(1865-1936)
Entre todos mis amigos, quizás
el mayor sea el irlandés William Butler Yeats, y sin embargo, su presentación
se contará entre las más breves. ¿Será porque a él se aviene tan bien el cómodo
y veraz lugar común de que no necesita presentación? Pero, se me argüiría, ¿no
puede decirse lo mismo de algunos, si no todos, los amigos tuyos que has
reunido en estas páginas? No sé cómo refutar este argumento. ¿Será, entonces,
que de tanto leer sus versos me parece conocerlo a él en ellos, a la persona en
sus versos? También puede suceder lo mismo en cuanto toca a los otros, volverían
a decirme. Pues si la cosa es así, no queda sino admitir dos vías de acercamiento
a estos amigos: en unos casos, de la persona a los versos; en otros, de los
versos a la persona. Las dos vías, me parece, son legítimas.
Lo cierto es que desde hace años
tengo al alcance de la mano un ejemplar de sus Autobiografías (Ensoñaciones de
la niñez y juventud y El temblor del velo), escritas en 1914, y las he ido
dejando para cuando «ya esté tranquilo» (gracias por la cita a Don Eugenio
D'Ors, quien tanto acertó en las artes y erró en otras cosas más importantes).
Ya es demasiado tarde para leerlas, al menos en lo que concierne a estas
líneas. El párrafo inicial promete mucho, tanto que me justifica en mi afán de sosiego
para disfrutar del libro: «Mis primeras memorias son fragmentarias y aisladas y
contemporáneas, como si uno recordase algunos de los primeros momentos de los
Siete Días. Es como si el tiempo no hubiese sido aún creado, pues todos los
sentimientos en relación con emociones y lugares carecen de secuencia». El
balance, el ritmo, la evocación de estas oraciones, me abrieron un apetito que
no he satisfecho todavía. Dios me dé el tiempo que, por desdicha, fue creado después
de aquellos Siete Días Venturosos.
El inglés Max Beerbohm —uno de
los últimos hombres realmente civilizados de este siglo— nos cuenta en un breve
ensayo cómo conoció por primera vez a Yeats. Beerbohm y Audrey Beardsley
—quizás el mejor dibujante del ocaso Victoriano— asistieron una noche del año
de 1893 al estreno de cierta obra dramática a la que debía preceder, como entrante
o entremés, una pequeña pieza de Yeats titulada La tierra que el corazón
anhela. Parece que los actores no tomaron muy a pecho su trabajo, pues la obra
resultó tan confusa como inaudible. Pero en el público había no pocos
irlandeses, y Yeats era ya uno de los más ardientes partidarios y renovadores
de la cultura de su misteriosa Isla. De modo que hubo aplausos y algunos gritos
pidiendo la presencia del Autor en el escenario. «Percibí un leve temblor donde
se juntaban una a otra las cortinas —dice Beerbohm- y vi entonces una fisura
que nos revelaba (según supuse por un momento) una tiniebla no iluminada detrás
de las cortinas. Pero, ¡no!, había dos desgarros blancos en la parte superior
de la tiniebla —el desgarro blanco de una camisa de etiqueta, y encima el
desgarro blanco de un rostro humano—; y comprendí que mi tiniebla insubstancial
era en realidad un frac, con el Autor adentro. Y el desgarro blanco de la cara
del Autor estaba cortado al medio por un desgarro menos negro que la tiniebla,
y era un mechón del pelo color cuervo del Autor... Todo resultaba bien
embrujado y memorable».
A Yeats le fascinaba oír los
mitos y leyendas que al caer la tarde se contaban entre sí los campesinos.
Siempre creyó que la poesía era mejor para hablada que para leída. Dejémosle
así en la semipenumbra en que Beerbohm por primera vez lo viera. Cierta
veladura no le va mal a este irlandés mágico.
An Irish Airman Foresees His Death
I know that I shall meet my fate
Somewhere among the clouds above;
Those that I fight I do not hate,
Those that I guard I do not love;
My country is Kiltartan Cross,
My countrymen Kiltartan's poor,
No likely end could bring them loss
Or leave them happier than before.
Nor law, nor duty bade me fight,
Nor public men, nor cheering crowds,
A lonely impulse of delight
Drove to this tumult in the clouds;
I balanced all, brought all to mind,
The years to come seemed waste of breath,
A waste of breath the years behind
In balance with this life, this death.
Un aviador
irlandés prevee su muerte
Sé que por fin encontraré al destino
en algún sitio entre las altas nubes;
odio no siento por los que destruyo,
amor tampoco por los que protejo;
Kiltartan Cross, ésa es mi patria sola,
mis solos compatriotas son sus pobres,
no hay fin imaginable que los dañe
o más felices deje que antes eran.
Ley ni deber me mueven al combate,
discursos ni clamor de muchedumbres;
un solitario impulso de delicia
me lanzó a este tumulto entre las nubes;
todo lo sopesé, traje a la mente,
los años por venir un vano aliento,
un vano aliento aquellos que ya fueron,
en la balanza de esta vida, o muerte.
When You Are Old
When you are old and grey and full of sleep,
And nodding by the fire, take down this book,
And slowly read, and dream of the soft look
Your eyes had once, and of their shadows deep;
How many loved your moments of glad grace,
And loved your beauty with love false or true,
But one man loved the pilgrim soul in you,
And loved the sorrows of your changing face;
And bending down beside the glowing bars,
Murmur, a little sadly, how Love fled
And paced upon the mountains overhead
And hid his face among a crowd of stars.
Cuando seas vieja
Cuando seas vieja y gris, colmada por el
sueño,
y cabeceando al fuego, tomes este libro
y leas despacio, y con el brillo suave sueñes
que hubo en tus ojos una vez, y con sus
sombras;
cuántos tus ratos de risueña gracia amaron
y tu belleza con un amor sincero o pérfido,
mas sólo un hombre amó tu alma en ti viajera
y las penas amó de tu cambiante cara;
y encogiéndote junto al fuego crepitante
murmures triste, acaso, del amor que huyera
para vagar por las montañas desoladas
y su rostro esconder en un montón de
estrellas.
Fallen Majesty
Although crowds gathered once if she but showed
her face,
And even old men's eyes grew dim, this hand
alone,
Like some last courtier at a gypsy
camping-place
Babbling of fallen majesty, records what's
gone.
The lineaments, a heart that laughter has made
sweet,
These, these remain, but I record what's gone.
A crowd
Will gather, and not know it walks the very
street
Whereon a thing once walked that seemed a
burning cloud.
Caída majestad
Aunque la multitud por sólo ver su rostro se
agolpaba
y a viejos ojos nubes acudían, sólo esta mano
a solas,
como un último paje en algún campamento
abandonado,
de su caída majestad murmura, relata lo que
ha sido.
Rasgos, un corazón que hace más dulce la
sonrisa,
esto, esto queda; pero yo anoto lo perdido.
Multitudes
apresuradas van por esta calle sin saber que
es sólo
aquella en que algo anduvo alguna vez como
una ardiente nube.