AFTER THE SURPRISING CONVERSIONS
September twenty-second, Sir: today
I answer. In the latter part of May,
Hard on our Lord's Ascension, it began
To be more sensible. A gentleman
Of more than common understanding, strict
In morals, pious in behaviour, kicked
Against our goad, A man of some renown,
An useful, honored person in the town,
He came of melancholy parents; prone
To secret spells, for years they kept alone—
His uncle, I believe, was killed of it:
Good people, but of too much or little wit.
I preached one Sabbath on a text from Kings;
He showed concernment for his soul. Some things
In his experience were hopeful. He
Would sit and watch the wind knocking a tree
And praise this countryside our Lord has made.
Once when a poor man's heifer died, he laid
A shilling on the doorsill; though a thirst
For loving shook him like a snake, he durst
Not entertain much hope of his estate
In heaven. Once we saw him sitting late
Behind his attic window by a light
That guttered on his Bible; through that night
He meditated terror, and he seemed
Beyond advice or reason, for he dreamed
That he was called to trumpet Judgment Day
To Concord. In the latter part of May
He cut his throat, And though the coroner
Judged him delirious, soon a noisome stir
Palsied our village. At Jehovah's nod
Satan seemed more let loose amongst us: God
Abandoned us to Satan, and he pressed
Us hard, until we thought we could not rest
Till we had done with life. Content was gone.
All the good work was quashed. We were undone.
The breath of God had carried out a planned
And sensible withdrawal from this land;
The multitude, once unconcerned with doubt,
Once neither callous, curious nor devout,
Jumped at broad noon, as though some peddler groaned
At it in its familiar twang: “My friend,
Cut your own throat. Cut your own throat. Now! Now!”
September twenty-second, Sir, the bough
Cracks with the unpicked apples, and at dawn
The small-mouth bass breaks water, gorged with spawn.
LUEGO DE LAS SORPRENDENTES CONVERSIONES
Veintidós de septiembre, Señor: hoy
contesto. Hacia fin de mayo,
durante la Ascensión de Nuestro Señor, comenzó
a ser más sensible. Un caballero
de inteligencia más que común, estricto
en la moral, piadoso en la conducta, resistiose
en contra de nuestro aguijón. Un hombre de cierta fama,
una persona de provecho, honrada en la ciudad,
provenía de padres melancólicos; propensos
a secretos arrobamientos, durante años vivieron apartados;
su tío, creo, murió de eso:
buena gente, pero de demasiada o de poca agudeza.
Un domingo prediqué sobre un texto de los Reyes;
y él demostró preocupación por su alma. Algunas cosas
de su experiencia daban esperanzas. Se sentaba
a observar el viento golpeando un árbol,
y alababa este campo que nuestro Señor ha hecho.
Una vez, cuando murió la ternera de un pobre hombre,
él dejó un chelín en el umbral; aunque la sed
de amar lo sacudía como una serpiente, no se atrevió
a abrigar demasiadas esperanzas sobre su lugar
en el cielo. Una vez lo vimos sentado hasta tarde
detrás de la ventana de su desván a la luz de una vela
que goteaba sobre su Biblia; durante esa noche
meditó el terror, y pareció estar
más allá de consejos o razones, porque soñaba
que había sido llamado para hacer sonar la trompeta el Día del Juicio
en Concord. Hacia fin de mayo
se degolló. Y aunque el juez
lo declaró loco, pronto una malsana excitación
paralizó nuestra aldea. A la señal de Jehová
Satán pareció haberse desatado más entre nosotros: Dios
nos abandonó a Satán, y él nos acosó duramente
hasta que pensamos que no podríamos tener tregua
si no terminábamos con la vida. La tranquilidad había desaparecido.
Todo el buen trabajo quedó anulado. Estábamos deshechos.
El hálito de Dios, con un planeado
y sensato designio, se había retirado de esta tierra;
la multitud, una vez indiferente a las dudas,
una vez ni insensible ni curiosa ni devota,
brincaba en pleno mediodía, como si cualquier buhonero
gimiese con su dejo familiar: “Amigo,
degüéllate. Degüéllate. ¡Ahora! ¡Ahora!”
Veintidós de septiembre, Señor, la rama
cruje por las manzanas no recogidas, y al amanecer
la perca de boca pequeña salta en el agua, atiborrada de huevas.
Traducción y notas de ALBERTO GIRRI
V. 6 y 7. kicked against our goad: “Dura cosa te es dar coces contra el aguijón” (Hechos de los Apóstoles 26:14). Lowell no solamente se ha inspirado sino que ha seguido casi en forma literal un trozo de Narrative of Surprising Conversions, del predicador y teólogo Jonathan Edwards, publicado en Londres (1737), donde en forma de carta dirigida al Reverendo Benjamin Colman, de Boston, se narran las conversiones que se produjeron en la aldea de Northampton, en Nueva Inglaterra, luego de una prédica de Edwards acerca de la necesidad de que cada hombre ha de llevar una vida moral y justa, y de cómo, a raíz del suicidio de uno de los feligreses, ese fervor religioso viose arrastrado por una terrible convulsión en la vida de todas esas gentes, cual si el demonio se hubiese apoderado de la aldea.