miércoles, 4 de octubre de 2017

Henri-Frédéric Amiel: Primeras páginas del "Journal"

PRIMERAS PÁGINAS DEL JOURNAL

Berlín, 16 de julio de 1848.— Sólo una cosa es necesaria: poseer a Dios. —Todos los sentidos, todas las fuerzas del alma y de la mente, todos los dones exteriores no son más que salidas con vista a la divinidad: diferentes modos de gustar de Dios y de adorarlo. Hay que saber desprenderse de todo que podemos perder, apegarse por completo sólo a lo eterno y a lo absoluto, y disfrutar de lo demás como si fuera un préstamo, un usufructo… Adorar, comprender, recibir, sentir, dar, actuar: ésa es tu ley, tu deber, tu dicha, tu cielo. Y que ocurra lo que fuere, incluso la muerte. Ponte de acuerdo contigo mismo, vive en presencia de Dios, en comunión con él y deja que guíen tu existencia las fuerzas generales contra las que nada puedes. Si la muerte te da tiempo, tanto mejor. Si te mata a medias, tanto mejor pese a todo: te cierra la carrera del éxito para abrirte la del heroísmo, de la resignación y de la grandeza moral. Toda vida posee su grandeza y como te es imposible salir de Dios, lo mejor es que elijas hacer deliberadamente en él tu morada.

20 de julio de 1848 (Berlín). Juzgar nuestro tiempo desde el punto de vista de la historia universal, la historia desde el punto de vista de los períodos geológicos, la geografía desde el punto de vista de la astronomía, es una liberación para el pensamiento. Cuando la duración de la vida de un hombre o de un pueblo nos aparece tan microscópica como la de una mosquita, e, inversamente, la vida de una efímera tan infinita como la de un cuerpo celeste con todo su polvo de naciones, nos sentimos muy pequeños y muy grandes, y podemos dominar desde lo alto de las esferas nuestra propia existencia y los pequeños torbellinos que agitan nuestra pequeña Europa.

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En el fondo, sólo hay un objeto de estudio: las formas y las metamorfosis del espíritu. Todos los otros objetos se reducen a éste; todos los otros estudios conducen a este estudio.

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Ginebra, 20 de abril de 1849. Hoy hace seis años que dejé Ginebra por última vez. ¡Cuántos viajes, cuántas impresiones, cuántas observaciones, cuántos pensamientos, cuántas formas de cosas y de hombres, desde entonces, han pasado delante de mí y en mí! Estos últimos siete años han sido los más importantes de mi vida; han sido el noviciado de mi inteligencia, la iniciación de mi ser al ser.

Torbellino de nieve, tres veces, esta tarde. ¡Pobres durazneros y ciruelos en flor! ¡Qué diferencia con seis años atrás, cuando los hermosos cerezos engalanados con su verde vestido de primavera, cargados con sus ramos de boda, le sonreían a mi deambular por los campos valdenses y que las lilas de Borgoña me echaban al rostro los efluvios de sus perfumes!..

3 de mayo de 1849. Nunca sentiste la seguridad interior del genio, ni el presentimiento de la gloria ni de la dicha. Nunca te viste a ti mismo importante, célebre, ni siquiera como esposo, padre, ciudadano influyente. Esa indiferencia por el futuro, esa desconfianza completa son signos sin duda. Aquello en lo que cavilas es vago, indefinido; no tienes que vivir porque ahora apenas si eres capaz de hacerlo. –Mantente sereno; deja a los vivos vivir y resume tus ideas, haz el pensamiento de tu pensamiento y de tu corazón: es lo más útil que puedes hacer. Renuncia a ti mismo y acepta tu cáliz, con su miel y su hiel, poco importa. Haz que Dios descienda en ti, báñate en él de antemano, haz de tu alma un templo del Espíritu Santo; haz buenas obras, haz a los otros felices y mejores.

De ahora en adelante, carece de ambición personal, y entonces hallarás consuelo para vivir o para morir, ocurra lo que ocurriere.

27 de mayo de 1849. No ser apreciado en su justo valor  incluso por los que amamos, es la copa de amargura y la cruz de la vida; eso es lo que pone en los labios de los hombres superiores esa sonrisa dolorosa y triste que sorprende; es la prueba más cruel reservada a los hombres que se sacrifican; es lo que más a menudo habrá estrujado el corazón del Hijo del Hombre, y, si Dios pudiera sufrir, es la herida que le haríamos todos los días. El también, él sobre todo, es el gran ignorado, el soberanamente incomprendido. ¡Ay, ay! No cansarse, no perder el entusiasmo, ser paciente, simpático, acogedor; acechar la flor que nace y el corazón que se abre; esperar siempre, como Dios; amar siempre, ahí está el deber.

3 de junio de 1849. Tiempo delicioso, fresco y puro. Largo paseo matinal. Sorprendí en flor a los espinos blancos y los rosales silvestres. Vagos y salubres perfumes del campo. Los Voirons enmarcados por un borde de niebla deslumbrante, Salève vestida con bellos matices aterciopelados. Trabajos en el campo. Dos asnos encantadores, uno de ellos paciendo con avidez en un cerco de berberis. Tres niños pequeños; sentí unas ganas desmesuradas de darles un beso. Gozar del ocio, de la paz del campo, del buen tiempo, de la naturalidad; tener junto a mí a mis dos hermanas; dejar que mis ojos descansen con la vista de las praderas perfumadas, y con los huertos en todo su esplendor; oír como canta la vida en las hierbas y en los árboles; ser tan dulcemente feliz, ¿no es demasiado?, ¿es algo merecido? ¡Ah! Disfrutémoslo sin reprocharle al cielo su benevolencia; disfrutémoslo con gratitud. Los días malos llegan  bastante temprano y son bastante numerosos. No tengo el presentimiento de la dicha. Aprovechemos tanto más el presente. Ve, buena Naturaleza, sonríeme y encántame. Echa un velo durante algún tiempo sobre mis propias tristezas y sobre las de los demás; déjame ver sólo los pliegues de tu manto de reina y oculta las miserias debajo de las magnificencias.

1 de octubre de 1849. Ayer domingo, releí y saqué notas de todo el Evangelio según San Juan. Me confirmó en mi idea de que, en lo que concierne a Jesús, es necesario creer sólo en él y descubrir la imagen verdadera del fundador detrás de todas las refracciones prismáticas a través de las que llega hasta nosotros, y que la alteran siempre en algo. Rayo luminoso y celeste caído en el entorno humano, la palabra de Cristo se ha quebrado en colores irisados y se ha desviado en mil direcciones. La tarea histórica del cristianismo es, siglo tras siglo, padecer una nueva metamorfosis, espiritualizar siempre más la comprensión de Cristo y de la salvación.

Me deja estupefacto la increíble cantidad de judaísmo, de formalismo, que todavía subiste, diecinueve siglos después de que el Redentor proclamase que lo que mataba era la letra y que el simbolismo había muerto. La nueva religión es tan profunda que ni siquiera hoy en día es comprendida, y les parece blasfematoria a la mayoría de los cristianos. La persona de Cristo es el centro de esa revelación; revelación, redención, vida eterna, divinidad, humanidad, propiciación, encarnación, juicio, Satanás, cielo, infierno, todo eso se ha materializado, vuelto grosero, y presenta esa extraña ironía de tener un sentido profundo y de ser interpretado carnalmente. Hay que volver conquistar la audacia y la libertad cristianas; es la Iglesia que es herética, la Iglesia que tiene la vista turbia y el corazón tímido. Guste o no, hay una doctrina esotérica. Hay una revelación relativa: cada cual entra en Dios tanto como Dios entra en él y, como lo dice Angelus Silesius, creo, los ojos con los que veo a Dios son los mismos ojos con los que él me ve.

El cristianismo, si quiere triunfar sobre el panteísmo tiene que absorberlo; para los pusilánimes de nuestros días, Jesús estaría manchado con un odioso panteísmo, ya que confirmó la palabra bíblica: Vosotros sois dioses, y también San Pablo que nos dice que pertenecemos a la raza de Dios.

Nuestro siglo necesita una dogmática nueva, es decir una explicación más profunda de la naturaleza de Cristo y de los destellos que proyecta en el cielo y en la humanidad.

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El heroísmo es el triunfo resplandeciente del alma sobre la carne, es decir sobre el miedo: miedo a la pobreza, al sufrimiento, a la calumnia, a la enfermedad, al aislamiento y a la muerte. No hay piedad verdadera sin heroísmo. El heroísmo es la concentración deslumbrante y gloriosa del coraje.

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El deber posee la virtud de hacernos sentir la realidad del mundo positivo, al mismo tiempo que nos libera de él.

30 de septiembre de 1850. La relación entre pensamiento y acción me ha preocupado mucho, al despertarme, y esta fórmula extraña, a medias nocturna, me sonreía: La acción no es sino pensamiento que ha tomado volumen, que se ha vuelto concreto, oscuro, inconsciente. Me parecía que nuestras ínfimas acciones, comer, caminar, dormir, son la condensación de una multitud de verdades y de pensamientos, y que la riqueza de ideas oculta está en razón directa de la vulgaridad de la acción (como el sueño que es tanto más activo cuanto más profundamente dormimos). El misterio nos asedia, y lo que vemos y hacemos cada día es lo que esconde la mayor suma de misterios. Por medio de la espontaneidad, reproducimos analógicamente la obra de la creación: inconsciente, es la acción simple; consciente, es la acción inteligente, moral. En el fondo, es la sentencia de Hegel; pero nunca me había parecido más evidente, más palpable. Todo lo que es, es pensamiento, pero no pensamiento consciente e individual. La inteligencia humana no es más que la consciencia del ser. Es lo que alguna vez formulé así: Todo es símbolo de símbolo, ¿y símbolo de qué? Del espíritu.

…Acabo de hojear las obras completas de Montesquieu y no puedo plasmar todavía bien la impresión que me produce ese estilo singular, de una gravedad seductora, de un descuido tan conciso, de una fuerza tan fina, tan astuto en su frialdad, tan distante y al mismo tiempo tan tenaz, discontinuo, inarmónico como notas escritas al azar, y, no obstante, deliberado. Me parece ver una inteligencia, seria y austera por naturaleza, que se engalana con ingenio por simple convención. El autor desea estimular tanto como instruir. El pensador es también un hombre culto y distinguido; en el jurisconsulto hay algo del artista de segundo plano, y un grano de los perfumes de Cnido ha penetrado en el tribunal de Minos. Es la austeridad tal como la entendía su siglo en filosofía y en religión. En Montesquieu, el esmero, si existe, no está en las palabras, está en la cosas. La frase se desliza sin esfuerzo y con desenvoltura, pero el pensamiento se escucha a sí mismo.

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Cada pimpollo sólo florece una vez y cada flor sólo tiene un minuto de perfecta belleza; del mismo modo, en el jardín del alma, cada sentimiento tiene algo así como su minuto floral, es decir su momento único de gracia perfecta y de resplandeciente belleza. Cada astro sólo pasa por el meridiano, sobre nuestras cabezas, una vez cada noche, y sólo brilla un instante; del mismo modo, en el cielo de la inteligencia, sólo existe, si puedo así decirlo, un instante cenital para cada pensamiento, en el que éste culmina en todo su brillo y en su soberana grandeza. Ya seas artista, poeta o pensador, atrapa tus ideas y tus sentimientos en ese punto preciso y fugitivo, para fijarlos o eternizarlos, porque ése es su punto supremo. Antes de ese instante, solo tienes sus esbozos confusos o sus presentimientos oscuros; después, sólo tendrás reminiscencias débiles o arrepentimientos impotentes; ese instante es el instante del ideal.

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Rechazar nuestra cruz es hacerla más pesada.

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Nada se parece tanto al orgullo como el desaliento.

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El despecho es una cólera que tiene miedo de mostrarse, es un furor impotente y que se da cuenta de su impotencia.

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Para el manejo de la vida, los hábitos pesan más que las máximas, porque los hábitos son una máxima viviente que se ha vuelto instinto y carne. Reformar nuestras máximas no es nada, es cambiar el título del libro. Adquirir nuevos hábitos, en eso consiste todo, ya que eso es alcanzar la vida en su substancia. La vida no es más que un entramado de hábitos.

Traducción, para Literatura & Traducciones, de  Miguel Ángel Frontán.


PREMIÈRES PAGES DU JOURNAL

Berlin, 16 juillet 1848. — Il n'y a qu'une chose nécessaire : posséder Dieu. — Tous les sens, toutes les forces de l’âme et de l’esprit, toutes les ressources extérieures sont autant d’échappées ouvertes sur la divinité : autant de manières de déguster et d’adorer Dieu. Il faut savoir se détacher de tout ce qu'on peut perdre, ne s’attacher absolument qu'à l'éternel et à l’absolu et savourer le reste comme un prêt, un usufruit… Adorer, comprendre, recevoir, sentir, donner, agir : voilà ta loi, ton devoir, ton bonheur, ton ciel. Advienne que pourra, même la mort. Mets-toi d accord avec toi-même, vis en présence de Dieu, en communion avec lui et laisse guider ton existence aux puissances générales contre lesquelles tu ne peux rien.— Si la mort te laisse du temps, tant mieux. Si elle t’emporte, tant mieux encore. Si elle te tue à demi, tant mieux toujours, elle te ferme la carrière du succès pour t’ouvrir celle de l'héroïsme, de la résignation et de la grandeur morale. Toute vie a sa grandeur et comme il t’est impossible de sortir de Dieu, le mieux est d'y élire sciemment domicile.

20 juillet 1848. — (Berlin). — Juger notre époque au point de vue de l'histoire universelle, l'histoire au point de vue des périodes géologiques, la géologie au point de vue de l’astronomie, c’est un affranchissement pour la pensée. Quand la durée d'une vie d’homme ou de peuple nous apparaît aussi microscopique que celle d’un moucheron, et, inversement, la vie d'un éphémère aussi infinie que celle d'un corps céleste avec toute sa poussière de nations, nous nous sentons bien petits et bien grands, et nous pouvons dominer de toute la hauteur des sphères notre propre existence et les petits tourbillons qui agitent notre petite Europe.

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Au fond, il n'y a qu'un objet d’étude : les formes et les métamorphoses de l’esprit. Tous les autres objets reviennent à celui-là; toutes les autres études ramènent à cette étude.

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Genève, 200 avril 1849. — Il y a six ans  aujourd’hui que j'ai quitté Genève pour la dernière fois. Que de voyages, que d impressions, d’observations, de pensées, que de formes de choses et d’hommes ont depuis lors passé devant moi et en moi ! Ces sept dernières années ont été les plus importantes de ma vie ; elles ont été le noviciat de mon intelligence, l'initiation de mon être a l’être.

Tourbillon de neige par trois fois cet après-midi. Pauvres pêchers et pruniers fleuris ! Quelle différence il y a six ans, lorsque les beaux cerisiers parés de leur robe verte du printemps, chargés de leurs bouquets de noce, souriaient à mon départ le long des campagnes vaudoises et que les lilas de la Bourgogne me jetaient au visage des bouffées de leurs parfums !  
     
3 mai 1849 . — Tu ne t’es jamais senti l'assurance intérieure du génie, le pressentiment de la gloire ni du bonheur. Tu ne t’es jamais vu grand, célèbre, ou seulement époux, père, citoyen influent. Cette indifférence d’avenir, cette défiance complète sont sans doute des signes. Ce que tu rêves est vague, indéfini ; tu ne dois pas vivre parce que tu n’en es maintenant guère capable. — Tiens-toi en ordre ; laisse les vivants vivre et résume tes idées, fais le testament de ta pensée et de ton cœur : c’est ce que tu peux faire de plus utile. Renonce à toi-même et accepte ton calice, avec son miel et son fiel, n’importe. Fais descendre Dieu en toi, embaume-toi de lui par avance, fais de ton âme un temple du Saint-Esprit ; fais de bonnes œuvres, rends les autres heureux et meilleurs.

N’aie plus d’ambition personnelle et alors tu te consoleras de vivre ou de mourir, quoi qu’il advienne.

27 mai 1849. — Être méconnu même par ceux qu'on aime, c’est la coupe d'amertume et la croix de la vie; c’est là ce qui met sur les lèvres des   hommes supérieurs ce sourire douloureux et triste dont on s’étonne ; c’est la plus cruelle épreuve réservée aux hommes qui se dévouent ; c’est ce qui a dû serrer le plus souvent le cœur du Fils de l'homme, et si Dieu pouvait souffrir, c’est la blessure que nous lui ferions, et tous les jours. Lui aussi, lui surtout, est le grand méconnu, le souverainement incompris. Hélas ! hélas ! Ne pas se lasser, ne pas se refroidir, être patient, sympathique, bienveillant; épier la fleur qui naît et le cœur qui s’ouvre ; toujours espérer, comme Dieu; toujours aimer, c’est là le devoir.

3 juin 1849. — Temps délicieux, frais et pur. Longue promenade matinale. Surpris l'aubépine et l'églantier en fleurs. Vagues et salubres senteurs des champs. Les Voirons bordés d’une lisière de brunie éblouissante, Salève vêtu de belles nuances veloutées. Travaux aux champs. Deux charmants ânes, l’un broutant avec avidité une haie d’épine-vinette. Trois jeunes enfants ; j’ai eu une envie démesurée de les embrasser. Jouir du loisir, de la paix des champs, du beau temps, de l’aisance ; avoir mes deux sœurs avec moi ; reposer mes yeux sur des prairies embaumées, et sur des vergers épanouis; entendre chanter la vie sur les herbes et dans les arbres ; être si doucement heureux, n’est- ce pas trop ? est-ce mérité ? Oh ! jouissons-en sans reprocher au ciel sa bienveillance ; jouissons-en avec gratitude. Les mauvais jours viennent assez tôt et assez nombreux. Je n’ai pas le pressentiment du bonheur. Profitons d'autant plus du présent. Viens, bonne Nature, souris et enchante-moi. Voile-moi quelque temps mes propres tristesses et celles des autres; ne me laisse voir que les draperies de ton manteau de reine et cache les misères sous les magnificences.

ler octobre 1849. — Hier, dimanche, relu et extrait tout l'Évangile de saint Jean. Il m'a confirmé dans ma pensée que sur Jésus il faut n'en croire que lui et découvrir l image vraie du fondateur derrière toutes les réfractions prismatiques à travers lesquelles il nous parvient et qui l’altèrent plus ou moins. Rayon lumineux et céleste tombé dans le milieu humain, la parole du Christ a été brisée en couleurs irisées et déviée en mille directions. La tâche historique du christianisme est, de siècle en siècle, de subir une nouvelle métamorphose, de spiritualiser toujours plus 1 intelligence du Christ et du salut.

Je suis stupéfait de l'incroyable somme de judaïsme, de formalisme qui subsiste encore dix-neuf siècles après que le Rédempteur a proclamé que c'était la lettre qui tuait et que le symbolisme était mort. La nouvelle religion est si profonde qu’elle n’est pas même comprise à l'heure qu’il est et paraît blasphématoire à la plupart des chrétiens. La personne du Christ est le centre de cette révélation ; révélation, rédemption, vie éternelle, divinité, humanité, propitiation, incarnation, jugement, Satan, ciel, enfer, tout cela s'est matérialisé, épaissi et présente cette étrange ironie d’avoir un sens profond et d’être interprété charnellement. La hardiesse et la liberté chrétiennes sont à reconquérir ; c’est l’Église qui est hérétique, l’ Église dont la vue est trouble et le cœur timide. Bon gré, mal gré, il y a une doctrine ésotérique. Il y a une révélation relative : chacun entre en Dieu autant que Dieu entre en lui et, comme le dit Angélus, je crois, l’œil par où je vois Dieu est le même œil par où il me voit.

Le christianisme, s’il veut triompher du panthéisme, doit l’absorber ; pour nos pusillanimes d'aujourd’hui, Jésus serait entaché d'un odieux   panthéisme, car il a confirmé le mot biblique : Vous êtes des dieux, et saint Paul aussi qui nous dit que nous sommes la race de Dieu.

À notre siècle il faut une dogmatique nouvelle, c’est-a-dire une explication plus profonde de la nature de Christ et des éclairs qu'elle projette sur le ciel et sur l’humanité.

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L'héroïsme est le triomphe éclatant de Pâme sur la chair, c'est-à-dire sur la crainte : crainte de la pauvreté, de la souffrance, de la calomnie, de la maladie, de l'isolement et de la mort. Il n’y a pas de piété sérieuse sans héroïsme. L’héroïsme est la concentration éblouissante et glorieuse du courage.

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Le devoir a la vertu de nous faire sentir la réalité du monde positif, tout en nous en détachant.

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30 septembre 1850. — Le rapport de la pensée à l’action m'a beaucoup préoccupé, à mon réveil, et cette formule bizarre, à demi nocturne, me souriait : L action n’est que la pensée épaissie, devenue concrète, obscure, inconsciente. Il me semblait que nos moindres actions, manger, marcher, dormir, étaient la condensation d’une multitude de vérités et de pensées, et que la richesse d'idées enfouies était en raison directe de la vulgarité de 1’action (comme le rêve qui est d’autant plus actif que nous dormons plus profondément). Le mystère nous assiège et c'est ce qu'on voit et fait chaque jour qui recouvre la plus grande somme de mystères. Par la spontanéité, nous reproduisons analogiquement l’œuvre de la création : inconsciente, c’est l’action simple ; consciente, c’est l’action intelligente, morale. Au fond, c’est la sentence de Hegel, mais jamais elle ne m’avait paru plus évidente, plus palpable. Tout ce qui est, est pensée, mais non pensée consciente et individuelle. L'intelligence humaine n’est que la conscience de l’être. C’est ce que j’ai autrefois formulé ainsi : Tout est symbole de symbole, et symbole de quoi ? de l’esprit.

… Je viens de feuilleter les œuvres complètes de Montesquieu et ne puis rendre encore bien l'impression que me fait ce style singulier, d’une gravité coquette, d’un laisser-aller si concis, d’une force si fine, si malin dans sa froideur, si détaché en même temps que si curieux, bâché, heurté comme des notes jetées au hasard, et cependant voulu. Il me semble voir une intelligence, sérieuse et austère par nature, s'habillant d’esprit par convention. L’auteur désire piquer autant qu’instruire. Le penseur est aussi bel-esprit, le jurisconsulte tient du petit-maître et un grain des parfums de Gnide a pénétré dans le tribunal de Minos. C’est l’austérité telle que l’entendait le siècle en philosophie et en religion. Dans Montesquieu, la recherche, s’il y en a, n’est pas dans les mots, elle est dans les choses. La phrase court sans gêne et sans façon, mais la pensée s’écoute.

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Chaque bouton ne fleurit qu'une fois et chaque fleur n'a que sa minute de parfaite beauté ; de même, dans le jardin de l’âme, chaque sentiment a comme sa minute florale, c’est-à-dire son moment unique de grâce épanouie et de rayonnante royauté. Chaque astre ne passe qu’une fois par nuit au méridien sur nos têtes et n’y brille qu’un instant ; ainsi, dans le ciel de l’intelligence, il n’est, si j'ose dire, pour chaque pensée qu'un instant zénithal, où elle culmine dans tout son éclat et dans sa souveraine grandeur. Artiste, poète ou penseur, saisis tes idées et tes sentiments à ce point précis et fugitif, pour les fixer ou les éterniser, car c'est leur point suprême. Avant cet instant, tu n’as que leurs ébauches confuses ou leurs pressentiments obscurs ; après lui, tu n auras que des réminiscences affaiblies ou des repentirs impuissants ; cet instant est celui de l’idéal.

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Repousser sa croix c’est 1’appesantir.

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Rien ne ressemble à l'orgueil comme le découragement.

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Le dépit est une colère qui a peur de se montrer, c’est une fureur impuissante et qui sent son impuissance.

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Pour la conduite de la vie, les habitudes font plus que les maximes, parce que l'habitude est une maxime vivante devenue instinct et chair. Réformer ses maximes n’est rien, c’est changer le titre du livre. Prendre de nouvelles habitudes, c'est tout, car c’est atteindre la vie dans sa substance. La vie n'est qu’un tissu d’habitudes.