martes, 15 de agosto de 2023

Johannes Nider y Mosén Oja Timorato: De los maleficios y los demonios. Velada sexta

PRESENTACION 

Mosén Oja Timorato, seudónimo de José María Montoto y López Vigil (1818-1886), asturiano de origen y, definitivamente, sevillano de adopción, jurista, historiador y periodista, escribió una Historia de don Pedro I de castilla, muy apreciada en su tiempo.

También nos ha dejado este tan curioso como interesante libro con el que inauguramos nuestra colección Nimium Quantum. Esta obra fue publicada por primera y única vez en la célebre Biblioteca de las tradiciones populares españolas dirigida por el antropólogo y folclorista Antonio Machado y Álvarez, el padre de Antonio y Manuel Machado.

Carlista, católico integral (como se proclamaría Léon Bloy unas décadas más tarde, quien hubiera visto un hermano espiritual en nuestro autor), furiosamente antimoderno, Mosén Oja Timorato se vuelve en este libro hacia el fin de su admirada Edad Media, para mejor denostar la época en que le tocó vivir, época impregnada de positivismo y materialismo.

La originalidad del libro reside en la particular manera en que se nos presenta el arte de la traducción en su desarrollo mismo, ligado al arte más general de la conversación. El autor traduce y comenta para su círculo íntimo, a lo largo de trece veladas, en las dilatadas noches del invierno hispalense, el capítulo V del Hormiguero de Fray Johannes Nider, célebre inquisidor del siglo XV.

Repletas de comentarios eruditos y de anécdotas a menudo literariamente deliciosas, estas páginas, que hubieran deslumbrado a Baudelaire o a Huysmans, se nos presentan como una traducción in progress, a la que puso fin la muerte de su autor y a la que salvó del olvido la amistad sin fallas, a pesar de todas las diferencias políticas y filosóficas, del padre de los  Machado.

Miguel Ángel Frontán

VELADA SEXTA

I

¿Qué  son el magnetismo, el sonambulismo y el espiritismo?

Son tres de los auxiliares de que en nuestros días se vale principalmente el demonio para perder las almas. El desarrollo que teórica y prácticamente han tomado y van tomando cada día; la pertinacia con que se defienden y los funestos estragos que en el orden moral y religioso han producido, muestran a las claras que no son un enemigo despreciable, sino que, al contrario, importa mucho estar prevenidos contra sus insidiosos ataques.

Tal es lo que nos proponemos manifestar en este breve escrito, explicando la naturaleza de estos errores y la línea de conducta que los católicos deben seguir en presencia de los mismos.

El magnetismo, sonambulismo y espiritismo no son, como podría alguno figurarse, tres cosas esencialmente distintas, sino simplemente tres retoños de un árbol muy antiguo, a saber: la antigua magia. Este error suele predominar en las épocas de infidelidad, por cuanto es el medio más adecuado con que el demonio puede llenar el vacío que la falta de fe deja en los entendimientos, toda vez que el entendimiento humano tiene una tendencia irresistible a lo sobrenatural, y cuando no puede satisfacerla experimenta la falta de una condición esencial de vida. Esta es la sencilla explicación del predominio de la magia o comercio del hombre con el diablo en los últimos tiempos antediluvianos y en los largos siglos del paganismo, como lo es también de su visible decadencia y casi completa extinción en los primeros tiempos del Cristianismo, y por consiguiente la fe ha menguado tan considerablemente en las conciencias.

A mediados del siglo pasado fue cuando Mesmer empezó a enseñar su sistema sobre el magnetismo, que luego se llamó mesmerismo, del nombre de su autor; y aunque éste calificaba su sistema de meramente científico, bien pronto acreditaron los hechos que distaba mucho de poderse explicar por causas puramente naturales.

El mesmerismo, que se manifestaba especialmente en las extraordinarias curaciones de enfermos que debían colocarse alrededor de una tinaja, de la que se desprendía el pretendido fluido magnético, se convirtió en sonambulismo bajo la dirección de M. Puységur, discípulo de Mesmer. El sonambulismo no es más que el mesmerismo perfeccionado, por cuanto en él no se requieren los utensilios que Mesmer necesitaba para producir sus maravillosos efectos, sino que basta para esto simplemente infundir el sueño magnético a la persona sobre la cual se quieren verificar los experimentos.

El espiritismo propiamente dicho, que consiste en la comunicación directa con los seres invisibles, nació en Norte América a mediados de este siglo, siendo principalmente importado a Europa por Mr. Duglas-Home.

II

¿Qué  fenómenos se atribuyen al magnetismo, sonambulismo y espiritismo, y qué  debe pensarse de los mismos?

Los principales atribuidos al magnetismo son: 1º, movimientos extraños de mesas y otros objetos, sin causa visible que los produzca; y 2º, contestaciones dadas por los mismos a las preguntas que se les dirigen. Los que se atribuyen al sonambulismo, sobre todo si se trata, no del sonambulismo común o simple sueño magnético, sino del llamado sonambulismo lúcido, son, además de una especie de sopor en el sonámbulo, del cual ninguna fuerza puede despertarlo, 1º, una lucidez que él mismo se dice que posee, la cual le permite ver a larga distancia, aunque haya objetos intermedios; y 2º, adivinación por parte de los médiums de cosas ocultas. Por último, los que directamente se atribuyen al espiritismo son: 1º, movimientos de lápices producidos por agentes invisibles, que reproducen exactamente el carácter de letra de una persona difunta; y 2º; aparición de fantasmas o presencia invisible de espíritus, pretendiendo unos y otros ser las almas de personas difuntas.

Concediendo que no pocas veces la farsa y la prestidigitación juegan un papel importante en estos fenómenos[1] es, sin embargo, imposible negar en absoluto su realidad. Muchos de ellos vienen atestiguados por centenares de testigos mayores de excepción por su capacidad y honradez; los tribunales de justicia más competentes han conocido de los mismos; los escritores católicos, al combatir el espiritismo, nunca ponen en cuestión la realidad de los hechos que éste se atribuye, reduciéndose tan solo la polémica a investigar y explicar su causa; y sobre todo, los Prelados de la Iglesia y la Sagrada Congregación, al ser consultados sobre el particular, tampoco han puesto en tela de juicio la realidad de dichos fenómenos, limitándose a reprobarlos y a declarar su ilicitud.

En presencia de estos datos, atribuir a la superchería todos los fenómenos del espiritismo, sería resistir a la evidencia.

III

Pero si son verdaderos, ¿cómo deben explicarse?

Sus partidarios se dividen en dos clases: primera, la de los que quieren explicarlo todo por causas naturales, que en su concepto no son otras que las manifestaciones del fluido magnético; menos aún, simples alucinaciones, como pretende Mr. Littré; y segunda, la de los que suponen la intervención de las almas de los difuntos, y estos son los espiritistas propiamente dichos.

Desde luego es inadmisible la primera explicación, porque este fluido, sea lo que fuere de sus fuerzas ocultas, no pasa, por confesión de todos, de ser un fluido no espiritual; es, si acaso, una de tantas fuerzas de la naturaleza, y no más, y por tanto incapaz a radice de producir efectos que revelan necesariamente inteligencia e  intención en su causa, según aquel sabido axioma: ningún efecto puede ser jamás superior a la causa que lo ha producido.

Tocante a la hipótesis de la alucinación inventada por Mr. Littré, será, si se quiere, un expediente muy cómodo para salir de apuros, pero no  creemos que nadie pueda tomar en serio la existencia, ni siquiera la posibilidad de una alucinación tan sui generis que ataca a centenares y millares de personas, sin que pueda señalarse causa, razón ni pretexto alguno de un efecto semejante, y sobre todo una alucinación que enseña repentinamente a hablar idiomas desconocidos y descubrir cosas ignoradas.

Igualmente es inadmisible la segunda explicación, porque, como enseña Santo Tomás, según los principios de la sana filosofía, el alma humana, destinada como está a informar un solo cuerpo, no puede obrar en manera alguna sobre las demás sino por medio de los órganos del cuerpo a que está sustancialmente unida, y por ende carece de todo medio de acción sobre aquéllas cuando está separada de su cuerpo. Como la índole de este escrito no nos permite engolfarnos en especulaciones filosóficas, basta para confirmar lo dicho consignar un hecho atestiguado por la experiencia, a saber: que el alma, mientras está unida al cuerpo, tiene acción sobre este cuerpo que ella anima, pero no sobre ningún otro, hasta tal punto, que si a una persona se le amputa un miembro, o aun sin amputársele, si por una enfermedad cualquiera pierde enteramente dicho miembro, la sensibilidad, el alma deja ya de tener acción sobre el mismo desde que deja de vivificarlo.

Luego el alma sólo tiene acción sobre el cuerpo que vivifica; es así que después de la muerte de una persona su alma ya no vivifica ningún cuerpo; luego las almas de los difuntos no tienen acción sobre ningún cuerpo; luego es falso que sean las almas de los difuntos las que se aparecen por las evocaciones de los espiritistas, las que contestan a sus preguntas, etc., etc. Y nada vale decir que lo que las almas no pueden por naturaleza lo pueden por permisión de Dios; porque si bien es cierto que algunas veces Dios ha permitido, por motivos especiales, y siempre de grande importancia, la aparición de algún alma, sería ridículo y altamente injurioso y depresivo del concepto que debemos tener de Dios, suponerle a disposición de cualquier médium para que le sirviera de cómplice en sus especulaciones, o cuando menos en sus caprichos[2].

Desechadas, pues, ambas explicaciones, sólo queda una, que es la que damos los católicos, a saber: la intervención del maligno espíritu.

En primer lugar, esta intervención es posible, porque el diablo, como es un puro espíritu, tiene acción sobre los cuerpos. A diferencia del alma humana, el diablo no tiene su fuerza circunscrita o limitada sobre un cuerpo solo; y como por otra parte, al ser despojado de sus prerrogativas de gracia, conservó las dotes de su naturaleza angélica, tiene, por consiguiente, el poder de cambiar de lugar los cuerpos casi instantáneamente, de realizar con suma rapidez lo que las fuerzas de la naturaleza ejecutan con suma lentitud, y por último, de producir vehementes ilusiones en los hombres, ya sea inmutando sus sentidos, ya excitando su fantasía.

En segundo lugar, esta intervención del demonio no sólo es posible, sino real y verdad de fe en ciertos casos. Basta para probarlo recorrer las Sagradas Escrituras, en cuyas páginas se pueden leer los prestigios obrados por los magos de Egipto, los mil casos de personas presas por el demonio, y sobre todo las tentaciones que padeció Nuestro Señor Jesucristo.

En tercer lugar, la Iglesia siempre ha creído en la persistencia de esta intervención, como lo prueban las doctrinas de los Santos Padres, las decisiones de los Concilios contra los magos y hechiceros y la fórmula de los exorcismos que pone en todos los Rituales.

IV

¿Qué  conducta deben, pues, seguir los católicos respecto al magnetismo, sonambulismo y espiritismo?

Contestamos a esta pregunta transcribiendo las siguientes disposiciones de la Iglesia, advirtiendo que antes que se sometiera la cuestión al oráculo de la Santa Sede, ya los teólogos y los Obispos, según lo que les correspondía por razón de su ministerio, se habían pronunciado muy claramente sobre el particular, reprobando las prácticas del magnetismo, sonambulismo y espiritismo como perniciosas por lo que toca a la fe y peligrosas en lo que se refiere a la moral.

Lo que dio origen a la primera decisión de Roma fue la consulta hecha en 1841 por el obispo de Lausana a la Sagrada Penitenciaría, exponiendo los fenómenos que sus adeptos atribuyen al magnetismo, la cual obtuvo la siguiente respuesta: Sancta Penitenciaria, mature perpensis expositis, respondendum censet, prout respondet; lisum magnetismi prout in casu exponitur non licere. Después, en 1856, la Sagrada Congregación de la Inquisición romana expidió una Carta Encíclica a todos los obispos, en la cual, después de haber enumerado los varios fenómenos atribuidos al magnetismo, dice: In hisce omnibus, qua cumque demum utantur arte, vel illusioni, cum ordinentur media phisica ad effectus non naturales, reperitar decepcio omnino illicita et haereticalis, et scandalum contra honestatem morum. Y concluye excitando el celo y vigilancia de los obispos, para que aparten de los fieles la corrupción de costumbres, que produce semejante magnetismo. Posteriormente, por decreto de 20 de abril de 1864, se condenaron y proscribieron todos los escritos de Allan Kardec sobre el espiritismo.

De estas decisiones inferimos: 1º, que no es lícito nunca tomar parte en los fenómenos praeter naturales atribuidos al magnetismo y espiritismo, aunque se haga pacto explícito o implícito de no querer comunicación con el maligno espíritu; 2º, que no es lícito asistir como meros espectadores a las reuniones espiritistas; 3º, que no es lícito leer ni retener las obras o revistas que defienden sus prácticas; y 4º, que debe inculcarse con toda eficacia a los fieles el peligro gravísimo de eterna condenación en que se pondrían, si no se apartasen de las sugestiones, disfrazadas muchas veces, de los aficionados a esta secta infernal, cuyo fin último no es otro que reemplazar el culto y adoración de Jesucristo con el culto y adoración de Satanás. R. C.

C. —Me ha satisfecho por completo el escrito leído, y ya no me queda la menor duda de que los espiritistas son hermanos carnales de la Pitonisa de Endor y de cuantos han ejercido la nigromancia en este mundo.

M. —Para poner término a esta materia de la nigromancia, leeré  a ustedes el siguiente relato, que tomado de las Memorias inéditas de Lallemand, pone en su historia del conde de Cagliostro mi siempre queridísimo amigo el Sr. D. José  Velázquez y Sánchez, cuyo fallecimiento, que acabo de saber, me tiene en gran manera contristado.

«Ninguna de las aventuras del Conde hizo más ruido en París, y aun en el reino, que el convite entre doce personas de su más íntimo trato, que tuvo lugar en una rotonda de su casa, labrada expresamente en el jardín, para aislar aquella pieza del resto del edificio, que era un caserón espacioso, pero viejo y algo sentido en sus muros. El Conde había hablado a ciertas personas de su mayor confianza, algunas conocidas por su declarado ateísmo, de las apariciones de difuntos, para dar testimonio de la otra vida, diciendo que el conjuro a que obedecían los espíritus era casi familiar en la India y en lo interior del Egipto, y que comunicar con ellos sin hacerles tomar formas visibles, lo sabían hasta las viejas persas y los niños de las costas de Coromandel. Instado por los que creían en el poder sobrenatural del noble hechicero, y por los que ponían en duda la peregrina facultad de traer a la tierra a los emigrados de este valle de lágrimas, consintió Cagliostro en someterse a la prueba, exigiendo que se diera un banquete en la rotonda, poniéndose entre los convidados sillones vacíos, que ocuparían los muertos que se lo designaran, basta el numero de seis. Llegado el día del tremendo convite, el Conde encargó a sus comensales que no se preocuparan de la escena que tendría lugar a los postres, y que no frustrasen el efecto de la aparición visible con ninguna especie de movimiento arrebatado ni de sensación extrema. En el momento oportuno se levantó el prócer italiano, y fue llamando a Voltaire, Diderot, D'Alambert, Montaigne, Boileau y Molière, quienes aparecieron a evocaciones sucesivas en los seis sillones que se les tenían dispuestos, perfectamente visibles al través de una especie de neblina, que parecía servirles de atmósfera particular. En este hecho están conformes todas las referencias de los doce convidados de la rotonda; pero corren por París algunos dichos agudos puestos en bocas de los muertos, como el de Voltaire sobre haber averiguado en el otro mundo que los Papas eran buena gente, el de Diderot, que declaraba el mérito de su Enciclopedia en el redactor del índice, y el de Molière, llamando a Luis XIV el primer cómico de Su Majestad. —El duque de Argenson refirió al Rey los rumores que circulaban en París respecto al banquete de los difuntos; pero Su Majestad encogiéndose de hombros, contestó al duque: He ahí los espíritus fuertes de nuestra época: niegan a Dios para creer en el diablo.»

M. —Ahora apuraremos el tiempo que de esta velada resta con el capítulo V del libro insigne que dice así: 

CAPÍTULO V

Con humores viscosos se les impide a las hormigas el que puedan trabajar y moverse; pues los animales débiles, cuando andan por sitios bituminosos, se pegan a ellos, así como cuando hay tempestad sufren en sus cuerpos y hallan obstruidos los caminos.

Por los lugares viscosos o bituminosos se significa la ocasión de las voluptuosidades carnales de los que viven fingidamente en la fe cristiana; porque de estos halagos no se puede salir para obrar bien, sino que, por el contrario, se es cautivado en las mismas terrenales delicias.

En figura de esto, en el lugar en que cayeron el Rey de Sodoma y de Gomorra con sus cómplices, por los que se entienden los lujuriosos e  incontinentes, se lee que había en un valle inculto muchos pozos de betún, en los cuales los que caían se deslizaban en varias voluptuosidades del cuerpo; porque las costumbres incultas, como en el mismo lugar dice la glosa, atraen a los pertinaces al profundo de los males. Mas los que no fueron muertos, huyeron a la montaña, esto es, a las alturas de las virtudes.

A propósito, dice San Bernardo en la homilía IX sobre los cantares: «La liga del deseo pervertido no permite al alma volar, sino que antes bien atrae la mente, si por ventura es alguna vez levantada por una tempestad».

También se dice que los voluptuosos están impedidos de ejercer el bien, porque los sectarios de los deleites carnales, halagados del humano favor, se hacen afeminados para las arduas obras de las virtudes. De ellos se dice en el capítulo 36 de Job: «Morirán de muerte violenta y acabarán su vida entre hombres afeminados y sodomíticos». O, como dice otra traducción: «Su vida será herida por los ángeles». Una y otra versión son verdaderas, aun cuando las palabras sean distintas, porque la vida de los afeminados es herida por los ángeles, cuando éstos, como nuncios de la verdad, la combaten con los dardos de la santa predicación.

En el mismo sentido habla San Gregorio en el libro XXVI de los Morales, y el Profeta aconseja a los elegidos, diciéndoles: «Obrad virilmente, y confórtese vuestro corazón, porque la mente lujuriosa se corrompe si se deleita con cosas transitorias. La vida de los que fingen muere entre los afeminados, porque se halla corrompida por la lujuria».

Perezoso. —Hemos oído que en nuestros tiempos hay muchos que de tal manera son encendidos en amor por obra de los maléficos hacia las mujeres de otros, o muchas mujeres hacia hombres ajenos, que ni con razones, ni con castigos se les puede hacer desistir. Por el contrario, hemos experimentado que entre los casados se suscitan por los maléficos tales odios, y también tales frialdades de la potencia generativa, que no pueden dar ni pedir el débito para tener prole. El amor y el odio existen en el alma; y como, según todos los que son competentes en tu profesión, el demonio no puede entrar en el alma, conviene saber que  es lo que hay de verdad o falsedad en esto.

Teólogo. — Aunque, según el unánime sentir de los nuestros, el demonio no puede obrar inmediatamente en el entendimiento y voluntad del hombre, sin embargo, conforme a la doctrina de los mismos, puede obrar en el cuerpo y en las cosas allegadas al cuerpo, ya sean sentidos interiores, ya exteriores, permitiéndolo Dios. Por eso se lee en Job: «Dijo, pues, el Señor a Satanás: Anda, en tu mano está, pero consérvale el alma». Tocas, por lo tanto, con tu pregunta tres dificultades, a saber: cómo se causan en la potencia generativa el maleficio y en la voluntad el odio y el amor desordenado.

De la filocapción o amor desordenado de un sexo a otro, debes saber que puede nacer de tres causas, cuales son: las incautas miradas, la tentación del demonio y el maleficio de los nigrománticos, igualmente que de los demonios.

En cuanto a lo primero dice Santiago: «Cada uno es tentado, siendo atraído y halagado por su concupiscencia; después, cuando la concupiscencia concibe, pare el pecado, y éste, cuando se consuma, engendra la muerte». Por eso, como Lichem viese a Dina, que había salido a ver las mujeres del país, la amó, la robó y durmió con ella, uniéndose sus dos almas. Y, según la glosa, sucede al alma enferma, cuando, pospuestos los negocios propios, se cuida de los ajenos, ser seducida por las costumbres y consentir en las cosas ilícitas.

Respecto a lo segundo, esto es, al amor desordenado que nace principalmente de la tentación del demonio, vemos en el libro primero capítulo XIII de los Reyes, que Ammón amó a su hermana Thamar, hermosa en extremo, concibiendo por ella gran pasión, de tal manera, que por este amor enfermó. No hubiera concebido tal maldad, a no haber sido gravemente tentado por el demonio; y por eso dice allí la glosa: «Esto nos aconseja el que siempre obremos cautamente, para que no dominen los vicios en nosotros, y el príncipe del pecado, que promete una falsa paz a los que peligran, hallándonos preparados, no  nos acometa de súbito y nos mate cruelmente».

De este segundo género de amor esta lleno el libro de los Santos Padres, el cual refiere, que algunos se libraron en los yermos de toda tentación de amor carnal; pues a veces eran tentados en este particular más de lo que puede creerse. Por eso, en la carta segunda, capítulo XII, a los Corintios, dice el Apóstol: «Se me ha dado el estímulo de mi carne, como un ángel de Satanás, para que me abofetee». Dice allí la glosa que la tentación en que no  se consiente no  es pecado, sino materia en que ejercitar la virtud; pero has de entender por esto, que si viene del enemigo y no de la carne, es pecado venial cuando no  se consiente; y de este amor tienes ejemplo en el libro primero de nuestro Hormiguero.

De la tercera especie de amor desordenado, que es el que proviene de maleficio de los demonios y de los idólatras, se presenta ejemplo en Ezequiel XXIII, bajo la metáfora de una mujer de Israel, cuyo pueblo ya siguió los ídolos y los maleficios de los asirios. «Olla, pues, dice, me fue infiel y perdió el juicio, yéndose tras de sus amantes los asirios, sus vecinos, que estaban vestidos de púrpura y eran grandes señores y de altos destinos, jóvenes, amables, caballeros todos, que montaban briosos caballos.» Consta que todos ellos tuvieron maléficos e  idólatras.

Pedro de Laguna[3] menciona cinco modos de obrar el demonio en la imaginación, en la fantasía y en la potencia generativa. Primero: interponiéndose entre los cuerpos, para que no se aproximen. Por lo mismo que es espíritu, tiene potestad sobre la criatura corporal para hacer o prohibir el movimiento local: por lo tanto, puede impedir, directa o indirectamente, el que los cuerpos se aproximen, interponiéndose en el de alguno, como sucedió al que, habiéndose desposado con un ídolo, se casó con cierta jovencita, a quien no pudo conocer. Segundo: inflamando o enfriando a los hombres por medio de las virtudes ocultas de las cosas, que él conoce bien. Tercero: turbando la estimación y la imaginación, que hace a la mujer aborrecer y ser aborrecida. Cuarto: reprimiendo directamente el vigor del miembro acomodado a la fructificación, como el movimiento local de cada órgano. Quinto: impidiendo la emisión de los espíritus a los miembros en que reside la virtud motiva; lo que puede hacer de muchas maneras.

Cuando las mujeres hacen sortilegios con habas o con testículos de gallos, no se ha de creer que hacen a alguno impotente por la virtud de esas cosas, sino por la oculta virtud de los demonios, que con ellas se burlan de las adivinadoras. Más permite Dios por este acto, por el cual se difunde el primer pecado, que sobre otros actos humanos; lo mismo que permite más sobre las serpientes, que sirven para las encantaciones más que otros animales.

Acerca de la inflamación para aquel acto, tenemos ejemplo en la leyenda de la virgen de San Basilio, la cual, como desease a un siervo de sus padres y enfriase al marido, no pudo conocer al siervo, lo mismo que sucedió al que, casado con un ídolo, no pudo conocer a su esposa.

Hay también respecto a la mujer, que de tal manera puede el diablo tentar su imaginación, que aborrezca al marido hasta el extremo, que por nada de este mundo consienta en que la conozca, y también puede maleficiarla, interponiendo un cuerpo, u obstruyendo el vaso. Al hombre le puede impedir el acto de muchas maneras, y por eso es maleficiado más veces que la mujer. Y más permite Dios que el demonio se embravezca en los pecadores, que en los justos; por lo cual dijo el Ángel a Tobías: «El demonio recibe potestad sobre los que a las liviandades se entregan». A veces también la reciben sobre los justos, como sucedió con Job, por lo cual deben confesarse y hacer otras cosas semejantes, para que no suceda que, permaneciendo el hierro en la herida, sea inútil la aplicación de la medicina.

Perezoso. — Aún me queda una duda sobre la liga del amor carnal, a saber: si los que existen en caridad pueden ser maleficiados con tal amor.

Teólogo. —La contestación a eso recibida de las palabras de Casiano que en la colación segunda del Abad Sereno concluye con estas palabras: «Define San Antonio, que en manera alguna puede el demonio invadir la mente o el cuerpo, ni tiene facultad para acometer al alma, sin haberla antes destituido de todo pensamiento santo, volviéndola vacía y desnuda de toda contemplación espiritual». No por eso vayas a entender que los demonios no acometen a los que viven en caridad y a otros semejantes; sino únicamente que no los puede acometer, si ellos quieren resistir con armas la virtud e  impulso de las cosas naturales. «Tales armas te habíamos dado, dice la filosofía a Boecio, que si antes no las arrojases, te defenderían con invencible firmeza

Por lo cual, Casiano en el mismo lugar citado habla de dos paganos, filósofos y maléficos, los cuales, llenos de odio contra el santo varón San Antonio, porque acudía a él todos los días multitud de pueblo le enviaron con sus maleficios demonios a la celda, para que con sus tentaciones le hiciesen huir de allí; los demonios, según los filósofos, convertidos después a la fe, confesaron, «hirieron los pensamientos del santo con amarguísimos estímulos, pero él los rechazó, haciendo la señal de la cruz en la frente y en el pecho, y recitando oraciones».

Mas un ejemplo bastante terrible refiere Vicente[4] en el Espejo historial de los hechos de San Basilio Magno, en cuyo tiempo, cierto rico tuvo una hija única, a quien disponía consagrar al Señor. Un esclavo de aquel rico, no  pudiendo casarse con la joven, fue a un maléfico, invocó al diablo, renegó de la fe y obtuvo que el demonio de la fornicación entrase en aquélla, encendiéndole de tal manera que, echada en tierra, clamaba que era atormentada por el esclavo, y para librarle, se le diera en matrimonio. Así lo hizo el padre con el corazón entristecido: el siervo, sin embargo, fue librado por San Basilio.

En el primero de los Diálogos refiere San Gregorio que cierto príncipe de los maléficos, llamado Basilio, quemados sus compañeros, huyó de Roma disfrazado de monje, y como tal monje fue admitido en un Monasterio por San Equicio; y, hallándose éste ausente, de tal manera malefició a la más hermosa de un monasterio de monjas, que febricitante y llena de ansiedad, clamaba con grandes voces: «Pronto moriré, si no viene el monje Basilio y me vuelve la salud con su curación». Sabiéndolo San Equicio, la sanó con la palabra, aún estando ausente, y mandó expeler del Monasterio al maléfico[5].

Perezoso. — Supuesto que la potestad del demonio se impide algunas veces por permisión divina, pregunto: ¿de cuántas maneras se hace esto?

        Teólogo. — Según Hugo, de cinco maneras: 1º Por el límite que a la potestad del diablo pone Dios, como se ve en Job; 2º, por milagro hecho exteriormente, como en la burra de Balaam; 3º, por impedimento añadido exteriormente, como en los dos discípulos heridos de locura, de que habla San Lucas en el capítulo último; 4º, por juicio de Dios que lo dispone interiormente por medio del ángel bueno, como a Asmodeo, que mató los esposos de Lora, mujer de Tobías; 5º, por cautela del mismo demonio, pues no quiere algunas veces lo que puede, para obrar peor, como se ve en la carta primera a los Corintios. A veces tampoco quieren los ángeles malos, por la nobleza del ser en que fueron creados, tentar con viles pecados, como la sodomía a simple fornicación, ni se acercan al hombre cuando ha fornicado, particularmente el primero y segundo día, por lo reciente del pecado. Por eso dice Ezequiel: «Multiplicaste las idolatrías para irritarme». Y allí mismo: «Y te daré  a las almas de los que te odian, (esto es, al demonio) que se avergüenzan en tu malvado camino». Hasta aquí Hugo en el segundo de las sentencias.



[1] Y tanto es así, que aun en los casos de posesión diabólica, la Iglesia, sumamente previsora, no permite a los sacerdotes el uso de los exorcismos sin autorización especial.

[2] Estas últimas razones que apuntamos sirven a mayor abundamiento para rechazar la hipótesis que atribuye a los ángeles buenos los fenómenos del espiritismo. Esta hipótesis fue ideada por Mr. Billot, y ha sido poco seguida, que sepamos.

[3] Petrus de Palude, dice el autor, y yo lo he traducido como se ve.

[4]  Este Vicente es Fray Vicente Belvacense, del Orden de Predicadores, insigne en el siglo XIII. Sobre que el espejo moral que una mano pecadora mezcló con los demás espejos que él compuso, era apócrifo, y sobre si fue o no fue  obispo, se ha escrito mucho y se han revuelto muchas bibliotecas.

[5] San Gregorio refiere además que un Obispo recomendó al maléfico Basilio a fin de que fuese recibido por San Equicio, el cual le dijo: «Este que me recomendáis, Padre, no veo que sea monje, sino diablo». Y como el obispo le repusiere que aquello no era más que un pretexto para no atender su recomendación, contestó el santo: «Os lo denuncio tal cual lo veo; mas, para que no creáis que no quiero obedecer, hago lo que me decís». Admitido en la Comunidad el fingido monje, sucedió con la religiosa lo que cuenta el autor del Hormiguero , y al saberlo San Equicio, exclamó «¿No había yo dicho que ese no era monje? Id, y arrojadle de la celda». Así lo hicieron los monjes, y él después dijo, que aunque había suspendido muchas veces en el aire la celda de San Equicio, nunca le había podido hacer daño. Al poco tiempo fue quemado en Roma. En el tomo V de la Biografía Eclesiástica, publicada en Barcelona, se dice: «El Papa San Gregorio el Grande en el primer libro de los Diálogos, cap. IV, entre los muchos prodigios que refiere, obrados por Dios por intercesión de San Equicio, al tratar de este suceso, cuenta, que habiendo llegado a Roma la fama de los sermones de San Equicio, no faltaron algunos en acriminarle ante el Pontífice, porque sin ser sacerdote, se entregaba a la predicación, principalmente siendo hombre de escasos conocimientos, y no estando autorizado por Su Santidad: que el Papa, queriendo proceder con el debido pulso, envió un mensajero al Santo, mandándole que pasase a Roma, para dar cuenta de su conducta, y al propio tiempo encargó al mensajero se lo trajese consigo, pero con decoro y sin la menor violencia, que al llegar el mensajero al monasterio, no halló a Equicio, pues había salido, y sabiendo que a la sazón se encontraba en el campo, envióle a buscar con un criado suyo, hombre muy mal educado : que éste, apenas vio a los segadores, preguntó en tono de desprecio, quién de ellos era Equicio. Mas no bien hubo proferido estas palabras, principió a temblar, en términos, que cuando estuvo cerca de él, se arrojó a sus pies, los besó y le comunicó con todo decoro la orden de su amo. Contestóle el Santo que en acabando de segar iría; y en efecto, cogiendo la guadaña, y con los vestidos andrajosos que llevaba, se presentó Equicio al enviado del Papa. Que Juliano, (así se llamaba el mensajero), al verle llegar tan humilde y pobre, formó de él muy mal concepto, y no sabía cómo tratarle; mas que, al acercársele, infundió Dios a Juliano tal respeto, que apenas acertaba a pronunciar siquiera una palabra, hasta que echándose a sus pies, le manifestó el deseo que tenía el Sumo Pontífice de conocerle: que el Santo Abad entonces, levantando los ojos al cielo, dio gracias al Señor por la merced que le hacía su Vicario en la tierra en haberse acordado de él y le mandase llamar, y que en el momento manifestó estar pronto para la partida: que Juliano dijo hallarse muy fatigado, y que podrían aguardar al día siguiente: Mucho me pesa, hijo, repuso Equicio; porque  si no vamos hoy, no iremos mañana: y que así aconteció; porque al día siguiente, al amanecer, llegó un extraordinario de Roma, por cuyo medio el Papa mandaba a Juliano que dejase a Equicio y que no le molestase. Que no bien lo supo el Santo, cuando, dirigiéndose al embajador, exclamo así: ¿No os lo dije yo, que si ayer no íbamos, no iríamos hoy? Y que quedó en el monasterio alabando al Señor por las muchas mercedes que le dispensaba».