PRESENTACION
Mosén Oja
Timorato, seudónimo de José María Montoto y López Vigil (1818-1886), asturiano
de origen y, definitivamente, sevillano de adopción, jurista, historiador y
periodista, escribió una Historia de don
Pedro I de castilla, muy apreciada en su tiempo.
También nos ha
dejado este tan curioso como interesante libro con el que inauguramos nuestra
colección Nimium Quantum. Esta obra
fue publicada por primera y única vez en la célebre Biblioteca de las tradiciones populares españolas dirigida por el
antropólogo y folclorista Antonio Machado y Álvarez, el padre de Antonio y
Manuel Machado.
Carlista, católico
integral (como se proclamaría Léon Bloy unas décadas más tarde, quien hubiera
visto un hermano espiritual en nuestro autor), furiosamente antimoderno, Mosén
Oja Timorato se vuelve en este libro hacia el fin de su admirada Edad Media,
para mejor denostar la época en que le tocó vivir, época impregnada de
positivismo y materialismo.
La originalidad
del libro reside en la particular manera en que se nos presenta el arte de la
traducción en su desarrollo mismo, ligado al arte más general de la
conversación. El autor traduce y comenta para su círculo íntimo, a lo largo de
trece veladas, en las dilatadas noches
del invierno hispalense, el capítulo V del Hormiguero
de Fray Johannes Nider, célebre inquisidor del siglo XV.
Repletas de comentarios eruditos y de anécdotas a menudo literariamente deliciosas, estas páginas, que hubieran deslumbrado a Baudelaire o a Huysmans, se nos presentan como una traducción in progress, a la que puso fin la muerte de su autor y a la que salvó del olvido la amistad sin fallas, a pesar de todas las diferencias políticas y filosóficas, del padre de los Machado.
VELADA SEXTA
I
¿Qué son el
magnetismo, el sonambulismo y el espiritismo?
Son tres de los auxiliares de que en nuestros días
se vale principalmente el demonio para perder las almas. El desarrollo que
teórica y prácticamente han tomado y van tomando cada día; la pertinacia con
que se defienden y los funestos estragos que en el orden moral y religioso han
producido, muestran a las claras que no son un enemigo despreciable, sino que,
al contrario, importa mucho estar prevenidos contra sus insidiosos ataques.
Tal es lo que nos proponemos manifestar en este
breve escrito, explicando la naturaleza de estos errores y la línea de conducta
que los católicos deben seguir en presencia de los mismos.
El magnetismo, sonambulismo y espiritismo no son,
como podría alguno figurarse, tres cosas esencialmente distintas, sino
simplemente tres retoños de un árbol muy antiguo, a saber: la antigua magia.
Este error suele predominar en las épocas de infidelidad, por cuanto es el
medio más adecuado con que el demonio puede llenar el vacío que la falta de fe
deja en los entendimientos, toda vez que el entendimiento humano tiene una
tendencia irresistible a lo sobrenatural, y cuando no puede satisfacerla
experimenta la falta de una condición esencial de vida. Esta es la sencilla
explicación del predominio de la magia o comercio del hombre con el diablo en
los últimos tiempos antediluvianos y en los largos siglos del paganismo, como
lo es también de su visible decadencia y casi completa extinción en los
primeros tiempos del Cristianismo, y por consiguiente la fe ha menguado tan considerablemente
en las conciencias.
A mediados del siglo pasado fue cuando Mesmer empezó
a enseñar su sistema sobre el magnetismo, que luego se llamó mesmerismo, del
nombre de su autor; y aunque éste calificaba su sistema de meramente
científico, bien pronto acreditaron los hechos que distaba mucho de poderse
explicar por causas puramente naturales.
El mesmerismo, que se manifestaba especialmente en
las extraordinarias curaciones de enfermos que debían colocarse alrededor de
una tinaja, de la que se desprendía el pretendido fluido magnético, se
convirtió en sonambulismo bajo la dirección de M. Puységur, discípulo de
Mesmer. El sonambulismo no es más que el mesmerismo perfeccionado, por cuanto
en él no se requieren los utensilios que Mesmer necesitaba para producir sus
maravillosos efectos, sino que basta para esto simplemente infundir el sueño
magnético a la persona sobre la cual se quieren verificar los experimentos.
El espiritismo propiamente dicho, que consiste en la
comunicación directa con los seres invisibles, nació en Norte América a
mediados de este siglo, siendo principalmente importado a Europa por Mr.
Duglas-Home.
II
¿Qué
fenómenos se atribuyen al magnetismo, sonambulismo y espiritismo, y
qué debe pensarse de los mismos?
Los principales atribuidos al magnetismo son: 1º,
movimientos extraños de mesas y otros objetos, sin causa visible que los
produzca; y 2º, contestaciones dadas por los mismos a las preguntas que se les
dirigen. Los que se atribuyen al sonambulismo, sobre todo si se trata, no del sonambulismo
común o simple sueño magnético, sino del llamado sonambulismo lúcido, son,
además de una especie de sopor en el sonámbulo, del cual ninguna fuerza puede
despertarlo, 1º, una lucidez que él mismo se dice que posee, la cual le permite
ver a larga distancia, aunque haya objetos intermedios; y 2º, adivinación por
parte de los médiums de cosas ocultas. Por último, los que directamente se
atribuyen al espiritismo son: 1º, movimientos de lápices producidos por agentes
invisibles, que reproducen exactamente el carácter de letra de una persona
difunta; y 2º; aparición de fantasmas o presencia invisible de espíritus,
pretendiendo unos y otros ser las almas de personas difuntas.
Concediendo que no pocas veces la farsa y la
prestidigitación juegan un papel importante en estos fenómenos[1]
es, sin embargo, imposible negar en absoluto su realidad. Muchos de ellos
vienen atestiguados por centenares de testigos mayores de excepción por su
capacidad y honradez; los tribunales de justicia más competentes han conocido
de los mismos; los escritores católicos, al combatir el espiritismo, nunca
ponen en cuestión la realidad de los hechos que éste se atribuye, reduciéndose
tan solo la polémica a investigar y explicar su causa; y sobre todo, los
Prelados de la Iglesia y la Sagrada Congregación, al ser consultados sobre el
particular, tampoco han puesto en tela de juicio la realidad de dichos
fenómenos, limitándose a reprobarlos y a declarar su ilicitud.
En presencia de estos datos, atribuir a la
superchería todos los fenómenos del espiritismo, sería resistir a la evidencia.
III
Pero si son verdaderos, ¿cómo deben explicarse?
Sus partidarios se dividen en dos clases: primera,
la de los que quieren explicarlo todo por causas naturales, que en su concepto
no son otras que las manifestaciones del fluido magnético; menos aún, simples
alucinaciones, como pretende Mr. Littré; y segunda, la de los que suponen la
intervención de las almas de los difuntos, y estos son los espiritistas
propiamente dichos.
Desde luego es inadmisible la primera explicación,
porque este fluido, sea lo que fuere de sus fuerzas ocultas, no pasa, por
confesión de todos, de ser un fluido no espiritual; es, si acaso, una de tantas
fuerzas de la naturaleza, y no más, y por tanto incapaz a radice de producir efectos que revelan necesariamente
inteligencia e intención en su causa,
según aquel sabido axioma: ningún efecto puede ser jamás superior a la causa
que lo ha producido.
Tocante a la hipótesis de la alucinación inventada
por Mr. Littré, será, si se quiere, un expediente muy cómodo para salir de
apuros, pero no creemos que nadie pueda
tomar en serio la existencia, ni siquiera la posibilidad de una alucinación tan
sui generis que ataca a centenares y
millares de personas, sin que pueda señalarse causa, razón ni pretexto alguno
de un efecto semejante, y sobre todo una alucinación que enseña repentinamente
a hablar idiomas desconocidos y descubrir cosas ignoradas.
Igualmente es inadmisible la segunda explicación,
porque, como enseña Santo Tomás, según los principios de la sana filosofía, el
alma humana, destinada como está a informar un solo cuerpo, no puede obrar en
manera alguna sobre las demás sino por medio de los órganos del cuerpo a que
está sustancialmente unida, y por ende carece de todo medio de acción sobre
aquéllas cuando está separada de su cuerpo. Como la índole de este escrito no
nos permite engolfarnos en especulaciones filosóficas, basta para confirmar lo
dicho consignar un hecho atestiguado por la experiencia, a saber: que el alma,
mientras está unida al cuerpo, tiene acción sobre este cuerpo que ella anima,
pero no sobre ningún otro, hasta tal punto, que si a una persona se le amputa
un miembro, o aun sin amputársele, si por una enfermedad cualquiera pierde
enteramente dicho miembro, la sensibilidad, el alma deja ya de tener acción
sobre el mismo desde que deja de vivificarlo.
Luego el alma sólo tiene acción sobre el cuerpo que
vivifica; es así que después de la muerte de una persona su alma ya no vivifica
ningún cuerpo; luego las almas de los difuntos no tienen acción sobre ningún
cuerpo; luego es falso que sean las almas de los difuntos las que se aparecen
por las evocaciones de los espiritistas, las que contestan a sus preguntas,
etc., etc. Y nada vale decir que lo que las almas no pueden por naturaleza lo
pueden por permisión de Dios; porque si bien es cierto que algunas veces Dios
ha permitido, por motivos especiales, y siempre de grande importancia, la
aparición de algún alma, sería ridículo y altamente injurioso y depresivo del
concepto que debemos tener de Dios, suponerle a disposición de cualquier médium
para que le sirviera de cómplice en sus especulaciones, o cuando menos en sus
caprichos[2].
Desechadas, pues, ambas explicaciones, sólo queda
una, que es la que damos los católicos, a saber: la intervención del maligno
espíritu.
En primer lugar, esta intervención es posible,
porque el diablo, como es un puro espíritu, tiene acción sobre los cuerpos. A
diferencia del alma humana, el diablo no tiene su fuerza circunscrita o limitada
sobre un cuerpo solo; y como por otra parte, al ser despojado de sus
prerrogativas de gracia, conservó las dotes de su naturaleza angélica, tiene,
por consiguiente, el poder de cambiar de lugar los cuerpos casi
instantáneamente, de realizar con suma rapidez lo que las fuerzas de la
naturaleza ejecutan con suma lentitud, y por último, de producir vehementes
ilusiones en los hombres, ya sea inmutando sus sentidos, ya excitando su
fantasía.
En segundo lugar, esta intervención del demonio no
sólo es posible, sino real y verdad de fe en ciertos casos. Basta para probarlo
recorrer las Sagradas Escrituras, en cuyas páginas se pueden leer los
prestigios obrados por los magos de Egipto, los mil casos de personas presas
por el demonio, y sobre todo las tentaciones que padeció Nuestro Señor
Jesucristo.
En tercer lugar, la Iglesia siempre ha creído en la
persistencia de esta intervención, como lo prueban las doctrinas de los Santos
Padres, las decisiones de los Concilios contra los magos y hechiceros y la
fórmula de los exorcismos que pone en todos los Rituales.
IV
¿Qué conducta
deben, pues, seguir los católicos respecto al magnetismo, sonambulismo y
espiritismo?
Contestamos a esta pregunta transcribiendo las
siguientes disposiciones de la Iglesia, advirtiendo que antes que se sometiera
la cuestión al oráculo de la Santa Sede, ya los teólogos y los Obispos, según
lo que les correspondía por razón de su ministerio, se habían pronunciado muy
claramente sobre el particular, reprobando las prácticas del magnetismo, sonambulismo
y espiritismo como perniciosas por lo que toca a la fe y peligrosas en lo que
se refiere a la moral.
Lo que dio origen a la primera decisión de Roma fue
la consulta hecha en 1841 por el obispo de Lausana a la Sagrada Penitenciaría,
exponiendo los fenómenos que sus adeptos atribuyen al magnetismo, la cual
obtuvo la siguiente respuesta: Sancta
Penitenciaria, mature perpensis expositis, respondendum censet, prout
respondet; lisum magnetismi prout in casu exponitur non licere. Después, en
1856, la Sagrada Congregación de la Inquisición romana expidió una Carta
Encíclica a todos los obispos, en la cual, después de haber enumerado los
varios fenómenos atribuidos al magnetismo, dice: In hisce omnibus, qua cumque demum utantur arte, vel illusioni, cum
ordinentur media phisica ad effectus non naturales, reperitar decepcio omnino
illicita et haereticalis, et scandalum contra honestatem morum. Y concluye
excitando el celo y vigilancia de los obispos, para que aparten de los fieles
la corrupción de costumbres, que produce semejante magnetismo. Posteriormente,
por decreto de 20 de abril de 1864, se condenaron y proscribieron todos los
escritos de Allan Kardec sobre el espiritismo.
De estas decisiones inferimos: 1º, que no es lícito
nunca tomar parte en los fenómenos praeter
naturales atribuidos al magnetismo y
espiritismo, aunque se haga pacto explícito o implícito de no querer
comunicación con el maligno espíritu; 2º, que no es lícito asistir como meros
espectadores a las reuniones espiritistas; 3º, que no es lícito leer ni retener
las obras o revistas que defienden sus prácticas; y 4º, que debe inculcarse con
toda eficacia a los fieles el peligro gravísimo de eterna condenación en que se
pondrían, si no se apartasen de las sugestiones, disfrazadas muchas veces, de
los aficionados a esta secta infernal, cuyo fin último no es otro que
reemplazar el culto y adoración de Jesucristo con el culto y adoración de
Satanás. R. C.
C. —Me ha satisfecho por completo el escrito leído,
y ya no me queda la menor duda de que los espiritistas son hermanos carnales de
la Pitonisa de Endor y de cuantos han ejercido la nigromancia en este mundo.
M. —Para poner término a esta materia de la nigromancia,
leeré a ustedes el siguiente relato, que
tomado de las Memorias inéditas de
Lallemand, pone en su historia del conde de Cagliostro mi siempre queridísimo
amigo el Sr. D. José Velázquez y
Sánchez, cuyo fallecimiento, que acabo de saber, me tiene en gran manera
contristado.
«Ninguna de
las aventuras del Conde hizo más ruido en París, y aun en el reino, que el
convite entre doce personas de su más íntimo trato, que tuvo lugar en una
rotonda de su casa, labrada expresamente en el jardín, para aislar aquella
pieza del resto del edificio, que era un caserón espacioso, pero viejo y algo
sentido en sus muros. El Conde había hablado a ciertas personas de su mayor
confianza, algunas conocidas por su declarado ateísmo, de las apariciones de
difuntos, para dar testimonio de la otra vida, diciendo que el conjuro a que
obedecían los espíritus era casi familiar en la India y en lo interior del
Egipto, y que comunicar con ellos sin hacerles tomar formas visibles, lo sabían
hasta las viejas persas y los niños de las costas de Coromandel. Instado por
los que creían en el poder sobrenatural del noble hechicero, y por los que
ponían en duda la peregrina facultad de traer a la tierra a los emigrados de
este valle de lágrimas, consintió Cagliostro en someterse a la prueba, exigiendo
que se diera un banquete en la rotonda, poniéndose entre los convidados
sillones vacíos, que ocuparían los muertos que se lo designaran, basta el
numero de seis. Llegado el día del tremendo convite, el Conde encargó a sus
comensales que no se preocuparan de la escena que tendría lugar a los postres,
y que no frustrasen el efecto de la aparición visible con ninguna especie de
movimiento arrebatado ni de sensación extrema. En el momento oportuno se
levantó el prócer italiano, y fue llamando a Voltaire, Diderot, D'Alambert,
Montaigne, Boileau y Molière, quienes aparecieron a evocaciones sucesivas en
los seis sillones que se les tenían dispuestos, perfectamente visibles al
través de una especie de neblina, que parecía servirles de atmósfera
particular. En este hecho están conformes todas las referencias de los doce
convidados de la rotonda; pero corren por París algunos dichos agudos puestos
en bocas de los muertos, como el de Voltaire sobre haber averiguado en el otro
mundo que los Papas eran buena gente, el de Diderot, que declaraba el mérito de
su Enciclopedia en el redactor del índice, y el de Molière, llamando a Luis XIV
el primer cómico de Su Majestad. —El duque de Argenson refirió al Rey los
rumores que circulaban en París respecto al banquete de los difuntos; pero Su
Majestad encogiéndose de hombros, contestó al duque: He ahí los espíritus
fuertes de nuestra época: niegan a Dios para creer en el diablo.»
M. —Ahora apuraremos el tiempo que de esta velada
resta con el capítulo V del libro insigne que dice así:
CAPÍTULO V
Con humores viscosos se les impide a las hormigas el
que puedan trabajar y moverse; pues los animales débiles, cuando andan por
sitios bituminosos, se pegan a ellos, así como cuando hay tempestad sufren en
sus cuerpos y hallan obstruidos los caminos.
Por los lugares viscosos o bituminosos se significa
la ocasión de las voluptuosidades carnales de los que viven fingidamente en la
fe cristiana; porque de estos halagos no se puede salir para obrar bien, sino
que, por el contrario, se es cautivado en las mismas terrenales delicias.
En figura de esto, en el lugar en que cayeron el Rey
de Sodoma y de Gomorra con sus cómplices, por los que se entienden los
lujuriosos e incontinentes, se lee que
había en un valle inculto muchos pozos de betún, en los cuales los que caían se
deslizaban en varias voluptuosidades del cuerpo; porque las costumbres
incultas, como en el mismo lugar dice la glosa, atraen a los pertinaces al
profundo de los males. Mas los que no fueron muertos, huyeron a la montaña,
esto es, a las alturas de las virtudes.
A propósito, dice San Bernardo en la homilía IX
sobre los cantares: «La liga del deseo
pervertido no permite al alma volar, sino que antes bien atrae la mente, si por
ventura es alguna vez levantada por una tempestad».
También se dice que los voluptuosos están impedidos
de ejercer el bien, porque los sectarios de los deleites carnales, halagados
del humano favor, se hacen afeminados para las arduas obras de las virtudes. De
ellos se dice en el capítulo 36 de Job: «Morirán
de muerte violenta y acabarán su vida entre hombres afeminados y sodomíticos».
O, como dice otra traducción: «Su vida
será herida por los ángeles». Una y otra versión son verdaderas, aun cuando
las palabras sean distintas, porque la vida de los afeminados es herida por los
ángeles, cuando éstos, como nuncios de la verdad, la combaten con los dardos de
la santa predicación.
En el mismo sentido habla San Gregorio en el libro
XXVI de los Morales, y el Profeta
aconseja a los elegidos, diciéndoles: «Obrad
virilmente, y confórtese vuestro corazón, porque la mente lujuriosa se corrompe
si se deleita con cosas transitorias. La vida de los que fingen muere entre los
afeminados, porque se halla corrompida por la lujuria».
Perezoso. —Hemos oído que en nuestros tiempos hay
muchos que de tal manera son encendidos en amor por obra de los maléficos hacia
las mujeres de otros, o muchas mujeres hacia hombres ajenos, que ni con
razones, ni con castigos se les puede hacer desistir. Por el contrario, hemos
experimentado que entre los casados se suscitan por los maléficos tales odios,
y también tales frialdades de la potencia generativa, que no pueden dar ni
pedir el débito para tener prole. El amor y el odio existen en el alma; y como,
según todos los que son competentes en tu profesión, el demonio no puede entrar
en el alma, conviene saber que es lo que
hay de verdad o falsedad en esto.
Teólogo. — Aunque, según el unánime sentir de los
nuestros, el demonio no puede obrar inmediatamente en el entendimiento y
voluntad del hombre, sin embargo, conforme a la doctrina de los mismos, puede
obrar en el cuerpo y en las cosas allegadas al cuerpo, ya sean sentidos
interiores, ya exteriores, permitiéndolo Dios. Por eso se lee en Job: «Dijo, pues, el Señor a Satanás: Anda, en tu
mano está, pero consérvale el alma». Tocas, por lo tanto, con tu pregunta
tres dificultades, a saber: cómo se causan en la potencia generativa el
maleficio y en la voluntad el odio y el amor desordenado.
De la filocapción o amor desordenado de un sexo a
otro, debes saber que puede nacer de tres causas, cuales son: las incautas
miradas, la tentación del demonio y el maleficio de los nigrománticos,
igualmente que de los demonios.
En cuanto a lo primero dice Santiago: «Cada uno es tentado, siendo atraído y
halagado por su concupiscencia; después, cuando la concupiscencia concibe, pare
el pecado, y éste, cuando se consuma, engendra la muerte». Por eso, como
Lichem viese a Dina, que había salido a ver las mujeres del país, la amó, la
robó y durmió con ella, uniéndose sus dos almas. Y, según la glosa, sucede al
alma enferma, cuando, pospuestos los negocios propios, se cuida de los ajenos,
ser seducida por las costumbres y consentir en las cosas ilícitas.
Respecto a lo segundo, esto es, al amor desordenado
que nace principalmente de la tentación del demonio, vemos en el libro primero
capítulo XIII de los Reyes, que Ammón
amó a su hermana Thamar, hermosa en extremo, concibiendo por ella gran pasión,
de tal manera, que por este amor enfermó. No hubiera concebido tal maldad, a no
haber sido gravemente tentado por el demonio; y por eso dice allí la glosa: «Esto nos aconseja el que siempre obremos
cautamente, para que no dominen los vicios en nosotros, y el príncipe del
pecado, que promete una falsa paz a los que peligran, hallándonos preparados,
no nos acometa de súbito y nos mate
cruelmente».
De este segundo género de amor esta lleno el libro
de los Santos Padres, el cual refiere, que algunos se libraron en los yermos de
toda tentación de amor carnal; pues a veces eran tentados en este particular más
de lo que puede creerse. Por eso, en la carta segunda, capítulo XII, a los
Corintios, dice el Apóstol: «Se me ha
dado el estímulo de mi carne, como un ángel de Satanás, para que me abofetee».
Dice allí la glosa que la tentación en que no
se consiente no es pecado, sino
materia en que ejercitar la virtud; pero has de entender por esto, que si viene
del enemigo y no de la carne, es pecado venial cuando no se consiente; y de este amor tienes ejemplo
en el libro primero de nuestro Hormiguero.
De la tercera especie de amor desordenado, que es el
que proviene de maleficio de los demonios y de los idólatras, se presenta
ejemplo en Ezequiel XXIII, bajo la metáfora de una mujer de Israel, cuyo pueblo
ya siguió los ídolos y los maleficios de los asirios. «Olla, pues, dice, me fue infiel y perdió el juicio, yéndose tras de sus
amantes los asirios, sus vecinos, que estaban vestidos de púrpura y eran
grandes señores y de altos destinos, jóvenes, amables, caballeros todos, que
montaban briosos caballos.» Consta que todos ellos tuvieron maléficos
e idólatras.
Pedro de Laguna[3]
menciona cinco modos de obrar el demonio en la imaginación, en la fantasía y en
la potencia generativa. Primero: interponiéndose entre los cuerpos, para que no
se aproximen. Por lo mismo que es espíritu, tiene potestad sobre la criatura
corporal para hacer o prohibir el movimiento local: por lo tanto, puede
impedir, directa o indirectamente, el que los cuerpos se aproximen,
interponiéndose en el de alguno, como sucedió al que, habiéndose desposado con
un ídolo, se casó con cierta jovencita, a quien no pudo conocer. Segundo:
inflamando o enfriando a los hombres por medio de las virtudes ocultas de las
cosas, que él conoce bien. Tercero: turbando la estimación y la imaginación,
que hace a la mujer aborrecer y ser aborrecida. Cuarto: reprimiendo
directamente el vigor del miembro acomodado a la fructificación, como el
movimiento local de cada órgano. Quinto: impidiendo la emisión de los espíritus
a los miembros en que reside la virtud motiva; lo que puede hacer de muchas
maneras.
Cuando las mujeres hacen sortilegios con habas o con
testículos de gallos, no se ha de creer que hacen a alguno impotente por la
virtud de esas cosas, sino por la oculta virtud de los demonios, que con ellas
se burlan de las adivinadoras. Más permite Dios por este acto, por el cual se
difunde el primer pecado, que sobre otros actos humanos; lo mismo que permite
más sobre las serpientes, que sirven para las encantaciones más que otros
animales.
Acerca de la inflamación para aquel acto, tenemos
ejemplo en la leyenda de la virgen de San Basilio, la cual, como desease a un
siervo de sus padres y enfriase al marido, no pudo conocer al siervo, lo mismo
que sucedió al que, casado con un ídolo, no pudo conocer a su esposa.
Hay también respecto a la mujer, que de tal manera
puede el diablo tentar su imaginación, que aborrezca al marido hasta el
extremo, que por nada de este mundo consienta en que la conozca, y también
puede maleficiarla, interponiendo un cuerpo, u obstruyendo el vaso. Al hombre
le puede impedir el acto de muchas maneras, y por eso es maleficiado más veces
que la mujer. Y más permite Dios que el demonio se embravezca en los pecadores,
que en los justos; por lo cual dijo el Ángel a Tobías: «El demonio recibe potestad sobre los que a las liviandades se entregan».
A veces también la reciben sobre los justos, como sucedió con Job, por lo cual
deben confesarse y hacer otras cosas semejantes, para que no suceda que,
permaneciendo el hierro en la herida, sea inútil la aplicación de la medicina.
Perezoso. — Aún me queda una duda sobre la liga del
amor carnal, a saber: si los que existen en caridad pueden ser maleficiados con
tal amor.
Teólogo. —La contestación a eso recibida de las
palabras de Casiano que en la colación segunda del Abad Sereno concluye con
estas palabras: «Define San Antonio, que
en manera alguna puede el demonio invadir la mente o el cuerpo, ni tiene
facultad para acometer al alma, sin haberla antes destituido de todo
pensamiento santo, volviéndola vacía y desnuda de toda contemplación espiritual».
No por eso vayas a entender que los demonios no acometen a los que viven en
caridad y a otros semejantes; sino únicamente que no los puede acometer, si
ellos quieren resistir con armas la virtud e
impulso de las cosas naturales. «Tales
armas te habíamos dado, dice la filosofía a Boecio, que si antes no las arrojases, te defenderían con invencible firmeza.»
Por lo cual, Casiano en el mismo lugar citado habla
de dos paganos, filósofos y maléficos, los cuales, llenos de odio contra el
santo varón San Antonio, porque acudía a él todos los días multitud de pueblo
le enviaron con sus maleficios demonios a la celda, para que con sus
tentaciones le hiciesen huir de allí; los demonios, según los filósofos,
convertidos después a la fe, confesaron, «hirieron
los pensamientos del santo con amarguísimos estímulos, pero él los rechazó,
haciendo la señal de la cruz en la frente y en el pecho, y recitando oraciones».
Mas un ejemplo bastante terrible refiere Vicente[4] en
el Espejo historial de los hechos de
San Basilio Magno, en cuyo tiempo, cierto rico tuvo una hija única, a quien
disponía consagrar al Señor. Un esclavo de aquel rico, no pudiendo casarse con la joven, fue a un
maléfico, invocó al diablo, renegó de la fe y obtuvo que el demonio de la
fornicación entrase en aquélla, encendiéndole de tal manera que, echada en
tierra, clamaba que era atormentada por el esclavo, y para librarle, se le
diera en matrimonio. Así lo hizo el padre con el corazón entristecido: el
siervo, sin embargo, fue librado por San Basilio.
En el primero de los Diálogos refiere San Gregorio que cierto príncipe de los maléficos,
llamado Basilio, quemados sus compañeros, huyó de Roma disfrazado de monje, y
como tal monje fue admitido en un Monasterio por San Equicio; y, hallándose
éste ausente, de tal manera malefició a la más hermosa de un monasterio de
monjas, que febricitante y llena de ansiedad, clamaba con grandes voces:
«Pronto moriré, si no viene el monje Basilio y me vuelve la salud con su
curación». Sabiéndolo San Equicio, la sanó con la palabra, aún estando ausente,
y mandó expeler del Monasterio al maléfico[5].
Perezoso. — Supuesto que la potestad del demonio se
impide algunas veces por permisión divina, pregunto: ¿de cuántas maneras se
hace esto?
[1] Y tanto es así, que aun en los casos de posesión diabólica, la Iglesia, sumamente previsora, no permite a los sacerdotes el uso de los exorcismos sin autorización especial.
[2] Estas últimas razones que apuntamos sirven a mayor abundamiento para rechazar la hipótesis que atribuye a los ángeles buenos los fenómenos del espiritismo. Esta hipótesis fue ideada por Mr. Billot, y ha sido poco seguida, que sepamos.
[3] Petrus de Palude, dice el autor, y yo lo he traducido como se ve.
[4] Este Vicente es Fray Vicente Belvacense, del
Orden de Predicadores, insigne en el siglo XIII. Sobre que el espejo moral que
una mano pecadora mezcló con los demás espejos que él compuso, era apócrifo, y
sobre si fue o no fue obispo, se ha
escrito mucho y se han revuelto muchas bibliotecas.
[5]
San Gregorio refiere además que un Obispo recomendó al maléfico Basilio a fin de
que fuese recibido por San Equicio, el cual le dijo: «Este que me recomendáis,
Padre, no veo que sea monje, sino diablo». Y como el obispo le repusiere que
aquello no era más que un pretexto para no atender su recomendación, contestó
el santo: «Os lo denuncio tal cual lo veo; mas, para que no creáis que no
quiero obedecer, hago lo que me decís». Admitido en la Comunidad el fingido
monje, sucedió con la religiosa lo que cuenta el autor del Hormiguero , y al saberlo San Equicio, exclamó «¿No había yo dicho
que ese no era monje? Id, y arrojadle de la celda». Así lo hicieron los monjes,
y él después dijo, que aunque había suspendido muchas veces en el aire la celda
de San Equicio, nunca le había podido hacer daño. Al poco tiempo fue quemado en
Roma. En el tomo V de la Biografía
Eclesiástica, publicada en Barcelona, se dice: «El Papa San Gregorio el Grande en el primer libro de los Diálogos, cap. IV, entre los muchos prodigios que refiere,
obrados por Dios por intercesión de San Equicio, al tratar de este suceso,
cuenta, que habiendo llegado a Roma la fama de los sermones de San Equicio, no
faltaron algunos en acriminarle ante el Pontífice, porque sin ser sacerdote, se
entregaba a la predicación, principalmente siendo hombre de escasos
conocimientos, y no estando autorizado por Su Santidad: que el Papa, queriendo
proceder con el debido pulso, envió un mensajero al Santo, mandándole que
pasase a Roma, para dar cuenta de su conducta, y al propio tiempo encargó al
mensajero se lo trajese consigo, pero con decoro y sin la menor violencia, que
al llegar el mensajero al monasterio, no halló a Equicio, pues había salido, y
sabiendo que a la sazón se encontraba en el campo, envióle a buscar con un
criado suyo, hombre muy mal educado : que éste, apenas vio a los segadores,
preguntó en tono de desprecio, quién de ellos era Equicio. Mas no bien hubo
proferido estas palabras, principió a temblar, en términos, que cuando estuvo
cerca de él, se arrojó a sus pies, los besó y le comunicó con todo decoro la
orden de su amo. Contestóle el Santo que en acabando de segar iría; y en
efecto, cogiendo la guadaña, y con los vestidos andrajosos que llevaba, se
presentó Equicio al enviado del Papa. Que Juliano, (así se llamaba el
mensajero), al verle llegar tan humilde y pobre, formó de él muy mal concepto,
y no sabía cómo tratarle; mas que, al acercársele, infundió Dios a Juliano tal
respeto, que apenas acertaba a pronunciar siquiera una palabra, hasta que echándose
a sus pies, le manifestó el deseo que tenía el Sumo Pontífice de conocerle: que
el Santo Abad entonces, levantando los ojos al cielo, dio gracias al Señor por
la merced que le hacía su Vicario en la tierra en haberse acordado de él y le
mandase llamar, y que en el momento
manifestó estar pronto para la partida: que Juliano dijo hallarse muy fatigado,
y que podrían aguardar al día siguiente: Mucho me pesa, hijo, repuso Equicio;
porque si no vamos hoy, no iremos
mañana: y que así aconteció; porque al día siguiente, al amanecer, llegó un
extraordinario de Roma, por cuyo medio el Papa mandaba a Juliano que dejase a
Equicio y que no le molestase. Que no bien lo supo el Santo, cuando,
dirigiéndose al embajador, exclamo así: ¿No os lo dije yo, que si ayer no íbamos,
no iríamos hoy? Y que quedó en el monasterio alabando al Señor por las muchas
mercedes que le dispensaba».