lunes, 14 de noviembre de 2011

Gabriele D'Annunzio: La lluvia en el pinar

LA PIOGGIA NEL PINETO

Taci. Su le soglie
del bosco non odo
parole che dici
umane; ma odo
parole più nuove
che parlano gocciole e foglie
lontane.
Ascolta. Piove
dalle nuvole sparse.
Piove su le tamerici
salmastre ed arse,
piove sui pini
scagliosi ed irti,
piove su i mirti
divini,
su le ginestre fulgenti
di fiori accolti,
su i ginepri folti
di coccole aulenti,
piove su i nostri volti
silvani,
piove su le nostre mani
ignude,
su i nostri vestimenti
leggeri,
su i freschi pensieri
che l'anima schiude
novella,
su la favola bella
che ieri
t'illuse, che oggi m'illude,
o Ermione.

Odi? La pioggia cade
su la solitaria
verdura
con un crepitio che dura
e varia nell'aria secondo le fronde
più rade, men rade.
Ascolta. Risponde
al pianto il canto
delle cicale
che il pianto australe
non impaura,
né il ciel cinerino.
E il pino
ha un suono, e il mirto
altro suono, e il ginepro
altro ancora, stromenti
diversi
sotto innumerevoli dita.
E immersi
noi siam nello spirto
silvestre,
d'arborea vita viventi;
e il tuo volto ebro
è molle di pioggia
come una foglia,
e le tue chiome
auliscono come
le chiare ginestre,
o creatura terrestre
che hai nome
Ermione.

Ascolta, ascolta. L'accordo
delle aeree cicale
a poco a poco
più sordo
si fa sotto il pianto
che cresce;
ma un canto vi si mesce
più roco
che di laggiù sale,
dall'umida ombra remota.
Più sordo e più fioco
s'allenta, si spegne.
Sola una nota
ancor trema, si spegne,
risorge, trema, si spegne.
No s’ode voce del mare.
Or s'ode su tutta la fronda
crosciare
l'argentea pioggia
che monda,
il croscio che varia
secondo la fronda
più folta, men folta.
Ascolta.
La figlia dell'aria
è muta: ma la figlia
del limo lontana,
la rana,
canta nell'ombra più fonda,
chi sa dove, chi sa dove!
E piove su le tue ciglia,
Ermione.

Piove su le tue ciglia nere
sì che par tu pianga
ma di piacere; non bianca
ma quasi fatta virente,
par da scorza tu esca.
E tutta la vita è in noi fresca
aulente,
il cuor nel petto è come pesca
intatta,
tra le palpebre gli occhi
son come polle tra l'erbe,
i denti negli alveoli
son come mandorle acerbe.
E andiam di fratta in fratta,
or congiunti or disciolti
(e il verde vigor rude
ci allaccia i malleoli
c'intrica i ginocchi)
chi sa dove, chi sa dove!
E piove su i nostri volti
silvani,
piove su le nostre mani
ignude,
su i nostri vestimenti
leggeri,
su i freschi pensieri
che l'anima schiude
novella,
su la favola bella
che ieri
m'illuse, che oggi t'illude,
o Ermione.

GABRIELE D'ANNUNZIO (Laudi, Libro III, Alcyone)


LA LLUVIA EN EL PINAR

Calla. En las lindes
del bosque no oigo
palabras que dices,
humanas; pero oigo
palabras más nuevas
que pronuncian gotas y hojas
lejanas.
Escucha. Llueve
de las nubes dispersas.
Llueve sobre los tamarindos
salobres y resecos,
llueve sobre los pinos
escamosos e hirsutos,
llueve sobre los mirtos
divinos,
sobre las retamas refulgentes
de racimos de flores,
sobre los enebros tupidos
de bayas perfumadas,
llueve sobre nuestros rostros
silvestres,
llueve sobre nuestras manos
desnudas,
sobre nuestras ropas
ligeras,
sobre los frescos pensamientos
que el alma deja traslucir,
nueva,
sobre el bello cuento de hadas
que ayer
te engañó, que hoy me engaña,
oh Hermíone.

¿Oyes? La lluvia cae
sobre la solitaria
vegetación
con un crepitar que dura
y varía en el aire según las frondas
más ralas, menos ralas.
Escucha. Responde
al llanto el canto
de las cigarras
a las que el llanto austral
no asusta,
ni el cielo ceniciento.
Y el pino
tiene un sonido, y el mirto
otro sonido, y el enebro
otro más, instrumentos
diversos
bajo innumerables dedos.
E inmersos
estamos en el espíritu
del bosque,
de arbórea vida vivientes;
y tu rostro ebrio
está blando de lluvia
como una hoja,
y tus cabellos
perfuman como
las claras retamas,
oh criatura terrestre
que tienes por nombre
Hermíone.

Escucha, escucha. El acorde
de las aéreas cigarras
cada vez
más sordo
se vuelve bajo el llanto
que crece;
pero se mezcla con él  un canto
más ronco
que desde allá abajo sube,
de la húmeda sombra remota.
Más sordo y más débil
se distiende, se apaga.
Sólo una nota
aún tiembla, se apaga,
resurge, tiembla, se apaga.
La voz del mar no se oye.
Ahora se oye sobre toda la fronda
retumbar
la plateada lluvia
que purifica,
el retumbar que varía
según es la fronda
más tupida, menos tupida.
Escucha.
La hija del aire
ha enmudecido; pero la hija
del limo, lejana,
la rana,
canta en la sombra más honda,
¡quién sabe dónde, quién sabe dónde!
Y llueve sobre tus pestañas,
Hermíone.

Llueve sobre tus pestañas negras
de modo tal que parece que lloras
pero de placer; no blanca
sino casi reverdecida,
como salida de una corteza.
Y toda la vida es en nosotros fresca,
perfumada,
el corazón en el pecho es como un durazno
intacto,
entre los párpados, los ojos
son como manantiales entre la hierba,
los dientes en los alvéolos
son como almendras amargas.
Y vamos de maleza en maleza,
o unidos o separados
(y el verde vigor rudo
nos enlaza los tobillos,
nos entrevera las rodillas),
¡quién sabe dónde, quién sabe dónde!
Y llueve sobre nuestros rostros
silvestres,
llueve sobre nuestras manos
desnudas,
sobre nuestras ropas
ligeras,
sobre los frescos pensamientos
que el alma deja traslucir,
nueva,
sobre el bello cuento de hadas
que ayer
te engañó, que hoy me engaña,
oh Hermíone.