miércoles, 8 de julio de 2015

Macedonio Fernández: El arte de vivir


EL ARTE DE VIVIR


Cuando el individuo es feliz o pasablemente feliz, la insinuación de un "arte de vivir", de un conjunto de principios, reglas e indicaciones más o menos sólidas, conducentes a favorecer la obtención de un bienestar moderado y a evitar algunos dolores, excita su sonrisa.
Mas como eludir el dolor y alcanzar el placer son la exclusiva preocupación del ser vivo, ese mismo hombre temblará y palidecerá ante la perspectiva de un insignificante sufrimiento o llenará su casa de gritos y amenazas porque ha encontrado la sopa fría, y siempre que cualquier circunstancia retire de su alcance alguno de los manjares de su bienestar cotidiano.
Esto es común a Rockefeller y a su portero, a Napoleón y a su más oscuro soldado, a Spencer y a su criada; deliberadamente invierto todas las jerarquías dominantes porque en esta materia no las hay; para el placer y para el dolor todas las unidades humanas son iguales, y el santo se enojará porque le estorban ser todo lo santo que desea y palidecerá ante una tentación, es decir, temblará ante el dolor, porque una tentación importa para él la inminencia de un dolor moral, de una derrota de su voluntad.
El disimulo puede cultivarse y también puede darse color de indignación a lo que es siempre la misma moneda corriente de la cólera. Nuestros goces y nuestros sufrimientos podrán revestir la forma más egoísta o altruista; siempre eludir dolor y obtener placer serán el modo único de respirar la Vida, propio de todo ser vivo.
El cultivo del Valor puede ser llevado a amplitudes admirables, pero no alterará ese doble movimiento esencial de toda "vida" y, además, comportará el sacrificio o abandono de otros poderes de la personalidad.
Del mismo modo, la milagrosa trasposición merced a la cual el individuo rompe la ilusión del "yo", profana el egoísmo natural, y hace suyos el placer y el dolor de otro ser, no modifica su criterio hedónico, como no invierte su manera de respirar. La "madre", consumada perfección de esta suprema gracia del "yo", de ese bellísimo movimiento de trasposición que es la agilidad más exquisita del "individuo", del mundo cerrado de la conciencia individual, la madre sólo estará conforme con su estado cuando se sienta feliz y estará y se manifestará descontenta mientras falte algo a su felicidad, aunque el significado de esa dicha o de esa desdicha sea textualmente éste: mi hijo es feliz, o mi hijo sufre.
Y, por tanto, la madre, el héroe, el santo, el asceta, actúan con respecto al Placer y Dolor exactamente como el más simple individuo humano o animal, y cuando el dolor invade sus existencias caen en las mismas supersticiones y temores, buscando amuletos y refugios ya en las religiones, ya en los moralismos, ya en tal o cual sistema higiénico, sociológico, psicológico, cultura de la voluntad, "conciencia tranquila", etcétera.
Entonces, pues, en este asunto que a todos preocupa por igual ¿será posible hallar reglas generales e indicaciones especiales que beneficien en alguna proporción el estado humano?
Es, quizá, verdad que una regla general para la vida en conjunto y en todas las posibilidades y situaciones no podría formularse. No existe ninguna observancia, ninguna conducta, probablemente, que en toda circunstancia y ni siquiera en la mayoría de las circunstancias presente más ventajas que inconvenientes, descontando desde ya que ninguna regla carecerá de múltiples inconvenientes.
Pero existen circunstancias y situaciones más frecuentes que otras y es por ello que vamos a intentar una exploración.
Toda regla supone una privación, una abstención o una labor y es, desde luego, contraria a nuestra repugnancia para todo dolor inmediato.
La privación o esfuerzo que esa observancia supone es un dolor cierto; en cambio el placer próximo o remoto que de ese esfuerzo nos resultará nunca es cierto porque pertenece al futuro y nuestra existencia puede cesar antes de recoger el fruto; además, porque puede haber error parcial o total de en regla; también, porque aún siendo exacta la regla puede estar mal o incompletamente expresada, o ser mal interpretada por nosotros, o porque existen muchas reglas que son benéficas si se cumplen todos los requisitos que ellas exigen y faltando uno cualquiera de ellos, sus ventajas se truecan en perjuicio.
Además ningún precepto puede ser muy bueno, porque nada en la vida lo es. Nuestra contextura psicológica y la infinidad de las contingencias del Mundo imponen que en cualquier condición y momento, individual o histórico, los bienes y los males se compensen, de tal modo que la existencia humana o animal en general no es mejor ni peor que la no-existencia. A esto se agrega que dentro de una vida individual, por ley de relativismo psicológico, nadie puede gozar mucho más de lo que ha sufrido ni puede sufrir mucho sino a condición de haber gozado mucho.
Dentro de tal relatividad la eficacia de cualquier regla eudemónica tiene que ser muy circunscripta; y, además, es posible asegurar los buenos efectos más o menos inmediatos de algunas conductas y preceptos, pero los efectos distantes, por las circunstancias mencionadas, o por otras, pueden llegar a ser grandemente desfavorables al bienestar, sobre todo en virtud del relativismo hedónico. Así el hombre que para combatir una dispepsia se ha señalado un régimen frugalísimo habrá logrado su bienestar al cabo de muchos tanteos, errores y privaciones; mas si repentinamente las circunstancias cambian y se ve obligado a salir a campaña militar o a vivir viajando por necesidad, su estómago habituado a una labor ligera le hará casi intolerable o sencillamente intolerable la existencia y los esfuerzos realizados por frugalizarse no sólo no tendrán recompensa sino que le habrán creado una condición directamente contraria a su felicidad.
De igual modo, el buen fumador que, por no carecer de dinero ni de salud, ha podido disfrutar a su gusto de la grata compañía del habano durante ocho, diez, quince años (lo que no es poca dicha) si inopinadamente, por prescripción médica o por carencia de dinero, o por pérdida de la libertad o por encontrarse desprovisto de cigarros en un largo viaje, se ve privado de su goce habitual, sufrirá en una semana hasta enloquecerse o llorar (como lo he observado muchas veces y aún en hombres que hacían un culto del valor). Es decir, que su miseria y sufrimiento será tanto mayor cuanto más holgada y libremente haya gozado, antes, de su placer; o, lo que es lo mismo, que si su goce hubiera sido antes estorbado por pobreza o prisiones o enfermedades, su dolor ahora sería menos intenso y prolongado.
Y esto es así de todas las condiciones y venturas; de los goces de la amistad, del amor, del cariño fraternal, de la lectura, de la ciencia, de la música, etc., y por ello puede enunciarse que ni la belleza, ni la fuerza, ni la riqueza, ni el poder intelectual, ni la aptitud al cariño, ni la aptitud al odio, ni la gloria, ni el valor, ni la salud, son '"bienes" no digo absolutos, ni siquiera son condiciones o circunstancias que puedan llamarse "más buenas que malas". En otro capítulo trato de demostrar esta verdad, que algunos hallarán demasiado amplia y considerarán objetable, particularmente en lo que atañe a la salud y al valor, que a todos parecen oro sin mezcla.
En consecuencia, las reglas que yo acierte a formular no tenderán sistemáticamente a la obtención de ninguno de estos llamados "bienes" y por ello mi primera advertencia al lector será que no envidie ninguna condición ni ningún carácter, y, en segundo término, que sepa, si actualmente sufre, que a él le está reservada tanta felicidad como a cualquier mortal, sin necesidad de que llegue a alcanzar la gloria, la riqueza, la valentía o la ciencia que otros poseen; que tenga siempre presente que sufrir ahora es estar sembrando la semilla del placer futuro.
Todo hombre llega a la felicidad ineludiblemente, cualesquiera que sean sus defectos de carácter (para la dicha y la desdicha ninguna forma de carácter es cualidad o defecto sino que es las dos cosas alternativamente y según las circunstancias), su condición y sus fracasos. Unas veces llegará a ella por realización de sus deseos y otras por destrucción de ellos a fuerza de fracasos, pero llegará a ella indefectible y plenamente con tal de que su existencia se prolongue unos años más y sin otro requisito que éste. De idéntico modo tornará a vivir miserablemente después que haya saboreado algunos años dichosos y también por la sola razón de que gozar es crear las condiciones necesarias para el sufrimiento ulterior, es sembrar dolor futuro.
Olvidé enumerar entre los comúnmente llamados "bienes" el buen humor o carácter alegre y lo he olvidado en mis páginas porque la Realidad lo ha olvidado entre sus "casos" o "creaciones". El carácter alegre no existe; colocadlo en la condición o situación opuesta a aquella en que lo habéis visto alegre y observaréis cuan poco alegre llega a ser. Las personas llamadas "Alegres" son generalmente temperamentos cariñosos y cordiales que en la sociedad de sus semejantes se sienten dichosos como el pez en el agua; en la soledad son grandes desdichados por la misma razón que el pez fuera del agua, pero como, naturalmente, no cabe observarlos sino rara vez en la soledad, dado que el observador les haría compañía, dejan siempre la impresión dominante de un inagotable buen humor.
La relatividad, pues, dice a todos: "alegraos si sufrís", "entristeceos puesto que gozáis", en vista de que el porvenir del dolor es el placer y el porvenir del placer es el dolor.
Indicaremos, asimismo, que la felicidad llega sólo cuando el individuo ha adquirido a fuerza de esfuerzos de trabajo o de esfuerzos de privación de satisfacciones, una abundantísima actividad o una gran frugalidad en todos los deseos afectivos o sensuales y, en fin, que no siempre se es desgraciado cuando uno cree serlo, ni es imposible que seamos felices sin que nos hayamos apercibido de ello; aunque tal cosa no ocurrirá a las personas que constantemente reflexionan sobre su existencia, ocurre con frecuencia que hombres estudiosos e inteligentes observan tan poco su vida interior que emiten con respecto a los períodos de su vida juicios eudemónicos muy inexactos.
La existencia es dura para todos y no puede ser de otra manera; lo único que alcanza a determinar una diferencia considerable entre una existencia y otra con respecto a su balance final de goces y sufrimientos, es la oportunidad o inoportunidad con que llega la muerte. Es una gran ventaja morir cuando se ha disfrutado de todo el período bueno subsiguiente a uno malo; y es el colmo del infortunio que se extinga la existencia cuando se iniciaba el buen período. Vivir poco o mucho nada significa, pues la vida en sí no es un bien, y ningún destino más envidiable que el de quien muere antes de los veinte años.
Casi siempre el brillo de la vida empieza a palidecer desde los catorce o quince años; aunque bajo otros puntos de vista carece de toda belleza ética y estética la niñez y la adolescencia, la existencia donde el Dolor no ha invadido todavía, es lo cierto que esa parte es la más deseable de nuestro pobre destino y que importa un inestimable beneficio que ella cese a esa altura.
Pero la intensidad de la dicha puede ser tan completa a los cincuenta años como a los quince y muchos jóvenes a los veinte años son ya profundamente desgraciados.
El Mundo no es una morada hecha "a la medida" para el hombre o para el ser vivo: la "vida" en general y la "vida humana" son accidentes que han brotado, persisten y pueden desaparecer en cualquier momento, y la ilusión de la adaptación progresiva de la Vida al Mundo, es una esperanza pueril que se desvanece con sólo detener un instante nuestro pensamiento en esta consideración: que si la "vida" evoluciona en el seno de la Realidad tendiendo a adaptarse a ella, a su vez la Realidad Total paralelamente y con entero olvido de la "Vida" evoluciona también, de tal manera que cuando la primera cree haber dado un paso de adaptación, la Realidad, por las modificaciones graduales o no graduales que constituyen su evolución(Empleo el término "evolución" aunque no creo que sea cosa tan segura su gradualidad; el aforismo "natura no marcha a saltos'' puede ser cierto y puede no serlo; lo único que es cierto es que el deseo humano quisiera que así fuera, como en muchos otros casos.) propia, se ha alejado y la Vida descubre que se ha adaptado a lo que era y ya no es, que se ha adaptado al Pasado sin provecho alguno.
Es infantil creer que la Vida se mueve en el seno de una Realidad inmóvil. La especie "diamante" o la especie "agua", del mundo inorgánico, es un tipo en marcha como la especie "eucaliptus" o la especie "hombre", del orgánico, y cuando la especie "hombre" cree haberse adaptado a las condiciones de aprovechamiento de la especie "agua", ésta ha modificado su constitución y requiere una diferente adaptación que a su vez llega y se encuentra con un nuevo distanciamiento.( Me consta que mi tecnicismo es muy pobre en ciencias naturales y me duele porque no ignoro que en el mundo de los libros y de la ciencia hay que presentarse, como en sociedad, con el frac del tecnicismo y la verbología clasificante, aunque el pensamiento no parezca expuesto a naufragio por excesiva carga de "ideas".)

Pero, por otra parte, tampoco el mundo es un infierno, como nos lo notifica Schopenhauer. El Placer no es negativo, es real, tan real como el Dolor. Lo que ha dado pábulo a tal afirmación en descrédito del Placer (aunque lo mismo acontece con el Dolor) es aquel rasgo singular de nuestra facultad afectiva, merced al cual la certidumbre de ...

(se interrumpe el texto).