martes, 13 de abril de 2021

Horacio y Tomás de Iriarte: El Arte Poética o la Epístola a los pisones

 


Humano capiti ceruicem pictor equinam

iungere si uelit et uarias inducere plumas

undique collatis membris, ut turpiter atrum

desinat in piscem mulier formosa superne,

spectatum admissi, risum teneatis, amici?

QUINTO HORACIO FLACO

ARS POETICA


EL ARTE POÉTICA

O EPÍSTOLA A LOS PISONES

 

Si por capricho  uniera un dibujante

A un humano semblante

Un cuello de caballo, y repartiera

Del cuerpo en lo restante

Miembros de varios brutos, que adornan

De diferentes plumas, de manera

Que el monstruo cuya cara

De una mujer copiaba la hermosura,

En pez enorme y feo rematara;

Al mirar tal figura,

¿Dejarais de reíros, oh pisones?

Pues, amigos, creed que a esta pintura

En todo semejantes

Son las composiciones

Cuyas vanas ideas se parecen

A los sueños de enfermos delirantes,

Sin que sean los pies ni la cabeza

Partes que a un mismo cuerpo pertenecen.

Pero dirán que con igual franqueza

Siempre pudieron atreverse a todo

Pintores y poetas. Lo sabemos:

Y cuando esta licencia concedemos,

Pedimos nos la den del mismo modo;

Mas no será razón valga este fuero

Para mezclar con lo áspero lo suave,

Con la serpiente el ave,

O con tigre feroz manso cordero.

 

A veces  a un principio altisonante

Que grandes cosas entra prometiendo,

Suele alguno zurcir tal cual remiendo

De púrpura brillante;

Como cuando describe, por ejemplo,

Ya el bosque de Diana, ya su templo;

O el arroyuelo que la fértil vega

Acelerado y tortuoso riega;

O bien el caudaloso

Curso del Rin, o el Iris proceloso.

Pero allí nada de esto era del caso.

Sabrás  pintar acaso

Un ciprés: ¿y qué sirve? si el que viene

A darte su dinero, te previene

Le pintes un marítimo fracaso

En que él sobre una tabla destrozada,

Sin esperanza de la vida, nada.

Si hacer una tinaja era tu intento,

¿Por qué, dando a la rueda movimiento

Te ha de salir al fin un pucherillo?

Cualquier asunto, pues, o pensamiento

Debe siempre ser único y sencillo.

 

A todos, a los más, una apariencia

Del buen gusto deslumbra con frecuencia,

(¡Oh tú, padre pisón, pisones hijos

Dignos de padre  tal!) Cuando procuro

Que no pequen mis versos de prolijos,

Tan breve quiero ser, que soy obscuro:

Otro su estilo tanto pule y lima,

Que le quita el vigor, le desanima:

Quiere aquél ser sublime, y es hinchado:

Este que acobardado

Teme la tempestad, y no alza el vuelo,

Siempre humilde se arrastra por el suelo:

Y el que intenta, de un modo extraordinario,

El asunto más simple hacer muy vario,

Surcando el mar a un jabalí figura,

Y a un delfín penetrando la espesura;

Pues, sin el arte, quien un vicio evita,

En vicio no menor se precipita.

En la tienda más próxima a la escuela

En que a esgrimir enseña Emilio, habita

Un escultor que con primor cincela

Las uñas de una estatua, y aun imita

En bronce el pelo suave;

Pero el conjunto de la estatua entera

Le sale mal, porque ajustar no sabe

Las partes al total, como debiera.

Si acaso a este hombre copio,

Cuando de componer me da la idea,

Es contra mi intención; porque es lo propio

Que si yo presumiera de ojos bellos

Y de negros cabellos,

Y una nariz tuviera tosca y fea.

 

Tome el que escribe, asunto que no sea

Superior a sus fuerzas: reflexione

Cuál es la carga que en sus hombros pone,

Y si pueden con ella, o los abruma:

Piénselo bien; y en suma,

Quien elige argumento

Adecuado a su genio y su talento,

Hallará sin violencia

Método perceptible y elocuencia.

O me engaña mi propio entendimiento,

O no es la menor gracia y excelencia

Que este método mismo en sí contiene,

Que de las cosas que decir conviene,

Algunas desde luego se refieran,

Y otras para otro tiempo se difieran.

 

El que un poema escriba

Que al lector ponga en justa expectativa,

Algunos pensamientos aproveche,

Y otros con sabia crítica deseche.

 

El inventar palabras pide tiento,

Delicadeza pide y miramiento.

Hablarás elegante si reúnes

Diestramente dos términos comunes,

Y una voz nueva de los dos resulta.

Cuando a explicar te vieres obligado

Una cosa moderna, extraña, oculta,

Será lícito inventes

Vocablos que jamás hayan llegado

A oídos de tus rancios ascendientes;

Como tengas prudencia

Para usar con templanza esta licencia

Una dicción formada nuevamente

Será bien admitida,

Si su origen dimana

De alguna griega fuente,

Y con leve inflexión viene traída;

Pues la severa crítica romana

No ha de negar a Vario y a Virgilio

Lo que concedió a Plauto y a Cecilio.

¿Habrá algún envidioso que me impida

Aumentar ciertas voces a mi idioma,

Después que Ennio y Catón enriquecieron

El lenguaje de Roma,

Y nuevos nombres a las cosas dieron?

Siempre se pudo, y es razón se pueda

Fabricar algún término reciente

Con el sello corriente

Del día, a imitación de la moneda.

Bien así como el bosque se despoja,

Al declinar el año, de la hoja,

Y otra fresca se viste, así perecen

Los vocablos añejos,

Y otros nuevos retoñan y florecen.

Están los hombres y sus obras lejos

De la inmortalidad; aunque se emprenda

Abrir el Puerto Julio, en que defienda

Neptuno de los fríos

Vientos septentrionales los navíos,

(Obra digna de un rey) o se pretenda

Secar, y convertir en fértil prado

La laguna pontina,

Que el remo antes surcó, y hoy el arado,

Dando ya grano a la región vecina;

O sea que se intente

Refrenar la corriente

Del río que a las mieses fue dañino,

Y enseñarle a seguir mejor camino.

Mas si a este modo es fuerza que perezca

Toda mortal hechura,

¿Quién hará que la gracia y hermosura

De los idiomas viva y permanezca?

Muchas voces veremos renovadas

Que el tiempo destructor borrado había;

Y al contrario, olvidadas

Otras muchas que privan en el día;

Pues nada puede haber que no se altere,

Cuando el uso lo quiere,

Que es de las lenguas dueño, juez y guía.

 

El que enseñó primero

En qué especie de verso convenía

Cantar guerras fatales,

Y hazañas de los fuertes generales

Y de los reyes, fue el antiguo Homero.

 

Sólo era en algún tiempo la elegía,

Con versos desiguales,

Propia de quien se queja y de quien llora;

Pero también con ella suele ahora

Pintar su dicha el que algún bien consigue.

Sobre quién fue su autor, gran competencia

Hay entre los gramáticos; y aun sigue

El pleito sin que nadie dé sentencia.

 

Hicieron el enojo y la impaciencia

Que Arquíloco inventase versos yambos.

El sublime coturno en la tragedia,

Y el zueco en la comedia

Esta clase de metro usaron ambos,

Que imita bien el familiar discurso;

Que, aplacando el bullicio del concurso,

Llama las atenciones;

Y cuadra a las dramáticas acciones.

 

Caliope misma inspira

Para que se celebren con la lira

Los dioses, o los héroes, o el atleta

En la lucha triunfante,

O el caballo arrogante

Que en la carrera vence, o los amores

De juventud inquieta,

O ya del libre Baco los loores.

 

¿Por qué razón me han de llamar poeta,

Si no sé distinguir estos colores,

Ni dar a cada estilo su decoro?

¿Qué? tendré por afrenta, o menosprecio

Aprender lo que ignoro,

Antes que ser toda mi vida un necio?

 

Nunca el asunto cómico permite

Trágicos versos; ni el atroz convite

De Thïestes vulgares expresiones,

Como narración cómica, tolera.

Ninguna de estas dos composiciones

Se aparte de sus límites y esfera.

Con todo, hay ocasiones

En que, elevando el tono la comedia,

Declama airado Cremes en lenguaje

Adecuado a más alto personaje;

Y otras en que se queja la tragedia

Con el humilde y popular estilo.

Así, queriendo Télefo y Peleo,

Pobres y desterrados sin asilo,

A lástima incitar los circunstantes,

La afectación excusan y el rodeo

De términos pomposos, retumbantes.

 

No basta a los poemas que elegantes

A los preceptos del primor se ajusten,

Si dulcemente el ánimo no mueven.

Es menester que lleven

Tras sí los corazones donde gusten.

Como en el hombre es natural reírse

Siempre que oye reír, lo es igualmente,

Siempre que ve afligidos, afligirse;

Y si contigo quieres me lamente,

Tú mismo debes antes lamentarte:

Sólo así en tu dolor me cabrá parte.

Cualquiera de los dos que sin destreza,

(O Télefo y Peleo) represente

Su papel, ha de darme risa, o sueño.

Debe el triste explicarse con tristeza,

El enojado, amenazar con ceño,

Decir jocosos chistes el risueño,

Y el serio, conservar grave entereza;

Pues la Naturaleza

Desde luego formó los corazones

Propensos a sentir las variaciones

De la fortuna: infúndeles la ira;

O júbilo les causa; o les inspira

Melancólico humor que los abate;

Y hace que, fiel intérprete, relate

La lengua los afectos interiores.

Cuando a la situación de los actores

No vienen las palabras apropiadas,

La nobleza y la plebe

Se burlarán riendo a carcajadas.

Diferenciarse en gran manera debe

Lo que habla un dios, de lo que un héroe dice;

Lo que expresa un anciano

A quien la madurez caracterice,

De lo que un mozo intrépido y liviano;

Lo que una gran matrona representa,

De lo que su afectuosa confidenta;

Lo que habla un mercader que ansioso viaja,

De lo que un aldeano

Que su heredad fructífera trabaja.

Ni el asirio se explique

Como el nacido en Colcos; ni se aplique

De Argos al ciudadano

El estilo que es propio del tebano.

 

Si pintas, oh escritor, los caracteres,

O bien sigue la fama de la historia,

O haz que no tengan los que tú fingieres

Circunstancia o acción contradictoria.

Si a la escena sacar de nuevo quieres

Al afamado Aquiles, hazle activo,

Arrebatado, inexorable, altivo;

No reconozca ley, ni guarde fuero,

Y todo se lo apropie con su acero.

Sea inflexible y bárbara Medea;

Ino llore en acento lastimero;

Ío vagante sea;

Osténtese Ixïón traidor, malvado,

Y Orestes de las Furias agitado.

 

Cuando un carácter expresar dispones

No usado en algún drama,

O un héroe nuevo en el teatro expones,

Obre desde el principio de la trama

Hasta el fin de ella igual y consiguiente.

Difícil es pintar exactamente

Los caracteres que podemos todos

Fingir con libertad de varios modos.

Harás mejor si alguna acción imitas

Sacada de la Ilíada de Homero,

Que no en ser el primero

Que represente historias inauditas.

De esta suerte el asunto

Que para todos es un campo abierto,

Será ya tuyo propio; mas te advierto

No sigas (que esto es fácil) el conjunto,

La serie toda, el giro y digresiones

Que usa el original que te propones;

Ni a la letra le robes y traduzcas

Como intérprete fiel que nada inventa;

Ni seas tan servil, que te reduzcas,

Por copiar muy puntual aquel dechado,

A algún temible estrecho,

Del cual salir no puedas sin afrenta,

Cual fuera si te vieses obligado

A describir un hecho

Que no se acomodase

A la ley de un poema de otra clase.

 

Ni has de empezar diciendo

Como el otro poeta adocenado:

Cantar del celebrado

Príamo la fortuna y guerra emprendo.

¿Qué saldrá, al fin, de esta arrogante oferta

Pregonada con tanta boca abierta?

De parto estaba todo un monte; y luego

¿Qué vino a dar a luz? un ratoncillo.

¡Oh, cuánto más juicioso, más sencillo

Es el principio del poeta griego!

Dime, oh Musa, el varón que aniquilada,

Dejó de Troya la ciudad sagrada;

Y tanta muchedumbre

Vio de extrañas costumbres y naciones.

Su intención es dar humo, y después lumbre;

No lumbre, y después humo,

Hasta llegar por grados a lo sumo

Del primor en las bellas descripciones

De Caribdis, de Scila, del gigante

Polifemo, y del rey de lestrigones.

No así aquel escritor extravagante

Que cantó de Diomedes el regreso,

Y el poema empezó desde el instante

En que llevó la muerte

A Meleagro: de la misma suerte

Que el otro que escribir todo el suceso

De la guerra troyana se propuso

Desde que Leda los dos huevos puso.

Homero velozmente se adelanta

Al fin e intento de la acción que canta;

Y como si estuvieran sus lectores

Ya de antemano impuestos

En los diversos lances anteriores

Que a su poema sirven de supuestos,

Los arrebata al punto,

Y los pone en el medio de su asunto;

Dejando siempre aparte

Toda aquella porción de su argumento

Que no puede, aun limada por el arte,

Adquirir brillantez y lucimiento.

Su ficción es tan grata, y de tal modo

Mezcla con ella la verdad, que en todo

Con el principio el medio allí concuerda,

Y con el medio el fin nunca discuerda.

 

Ahora, pues, autor, oye y aprende

Lo que de ti deseo,

Y lo que todo el público pretende.

Si quieres atraer al coliseo

Oyentes que sentados se mantengan

Hasta que bajen el telón, y vengan

A pedir el aplauso acostumbrado,

Las diversas costumbres especiales

De cada edad observa con cuidado,

Distinguiendo las prendas naturales

Que a los mudables años pertenecen,

Y que en las varias índoles se ofrecen.

 

La tierna criatura

Que lo que oye, refiere,

Y ya en andar se suelta y asegura,

Sólo jugar con sus iguales quiere;

Sin causa muestra ceño, o alegría;

Y cada hora condición varía.

 

Ya libre de ayo el mozo

Que aun no empieza a trocar en barba el bozo

Caballos y lebreles apetece,

Y del campo de Marte el ejercicio,

Blando es cual cera a la impresión del vicio

A quien le da consejos aborrece;

Piensa tarde en lo útil; del dinero

Usa con desperdicio;

Es vano y altanero;

Codicia cuanto ve  y al punto olvida

Lo que antes fue la cosa mas querida.

 

En las inclinaciones diferente,

La varonil edad busca riqueza;

Busca también amigos; y ya empieza

A mirar por su honor; evita y siente

Cometer algún yerro, o bastardía

De que se afrente, o se desdiga un día.

 

Una tropa de afanes importuna

Al hombre anciano asalta,

Ya porque junta bienes de fortuna,

Y por ruindad mezquina

Para usar de ellos ánimo le falta,

Ya porque en él domina

La fría timidez y la tardanza.

Con su irresolución nada termina;

Difícilmente admite la esperanza;

Tiene a la vida un inmortal cariño;

Siempre gruñe, o se queja;

De la boca no deja

Los elogios del tiempo en que era niño;

Y aburre con sermones y regaños

A todos los que tienen menos años.

 

Si creciendo la edad, mil bienes trae,

Se los lleva tras sí cuando decae:

Y porque nunca a bulto

Papel de anciano al mozo se adjudique,

Ni al niño el de un adulto,

Conviene que se aplique

El autor a estudiar las propiedades

Que inseparables son de las edades.

 

Cualquier lance en la escena se reduce

O a representación, o a narrativa.

Cierto es que hace impresión menos activa

Lo que por los oídos se introduce

Que lo que por los ojos se aprehende,

Y el mismo espectador por sí lo entiende.

Mas tal vez no conduce

Que algún hecho en las tablas se practique;

Sino que al pueblo explique

Una fiel narración lo que no vea.

Ni sus hijos a vista de la gente

Despedace Medea;

Ni cueza las entrañas

De sus sobrinos el malvado Atreo;

Ni ave se vuelva Progne, ni serpiente

Cadmo; pues maravillas tan extrañas,

Cuando me las pintáis tan neciamente,

Repugnantes me son, y no las creo.

 

Para que un drama al público entretenga,

Y éste le pida siempre con deseo,

Ni más ni menos de cinco actos tenga.

Conducido en tramoya un dios no venga

Que el final desenredo facilite,

Cuando el enredo un dios no necesite.

Ni en cada escena llegarán a cuatro

Las personas que ocupen el teatro.

Haga las veces de un actor el coro;

Y entre los actos sea lo que entone

Tan conforme al propósito y decoro

De la acción, que con ella se eslabone.

Al hombre honrado aliente y patrocine;

Únase al buen amigo;

Aplaque al irritado; y apadrine

Al que de la maldad es enemigo;

Aplauda la inocencia y la delicia

De la mesa en que reina la templanza;

La debida alabanza

Tribute a la benéfica justicia;

Cante las leyes, y el estado quieto

De aquel pueblo feliz en que las puertas

Con libertad segura estén abiertas;

Sea fiel al secreto;

Y a las deidades ruegue

Que la fortuna a los soberbios niegue

El logro de sus gustos,

Y atienda a las miserias de los justos.

 

La flauta a los principios, como ahora,

Con cercos de latón no se adornaba,

Y no era del clarín competidora.

Con sencillez al coro acompañaba,

Siendo corta y de pocos agujeros.

Del soplo a los impulsos más ligeros

En todos los asientos bien se oía,

Los cuales todavía

No eran, como hoy, estrechos y apiñados.

Allí un escaso número asistía

De vecinos contados,

Tan pies y modestos como honrados.

Pero más adelante,

Cuando el pueblo latino

Se vio con más haciendas, más triunfante,

Extendiendo sus muros, y en las fiestas

Impunemente se entregaba al vino,

Y al pasatiempo en público y de día;

Música y poesía

Más libres fueron ya, más descompuestas.

¿Y qué otra cosa producir podía

La ignorancia del rústico aldeano

Que al fin de su labor se hallaba ocioso,

Unido con el culto ciudadano,

Y la mezcla del ruin con el virtuoso?

Así después al arte primitivo

Movimiento más vivo,

Más variedad y lujo dio el flautista;

Y en el tablado con desenvoltura

Arrastraba, a la vista

Del pueblo, rozagante vestidura.

De la propia manera

La lira, que antes fue grave instrumento,

En sus cuerdas y voces tuvo aumento;

Y remontó su estilo hasta la esfera

El coro con insólita osadía.

Su moral documento

Que indagar pretendía

Cuanto es útil al hombre, y las secretas

Sendas investigar de lo futuro,

Usó un idioma enfático y obscuro,

Cual era el de los deíficos profetas.

 

El mismo autor que a disputar se puso

De la tragedia el premio, que algún día

Era el vil padre de la grey cabría,

Inventó luego el uso

De sátiros desnudos en la escena;

Y una farsa mordaz, de burlas llena

Introducir pensó, sin detrimento

Del serio y grave estilo. Fue su intento

Que hallase el vulgo en las festivas sales

La grata novedad y el atractivo,

Cuando en los sacrificios bacanales

La excesiva licencia

Del comer y beber era incentivo

Del desenfreno y pública insolencia.

Si alegrar deben la tragedia triste

Los sátiros burlescos, decidores,

Alternen los autores

De tal modo las veras con el chiste,

Que aquel dios, o aquel héroe que se viste

De rica grana y oro anterioremente,

Después no se presente

Hablando en el lenguaje humilde y llano

De las tiendas más viles de la plebe;

O por querer usarle muy lozano,

Y distante del ínfimo, se eleve

A la excelsa región del aire vano.

Aquestos versos frívolos, chanceros,

Mezclarse en la tragedia no debieran;

Mas ya que ella sátiros se ingieran,

No sean disolutos ni groseros.

Súfralos con modestia y parcimonia,

A imitación de la matrona honesta

Que se ve en ciertos días de gran fiesta

Precisada a bailar por ceremonia.

 

Si yo, pisones míos, me ocupara

En satíricos dramas de de este modo,

No me explicara libremente en todo

Con locución desaliñada y clara;

Ni del trágico estilo me apartara

Tanto que confundiera

Con lo que hablase Davo,

Que hace en comedias el papel de esclavo,

Y la atrevida Pitias que el dinero

Saca al viejo Simón, lo que dijera

Sileno, ayo de un dios y compañero.

Fingiera yo sobre un trivial asunto

Una acción bien seguida, de manera

Que oyéndola cualquiera,

Se figurase al punto

Que él otro tanto haría,

Y poniéndose a ello, viese que era

Inútil el sudor y la porfía.

 

¡Tanto puede una serie de incidentes

Ligados a un buen plan, y consiguientes!

Tantos primores caben

Aun en lo mismo que ya todos saben!

 

Los faunos que en las selvas se han criado,

Por mi voto, jamás en el tablado

Han de hablar el idioma

Que por calles y plazas se usa en Roma;

Ni pronunciar cual jóvenes galanes

Tiernas y delicadas expresiones;

Ni decir indecencias de truhanes,

O soeces dicterios y baldones;

Que aunque esto es lo que agrada

A los que compran nueces y tostones,

Nunca lo escucha con paciencia el gremio

De gente bien nacida y bien criada,

Como digno de aplausos o de premio.

 

Llaman yambo el pie rápido en que venga

Una sílaba larga tras la breve.

El verso yambo de seis de ellos nace;

Y esta rapidez hace

Que de trímetro yambo el nombre lleve,

Aunque seis y no tres medidas tenga.

Solía constar antes

De yambos puros todos semejantes;

Pero después acá, porque al oído

Más noble y más pausado sonar pueda,

Los graves espondeos ha admitido.

Complaciente y sufrido;  

Con tal que no les ceda

Segundo o cuarto puesto.

Que reservarse para sí ha dispuesto.

Pocos trímetros hechos de esta suerte

Se hallan en los poetas Accio y Enio,

(Aunque  se aplauda de ambos el ingenio)

En los cuales se advierte

De lentos espondeos la abundancia.

Que o bien arguyen una incuria omisa,

O demasiada prisa,

O del arte y sus reglas ignorancia.

Pero no, no son todos jueces rectos,

Que en un poema vean los defectos

De harmonía y cadencia;

Y es grande la licencia

Que a nuestros escritores

Han dado injustamente los lectores.

Mas ¿esto me valdrá para que escriba

Sin regla ni concierto?

O bien ¿será razón que aunque conciba

Que todos, si cometo un desacierto,

Me le habrán de notar, quiera, no obstante.

Seguro, confiado y con descuido.

Llevar mis desatinos adelante.

Porque otros el perdón han obtenido?

Y al fin, aun cuando acierto

A observar bien las reglas en mi escrito,

¿Qué habré logrado? la censura evito;

Pero ¿merezco elogio? no por cierto.

Revolved, pues, vosotros, o Pisones,

Las obras de los griegos noche y día.

Mas podrán replicar ¿no merecía

En el tiempo de antaño aclamaciones

La aguda poesía

En que Plauto mezclaba sus gracejos?

Sí; pero aquellos viejos

Los admiraron con bondad paciente,

Y aun estoy por decir que neciamente;

Si ya no es tanta la torpeza mía

Y la vuestra también, que confundamos

La gracia con la vil chocarrería,

Y cuando los pies métricos contamos

Ya por los dedos, ya por el oído,

Apenas distingamos

Lo que es verso arreglado y bien medido.

 

Fue Thespis el poeta

 

Que en la Grecia inventó, según es fama.

Nuevo trágico drama,

Y que en una carreta

Por los pueblos llevó representantes,

Recitando unas veces,

Y otras cantando con las turbias heces

Del vino embarnizados los semblantes,

Formando luego Esquilo

De no muy altos leños un tablado,

De una ropa talar ordenó el uso

A los actores; máscara les puso;

Y haciéndolos hablar más alto estilo,

Les destinó el coturno por calzado.

De esta misma tragedia

Fue la antigua comedia

Sucesora feliz, bien aplaudida;

Pero siendo insolente sin medida.

Degeneraba en vicio tan nocivo.

Que presto dio motivo

A que se contuviera

Su audacia con ley pública y severa;

Y enmudeciendo ignominiosamente

El coro a su despecho.

Perdió el libre derecho

De ser ultrajador y maldiciente.

 

Ya no han dejado asunto

Por tocar nuestros hábiles poetas;

Pero hoy en ningún punto

Merecen alabanzas más completas

Que en separarse de la griega historia,

Y al teatro sacar con nueva gloria

Las notables acciones de romanos,

Unos en las comedias pretextatas,

En que entran los primeros ciudadanos;

Otros en las togatas,

En que hablan gentes de inferior esfera.

Y acaso en letras más ilustre fuera

Que lo es en armas el país del Lacio,

Si ya las obras de la docta pluma

Limasen los ingenios con espacio.

Vosotros, descendientes del gran Numa,

Condenad todo verso

Que con diez correcciones.

Después de muchos días y borrones,

No haya quedado bien pulido y terso.

 

Porque pensó Demócrito que el arte

Es menos esencial en el poeta

Oye el genio, y porque rígido decreta

Que todo el que no tenga alguna parte

De loco, no ha de entrar en el Parnaso,

Se ven a cada paso

Algunos que se dejan

Crecer uñas y barba expresamente;

Se retiran del trato de la gente,

Y de los baños públicos se alejan.

Tienen por evidente

Que del renombre de poeta ufanos

Pueden estar, con no poner en manos

Del barbero Licino

Las testas en que el tino

Perdieron de tal modo

Que acaso restaurarle no podría

El heléboro todo

Que en tres islas Antíciras se cría.

¡Harto necio soy yo, por vida mía,

Que me tomo al entrar la primavera

Para evacuar la bilis un purgante!

Si no fuera por esto, ¿quién pudiera

Versificar mejor, más elegante?

Mas yo no expongo a tanta costa el juicio.

De piedra de amolar haré el oficio,

Que, aunque por sí no corta,

Hace que corte el hierro: y nada importa

El no ser yo escritor, para que explique

Cuál es la obligación y el ejercicio

De todo aquél que a serlo se dedique:

Cómo encuentra caudal la poesía;

Qué es lo que a un buen poeta instruye y forma;

De lo decente, o no, cuál es la norma;

Adonde el arte, adonde el error guía.

 

Del escribir con propiedad y peso

El principio y la fuente es tener seso.

En su filosofía

Sócrates la materia nos enseña

De cosas que decir: y al que ya tiene

Bien previsto el asunto en que se empeña,

La explicación naturalmente viene.

Así, quien sabe el proceder humano

Que con patria y amigo usar conviene,

Cómo ha de amar al padre y al hermano,

Cómo a su huésped; qué cuidado encierra

O el empleo de un padre del Senado,

O el de otro magistrado,

O ya el de un general que va a la guerra,

Ese es quien bien adapta y establece

Lo que a cada sujeto pertenece.

El sabio imitador con gran desvelo

Ha de atender, si observa mi mandato,

A la naturaleza, que el modelo

Es de la humana vida y moral trato;

De cuyo original salga una copia

Con la expresión más verdadera y propia.

La comedia, tal vez, que se hermosea

Con las varias sentencias, y observancia

De buenos caracteres, aunque sea

Pobre de arte, energía y elegancia,

Más entretiene al pueblo, y le recrea,

Que el verso sin substancia,

Que suena bien, y al fin es fruslería.

 

Las musas a los griegos el ingenio

Dieron, y del lenguaje la harmonía.

Aspiran todos por nativo genio

A ser sólo de honor y fama ricos.

Pero acá los romanos desde chicos

Saben hacer prolijas particiones

De un as o de una libra, en cien porciones.

Diga el hijo de Albino el Usurero,

Si de cinco dozavas

Descontar una quiero,

¿Cuánto resta? Ea, di: ¿por qué no acabas?—

Queda un tercio cabal— Bien ajustado.

Sabrás cuidar tu hacienda. Y di ¿si añado

Una dozava más a aquellas cinco,

¿Qué suma? Una mitad cuando este ahínco

En allegar caudal, y esta carcoma

Del perverso interés domina en Roma,

¿Qué versos esperamos que hoy se escriban

Que con jugo de cedro preservados,

Y en tablas colocados

De bruñido ciprés, durables vivan?

 

Los poetas desean

O que sus obras instructivas sean,

O divertidas, o contengan cosas

Al paso que agradables, provechosas.

Si enseñar quieres, concisión observa;

Que el humano concepto,

Cuando es breve el precepto,

Percibe dócil, y puntual conserva,

Y todo lo superfluo, y no del caso

Rebosa, cual licor que colma el vaso.

Lo que con fin de recrear se invente,

A la verdad se acerque en lo posible:

La cómica ficción no represente

Por antojo o capricho lo increíble;

Ni a la bruja que un niño tragó entero,

Se le saquen del vientre carnicero.

Senadores ancianos

Vituperan las obras que no instruyen,

Y caballeros jóvenes romanos

De las muy serias y profundas huyen.

Mas todos con su voto contribuyen

Al que enseñar y deleitar procura,

Y une la utilidad con la dulzura.

El libro en que ambos méritos se incluyen,

A los libreros socios da dinero;

Pasar el mar merece;

Al autor ennoblece,

Y le asegura un nombre duradero.

 

Pero son disculpables ciertas faltas;

Pues no siempre despide

La cuerda el son que el tocador la pide,

Que en vez de voces bajas, da las altas;

Ni siempre el tirador al blanco acierta.

Cuando yo en un poema acaso advierta

Gran numero de gracias singulares,

Perdonaré lunares,

Si fueren pocos; porque habrán nacido

O de leve descuido,

O de humana flaqueza.... Mas a espacio

Que no siempre hay perdón. Cuando reacio

Escribe el mal copiante (aunque le enmiendan)

Una misma mentira,

No, no merece que su excusa atiendan.

Si el que tañe la lira

En una cuerda siempre se equivoca,

¿Quién no se ha de reír de lo que toca?

Al que todo lo yerra, yo comparo

Con Chérilo el poeta,

De quien me admiro y rio, si reparo

Que, por acierto raro,

Una cosa discreta,

O a lo más, dos o tres, hay en su escrito;

Y al contrario, me irrito,

Si el buen Homero se descuida o duerme.

Pero también es fuerza convencerme

De que en libro tan lato

No es mucho que al autor dé sueño un rato.

 

Pintura y poesía se parecen;

Pues en ambas se ofrecen

Obras que gustan más vistas de lejos;

Y otras, no estando cerca, desmerecen.

Cuál debe colocarse en parte obscura;

Cuál de la luz no teme los reflejos,

Ni del perito la sutil censura:

Por la primera vez agrada aquélla;

Esta, diez veces vista, aun es más bella.

 

Oh tú, hermano mayor de los Pisones,

Aunque el cielo prudencia darte quiso,

Y de tan sabio padre las lecciones,

Ten en memoria este importante aviso.

En ciertas profesiones

Se puede tolerar la medianía.

Suele un Jurisconsulto, un Abogado,

No tener la elocuente valentía

De Mésala, ni ser tan gran letrado

Como es Aulo Caselio; y aun, con todo,

Mérito no le falta en cierto modo;

Mas poetas medianos,

Ni los sufren los dioses soberanos,

Ni tampoco los hombres,

Ni menos los aguantan

Los mismos duros postes en que plantan

Carteles con sus obras y sus nombres.

Cual suele en un banquete regalado

Causar gran desagrado

De una orquesta infeliz la disonancia,

O, para ungirse, una pomada rancia,

O bien la adormidera

Con la miel de Cerdeña mal mezclada;

Porque aquella función muy bien pudiera

Ser buena, sin que de esto hubiera nada;

Así la poesía,

Que para dar recreo fue inventada,

En vil y despreciable degenera,

Si del perfecto grado se desvía.

El que de lidiar bien no se gloría,

No va al Campo de Marte;

Y el que ignora con qué arte

Pelota, disco, y trompo se manejan,

Se abstiene de jugar, por si motejan

Con risas insolentes

Su poca habilidad los concurrentes.

Mas cualquier necio ya, si se le antoja,

A hacer versos se arroja.

Y ¿por qué no, si es hombre que proviene

De estirpe noble y clara;

Mucho más, cuando tiene

Suficiente dinero

Para ser recibido caballero,

Y nadie puede echarle nada en cara?

 

Tal es tu entendimiento y tu cordura,

Que no harás ni dirás violentamente

Cosa en que el numen obre renitente;

Mas si algo, por ventura,

Escribes algún día,

Sujétalo de Mecio a la censura,

Como a la de tu padre y a la mía;

Y tenlo hasta nueve años reservado;

Porque mientras inéditos guardares

Tus pergaminos, puedes con cuidado,

Corregir los defectos que repares;

Mas es inútil esperar la vuelta

De la palabra que una vez se suelta.

 

A los hombres feroces

EI sacro Orfeo, intérprete divino,

Separó con lo dulce de sus voces

Del estado brutal en que vivían,

Siendo uno de otro bárbaro asesino:

Y por tales acciones

Todos le atribuían

Que domó fieros tigres y leones.

Del mismo modo los tebanos muros

Edificó Anfión, que con los sones

Del acorde instrumento

Tras sí llevaba los peñascos duros,

Dóciles al poder del blando acento.

Entonces la mejor sabiduría

Era la que prudente discernía

Ya del público bien el bien privado,

O ya de lo profano lo sagrado;

Refrenaba la torpe demasía

De tener las mujeres por comunes;

Los matrimonios conservaba inmunes,

Sanas reglas dictando a los esposos;

Se aplicaba a fundar pueblos dichosos,

Y grababa las leyes en madera.

Llegaron a adquirir de esta manera

Los divinos poetas alta gloria,

Dando a sus versos inmortal memoria.

Luego la poesía

Del celebrado Homero y de Tirteo

Los varoniles ánimos movía

Al logro ilustre del marcial trofeo.

Ya el respetable oráculo de Apolo

Explicaba tan sólo

En verso sus decretos;

Ya de naturaleza los secretos

En verso se enseñaban igualmente:

El favor de los reyes soberanos

Solicitar en verso era frecuente;

Y hallaron los humanos

En las varias poéticas ideas

Gusto y descanso al fin de sus tareas.

Esto refiero aquí, noble mancebo,

Porque el arte canoro

De las discretas musas y de Febo

Alguna vez no tengas por desdoro.

 

Dudan si el verso digno de alabanza

Del natural ingenio se deriva,

O bien del artificio y enseñanza.

Yo creo que el estudio nada alcanza

Sin la fecundidad de la inventiva;

Ni la imaginación inculta y ruda

Es capaz por sí sola del acierto;

Pues han de darse, unidas de concierto,

Naturaleza y arte mutua ayuda.

El atleta robusto que su brío

Desea ver premiado en la carrera,

Se agitó mucho cuando joven era,

Sufrió mucho también; expuesto anduvo

Siempre al calor y al frío;

Y en fin, del vino y del amor se abstuvo.

El flautista que diestro

Hoy el cántico pitio entonar sabe,

Aprendió con un rígido maestro.

Mas ya basta decir en tono grave:

Nadie, nadie me excede

En hacer un poema prodigioso.

Ruin sea por quien quede:

Que otro me deje atrás no es decoroso;

Ni confesar con injuriosa nota

Que en lo que no aprendí soy un idiota.

 

Como al puesto en que hay géneros de venta

Convoca un pregonero

Numeroso tropel de compradores:

Así el poeta a quien su campo renta,

Y tiene medios de imponer dinero,

Atrae a la ganancia aduladores.

Si da una buena mesa, además de esto,

Y sale por fiador del que en pobreza

Ha caído por ser mala cabeza,

Y de un pleito funesto

Le liberta benévolo; yo apuesto

Que no tendrá la dicha, ni el buen tino

De conocer qué amigo es falso o fino.

A quien hubieres hecho algún presente,

O hacérsele medites,

Para oír versos tuyos no le cites;

Pues si lleno de júbilo se siente,

Clamará: ¡bueno! ¡lindo! ¡bravamente!

Pálido se pondrá; y aun por ventura

Llorará de amistad y de ternura;

Saltará en el asiento,

Dando fuertes patadas de contento.

Cual suelen demostrar los que alquilados

Van a llorar a un duelo,

En acciones y en voz, más desconsuelo

Que los que están de veras angustiados;

Tal siente, al parecer, el lisonjero

Más que el panegirista verdadero.

 

Cuéntase de los grandes potentados,

Que para hacer de alguno confianza,

Le dan a beber vino sin templanza:

Con repetidos brindis le atormentan,

Hasta que experimentan

Si de amistad, por su reserva, es digno,

En caso de que escribas poesías,

Harás mal si te fías

De adulador maligno

Que en astucias imita a la raposa.

 

Cuando a Quintilio Varo

Un autor recitaba alguna cosa,

Le decía bien claro:

Corrige sin temor esto o aquello.

Si el otro replicaba: no es posible,

Pues dos veces o tres me he puesto a ello,

Le ordenaba inflexible

Volver al yunque el verso mal forjado.

Mas si el autor buscaba en su pecado

Disculpas, en lugar de correcciones,

Ya no empleaba en vano

Ni tiempo ni razones;

Y al escritor dejaba mano a mano

Con su obra idolatrada,

Sin más rival que le estorbase en nada.

 

El que es hombre de bien, y hombre de pulso,

Sabrá tachar el verso flojo, insulso;

Condenará los ásperos e ingratos;

Su pluma borrará con negra raya

Aquéllos en que gracia y arte no haya;

Cercenará los frívolos ornatos;

Lo que está obscuro, mandará se aclare;

Sin que tampoco apruebe

El equívoco ambiguo en que repare;

Notando, en fin, cuanto mudarse debe.

Aristarco será, censor severo;

No de aquéllos que dicen: yo no quiero

En materia tan leve

Disgustar a un amigo por sincero.

Estas leves materias

Algún día tendrán resultas serias

Cuando ya el adulado se haya visto

Entre todos ridículo y malquisto;

Pues el hombre sensato

No menos que a un ictérico, a un leproso,

Y a un demente lunático y furioso,

Huye y teme al Poeta mentecato.

La turba, de muchachos imprudente

Es sólo quien le acosa y quien le hostiga;

Y alguno que inocente

No ve cuánto se expone el que le siga.

S i, vomitando versos remontados,

Se extravía aquel loco, y se desmanda,

Corriendo a todos lados,

Cual cazador que tras los mirlos anda,

Y se cae en un hoyo o en un pozo,

Clamando con sollozo:

¡Favor, Señores! ¿no hay quién me socorra?

Nadie hallará que a libertarle corra,

Mas si alguno, acudiendo en tal fracaso,

Le echa una cuerda, yo diré al momento:

¿Qué sabes tú si acaso

Se arrojó por su gusto, y si su intento

Es que no se le saque del mal paso?

Y citaré la muerte

De Empédocles, poeta de Agrigento;

La cual fue de esta suerte:

Como pasar quería

Por un dios inmortal, se arrojó un día

Con la mayor frescura al Etna ardiente.

Piérdanse los poetas libremente

Cada vez que les diere tal manía;

Pues conservar la vida al que se muere

Por gusto propio, es tanta tiranía

Como matar al que morir no quiere.

No es ya la vez primera

Que ha intentado este raro desatino;

Y aunque de aquel conflicto bien saliera,

No quisiera dejar de ser divino,

Ni olvidara el anhelo que le inflama

De adquirir con tal muerte nombre y fama.

No se sabe, en verdad, por qué delito

Al poeta infundió su mala estrella

De escribir siempre versos el prurito:

Si profanó tal vez la sepultura

De su padre, orinándose sobre ella;

O arrancó por ventura,

Cometiendo un sacrílego atentado,

La señal que denota ser sagrado

El lugar triste en que cayó centella.

Lo cierto es que frenético y rabioso,

A manera del oso

Que de su jaula quebrantó la reja,

Va ahuyentando a ignorantes y discretos

Con los atroces versos que recita;

Al que una vez cogió ya no le deja;

Le asesina leyendo mamotretos;

Y a sanguijuela terca se asemeja,

Que de la piel que chupa no se quita,

Hasta que está de sangre bien ahíta.

 

TOMÁS DE IRIARTE