martes, 25 de septiembre de 2012

Henry Bataille: Retrato de Jean Lorrain


RETRATO DE JEAN LORRAIN


Es una especie de gran bárbaro, un bárbaro auténtico, instalado en la Urbs bulevaresca, a la que aporta y prodiga desde hace veinte años sus instintos de sangre y de voluptuosidad, su comprensión refinada de la ciudad, su sentido de las ironías locales, su política ladina de oriental o de celta (ya que no es posible discernir con precisión sus verdaderos orígenes), y mezclando a todo eso el gusto por las artes y por la cultura, las brutalidades más solitarias o más criminales. Del bárbaro tiene, en efecto, el gusto por las joyas y las gemas, los perfumes fuertes, las tinturas, las materias adornadas, los venenos, los éteres, la irresistible atracción por los tornasoles de turquería, el amor por el bazar y el fetichismo supersticioso de las cosas.  Del bárbaro tiene la codicia glotona y la diversión de artista, y también una sensibilidad de niño muy dulce, que fácilmente llora, una sinceridad que se manifiesta en todo momento y se enternece con palabras vehementes y, entonces, casi mimosas, con inflexiones infantiles y viejos pesares, y —dominándolo todo—, más allá de las emociones, el escepticismo, la maldad, las rabietas, las ambiciones, un candor, un gran candor mal disimulado que constituye el fondo verdadero de este temperamento en el que todo lo demás está profundamente injertado.
Tenemos la impresión, ¿no es verdad?, de que no es de aquí. ¿Por qué? Se diría que aún lleva sueños auténticamente hereditarios en sus ojazos de pesados párpados caídos de místico; en ellos se entrecruzan realmente imágenes de mar y de hadas. Ese amor del pasado no es algo adquirido, esa antigualla de cuentos y de balada no es pose ni literatura. Todo eso le encanta. Hay realmente en él algo así como ancestros que lloran, todo un linaje acaso directo de normandos que, sin que él lo sepa, le hacen el elogio de las viejas aventuras de su horda libre —con los pies descalzos en el lodo y los almohadones imperiales.
Su rostro claro de maxilares asesinos, listo para el casco y el turbante, expresa claramente las alternativas que hay en su alma de refinamiento y de bestialidad. Sentimos renacer en ella, por momentos y por andanadas, al animal torrentoso presa de los impulsos del instinto, y, por lo demás, de un instinto mal definido, en el que chocan unos con otros, como en los seres primitivos, los átomos macho y hembra del oscuro origen. Es, junto con el gusto por el libertinaje ofrecido por la ciudad, la soledad de los deseos aterradores y la voluntad de precipitarse en el pueblo, fuente de toda fuerza a la que las quintaesencias hastiadas van a veces a pedir el fuerte perfume del ajo y del vino peleón.
*
No hay amalgamas incongruentes en un alma.
Sus contradicciones sólo son aparentes y están todas ligadas a un tipo fijo de individuo. A veces sólo nos hace falta una palabra para hacérnoslo comprender, pero a veces no logramos encontrar esa palabra y hasta que hayamos dado con ella reunimos mal los elementos dispersos de una personalidad. Esta palabra es, justamente, para Jean Lorrain: bárbaro.
Como tal se nos presenta. En una multitud se distingue como una mancha de color, a la que siempre se le reconoce una especie de prestigio exótico. Resalta de manera violenta sobre el fondo gris de la gente y le resultaría difícil disimular esa sensibilidad ardiente en verdad extraordinaria que constituye su característica. Ya herido, ya furioso, ya pusilánime o frenéticamente grosero, impertinente, tartamudeando de emoción, se lo ve un poco por todas partes llorando por un verso hermoso, muriéndose por un helado mal digerido. Se deja llevar por sí mismo con un poco de espanto y una infinita voluptuosidad. Exagera todo lo que hay en él. Le ha gustado crear fantasmas que reproducen sus diversas imágenes. Ha querido encarnar en tipos, y ha sido por causa de un narcisismo perpetuo que hemos conocido a Bougrelon, a Phocas y al asombroso Noronsoff. Mental, demasiado mental, ha creado seres más complicados que él mismo y mil veces más decadentes, porque acaso siempre ha ignorado ese candor innato que es, como decíamos, lo mejor de su naturaleza... Cuando el Sr. Lorrain sufre, el Sr. de Phocas se extenúa; cuando el Sr. Lorrain se contrae, el Sr. de Phocas se crispa. Lorrain lo forjó en su infierno en el que Satanás se hizo artesano; lo forjó con un soplo pesado y amplificado con deleite.
D'Aurevilly nunca hizo nada mejor que ese Noronsoff, que tiene sobre sus congéneres la ventaja de ser sincero y vivido, en inimitables impulsos. Además, estallan, en el estilo descriptivo del autor, y en todo momento, paisajes, observaciones sobre atmósferas, tan poderosamente aspiradas por pulmones, al parecer, suprasensibles de enfermo. ¡De qué modo tenemos, en estos libros, al lado de la peor fermentación de las almas, el contraste de la naturaleza sana, absolutamente auténtica, con la pureza de sus vientos y todo el manto de su cielo! Entonces el estilo piafa y se colorea magistralmente, y tiene la nitidez de una hermosa pañoleta de campesina al sol. Hasta que vuelve a ocuparse de los extravíos de los Des Esseintes y de las princesas Trismegistas.
Parece que, cansado de estas cosas malditas, Lorrain descansa un poco, hastiado de haber abarcado tanto. El bárbaro herido —de maxilares asesinos— hace tregua, ahora, mientras sigue mirando de lo alto de su terraza, soñador como Tristán. Me gusta imaginarlo obsesionado por algún sueño familiar, en el que predominan el gusto y el amor por la sangre, por la sangre joven y fresca que corre por las muñecas de los adolescentes, por la hermosa sangre de vida y juventud que será su suprema añoranza.
Y de todo eso habrán germinado obras que nos dejan, después de leerlas de un tirón, esa larga persistencia de aroma que, en verano, nos llevamos desmesuradamente con nosotros porque encontramos en alguna parte, durante nuestros paseos, la pútrida soledad de un lirio o el olor histérico de los castaños en flor.

HENRY BATAILLE
(La Renaissance Latine, 15 de junio de 1902)


Traducción de Carlos Cámara.

Ediciones De La Mirándola acaba de publicar La maldición de los Noronsoff, de JEAN LORRAIN. En el sitio de la editorial se puede leer la ficha de presentación de la obra y descargar un fragmento gratuito.





PORTRAIT DE JEAN LORRAIN


C'est une sorte de grand barbare, un barbare authentique, installé dans l'Urbs boulevardière, où il apporte et prodigue depuis vingt ans ses instincts de sang et de volupté, sa compréhension raffinée de la ville, son sens des ironies locales, sa politique madrée d'oriental ou de Celte (car on ne saurait discerner au juste son origine réelle), et mêlant à cela, au goût des arts et de la culture, les brutalités les plus solitaires ou les plus criminelles. Du barbare il a, en effet, le goût des bijoux et des gemmes, des parfums forts, des teintures, des matières adornées, des poisons, des éthers, l'irrésistible attraction vers les chatoiements de turquerie, l'amour du bazar et. le fétichisme superstitieux des choses. Du barbare, il a la convoitise gourmande et l'amusement artiste, et aussi une sensibilité d'enfant très douce, facilement en larmes, une sincérité à tout propos qui s'attendrit en paroles véhémentes; alors presque câlines avec des retours enfantins et de vieux  chagrins, et — dominant le tout, — par delà les émois, le scepticisme, la méchanceté, les colères, les ambitions, une candeur, une grande candeur mal dissimulée qui fait le fond véritable de cette nature où tout le reste a mis ses greffes et ses entes profondes.

On a la sensation, n'est-ce pas, qu'il n'est point d'ici ? Pourquoi ? Des rêves authentiquement héréditaires on dirait qu'il les porte encore dans ses gros yeux aux lourdes paupières tombantes de mystique ; des images de mer et de fée s'entrecroisent réellement en eux. Ce n'est pas acquis cet amour du passé, ce n'est point de la pose ni de la littérature cette antiquaillerie de contes et de ballades. Il adore ça. Il y a vraiment en lui comme des ancêtres qui pleurent, toute une race peut-être directe de normands qui lui vantent à son insu les vieilles aventures de leur horde libre, — les pieds nus dans les boues et les coussins impériaux.

Sa figure claire aux maxillaires assassins, prête pour le casque et le turban, dit nettement les alternatives qu'il y a en son Âme de raffinement et de bestialité. On y sent renaître par instants et par bordées, la brute torrentueuse en 'proie aux poussées de l'instinct, et, d'ailleurs, d'un instinct mal défini où se heurtent comme' chez les êtres primitifs les atomes mâles et femelles de l'obscure origine. C'est, avec le goût de la débauche lâchée par la ville, la solitude des désirs effrayants et la volonté de se ruer au peuple, source de toute force à laquelle les quintessences lasses viennent parfois demander le fort parfum de l'ail et du gros vin.

*

Il n'y a pas d'amalgames disparates dans une âme.
Ses contradictions ne sont qu'apparentes et elles se rattachent toutes, à un type fixe d'individu. Il ne faut parfois qu'un mot pour nous le faire comprendre, mais ce mot parfois nous échappe et jusqu'à ce que nous l'ayons trouvé nous rassemblons mal les éléments épars d'une personnalité. Ce mot est bien pour Jean Lorrain : Barbare.
Il se présente à nous comme tel. Dans une foule il fait une tache colorée, à quoi on reconnaît toujours une espèce de prestige exotique. Il se détache violemment sur le fond gris des gens et il lui serait difficile de dissimuler cette sincérité bouillante vraiment extraordinaire qui fait sa caractéristique. Tantôt blessé, tantôt furieux, tantôt veille ou éperdu de rosserie, bégayant d'émotion, on le voit un peu partout pleurant d'un beau vers, mourant d'une glace mal digérée. Il se laisse aller à lui-même avec un peu d'épouvante et infiniment de volupté. Il s'exagère. Il a aimé créer des fantômes à ses diverses images. 11 a voulu s'incarner dans des types, et c'est à cause d'un narcissisme perpétuel que nous connûmes Bougrelon, Phocas et l'étonnant Noronsoff. Mental, trop mental, il a créé des êtres plus compliqués que lui-même et mille fois plus décadents, parce qu'il ignora toujours peut-être cette candeur innée qui est, comme nous le disions, le meilleur de sa nature... Quand M. Lorrain souffre, M. de Phocas s'exténue; quand M. Lorrain se contracte, M. de Phocas se crispe. M. Lorrain l'a forgé dans son enfer, où Satan est devenu ouvrier d'art ; il l'a forgé d'un souffle lourd et amplifié avec délices.
D'Aurevilly n'a jamais fait mieux que ce Noronsoff, qui a sur ses congénères la supériorité d'être sincère et vécu, en des inimitables impulsions. En plus, éclatent, dans le style descriptif de son auteur, à tout bout de champ, des paysages, des notations d'atmosphères, si puissamment aspirées, par des poumons, semble-t-il, suprasensibles de malade. — Que l'on a, dans ces livres, à côté de la pire fermentation des Âmes, le contraste de la nature saine, toute vraie, avec la pureté de ses vents, et toute la nappe de son ciel 1 Alors le style piaffe et se colore magistralement, et c'est net ainsi qu'un beau fichu de paysan dans le soleil. — Jusqu'à reprendre les errements de des Esseintes, et les princesses Trimegistes.
II semble que, fatigué de ces choses damnées, M. Lorrain se repose un peu, lassé sans doute d'avoir trop étreint. Le Barbare blessé, — aux maxillaires assassins — fait trêve maintenant, du haut de sa terrasse encore rêveur comme Tristan. J'aime à le supposer hanté de quelque songe familier, où domine le goût et l'amour du sang, du sang jeune et frais qui coule aux poignets des adolescents, du beau sang de vie et de jeunesse qui sera son suprême regret.
Et de tout cela auront germé des œuvres qui nous laissent, à les avoir lues d'un trait, cette longue persistance d'arôme, que, l'été, on emporte démesurément en soi pour avoir rencontré quelque part, en ses promenades, la putride solitude d'un lys ou l'odeur hystérique des châtaigniers en fleurs.

(La Renaissance Latine, 15 juin 1902).


sábado, 22 de septiembre de 2012

Léon Bloy: Los cautivos de Longjumeau

NUESTRAS NOVEDADES MÁS RECIENTES



Cuando en 1988 la prestigiosa revista Les Cahiers de l'Herne preparaba un número especial dedicado a Léon Bloy, surgió una imprevista y, quizás, no tan impredecible dificultad: casi ninguno de los intelectuales franceses de aquel entonces quería ver asociado su nombre al de un escritor muerto en 1917, hasta el punto de que no fue sin dificultad que se logró la contribución de algún filósofo que gozaba del beneplácito oficial del agonizante catolicismo galo. Pierre Glaudes, el mayor especialista actual de la obra de Bloy, pudo preguntarse qué era lo que hacía de éste, setenta años después de su muerte, "l'irrécupérable par excellence": un infrecuentable, el último de los malditos. Veinte años más tarde, la situación no ha cambiado. Bloy fue en su época, y sigue siéndolo en la nuestra, el autor de una obra tan intemporal como incandescente, siempre capaz de despertar lo que Georges Bernanos llamó "el miedo inmenso de los bienpensantes".

En su patria, cuando ya no fue posible ignorarlo, se pretendió hacer de él casi todo y todo lo contrario: un reaccionario y un anarquista, un furibundo denostador del pueblo hebreo y un denunciador, no menos furibundo, del antisemitismo fin de siècle; un católico intransigente y un herético secretamente ocultista; un desesperado y un místico; prueba flagrante de la imposibilidad de clasificar (en un país que, como escribió Borges, se interesa quizá menos en la literatura que en la historia de la literatura) a un inclasificable por naturaleza, y no tanto del afán por ganarlo para la causa propia como de la incomodidad de sentir su presencia perturbadora en la orilla opuesta.

Curiosamente, la obra de Léon Bloy ha sido siempre más estimada fuera de su país. Josef Florian, traductor moldavo, se la hizo conocer a Kafka, quien vio en el escritor francés el igual de los Profetas del Antiguo Testamento; el joven Borges, estudiante en Ginebra, leyó sus libros con avidez, y se nutrió de algunos de los temas de quien, no obstante, tan poco se le parecía; el padre Leonardo Castellani lo consideró "un santo más impaciente que el Buen Ladrón"; un deslumbrado Ernst Jünger devoró, durante los años de la ocupación alemana de París, su monumental Journal.[...]


Del prólogo a La mujer pobre





LOS CAUTIVOS DE LONGJUMEAU


El "Correo de Longjumeau" anunciaba ayer el deplorable fin de los dos Fourmi. Esa publicación, recomendada, con justicia, por la abundancia y la calidad de sus informaciones, se perdía en conjeturas sobre las causas misteriosas de la desesperación que acaba de empujar al suicidio a esos cónyuges que todo el mundo suponía felices.

Habiéndose casado muy jóvenes y encontrándose siempre, después de veinte años, en el día siguiente de la boda, no habían dejado la ciudad ni siquiera por un día.

Aliviados, gracias a la previsión de sus progenitores, de todas las preocupaciones de dinero que pueden envenenar la vida conyugal; ampliamente provistos, por el contrario, de cuanto es necesario para volver agradable un tipo de unión, sin duda legítimo, pero muy poco acorde con esa necesidad de vicisitudes amorosas que corroe de ordinario a los inconstantes seres humanos; realizaban, ante los ojos del mundo, el milagro de la ternura perpetua.

Una hermosa tarde de mayo, al día siguiente de la caída del señor Thiers, el tren de cercanías los había traído junto con sus padres, quienes venían a instalarlos en la deliciosa propiedad que debía cobijar su dicha. Los habitantes de Longjumeau, de corazón puro, vieron pasar con enternecimiento a esa bonita pareja que el veterinario comparó, sin dudar, con Paul y Virginie. En efecto, ese día lucían realmente muy bien y parecían ser los hijos pálidos de algún gran señor.

El señor Piécu, el más importante notario del cantón, había comprado para ellos, en la entrada de la ciudad, un nido de verdura que les hubiesen envidiado los muertos. El jardín, hay que reconocerlo, hacía pensar en un cementerio abandonado. Ese aspecto, sin duda, no les desagradó, ya que nunca hicieron cambios, y dejaron que las plantas creciesen en libertad. Para usar una frase profundamente original del señor Piécu, diré que vivieron en las nubes, sin ver casi a nadie, no por mala voluntad o desdén, sino simplemente porque la idea de hacerlo no se les ocurrió jamás. Hubiese sido necesario, además, que se soltasen el uno al otro durante algunas horas o algunos minutos, que interrumpiesen los éxtasis y, ¡ay!, tomando en cuenta la brevedad de la vida, a esos esposos fuera de lo común les faltaba coraje para hacer algo así.

Uno de los mayores hombres de la Edad Media, el maestro Johannes Tauler, cuenta la historia de un ermita al que un visitante inoportuno vino a pedirle un objeto que se encontraba en su celda. El ermita se sintió en la obligación de ir a buscarlo. Pero al entrar, olvidó de qué se trataba, ya que la imagen de las cosas exteriores no podía permanecer en su mente. Salió, pues, y rogó al visitante le dijese lo que quería. Este le reiteró su pedido. El ermita volvió a entrar pero antes de tomar el objeto, el mismo ya se había borrado de su memoria. Luego de unas cuantas experiencias, se encontró en la obligación de decirle al visitante inoportuno: Entre y busque usted mismo lo que necesita, puesto que yo no puedo acordarme de usted el tiempo necesario para hacer lo que me pide.

El señor y la señora Fourmi me han hecho pensar a menudo en ese ermita. Habrían dado con gusto todo lo que se les hubiese pedido si hubieran podido recordarlo tan sólo un instante.

Sus distracciones eran célebres; se hablaba de ellas hasta en Corbeil. No parecían, sin embargo, hacerlos sufrir; y la "funesta" resolución que terminó con su existencia que todos envidiaban tiene que parecer inexplicable.

***

Una carta, ya vieja, de ese desdichado Fourmi que yo conocía desde antes de su casamiento, me ha permitido reconstruir, por vía de inducción, toda su lamentable historia.

He aquí, pues, la carta. Se verá, quizás, que mi amigo no era ni un loco ni un imbécil.

"...Por décima o vigésima vez, querido amigo, faltamos a nuestra palabra, de manera imperdonable. Por grande que sea tu paciencia, supongo que debes estar cansado de invitarnos. La verdad es que esta última vez, tanto como las precedentes, no tenemos excusas ni mi mujer ni yo. Te habíamos escrito que podías contar con nosotros, y no teníamos absolutamente nada que hacer. Sin embargo, como siempre, perdimos el tren. Ya hace quince años que perdemos todos los trenes y todos los coches públicos, hagamos lo que hagamos. Es infinitamente estúpido, es atrozmente ridículo, pero comienzo a pensar que el mal no tiene remedio. Es una especie de cómica fatalidad de la cual somos víctimas. Contra ella nada es posible. Hemos llegado a levantarnos a las tres de la mañana o, incluso, a pasar la noche en vela para no perder el tren de las ocho, por ejemplo. Y bien, querido amigo, la chimenea se incendiaba a último momento, yo me torcía el tobillo en mitad del camino, el vestido de Juliette se enganchaba en algún arbusto, nos quedábamos dormidos en el sillón de la sala de espera, sin que la llegada del tren ni los gritos del empleado nos despertasen a tiempo, etc., etc. La última vez me olvidé el portamonedas.

"En fin, repito, esto dura desde hace ya quince años, y siento que es el comienzo de nuestra muerte. Por esta causa, no lo ignoras, lo he perdido todo, me he peleado con todo el mundo, paso por un monstruo de egoísmo, y mi pobre Juliette queda envuelta en la misma reprobación. Desde que llegamos a este lugar maldito, he faltado a setenta y cuatro entierros, a doce casamientos, a treinta bautismos, a unas mil visitas de cortesía o citas para gestiones indispensables. He dejado reventar a mi suegra sin volver a verla ni una sóla vez, a pesar de que estuvo enferma casi un año, lo que nos valió la pérdida de las tres cuartas partes de la sucesión que ella, rabiosamente, nos sustrajo, en un codicilo, la víspera de su muerte.

"No terminaría nunca si me pusiese a enumerar las metidas de pata y los malos tragos ocasionados por esta increíble circunstancia de no haber podido alejarnos nunca de Longjumeau. Para decirlo todo en pocas palabras, estamos cautivos, privados de toda esperanza, y vemos llegar el momento en el que esta condición de forzados terminará volviéndosenos insoportable..."

Suprimo el resto, en el que mi pobre amigo me confiaba cosas demasiado íntimas como para que pueda publicarlas; pero doy mi palabra de honor de que no era un hombre vulgar, que era digno de la adoración que su mujer profesaba por él, y que esos dos seres merecían mucho más que terminar tonta e indecentemente como terminaron.

Ciertas particularidades, para reservarme las cuales pido permiso, me hacen pensar que la infortunada pareja era realmente víctima de una maquinación tenebrosa del Enemigo de los hombres quien los condujo de la mano de un notario evidentemente infernal a ese rincón maléfico de Longjumeau de donde nada pudo arrancarlos.

Creo, realmente, que no podían huir, que había alrededor de su morada, un cordón de invisibles ejércitos seleccionados con cuidado para arremeter contra ellos, y contra los cuales ninguna energía hubiese capaz de prevalecer.

***

La señal para mí de una influencia diabólica es que a los Fourmi los devoraba la pasión de los viajes. Esos cautivos eran, por naturaleza, esencialmente migradores. Antes de unirse habían tenido sed de recorrer el mundo. Cuando todavían eran sólo novios, se los había visto en Enghien, en Choisy-le-Roi, en Meudon, en Clamart, en Montretout. Un día, incluso, llegaron hasta Saint-Germain.

En Longjumeau, que les parecía una isla de Oceanía, ese furor de exploraciones audaces, de aventuras por tierra y por mar, no había hecho sino exasperarse.

Su casa estaba abarrotada de globos terráqueos y de planisferios ; poseían atlas ingleses y atlas germánicos. Poseían, incluso, un mapa de la luna publicado en Gotha bajo la dirección de un ignorante pretencioso llamado Justus Perthes.

Cuando no hacían el amor, leían juntos las historias de navegantes famosos de las que su biblioteca estaba exclusivamente llena; y no existía un diario de viajes, un Tour du Monde o un Boletín de sociedad geográfica al que no estuviesen suscriptos. Guías de trenes y folletos de agencias marítimas les llegaban sin cesar.

Algo que costará creer: sus maletas estaban siempre listas. Siempre estuvieron a punto de partir, de emprender un interminable viaje a los países más lejanos, más peligrosos e inexplorados.

Recibí no menos de cuarenta telegramas anunciándome su inminente partida: hacia Borneo, Tierra del Fuego, Nueva Zelandia o Groenlandia.

Incluso, muchas veces, estuvieron a punto de hacerlo. Pero al fin no se marchaban; no se marcharon nunca, porque no podían y no debían marcharse. Los átomos y las moléculas se coaligaban para empujarlos hacia atrás.

Un día, sin embargo, hace unos diez años, creyeron realmente que se evadían. Contra toda esperanza, habían logrado subirse a un vagón de primera clase que debía llevarlos a Versalles. ¡Liberación! Allí, sin duda, se rompería, al fin, el círculo mágico.

El tren se puso en marcha, pero ellos no se movieron. Se habían metido, naturalmente, en un vagón destinado a permanecer en la estación. Había que recomenzarlo todo.

El único viaje que no debía fallarles era, evidentemente, el que acaban, desgraciadamente, de emprender; y su carácter bien conocido me induce a pensar que no se prepararon a llevarlo a cabo sino temblando.


Traducción de Miguel Ángel Frontán




LES CAPTIFS DE LONGJUMEAU


Le Postillon de Longjumeau annonçait hier la fin déplorable des deux Fourmi. Cette feuille, recommandée à juste titre pour l'abondance et la qualité de ses informations, se perdait en conjectures sur les causes mystérieuses du désespoir qui vient de précipiter au suicide ces époux qu'on croyait heureux.

Mariés très jeunes et toujours au lendemain de leurs noces depuis vingt ans, ils n'avaient pas quitté la ville un seul jour.

Allégés par la prévoyance de leurs auteurs de tous les soucis d'argent qui peuvent empoisonner la vie conjugale, amplement pourvus, au contraire, de ce qui est nécessaire pour agrémenter un genre d'union légitime sans doute, mais si peu conforme à ce besoin de vicissitudes amoureuses qui travaille ordinairement les versatiles humains, ils réalisaient, aux yeux du monde, le miracle de la tendresse à perpétuité.

Un beau soir de mai, le lendemain de la chute de M. Thiers, le train de grande ceinture les avait amenés avec leurs parents venus pour les installer dans la délicieuse propriété qui devait abriter leur joie.

Les Longjumelliens au coeur pur avaient vu passer avec attendrissement ce joli couple que le vétérinaire compara sans hésiter à Paul et à Virginie.

Ils étaient, en effet, ce jour-là, véritablement très bien et ressemblaient à des enfants pâles de grand seigneur.

Maître Piécu, le notaire le plus important du canton, leur avait acquis, à l'entrée de la ville, un nid de verdure que leur eussent envié les morts. Car il faut en convenir, le jardin faisait penser à un cimetière abandonné. Cet aspect ne leur déplut pas, sans doute, puisqu'ils ne firent, par la suite, aucun changement et laissèrent croître les végétaux en liberté.

Pour me servir d'une expression profondément originale de maître Piécu, ils vécurent dans les nuages, ne voyant à peu près personne, non par malice ou dédain, mais tout simplement parce qu'ils n'y pensèrent jamais.

Puis, il aurait fallu se désenlacer quelques heures ou quelques minutes, interrompre les extases, et, ma foi ! considérant la brièveté de la vie, ces époux extraordinaires n'en avaient pas le courage.

Un des plus grands hommes du Moyen Age, maître Jean Tauler, raconte l'histoire d'un solitaire à qui un visiteur importun vint demander un objet qui se trouvait dans sa cellule. Le solitaire se mit en devoir d'entrer chez lui pour y prendre l'objet. Mais, en entrant, il oublia de quoi il s'agissait, car l'image des choses extérieures ne pouvait demeurer dans son esprit. Il sortit donc et pria le visiteur de lui dire ce qu'il voulait. Celui-ci renouvela sa demande. Le solitaire rentra, mais avant de saisir ledit objet, il en avait perdu la mémoire. Après plusieurs expériences, il fut obligé de dire à l'importun : - Entrez et cherchez vous-même ce qu'il vous faut, car je ne puis garder votre image en moi assez longtemps pour faire ce que vous me demandez.

M. et Mme Fourmi m'ont souvent rappelé ce solitaire. Ils eussent donné volontiers tout ce qu'on leur aurait demandé, s'ils avaient pu s'en souvenir un seul instant.

Leurs distractions étaient fameuses, on en parlait jusqu'à Corbeil. Cependant, ils n'avaient pas l'air d'en souffrir et la "funeste" résolution qui a terminé leur existence généralement enviée doit paraître inexplicable.

***

Une lettre ancienne déjà de ce malheureux Fourmi, que je connus avant son mariage, m'a permis de reconstituer, par voie d'induction, toute sa lamentable histoire.

Voici donc cette lettre. On verra, peut-être, que mon ami n'était ni un fou, ni un imbécile.

"... Pour la dixième ou vingtième fois, cher ami, nous te manquons de parole, outrageusement. Quelle que soit ta patience, je suppose que tu dois être las de nous inviter. La vérité, c'est que cette dernière fois, aussi bien que les précédentes, nous avons été sans excuses, ma femme et moi. Nous t'avions écrit de compter sur nous et nous n'avions absolument rien à faire. Cependant nous avons manqué le train, comme toujours. "Voilà quinze ans que nous manquons tous les trains et toutes les voitures publiques, quoi que nous fassions. C'est infiniment idiot, c'est d'un ridicule atroce, mais je commence à croire que le mal est sans remède. C'est une espèce de fatalité cocasse dont nous sommes les victimes. Rien n'y fait. Il nous est arrivé de nous lever à trois heures du matin ou même de passer la nuit sans sommeil pour ne pas manquer le train de huit heures, par exemple. Eh ! bien, mon cher, le feu prenait dans la cheminée au dernier moment, j'attrapais une entorse à moitié chemin, la robe de Juliette était accrochée par quelque broussaille, nous nous endormions sur le canapé de la salle d'attente, sans que ni l'arrivée du train ni les clameurs de l'employé nous réveillassent à temps, etc., etc. La dernière fois, j'avais oublié mon porte-monnaie.

"Enfin, je le répète, voilà quinze années que cela dure et je sens que c'est là notre principe de mort. À cause de cela, tu ne l'ignores pas, j'ai tout raté, je me suis brouillé avec tout le monde, je passe pour un monstre d'égoïsme, et ma pauvre Juliette est naturellement enveloppée dans la même réprobation. Depuis notre arrivée dans ce lieu maudit, j'ai manqué soixante-quatorze enterrements, douze mariages, trente baptêmes, un millier de visites ou démarches indispensables. J'ai laissé crever ma belle-mère sans la revoir une seule fois, bien qu'elle ait été malade près d'un an, ce qui nous a valu d'être privés des trois quarts de sa succession qu'elle nous a rageusement dérobés la veille de sa mort, par un codicille. "Je ne finirais pas si j'entreprenais l'énumération des gaffes et mésaventures occasionnées par cette incroyable circonstance que nous n'avons jamais pu nous éloigner de Longjumeau. Pour tout dire en un mot, nous sommes des captifs, désormais privés d'espérance et nous voyons venir le moment où cette condition de galériens cessera pour nous d'être supportable..."

Je supprime le reste où mon triste ami me confiait des choses trop intimes pour je puisse les publier. Mais je donne ma parole d'honneur que ce n'était pas un homme vulgaire, qu'il fut digne de l'adoration de sa femme et que ces deux êtres méritaient mieux que de finir bêtement et malproprement comme ils ont fini.

Certaines particularités que je demande la permission de garder pour moi, me donnent à penser que l'infortuné couple était réellement victime d'une machination ténébreuse de l'Ennemi des hommes qui les conduisit, par la main d'un notaire évidemment infernal, dans ce coin maléfique de Longjumeau d'où rien n'eût la puissance de les arracher.

Je crois vraiment qu'ils ne pouvaient pas s'enfuir, qu'il y avait, autour de leur demeure, un cordon de troupes invisibles triées avec soin pour les investir et contre lesquelles aucune énergie n'eût été capable de prévaloir.

***

Le signe pour moi d'une influence diabolique, c'est que les Fourmi étaient dévorés de la passion des voyages. Ces captifs étaient, par nature, essentiellement migrateurs.

Avant de s'unir, ils avaient eu soif de courir le monde. Lorsqu'ils n'étaient encore que fiancés, on les avait vus à Enghien, à Choisy-le-Roi, à Meudon, à Clamart, à Montretout. Un jour même ils avaient poussé jusqu'à Saint-Germain.

À Longjumeau qui leur paraissait une île de l'Océanie, cette rage d'explorations audacieuses, d'aventures sur terre et sur mer n'avait fait que s'exaspérer.

Leur maison était encombrée de globes et de planisphères, ils avaient des atlas anglais et des atlas germaniques. Ils possédaient même une carte de la lune publiée à Gotha sous la direction d'un cuistre nommé Justus Perthes.

Quand ils ne faisaient pas l'amour, ils lisaient ensemble les histoires des navigateurs fameux dont leur bibliothèque était exclusivement remplie et il n'y avait pas un journal de voyages, un Tour du Monde ou un Bulletin de société géographique auquel ils ne fussent abonnés. Indicateurs de chemins de fer et prospectus d'agences maritimes pleuvaient chez eux sans intermittence.

Chose qu'on ne croira pas, leurs malles étaient toujours prêtes. Ils furent toujours sur le point de partir, d'entreprendre un interminable voyage au pays les plus lointains, les plus dangereux ou les plus inexplorés.

J'ai bien reçu quarante dépêches m'annonçant leur départ imminent pour Bornéo, la Terre de Feu, la Nouvelle-Zélande ou le Groënland.

Plusieurs fois même il s'en est à peine fallu d'un cheveu qu'ils ne partissent, en effet. Mais enfin ils ne partaient pas, ils ne partirent jamais, parce qu'ils ne pouvaient pas et ne devaient pas partir. Les atomes et les molécules se coalisaient pour les tirer en arrière.

Un jour, cependant, il y a une dizaine d'années, ils crurent décidément s'évader. Ils avaient réussi, contre toute espérance, à s'élancer dans un wagon de première classe qui devait les emporter à Versailles. Délivrance ! Là, sans doute, le cercle magique serait rompu.

Le train se mit en marche, mais ils ne bougèrent pas. Ils s'étaient fourrés naturellement dans une voiture désignée pour rester en gare. Tout était à recommencer.

L'unique voyage qu'ils ne dussent pas manquer était évidemment celui qu'ils viennent d'entreprendre, hélas ! et leur caractère bien connu me porte à croire qu'ils ne s'y préparèrent qu'en tremblant.




jueves, 20 de septiembre de 2012

Lubicz Milosz y Kenneth Rexroth: Sinfonía de noviembre


SYMPHONIE DE NOVEMBRE

Ce sera tout à fait comme dans cette vie. La même chambre.
—Oui, mon enfant, la même. Au petit jour, l’oiseau des temps dans la feuillée
Pâle comme une morte : alors les servantes se lèvent
Et l’on entend le bruit glacé et creux des sceaux

A la fontaine. O terrible, terrible jeunesse ! Cœur vide !
Ce sera tout à fait comme dans cette vie. Il y aura
Les voix pauvres, les voix d’hiver des vieux faubourgs,
Le vitrier avec sa chanson alternée,

La grand-mère cassée qui sous le bonnet sale
Crie des noms de poissons, l’homme au tablier bleu
Qui crache dans sa main usée par le brancard
Et hurle on ne sait quoi, comme l’Ange du jugement.

Ce sera tout à fait comme dans cette vie. La même table,
La Bible, Goethe, l’encre et son odeur de temps,
Le papier, femme blanche qui lit dans la pensée,
La plume, le portrait. Mon enfant, mon enfant !

Ce sera tout à fait comme dans cette vie ! —Le même jardin,
Profond, profond, touffu, obscur. Et vers midi
Des gens se réjouiront d’être réunis là
Qui ne se sont jamais connus et qui ne savent

Les uns des autres que ceci : qu’il faudra s’habiller
Comme pour une fête et aller dans la nuit
Des disparus, tout seul, sans amour et sans lampe.
Ce sera tout à fait comme dans cette vie. La même allée :

Et (dans l’après-midi d’automne), au détour d’une allée,
Là où le beau chemin descend peureusement, comme la femme
Qui va cueillir les fleurs de la convalescence —écoute, mon enfant,—
Nous nous rencontrerons, comme jadis ici ;

Et tu as oublié, toi, la couleur d’alors de ta robe ;
Mais moi, je n’ai connu que peu d’instants heureux.
Tu seras vêtu de violet pâle, beau chagrin !
Et les fleurs de ton chapeau seront tristes et petites

Et je ne saurai pas leur nom : car je n’ai connu dans la vie
Que le nom d’une seule fleur petite et triste, le myosotis,
Vieux dormeur des ravins au pays Cache-Cache, fleur
Orpheline. Oui, oui, cœur profond ! comme dans cette vie.

Et le sentier obscur sera là, tout humide
D’un écho de cascades. Et je te parlerai
De la cité sur l’eau et du Rabbi de Bacharach
Et des nuits de Florence. Il y aura aussi

Le mur croulant et bas où somnolait l’odeur
Des vieilles, vieilles pluies, et une herbe lépreuse,
Froide et grasse secouera là ses fleurs creuses
Dans le ruisseau muet.

NOVEMBER SYMPHONY

It will be exactly like this life. The same room.
Yes, my child, the same. At dawn the bird of time in the foliage
Pale as a corpse. Then the servants will get up,
And you will hear the frozen noises, in the hollow basins

Of the fountains. O terrible, terrible youth! O empty heart!
It will be exactly like this life. There will be
The poor voices, the voices of winter in old slums,
The glass mender singing his own duet,

The broken grandmother under a dirty bonnet
Crying out the names of fish, the man with the blue apron
Who spits into a hand worn by the wheelbarrow
And yells nobody knows what, like the Angel of Judgment.

It will be exactly like this life. The same table.
The Bible, Goethe, the ink and the smell of time,
The paper, white woman who reads thoughts,
The pen, the portrait. My child, my child!

It will be exactly like this life!─The same garden,
Deep, deep, thick, dim. And towards noon
People will enjoy themselves at being reunited there
Who never met and who do not know

One from another. You will have to dress
As if for a party and go in the night
Of the lost, all alone, without love and without lamp.
It will be exactly like this life. The same parkway:

And (in the autumn afternoon), at the turn of the parkway,
There where the beautiful road goes down shyly, like the woman
Who goes to pick the flowers of convalescence─listen, my child,
We shall meet again, here as of old,

And you have forgotten, the color your dress was then,
But I, I have known only little moments of happiness.
You will be garbed in pale violet, beautiful sorrow!
And the flowers of your hat will be small and sad,

And I will not know their names, for in this life I have known
Only the name of one sad small flower, the forget-me-not,
The old sleeper in the ravines of the land of hide and seek,
The orphan flower. Yes, yes, deep heart, like this life.

And the dim path will be there, all damp
In the echo of waterfalls. And I will tell you
About the city upon the water, and about Rabbi Bacharach,
And about the nights of Florence. There will also be

The sinking wall and down there where the smells
Of the old, old rain and the leprous weeds drowse,
Cold and fat, the hollow flowers shake there
In the dumb stream.

Translated from the French by KENNETH REXROTH.

SINFONÍA DE NOVIEMBRE


Será igual que en esta vida. La misma habitación
—Sí, mi niña, la misma. Al alba, el pájaro de los tiempos en la enramada
Pálida como una muerta: entonces las sirvientas se levantan
Y se oye el ruido helado y hueco de los cubos

En la fuente. ¡Oh terrible, terrible juventud! ¡Corazón vacío!
Será igual que en esta vida. Estarán
Las voces pobres, las voces de invierno de los viejos suburbios,
El vidriero con su canción alternada,

La abuela encorvada que bajo la cofia sucia
Vocea nombres de pescados, el hombre del delantal azul
Que escupe en su mano gastada por la vara del carro
Y grita no se sabe qué, como el Ángel del juicio.

Será igual que en esta vida. La misma mesa,
La Biblia, Goethe, la tinta y su olor a tiempo,
El papel, mujer blanca que lee los pensamientos,
La pluma, el retrato. ¡Oh mi niña, mi niña!

¡Será igual que en esta vida! El mismo jardín,
Profundo, profundo, frondoso, obscuro. Y hacia el mediodía
Habrá quienes se alegrarán de estar allí reunidos,
Gentes que no se conocían y que saben

Unos de otros sólo esto: que tendrán que vestirse
Como para una fiesta e ir en la noche
De los desaparecidos, muy solos, sin amor y sin lámparas.
Será igual que en esta vida. La misma senda:

Y (en la tarde de otoño), en un recodo de la senda,
Allí donde el hermoso camino con cautela desciende, como la mujer
Que va a cortar las flores de la convalescencia —oye, niña mía—
Nos volveremos a encontrar como antes aquí;

Y tú has olvidado el color que tenía tu vestido
En cambio yo no conocí más que algunos instantes felices.
Tú estarás vestida de pálido violeta, hermosa pena.
Y las flores de tu sombrero serán pequeñas y tristes

Y no sabré su nombre: porque en la vida conocí sólo
El nombre de una flor triste y pequeña, el nomeolvides,
Viejo durmiente del valle del país del escondite, huérfana
Flor. Sí, sí, ¡corazón profundo!, igual que en esta vida.

Y el sendero obscuro estará allí, húmedo
De un eco de cascadas. Y yo te hablaré
De la ciudad sobre el agua y del Rabí de Bacará
Y de las noches de Florencia. Estará también

El muro bajo y derruido donde dormitaba el olor
De las viejas, viejas lluvias, y una hierba leprosa,
Fría y compacta dejará caer allí sus flores huecas
En el arroyo mudo.

Traducción de 
Miguel Ángel Frontán
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martes, 11 de septiembre de 2012

John Clare: Soy


NUESTRAS MÁS RECIENTES NOVEDADES



John Clare nació en Helpston, Northamptonshire, en 1793; murió en Northampton en 1864. Entre esas dos fechas conoció los rigores y las delicias de la vida rural, que cantó en muchos de sus poemas; la protección y el posterior abandono con que lo distinguieron algunos admiradores suyos; la calma conyugal con Martha Turner y el alucinado amor por Mary Joyce; la insania que casi sin interrupción lo recluyó en un asilo, durante veintisiete años, hasta el fin de sus días. El olvido póstumo pesó sobre su obra; hoy se lo considera uno de los mayores poetas ingleses del siglo XIX. I am es su poema más famoso.
I Am

I am: yet what I am none cares or knows,
My friends forsake me like a memory lost;
I am the self-consumer of my woes,
They rise and vanish in oblivions host,
Like shadows in love’s frenzied stifled throes,
And yet I am, and live like vapours tossed

Into the nothingness of scorn and noise,
Into the living sea of waking dreams,
Where there is neither sense of life nor joys,
But the vast shipwreck of my life's esteems;
And e'en the dearest—that I loved the best—
Are strange—nay, rather stranger than the rest.

I long for scenes where man has never trod;
A place where woman never smil'd or wept;
There to abide with my creator, God,
And sleep as I in childhood sweetly slept:
Untroubling and untroubled where I lie;
The grass below—above the vaulted sky.


Soy

Soy —pero a quién le importa, quién sabe lo que soy,
Como a un vago recuerdo me apartan mis amigos;
Soy el que se alimenta con sus propios pesares,
Que suben y se esfuman en multitud de olvidos,
Sombras en los ahogados espasmos del amor,
Y sin embargo soy, semejante a vapores

Lanzados a la nada del desprecio y del ruido,
Al océano vivo de los sueños despiertos,
Donde no hay ni sentido de la vida ni dichas,
Sólo el vasto naufragio de las cosas que estimo;
Y hasta lo más querido —aquello que más amo—
Extraño me es —por cierto, más extraño que todo.

Anhelo esas regiones no holladas por el hombre;
Un lugar en que nunca sonrió o lloró mujer;
Para vivir allí con Dios, mi Creador,
Y dormir dulcemente como dormí de niño:
Yacer sin molestar y sin ser molestado;
Hierba debajo —arriba, la bóveda del cielo.


Traducción para Literatura & Traducciones de Carlos Cámara