miércoles, 27 de abril de 2022

Rutebeuf: Sobre Nuestra Señora

 

C'EST DE NOSTRE DAME

 

Chanson m'estuet chanteir de la meilleur

Qui onques fust ne qui jamais sera.

Li siens douz chanz garit toute doleur ;

Bien iert gariz cui ele garira.

Mainte arme a garie ;

Huimais ne dot mie

Que n'aie boen jour,

Car sa grant dosour

N'est nuns qui vous die.

 

Mout a en li cortoizie et valour ;

Bien et bontei et charitei i a.

Con folz li cri merci de ma folour;

Foloié ai s'onques nuns foloia.

Si pleur ma folie

Et ma fole vie,

Et mon fol senz plour

Et ma fole errour

Ou trop m'entroblie.

 

Quant son doulz non reclainment picheour

Et il dient son Ave Marïa,

N'ont puis doute dou maufei  tricheour

Qui mout doute le bien qu'en Marie a,

Car qui se marie

En teile Marie,

Boen mariage a.

Marïons nos la,

Si avrons s'aïe.

 

Mout l'ama cil qui, de si haute tour

Corn li ciel sunt, descendi juque ça.

Mere et fille porta son creatour

Qui de noiant li et autres cria.

Qui de cuer s'escrie

Et merci li crie

Merci trovera ;

Jamais n'i faudra

Qui de cuer la prie.

 

Si com hom voit le soloil toute jor

Qu'en la verriere entre et ist et s'en va,

Ne l'enpire tant i fiere a sejour,

Ausi vos di quë onques n'empira

La vierge Marie :

Vierge fu norrie,

Vierge Dieu porta,

Vierge l'aleta,

Vierge fu, sa vie.

RUTEBEUF


SOBRE NUESTRA SEÑORA

 

Una canción debo cantarle a la mejor

Mujer que jamás hubo ni habrá.

Su dulce canto sana cualquier dolor:

¡Bien ha de sanar quien ella sane!

Muchas almas sanó.

Yo no dudo que hoy

Un buen día tendré,

Que tal es su dulzura

Que no hay quien pueda decírosla.

 

En ella anidan valor y cortesía;

Allí se hallan bien, caridad y bondad.

Como loco que soy piedad imploro por mi locura:

Que si alguien locuras muchas hizo, ése soy yo.

Por mi locura lloro

Y por mi loca vida,

Por mi espíritu loco

Y por el loco error

En el que tanto caigo.

 

Cuando los pecadores su dulce nombre invocan

Y recitan su Ave María

Ya no temen al diablo tramposo

Que mucho miedo él tiene del bien que hay en María:

Que quien se desposa

Con esta María

Buen casamiento hace.

Casémonos pues con ella,

Su socorro tendremos.

 

¡Mucho la amó Aquél que desde la alta torre

Que los cielos conforman, descendió aquí abajo!

Siendo madre e hija llevó a su Creador

Que de la nada la creó, a ella y todos.

Aquel que desde lo hondo

Del corazón gracia le pide,

Gracia hallará;

Nunca abandonado

Será quien le rece con todo fervor.

 

Así como vemos al sol cada día

Atravesar los vitrales, pasar y volver a salir

Sin arruinarlos aunque con gozo pase,

Así, os lo digo, siempre estuvo intacta

La Virgen María,

Virgen creció,

Virgen a Dios llevó,

Virgen lo amamantó,

Virgen toda su vida permaneció.

 

Traducción, para Literatura & Traducciones, de Miguel Ángel Frontán


 

 

 

 

 

jueves, 21 de abril de 2022

Pedro de Ribadeneyra: Vida del Bienaventurado Padre Ignacio de Loyola

VIDA DEL BIENAVENTURADO PADRE IGNACIO DE LOYOLA, FUNDADOR DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS

A LOS HERMANOS EN CRISTO CARÍSIMOS DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS

 

Comienzo, hermanos en Cristo carísimos, con el favor divino, a escribir la vida del bienaventurado Padre Ignacio de Loyola, nuestro Padre, de gloriosa memoria, y fundador desta mínima Compañía de Jesús. Bien veo cuán dificultosa empresa es la que tomo, y cuánto habrá que hacer para no escurecer con mis palabras el resplandor de sus heroicas y esclarecidas virtudes, y para igualar con mi bajo estilo la grandeza de las cosas que se han de escribir. Mas para llevar con mis flacos hombros esta tan pesada carga tengo grandes alivios y consuelos. Lo primero, el haberla yo tomado, no por mi voluntad sino por voluntad de quien me puede mandar, y a quien tengo obligación de obedecer y respetar en todas las cosas; este es el muy reverendo Padre Francisco de Borja nuestro Prepósito general, que me ha mandado escribiese lo que aquí pienso escribir; cuya voz es para mí voz de Dios, y sus mandamientos mandamientos de Dios, en cuyo lugar le tengo; y como a tal le debo mirar, y con religioso acatamiento reverenciar y obedecer.

Demás desto, porque confío en la misericordia de aquel Señor que es maravilloso en sus Santos, y fuente y autor de toda santidad, que le será acepto y agradable este mi pequeño servicio, y que dél se le seguirá alguna alabanza y gloria. Porque verdaderamente Él es el fundador y establecedor de todas las santas Religiones que se han fundado en su Iglesia.

Él es el que nos enseñó ser el camino de la bienaventuranza estrecho , y la puerta angosta. Y para que no desmayásemos espantados del trabajo del camino, y de las dificultades que en él se nos ofrecen, él mismo, que es la puerta y el camino por do habemos nosotros de caminar y entrar, quiso ser también nuestra guía, y allanarnos con su vida y ejemplo, y facilitarnos este camino, que a los flacos ojos de nuestra carne parece tan áspero y tan dificultoso. De suerte, que mirando a él, y siguiendo sus pisadas, ni pudiésemos errar, ni tuviésemos en qué tropezar, ni qué temer, sino que todo el camino fuese derecho, llano, y seguro, y lleno de infinitas recreaciones y consolaciones divinas.

Este Señor es el que con maravillosa y paternal providencia, casi en todos los siglos y edades, ha enviado al mundo varones perfetísimos como unas lumbreras y hachas celestiales, para que abrasados de su amor y deseosos de imitarle y de alcanzar la perfeción de la vida cristiana que en el Evangelio se nos representa, atizasen y despertasen el fuego que el mismo Señor vino a emprender en los corazones de los hombres; y con sus vivos ejemplos y palabras encendidas le entretuviesen y no le dejasen extinguir y acabar.

Así que todo lo que diremos de nuestro bienaventurado Padre Ignacio, manó como río de la fuente caudalosa de Dios; y pues Él es el principio deste bien tan soberano, también debe ser el fin dél, y se le debe sacrificio de alabanza, por lo que Él obró en este su siervo y en los demás. Porque es tan grande su bondad, y tan sobrada su misericordia para con los hombres, que sus mismos dones y beneficios que Él les hace, los recibe por servicios, y quiere que sean merecimientos de los mismos hombres. Lo cual los Santos reconocen y confiesan, y en señal deste reconocimiento, quitan de sus cabezas las coronas que son el galardón y premio de sus merecimientos, y con profundísimo sentimiento de su bajeza, y con humilde y reverencial agradecimiento postrados y derribados por el suelo, las echan delante del trono de su acatamiento y soberana majestad.

Hay también otra razón que hace más ligero este mi trabajo, y es, el deseo grande que entiendo tienen muchos de los de fuera, y todos vosotros, hermanos míos muy amados, tenéis más crecido, de oír, leer y saber estas cosas; el cual siendo como es tan justo y piadoso, querría yo por mi parte, si fuese posible, cumplirle y apagar, o templar la sed de los que la tienen tan encendida, pues para ello hay tanta razón.

Porque, ¿qué hombre cristiano y cuerdo hay, que viendo en estos miserables tiempos una obra tan señalada como esta, de la mano de Dios, y una Religión nueva plantada en su Iglesia en nuestros días, y extendida en tan breve tiempo y derramada casi por todas las provincias y tierras que calienta el sol, no desee siquiera saber cómo se hizo esto; quién la fundó, qué principios tuvo; su discurso, acrecentamiento y extensión, y el fruto que della se ha seguido? Mas esta razón, hermanos míos, no toca a nosotros solos, pero también a los demás. Otra hay, que es más doméstica y propia nuestra, que es de seguir e imitar a aquel que tenemos por capitán. Porque así como los que vienen de ilustre linaje, y de generosa y esclarecida sangre, procuran saber las hazañas y gloriosos ejemplos de sus antepasados, y de los que fundaron y ennoblecieron sus familias y casas, para tenerlos por dechado y hacer lo que ellos hicieron; así también nosotros, habiendo recebido de la mano de Dios nuestro Señor a nuestro bienaventurado Padre Ignacio por guía y maestro, y por caudillo y capitán desta milicia sagrada, debemos tomarle por espejo de nuestra vida, y procurar con todas nuestras fuerzas de seguirle, de suerte, que si por nuestra imperfeción no pudiéremos sacar tan al vivo y tan al propio el retrato de sus muchas y excelentes virtudes, a lo menos imitemos la sombra y rastro dellas. Y por ventura para esto os será mi trabajo provechoso, y también gustoso y agradable; pues el deseo de imitar hace que dé contento el oír contar lo que imitar se desea: y que sea tan gustoso el saberlo, como es el obrarlo provechoso.

Pero ¿qué diré de otra razón, que aunque la pongo a la postre, para mí no es la postrera? Esta es, un piadoso y debido agradecimiento, y una sabrosa memoria y dulce recordación de aquel bienaventurado varón y padre mío, que me engendró en Cristo, que me crió y sustentó; por cuyas piadosas lágrimas y abrasadas oraciones, confieso yo ser eso poco que soy. Procuraré, pues, renovar la memoria de su vida tan ejemplar, que ya parece que se va olvidando, y de escribirla, si no como ella merece, a lo menos de tal manera, que ni el olvido la sepulte, ni el descuido la escurezca, ni se pierda por falta de escritor. Y con esto, aunque yo no pueda pagar lo mucho que a tan esclarecido varón debo, a lo menos pagaré lo poco que puedo.

Así que será este mi trabajo acepto a Dios nuestro Señor, como en su misericordia confío, a nuestro bienaventurado Padre Ignacio debido, a vosotros, hermanos míos, provechoso, a los de fuera, si no me engaño, no molesto, a lo menos a mí, aunque por mi poca salud me será grave, pero por ser parte de agradecimiento espero en el Señor que me le hará ligero, y por ser como es por todos estos títulos obra de virtud. Y porque la primera regla de la buena historia es que se guarde verdad en ella; ante todas cosas protesto, que no diré aquí cosas inciertas y dudosas, sino muy sabidas y averiguadas; contaré lo que yo mismo oí, vi y toqué con las manos en nuestro B. P. Ignacio, a cuyos pechos me crié desde mi niñez y tierna edad; pues el Padre de las misericordias fue servido de traerme el año de 1540 (antes que yo tuviese catorce años cumplidos, ni la Compañía fuese confirmada del Papa) al conocimiento y conversación deste santo varón. La cual fue de manera que dentro y fuera de casa, en la ciudad y fuera della, no me apartaba de su lado, acompañándole, escribiéndole y sirviéndole en todo lo que se ofrecía, notando sus meneos, dichos y hechos, con aprovechamiento de mi ánima y particular admiración. La cual crecía cada día tanto más, cuanto él iba descubriendo más de lo mucho que en su pecho tenía encerrado, y yo con la edad iba abriendo los ojos, para ver lo que antes por falta della no veía. Por esta tan íntima conversación y familiaridad que yo tuve con nuestro Padre, pude ver y notar, no solamente las cosas exteriores y patentes que estaban expuestas a los ojos de muchos, pero también algunas de las secretas que a pocos se descubrían.

También diré lo que el mismo Padre contó de sí, a ruegos de toda la Compañía. Porque después que ella se plantó y fundó, y Dios nuestro Señor fue descubriendo los resplandores de sus dones y virtudes con que había enriquecido y hermoseado el ánima de su siervo Ignacio, tuvimos todos sus hijos grandísimo deseo de entender muy particularmente los caminos por donde el Señor le había guiado, y los medios que había tomado para labrarle y perficionarle, y hacerle digno ministro de una obra tan señalada como es ésta; porque nos parecía que teníamos obligación de procurar saber los cimientos que Dios había echado a edificio tan alto y tan admirable, para alabarle por ello y por habernos, hecho por su misericordia piedras espirituales del mismo edificio; y también de imitar como buenos hijos al que el mismo Señor nos había dado por padre, dechado y maestro; y que no se podía bien imitar lo que no se sabía bien de su raíz y principio.

Para esto, habiéndole pedido y rogado muchas veces, en diversos tiempos y ocasiones, con grande y extraordinaria instancia, que para nuestro ejemplo y aprovechamiento, nos diese parte de lo que había pasado por él en sus principios, y de sus trabajos y persecuciones (que fueron muchas), y de los regalos y favores que había recebido de la mano de Dios, nunca lo podimos acabar con él, hasta el año antes que muriese. En el cual, después de haber hecho mucha oración sobre ello, se determinó de hacerlo, y así lo hacía, acabada su oración y consideración, contando al Padre Luis González de Cámara con mucho peso y con un semblante del cielo lo que se le ofrecía; y el dicho Padre en acabándolo de oír, lo escribía casi con las mismas palabras que lo había oído. Porque las mercedes y regalos que Dios Nuestro Señor hace a sus siervos, no se los hace para ellos solos, sino para bien de muchos; y así aunque ellos los quieran encubrir, y con su secreto y silencio nos dan ejemplo de humildad, pero el mismo Señor los mueve a que los publiquen, para que se consiga el fruto en los otros que él pretende.

San Buenaventura dice, que cuando el glorioso patriarca y seráfico Padre san Francisco recibió las estigmas sagradas, deseó mucho encubrirlas, y después dudó si estaba obligado a manifestarlas: y preguntando en general a algunos de sus santos compañeros si debría descubrir cierta visitación de Dios, le respondió uno de los frailes: “Padre, sabed que Dios algunas veces os descubre sus secretos, no solamente para vuestro bien, sino también para bien de otros: y así tenéis razón de temer que no os castigue y reprehenda como a siervo que escondió su talento, sino descubriéredes lo que para provecho de muchos os comunicó”. Y por esta razón ha habido muchos santos, que publicaron y aun escribieron los regalos secretísimos de su espíritu, y las dulzuras de sus almas, y los favores admirables y divinos con que el Señor los alentaba, sustentaba, y transformaba en sí: los cuales no pudiéramos saber si ellos mismos no los hubieran publicado; y si el Señor que era liberal para con ellos, comunicándoseles con tanto secreto y suavidad, no lo hubiera sido para con nosotros, moviéndolos a publicar ellos mismos lo que de su poderosa mano para bien suyo y nuestro habían recebido: y por esto movió también a nuestro Ignacio a decir lo que dijo de sí. Y todo esto tengo yo como entonces se escribió.

Escribiré asimismo lo que yo supe de palabra y por escrito del Padre Maestro Lainez: el cual fue casi el primero de los compañeros que nuestro bienaventurado Padre Ignacio tuvo, y el hijo más querido: y por esto, y por haber sido en los principios el que más le acompañó, vino a tener más comunicación y a saber más cosas dél; las cuales como padre mío tan entrañable muchas veces me contó, antes que le sucediese en el cargo y después que fue Prepósito general. Y ordenábalo así Nuestro Señor, como yo creo, para que sabiéndolas yo, las pudiese aquí escribir. Destos originales se ordenó y sacó casi toda esta historia. Porque no he querido poner otras cosas que se podrían decir con poco fundamento, o sin autor grave y de peso, por parecerme, que aunque cualquiera mentira es fea e indigna de hombre cristiano, pero mucho más la que se compusiese y forjase relatando vidas de santos, como si Dios tuviese necesidad della, o no fuese cosa ajena de la piedad cristiana, querer honrar y glorificar al Señor, que es suma y eterna verdad, con cuentos y milagros fingidos. Y aun esta verdad es la que me hace entrar en este piélago con mayor esperanza de buen suceso y próspera navegación. Porque no habemos de tratar de la vida y santidad de un hombre que ha muchos siglos que pasó; en cuya historia por su antigüedad, podríamos añadir, quitar, y fingir lo que nos pareciese; mas escribimos de un hombre que fue en nuestros días, y que conocieron y trataron muy particularmente muchos de los que hoy viven; para que los que no le vieron ni conocieron, entiendan, que lo que aquí se dijere, estará comprobado con el testimonio de los que hoy son vivos y presentes, y familiarmente le comunicaron y trataron.

Diré ahora lo que pretendo hacer en esta historia. Yo al principio propuse escribir precisamente la vida del bienaventurado Padre nuestro Ignacio, y desenvolver y descubrir al mundo las excelentes virtudes que él tuvo encogidas y encubiertas con el velo de su humildad. Después me pareció ensanchar este mi propósito, y abrazar algunas cosas más. Porque entendí que había muchas personas virtuosas y devotas de nuestra Compañía, que tenían gran deseo de saber su origen, progreso y discurso: y por darles contento quise yo tocarlo aquí, y declarar con brevedad, cómo sembró esta semilla este labrador y obrero fiel del Señor por todo el mundo: y cómo de un granillo de mostaza creció un árbol tan grande, que sus ramas se extienden de Oriente a Poniente, y de Septentrión al Mediodía, y otros acaecimientos que sucedieron mientras que él vivió, dignos de memoria. Entre los cuales habrá muchas de las empresas señaladas, que siendo él capitán se han acometido y acabado: y algunos de los encuentros y persecuciones que con su prudencia y valor se han evitado o resistido; y otras cosas que siendo Prepósito general se ordenaron y establecieron: y por estos respetos parece que están tan trabadas y encadenadas con su vida, que apenas se pueden apartar della. Pero no por esto me tengo por obligado de contarlo todo, sin dejar nada que de contar sea, que no es esta mi intención, sino de coger algunas cosas, y entresacar las que me parecerán más notables, o más a mi propósito, que es dar a entender el discurso de la Compañía; las cuales si ahora que está fresca su memoria, no se escribiesen, por ventura se olvidarían con el tiempo.

Hablaré en particular de algunos de los Padres que fueron hijos del bienaventurado Padre Ignacio, y sus primeros compañeros, y murieron viviendo él; y también de algunos otros, que merecieron del Señor derramar la sangre por su santa fe; de los primeros, porque fueron nuestros padres y nos engendraron en Cristo; de los segundos, porque fueron tan dichosos, que la muerte que debían a la naturaleza, la ofrecieron a su Señor, y la dieron por confirmación de su verdad. De los vivos diremos poco; de los muertos algo más, conforme a lo que el Sabio nos amonesta, que no alabemos a nadie antes de su muerte: dando a entender, como dice san Ambrosio, que le alabemos después de sus días, y le ensalcemos después de su acabamiento.

Resta, hermanos míos, que supliquemos humil e intensamente a Nuestro Señor que favorezca este buen deseo, pues es suyo; y que acepte estos cinco libros, que como cinco cornadillos yo ofrezco a su Majestad, y con su acostumbrada clemencia los reciba, y saque dellos alabanza y gloria para sí, y provecho y edificación para su santa Iglesia.

Demás desto afectuosamente os ruego, hermanos carísimos, por aquel amor tan entrañable que Dios ha plantado en nuestros corazones, con que nos amamos unos a otros, que con vuestras fervorosas oraciones me alcancéis espíritu del Señor, para imitar de veras la vida y santidad deste bienaventurado Padre; cuya constancia en abatirse, la aspereza en castigarse, la fortaleza en los peligros, la quietud y seguridad en medio de todas las olas y torbellinos del mundo, la templanza y modestia en las prosperidades, en todas las cosas alegres y tristes la paz y gozo que tenia su ánima en el Espíritu Santo, debemos tener nosotros siempre delante, y poner los ojos en aquel lucido escuadrón de heroicas y singulares virtudes que le acompañaban y hermoseaban; para que su vida nos sea dechado, y como un verdadero y perfetísimo dibujo de nuestro instituto y vocación; a la cual nos llamó el Señor por su infinita bondad, por medio deste glorioso Capitán y Padre nuestro. Que siguiéndole nosotros por estos pasos, como verdaderos hijos suyos, no podremos ir descaminados, ni dejar de alcanzar, lo que él para sí y para sus verdaderos hijos alcanzó.

 

LIBRO PRIMERO

CAPÍTULO I

DEL NACIMIENTO Y VIDA DEL BIENAVENTURADO PADRE IGNACIO, ANTES QUE DIOS LE LLAMASE A SU CONOCIMIENTO

 

Íñigo de Loyola, fundador y padre de la Compañía de Jesús, nació de noble linaje en aquella parte de España que se llama, la provincia de Guipúzcoa, el año del Señor de 1491, presidiendo en la silla de san Pedro, Inocencio Papa VIII deste nombre, y siendo Emperador Federico III, y reinando en España los católicos Reyes don Fernando y doña Isabel, de gloriosa y esclarecida memoria. Fue su padre Beltrán Yáñez de Oñaz y Loyola, señor de la casa y solar de Loyola y del solar de Oñaz, que están ambos en el término de la villa de Azpetia, y cabeza de su ilustre y antigua familia. Su madre se llamó doña María Saez de Balda, hija de los señores de la casa y solar de Balda, que está en término de la villa de Azcoytia, matrona igual en sangre y virtud a su marido. Son estas dos casas, de Loyola y Balda, de parientes que llaman mayores, y de las más principales en la provincia de Guipúzcoa. Tuvieron estos caballeros cinco hijas y ocho hijos, de los cuales el postrero de todos, como otro David, fue nuestro Íñigo, que con dichoso y bienaventurado parto, salió al mundo para bien de muchos; a quien llamaremos de aquí adelante Ignacio, por ser este nombre más común a las otras naciones, y en él más conocido y usado.

Pasados, pues, los primeros años de su niñez, fue enviado de sus padres Ignacio a la corte de los Reyes católicos. Y comenzando ya a ser mozo, y a hervirle la sangre, movido del ejemplo de sus hermanos, que eran varones esforzados, y él, que de suyo era brioso y de grande ánimo, diose mucho a todos los ejercicios de armas, procurando de aventajarse sobre todos sus iguales, y de alcanzar nombre de hombre valeroso, y honra y gloria militar. El año, pues, de 1521, estando los franceses sobre el castillo de Pamplona, que es cabeza del reino de Navarra, y apretando el cerco cada día más, los capitanes que estaban dentro, estando ya sin ninguna esperanza de socorro, trataron de rendirse, y pusiéranlo luego por obra, si Ignacio no se lo estorbara; el cual pudo tanto con sus palabras, que los animó y puso coraje para resistir hasta la muerte al francés.

Mas como los enemigos no aflojasen punto de su cerco, y continuamente con cañones reforzados batiesen el castillo, sucedió, que una bala de una pieza dio en aquella parte del muro, donde Ignacio valerosamente peleaba; la cual le hirió en la pierna derecha, de manera que se la dejarretó, y casi desmenuzó los huesos de la canilla. Y una piedra del mismo muro, que con la fuerza de la pelota resurtió, también le hirió malamente la pierna izquierda. Derribado por esta manera Ignacio, los demás que con su valor se esforzaban, luego desmayaron: y desconfiados de poderse defender, se dieron a los franceses; los cuales llevaron a Ignacio a sus reales, y sabiendo quién era, y viéndole tan mal parado, movidos de compasión le hicieron curar con mucho cuidado.

Y estando ya algo mejor, le enviaron con mucha cortesía y liberalidad a su casa, donde fue llevado en hombros de hombres, en una litera. Estando ya en su casa, comenzaron las heridas, especialmente la de la pierna derecha, a empeorar. Llamáronse nuevos médicos y cirujanos, los cuales fueron de parecer, que la pierna se había otra vez de desencasar, porque los huesos, o por descuido de los primeros cirujanos, o por el movimiento y agitación del camino áspero, estaban fuera de su juntura y lugar, y era necesario volverlos a él y concertarlos para que se soldasen. Hízose así, con grandísimos tormentos y dolores del enfermo. El cual pasó esta carnicería que en él se hizo, y todos los demás trabajos que después le sucedieron, con un semblante y con un esfuerzo que ponía admiración. Porque ni mudó color, ni gimió, ni sospiró, ni hubo siquiera un ay; ni dijo palabra que mostrase flaqueza.

Crecía el mal más cada día, y pasaba tan adelante, que ya poca esperanza se tenía de su vida; y avisáronle de su peligro. Confesose enteramente de sus pecados la víspera de los gloriosos apóstoles san Pedro y san Pablo, y como caballero cristiano se armó de las verdaderas armas de los otros Santos Sacramentos, que Jesucristo nuestro Redentor nos dejó para nuestro remedio y defensa. Ya parecía que se iba llegando la hora y el punto de su fin, y como los médicos le diesen por muerto si hasta la media noche de aquel día no hubiese alguna mejoría, fue Dios Nuestro Señor servido que en aquel mismo punto la hubiese. La cual creemos que el bienaventurado Apóstol san Pedro le alcanzó de Nuestro Señor. Porque en los tiempos atrás siempre Ignacio le había tenido por particular patrón y abogado, y como tal le había reverenciado y servido, y así se entiende que le apareció este glorioso Apóstol la noche misma de su mayor necesidad, como quien le venía a favorecer y le traía la salud. Librado ya deste peligroso trance, comenzáronse a soldar los huesos y a fortificarse: mas quedábanle todavía dos deformidades en la pierna. La una era de un hueso que le salía debajo de la rodilla feamente. La otra nacía de la misma pierna, que por haberle sacado de ella veinte pedazos de huesos quedaba corta y contrecha, de suerte que no podía andar ni tenerse sobre sus pies.

Era entonces Ignacio mozo lozano y polido, y muy amigo de galas y de traerse bien; y tenía propósito de llevar adelante los ejercicios de la guerra que había comenzado. Y como para lo uno y para lo otro le pareciese grande estorbo la fealdad y encogimiento de la pierna, queriendo remediar estos inconvenientes, preguntó primero a los cirujanos, si se podía cortar sin peligro de la vida aquel hueso que salía con tanta deformidad. Y como le dijesen que sí, pero que seria muy a su costa, porque habiéndose de cortar por lo vivo, pasaría el mayor y más agudo dolor que había pasado en toda la cura, no haciendo caso de todo lo que para divertirle se le decía, quiso que le cortasen el hueso, por cumplir con su gusto y apetito; y (como yo le oí decir) por poder traer una bota muy justa y muy polida, como en aquel tiempo se usaba: ni fue posible sacarle dello, ni persuadirle otra cosa. Quisiéronle atar para hacer este sacrificio, y no lo consintió, pareciéndole cosa indigna de su ánimo generoso. Y estúvose con el mismo semblante y constancia que arriba dijimos, así suelto y desatado, sin menearse, ni boquear, ni dar alguna muestra de flaqueza de corazón.

Cortado el hueso se quitó la fealdad. El encogimiento de la pierna se curó por espacio de muchos días, con muchos remedios de unciones y emplastos, y ciertas ruedas e instrumentos con que cada día le atormentaban, estirando y extendiendo poco a poco la pierna, y volviéndola a su lugar. Pero por mucho que la desencogieron y estiraron, nunca pudo ser tanto, que llegase a ser igual al justo con la otra.

 

CAPÍTULO II

CÓMO LE LLAMÓ DIOS, DE LA VANIDAD DEL SIGLO AL CONOCIMIENTO DE SÍ

 

Estábase todavía nuestro Ignacio tendido en una cama herido de Dios, que por esta vía le quería sanar, y cojo como otro Jacob, que quiere decir batallador para que le mudase el nombre y le llamase Israel, y viniese a decir, vi a Dios cara a cara y mi ánima ha sido salva. Pero veamos por qué camino le llevó el Señor, y cómo, antes que viese a Dios, fue menester que luchase y batallase. Era en este tiempo muy curioso y amigo de leer libros profanos de caballerías, y para pasar el tiempo, que con la cama y enfermedad, se le hacía largo y enfadoso, pidió que le trujesen algún libro desta vanidad. Quiso Dios que no hubiese ninguno en casa, sino otros de cosas espirituales que le ofrecieron; los cuales él acetó, más por entrenerse en ellos, que no por gusto y devoción. Trujéronle dos libros, uno de la vida de Cristo Nuestro Señor, y otro de vidas de santos, que comúnmente llaman Flos Sanctorum. Comenzó a leer en ellos al principio (como dije) por su pasatiempo, después poco a poco por afición y gusto; porque esto tienen las cosas buenas, que cuanto más se tratan, más sabrosas son. Y no solamente comenzó a gustar, mas también a trocársele el corazón, y a querer imitar y obrar lo que leía. Pero aunque iba Nuestro Señor sembrando estos buenos deseos en su ánima, era tanta la fuerza de la envejecida costumbre de su vida pasada, tantas las zarzas y espinas de que estaba llena esta tierra yerma y por labrar, que se ahogaba luego la semilla de las inspiraciones divinas, con otros contrarios pensamientos y cuidados.

Mas la divina misericordia, que ya había escogido a Ignacio por su soldado, no le desamparaba, antes le despertaba de cuando en cuando, y avivaba aquella centella de su luz, y con la fresca lición, refrescaba y esforzaba sus buenos propósitos; y contra los pensamientos vanos y engañosos del mundo le proveía y armaba con otros pensamientos cuerdos, verdaderos y macizos. Y esto de manera que poco a poco iba prevaleciendo en su ánima la verdad contra la mentira, y el espíritu contra la sensualidad, y el nuevo rayo y luz del cielo contra las tinieblas palpables de Egipto. Y juntamente iba cobrando fuerzas y aliento para pelear y luchar de veras, y para imitar al buen Jesús nuestro Capitán y Señor, y a los otros santos, que por haberle imitado merecen ser imitados de nosotros.

Hasta este punto había ya llegado Ignacio, sin que ninguna dificultad de las muchas que se le ponían delante fuese parte para espantarle y apartarle de su buen propósito; pero sí para hacerle estar perplejo y confuso, por la muchedumbre y variedad de pensamientos con que por una parte el demonio le combatía, queriendo continuar la posesión que tenía de su antiguo soldado, y conque por otra el Señor de la vida le llamaba y convidaba a ella para hacelle caudillo de su sagrada milicia. Mas entre los unos pensamientos y los otros, había gran diferencia; porque los pensamientos del mundo tenían dulces entradas y amargas salidas; de suerte que a los principios parecían blandos y halagüeños y regaladores del apetito sensual; mas sus fines y dejos eran dejar atravesadas y heridas las entrañas, y el ánima triste, desabrida y descontenta de sí mesma. Lo cual sucedía muy al revés en los pensamientos de Dios. Porque cuando pensaba Ignacio lo que había de hacer en su servicio, cómo había de ir a Jerusalem y visitar aquellos santos lugares, las penitencias con que había de vengarse de sí y seguir la hermosura y excelencia de la virtud y perfeción cristiana, y otras cosas semejantes, estaba su ánima llena de deleites, y no cabía de placer mientras que duraban estos pensamientos y tratos en ella; y cuando se iban, no la dejaban del todo vacía y seca, sino con rastros de su luz y suavidad.

Pasaron muchos días sin que echase de ver esta diferencia y contrariedad de pensamientos, hasta que un día alumbrado con la lumbre del cielo, comenzó a parar mientes y mirar en ello, y vino a entender cuán diferentes eran los unos pensamientos de los otros en sus efetos y en sus causas. Y de aquí nació el cotejarlos entre sí, y los espíritus buenos y malos, y el recebir lumbre para distinguirlos y diferenciarlos. Y este fue el primer conocimiento que Nuestro Señor le comunicó de sí y de sus cosas; del cual acrecentado con el continuo uso, y con nuevos resplandores y visitaciones del cielo, salieron después como de su fuente y de su luz, todos los rayos de avisos y reglas que el B. Padre en sus Ejercicios nos enseñó, para conocer y entender la diversidad que hay entre el espíritu verdadero de Dios y el engañoso del mundo.

Porque primeramente entendió que había dos espíritus, no solamente diversos, sino en todo y por todo tan contrarios entre sí, como son las causas de donde ellos proceden; que son luz, y tinieblas; verdad, y falsedad; Cristo, y Belial. Después desto comenzó a notar las propiedades de los dos espíritus, y de aquí se siguió una lumbre y sabiduría soberana que Nuestro Señor infundió en su entendimiento, para discernir y conocer la diferencia destos espíritus, y una fuerza y vigor sobrenatural en su voluntad, para aborrecer todo lo que el mundo le representaba; y para apetecer, y desear, y proseguir todo lo que el espíritu de Dios le ofrecía y proponía. De los cuales principios y avisos se sirvió después por toda la vida.

Desta manera, pues, se deshicieron aquellas tinieblas que el príncipe dellas le ponía delante. Y alumbrados ya sus ojos, y esclarecidos con nuevo conocimiento, y esforzada su voluntad con este favor de Dios, diose priesa y pasó adelante, ayudándose por una parte de la lición, y por otra de la consideración de las cosas divinas, y apercibiéndose para las asechanzas y celadas del enemigo. Y trató muy de veras consigo mismo de mudar la vida, y enderezar la proa de sus pensamientos a otro puerto más cierto y más seguro que hasta allí, y destejer la tela que había tejido, y desmarañar los embustes y enredos de su vanidad, con particular aborrecimiento de sus pecados, y deseo de satisfacer por ellos, y tomar venganza de sí: que es comúnmente el primer escalón que han de subir los que por temor de Dios se vuelven a Él.

Y aunque entre estos propósitos y deseos se le ofrecían trabajos y dificultades, no por eso desmayaba ni se entibiaba punto su fervor: antes armado de la confianza en Dios, como con un arnés tranzado de pies a cabeza, decía: “En Dios todo lo podré. Pues me da el deseo, también me dará la obra. El comenzar y acabar, todo es suyo”. Y con esta resolución y determinada voluntad se levantó una noche de la cama, como muchas veces solía, a hacer oración, y ofrecerse al Señor en suave y perpetuo sacrificio, acabadas ya las luchas y dudas congojosas de su corazón. Y estando puesto de rodillas delante de una imagen de Nuestra Señora, y ofreciéndose con humilde y fervorosa confianza, por medio de la gloriosa Madre al piadoso y amoroso Hijo, por soldado y siervo fiel; y prometiéndole de seguir su estandarte real, y dar de coces al mundo, se sintió en toda la casa un estallido muy grande, y el aposento en que estaba tembló. Y parece que así como el Señor con el terremoto del lugar donde estaban juntos los sagrados Apóstoles cuando hicieron oración, y con el temblor de la cárcel en que estaban aherrojados san Pablo y Silas, quiso dar a entender la fuerza y poder de sus siervos, y que había oído la oración dellos, así con otro semejante estallido del aposento en que estaba su siervo Ignacio , manifestó cuán agradable y acepta le era aquella oración y ofrenda que hacía de sí; o por ventura el demonio ya vencido huyó, y dio señales de su enojo y crueldad, como leemos de otros santos.

Pero con todo esto no se determinó de seguir particular manera de vida, sino de ir a Jerusalem después de bien convalecido, y antes de ir, de mortificarse y perseguirse con ayunos y disciplinas, y todo género de penitencias y asperezas corporales. Y con un enojo santo y generoso, crucificarse y mortificarse, y hacer anatomía de sí. Y así con estos deseos tan fervorosos que Nuestro Señor le daba, se resfriaban todos aquellos feos y vanos pensamientos del mundo, y con la luz del Sol de justicia que ya resplandecía en su ánima, se deshacían las tinieblas de la vanidad, y desaparecían, como suele desaparecer y despedirse la escuridad de la noche con la presencia del sol.

Estando en este estado, quiso el Rey del cielo y Señor que le llamaba abrir los senos de su misericordia para con él, y confortarle y animarle más con una nueva luz y visitación celestial. Y fue así, que estando él velando una noche, le apareció la esclarecida y soberana Reina de los ángeles, que traía en brazos a su preciosísimo Hijo, y con el resplandor de su claridad le alumbraba, y con la suavidad de su presencia le recreaba y esforzaba. Y duró buen espacio de tiempo esta visión; la cual causó en él tan grande aborrecimiento de su vida pasada, y especialmente de todo torpe y deshonesto deleite, que parecía que quitaban y raían de su ánima, como con la mano, todas las imágenes y representaciones feas. Y bien se vio que no fue sueño, sino verdadera y provechosa esta visitación divina, pues con ella le infundió el Señor tanta gracia, y le trocó de manera, que desde aquel punto hasta el último de su vida, guardó la limpieza y castidad sin mancilla, con grande entereza y puridad de su ánima.

Pues estando ya con estos propósitos y deseos, y andando como con dolores de su gozoso parto, su hermano mayor y la gente de su casa, fácilmente vinieron a entender que estaba tocado de Dios, y que no era el que solía ser; porque aunque él no descubría a nadie el secreto de su corazón, ni hablaba con la lengua; pero hablaba con su rostro, y con el semblante demudado y muy ajeno del que solía. Especialmente viéndole en continua oración y lección, y en diferentes ejercicios que los pasados, porque no gustaba ya de gracias ni donaires, sino que sus palabras eran graves y medidas, y de cosas espirituales y de mucho peso, y se ocupaba buenos ratos en escribir. Y para esto había hecho encuadernar muy pulidamente un libro, que tuvo casi trescientas hojas, todas escritas en cuarto, en el cual para su memoria de muy escogida letra (que era muy buen escribano), escribía los dichos y hechos que le parecían más notables de Jesucristo Nuestro Salvador, y los de su gloriosa Madre nuestra Señora la Virgen María, y de los otros Santos. Y tenía ya tanta devoción, que escribía con letras de oro los de Cristo Nuestro Señor, y los de su Santísima Madre con letras azules, y los de los demás Santos con otros colores, según los varios afectos de su devoción.

Sacaba nuevo contento y nuevos gozos de todas estas ocupaciones; pero de ninguna más que de estar mirando atentamente la hermosura del cielo y de las estrellas; lo cual hacía muy a menudo y muy de espacio; porque este aspecto de fuera, y la consideración de lo que hay dentro de los cielos y sobre ellos, le era grande estímulo y incentivo al menosprecio de todas las cosas transitorias y mudables que están debajo dellos, y le inflamaba más en el amor de Dios. Y fue tanta la costumbre que hizo en esto, que aun le duró después por toda la vida; porque muchos años después, siendo ya viejo, le vi yo estando en alguna azutea, o en algún lugar eminente y alto, de donde se descubría nuestro hemisferio y buena parte del cielo, enclavar los ojos en él; y a cabo de rato que había estado como hombre arrobado y suspenso, y que volvía en sí, se enternecía; y saltándosele las lágrimas de los ojos por el deleite grande que sentía su corazón, le oía decir: “¡Ay cuán vil y baja me parece la tierra, cuando miro al cielo! Estiércol y basura es”.

Trató también lo que había de hacer a la vuelta de Jerusalem; pero no se determinó en cosa ninguna, sino que como venado sediento y tocado ya de la yerba, buscaba con ansia las fuentes de aguas vivas, y corría en pos del cazador que le había herido con las saetas de su amor. Y así de día y de noche se desvelaba en buscar un estado y manera de vida en el cual puestas debajo de sus pies todas las cosas mundanas y la rueda de la vanidad, pudiese él castigarse y macerarse con extremado rigor y aspereza, y agradar más a su Señor.

PEDRO DE RIBADENEYRA