lunes, 24 de septiembre de 2018

Horacio y Esteban Manuel de Villegas: Oda I, Libro I

ODA I
A MECENAS

Ilustre descendiente
de abuelos generosos y reales,
¡oh, tú que fuiste amparo y honra mía!
Cuál hallarás que quiera,
siguiendo sus pasiones naturales,
coger en carro ardiente
el polvo de la olímpica porfía;
a quien la limitada
señal de la carrera,
a  la rueda vecina y no tocada,

y la famosa rama
de la palma inmortal, feliz victoria,
le levanta a los dioses soberanos,
señores de la tierra.
Otro verás que tiene ya por gloria,
con que apoya su fama,
seguir del vulgo los favores vanos;
y en este sordo empleo
él mismo se hace guerra
con cuidado, con ansia y con deseo.

Otro, que ya colmado
tiene el granero de la mies dorada
que en sus eras extiende el africano,
gusta notablemente
cavar el campo con robusta azada,
de su padre heredado;
y al uno y otro si le das (es llano)
del rey Atalo el oro,
porque el mar surque herviente,
dejará del rey Atalo el tesoro.

El mercader medroso,
viendo luchar el ábrego valiente
con el cristal azul del mar Icario,
alaba el patrio techo
y el fértil campo; y luego en consiguiente,
recogido al reposo,
cansado de tenerle de ordinario,
los vasos adereza
y al mar vuelve derecho:
que está mal enseñado en la pobreza.

Hay otro que procura
darse al regalo con el sacro vino
que las viñas de Másico producen;
ni desprecia del día
hurtarle un rato al pleito más contino,
ya puesto a la frescura
de los árboles verdes que le inducen;
ya de la dulce fuente
escucha la armonía
que entre las guijas forma su corriente.

A cuántos hay que agrada
las tiendas y aparatos de milicia,
y el rumor de la trompa, acompañado
con el clarín sonoro,
y juntamente aquel furor envicia
de la sangrienta espada,
en bullicio feroz y en campo armado,
de quien hijas y madres
abominan con lloro,
porque unas pierden hijos y otras padres.

El cazador que ha dado
al verde bosque todo su ejercicio,
de la tierna mujer el lecho deja,
y al campo se retira,
o ya porque del ciervo le da indicio
el despierto cuidado
de los sagaces perros que le aqueja,
o ya porque deshizo
el jabalí con ira
los fuertes lazos del cordel rollizo.

A mí la verde yedra,
premio glorioso de las doctas sienes,
al Cielo con los dioses me levanta;
y también me retira
del vulgo popular y sus vaivenes,
do la virtud no medra,
el bosque lleno de una y otra planta,
y los coros livianos,
cuando el viento respira,
de las Ninfas y Sátiros silvanos.

Pero si no me ruega
tocar Euterpe, dulce Musa mía,
la chirimía que se esparce al viento,
ni Polimnia rehúsa
que me ocupe en la lesbia poesía,
y tú me ofreces soberano asiento
entre los que han usado
a la lírica Musa,
me verás en el Cielo colocado.
 Las Eróticas, 1618.





Maecenas, atavis edite regibus,
O et praesidium et dulce decus meum,
Sunt quos curriculo pulverem Olympicum
Collegisse iuvat, metaque fervidis

Evitata rotis palmaque nobilis
Terrarum dominos evehit ad deos.
Hunc, si mobilium turba Quiritium
Certat tergeminis tollere honoribus ;

Illum, si proprio condidit horreo
Quidquid de Libycis verritur areis.
Gaudentem patrios findere sarculo
Agros Attalicis condicionibus

Numquam demoveas, ut trabe Cypria
Myrtoum pavidus nauta secet mare.
Luctantem Icariis fluctibus Africum
Mercator metuens otium et oppidi

Laudat rura sui : mox reficit rates
Quassas indocilis pauperiem pati.
Est qui nec veteris pocula Massici
Nec partem solido demere de die 

Spernit, nunc viridi membra sub arbuto
Stratus, nunc ad aquae lene caput sacrae.
Multos castra iuvant et lituo tubae
Permixtus sonitus bellaque matribus

Detestata. Manet sub Iove frigido
Venator tenerae coniugis immemor,
Seu visa est catulis cerva fidelibus
Seu rupit teretes Marsus aper plagas.

Me doctarum hederae praemia frontium
Dis miscent superis, me gelidum nemus
Nympharumque leves cum Satyris chori
Secernunt populo, si neque tibias

Euterpe cohibet nec Polyhymnia
Lesboum refugit tendere barbiton.
Quod si me lyricis vatibus inseres,
Sublimi feriam sidera vertice.