lunes, 18 de febrero de 2019

Boecio y Esteban Manuel de Villegas: Consolación de la filosofía, Libro I



DISCURSO EN APOYO DE LA FILOSOFÍA

Porque en este rincón espero el día
que me tienen las Parcas destinado,
y no en la Corte, es, Fabio, tu porfía:

Que quisieras que un hombre dedicado
a las Musas y estudios liberales,
viviera en un lugar más dilatado;

O por lo menos donde hubiese tales,
y tan aptos sujetos, que sin pena
pudiese hallar conversación de iguales.

Que esto de estar atado a la cadena
de un ejercicio no comunicado,
viene a ser como arar sobre la arena.

Al fin sin fruto, y no sin gran cuidado.
¿Pues por qué has de afligir tu fantasía
por lo que ha de ser menos que olvidado?

Lo olvidado quizá lució algún día,
y hizo en muchas orejas su ruido,
y el dueño consiguió lo que quería;

Pero lo que se oculta aun no es nacido,
antes está abortado entre paredes,
y así en el ínter no es capaz de olvido.

¿Cuánto mejor y más feliz si puedes
darle un docto comercio a tus escritos,
y no perseverar donde te acedes?

Tesoros enterrados son delitos:
y esto se dijo al que escondió el talento,
argumento, y no vano, de imperitos.

Quien cubre su caudal tuerce el intento
del que le socorrió, y a fuer de ingrato
hace demostración de descontento.

Y así no debes con quien te hizo grato
consigo, defraudarle sus favores,
ni obedecer tan rígido al recato;

Sino hacer que se explayen sus loores,
por lo que liberal partió contigo,
pues te lo dio abundante en vez de flores.

Y esto lo dices cuando estás conmigo,
y con afecto fervoroso lleno
de toda humanidad como de amigo.

Y reconozco que el tratar es bueno;
con buenos, porque así luce el trabajo
del estudioso, y se hace más ameno;

Pero no del que afecta estilo bajo
y claro como yo, que es mercancía
a quien hacen muy pocos agasajo.

Y así tiene por bien la Musa mía
estarse queda, y no buscar bullicio,
que es el que estorba a la Filosofía.

Es otra Musa, y de mejor juicio,
docta, no solo en dichos, sino en hechos,
cuyo comercio es solo su ejercicio.

Esta se anida de ordinario en pechos
que aman la soledad; y huye las cosas
que traen curiosidad más que provechos.

Y así para evitar estas curiosas,
y poder darnos vida descansada,
es cauta prevención: Latebiosas.

Lo demás la hace ansiosa y enredada,
expuesta a la invasión de los humanos,
de quien no hay que esperar paz, sino espada.

Estos de nuestros logros son alanos,
por ellos turba el alma sus aciertos,
y el tiempo se nos va de entre las manos.

Y tengo por mejor vivir con muertos,
que entre los vivos, porque sus memorias
nos reprehenden nuestros desconciertos,

Y nos hacen lograr muchas vitorias
de los vicios, y hacerlos esposados;
que no son viles ni pequeñas glorias.

Y así el filosofar hace candados,
para que estos inútiles Trasones
no entren a donde estamos retirados.

Este nos supedita las razones
que debemos seguir: este nos lleva
como con rienda al cielo y sus mojones;

Y como si no fuera cosa nueva
nos enseña a andar altos y no altivos,
y hacer de la virtud probable prueba.

Sin este ayo los hombres son esquivos,
son intratables, y de genio austero,
y en el obrar difuntos más que vivos.

Vagan como la nao sin timonero,
y tienen dar al traste por fortuna;
que no es poca, si no hay atolladero.

La virtud, como siempre sola es una,
no sale de un carril, y así no vaga,
ni atolla en esta universal laguna:

Pues del filosofar esta es la paga:
con ella compra a Dios, que esta moneda
ni se resella, ni el orín la estraga,

Ni está sujeta a la inconstante rueda
de la ciega que a todos arruina,
ni, aunque la injurien bárbaros, se aceda:

Antes saca de allí sana dotrina,
contra la insana del perverso duelo,
y en caridad convierte la mohína.

Que aspira a trasladar la paz del cielo
a este rincón, fundado en disensiones,
del mismo caos un infernal modelo.

Y así ni le amedrentan extorsiones
de tiranos, ni jueces, ni al halago
de favores se rinde, ni de dones.

Sólo al vició reputa por estrago:
y aunque ve frecuentada su vivienda,
por mejor tiene de Daniel el lago.

Da templados los actos, y sin venda,
ni sufre que los tuerza el apetito,
ni que el logro los compre ni los venda.

Y en cumplimiento del cristiano rito,
con humildad a todo se acomoda,
que la soberbia es su mayor delito.

Nunca se jacta de la gente Goda:
para ser bueno estima la nobleza,
y no para gloriarse de Baiboda.

A las dos sumas majestad y alteza
viste con providencia y vigilancia,
y arma de rectitud y fortaleza,

Y hace que solo tengan por ganancia
la salud de los pueblos: ¡y, oh, cuán buena
si medran, y ellos salen de ignorancia!

Verán que vuelve cual floresta amena
la talada república, y a estado
tanto gañan que hoy anda a la melena.

Y puede un rey con esto estar pagado
(si es que hierve en su pecho la conciencia)
más que si hubiera un reino conquistado.

Es la de gobernar la mayor ciencia,
y la más necesaria; y esta intima
el buen filosofar con su asistencia.

Sin él todo es barbarie y todo es grima,
y un confuso Babel; que la ignorancia
todo lo oprime, y hace que se oprima.

Porque altera del alma la sustancia,
que es, por donde el humano raciocina,
y viene a hacer con Dios su consonancia.

Y cuando le des nombre de divina:
a esta su ciencia no andarás errado;
que es su dotrina superior dotrina.

Fue el hombre (como ya sabes) criado
para seguir de Dios los aranceles,
y hacer de tierra un celestial estado.

Y así de auxilias cuerdas y fieles
le rodeó, y a tres potencias graves
encargó sus espíritus noveles,

Que le hicieron volar sobre las aves,
discurrir por los ámbitos del cielo,
y abrir sus puertas cual si fueran llaves:

Y esto fue a los principios que hubo suelo,
que se estaba en su paz cientificado,
y hecho rey de uno y otro paralelo.

Pero tras esta paz vino el pecado,
que le llenó de confusión, y altivo,
al sol que le alumbraba hizo nublado.

Viose con esto de señor cautivo;
viose de hombre prudentemente capto,
y menos racional que sensitivo.

Y así por esto vino a ser más apto
para el manejo de obras corporales,
que para las que alienta el mental rapto.

No obstante que después los racionales,
que se siguieron al que erró primero,
se alargaron a obrar actos mentales,

Intentando con ánimo severo
darle método al alma en las costumbres
para poder seguir mejor sendero.

De aquí el filosofar despertó lumbres
con que se halló la mente socorrida
para hacer vuelo, y penetrar las cumbres.

Hizo también mejoras en la vida,
dando a la humanidad reglas cabales
que la hicieron modesta y advertida.

Y algunas de ellas tan universales,
que a ninguno desechan de imperito,
porque hacen a plebeyos y oficiales.

Ni juzgan por indigno de su rito
al sexo femenil, que aunque imperfecto,
también merece nicho en su distrito.

Quieren que todos vayan por lo recto,
y que al origen vuelvan de lo santo,
puesto que su dominio fue directo:

Y que no nos rindamos al espanto
de la adversa fortuna; antes contentos
le paguemos con risa en vez de llanto,

Y estimemos sus fieros y tormentos
en menos que pintados: y si astuta
nos brindare con dulces alimentos,

Retiremos el diente de su fruta,
cual si fueran de Circe las bellotas;
no de Sócrates la ática cicuta:

Que esta mil veces más que tuvo gotas,
le dio de estimación: que su conciencia
ajadas vio sus fuerzas mas no rotas.

Así que desta docta y santa ciencia
recibe el alma intrépidas mejoras,
y sus potencias colma de advertencia.

Dícete que no llores cuando lloras,
sino que te armes como el bronce fuerte,
y esto no a tiempos sino a todas horas:

Que desprecies la lucha de la muerte,
y la pobreza sea tu camarada,
tóquete o no, por buena o mala suerte.

Pero dirás que es muy necesitada,
y por esto muy próximo al suspiro,
y siempre de ridícula infamada;

Y que es mengua preciarse de ser Iro,
pudiendo ser Ulises. No lo niego,
si a la paz le queremos hacer tiro,

A la paz interior, cuyo sosiego
hace tranquila y siempre igual la mente;
lo cual no pudo haber en aquel griego,

Que siempre anduvo errante, siempre ausente
de su patria y mujer, y más del nombre
que todos le atribuyen de prudente.

Fue siempre astuto, que es un mal renombre
y indigno de la cándida conciencia,
que es la que debe apetecer todo hombre.

A la astucia tenemos por prudencia,
confundiendo los vicios en virtudes,
como a la maña que llamamos ciencia.

Este tuvo también malas saludes,
y amistades dolosas: ¡oh!, si puedes
oye de los poetas los laúdes.

La muerte ocasionó de Palamedes;
con Calipso se estuvo entretenido,
y a su mujer expuso entre paredes.

Y no tan solo la entregó al olvido;
sino al pasto de tigres y leones,
y al examen de un pueblo fementido.

Mas Iro cobijado en sus centones,
ni se preció de astuto ni de inico,
ni maquinó acechanzas ni traiciones:

Solo trató de humedecer el pico,
y de aplacar el vientre, que hostigado
ladraba al banquetear de tanto rico.

Y no porque así fue necesitado
le debemos privar de esta dotrina;
antes juzgarle bienaventurado;

La rosa se defiende con su espina,
y no con el halago de sus hojas,
que antes provoca a su mayor ruina:

Que el resplandor de cándidas y rojas
hace atrever la delicada mano,
y el olor que suaviza las congojas.

Tiene lo ameno veces de tirano:
todo lo arrastra y la razón sujeta,
si esta Sofía no le da la mano.

Mas quien della se abraza se hará atleta,
que trastorne al de Ioles dediticio,
y al que a Dálida expuso su garceta.

Del padecer se saca beneficio
de la deleitación, lo que el gusano,
que se deja llevar de su artificio.

Quiso hacer un palacio, y el insano
labró para sí cárcel, en que vivo;
se vino a sepultar de propia mano.

El hado más benigno se hace esquivo,
si está mal ordenado; y del más recio
con la regla se pierde lo nocivo.

Y así en los actos no hay que hacer aprecio
si son o no felices; solo mira
si es el autor o recatado o necio.

Deste no hay que hacer caso, que delira,
y menos, cuando más se esfuerza, acierta,
porque su globo siempre a ciegas gira.

Pero de aquél que funda en cosa cierta,
no se puede dudar, porque sereno
obra al tenor de la razón despierta.

Y así el que filosofa solo es bueno,
que se rige, se regla y se modera,
y a fuer de buen caballo asiste al freno.

Con estas circunstancias se prospera,
y se ríe de cuanto el mundo estima,
y más de la fortuna que se altera.

Presume, y con razón, que le es tarima
todo cuanto ella ensalza, y que su planta
huella lo que ella ostenta por encima.

Éste del bravo aflige la garganta,
y del vano ambicioso oprime el cuello,
y no se espanta del que al mundo espanta.

A la fortuna tiene de un cabello,
como ella a los mortales; ni le angustia
la ocasión, sea lampiña  o tenga vello.

Porque ni el hielo del temor le enmustia
ni con lo ardiente del favor se explaya,
y así trae cara entre florida y mustia.

Al afecto furioso tiene a raya,
al distraído carga de cadenas,
y hace que ni uno, ni otro se distraya.

No corre por su cuenta tener penas,
ni darlas: sólo trata de ser uno,
y de guardar la fe de sus almenas.

A ningún tiempo culpa de importuno:
para obrar dice que ninguno es malo,
y para contender bueno ninguno.

Tiene por dolosísimo al regalo,
aun más que fue Sinon a los de Troya;
sino dígalo el vil Sardanapalo,

A quien ninguna buena cosa apoya,
sino el morir, que lo hizo como fuerte,
que no es en un varón pequeña joya.

Éste sin ser forzado se dio muerte,
y él por sí mismo se fraguó la hoguera,
que hizo menos vilísima su suerte;

Bien que la armó de aquella sementera
con que al olfato afeminó, que quiso
no ser mejor en su postrer carrera.

De grana fina se cargó, y de biso,
y rellenado en medio de, su aroma,
hizo dar fuego al cedro y cipariso:

Cuyo incendio, a la imagen de Sodoma,
se tragó mil alhajas asianas,
y le quitó el sustento a la carcoma:

Y en los adiamantes, vasos, porcelanas
de Ceilán, de Corinto y de la China
hizo el fuego también sus caravanas:

Que quiso aquella pulpa, femenina.
no bajar a Plutón sin camaradas,
porque fuese más amplia su ruina.

Y así el que tiene fijas las pisadas
en el regalo (porque siempre es malo)
bebe dulzuras, pero envenenadas.

Mas no sé qué se tiene este regalo,
que todos le acarician, y ninguno
dice bien de su autor: Sardanapalo;

Y a la contra de todos el ayuno
es venerado, y nadie lo apetece:
que tienen por mejor la ave de Juno.

Esto bien sé que no se compadece,
y que hace mal estómago al juicio,
que lo tiene por monstro, aunque obedece.

Juzga que es la matriz de cualquier vicio
y de quien el volumen se origina
de ignavia, ira y insania y precipicio.

Finalmente el regalo es oficina
de fraudes, robos, muertes y adulterios,
y de inmundicias torpes la sentina,

Por él se han transformado mil imperios,
y mil reinos mudado en señorías,
y ellas llegado a infames vituperios.

Y esto asentado por verdad, ¿querrías
hacerte esclavo desta Mandri, Fabio,
y a tal madrastra sujetar tus días?

¡Oh! no suceda que hagas tal agravio
a tu suprema dignidad, que es dina
de Dios, si la gobiernas como sabio.

Bien sabes que hay en ti porción divina,
o por lo menos a la imagen hecha
del que con perfección todo lo afina.

Y ésta es de dos que tienes la derecha,
que la siniestra, que es siniestra en todo
sino la socorremos hace brecha.

Fue su origen de un mal cocido lodo;
que los efetos dio como el origen,
quebrándose al primer golpe del todo.

Mas luego se restaura, si la rigen
conforme la moral Filosofía,
y como a nueva planta la dirigen.

Lo que toca a esta ciencia es abrir vía
para que mueva la razón su huella,
y se alargue en la noche mas umbría.

Cada preceto sirve de centella,
que nos advierte próvida del daño:
si erramos, nos avisa, y no atropella.

A ninguno repudia por extraño;
que a todos ama, abraza y solicita,
sino al que quiere estarse con su engaño.

Hombre bárbaro fue Anacarsis Scita,
y de sus bienes sólo entró en Atenas
un ansia de saber, pero exquisita.

Ni contó de sus muros las almenas,
ni holló su alcázar, ni arribó al Pireo,
ni apreció del Himeto las colmenas:

Solo puso en la ciencia su deseo,
que es la que alumbra: a las curiosidades
fue un perpetuo repudio, y nunca empleo.

Estimolas en meras liviandades,
y el título les dio de meretrices,
como aquellas que estupran las verdades.

Y así como las rosas sin raíces
están desahuciadas de hacer cría,
y ponen en gran riesgo a sus matices:

Quien huye de la gran Filosofía,
viene a desmedras de la misma suerte;
que nadie fructifica sin su guía.

Y así este scita, de ella asido fuerte,
se armó como de un bélico instrumento,
para esperar y despreciar la muerte.

Con esto cultivó su entendimiento,
y se dio un gran hartazgo de dotrinas,
que le fueron después largo alimento.

Este colmó de varias disciplinas
su patria, y la sembró de honestas flores,
hecha hasta allí a traer solas espinas.

Limpiola de mil bárbaros errores,
reformola de leyes, y a suaves
costumbres trasladó sus amargores.

A los hombres austeros mudó en graves,
y al robo puso freno, y del lascivo
cerró la liviandad como con llaves.

Y á sí mismo, sintiéndose cautivo
de la ignorancia, della ya escapado,
volvió a su postliminio intelectivo.

Fue de los académicos juzgado,
que lo que aprende el hombre no le es nuevo
sino que le proviene de olvidado;

Pero yo ni lo admito ni lo apruebo,
aunque fue de Platón esta sentencia,
a quien en otras muchas sigo y debo.

Dista la ciencia mucho de otra ciencia:
una hay que llaman docta, y no es segura;
y otra la que asegura la conciencia.

Aquella docta fue como pintura,
de escorzos y de sombras colorida,
pero sin corpulencia, ni estatura;

Mas esta tiene cuerpo, tiene vida,
y estriva en la verdad, y solo trata
de darle a la razón pronta guarida.

Toda en dos instrumentos se dilata,
que ya un volumen liga, y juntamente
en otros dos precetos se remata.

Con brevedad nos dice lo que siente;
que dista de Zenón y de Epicuro
lo que de estanques la perenne fuente.

De aquellos cada cual hizo su muro
como con argamasa al tiempo expuesta,
al tiempo en todo tiempo mal seguro.

Y así tienen sus dogmas por respuesta
la incertidumbre, que aunque ingeniosas
son de madre mortal, si bien honesta.

Camparon en su tiempo de lustrosas,
y a la causa política ocurrieron
con leyes y costumbres oficiosas:

Y en esto obra y aceite no perdieron,
ni dejaron al mundo con querellas,
porque hicieron al fin lo que supieron.

Dieron luz del girar de las estrellas,
y de los sublunares meteoros
averiguaron rayos y centellas.

De lluvias, nieves y demás aforos,
como son piedra, niebla , aura, y rocío,
descubrieron rarísimos tesoros.

A las comunes reglas del plantío
añadieron algunas excepciones
que hacen las tierras de calor y frío.

Ni se olvidaron de los sacros dones
de Ceres y de Flora, que con grato
auxilio molifican las pasiones.

Uno alegra la vista y el olfato,
otro fornece el cuerpo y le sustenta,
y uno le es nutrimento y otro ornato.

También juntaron a esta misma cuenta
la industria del socorro a las ruinas
que hace el acero y fiebre macilenta,

Escudriñando montes, viendo minas,
y examinando plantas y metales,
y mil drogas y aromas peregrinas.

De aquí nacieron bienes, que a los males
arriba referidos fueron freno,
para que no pasasen a mortales.

Templaron la malicia del veneno,
y de los simples fabricaron mixtos,
con que se hizo cada cual más bueno.

A las desganas desataron pistos,
que el cuerpo entretuvieron, hasta tanto
que de los ages se libró previstos.

Finalmente apuraron todo cuanto
pudieron alcanzar con ciencia humana;
en defensa del hombre y su quebranto.

Y de la tierra y mar, con quien se hermana,
hicieron cosmográficas porciones,
que redujeron a una breve plana,

Donde se ven patentes las regiones,
desde que nace el sol hasta que muere,
y desde el mediodía a los Triones.

Allí ve el hombre todo cuanto quiere,
y a la curiosidad da  inmenso pasto,
y cosas mil incógnitas adquiere.

La corpulencia y brazos del mar vasto
le ostentan islas, sirtes y bajíos,
y aunque siempre sangrado, nunca exhausto:

Porque pronto al desagüe de les ríos
que expugnan sus riberas, vuelve al centro,
y a restaurar el lleno de sus bríos.

Y así les sale a todos al encuentro,
y no solo en su margen los hospeda,
sino en la habitación de más adentro.

Ni los liga por eso ni empareda,
antes luego les da salvoconduto,
para que puedan continuarla rueda.

Esto el mar; que la tierra a mayor fruto
ofrece reinos, montes, vegas, prados,
y ríos que se pasan a pie enjuto,

Allí los abisinos atezados,
y scitas semejantes a su nieve,
hacen labor en diferentes lados.

Unos se alojan donde apenas llueve,
otros tienen la escarcha por vecina,
y esto lo indica una toalla breve.

También dieron a la habla disciplina,
vistiéndola de voces y argumentos,
que la hacen eficaz casi y divina.

Pero frustraron todos sus intentos:
porque en lo principal alucinaron,
y obraron sobre malos fundamentos.

Conocieron a Dios, mas no le honraron
con la decencia y majestad debida,
antes con mil. demonios le igualaron:

Y tuvieron por cosa persuadida,
que el mundo en su membruda corpulencia
hospedaba una mente de alma y vida.

Pocos supieron de la suma esencia,
y de las tres hipóstasis ninguno,
ni de su majestad y diferencia.

Al aire hicieron dios con voz de Juno,
y de Vesta vistieron a la tierra,
y del mar abrigaron a Neptuno:

Y con esta ilusión hicieron guerra
al que los hizo a todos. ¡Oh, y cuán bueno
pues viendo esta impiedad no los atierra!

Antes llueve en favor, y hace sereno
del inico varón como del pío:
que q nadie en esto tiene por ajeno.

Y como es su caudal y señorío
tan inmenso, sublime y soberano,
no le llega a alterar este desvío:

Porque todos salieron de su mano,
y quiere que esta temporaria vida
no por la religión les salga en vano.

Pero quiere que la hagan comedida,
que tercie la equidad, y que igualmente
la verdad ande en todos repartida.

Y aunque todo esto en nada es suficiente
para tenerle grato, con todo eso
eslo para templar su saña ardiente:

Que se destempla con cualquier exceso,
si bien no luego trata del castigo,
esperando la enmienda de lo avieso.

Y así a quien es de la virtud amigo
solo le falta su conocimiento
para adquirir un eternal abrigo.

Verá en el uno y otro Testamento
cifrado el fin de la Filosofía,
y cifrado con todo fundamento.

Dannos noticia del Autor del día,
y corona la noche con estrellas,
y preside a su inmensa monarquía:

Y con la lengua de sus luces bellas
notificándonos está loores
debidos como a Dios de todas ellas.

Que aquellos continuados resplandores
con su perseverancia y servidumbre
confiesan ser ministros y no autores.

Y también la mundana pesadumbre
reconoce en su tosca corpulencia
ser ajena de toda mental lumbre.

Contiene empero una interior potencia,
con que brotando está varias semillas,
y de metales crece en opulencia.

Y aun estas cotidianas maravillas,
no de sí le provienen, que la mano
de Dios allí le asiste al infundillas.

Si bien de su opificio soberano
estuvo ajena aquella docta escuela,
no teniendo más luz que el juicio humano.

Porque el más sabio cuanto más anhela
y estriba en inquirir, más alucina;
que no penetra lo que Dios revela.

Fue al fin, con ser tan docta, la oficina
de todos los errores que ocuparon
el orbe con mortífera doctrina,

Y por quien de su autor se desviaron
casi todas las gentes, y eligieron
dioses indignos que los despeñaron.

Y de inmundos ministros, los hicieron
dueños de sus profanas monarquías,
con venerables ritos que les dieron,

Y así aunque usaron las Filosofías
de útiles medios para el trato humano,
fue con ciega mixtión de idolatrías.

Con que lo útil se volvió en profano,
y ellas frustraron la alma de su intento,
porque no conocieron lo más sano.

Que el fiel filosofar sólo hace asiento
en los beneficiados de la crisma,
y halla en ellos debido cumplimiento.

No en los que el gentilismo y la morisma
con monstruosos ritos alimenta,
porque la profesión no es una misma.

Y lo primero que entra en esta cuenta
es conocer la causa primitiva
deste globo que todo lo sustenta;

Y darle aquella gloria privativa
que de autor le compete; que con esto
toda virtud se hará superlativa;

Y vendrá a ser lo honesto más honesto,
que unirá lo moral con lo divino,
y lo divino le dará su puesto
al que en uno y en otro fuere fino.

 
LIBRO I
DE LA CONSOLACIÓN
DE LA FILOSOFÍA,
DE ANNICIO MANLIO
Torcuato Severino Boecio, Varón Consular
y Patricio Romano.

METRO I

LOS versos que en la dulce primavera
de mis años canté, las fantasías
de mi laúd sonoro,
¡ay, como ya se han vuelto en elegías,
en gemidos la gracia lisonjera,
y en acero infeliz el plectro de oro!
Hasta el sagrado coro
de las nueve doncellas
se ha reducido a cláusulas confusas,
y a llantos y querellas
el dulce regocijo de las Musas.

Mas no por eso el miedo del tirano,
por bien que amenazaba a sangre y hierro,
hacer con ellas pudo
que me dejasen ir en tal destierro;
antes con un auxilio soberano
me han servido de báculo y escudo:
y con verme desnudo
de títulos y honores,
si antes cuidaban de mi edad florida,
no con menos favores
hoy honran mi vejez y mi caída.

Caduco estoy: confieso que la helada
senectud ha triunfado de mis días,
y el dolor impaciente
le ha dado paso por mis venas frías,
y a mis débiles huesos por morada,
con que la edad aun no era suficiente.
Sobre mi blanca frente
lucen Alpes nevados,
y las rugas ostentan sus vacíos,
y los cueros holgados
se encogen y estremecen a los fríos.

Dichosa muerte aquella que a los años
más dulces se comide, y no los toca;
y de la misma suerte
la que los mismos autos no revoca
del que para remedio de sus daños
la llama a voces en el trance fuerte.
Mas, ay, que ya la muerte
al triste, al afligido
siempre se esconde, siempre se retira,
y siempre al sumergido
en trabajos reserva de su ira:

Pero cuando la suerte prosperaba
dolosa mis acciones, ella dura
su guadaña blandía;
y agora que con triste desventura
me ve fuera del trono que ocupaba,
vuelve a la vaina el filo que solía.
Pues, dulce compañía
de tanto amigo caro,
¿por qué así me llamabais venturoso?
Pero ya veréis claro
que el que cae no era puesto de reposo.


PROSA I

Estando, pues, yo con mucho silencio entre mí pasando estas cosas, y señalando como con puntero unas lagrimosas endechas, vi que una mujer se apareció sobre mi cabeza, de muy venerable rostro, ojos vivos, y más perspicaces que suele ser la común vista de los humanos. Su color era sano y de vigor no extinguido, aunque tan llena de tiempo, que en ninguna manera se podía creer fuese de nuestra edad. La estatura mostraba incierta disposición, porque unas veces se acomodaba a la medida común de los hombres, y otras parecía tocar al cielo con lo eminente de su cabeza: y cuando la levantaba algo más, el mismo cielo penetraba, dejando burlada la vista de los hombres. Sus vestiduras eran perfectamente acabadas, de hilos delgadísimos y de artificio muy sutil, pero de materia durable, y según ella me lo dio a entender, tejidas por sus propias manos, cuya hermosura había ofuscado una niebla de negligente vejez, a la traza que suele el humo a las vecinas imágenes; y en la parte inferior de ellas estaba entretejida una P Griega, y en la superior una T; y entre medias de estas dos letras se veían señaladas unas gradas al modo de escalones, por donde se subía de la letra baja a la superior. Y esta vestidura se mostraba rota por las manos de unos hombres furiosos; habiéndose llevado cada uno la parte que pudo. Tenía demás de esto en la mano derecha unos librillos, y en la siniestra un cetro. La cual, luego que vio las poéticas Musas, sentadas en mi cama, dictándome voces convenientes a mi llanto, un poco airada dijo, mirando con torcidos ojos: ¿Quién es el que ha dejado llegar a este enfermo estas juglares ramerillas, pues ni ellas no solo le aplican algunos remedios, sino que le estragarán con dulce veneno? Estas son las que con estériles espinas de afectos ahogan la sementera fértil de la razón, y las que no libran a los hombres de los males, sino que antes los acostumbran a ellos. Pues estad ciertas, que si con vuestros halagos nos hubierais distraído un hombre profano, cual los tiene el vulgo, que de mí se llevara esto con mejor modo, por estar en los tales mis obras muy lejos de ser dañadas. ¿Pero a un hombre como éste, criado con la leche de los preceptos eleáticos y académicos? Pues apartaos, oh Sirenas, que sois dulces para la ruina de los hombres, y dejádmele curar y sanar con mis Musas. Dichas estas palabras, luego aquel coro, con tal reprehensión avergonzado, bajó la cabeza, y confesando el empacho con las colores, se salió triste la puerta afuera. Pero yo, como tenía turbada la vista con muchas lágrimas, y no pudiese saber qué mujer fuese aquella de tan imperiosa autoridad, quedé absorto, y clavando los ojos en el suelo, estuve mudo, esperando ver lo que haría desde allí adelante. Pero ella entonces, llegándose más cerca, se asentó a los pies de mi cama, y mirándome a la cara, que la tenía afligida con el llanto, y descaída con la tristeza, formando quejas de la confusión de mi alma, me embistió con estos versos:


METRO II

Cuando el humano apetito
en la vanidad se ceba
creciendo van los cuidados,
creciendo van a gran priesa.
¡Ay, ay, entonces, mortales,
cómo la razón se ciega,
y cómo da despeñada
en las profundas cavernas!
Sin luz al daño camina
alucinada y suspensa,
que le faltó la atalaya
en medio de las tinieblas.
Éste que veis, en un tiempo
acostumbrado a la alteza
de los cielos, discurría
por sus regiones etéreas:
del sol los purpúreos rayos,
y los aumentos y menguas
de la luna contemplaba,
y el curso de las estrellas,
o el que fijas continúan,
o el que vagantes reiteran,
siendo vencedor de todo,
mediante su buena cuenta.
También sin esto sabía
magistralmente la ciencia
de los rugidores vientos,
que los hondos mares vejan:
y en el alto firmamento
qué espíritu le revuelva,
y por qué el lucero Eoo
caiga en las hondas Hesperias.
Demás esto escudriñaba,
por qué templaba las tierras
el verano, y las vestía
de tantas flores diversas,
y por qué causa el otoño
de la vid los granos llena,
sin otros muchos secretos
que esconde naturaleza.
Pues este ofuscado ahora
con la luz mental enferma,
y la cerviz amarrada,
yace entre graves cadenas,
donde vencido del peso,
y inclinada la cabeza,
baja el rostro, y es forzado
(¡ay, Dios!) a mirar la tierra.


PROSA II

Pero más es tiempo, añadió, de aplicar medicinas, que de gastar querellas. Y luego mirándome con atentos ojos, me dijo: ¿Tú por ventura no eres aquél que un tiempo alimentado con mi leche, y criado con mi alimento, saliste robusto en las partes del alma? Porque cierto las armas, que te aplicamos, sino es que tú las echases primero, bastaban a defenderte, con su fortaleza invencible. Ven acá, ¿conócesme? ¿Qué callas? ¿Acaso este silencio hace de vergüenza, o de asombro? ¡Ojalá naciera de vergüenza! Pero a lo que yo veo, el asombro es solo el que te ha oprimido. Luego como viese que no sólo yo callaba, sino que procedía a la manera de un mudo enajenado de su lengua, tocome blandamente con la mano, en el pecho, y dijo: No es de peligro esta enfermedad: letargo es de los que comúnmente embelesa el juicio de los hombres. Olvidado estará de sí por algún tiempo; y fácilmente despertará, que de atrás sé que me conoce: y, para que lo pueda hacer en breve, será bien que le aclaremos la vista, que la tiene turbada con la nube de las cosas mortales. Y diciendo esto, empuñando los pliegues de su vestidura, me empezó a enjugar los ojos, que tenía bañados en lágrimas.


METRO III

Luego de mí la noche sacudida
se huyeron los horrores;
dejándome la vista socorrida
de nuevos resplandores:

Como cuando al Argeste presuroso
se encogen las estrellas,

Y el Polo con el velo nubiloso
detiene en sí las huellas.

Cálase el sol, y sin que el Firmamento
descoja su estandarte,

La noche se derrama y toma asiento
por una y otra parte.

Pero si sale el Bóreas animoso
de su caverna fría,

La noche se deshace, y luminoso
vuelve a aclarar el día:

Y con súbita luz el alto Febo
asalta los mortales,

Y al fin empieza a iluminar de nuevo
los rayos visuales.


PROSA III

No de otra suerte, pues, sacudidas las nieblas, empecé a mirar el cielo con lo cual me dispuse a conocer mi enfermera. Y así luego que en ella puse los ojos, y la miré con más atención, conocí ser mi ama la Filosofía, en cuyo domicilio desde mi tierna edad fui dotrinado: a la cual dije: ¡Oh Maestra de las virtudes!, ¿para qué, dejada tu alta morada, has bajado a estas soledades de mi destierro? ¿Acaso vienes tú también como rea a ser vejada conmigo por falsas acusaciones? A lo cual ella respondió: ¿Pues habíate yo de desamparar, hijo mío, ni dejar de tener parte en la carga que sufres por la envidia de mi nombre, sin hacerme partícipe en el trabajo? Claro está que no era hecho de la Filosofía dejar ir solo al inocente en su viaje: porque temiera yo mi propia reprehensión, y como de cosa nunca sucedida me asombraría. ¿Piensas acaso que es ésta la primera vez que la Sabiduría ha sido provocada con peligros de las malas costumbres? ¿No sabes que mucho antes que llegara la edad de nuestro Platón solíamos tener debates con la ignorancia? ¿Y que viviendo él, su maestro Sócrates, asistiéndole yo, mereció llevarse la palma de la injusta muerte que le dieron? Tras quien el vulgo de los epicúreos y estoicos, y los demás, cada uno por su parte, como quisiesen entrarse por su herencia a fuerza de brazos, a mí porque les daba voces y detenía, me trajeron a malas manadas, como si yo fuera los despojos, y rompiéndome las vestiduras, que yo por mis manos había tejido, me sacaron de ellas algunos jirones, y se fueron pensando haberme llevado toda consigo. Y así por verse en ellos algunas señales de mi hábito, creyó la ignorancia ser estos mis camaradas; no obstante que algunos dellos con los abusos de la profana turba se contaminaron. Y dado caso que de la fuga de Anaxágoras, del veneno de Sócrates, y de los tormentos de Zenón como peregrinos no tengas noticia, por lo menos de los Canios, Sénecas y Soranos bien has podido tenerla, por estar su memoria fresca, y ser muy celebrada. Pues a estos es cierto que no fue otra la causa de su ruina, sino ser cortados al aire de nuestras costumbres, y parecer en todo desemejantes a las de los malos. Y así no hay de que te admires si en este piélago de la vida padeciéremos muchas tormentas: porque nuestro intento no es otro que desagradar a los inicuos. Que aunque el ejército de ellos es muy copioso, con todo eso le hemos de despreciar, porque se gobierna sin capitán; y así a cada paso es asaltado del error loca y temerariamente: de donde sucede, que cuando alista ejército más poderoso contra nosotros, entonces nuestro capitán se recoge con su gente a la fortaleza, y ellos, en lugar de batirla, se embarazan en solo el pillaje de unas inútiles alhajuelas; pero desde arriba nosotros, seguros de todo desatinado alboroto, nos reímos de ellos viéndolos embarazarse en el robo de cosas tan viles: y al fin estamos murados con un vallado tal, que es imposible ser entrado por la ignorancia, aunque más nos guerree.