viernes, 3 de julio de 2020

Leconte de Lisle y Leopoldo Díaz: El sueño del jaguar

EL SUEÑO DEL JAGUAR

 

Bajo los negros árboles del bosque

Se entrelazan las lianas florecidas ;

En el aire pesados los insectos

Van y vienen, y en curvas infinitas

Se columpian los pájaros brillantes,

Los monos, las arañas amarillas.

Es allí que, siniestro y fatigado,

Entre los viejos troncos de marchitas

Y musgosas cortezas, lentamente,

El cazador de bestias se aproxima,

Frotando sus riñones musculosos

Con su elástica cola, y las mandíbulas

Entreabiertas, sedientas, arrojando

Ronco y breve resuello. Sorprendidas

Huyen las alimañas, los lagartos

Cuyas escamas en la yerba brillan,

Y los reptiles que en la espesa fronda

Se calientan al sol del mediodía.

En un sitio del bosque donde nunca

Penetra el rojo sol, allí reclina

El jaguar su cabeza en una roca ;

Pasa el áspera lengua humedecida

Por sus potentes manos; luego entorna

Sus ojos soñolientos y dormita.

En la ilusión de sus inertes fuerzas,

Hace mover su cola estremecida

Batiéndose los flancos; después sueña

Que en medio de las verdes y escondidas

Florestas mudas, las filosas garras,

Con sorprendente rapidez felina

Hunde en la carne de los recios toros,

Que mugiendo, en tropel se precipitan.

LECONTE DE LISLE

Traducción de LEOPOLDO DÍAZ

 


LE RÊVE DU JAGUAR

 

Sous les noirs acajous, les lianes en fleur,

dans l’air lourd, immobile et saturé de mouches,

pendent, et, s’enroulant en bas parmi les souches,

bercent le perroquet splendide et querelleur,

l’araignée au dos jaune et les singes farouches.

C’est là que le tueur de bœufs et de chevaux,

le long des vieux troncs morts à l’écorce moussue,

sinistre et fatigué, revient à pas égaux.

Il va, frottant ses reins musculeux qu’il bossue ;

et, du mufle béant par la soif alourdi,

un souffle rauque et bref, d’une brusque secousse,

trouble les grands lézards, chauds des feux de midi,

dont la fuite étincelle à travers l’herbe rousse.

En un creux du bois sombre interdit au soleil

il s’affaisse, allongé sur quelque roche plate ;

d’un large coup de langue il se lustre la patte ;

il cligne ses yeux d’or hébétés de sommeil ;

et, dans l’illusion de ses forces inertes,

faisant mouvoir sa queue et frissonner ses flancs,

il rêve qu’au milieu des plantations vertes,

il enfonce d’un bond ses ongles ruisselants

dans la chair des taureaux effarés et beuglants.