THÉOPHILE GAUTIER
El nombre de Gautier debe ser dilecto para todo
español amante de España y de las letras. Difiere esencialmente el españolismo
de Gautier del de Mérimée, del de Stendhal, del de Hugo y del de Musset.
Gautier es el color, el esplendente espectáculo de las catedrales, la visión de
las ciudades viejas. Théophile Gautier expresó su amor a España en un libro de
viajes, en una colección de poesías y en una novela. Lo conocido del público
español —en general— es la primera de las obras citadas. Las poesías lo son
menos; de la novela acaba de hacer una edición popular la casa editora Nelson.
Tiene Théophile Gautier un lugar en la historia —y aun se podría decir que en
la evolución— literaria de su país; pero representa también no poco en cierta
fase de las letras españolas.
Conocidos son los detalles del viaje de Gautier a
nuestra Patria. Por los años en que Gautier vino a España vinieron otras
grandes personalidades francesas de la literatura y algunos distinguidos
pintores. Dumas, Gautier, Mérimée figuran entre las personalidades eminentes
que en aquellos años de la primera mitad del siglo XIX fueron nuestros
huéspedes: Cuvillier-Fleury —redactor del Diario de los Debates—,
Roger de Beauvoir, Amadée Uchard, son escritores discretos, estimables, que
también entonces hicieron tal viaje. España para todos era el país de lo
desconocido; la pasión romántica, dominante a la sazón, ponía un atractivo de
misterio, de peligro, de fantasía desvariada, en la tierra española. Y unos,
como Mérimée, veían, más concretamente, el carácter indomable y trágico; otros,
como Stendhal, el honor caballeresco y desdeñoso del detalle prosaico; y unos
terceros, como Gautier y Hugo, el color, lo exótico, el panorama de ciudades y
campos.
Pero en este último grupo cabría hacer una distinción
entre Gautier y Víctor Hugo; en el autor de Hernani hay algo
más, en su españolismo, que el ansia y la dilección por la descripción. Ya lo
veremos cuando tratemos de su obra. En Théophile Gautier sí que todo está
subordinado a la visión del mundo exterior. La España de Gautier es una España
sin hombres, sin habitantes. Recorred su famoso Viaje y no
encontraréis ni figuras, ni multitudes. Los españoles, la vida social de España
no le interesan a Gautier. Nada de política, de historia, de movimientos y
aspectos de la vida humana. Todo son paisajes y descripciones de ciudades. Se
cuenta que la señora de una de las casas en que se reunían literatos y artistas
en París creemos que la princesa Matilde— como leyera la relación de
Gautier, le preguntó a éste, al ver que en su libro no había rastro de seres
humanos: «Pero, Gautier, en España, ¿no hay habitantes?»
Gautier compone un libro pura y exclusivamente
descriptivo. La posición de nuestro autor es en absoluto la contraria de
Mérimée: para uno no hay en España más que pintura de cosas, y para el otro más
que pintura de caracteres. Gautier, en la historia de la literatura francesa,
no llega a ser una personalidad de primer orden; figura, ciertamente, entre los
insignes; mas le falta la hondura, la genialidad, el estro que marca a los
grandes creadores. A nuestro entender, el beneficio que este escritor aporta a
las letras francesas estriba en el elemento de exotismo y de novedad que,
gracias a su obra, se introduce e infiltra en el espíritu francés. Gautier,
viajero, autor de libros descriptivos sobre países como España, Rusia, Turquía
(aparte de su novela de asunto egipcio), hace que Francia, al ensanchar su
visión estética del mundo, se afirme en su papel de divulgadora de todas las
novedades y bizarrías del pensamiento. En una palabra, Gautier ha contribuido
poderosamente a que la atención del mundo haya ido convergiendo hacia Francia.
Esto en cuanto al lugar de nuestro autor en la
literatura de su Patria. ¿Y en lo que respecta a España? Durante mucho tiempo
ha sido tratado desdeñosamente el libro de Gautier; aun se ha llegado a creer
que tal obra era depresiva para España. Se ha necesitado para deshacer este
error, primero, de las palabras entusiastas que a dicho Viaje dedica
Menéndez Pelayo en su Historia de las ideas estéticas; luego, del
entusiasmo que por esta obra sintiera el núcleo de escritores que nace a la
vida de las letras en 1898. No somos partidarios de que se empleen cierto
género de denominaciones para designar estos o los otros literatos; no acaba de
gustarnos esto de la generación de 1898. Diríase que hay cierta impertinencia
(cuando no pedantería) en esta manera de designar. No parece sino que, por arte
mágico, inopinadamente, ha surgido en la marcha de nuestras letras un grupo de
escritores que han hecho lo que los demás no han realizado: los demás, tanto
los anteriores como los subsiguientes. Pero, en fin, pase, como recurso de
comodidad, la denominación. El Viaje de Gautier fue para los
escritores de 1898 una revelación; fue la revelación de España, de sus ciudades
viejas, de sus monumentos, de sus campiñas. ¡Cómo en las excursiones a Toledo
se leían fervorosamente las páginas de Gautier dedicadas a la gloriosa ciudad!
La generación del 98 trajo al arte el sentido, hondo y entusiasta, del paisaje
y de las ciudades españolas. Pero ¿es que no había antecedentes serios y
continuados de este sentir? Los había ; existía toda una tradición.
Una cosa interesantísima sería el hacer ver de qué
manera Toledo ha sido, en estética, como el nexo espiritual de la España literaria;
de qué modo Toledo sirve como de hilo conductor —a través de las generaciones—
para hacer que el sentido de España, el amor a España, la dilección por la
historia y las tradiciones españolas, vayan transmitiéndose y perdurando.
Toledo juega un papel importante en el movimiento romántico (recuérdese las
célebres poesías de Zorrilla), y Toledo sirve de iniciación en el conocimiento
de España a los escritores de 1898. Los escritores de esa generación han traído
al arte el paisaje y las ciudades de España; su visión y su amor han sido más
intensos que los de las generaciones anteriores (que han traído al arte otras
cosas, tan considerables como esta, pero de otro género) ; mas la tradición no
se había interrumpido. Habría que estudiar detenidamente esos esfuerzos que se
venían realizando. Hemos citado a Zorrilla; tendríamos que señalar también la
influencia de un pintor, no de primera línea, aunque estimadísimo, don Jenaro
Villamil, que consagró sus pinceles a pintar la España vieja; en el mismo
sentido, popular y castizo, pintó también Valeriano Bécquer, el hermano del
poeta. En literatura, aunque refiriéndonos a tiempos más cercanos a los
nuestros, ¿no es de 1891 el segundo volumen de Ángel Guerra, de Galdós, volumen
dedicado precisamente a Toledo, descripción soberbia, maravillosa de la España
castiza?
Théophile Gautier, con su Viaje, y muchos años después
de publicado, aviva poderosamente en un grupo de escritores españoles el amor a
su Patria y el ansia de conocer su Patria. Una corriente iniciada por el
romanticismo (en literatura y en pintura) es reforzada con ahínco por el libro
de Gautier. Un literato francés ha operado tal obra bienhechora y patriótica.
España se ha conocido mejor a sí misma. Y esto es lo que a Francia deberemos
siempre, entre otras cosas, los españoles.