lunes, 5 de octubre de 2020

Algernon Charles Swinburne y Fernando Maristany: Sobre las dunas

 

 

SOBRE LAS DUNAS

 

Mar sin sol y sin viento, laso y triste

Como humo opaco de una llama muerta;

Valle —como sepulcro desellado

Sobre el cual de llorar nadie se acuerda—

Desnudo, sin favor que suplicar

Ni flor que resplandezca.

 

Al borde de los labios de la duna

En donde las agróstides se humillan

Al aire de la mar, donde el calor

Llega a la costa brava y la domina,

Velo, y oigo a mis pies, en el silencio,

Cómo la mar respira.

 

En las líneas inmensas de la costa,

Sobre el liso horizonte, sin veleros

Ni humo que en pos se cierna como un signo,

Al través de las testas de los brezos

Y las negras verdascas, ya sin flores,

Y los tallos erectos,

 

Van lejos mis miradas, como en busca

Del consuelo que aquí nada me presta,

En busca de la luz o el aire vivo,

Del lado en que las nubes bajas, piensan,

Del lado en que la mar, ciega y desnuda,

Parece estar atenta.

 

Todo está ahora como estaba entonces;

Son hoy los hombres lo que siempre fueron;

Tal como estaba allí pretendo hallarme

Aquí encerrado, y nuevamente siento

Extenderse hacia un sitio diferente

La tierra, el mar y el cielo.

 

Cual reina presa derrumbada en tierra

Sin corona y color, magna y sombría,

Cual palacio real vacío y mudo,

Se hallaba el cielo sin claror ni vida,

Y hallábase la testa del estío

Cubierta de cenizas.

 

Había escaso viento sobre el mar,

Y en mi poca esperanza se animaba

Para sembrar de blancas flores vívidas

La tétrica llanura abandonada,

O con falsas ideas luminosas

Lograr mover mi alma.

 

Vogaba por estériles caminos

Mi pobre insatisfecho pensamiento

Buscando con miradas indistintas

Las arenas no holladas por el tedio,

Y en las cuales la vida inconsolable

Yace bajo los cielos.

 

Erró mi alma hacia el este y oeste

Buscando luz, y el mundo estaba a obscuras,

Y sin hierbas el suelo, que ella hollaba,

Donde a hombres veía haciendo burla

De todos los humanos que no asían

De un Dios la vara augusta.

 

De los ojos del tiempo resbalaban

Mortales llantos, que dejaban yertos

El corazón y el alma de los años,

Y caían las lágrimas del tiempo,

Sin su consagración, sobre la testa

Del hombre, como miedos.

 

La esperanza al nacer sólo llevaba

El fruto del «no espero». Hacía vino

De la uva del placer al estrujarlo,

Y el amor, que ignoraba haber bebido.

Como un ser «sólo carne» se moría

Sin proferir un grito.

 

Y alma y cuerpo vivían separados,

Y la templanza, lasa y sin valor,

Miraba al cielo muerto, y suspiraba:

«¿Es tan vacío de la muerte el don,

O es como el vivo orgullo de los hombres?»

Y hablando así, murió.

 

Mi alma escuchó los cantos y gemidos

En redor y debajo de los tronos,

Y oyó, al través del cántico del tiempo,

Los semi-sones viejos e imperiosos

Del destino, factor del bien y el mal,

Con siempre el mismo tono.

 

Luego «¿dónde está Dios? ¿nos presta ayuda?

O ¿cuál es el buen fin de todo esto?»

Decía «No, no hay Dios, ni Dios ni fin;

Para la sinrazón ¿habrá pretexto?

¿Habrá fuerza que pueda libertar

Los pies que están cayendo?»

 

«¿No hay luz que alumbre y vara que castigue

A los hombres? ¿No hay Dios que les bendiga?

En angustioso círculo de hierro

Mi alma lloraba en tanto proseguía

Junto a los hombres entronados, junto

A aquellos que gemían.

 

¡Loco! que con tus gritos de dolor

No oyes el canto de la madre anciana

Responder a los montes y a las olas,

Que oyes sólo las voces alteradas

De los que eran espíritus esclavos

Y en las tumbas moraban.

 

La muy cuerda palabra de la tierra

Sabe bien lo que valen «muerte» y «vida»,

Que ni censuras ni socorros pueden

Cambiar el curso de las cosas vivas,

Ni las ruedas de todo el universo

Dejar un alma extinta.

 

Con todos sus acentos —vida o muerte—

Y su aliento y sus flores y su sangre,

Desde los años yertos y las cosas

Cumplidas, al oído, nuestra madre

Nos dice: Si eres dios para ti mismo,

Tendrás Dios que te ampare.

 

Así oyó mi alma, enferma de velar,

Tal prodigio, y cual súrgese de un sueno

Fue surgiendo también, y se agitaron

Las fuentes muertas y sus aguas fueron,

Entre luces y sombras, al callado

Río del pensamiento.

 

Más allá de la costa y los matojos,

Y la mar —a los brazos de la tierra

Entrelazada— y de las vidas donde

El pensamiento a oír respirar llega

A la vida, en la vida incorporada,

Formose una respuesta.

 

En la monotonía multiforme

De polvo, flores, piedras y semillas,

En la inmensa pereza de las rocas

Surgiendo en medio de las aguas vivas,

En el amor y el odio de los hombres,

Nace una Luz divina.

 

Una natura increada y vigorosa

Se nutre de la muerte y de los hados,

Del bien y el mal, del tiempo y sus mudanzas;

Y está en todos los hombres, esperando

La hora en que les ordene sublimarse,

La de subir ¡muy alto!...

 

Puesto que cada cosa en la invencible

Hora de su destino, da su fruto,

Y el tiempo trae la verdad pensante,

Que a las venas de aquél lleva su impulso.

—Así mi pensamiento junto al mar

Se torna más robusto—.

 

Y el sol rompió las nubes al surgir,

Y la mar respiró fuerte y lozana;

Rientes las albas ondas deslizáronse

Por las praderas móviles y magnas;

Y encima de este cuadro juvenil

El cielo estaba en brasas.

 

Cual plegado estandarte que abre el viento.

Sobre el mar —que el estío engalanaba

agitaron las franjas de su luz;

La bandera del sol, al aire hinchada

Atravesó la albura del Océano

Y sus delicias glaucas.

 

Y lleno de un terror bello y divino,

Mi espíritu vio alzarse con la inmensa

Pasión de sus pupilas agrandadas,

—Clara, cual de la luz la ley primera—

Por la extensión en calma de los cielos,

Del Tiempo el alba espléndida.

 

ALGERNON CHARLES SWINBURNE

Traducción de FERNANDO MARISTANY

 


ON THE DOWNS 

 

A FAINT SEA without wind or sun;
A sky like flameless vapour dun;
    A valley like an unsealed grave
That no man cares to weep upon,
    Bare, without boon to crave,
        Or flower to save.

And on the lip’s edge of the down,
Here where the bent-grass burns to brown
    In the dry sea-wind, and the heath
Crawls to the cliff-side and looks down,
    I watch, and hear beneath
        The low tide breathe.

Along the long lines of the cliff,
Down the flat sea-line without skiff
    Or sail or back-blown fume for mark,
Through wind-worn heads of heath and stiff
    Stems blossomless and stark
        With dry sprays dark,

I send mine eyes out as for news
Of comfort that all these refuse,
    Tidings of light or living air
From windward where the low clouds muse
    And the sea blind and bare
        Seems full of care.

So is it now as it was then,
And as men have been such are men.
    There as I stood I seem to stand,
Here sitting chambered, and again
    Feel spread on either hand
        Sky, sea, and land.

As a queen taken and stripped and bound
Sat earth, discoloured and discrowned;
    As a king’s palace empty and dead
The sky was, without light or sound;
    And on the summer’s head
        Were ashes shed.

Scarce wind enough was on the sea,
Scarce hope enough there moved in me,
    To sow with live blown flowers of white
The green plain’s sad serenity,
    Or with stray thoughts of light
        Touch my soul’s sight.

By footless ways and sterile went
My thought unsatisfied, and bent
    With blank unspeculative eyes
On the untracked sands of discontent
    Where, watched of helpless skies,
        Life hopeless lies.

East and west went my soul to find
Light, and the world was bare and blind
    And the soil herbless where she trod
And saw men laughing scourge mankind,
    Unsmitten by the rod
        Of any God.

Out of time’s blind old eyes were shed
Tears that were mortal, and left dead
    The heart and spirit of the years,
And on mans fallen and helmless head
    Time’s disanointing tears
        Fell cold as fears.

Hope flowering had but strength to bear
The fruitless fruitage of despair;
    Grief trod the grapes of joy for wine,
Whereof love drinking unaware
    Died as one undivine
        And made no sign.

And soul and body dwelt apart;
And weary wisdom without heart
    Stared on the dead round heaven and sighed,
“Is death too hollow as thou art,
    Or as man’s living pride?”
        And saying so died.

And my soul heard the songs and groans
That are about and under thrones,
    And felt through all time’s murmur thrill
Fate’s old imperious semitones
    That made of good and ill
        One same tune still.

Then “Where is God? and where is aid?
Or what good end of these?” she said;
    “Is there no God or end at all,
Nor reason with unreason weighed,
    Nor force to disenthral
        Weak feet that fall?

“No light to lighten and no rod
To chasten men? Is there no God?”
    So girt with anguish, iron-zoned,
Went my soul weeping as she trod
    Between the men enthroned
        And men that groaned.

O fool, that for brute cries of wrong
Heard not the grey glad mother’s song
    Ring response from the hills and waves,
But heard harsh noises all day long
    Of spirits that were slaves
        And dwelt in graves.

The wise word of the secret earth
Who knows what life and death are worth,
    And how no help and no control
Can speed or stay things come to birth,
    Nor all worlds’ wheels that roll
        Crush one born soul.

With all her tongues of life and death,
With all her bloom and blood and breath,
    From all years dead and all things done,
In the ear of man the mother saith,
    “There is no God, O son,
        If thou be none.”

So my soul sick with watching heard
That day the wonder of that word,
    And as one springs out of a dream
Sprang, and the stagnant wells were stirred
    Whence flows through gloom and gleam
        Thought’s soundless stream.

Out of pale cliff and sunburnt health,
Out of the low sea curled beneath
    In the land’s bending arm embayed,
Out of all lives that thought hears breathe
    Life within life inlaid,
        Was answer made.

A multitudinous monotone
Of dust and flower and seed and stone,
    In the deep sea-rock’s mid-sea sloth,
In the live water’s trembling zone,
    In all men love and loathe,
        One God at growth.

One forceful nature uncreate
That feeds itself with death and fate,
    Evil and good, and change and time,
That within all men lies at wait
    Till the hour shall bid them climb
        And live sublime.

For all things come by fate to flower
At their unconquerable hour,
    And time brings truth, and truth makes free,
And freedom fills time’s veins with power,
    As, brooding on that sea,
        My thought filled me.

And the sun smote the clouds and slew,
And from the sun the sea’s breath blew,
    And white waves laughed and turned and fled
The long green heaving sea-field through,
    And on them overhead
        The sky burnt red

Like a furled flag that wind sets free,
On the swift summer-coloured sea
    Shook out the red lines of the light,
The live sun’s standard, blown to lee
    Across the live sea’s white
        And green delight.

And with divine triumphant awe
My spirit moved within me saw,
    With burning passion of stretched eyes,
Clear as the light’s own firstborn law,
    In windless wastes of skies
        Time’s deep dawn rise.