RETRATO DE JEAN LORRAIN
Es una especie de gran bárbaro, un
bárbaro auténtico, instalado en la Urbs
bulevaresca, a la que aporta y prodiga desde hace veinte años sus instintos de
sangre y de voluptuosidad, su comprensión refinada de la ciudad, su sentido de
las ironías locales, su política ladina de oriental o de celta (ya que no es
posible discernir con precisión sus verdaderos orígenes), y mezclando a todo
eso el gusto por las artes y por la cultura, las brutalidades más solitarias o
más criminales. Del bárbaro tiene, en efecto, el gusto por las joyas y las
gemas, los perfumes fuertes, las tinturas, las materias adornadas, los venenos,
los éteres, la irresistible atracción por los tornasoles de turquería, el amor
por el bazar y el fetichismo supersticioso de las cosas. Del bárbaro tiene la codicia glotona y la
diversión de artista, y también una sensibilidad de niño muy dulce, que
fácilmente llora, una sinceridad que se manifiesta en todo momento y se
enternece con palabras vehementes y, entonces, casi mimosas, con inflexiones
infantiles y viejos pesares, y —dominándolo todo—, más allá de las emociones, el
escepticismo, la maldad, las rabietas, las ambiciones, un candor, un gran
candor mal disimulado que constituye el fondo verdadero de este temperamento en
el que todo lo demás está profundamente injertado.
Tenemos la impresión, ¿no es verdad?,
de que no es de aquí. ¿Por qué? Se diría que aún lleva sueños auténticamente
hereditarios en sus ojazos de pesados párpados caídos de místico; en ellos se
entrecruzan realmente imágenes de mar y de hadas. Ese amor del pasado no es
algo adquirido, esa antigualla de cuentos y de balada no es pose ni literatura.
Todo eso le encanta. Hay realmente en él algo así como ancestros que lloran,
todo un linaje acaso directo de normandos que, sin que él lo sepa, le hacen el
elogio de las viejas aventuras de su horda libre —con los pies descalzos en el
lodo y los almohadones imperiales.
Su rostro claro de maxilares
asesinos, listo para el casco y el turbante, expresa claramente las
alternativas que hay en su alma de refinamiento y de bestialidad. Sentimos
renacer en ella, por momentos y por andanadas, al animal torrentoso presa de
los impulsos del instinto, y, por lo demás, de un instinto mal definido, en el
que chocan unos con otros, como en los seres primitivos, los átomos macho y
hembra del oscuro origen. Es, junto con el gusto por el libertinaje ofrecido
por la ciudad, la soledad de los deseos aterradores y la voluntad de
precipitarse en el pueblo, fuente de toda fuerza a la que las quintaesencias
hastiadas van a veces a pedir el fuerte perfume del ajo y del vino peleón.
*
No hay amalgamas incongruentes en un
alma.
Sus contradicciones sólo son
aparentes y están todas ligadas a un tipo fijo de individuo. A veces sólo nos
hace falta una palabra para hacérnoslo comprender, pero a veces no logramos
encontrar esa palabra y hasta que hayamos dado con ella reunimos mal los
elementos dispersos de una personalidad. Esta palabra es, justamente, para Jean
Lorrain: bárbaro.
Como tal se nos presenta. En una
multitud se distingue como una mancha de color, a la que siempre se le reconoce
una especie de prestigio exótico. Resalta de manera violenta sobre el fondo
gris de la gente y le resultaría difícil disimular esa sensibilidad ardiente en
verdad extraordinaria que constituye su característica. Ya herido, ya furioso,
ya pusilánime o frenéticamente grosero, impertinente, tartamudeando de emoción,
se lo ve un poco por todas partes llorando por un verso hermoso, muriéndose por
un helado mal digerido. Se deja llevar por sí mismo con un poco de espanto y
una infinita voluptuosidad. Exagera todo lo que hay en él. Le ha gustado crear
fantasmas que reproducen sus diversas imágenes. Ha querido encarnar en tipos, y
ha sido por causa de un narcisismo perpetuo que hemos conocido a Bougrelon, a
Phocas y al asombroso Noronsoff. Mental, demasiado mental, ha creado seres más
complicados que él mismo y mil veces más decadentes, porque acaso siempre ha
ignorado ese candor innato que es, como decíamos, lo mejor de su naturaleza... Cuando
el Sr. Lorrain sufre, el Sr. de Phocas se extenúa; cuando el Sr. Lorrain se
contrae, el Sr. de Phocas se crispa. Lorrain lo forjó en su infierno en el que
Satanás se hizo artesano; lo forjó con un soplo pesado y amplificado con
deleite.
D'Aurevilly nunca hizo nada mejor que
ese Noronsoff, que tiene sobre sus congéneres la ventaja de ser sincero y
vivido, en inimitables impulsos. Además, estallan, en el estilo descriptivo del
autor, y en todo momento, paisajes, observaciones sobre atmósferas, tan
poderosamente aspiradas por pulmones, al parecer, suprasensibles de enfermo.
¡De qué modo tenemos, en estos libros, al lado de la peor fermentación de las
almas, el contraste de la naturaleza sana, absolutamente auténtica, con la
pureza de sus vientos y todo el manto de su cielo! Entonces el estilo piafa y
se colorea magistralmente, y tiene la nitidez de una hermosa pañoleta de
campesina al sol. Hasta que vuelve a ocuparse de los extravíos de los Des
Esseintes y de las princesas Trismegistas.
Parece que, cansado de estas cosas
malditas, Lorrain descansa un poco, hastiado de haber abarcado tanto. El
bárbaro herido —de maxilares asesinos— hace tregua, ahora, mientras sigue
mirando de lo alto de su terraza, soñador como Tristán. Me gusta imaginarlo
obsesionado por algún sueño familiar, en el que predominan el gusto y el amor
por la sangre, por la sangre joven y fresca que corre por las muñecas de los
adolescentes, por la hermosa sangre de vida y juventud que será su suprema
añoranza.
Y de todo eso habrán germinado obras
que nos dejan, después de leerlas de un tirón, esa larga persistencia de aroma
que, en verano, nos llevamos desmesuradamente con nosotros porque encontramos
en alguna parte, durante nuestros paseos, la pútrida soledad de un lirio o el
olor histérico de los castaños en flor.
(La Renaissance Latine, 15 de junio de 1902)
Traducción de Carlos Cámara.
Ediciones De La Mirándola acaba de publicar La maldición de los Noronsoff, de JEAN LORRAIN. En el sitio de la editorial se puede leer la ficha de presentación de la obra y descargar un fragmento gratuito.
PORTRAIT DE JEAN LORRAIN
C'est une sorte de grand barbare, un
barbare authentique, installé dans l'Urbs
boulevardière, où il apporte et prodigue depuis vingt ans ses instincts de sang
et de volupté, sa compréhension raffinée de la ville, son sens des ironies
locales, sa politique madrée d'oriental ou de Celte (car on ne saurait
discerner au juste son origine réelle), et mêlant à cela, au goût des arts et
de la culture, les brutalités les plus solitaires ou les plus criminelles. Du
barbare il a, en effet, le goût des bijoux et des gemmes, des parfums forts,
des teintures, des matières adornées, des poisons, des éthers, l'irrésistible attraction
vers les chatoiements de turquerie, l'amour du bazar et. le fétichisme
superstitieux des choses. Du barbare, il a la convoitise gourmande et l'amusement
artiste, et aussi une sensibilité d'enfant très douce, facilement en larmes,
une sincérité à tout propos qui s'attendrit en paroles véhémentes; alors presque
câlines avec des retours enfantins et de vieux chagrins, et — dominant le tout, — par delà
les émois, le scepticisme, la méchanceté, les colères, les ambitions, une
candeur, une grande candeur mal dissimulée qui fait le fond véritable de cette
nature où tout le reste a mis ses greffes et ses entes profondes.
On a la sensation, n'est-ce pas, qu'il
n'est point d'ici ? Pourquoi ? Des rêves authentiquement héréditaires on dirait
qu'il les porte encore dans ses gros yeux aux lourdes paupières tombantes de
mystique ; des images de mer et de fée s'entrecroisent réellement en eux. Ce n'est
pas acquis cet amour du passé, ce n'est point de la pose ni de la littérature
cette antiquaillerie de contes et de ballades. Il adore ça. Il y a vraiment en
lui comme des ancêtres qui pleurent, toute une race peut-être directe de
normands qui lui vantent à son insu les vieilles aventures de leur horde libre,
— les pieds nus dans les boues et les coussins impériaux.
Sa figure claire aux maxillaires
assassins, prête pour le casque et le turban, dit nettement les alternatives qu'il
y a en son Âme de raffinement et de bestialité. On y sent renaître par instants
et par bordées, la brute torrentueuse en 'proie aux poussées de l'instinct, et,
d'ailleurs, d'un instinct mal défini où se heurtent comme' chez les êtres
primitifs les atomes mâles et femelles de l'obscure origine. C'est, avec le
goût de la débauche lâchée par la ville, la solitude des désirs effrayants et
la volonté de se ruer au peuple, source de toute force à laquelle les
quintessences lasses viennent parfois demander le fort parfum de l'ail et du
gros vin.
*
Il n'y a pas d'amalgames disparates dans
une âme.
Ses contradictions ne sont qu'apparentes
et elles se rattachent toutes, à un type fixe d'individu. Il ne faut parfois
qu'un mot pour nous le faire comprendre, mais ce mot parfois nous échappe et
jusqu'à ce que nous l'ayons trouvé nous rassemblons mal les éléments épars
d'une personnalité. Ce mot est bien pour Jean Lorrain : Barbare.
Il se présente à nous comme tel. Dans une
foule il fait une tache colorée, à quoi on reconnaît toujours une espèce de
prestige exotique. Il se détache violemment sur le fond gris des gens et il lui
serait difficile de dissimuler cette sincérité bouillante vraiment
extraordinaire qui fait sa caractéristique. Tantôt blessé, tantôt furieux, tantôt
veille ou éperdu de rosserie, bégayant d'émotion, on le voit un peu partout
pleurant d'un beau vers, mourant d'une glace mal digérée. Il se laisse aller à lui-même
avec un peu d'épouvante et infiniment de volupté. Il s'exagère. Il a aimé créer
des fantômes à ses diverses images. 11 a voulu s'incarner dans des types, et c'est
à cause d'un narcissisme perpétuel que nous connûmes Bougrelon, Phocas et
l'étonnant Noronsoff. Mental, trop mental, il a créé des êtres plus compliqués que
lui-même et mille fois plus décadents, parce qu'il ignora toujours peut-être
cette candeur innée qui est, comme nous le disions, le meilleur de sa nature...
Quand M. Lorrain souffre, M. de Phocas s'exténue; quand M. Lorrain se
contracte, M. de Phocas se crispe. M. Lorrain l'a forgé dans son enfer, où
Satan est devenu ouvrier d'art ; il l'a forgé d'un souffle lourd et amplifié avec
délices.
D'Aurevilly n'a jamais fait mieux que ce Noronsoff,
qui a sur ses congénères la supériorité d'être sincère et vécu, en des
inimitables impulsions. En plus, éclatent, dans le style descriptif de son
auteur, à tout bout de champ, des paysages, des notations d'atmosphères, si puissamment
aspirées, par des poumons, semble-t-il, suprasensibles de malade. — Que l'on a,
dans ces livres, à côté de la pire fermentation des Âmes, le contraste de la
nature saine, toute vraie, avec la pureté de ses vents, et toute la nappe de
son ciel 1 Alors le style piaffe et se colore magistralement, et c'est net
ainsi qu'un beau fichu de paysan dans le soleil. — Jusqu'à reprendre les
errements de des Esseintes, et les princesses Trimegistes.
II semble que, fatigué de ces choses
damnées, M. Lorrain se repose un peu, lassé sans doute d'avoir trop étreint. Le
Barbare blessé, — aux maxillaires assassins — fait trêve maintenant, du haut de
sa terrasse encore rêveur comme Tristan. J'aime à le supposer hanté de quelque
songe familier, où domine le goût et l'amour du sang, du sang jeune et frais
qui coule aux poignets des adolescents, du beau sang de vie et de jeunesse qui sera
son suprême regret.
Et de tout cela auront germé des œuvres
qui nous laissent, à les avoir lues d'un trait, cette longue persistance d'arôme,
que, l'été, on emporte démesurément en soi pour avoir rencontré quelque part,
en ses promenades, la putride solitude d'un lys ou l'odeur hystérique des
châtaigniers en fleurs.
(La Renaissance Latine, 15 juin 1902).