LA PASCUA EN NUEVA YORK
Para Agnès
Flecte ramos, arbor alta, tensa laxa viscera
Et rigor lentescat ille quem dedit nativitas
Ut superni membra Regis miti tendas stipite…
Fortunat, Pange lingua.
Fléchis tes branches, arbre géant, relâche un peu la tension des viscères,
Et que ta rigueur naturelle s’alentisse,
N’écartèle pas si rudement les membres du Roi supérieur...
[Inclina tus ramas, árbol gigante, alivia un poco la tensión de las entrañas,
Y que tu rigor natural se aplaque,
No descuartices con tanta rudeza los miembros del Rey de lo alto.]
Remy de Gourmont, Le Latin mystique.
Señor, hoy es el día de tu Nombre,
Leí en un viejo libro la gesta de tu Pasión
Y tu angustia y tus esfuerzos y tus buenas palabras
Que lloran en un libro, suavemente monótonas.
Un monje de un tiempo antiguo me habla de tu muerte.
Dibujaba tu historia con letras de oro
En un misal puesto sobre sus rodillas.
Trabajaba piadosamente inspirándose en Ti.
Amparado por el altar, sentado con su túnica blanca,
Trabajaba lentamente de lunes a domingo.
Las horas se detenían ante el umbral de su retiro.
Y él, abstraído, se inclinaba sobre tu imagen.
En las vísperas, cuando las campanas salmodiaban en la torre,
El buen hermano no sabía si era su amor
O si se era el Tuyo, Señor, o el de tu Padre,
Que daba grandes golpes en las puertas del monasterio.
Yo soy como ese buen monje, esta noche, estoy inquieto.
En la pieza de al lado un ser triste y mudo
Espera tras la puerta, ¡espera que lo llame!
Eres Tú, es Dios, soy yo, —es el Eterno.
No te conocía entonces, —ni ahora.
Nunca recé cuando era niño.
Esta noche sin embargo pienso en Ti con espanto,
Mi alma es una viuda vestida de duelo al pie de tu Cruz.
Mi alma es una viuda vestida de negro, —es tu Madre
Sin lágrimas y sin esperanza, como Carrière la pintó.
Conozco a todos los Cristos colgados en los museos;
Pero Tú caminas, Señor, esta noche a mi lado.
Desciendo a zancadas a la parte baja de la ciudad,
Con la espalda encorvada, el corazón arrugado, la mente febril.
Tu costado del todo abierto es como un gran sol
Y alrededor tus manos palpitan a fuerza de destellos.
Los cristales de las casas están llenos de sangre,
Y las mujeres son como flores de sangre tras ellos.
Extrañas flores malas marchitas, orquídeas,
Cálices derramados abiertos bajo tus tres llagas.
Nunca bebieron Tu sangre recogida.
Tienen los labios pintados y encajes en el culo.
Las Flores de la Pasión son blancas como cirios,
Son las flores más dulces en el Jardín de la Santa Virgen.
Es en esta hora, hacia la hora nona,
Cuando tu Cabeza, Señor, cayó sobre tu Corazón.
Estoy sentado a la orilla del océano
Y me acuerdo de un cántico alemán
En el que con palabras muy dulces, muy puras, muy simples
Se dice la belleza de tu Rostro en la tortura.
En una iglesia de Siena, en una cripta,
Vi el mismo Rostro, en el muro, detrás de una cortina.
Y en una ermita, en Bourrié-Wladislaz,
Está recamado de oro en una urna.
Turbios cabujones ocupan el lugar de los ojos
Y los campesinos besan Tus ojos, de rodillas.
En el pañuelo de la Verónica está impreso
Y es por eso que Santa Verónica es Tu santa.
Es la mejor reliquia que va por los campos.
Cura a todos los enfermos, a todos los malvados.
Hace también miles y miles de otros milagros,
Pero yo nunca he asistido a ese espectáculo.
Quizás carezco de fe, Señor, y de bondad,
Para ver el resplandor de Tu Belleza.
Sin embargo, Señor, hice un viaje peligroso
Para contemplar Tu imagen grabada en un berilo.
Señor, haz que mi cara apoyada en mis manos
Deje caer en ellas la máscara de angustia que me oprime.
Señor, haz que mis manos apoyadas contra mi boca
No laman en ella la espuma de una desesperación feroz.
Estoy triste y enfermo; quizás por causa de Ti,
Quizás por causa de otro. Quizás por causa de Ti.
Señor, la multitud de los pobres por quienes hiciste el Sacrificio
Está aquí, aparcada, amontonada, como ganado, en los hospicios.
Inmensos barcos negros llegan de los horizontes,
Y los desembarcan, sin orden ni concierto, en los pontones.
Hay allí italianos, griegos, españoles,
Rusos, búlgaros, persas, mongoles.
Son animales de circo que saltan sobre los meridianos.
Les arrojan un pedazo de carne negra, como a los perros.
Para ellos es la felicidad ese sucio sustento.
Señor, ten piedad de los pueblos que sufren.
Señor, en los guetos pulula la turba de los judíos,
Vienen de Polonia y todos son fugitivos.
Sé muy bien que ellos te sometieron a Juicio,
Pero te aseguro que no son del todo malos.
Están en sus comercios bajo lámparas de bronce,
Venden ropa usada, armas y libros.
A Rembrandt le gustaba mucho pintarlos con su ropa vieja.
Yo, esta tarde, estuve regateando un microscopio.
¡Ay!, Señor, ¡ya no estarás aquí después de Pascua!
Señor, ten piedad de los judíos que viven en casuchas.
Señor, las humildes mujeres que te acompañaron hasta el Gólgota
Se ocultan. En el fondo de los tugurios, sobre inmundos sofás
Son mancilladas por la miseria de los hombres,
Los perros les han roído los huesos y en el ron
Mojan su vicio endurecido que se descascara.
Señor, cuando una de esas mujeres me habla, desfallezco.
Yo querría ser Tú para amar a las prostitutas.
Señor, ten piedad de las prostitutas.
Señor, estoy en el barrio de los ladrones buenos,
De los vagabundos, los desarrapados, los encubridores.
Pienso en los dos ladrones que estaban contigo en el Patíbulo
Sé que Tú te dignas ser benevolente con su desdicha.
Señor, hay quien querría una cuerda con un nudo en la punta,
Pero una cuerda no sale gratis, cuesta veinte centavos.
Razonaba como un filósofo aquel viejo bandido,
Le di algo de opio para que llegase más pronto al Paraíso.
También pienso en los músicos callejeros,
En el violinista ciego, en el manco que toca el organillo,
En la cantante con sombrero de paja con rosas de papel:
Sé que son ellos los que cantan toda la eternidad.
Señor, dales una limosna que no sea el brillo de la luz a gas.
Señor, dales la limosna de los buenos centavos aquí abajo.
Señor, cuando moriste el velo se rasgó,
Lo que se vio detrás, nadie lo ha dicho.
La calle en la noche es un desgarramiento,
Llena de oro y de sangre, de fuego y desperdicios.
Aquéllos que arrojaste del templo con tu látigo
Flagelan a los paseantes con un puñado de fechorías.
La Estrella que desapareció del tabernáculo entonces
Brilla en las paredes en la cruda luz de los espectáculos.
Señor, el Banco iluminado es como una caja fuerte
En la que la Sangre de tu muerte se coagula.
Las calles se quedan desiertas y se vuelven más oscuras.
Yo titubeo como un borracho por las aceras.
Me dan miedo las grandes sombras que las casas proyectan.
Tengo miedo. Alguien me sigue. No me atrevo a darme vuelta.
Un paso rengueante da saltos cada vez más cerca.
Tengo miedo. Tengo vértigo. Y me detengo adrede.
Un espantoso granuja me lanzó una mirada
Aguda, luego pasó, malvado, como un puñal.
Señor, nada ha cambiado desde que ya no eres Rey.
El Mal se ha hecho una muleta con tu Cruz.
Bajo por los malos escalones de un café,
Y aquí estoy, delante de una taza de té, sentado.
Estoy en un lugar de chinos que parece que sonrieran
Con las espaldas, que se inclinan y son amables como monigotes.
El local es pequeño, cubierto de pintura roja,
Y láminas curiosas están enmarcadas con bambú.
Hokusai pintó los cien aspectos de una montaña.
¿Cómo se vería tu Rostro pintado por un chino?…
Esta última idea, Señor, primero me hizo sonreír.
Creía verte en escorzo durante Tu martirio.
Pero el pintor, sin embargo, habría pintado tu tormento
Con mayor crueldad que nuestros pintores de Occidente.
Cuchillas retorcidas habrían aserrado tus carnes,
Tenazas y cepillos habrían estriado tus nervios,
Te hubieran puesto el cuello en una argolla,
Te habrían arrancado las uñas y los dientes,
Inmensos dragones negros se habrían arrojado sobre Ti
Y te habrían soplado sus llamas en el cuello,
Te habrían arrancado la lengua y los ojos,
Te habrían empalado en una estaca.
Así, Señor, habrías sufrido toda la infamia,
Porque no existe posición más cruel.
Después te habrían arrojado a los puercos
Que te habrían roído el vientre y las entrañas.
Ahora estoy solo, los demás se han ido,
Me acosté en un banco pegado a la pared.
Habría querido entrar, Señor, en una iglesia;
Pero no hay campanas, Señor, en esta ciudad.
Pienso en las campanas calladas —¿Dónde están las campanas antiguas?
¿Dónde están las letanías y las dulces antífonas?
¿Dónde están los largos oficios y los hermosos cánticos?
¿Dónde están las liturgias y las músicas?
¿Dónde están tus altivos prelados, Señor, dónde tus monjitas?
¿Dónde el alba pura, el amito de las Santas y de los Santos?
La alegría del Paraíso se ahoga en el polvo,
Los fuegos místicos no resplandecen ya en los vitrales.
El alba tarda en llegar, y en el tugurio estrecho
Sombras crucificadas agonizan en los tabiques.
Es como un Gólgota de noche en un espejo
Al que se lo ve temblar, rojo contra la oscuridad.
El humo, bajo la lámpara, es como un paño desteñido
Que da vueltas, retorcido, alrededor de tus caderas.
Arriba, la lámpara pálida está suspendida
Como tu Cabeza, triste y muerta y exangüe.
Reflejos insólitos palpitan en los cristales...
Tengo miedo —y estoy triste, Señor, de estar tan triste.
—"Dic nobis, Maria, quid vidisti in via?"
—La luz que tiritaba, humilde, en la mañana.
—"Dic nobis, Maria, quid vidisti in via?"
—Frenéticas blancuras que temblaban como manos.
—"Dic nobis, Maria, quid vidisti in via?"
—El augurio de la primavera que palpitaba en mi pecho
Señor, el alba se ha deslizado, fría como un sudario
Y ha dejado del todo desnudos los rascacielos en el aire.
Ya un ruido inmenso resuena sobre la ciudad.
Ya los trenes brincan, gruñen y desfilan.
Los trenes subterráneos ruedan y retumban bajo tierra.
Los puentes son sacudidos por las vías férreas.
La ciudad tiembla. Hay gritos, fuego y humaredas,
Sirenas a vapor de voz ronca como abucheos.
Una multitud enfebrecida por los sudores del oro
Se atropella y se hunde en los largos pasillos.
Borroso, en el revoltijo empenachado de los techos,
El sol es tu Rostro mancillado por los escupitajos.
Señor, regreso fatigado, solo, y muy lúgubre...
Mi cuarto está desnudo como una tumba...
Señor, estoy completamente solo y tengo fiebre...
Mi cama está fría como un féretro...
Señor, cierro los ojos y mis dientes castañetean...
Estoy demasiado solo. Tengo frío. Te llamo...
Cien mil trompos dan vueltas delante de mis ojos…
No, cien mil mujeres… No, cien mil violoncelos...
Pienso, Señor, en las horas mías desdichadas…
Pienso, Señor, en las horas mías que se fueron...
Ya no pienso en Ti. Ya no pienso en Ti.
Nueva York, abril de 1912.
Traducción, para Literatura & Traducciones, de Miguel Ángel Frontán
Seigneur, c’est aujourd’hui le jour de votre Nom,
J’ai lu dans un vieux livre la geste de votre Passion,
Et votre angoisse et vos efforts et vos bonnes paroles
Qui pleurent dans un livre, doucement monotones.
Un moine d’un vieux temps me parle de votre mort.
Il traçait votre histoire avec des lettres d’or
Dans un missel, posé sur ses genoux.
Il travaillait pieusement en s’inspirant de Vous.
À l’abri de l’autel, assis dans sa robe blanche,
Il travaillait lentement du lundi au dimanche.
Les heures s’arrêtaient au seuil de son retrait.
Lui, s’oubliait, penché sur votre portrait.
À vêpres, quand les cloches psalmodiaient dans la tour,
Le bon frère ne savait si c’était son amour
Ou si c’était le Vôtre, Seigneur, ou votre Père
Qui battait à grands coups les portes du monastère.
Je suis comme ce bon moine, ce soir, je suis inquiet.
Dans la chambre à côté, un être triste et muet
Attend derrière la porte, attend que je l’appelle!
C’est Vous, c’est Dieu, c’est moi, —c’est l’Eternel.
Je ne Vous ai pas connu alors, —ni maintenant.
Je n’ai jamais prié quand j’étais un petit enfant.
Ce soir pourtant je pense à Vous avec effroi.
Mon âme est une veuve en deuil au pied de votre Croix;
Mon âme est une veuve en noir, —c’est votre Mère
Sans larme et sans espoir, comme l’a peinte Carrière.
Je connais tous les Christs qui pendent dans les musées;
Mais Vous marchez, Seigneur, ce soir à mes côtés.
Je descends à grands pas vers le bas de la ville,
Le dos voûté, le cœur ridé, l’esprit fébrile.
Votre flanc grand-ouvert est comme un grand soleil
Et vos mains tout autour palpitent d’étincelles.
Les vitres des maisons sont toutes pleines de sang
Et les femmes, derrière, sont comme des fleurs de sang,
D’étranges mauvaises fleurs flétries, des orchidées,
Calices renversés ouverts sous vos trois plaies.
Votre sang recueilli, elles ne l’ont jamais bu.
Elles ont du rouge aux lèvres et des dentelles au cul.
Les fleurs de la Passion sont blanches, comme des cierges,
Ce sont les plus douces fleurs au Jardin de la Bonne Vierge.
C’est à cette heure-ci, c’est vers la neuvième heure,
Que votre Tête, Seigneur, tomba sur votre Cœur.
Je suis assis au bord de l’océan
Et je me remémore un cantique allemand,
Où il est dit, avec des mots très doux, très simples, très purs,
La beauté de votre Face dans la torture.
Dans une église, à Sienne, dans un caveau,
J’ai vu la même Face, au mur, sous un rideau.
Et dans un ermitage, à Bourrié-Wladislasz,
Elle est bossuée d’or dans une châsse.
De troubles cabochons sont à la place des yeux
Et des paysans baisent à genoux Vos yeux.
Sur le mouchoir de Véronique Elle est empreinte.
Et c’est pourquoi Sainte Véronique est Votre sainte.
C’est la meilleure relique promenée par les champs,
Elle guérit tous les malades, tous les méchants.
Elle fait encore mille et mille autres miracles,
Mais je n’ai jamais assisté à ce spectacle.
Peut-être que la foi me manque, Seigneur, et la bonté
Pour voir ce rayonnement de votre Beauté.
Pourtant, Seigneur, j’ai fait un périlleux voyage
Pour contempler dans un béryl l’intaille de votre image.
Faites, Seigneur, que mon visage appuyé dans les mains
Y laisse tomber le masque d’angoisse qui m’étreint.
Faites, Seigneur, que mes deux mains appuyées sur ma bouche
N’y lèchent pas l’écume d’un désespoir farouche.
Je suis triste et malade. Peut-être à cause de Vous,
Peut-être à cause d’un autre. Peut-être à cause de Vous.
Seigneur, la foule des pauvres pour qui vous fîtes le Sacrifice
Est ici, parquée, tassée, comme du bétail, dans les hospices.
D’immenses bateaux noirs viennent des horizons
Et les débarquent, pêle-mêle, sur les pontons.
Il y a des Italiens, des Grecs, des Espagnols,
Des Russes, des Bulgares, des Persans, des Mongols.
Ce sont des bêtes de cirque qui sautent les méridiens.
On leur jette un morceau de viande noire, comme à des chiens.
C’est leur bonheur à eux que cette sale pitance.
Seigneur, ayez pitié des peuples en souffrance.
Seigneur dans les ghettos grouille la tourbe des Juifs
Ils viennent de Pologne et sont tous fugitifs.
Je le sais bien, ils ont fait ton Procès;
Mais je t’assure, ils ne sont pas tout à fait mauvais.
Ils sont dans des boutiques sous des lampes de cuivre,
Vendent des vieux habits, des armes et des livres.
Rembrandt aimait beaucoup les peindre dans leurs défroques.
Moi, j’ai, ce soir, marchandé un microscope.
Hélas! Seigneur, Vous ne serez plus là, après Pâques!
Seigneur, ayez pitié des Juifs dans les baraques.
Seigneur, les humbles femmes qui vous accompagnèrent à Golgotha,
Se cachent. Au fond des bouges, sur d’immondes sophas,
Elles sont polluées par la misère des hommes.
Des chiens leur ont rongé les os, et dans le rhum
Elles cachent leur vice endurci qui s’écaille.
Seigneur, quand une de ces femmes me parle, je défaille.
Je voudrais être Vous pour aimer les prostituées.
Seigneur, ayez pitié des prostituées.
Seigneur, je suis dans le quartier des bons voleurs,
Des vagabonds, des va-nu-pieds, des recéleurs.
Je pense aux deux larrons qui étaient avec vous à la Potence,
Je sais que vous daignez sourire à leur malchance.
Seigneur, l’un voudrait une corde avec un nœud au bout,
Mais ça n’est pas gratis, la corde, ça coûte vingt sous.
Il raisonnait comme un philosophe, ce vieux bandit.
Je lui ai donné de l’opium pour qu’il aille plus vite en paradis.
Je pense aussi aux musiciens des rues,
Au violoniste aveugle, au manchot qui tourne l’orgue de Barbarie,
À la chanteuse au chapeau de paille avec des roses de papier;
Je sais que ce sont eux qui chantent durant l’éternité.
Seigneur, faites-leur l’aumône, autre que de la lueur des becs de gaz,
Seigneur, faites-leur l’aumône de gros sous ici-bas.
Seigneur, quand vous mourûtes, le rideau se fendit,
Ce que l’on vit derrière, personne ne l’a dit.
La rue est dans la nuit comme une déchirure,
Pleine d’or et de sang, de feu et d’épluchures.
Ceux que vous avez chassé du temple avec votre fouet,
Flagellent les passants d’une poignée de méfaits.
L’Étoile qui disparut alors du tabernacle,
Brûle sur les murs dans la lumière crue des spectacles.
Seigneur, la Banque illuminée est comme un coffre-fort,
Où s’est coagulé le Sang de votre mort.
Les rues se font désertes et deviennent plus noires.
Je chancelle comme un homme ivre sur les trottoirs.
J’ai peur des grands pans d’ombre que les maisons projettent.
J’ai peur. Quelqu’un me suit. Je n’ose tourner la tête.
Un pas clopin-clopant saute de plus en plus près.
J’ai peur. J’ai le vertige. Et je m’arrête exprès.
Un effroyable drôle m’a jeté un regard
Aigu, puis a passé, mauvais, comme un poignard.
Seigneur, rien n’a changé depuis que vous n’êtes plus Roi.
Le Mal s’est fait une béquille de votre Croix.
Je descends les mauvaises marches d’un café
Et me voici, assis, devant un verre de thé.
Je suis chez des Chinois, qui comme avec le dos
Sourient, se penchent et sont polis comme des magots.
La boutique est petite, badigeonnée de rouge
Et de curieux chromos sont encadrés dans du bambou.
Ho-Kousaï a peint les cent aspects d’une montagne.
Que serait votre Face peinte par un Chinois?…
Cette dernière idée, Seigneur, m’a d’abord fait sourire.
Je vous voyais en raccourci dans votre martyre.
Mais le peintre, pourtant, aurait peint votre tourment
Avec plus de cruauté que nos peintres d’Occident.
Des lames contournées auraient scié vos chairs,
Des pinces et des peignes auraient strié vos nerfs,
On vous aurait passé le col dans un carcan,
On vous aurait arraché les ongles et les dents,
D’immenses dragons noirs se seraient jetés sur Vous,
Et vous auraient soufflé des flammes dans le cou,
On vous aurait arraché la langue et les yeux,
On vous aurait empalé sur un pieu.
Ainsi, Seigneur, vous auriez souffert toute l’infamie,
Car il n’y a pas plus cruelle posture.
Ensuite, on vous aurait forjeté aux pourceaux
Qui vous auraient rongé le ventre et les boyaux.
Je suis seul à présent, les autres sont sortis,
Je suis étendu sur un banc contre le mur.
J’aurais voulu entrer, Seigneur, dans une église;
Mais il n’y a pas de cloches, Seigneur, dans cette ville.
Je pense aux cloches tues: —où sont les cloches anciennes?
Où sont les litanies et les douces antiennes?
Où sont les longs offices et où les beaux cantiques?
Où sont les liturgies et les musiques?
Où sont les fiers prélats, Seigneur, où tes nonnains?
Où l’aube blanche, l’amict des Saintes et des Saints?
La joie du Paradis se noie dans la poussière,
Les feux mystiques ne rutilent plus dans les verrières.
L’aube tarde à venir, et dans le bouge étroit
Des ombres crucifiées agonisent aux parois.
C’est comme un Golgotha de nuit dans un miroir
Que l’on voit trembloter en rouge sur du noir.
La fumée, sous la lampe, est comme un linge déteint
Qui tourne, entortillé, tout autour de vos reins.
Par au-dessus, la lampe pâle est suspendue,
Comme votre Tête, triste et morte et exsangue.
Des reflets insolites palpitent sur les vitres…
J’ai peur, —et je suis triste, Seigneur, d’être si triste.
« Dic nobis, Maria, quid vidisti in via?
— La lumière frissonner, humble dans le matin.
« Dic nobis, Maria, quid vidisti in via?
— Des blancheurs éperdues palpiter comme des mains.
« Dic nobis, Maria, quid vidisti in via?
— L’augure du printemps tressaillir dans mon sein.
Seigneur, l’aube a glissé froide comme un suaire
Et a mis tout à nu les gratte-ciel dans les airs.
Déjà un bruit immense retenti sur la ville.
Déjà les trains bondissent, grondent et défilent.
Les métropolitains roulent et tonnent sous terre.
Les ponts sont secoués par les chemins de fer.
La cité tremble. Des cris, du feu et des fumées,
Des sirènes à vapeur rauquent comme des huées.
Une foule enfiévrée par les sueurs de l’or
Se bouscule et s’engouffre dans de longs corridors.
Trouble, dans le fouillis empanaché de toits,
Le soleil, c’est votre Face souillée par les crachats.
Seigneur, je rentre fatigué, seul et très morne…
Ma chambre est nue comme un tombeau…
Seigneur, je suis tout seul et j’ai la fièvre…
Mon lit est froid comme un cercueil…
Seigneur, je ferme les yeux et je claque des dents…
Je suis trop seul. J’ai froid. Je vous appelle…
Cent mille toupies tournoient devant mes yeux…
Non, cent mille femmes… Non, cent mille violoncelles…
Je pense, Seigneur, à mes heures malheureuses…
Je pense, Seigneur, à mes heures en allées…
Je ne pense plus à Vous. Je ne pense plus à Vous.