VICTOR HUGO
No necesitamos volver a decir en qué sentido
tomamos, en estos artículos, el vocablo hispanista. Víctor Hugo era un amador
de España; pasó aquí los primeros años de su vida; estuvo luego, ya hombre, una
larga temporada en Pasajes; él mismo nos ha contado su estancia en las montañas
vascas y sus correrías hasta Pamplona. El gran poeta ha expresado su españolismo
en varias de sus obras; recordemos los dramas Hernani, Ruy Blas y Torquemada.
En La leyenda de los siglos hay también páginas dedicadas al Cid. En las
Canciones de las calles y de los bosques figuran unas lindas poesías dedicadas
a una española ideal (ideal como la marquesa de Amaegui en las poesías de
Musset), llamada, si no recordamos mal, doña Rosa Rosita.
¿Cómo podríamos caracterizar el españolismo
de Víctor Hugo? El gran poeta toma el elemento español, es decir, España, como
una corroboración de su total concepción poética; el mismo aprovechamiento
podemos observar, más tarde, en Leconte de Lisle respecto de la antigüedad pagana.
Hugo, humanitario, ardiente partidario del progreso, debelador de toda tiranía
y de toda superstición, ve en la historia y en el ambiente de España una
cantera de donde sacar materiales para sus temas grandilocuentes, para el
fortalecimiento de sus tesis. No ve sólo el color en España (y al escribir esto
nos acordamos de las Orientales, que antes habíamos olvidado); ve también —y
sobre todo— la humanidad, un fragmento interesante de humanidad, en un determinado
medio y en un cierto período de su evolución. Y mostrando a sus lectores, al
mundo, diremos, tratándose de tan elevado poeta; mostrando al mundo esa parte
de humanidad, le expone el poder y la influencia de instituciones y de
sentimientos diversos, y le dice lo que ha sido y lo que puede ser el hombre.
Como se ve, en el españolismo de Hugo existe
una trascendencia, un magisterio, una tendencia que no hay en Mérimée, en
Gautier o en Stendhal. Recordemos un verso del drama Torquemada. L'Espagne,
pierre à pierre et pas à pas, se fonde, dice un personaje (el Rey). España, piedra a piedra y paso a
paso, se funda. Sí; España, la nación española, va fundándose, consolidándose
poco a poco, a pesar de corruptelas, trabas, abusos, obstáculos, desórdenes,
confusiones. España va marchando lentamente, pero marchando, al fin, en lucha
con el error y con la obstinación. Y Víctor Hugo, que tan espléndidamente
muestra la España vieja y carcomida, abre su magnánimo corazón a la esperanza,
y él — grande de España de primera clase — envuelve en su amor de altísimo
poeta a esta tierra de espléndidos paisajes.
Se ha discutido, desde el punto de vista
histórico, el españolismo de Hugo. Sabios dictámenes existen —hechos por los
mismos franceses— sobre la veracidad en el Ruy Blas, por ejemplo. Pero en las
obras de Hugo, como en las obras de todos los grandes artistas, por encima de
los detalles, se cierne el espíritu que da verdadero tono a la creación. ¡Qué
importa el anacronismo, el error, la falsedad en los pormenores! La substancia
de la obra es lo que hemos de considerar, y la substancia, en Víctor Hugo, es
española, profundamente española. ¿Se quiere un ejemplo? Tomemos el Consejo de
ministros que se celebra en Ruy Blas. ¿Es falso todo aquello? ¿Es fantástico?
¿Es anacrónico? Pues luego de leer esa famosa escena repasemos los escritos de
nuestros viejos economistas; veamos las lamentaciones y plañidos que se
exhalaban con motivo de nuestras corruptelas y disipaciones; traigamos a la
memoria los célebres versos de Quevedo que a éste valieran cruel destierro y
prisión; hojeemos, finalmente, los libros de nuestros modernos historiadores
sobre la decadencia española (el de Cánovas, por ejemplo). Y, después de haber
hecho todo esto, digamos si el Consejo de ministros que Hugo nos presenta en su
drama no es una síntesis maravillosa, admirable, profundísima, de la historia
de España.
¿Qué influencia ha tenido Víctor Hugo sobre
nuestros poetas? Víctor Hugo ha sido gustado y traducido en España desde
primera hora. Hay en Espronceda poco de Hugo; algo más podríamos ver en el
Duque de Rivas; mucho más notaremos en Zorrilla. Zorrilla, con todos sus
defectos, es nuestro más gran poeta del siglo XIX. Sobre Zorrilla, Víctor Hugo
ha impreso su sello. En Zorrilla —y esto hace su grandeza— hay lo que no
encontramos sino de raro en raro en los demás poetas españoles: un elemento de
vaguedad, de misterio, de idealidad. Esa idealidad de Zorrilla la encontramos,
por ejemplo, en una de las primeras poesías de Ángel Saavedra, en la titulada A
las estrellas; la encontramos en alguna otra composición de Espronceda; mas en
Zorrilla es permanente y constituye la esencia de su estro. ¡Cuántos prejuicios
se han amontonado alrededor de este maravilloso poeta y cuán torcidamente ha
sido juzgado! Del estudio dedicado al poeta por don Manuel de la Revilla se nos
antoja que arranca el prejuicio con que han visto a Zorrilla las nuevas
generaciones. Zorrilla, a trozos, puede ponerse a par de Hugo. Léanse sus
poesías La torre de Fuensaldaña, La luna de enero y El Reló...
Pero nuestro propósito no era ahora hacer un
estudio de nuestro glorioso poeta. Hemos querido señalar la sugestión ejercida
sobre su numen por Víctor Hugo. Y hemos querido, principalmente poner de
manifiesto el carácter trascendental del españolismo del autor de Hernani.
AZORÍN (Entre España y Francia. Hispanistas.)
AZORÍN (Entre España y Francia. Hispanistas.)