volveré a ver los patrios confines algún día,

O siquiera unas pajas del bien tupido techo

De la humilde cabaña do reina mi alegría?

¿U obtendrá un bárbaro estas mieses, y este barbecho

Que tanto aré, un impío soldado? ¡Así desmiembra

La discordia a los pobres, y para esto uno siembra!

Injerta, pues, amigo, tu peral, alineando

Tu viña. Y vamos, cabras del antes grato aprisco,

Que desde verde gruta ya no os veré, cantando,

Pacer allá a lo lejos en el agreste risco,

El citiso enflorado y el amargo lentisco.



Títiro



Dormir conmigo puedes, sobre frondas y cañas,

Esta noche. Para ambos tengo frutas bastantes,

Y acopio de quesillos y de tiernas castañas.

Pues ya humean los techos de las granjas distantes.

Y las sombras prolónganse al pie de las montañas.



LEOPOLDO LUGONES

EDICIONES DE LA MIRÁNDOLA acaba de publicar TREINTA Y SIETE VERSIONES HOMÉRICAS Y OTRAS TRADUCCIONES, de LEOPOLDO LUGONES.