jueves, 28 de febrero de 2019

Luís de Camões y Fernando Maristany y Guasch: Canción XI


CANCIÓN XI

¡Ven acá, mi seguro secretario
De las quejas que siempre estoy haciendo!
¡Oh papel, al que mi alma entera entrego!
La sinrazón digamos que viviendo
Me hace el inexorable y el contrario
Destino, sordo al llanto y sordo al ruego.
¡Lancemos agua poca en mucho fuego!
Enardézcase en gritos un tormento
Que a todas las memorias sea extraño.
Digamos mal tamaño
A Dios, al mundo, al hombre, en fin, al viento,
A quien ya muchas veces lo conté.
¡Y siempre tan en balde como ahora!
Bien sé que para errores fui nacido,
Bien sé que habré de errar; tan solo pido,
Puesto que de acertar estoy tan fuera,
No me culpen si aún esta vez erré.
Siquiera ese consuelo lograré
De hablar y errar sin daño y sin afrenta.
¡Triste de aquel al que esto le contenta!

Por experiencia sé que con quejarme
No halla mi mal remedio, mas quien pena
Debe gritar, si su dolor es grande.
Gritaré; pero ¡ay! qué débil suena
Mi voz para que pueda así aliviarme.
¡Difícil, es que mi dolor se ablande!
Mas ¿quién me impedirá que afuera mande
Lágrimas y suspiros infinitos,
Como ese daño al cual mi ánima cede?
¿Y quién es el que puede
Medir el mal con lágrimas y gritos?
Aquello diré, en fin, a que me inclinan
La ira, el dolor, y a más su remembranza,
Que es un dolor por si más duro y firme.
¡Llegad, desesperados para oírme!
Mas huyan los que viven de esperanza,
O aquellos que tenerla se imaginan,
Porque Amor y Fortuna determinan
Otorgarles poder para que sientan,
Según los males que les atormentan.

Al dejar la materna sepultura
Por el mundo exterior, pronto dejome
Mi desgraciada estrella sujetado,
Que mi propio albedrío ni aun quedome;
Pues conocí de la fugaz ventura
Lo mejor, y seguí lo peor, forzado.
Y para que el tormento conformado
Me dieren con la edad, en cuanto abriera,
Aún pequeño, los ojos blandamente,
Mándanme a un diligente
Niño ciego y alado que me hiera.
Mis infantiles lágrimas manaban
Como una triste queja enamorada;
El son de aquellas que en la cuna daba
Ya como de suspiros me sonaba.
Con el hado mi edad iba acordada,
Porque cuando por caso me cunaban,
Si de amor versos tristes me cantaban,
Se adormecía mi naturaleza,
Que siempre se acordó con la tristeza.

Fue mi dueño una fiera, que el Destino
No quiso hacer mujer a quien tuviese
Tal nombre para mí, ¡Triste ironía!
Así criado fui porque bebiese
El Veneno amoroso desde niño,
Que en otra edad debía de apurar.
—La costumbre mi muerte evitaría—
Luego la imagen vi y la semejanza
De aquella humana fiera tan hermosa,
Süave y venenosa,
Que al pecho me crió de la esperanza;
De quien más tarde vi el original
Que de todos los grandes desatinos
La culpa torna altiva y soberana.
Parecía tener la forma humana,
Mas detallaba espíritus divinos.
Tenia una presencia y porte tal
Que se vanagloriaba todo el mal
Al mirarla, y su sombra, en gentileza,
Sobrepujaba a la naturaleza.

¡Qué género tan nuevo de tormento
Tuvo Amor, con lo haber, no solamente
Probado todo en mí, mas realizado!
Implacables durezas que al ferviente
Deseo que da fuerza al pensamiento
Tenían de propósito, agitado,
Y corrido, de verse así injuriado.
Aquí sombras fantásticas venidas
De algunas temerarias esperanzas;
Las bienaventuranzas
También en las fundadas y fingidas.
Mas el dolor del pago recibido
Que con fantasear desatinaba
Esos engaños puso en desconcierto;
Aquí el adivinar o el creer cierto
Que eran verdades cuanto adivinaba;
Y luego el desdecirme de corrido,
Dar a cuanto veía otro sentido,
Y para todo, en fin, hallar razones,
—Aun siendo muchas más las sinrazones—.

No sé cómo sabía estar robando
Las entrañas del alma que fluían
Para ella por los ojos sutilmente:
Poco a poco invisibles se me hacían
Como del velo húmedo exhalando
Está el sutil humor el sol ardiente.
El gesto puro, en fin y transparente
(Para quien quedan faltos de valía
Estos nombres de bello o de precioso),
El dulce y el piadoso
Mirar con que las almas suspendía,
Fueron las hierbas mágicas que el cielo
Me hizo beber; las que por largos años
En otro ser me hubieron transformado,
Y tanto me alegraba estar trocado
Que la pena engañaba con engaños;
Y ante los ojos me ceñía el velo
Que me encubriera el mal que así creció;
Como quien con halagos se criaba
De aquél para quien él criado estaba.

Pues ¿quién puede pintar la vida ausente,
Con un desconcertarme cuanto vía?
¿Y aquel no estar jamás en donde estaba?
¿Y el hablar sin saber lo que decía?
¿Y el andar sin ver dónde, y juntamente
Suspirar, sin saber que suspiraba?
¿Y aquel dolor agudo que me hablaba
Del mal que de las aguas del infierno
Surgió al mundo y que más que todos duele;
Que tantas veces suele
En ira transformar el “ay” más tierno?
¿Y ahora con el furor del mal airado
Querer y no querer dejar de amar?
¿Y mudar a otra parte, por venganza,
El deseo, privado de esperanza,
Que tan mal se podía ya mudar?
¿Y ahora la añoranza del pasado
Tormento, puro, dulce y angustiado,
Que convertir hacía esos furores
En angustiadas lágrimas de amores?

¡Qué disculpas conmigo así buscaba
Cuando el amor süave no admitía
Culpa en la cosa amada —y tan amada—!
Eran en fin remedios que fingía
El temor del tormento, que enseñaba
A la vida a quedar siempre engañada.
En esto parte de ella fue pasada.
Mientras, si tuve algún contentamiento
Breve, imperfecto, tímido, incipiente,
Fue tan sólo simiente
De un largo y amarguísimo tormento.
Este curso continuo de tristeza.
Esos pasos tan poco juïciosos,
Me fueron apagando el goce ardiente
(Que a mi alma llevé prudentemente)
De aquellos pensamientos amorosos
Con que cantaba a la naturaleza.
Que el hábito de estar en la aspereza
—Contra el cual fuerza humana no resiste
Se convirtió en el goce de estar triste.

Así la vida en otra fui trocando
—¡Yo no, que fue el Destino, fiero, airado,
Que yo ni así por otra la trocara!—
Me hizo dejar el patrio nido amado
Pasando el amplio mar que amenazando
Me estuvo veces cien la vida cara:
Ora experimentando la ira rara
De Marte, que en los ojos quiso luego
Viese y tocase el fruto acerbo y rudo;
—Y en aqueste mi escudo
Veréis la imagen del infesto fuego—,
Y ahora, peregrino, vago errante,
Viendo pueblos, costumbres, maravillas,
Cielos varios y costas diferentes,
Por seguirte con pasos diligentes,
Fortuna injusta, a ti; a ti que humillas
Las edades, poniéndoles delante
Esperanzas de aspecto de diamante,
¡Mas que si en tierra caen acontece
Que vidrios son aquello que aparece!

La humana piedad misma me faltaba,
Los amigos en contra ya veía
En el primer peligro. En el segundo
Bajo mis pies la tierra se movía,
Aire que respirar se me negaba,
¡Y fallábanme, en fin, el tiempo, el mundo!
¡Qué secreto tan arduo y tan profundo:
Nacer para vivir, y en esta vida
Faltarme cuanto el mundo ha para ella!
¡Y no poder perdella
Dándola tantas veces por perdida!
Y en fin, que no hubo trance de fortuna
Ni peligros, ni casos enojosos,
Injusticias de aquellas que el confuso
Régimen de este mundo (eterno abuso)
Hace a los otros hombres poderosos,
Que no pasase, atado a la coluna
De mi mudo sufrir, que la importuna
Persecución de males, en pedazos
Mil veces hace usando de sus brazos.

No cuento tantos males como aquel
Que tras de la tormenta procelosa
Cuenta los casos de ella en puerto ledo,
Que aun hora la Fortuna fluctuosa
Me muestra de las penas el tropel
Y hasta de dar un paso tengo miedo.
Bien que el mal por venir temer no puedo,
Ni el bien, —que ha de faltarme—ya pretendo;
No vale para mi la astucia humana.
Ya de la fuerza arcana,
La Providencia, en fin, solo dependo.
Esto que pienso y veo a veces tomo
Como consuelo de mis muchos daños,
Mas la flaqueza humana cuando lanza
La vista a lo que corre, sólo alcanza
La fiel memoria de los viejos años;
La agua que entonces bebo, el pan que como,
Lágrimas tristes son que sólo domo
Con fabricar mi pobre fantasía
Fantásticas pinturas de alegría.

Que si fuera posible que tornase
El tiempo atrás, igual que la memoria,
Por los vestigios de la muerta edad,
Y tejiendo otra vez la antigua historia
De mis dulces errores, me llevase
A las flores que vi en la mocedad;
El recuerdo de aquella novedad
Fuera entonces mayor contentamiento,
Viendo aquel conversar ledo y suave
Donde una y otra clave
Tenía de mi nuevo pensamiento,
Los senderos, el campo, el prado, el monte,
El rocío, la rosa y la hermosura,
La gracia, la bondad, la cortesía
Y la amistad sencilla que desvía
 Toda baja intención terrena e impura,
Cual no cruzó jamás por mi horizonte.
¡Vanas memorias del pasado! Ponte
Tranquilo, débil corazón... ¡Bien veo,
Que nunca saciarás este deseo!

No más, Canción, no más que iría hablando
Sin sentirlo mil años, y si acaso
Te culparan de larga y de pesada,
Dirás que estar no puede limitada
La agua del mar en tan pequeño vaso.
Ni yo delicadezas voy contando
En busca del loor, mas explicando
Verdades ocurridas y pasadas.
¡Ojalá fueran fábulas soñadas!



Vinde cá, meu tão certo secretário
dos queixumes que sempre ando fazendo,
papel, com que a pena desafogo!
As sem-razões digamos que, vivendo,
me faz o inexorável e contrário
Destino, surdo a lágrimas e a rogo.
Deitemos água pouca em muito fogo;
acenda-se com gritos um tormento
que a todas as memórias seja estranho.
Digamos mal tamanho
a Deus, ao mundo, à gente e, enfim, ao vento,
a quem já muitas vezes o contei,
tanto debalde como o conto agora;
mas, já que para errores fui nascido,
vir este a ser um deles não duvido.
Que, pois já de acertar estou tão fora,
não me culpem também, se nisto errei.
Sequer este refúgio só terei:
falar e errar sem culpa, livremente.
Triste quem de tão pouco está contente!
Já me desenganei que de queixar-me
não se alcança remédio; mas, quem pena,
forçado lhe é gritar, se a dor é grande.
Gritarei; mas é débil e pequena
a voz para poder desabafar-me,
porque nem com gritar a dor se abrande.
Quem me dará sequer que fora mande
lágrimas e suspiros infinitos
iguais ao mal que dentro n'alma mora?
Mas quem pode algu'hora
medir o mal com lágrimas ou gritos?
Enfim, direi aquilo que me ensinam
a ira, a mágoa, e delas a lembrança,
que é outra dor por si, mais dura e firme.
Chegai, desesperados, para ouvir-me,
e fujam os que vivem de esperança
ou aqueles que nela se imaginam,
porque Amor e Fortuna determinam
de lhe darem poder para entenderem,
à medida dos males que tiverem.
{Quando vim da materna sepultura
de novo ao mundo, logo me fizeram
Estrelas infelices obrigado;
com ter livre alvedrio, mo não deram,
que eu conheci mil vezes na ventura
o milhor, e pior segui, forçado.
E, para que o tormento conformado
me dessem com a idade, quando abrisse
inda minino, os olhos, brandamente,
mandam que, diligente,
um Minino sem olhos me ferisse.
As lágrimas da infância já manavam
com ũa saudade namorada;
o som dos gritos, que no berço dava,
já como de suspiros me soava.
Co a idade e Fado estava concertado;
porque quando, por caso, me embalavam,
se versos de Amor tristes me cantavam,
logo m'adormecia a natureza,
que tão conforme estava co a tristeza}
Foi minha ama ua fera, que o destino
não quis que mulher fosse a que tivesse
tal nome para mim; nem a haveria.
Assi criado fui, porque bebesse
o veneno amoroso, de minino,
que na maior idade beberia,
e, por costume, não me mataria.
Logo então vi a imagem e semelhança
daquela humana fera tão fermosa,
suave e venenosa,
que me criou aos peitos da esperança;
de que eu vi despois o original,
que de todos os grandes desatinos
faz a culpa soberba e soberana.
Parece-me que tinha forma humana,
mas cintilava espíritos divinos.
Um meneio e presença tinha tal
que se vangloriava todo o mal
na vista dela; a sombra, co a viveza,
excedia o poder da Natureza.
Que género tão novo de tormento
teve Amor, que não fosse, não somente
provado em mim, mas todo executado?
Implacáveis durezas, que o fervente
desejo, que dá força ao pensamento,
tinham de seu propósito abalado,
e de se ver, corrido e injuriado; a
qui, sombras fantásticas, trazidas
de algũas temerárias esperanças;
as bem-aventuranças
nelas também pintadas e fingidas;
mas a dor do desprezo recebido,
que a fantasia me desatinava,
estes enganos punha em desconcerto;
aqui, o adevinhar e o ter por certo
que era verdade quanto adevinhava,
e logo o desdizer-me, de corrido;
dar às cousas que via outro sentido,
e para tudo, enfim, buscar razões;
mas eram muitas mais as sem-razões.
Não sei como sabia estar roubando
cos raios as entranhas, que fugiam
por ela, pelos olhos sutilmente!
Pouco a pouco invencíveis me saiam,
bem como do véu húmido exalando
está o sutil humor o Sol ardente.
Enfim, o gesto puro e transparente,
para quem fica baixo e sem valia
este nome de belo e de fermoso;
o doce e piadoso
mover de olhos, que as almas suspendia
foram as ervas mágicas, que o Céu
me fez beber; as quais, por longos anos,
noutro ser me tiveram transformado,
e tão contente de me ver trocado
que as mágoas enganava cos enganos;
e diante dos olhos punha o véu
que me encobrisse o mal, que assi creceu,
como quem com afagos se criava
daquele para quem crecido estava].
Pois quem pode pintar a vida ausente, c
om um descontentar-me quanto via,
e aquele estar tão longe donde estava,
o falar, sem saber o que dezia,
andar, sem ver por onde, e juntamente
suspirar sem saber que suspirava?
Pois quando aquele mal me atormentava
e aquela dor que das tartáreas águas
saiu ao mundo, e mais que todas dói,
que tantas vezes sói
duas iras tornar em brandas mágoas;
agora, co furor da mágoa irado,
querer e não querer deixar de amar,
e mudar noutra parte por vingança
o desejo privado de esperança,
que tão mal se podia já mudar;
agora, a saudade do passado
tormento, puro, doce e magoado,
fazia converter estes furores
em magoadas lágrimas de amores.
Que desculpas comigo que buscava
quando o suave Amor me não sofria
culpa na cousa amada, e tão amada!
enfim, eram remédios que fingia
o medo do tormento que ensinava
a vida a sustentar-se, de enganada.
Nisto ua parte dela foi passada,
na qual se tive algum contentamento
breve, imperfeito, tímido, indecente,
não foi senão semente
de longo e amaríssimo tormento.
Este curso contino de tristeza,
estes passos tão vãmente espalhados,
me foram apagando o ardente gosto,
que tão de siso n'alma tinha posto,
daqueles pensamentos namorados
em que eu criei a tenta natureza,
que do longo costume da aspereza,
contra quem força humana não resiste,
se converteu no gosto de ser triste.
Dest'arte a vida noutra fui trocando;
eu não, mas o destino fero, irado,
que eu ainda assi por outra não trocara.
Fez-me deixar o pátrio ninho amado,
passando o longo mar, que ameaçando
tantas vezes me esteve a vida cara.
Agora, exprimentando a fúria rara
de Marte, que cos olhos quis que logo
visse e tocasse o acerbo fruto seu
(e neste escudo meu
a pintura verão do infesto fogo);
agora, peregrino vago e errante,
vendo nações, linguages e costumes,
Céus vários, qualidades diferentes,
só por seguir com passos diligentes
a ti, Fortuna injusta, que consumes
as idades, levando-lhe diante
ũa esperança em vista de diamante,
mas quando das mãos cai se conhece
que é frágil vidro aquilo que aparece.
A piadade humana me faltava,
a gente amiga já contrária via,
no primeiro perigo; e no segundo,
terra em que pôr os pés me falecia,
ar para respirar se me negava,
e faltavam-me, enfim, o tempo e o mundo.
Que segredo tão árduo e tão profundo:
nascer para viver, e para a vida
faltar-me quanto o mundo tem para ela!
E não poder perdê-la,
estando tantas vezes já perdida!
Enfim, não houve transe de fortuna,
nem perigos, nem casos duvidosos,
injustiças daqueles, que o confuso
regimento do mundo, antigo abuso,
faz sobre os outros homens poderosos,
que eu não passasse, atado à grã coluna
do sofrimento meu, que a importuna
perseguição de males em pedaços
mil vezes fez, à força de seus braços.
Não conto tantos males como aquele
que, despois da tormenta procelosa,
os casos dela conta em porto ledo;
que ainda agora a Fortuna flutuosa
a tamanhas misérias me compele,
que de dar um só passo tenho medo.
Já de mal que me venha não me arredo,
nem bem que me faleça já pretendo,
que para mim não val astúcia humana;
de força soberana,
la Providência, enfim, divina pendo.
Isto que cuido e vejo, às vezes tomo
para consolação de tantos danos.
Mas a fraqueza humana, quando lança
os olhos no que corre, e não alcança
senão memória dos passados anos,
as águas que então bebo, e o pão que como,
lágrimas tristes são, que eu nunca domo
senão com fabricar na fantasia
fantásticas pinturas de alegria.
Que se possível fosse, que tornasse
o tempo para trás, como a memória,
pelos vestígios da primeira idade,
e de novo tecendo a antiga história
de meus doces errores, me levasse
pelas flores que vi da mocidade;
e a lembrança da longa saudade
então fosse maior contentamento,
vendo a conversação leda e suave,
onde ũa e outra chave esteve
de meu novo pensamento,
os campos, as passadas, os sinais,
a fermosura, os olhos, a brandura,
a graça, a mansidão, a cortesia,
a sincera amizade, que desvia
toda a baixa tenção, terrena, impura,
como a qual outra algũa não vi mais...
Ah! vês memórias, onde me levais
o fraco coração, que ainda não posso
domar este tão vão desejo vosso?
Nô mais, Canção, nô mais; que irei falando,
sem o sentir, mil anos. E se acaso
te culparem de larga e de pesada,
não pode ser (lhe dize) limitada
a água do mar em tão pequeno vaso.
Nem eu delicadezas vou cantando
co gosto do louvor, mas explicando
puras verdades já por mim passadas.
Oxalá foram fábulas sonhadas!