viernes, 31 de octubre de 2025

Paul Verlaine y Emilio Carrere: Mi sueño familiar

MON RÊVE FAMILIER

 

Je fais souvent ce rêve étrange et pénétrant

D’une femme inconnue, et que j’aime, et qui m’aime,

Et qui n’est, chaque fois, ni tout à fait la même

Ni tout à fait une autre, et m’aime et me comprend.

 

Car elle me comprend, et mon cœur transparent

Pour elle seule, hélas! cesse d’être un problème

Pour elle seule, et les moiteurs de mon front blême,

Elle seule les sait rafraîchir, en pleurant.

 

Est-elle brune, blonde ou rousse? Je l’ignore.

Son nom? Je me souviens qu’il est doux et sonore,

Comme ceux des aimés que la vie exila.

 

Son regard est pareil au regard des statues,

Et, pour sa voix, lointaine, et calme, et grave, elle a

L’inflexion des voix chères qui se sont tues.

 

PAUL VERLAINE

MI SUEÑO FAMILIAR

 

Tengo a menudo el sueño raro y emocionante

de una maravillosa mujer desconocida

que no es siempre la misma ni es otra en cada instante

y me ama y se penetra del dolor de mi vida.

 

Porque ella me comprende y mi alma transparente

para ella sólo no es un problema insondable

y la fiebre tenaz de mi pálida frente

ella sabe calmarla con su llanto inefable.

 

¿Es morena o es rubia o es roja? Yo lo ignoro.

¿Su nombre? Sólo sé que es tan dulce y sonoro

como el de las amantes del mundo desterradas.

 

Sus pupilas de estatua miran sin expresión

y su voz dulce y grave recuerda la inflexión

de las voces queridas ya por siempre calladas.

Versión de EMILIO CARRERE


miércoles, 15 de octubre de 2025

Henri Michaux y Guillermo de Torre: Tres poemas

SOUS LE PHARE OBSÉDANT DE LA PEUR

 

Ce n’est encore qu’un petit halo, personne ne le voit, mais lui, il sait que de là viendra l’incendie, un incendie immense va venir, et lui, en plein cour de ça, il faudra qu’il se débrouille, qu’il continue à vivre comme auparavant (Comment ça va-t-il ? Ça va et vous-même ?), ravagé par le feu consciencieux et dévorateur.

Il est devant lui un tigre immobile.
Il n’est pas pressé.
Il a tout son temps.
Il a ici son affaire.
Il est inébranlable.

…et la peur n’excepte personne.

Quand un poisson des grandes profondeurs,

devenu fou, nage anxieusement vers les poissons de sa famille à six cents mètres de fond, les heurte, les réveille, les aborde l’un après l’autre :

«Tu n’entends pas de l’eau qui coule, toi ? »

«Et ici on n’entend rien ? »

«Vous n’entendez pas quelque chose qui fait « tche », non, plus doux : tchii, tchii ? »

«Faites attention, ne remuez pas, on va l’entendre de nouveau. »

Oh
Peur,
Maître atroce !

Le loup a peur du violon.
L’éléphant a peur des souris, des porcs, des pétards.
Et l’agouti tremble en dormant.

 

 

BAJO EL FARO DEL MIEDO

 

Todavía no es más que un halo impreciso, nadie lo ve, pero yo sé que de ahí brotará el incendio, que va a surgir un incendio inmenso. Y yo, que lo veo con lucidez, deberé escapar como pueda, continuar viviendo como antes. (¿Cómo sigue usted? Vamos tirando ¿y usted?) estragado por el fuego concienzudo y devorador.

Ante mí está un tigre inmóvil.

No tiene prisa.

Le sobra tiempo.

Tiene aquí tarea.

 

Es inexorable.

Cuando un pez de las profundidades abisales,

que se ha vuelto loco, nada ansiosamente a seiscientos metros de fondo buscando los pescados de su familia, choca con ellos, les despierta, les interpela uno tras otro:

—Oye, tú ¿no escuchas el agua que corre?

—Y aquí ¿no se oye nada?

—¿No oís alguna cosa que hace: «tse»; no, algo más suave: tschii, tschii?

—Tened cuidado, no moveros, va a oírse otra vez.

 

¡Oh,

Miedo,

Dueño atroz!

 

El lobo siente miedo del sonido de un violín.

El elefante tiene miedo del tambor, de los cerdos, de los petardos.

Y el conejillo de Indias tiembla mientras duerme.

 

VERS LA SÉRÉNITÉ

Le
Royaume de
Cendre.

Au-dessus des joies, comme au-dessus des affres, au-dessus des désirs et des épanchements, gît une étendue immense de cendre.

De ce pays de cendre, vous apercevez le long cortège des amants qui recherchent les amantes et le long cortège des amantes qui recherchent les amants, et un désir, une telle prescience de joies uniques se lit en eux qu’on voit qu’ils ont raison, que c’est évident, que c’est parmi eux qu’il faut vivre.

Mais qui se trouve au royaume de cendre plus de chemin ne trouve.
Il voit, il entend.
Plus de chemin ne trouve que le chemin de l’éternel regret.

 

Le

Plateau du fin sourire.

 

Au-dessus de ce royaume élevé, mais misérable, gît le royaume élu, le royaume du doux pelage.

 

Si quelque éminence, quelque pointe apparaît, cela ne saurait durer ; à peine sorties, elles disparaissent dans de petits plis, les plis dans un frisson et tout redevient lisse.

 

«Quand la vague qui emporte, rencontre ses petites amies, les vagues qui rapportent, il se fait entre elles un grand bruissement, un bruissement d’abord, puis peu à peu c’est du silence et l’on n’en rencontre plus aucune. »

 

Oh !

Pays aux dalles tièdes !

Oh !

Plateau du fin sourire !

 

HACIA LA SERENIDAD

El

Reino de

Ceniza.

 

Por encima de los júbilos como por encima de los terrores, por encima de los deseos y de las efusiones hay una extensión inmensa de ceniza.

En ese país de ceniza podéis ver el dilatado cortejo de los amantes que buscan a las mujeres y el cuantioso cortejo de las mujeres que buscan a los amantes. En todos ellos se lee una presciencia tal de los goces únicos que demuestra cómo tienen razón, que la cosa es evidente y que es preciso vivir entre ellos.

Pero aquel que se halla en el reino de ceniza ningún camino encuentra ya. Mira, escucha. Ningún otro camino encuentra más que el del eterno pesar.

 

La

Llanura de la leve sonrisa.

 

 

Sobre ese reino alto, pero miserable, se extiende el reino elegido, el reino de suave pelaje.

 

Si en él apareciese alguna cumbre, alguna punta, no duraría  mucho. Pues apenas brotadas desaparecen, cambiándose en cortos pliegues, los dobleces en un estremecimiento y todo retorna a ser llano.

 

«Cuando la ola arrolladora encuentra a sus amiguitas, las olas que devuelven, se teje entre ellas un gran zumbido, primero un zumbido, luego poco a poco se hace el silencio y no vuelve a encontrarse ninguna».

 

¡Oh,

País de losas tibias!

¡Oh,

Llanura de la leve sonrisa!


 

LA VIE DE L’ARAIGNÉE ROYALE

 

L’araignée royale détruit son entourage, par digestion.
Et quelle digestion se préoccupe de l’histoire et des relations personnelles du digéré ?
Quelle digestion prétend garder tout ça sur des tablettes ?

La digestion prend du digéré des vertus que celui-là même ignorait et tellement essentielles pourtant qu’après, celui-ci n’est plus que puanteur, des cordes de puanteur qu’il faut alors cacher vivement sous la terre.

Bien souvent elle approche en amie.
Elle n’est que douceur, tendresse, désir de communiquer, mais si inapaisable est son ardeur, son immense bouche désire tellement ausculter les poitrines d’autrui (et sa langue aussi est toujours inquiète et avide), il faut bien pour finir qu’elle déglutisse.

Que d’étrangers déjà furent engloutis !

Cependant, l’araignée ensuite se désespère.
Ses bras ne trouvent plus rien à étreindre.
Elle s’en va donc vers une nouvelle victime et plus l’autre se débat, plus elle s’attache à le connaître.


Petit à petit elle l’introduit en elle et le confronte avec ce qu’elle a de plus cher et de plus important, et nul doute qu’il ne jaillisse de cette confrontation une lumière unique.

Cependant, le confronté s’abîme dans une nature infiniment mouvante et l’union s’achève aveuglément.

 

LA VIDA DE LA ARAÑA REAL

La araña real destruye a su vecindario digiriéndole.

Y ¿qué digestión se preocupa de la historia y de las relaciones personales del digerido?

¿Qué digestión se cuida de guardar todo eso en anaqueles?

 

La digestión toma del digerido virtudes que este mismo ignoraba, virtudes tan esenciales que, poco después, aquel sólo es podredumbre, cuerdas de podredumbre que es preciso entonces ocultar rápidamente bajo tierra.

 

A menudo la araña se acerca como amiga.

Toda ella es suavidad, ternura, deseo comunicativo, pero su ardor es tan implacable, su enorme boca desea auscultar tan ávidamente los pechos del prójimo (y también su lengua es siempre inquieta y ávida), que se hace preciso terminar dejando que se lo trague.

 

¡Cuántos extranjeros fueron ya engullidos!

 

En el acto, la araña se desespera.

Sus brazos no encuentran ya nada que estrechar.

Entonces se dirige hacia una nueva víctima y, cuanto más se revuelve ésta, más se obstina la araña en conocerla.

 

Poco a poco le introduce en ella y le compara con lo que tiene de más querido e importante, y no hay duda que de esa confrontación saldrá una luz única.

 

Empero, el confrontado se hunde en una naturaleza infinitamente inestable y la unión se corona ciegamente.

HENRI MICHAUX

Traducción de Guillermo de Torre

Revista Sur Año 1, invierno de 1931


 

 

viernes, 10 de octubre de 2025

Roberto Calasso y Léon Bloy: La Amazona de la Muerte

“LA AMAZONA DE LA MUERTE” DE LÉON BLOY

 

“Si María Antonieta nos conmueve tan profundamente y domina las almas con un poder de conmoción tan soberano, es precisamente porque no es una santa, escribe Bloy en el umbral de este su «primer ensayo literario”, que prefigura su obra entera; “y por eso sus formidables tormentos de reina, de esposa y de madre no pueden, con propiedad, ser considerados como un martirio”. ¿Qué cosa fueron, entonces? Despojada de toda su ropa en la línea de frontera con Francia, a la que llega a la edad de catorce años como prometida del rey, y enseguida cargada con el invisible peso de la Etiqueta, hostigada y escarnecida a cada paso, en su amable ligereza, como “la Austríaca”, la reina parece condensar en sí la venganza de la Historia que, en el momento en que pretende emanciparse de la teología del sacrificio exige una nueva víctima sacrificial y escoge, para la necesaria expiación, a la más escandalosamente injusta. Todo el siglo XVIII, “época maravillosamente superficial en la que parece que todos habían nacido con el don de no entender nada acerca de las cosas superiores”, se alía en su contra hasta reducirla a la viuda de Capeto, pintada con rencor por David sobre la carreta que va al patíbulo, poco antes de convertirse en “la reina guillotinada jurídicamente por la Canalla”. A las sombras de la Historia responde la vehemente elocuencia de Bloy, proyectándolas sobre una escena ulterior, metahistórica, donde la aparición de María Antonieta “vestida como una criminal” frente al “bestial” Fouquier-Tinville se impone como la “demostración de una ley misteriosa”.

ROBERTO CALASSO, 1996
Traducción, para Literatura & Traducciones, de Miguel Ángel Frontán



«LA CAVALIERA DELLA MORTE» DI LÉON BLOY

«Se Maria Antonietta ci tocca così profondamente e signoreggia le anime con un potere di commozione tanto sovrano, è solo perché non è una santa» scrive Bloy sulla soglia di questa sua «prima prova letteraria» che ne prefigura l’intera opera, «e perciò i suoi formidabili tormenti di regina, di sposa e di madre non possono propriamente essere chiamati un martirio». Ma che cosa furono, allora? Spogliata di ogni veste sulla linea di confine con la Francia, allorché vi giunge quattordicenne come fidanzata del re, e subito gravata dell’invisibile fardello dell’Etichetta, osteggiata e dileggiata a ogni passo, nella sua amabile sventatezza, come «l’Austriaca», la regina sembra addensare su di sé la vendetta della Storia che, nel momento in cui pretende di emanciparsi dalla teologia del sacrificio, esige una nuova vittima sacrificale e sceglie, in quanto necessaria all’espiazione, la più scandalosamente ingiusta. Tutto il secolo diciottesimo, «epoca meravigliosamente superficiale in cui sembra che tutti nascessero con il dono di non capire nulla delle cose superiori», si coalizza contro di lei sino a ridurla a vedova Capeto, disegnata con astio da David sulla carretta che va al patibolo, poco prima che diventasse «la regina ghigliottinata giuridicamente dalla Canaglia». Alle ombre della Storia risponde la veemente eloquenza di Bloy, proiettandole su una scena ulteriore, metastorica, dove l’apparizione di Maria Antonietta «in veste di criminale» davanti al «bruto» Fouquier-Tinville si impone come «dimostrazione di una qualche legge misteriosa».




lunes, 6 de octubre de 2025

Francis Thompson y Carlos A. Sáenz: El lebrel del cielo

THE HOUND OF HEAVEN

 

I fled Him, down the nights and down the days;

   I fled Him, down the arches of the years;

I fled Him, down the labyrinthine ways

   Of my own mind; and in the mist of tears

I hid from Him, and under running laughter.

               Up vistaed hopes, I sped;

               And shot, precipitated

Adown Titanic glooms of chasmed fears,

   From those strong Feet that followed, followed after.

               But with unhurrying chase,

               And unperturbéd pace,

      Deliberate speed, majestic instancy,

               They beat—and a Voice beat

               More instant than the Feet—

      “All things betray thee, who betrayest Me.”

 

               I pleaded, outlaw-wise,

By many a hearted casement, curtained red,

   Trellised with intertwining charities;

(For, though I knew His love Who followéd,

          Yet was I sore adread

Lest, having Him, I must have naught beside)

But, if one little casement parted wide,

   The gust of His approach would clash it to

   Fear wist not to evade, as Love wist to pursue.

Across the margent of the world I fled,

   And troubled the gold gateways of the stars,

   Smiting for shelter on their changèd bars;

               Fretted to dulcet jars

And silvern chatter the pale ports o’ the moon.

I said to dawn: Be sudden—to eve: Be soon;

   With thy young skiey blossoms heap me over

               From this tremendous Lover!

Float thy vague veil about me, lest He see!

   I tempted all His servitors, but to find

My own betrayal in their constancy,

In faith to Him their fickleness to me,

   Their traitorous trueness, and their loyal deceit.

To all swift things for swiftness did I sue;

   Clung to the whistling mane of every wind.

         But whether they swept, smoothly fleet,

      The long savannahs of the blue;

               Or whether, Thunder-driven,

         They clanged his chariot ’thwart a heaven,

Plashy with flying lightnings round the spurn o’ their feet:—

   Fear wist not to evade as Love wist to pursue.

         Still with unhurrying chase,

         And unperturbèd pace,

   Deliberate speed, majestic instancy,

            Came on the following Feet,

            And a Voice above their beat—

      “Naught shelters thee, who wilt not shelter Me.”

 

I sought no more that, after which I strayed,

      In face of man or maid;

But still within the little children’s eyes

      Seems something, something that replies,

They at least are for me, surely for me!

I turned me to them very wistfully;

But just as their young eyes grew sudden fair

      With dawning answers there,

Their angel plucked them from me by the hair.

“Come then, ye other children, Nature’s—share

With me” (said I) “your delicate fellowship;

      Let me greet you lip to lip,

      Let me twine with you caresses,

            Wantoning

      With our Lady-Mother’s vagrant tresses,

            Banqueting

      With her in her wind-walled palace,

      Underneath her azured daïs,

      Quaffing, as your taintless way is,

            From a chalice

Lucent-weeping out of the dayspring.”

            So it was done:

I in their delicate fellowship was one—

Drew the bolt of Nature’s secrecies.

      I knew all the swift importings

      On the wilful face of skies;

      knew how the clouds arise

      Spumèd of the wild sea-snortings;

            All that’s born or dies

      Rose and drooped with—made them shapers

Of mine own moods, or wailful or divine—

      With them joyed and was bereaven.

      I was heavy with the even,

      When she lit her glimmering tapers

      Round the day’s dead sanctities.

      I laughed in the morning’s eyes.

I triumphed and I saddened with all weather,

      Heaven and I wept together,

And its sweet tears were salt with mortal mine;

Against the red throb of its sunset-heart

            I laid my own to beat,

            And share commingling heat;

But not by that, by that, was eased my human smart.

In vain my tears were wet on Heaven’s grey cheek.

For ah! we know not what each other says,

      These things and I; in sound I speak—

Their sound is but their stir, they speak by silences.

Nature, poor stepdame, cannot slake my drouth;

      Let her, if she would owe me,

Drop yon blue bosom-veil of sky, and show me

      The breasts o’ her tenderness:

Never did any milk of hers once bless

               My thirsting mouth.

               Nigh and nigh draws the chase,

               With unperturbèd pace,

      Deliberate speed majestic instancy

               And past those noisèd Feet

               A voice comes yet more fleet—

   “Lo! naught contents thee, who content’st not Me.”

 

Naked I wait Thy love’s uplifted stroke!

My harness piece by piece Thou hast hewn from me,

               And smitten me to my knee;

      I am defenceless utterly,

      I slept, methinks, and woke,

And, slowly gazing, find me stripped in sleep.

In the rash lustihead of my young powers,

      I shook the pillaring hours

And pulled my life upon me; grimed with smears,

I stand amid the dust o’ the mounded years—

My mangled youth lies dead beneath the heap.

My days have crackled and gone up in smoke,

Have puffed and burst as sun-starts on a stream.

      Yea, faileth now even dream

The dreamer, and the lute the lutanist;

Even the linked fantasies, in whose blossomy twist

I swung the earth a trinket at my wrist,

Are yielding; cords of all too weak account

For earth with heavy griefs so overplussed.

      Ah! is Thy love indeed

A weed, albeit an amaranthine weed,

Suffering no flowers except its own to mount?

      Ah! must—

      Designer infinite!—

Ah! must Thou char the wood ere Thou canst limn with it?

My freshness spent its wavering shower I’ the dust;

And now my heart is as a broken fount,

Wherein tear-drippings stagnate, spilt down ever

      From the dank thoughts that shiver

Upon the sighful branches of my mind.

      Such is; what is to be?

The pulp so bitter, how shall taste the rind?

I dimly guess what Time in mists confounds;

Yet ever and anon a trumpet sounds

From the hid battlements of Eternity,

Those shaken mists a space unsettle, then

Round the half-glimpsèd turrets slowly wash again;

      But not ere him who summoneth

      I first have seen, enwound

With grooming robes purpureal, cypress-crowned;

His name I know, and what his trumpet saith.

Whether man’s heart or life it be which yields

      Thee harvest, must Thy harvest fields

      Be dunged with rotten death?

            Now of that long pursuit

            Comes on at hand the bruit;

      That Voice is round me like a bursting sea:

            “And is thy earth so marred,

            Shattered in shard on shard?

      Lo, all things fly thee, for thou fliest Me!

 

      “Strange, piteous, futile thing!

Wherefore should any set thee love apart?

Seeing none but I makes much of naught” (He said),

“And human love needs human meriting:

      How hast thou merited—

Of all man’s clotted clay the dingiest clot?

      Alack, thou knowest not

How little worthy of any love thou art!

Whom wilt thou find to love ignoble thee,

      Save Me, save only Me?

All which I took from thee I did but take,

      Not for thy harms,

But just that thou might’st seek it in My arms.

      All which thy child’s mistake

Fancies as lost, I have stored for thee at home:

      Rise, clasp My hand, and come.”

 

            Halts by me that footfall:

            Is my gloom, after all,

      Shade of His hand, outstretched caressingly?

            “Ah, fondest, blindest, weakest,

            I am He Whom thou seekest!

      Thou dravest love from thee, who dravest Me.”

 

FRANCIS THOMPSON

EL LEBREL DEL CIELO

 

Le huía noche y día

a través de los arcos de los años,

y le huía a porfía

por entre los tortuosos aledaños

de mi alma, y me cubría

con la niebla del llanto

o con la carcajada, como un manto.

 

He escalado esperanzas,

me he hundido en el abismo deleznable,

para huir de los Pasos que me alcanzan:

persecución sin prisa, imperturbable,

inminencia prevista y sin contraste.

Los oigo resonar... y aún más fuerte

una Voz que me advierte:

—“Todo te deja, porque me dejaste”.

 

Golpeaba las ventanas

que ofrecen al proscrito sus encantos

y temblando de espanto

pensaba que el Amor que me persigue,

si al final me consigue,

no dejará brillar más que su llama;

y si alguna ventana se entreabría,

el soplo de su acceso la cerraba.

El miedo no alcanzaba

a huir cuanto el Amor me perseguía.

 

Me evadí de este mundo;

violé la puerta de oro de los cielos,

pidiendo amparo a sus sonoros velos,

y arranqué notas dulces y un profundo

rumor de plata al astro plateado.

Al alba dije “Ven”; “ven”, a la tarde,

“escondedme de aqueste Enamorado

de miedo que me aguarde”.

Tenté a sus servidores,

y sólo hallé traición en su constancia.

Para Él la fe; de mí perseguidores

con falsa rectitud y leal falacia.

 

Pedí volar a todo lo ligero,

asiéndome a las crines del pampero,

y aunque se deslizaba

por la azul lejanía,

y el trueno hacía resonar su carro,

y zapateaba el rayo,

el miedo no alcanzaba

a huir cuanto el Amor me perseguía.

Persecución sin prisa, imperturbable,

majestuosa inminencia. En las veredas

dejan los Pasos que la Voz me hable:

—“Nada te hospedará si no me hospedas”.

 

Ya no busco mi sueño interrogando

un rostro de hombre o de mujer, mas quedan

los ojos de los niños esperando:

hay algo en ellos para mí de veras.

Y cuando mi ansiedad se prometía

el dulce despertar de una respuesta,

los ángeles venían

y los llevaban por la senda opuesta.

“Venid (clamaba), dadme la frescura

de la Naturaleza

que guardan vuestros labios de pureza;

dejadme juguetear en las alturas;

habitar el palacio

azul de vuestra Madre, cuyas trenzas

vagan por el espacio,

y beber como un llanto de ambrosía

el rocío del día”.

 

Y al fin lo conseguí: fui recibido

En su dulce amistad, y abrí el sentido

de los matices de la faz del cielo,

de la nube naciente entre los velos

de la espuma del mar. Nací con ella

para morir con todo lo escondido.

Me conformé a sus huellas.

Supe caer cuando la tarde cae

al encender sus lámparas de duelo,

y reír con la aurora de ojos suaves,

y llorar con la lluvia de los cielos,

y hacer mi corazón del sol gemelo.

 

Pero ¡qué inútilmente!

Imposible entender lo que otro siente.

Las cosas hablan un lenguaje arcano,

incomprensible; es un silencio vano

para mi inteligencia. Aunque pudiera

prenderme de sus pechos como un niño,

seguiría mi sed de otro cariño.

Y noche a noche afuera

oigo los Pasos que me dan alcance

con medida carrera,

deliberado avance,

majestad inminente,

que deja oír la Voz de la otra parte:

—“Nada podrá llegar a contentarte

mientras no me contentes”.

 

Espero el golpe de tu amor, inerme.

Pieza a pieza rompiste mi armadura.

De rodillas estoy, y dudo al verme

despierto y despojado.

La fuerza juvenil de mi locura

sacudió las columnas de las horas,

y mi vida es un templo desplomado;

montón de años, multitud de escombros

el ayer y el ahora.

Los sueños mismos se han evaporado,

y mis días son polvo.

Las fantasías con que ataba el mundo

me abandonan : son cuerdas muy delgadas

para alzar una tierra recargada

por el dolor profundo.

¡ Ay! que tu amor es hierba de dolores

que sólo deja florecer sus flores.

¡Oh imaginero eterno, es suficiente!

Tú quemas el carbón con que dibujas.

Mi juventud es fuga de burbujas;

mi corazón la fuente

quebrada,

donde no queda nada

del llanto de mi mente.

 

¡Sea! mas ¿qué amargura

si la pulpa es amarga, me deparan

las heces? Lo vislumbro en la fisura

del telón de las nubes que rasgara

el sonar de las trompas celestiales.

Aun sin poder reconocer sus reales,

su púrpura, su cetro, su guarida,

le conozco y le entiendo. Se apresura;

quiere mi corazón, quiere mi vida,

quiere mi podredumbre,

quiere mi oscuridad para su lumbre.

 

Ya la persecución está lograda.

Y la Voz como un mar en torno fluye:

—“¿Crees que la tierra gime destrozada?

Todo te huye, porque tú me huyes”.

 

¡Extraña, fútil cosa, miserable!

dime, ¿cómo podrías ser amada?;

¿no he hecho ya demasiado de tu nada

para hacerte sin mérito, aceptable?

Pizca de barro, ¿acaso tú no sabes

cuán poco amor te cabe?

¿Quién hallarás que te ame? Solamente

yo, que cuanto te pido te he quitado,

para que me lo pidas de prestado

y lo dé misericordiosamente.

 

Lo que tú crees perdido está en mi casa

levántate, toma mi mano y pasa.

Los Pasos se han quedado junto al vano.

Acaso ¡oh tú, tiniebla que me ofusca

seas sólo la sombra de Su mano!

—“Oh loco, ciego, enfermo que te abrasas,

pues buscas el amor, a mí me buscas,

y lo rechazas cuando me rechazas”.

Versión de Carlos A. Sáenz