(1873-1956)
En algunos de mis solitarios paseos por el
barrio donde vivo, no son pocos los parajes —un jardín abandonado, un solar
yermo, aquí una casa y allá otra— que bien pudo haber imaginado, o visto, ese
curioso inglés que se llamó Walter de la Mare, a quien mencioné al principio de
estas páginas. Recintos extremos, fronterizos entre este mundo y otro donde al
crepúsculo puede que aparezca alguien o algo inquietante, o peor aún, que no
aparezca nadie sino el desamparo a la intemperie del Universo.
Sé que se enfrentó, sin grandes esperanzas y
mucho coraje, a las tinieblas que rondan en torno al destino del hombre. No al
modo de quien las combate cuando ya
están encarnadas en un torturador o un asesino, sino como quien se adelanta a
encontrarlas cuando aún se hallan encubiertas y en acecho para deslizársenos
adentro.
En uno de sus mejores cuentos, «Víspera de
Todos los Santos», un viajero visita al crepúsculo una antigua y famosa
catedral inglesa, edificada en lo que antaño fuera un próspero puerto de mar.
Pero el mar se retiró hace tiempo, la ciudad se redujo a una aldea, la catedral
quedó vacía. El viajero entra por una puertecilla lateral al recinto
abandonado. Una suave voz a su espalda pregunta si puede servirlo en algo, y es
así que conoce al sacristán, único y anciano custodio del templo. En su
compañía visita el interior desierto, y observa ciertos detalles siniestros, no
sólo en las imágenes del altar y las capillas, sino en las mismas paredes. El
sacristán, atento a su desasosiego, le explica que a medida de la retirada del
mar y de los fieles, las tinieblas han ido apoderándose de la catedral, piedra
a piedra, transformándola en algo distinto, a su propia semejanza. Todo está
dicho entre reticencias insinuaciones sutilísimas, que uno llega a sentir, más
que a entender, como una realidad irrefutable.
El anciano sacristán invita al viajero a
alojarse en su casa, invitación que es ávidamente aceptada ante la perspectiva
de una larga caminata de regreso a través de la noche. La pequeña casa
iluminada parece estar en otra dimensión del espacio y no junto a la catedral
herida de muerte. Después de la cena, el anciano muestra su nieto al huésped, Era
de esa «belleza que casi sugiere lo irreal». El pequeñito «se había despojado
de sus ropas de cama —como si la inocencia en este mundo no necesitase de
coberturas ni defensas».
Tal es, a mi juicio, el tema central que
obsesiona a Walter de la Mare: la vulnerabilidad de la inocencia. También
Gilles de Rais o Adolfo Hitler fueron, alguna vez, niños que nos habría gustado
acariciar. Luego, ¿no les sucedió algo maligno, como a la catedral de Todos los
Santos?
He oído que de la Mare fue un hombre
práctico, buen esposo y padre, despierto a las realidades de este mundo. Un
amigo suyo dice de él que era difícil entrevistarlo, porque era él quien todo
el tiempo hacía todas las preguntas.
Hoy no es muy leído en su país. Los ídolos
cambian con las generaciones. Para mí será siempre uno de !os poetas líricos
más grandes de la lengua inglesa. Diez años me costó traducir «Otoño», el breve
poema que dedicó -según creo— a un hijo muerto cuando era todavía muy pequeño.
No fueron para mí en vano estos diez años. Mucho aprendí de semejante Maestro.
He incluido algunos poemas de un libro suyo
dedicado a los niños. Dejo al lector el acertijo de encontrar dónde comienzan y
cómo terminan, con la advertencia de que De La Mare jamás insultó a los niños rebajándose
a su «tamaño», como hacen algunos. Es más, cierta vez afirmó: «Lo mejor no es
bastante bueno para ellos». Palabras que muy bien pudo haber dicho José Martí.
Véase, si no, su La Edad de Oro.
ELISEO DIEGO (Conversación con los difuntos)
Autumn
There is a
wind where the rose was;
Cold rain
where sweet grass was;
And clouds
like sheep
Stream o'er
the steep
Grey skies
where the lark was.
Nought gold
where your hair was;
Nought warm
where your hand was
But
phantom, forlorn,
Beneath the
thorn,
Your ghost
where your face was.
Sad winds
where your voice was;
Tears,
tears where my heart was;
And ever
with me,
Child, ever
with me,
Silence where hope was.
Otoño
Sólo
está el viento donde la rosa estaba,
fría la
lluvia donde la dulce hierba estaba,
y nubes
como ovejas
trepan
por los abruptos
y
grises cielos donde la alondra estaba.
No está
ya el oro donde tu pelo estaba,
no está
el calor donde tu mano estaba,
sino
vago, perdido,
debajo
del espino,
tu
espectro está donde tu rostro estaba.
Tristes
los vientos donde tu voz estaba,
lágrimas
donde mi corazón estaba,
y ya
siempre conmigo,
hijo,
siempre conmigo,
sólo el
silencio donde la esperanza estaba.
All that's past
Very old
are the woods;
And the
buds that break
Out of the
brier's boughs,
When March
winds wake,
So old with
their beauty are—
Oh, no man
knows
Through
what wild centuries
Roves
back the rose.
Very old
are the brooks;
And the
rills that rise
Where snow
sleeps cold beneath
The
azure skies
Sing
such a history
Of come and
gone,
Their every
drop is as wise
As Solomon.
Very old
are we men;
Our dreams
are tales
Told in dim
Eden
By Eve's
nightingales;
We wake and
whisper awhile,
But, the
day gone by,
Silence
and sleep like fields
Of
amaranth lie.
Todo el pasado
Muy
viejos son los bosques
y los
brotes que nacen
en el
rosal silvestre
con el
viento de marzo,
tan
vieja es su belleza—
i oh
ningún hombre supo
a qué
siglos salvajes
se
remonta la rosa!
Muy
viejos los arroyos,
y las
ondas que tiemblan
en la
nieve dormida
bajo
cielos azules,
tales
historias cuentan
de lo
ido y venido
que es
sabia cada gota
como
fue Salomón.
Viejos
somos los hombres;
nuestros
sueños son cuentos
que en
vago Edén murmuran
los
ruiseñores de Eva;
despiertos,
susurramos,
pero,
el día cumplido,
sueño y
silencio campos
de
amaranto son ya.
An epitaph
Here lies a
most beautiful lady,
Light of
step and heart was she:
I think she
was the most beautiful lady
That ever
was in the West Country.
But beauty
vanishes; beauty passes;
However
rare, rare it be;
And when I
crumble who shall remember
This lady
of the West Country?
Epitafio
Aquí
yace la más bella señora,
leve de
corazón como de pie.
Creo
que ha sido la más bella señora
que en
el Condado de Occidente hallé.
Mas la
belleza pasa, sí, se esfuma,
por
pulcra, pulcra que sea o será,
Y
cuando me deshaga, ¿quién, decidme,
a esta
señora la recordará?
The song of the mad prince
Who said,
'Peacock Pie'?
The old
King to the sparrow:
Who said,
'Croes are ripe'?
Rust to the
harrow:
Who said,
'Where sleeps she now?
Where rests
she now her head,
Bathed in
eve's loveliness'?—
That's what
I said.
Who said,
'Ay, mum's the word'?
Sexton to
willow:
Who said,
'Green dusk for dreams,
Moss for a
pillow'?
Who said,
'All Time's delight
Hath she
for narrow bed;
Life's
troubled bubble broken'?—
That's
what I said.
Canción del príncipe loco
¿Quién
dijo: «Pastel de Pavorreal»?
El
viejo rey al gorrión.
¿Quién
dijo: «Las mieses están maduras»?
La
herrumbre al rastrillo.
¿Quién
dijo: «Dónde duerme ahora,
dónde
descansa ella su cabeza
bañada
en la ternura de la tarde»?-
Es lo
que dije.
¿Quién
dijo: «Sí, callar es la palabra»?
El
sacristán al sauce.
¿Quién
dijo: «Penumbra verde para sus sueños
musgo
para su almohada»?
¿Quién
dijo: «Toda la delicia del tiempo
tiene
ella para su estrecha cama,
rota la
angustiada burbuja de la vida»?—
Es lo
que dije.
Alas, Alack!
Ann, Ann!
Come! quick
as you can!
There's a
fish that talks
In the frying-pan.
Out of the
fat,
As clear as
glass,
He put
up his mouth
And moaned
'Alas!'
Oh, most
mournful,
'Alas,
alack!'
Then turned
to his sizzling,
And
sank him back.
¡Ay de mí!
¡Ana,
corre, Ana, ven!
¡Ana,
ven tú también!
Hay un
pez que nos habla
dentro
de la sartén.
Afuera
del aceite,
claro
como un cristal,
alzó su
boca y dijo:
«¡Ay de
mí, por mi mal!»
¡Oh,
qué triste, qué triste!
«Por mi
mal, ¡ay de mí!»
Volvió
luego a sus chispas
y
hundióse al fin allí.
Miss T.
It's a very
odd thing-
As odd as
can be-
That
whatever Miss T. eats
Turns into
Miss T.
Porridge
and apples,
Mince,
muffins and mutton,
Jam,
junket, jumbles
Not a rap,
not a button
It matters;
the moment
They're out
of her plate,
Though
shared by Miss Butcher
And sour
Mr. Bate;
Tiny and
cheerful,
And neat as
can be,
Whatever
Miss T. eats
Turns
into Miss T.
La pequeña Fina T.
Es la
cosa más rara,
así
ninguna fue,
lo que
Fina T. come
se
vuelve Fina T.
Potaje
y mermelada
o
lascas de majá,
tortuga
o merenguitos,
a ella
qué más le da;
vacío
queda el plato
aunque
el Sr. Sinfín
comparta
la comida
con
Doña Retintín.
Alegre
y menudita
y
pulcra se la ve,
y todo
lo que come
se
vuelve Fina T.