lunes, 1 de febrero de 2021

Stéphane Mallarmé: En el margen de un volumen de Baudelaire

HACE TIEMPO, EN EL MARGEN DE UN VOLUMEN DE BAUDELAIRE

 

Musa de la impotencia, que secas el ritmo y me obligas a releer; enemiga con pócimas, te entrego la embriaguez que viene de otro.

 

Un paisaje obsesiona intenso como el opio; allá arriba y en el horizonte, la nube lívida, con una brecha azul de la Plegaria — como vegetación, sufren árboles cuya corteza dolorosa enreda nervios desnudos, a su crecimiento visible lo acompaña, a pesar del aire inmóvil, la queja de un violín que en la punta se estremece en hojas: su sombra exhibe espejos taciturnos en parterres de ausente jardín, el granito negro del borde enmarcando el olvido, con todo el futuro. Los ramos en el suelo, alrededor, algunas plumas de ala caídas. El día, según un rayo, luego otros, pierde el tedio, arden, una incomprensible púrpura fluye — ¿maquillaje?, ¿sangre? ¡Extraña la puesta de sol! ¿O ese torrente de lágrimas iluminadas por el fuego de bengala del pirotécnico Satán que se mueve detrás? La noche sólo prolonga el crimen, el remordimiento y la Muerte. Entonces, velarse el rostro con sollozos menos por esta pesadilla que en el siniestro quiebre de todo exilio; ¿qué es el Cielo?

 

STÉPHANE MALLARMÉ
Divagations
Traducción, para Literatura & Traducciones, de Carlos Cámara y Miguel Ángel Frontán

  

 

AUTREFOIS, EN MARGE D’UN BAUDELAIRE

 

Muse de l’impuissance, qui taris le rythme et me forces de relire ; ennemie avec des breuvages, je te rends l’ivresse qui vient d’autrui.

 

Un paysage hante intense comme l’opium ; là-haut et à l’horizon, la nue livide, avec une trouée bleue de la Prière – pour végétation, souffrent des arbres dont l’écorce douloureuse enchevêtre des nerfs dénudés, leur croissance visible s’accompagne malgré l’air immobile, d’une plainte de violon qui, à l’extrémité frissonne en feuilles : leur ombre étale de taciturnes miroirs en des plates-bandes d’absent jardin, au granit noir du bord enchâssant l’oubli, avec tout le futur. Les bouquets à terre, alentour, quelques plumes d’aile déchues. Le jour, selon un rayon, puis d’autres, perd l’ennui, ils flamboient, une incompréhensible pourpre coule – du fard ? du sang ? Étrange le coucher de soleil ! Ou ce torrent de larmes illuminées par le feu de bengale de l’artificier Satan qui se meut derrière ? La nuit ne prolonge que le crime, le remords et la Mort. Alors se voiler la face de sanglots moins par ce cauchemar que dans le sinistre bris de tout exil ; qu’est-ce le Ciel ?