lunes, 16 de noviembre de 2020

Santa Catalina de Siena y José Bergamín: Selección de cartas

 


Catalina Benincasa nace en Siena en la primavera de 1347, y, al decir de la tradición dominicana, el 25 de marzo, Domingo de Ramos. De origen humilde: el padre, un modesto tintorero, sabio y paciente en el oficio; la madre, mujer de firme voluntad, de carácter áspero. Desde los doce años, Catalina se rebela contra esa voluntad, que quería casarla, y, cortándose los cabellos, decide su vocación mística. Sufre persecución paterna que trata de arrancarla hasta de todo lugar secreto en el que pudiese rezar. Se la dedica a los más humildes menesteres de la casa. Inicia con esto uno de los temas centrales de su vida ascética: servir. Venciendo con tanta humildad la oposición familiar, logra entrar, en 1363, en la Orden Tercera de Santo Domingo. Las Enmantadas o Tapadas o Encapotadas —negro y blanco—, las terciarias dominicanas, no eran monjas propiamente dichas, sino que, siguiendo los votos y la regla que profesaban, vivían en el mundo para su propia santificación y para procurar la conversión de infieles y pecadores.

Entre 1366 y 1367, Catalina tiene aquella visión de sus Bodas Místicas, enseña milagrosa de su vida, que forma parte integrante de la más pura tradición religiosa, sentimental y artística de Italia.

Desde 1368 se forma, alrededor de la joven santa, un cenáculo que hoy diríamos, religiosa y políticamente, revolucionario. En él están: el pintor Andrea Vanni, a quien debemos su conocida imagen, el que tomó parte en la revuelta popular de 1368 que derribó el Gobierno de los Doce; alguno de los defensores de la República, como Bartolo Benincasa; Neri de Landoccio, poeta, que fue su secretario hasta la muerte, y, entre otros más, sus dos directores y confidentes religiosos: Raimondo da Capua y Tommaso della Fonte.

Pronto empezará Catalina a cumplir su misión político-religiosa. La fuerte flaqueza de su figura se interpone entre los poderes más violentos de su siglo como mediadora celeste. En 1375 inicia la cruzada, exhortando a ella a la reina Juana de Napóles, a la de Hungría y hasta a los capitanes aventureros como Giovanni Hawkvood, el célebre condottiero llamado popularmente en Italia el Agudo. Pero un grave acontecimiento detiene su propósito: la lucha entre Florencia y el Papa. En mayo de 1376 Catalina, con plenos poderes, marcha a Aviñón para interceder con el Papa a nombre de Florencia. ¡Sorprendente embajador femenino de veintinueve años a quien todos respetan, si no temen: en quien todos confían! Por su pura influencia espiritual abandona el Papa Gregorio XI la Corte de Aviñón y regresa a Roma triunfalmente. La guerra sigue. Catalina, en un corto tiempo de retiro, dicta el Diálogo de la Divina Providencia. En 1378 vuelve la santa a Florencia como embajador pontificio, afrontando una impopularidad en que arriesga su vida.

Muerto el Papa Gregorio, Urbano VI, que le sucede, hace de Catalina el apoyo y la guarda de su causa en las turbulentas etapas porque pasa la Iglesia. Catalina intercede en nombre de la Iglesia de Cristo crucificado, entre el Papa y los otros poderes temporales: Juana de Nápoles, el rey de Francia, Luis I [de Anjou], las repúblicas italianas... y hasta el gran condottiero AIberico di Barbiano, que le rindió su espada.

Al fin, exhausta de pasión y lucha, muere en Roma, rodeada de todos los suyos. La tradición piadosa atribuye a la santa en agonía un dantesco viaje, alegórica expresión de toda su vida, desde el infierno, a través del mundo, hasta el cielo. Muere en 1380, a los treinta y tres años de una vida ardiente, acerada, entera, pura, sin resquicio; muere, habiendo vivido la edad que la tradición popular católica llama la edad de Cristo.

JOSÉ BERGAMÍN
Revista Cruz y Raya nº 3, 15 de junio de 1933

 

 

CARTAS

FRAGMENTOS

 

MI alma, embriagada de la sangre de Cristo, pierde su propio sentimiento, privado del amor sensitivo, privado del temor servil; que allí donde no hay amor sensitivo, no hay temor de pena; más aun, hay deleite en las penas; que en nada quiere gloriarse el alma sino en la cruz de Cristo crucificado. Esta es su gloria. Todas las potencias del alma se adentran en ella. La memoria se llena de sangre; recíbela como un beneficio: que en esa sangre se encuentra al amor divino que oculta el amor propio; amor de oprobio y pena de la honra; amor de muerte y pena de la vida.

Così l’anima inebriata del sangue di Cristo perde il proprio sentimento di sé; privato de l’amore sensitivo e privato del timore servile – ché colà dove non è amore sensitivo non v’è timore di pena – , anco si diletta de le pene. In altro non si vuole gloriare se non nella croce di Cristo crocifisso: quella è la gloria sua. Tutte le potenzie de l’anima vi sonno dentro occupate; la memoria s’è impita di sangue – ricevelo per beneficio – , nel quale sangue truova l’amore divino che caccia l’amore proprio: amore d’oprobri e pena d’onore, amore di morte e pena di vita.

Lettera 25.

 

***

La sangre cubre nuestra desnudez porque nos viste de la Gracia; al calor de la sangre se funde el hielo y se atempera la tibieza del hombre; en la sangre se acaba la tiniebla, dándosenos la luz; en la sangre se consumió nuestro amor propio: porque el alma que se mira a sí misma como siendo amada en la sangre, halla así el motivo de levantarse sobre el miserable amor propio de sí misma para amar a su Redentor, quien con tanto fuego de amor le dio la vida, corriendo como enamorado a la oprobiosa muerte de la cruz. La sangre se ha hecho bebedizo para quien la quiere, y el cuerpo, alimento: porque de ningún modo se puede saciar el apetito del hombre, ni aplacarse su hambre y su sed, si no es en la sangre. Que aunque el hombre posea todo cuanto hay en el mundo no puede saciarse; porque las cosas del mundo son menos que él, y de lo que es menos que él, saciarse no podría. Solamente en la sangre se puede saciar, porque la sangre está entrometida y empastada con la Deidad eterna, con su infinita Naturaleza, que es más que humana. Por eso el hombre sacia su deseo en ella: por el fuego de la divina caridad; porque por amor fue esparcida. [...] No encontrarás ningún lugar en el que verdaderamente puedas reposar la cabeza si no es en la sangre: sobre la cabeza espinada de Cristo crucificado.

 

Col sangue suo lavò la faccia dell’anima nostra; nel sangue sparto con fuoco d’amore e con vera pazienzia ci recreò a grazia; el sangue ricoperse la nostra nudità perché ci rivestì di grazia; nel caldo del sangue distrusse el ghiaccio e riscaldò la tepidezza de l’uomo; nel sangue cadde la tenebre e donocci la luce; nel sangue si consumò l’amore proprio: cioè che l’anima, che raguarda sé essere amata, nel sangue à materia di levarsi dal miserabile amore proprio di sé, e d’amare el suo redentore che con tanto fuoco d’amore à data la vita, e corso, come inamorato, alla oprobiosa morte della croce. El sangue c’è fatto beveraggio a chi el vuole, e la carne cibo, perché in neuno modo si può saziare l’appetito de l’uomo, né tollarsi la fame e la sete, se no nel sangue. Ché, perché l’uomo possedesse tutto quanto el mondo, non si può saziare, però che le cose del mondo sono meno di lui; unde di cosa meno di sé saziare non si potrebbe, ma solo nel sangue si può saziare, però che el sangue è intriso e impastato con la deità etterna, natura infinita, maggiore che l’uomo. E però l’uomo ine sazia el desiderio suo, e col fuoco della divina carità: però che per amore fu sparto. [...] Non ci à veramente luogo dove riposare el capo, se non nel sangue e capo spinato di Cristo crocifisso.

Lettera 87.

***


Nosotros fuimos aquella misma tierra donde hincaron el estandarte de la cruz: nosotros somos como el vaso que recibe la sangre del Cordero que por la cruz corría derramada. ¿Por qué fuimos nosotros aquella tierra? Porque la tierra no era suficiente para sostener la cruz en vilo; que también ella hubiera rechazado tanta injusticia; ni el madero fuera suficiente para sostenerlo de pie y clavado si el amor inefable que Él tenía a la salvación nuestra, no le sostuviera; de modo que aquella fogosa caridad por la Gloria del Padre y la salvación nuestra, le sostuvo. Que por eso fuimos nosotros aquella tierra que sostuvo la cruz en pie: y por eso somos el vaso en el que se recoge aquella sangre. [...]

De nuevo me quiero vestir de sangre y despojarme de todo otro vestido que hubiese llevado hasta ahora. Yo quiero la sangre; que en la sangre se satisface y satisfará el alma mía. Me engañaba cuando buscaba entre las criaturas. Porque lo que quiero es en el tiempo de la tribulación sentirme acompañada de la sangre; y así encontraré la sangre y las criaturas: y beberé el afecto y el amor suyo en la sangre. Y así en el tiempo de la guerra gustaré la paz; y en la amargura, la dulzura: y al ser privada de las criaturas y de la ternura del padre, encontraré al Creador y al sumo y eterno Padre. Bañaos en la sangre: y gozad como yo gozo por odio santo de mí misma.

 

Noi fummo quella terra dove fu fitto el gonfalone della croce; noi stemmo come vasello a ricevere el sangue dell'Agnello, che corriva giù per la croce. Perché fummo noi quella terra? Perché terra non era sufficiente a tenere ritta la croce; anco, averebbe la terra refiutata tanta ingiustizia; né chiovo era sufficiente a tenerlo confitto e chiavellato, se l'amore ineffabile che elli aveva alla salute nostra non l'avesse tenuto. Sì che l'affocata carità verso l'onore del Padre e salute nostra el tenne: adunque fummo noi quella terra che tenemmo ritta la croce, e siamo el vaso che ricevemmo el sangue. [...]

E così farò io, quanto Dio mi darà la grazia; e di nuovo mi voglio vestire di sangue, e spogliarmi ogni vestimento che io avesse avuto per infine a qui. Voglio sangue; e nel sangue satisfo e satisfarò all'anima mia. Ero ingannata quando la cercavo nelle creature, sì che io voglio nel tempo della solitudine acompagnarmi nel sangue; e così trovarò el sangue e le creature; e berò l'affetto e l'amore loro nel sangue. E così nel tempo della guerra gustarò la pace, e nell'amaritudine la dolcezza; e nell'essere privata delle creature e della tenerezza del padre, trovarò el Creatore e il sommo ed etterno Padre. Bagnatevi nel sangue e godete, che io godo per odio santo di me medesima.

Lettera 102.

 

***

¿Qué somos nosotros a quienes se nos dio este cansancio? Somos aquellos que no somos; mas, por nuestra culpa, somos dignos de cien mil infiernos, si pudiésemos recibir tantos. Porque ofendimos al Bien infinito, debió seguirse para nosotros una pena infinita; y Dios, en cambio, por Misericordia, nos castigó en el tiempo acabado dándonos una pena corta. Porque las tribulaciones de esta vida se bastan al tiempo de esta vida, y más no. Y por eso, el mayor tormento es pequeño por la brevedad del tiempo que nos dura. Nuestro tiempo, dicen los santos, es como la punta de una aguja. La vida del hombre es casi nada, ¡tan poco es!

Luego, la mayor fatiga es pequeña: el mal que ha pasado ya no lo tenemos con nosotros y el que deba venir no estamos todavía seguros de tenerlo: porque no estamos seguros de tener tiempo, hasta que venga. Sólo este momento presente existe para nosotros, y ninguno más.

 

Noi chi siamo, a cui sono date queste fadighe? Siamo coloro che non siamo; ma per la colpa nostra siamo degni di cento migliaia d'onferni, se tanti ne potessimo ricevere. Però che, perché noi offendiamo el bene infinito, dovarebbe seguitare una pena infinita; e Dio per misericordia ci punisce nel tempo finito, dandoci pena finita, però che tanto bastano le tribulazioni in questa vita, quanto el tempo, e più no; e però ogni grande fadiga è piccola per la brevità del tempo. El tempo nostro, dicono e' santi, è quanto una punta d'aco; la vita de l'uomo è non cavelle, tanto è poca.

Adunque ogni grande fadiga è piccola: la fadiga che è passata, noi non l'aviamo; e quella che debba venire, noi non siamo sicuri d'averla, perché non siamo sicuri d'avere el tempo. Solo dunque questo punto del presente c'è, e più no.

Lettera 110.

***

Nuestro amor está tan unido al amor de Cristo crucificado, que con el amor atrae a sí el amor; esto es, que con el amor ordenado, que es el que se levanta sobre el sentimiento sensitivo, atrae a sí el amor ardiente de Cristo crucificado. Porque nuestro corazón, cuando está enamorado con un amor divino, hace como la esponja que atrae a sí el agua, absorbiéndola. Porque la esponja no absorbería el agua si no se metiera en el agua, aunque ella esté siempre, por su parte, dispuesta naturalmente para eso. Y así digo que aunque ésta sea la disposición de nuestro corazón, dispuesto y apto para amar, si la luz de la razón y la mano del libre albedrío no le levantaran y acercaran al fuego de la divina caridad, no se llenaría de la gracia divina: pero si le acercan y le unen, siempre se colma. Y por eso dije que del amor y con el amor se atrae al amor.

 

[...] Allora l'affetto sta unito nell'affetto di Cristo crucifisso; e con l'amore trae a sé l'amore, cioè con l'amore ordinato, che leva sopra il sentimento sensitivo, trae a sé l'amore affocato di Cristo crucifisso. Però che il cuore nostro, quando è inamorato d'uno amore divino, fa come la spugna, che trae a sé l'acqua, bene che se la spugna non fusse messa nell'acqua non la trarrebbe a sé, non ostante che la spugna sia disposta dalla parte sua. E così ti dico che se la disposizione del cuore nostro, el quale è disposto e atto ad amore, se il lume della ragione e la mano del libero arbitrio non il leva e congiugne nel fuoco della divina carità, non s'empie mai della grazia; ma se s'unisce, sempre s'empie. E però ti dissi che da l'amore e con l'amore si trae l'amore.

Lettera 113.

 

***

¡Oh fuego, abismo de la caridad, tú eres el fuego que arde siempre y no consume: tú el que nos llenas de alegría, de suavidad, de gozo! Al corazón herido por esta saeta toda amargura le parece dulce, todo gran peso se le hace leve... ¿Pero por qué digo que es fuego que arde y no consume? Ahora digo que arde y consume y destruye y disuelve todo efecto o ignorancia nuestra, toda negligencia que estuviese en el alma. Porque la caridad nunca está ociosa, sino que por ella se hacen las más grandes cosas.

 

O fuoco, o abisso di carità! tu se' fuoco che sempre ardi e non consumi, tu se' pieno di letizia, di gaudio e di soavità: el cuore ch'è vulnerato di questa saetta, ogni amaritudine li pare dolce, ogni grande peso diventa leggiero. O dilezione dolce, che ingrassi e pasci l'anima nostra! Perché dicemmo che ardeva e non consumava, ora dico che elli arde e consuma, distrugge e dissolve ogni difetto e ogni ignoranzia e ogni negligenzia che fusse nell'anima, in però che la carità non è oziosa, anzi aduopera grandi cose.

Lettera 127.

***

Conviene que tengas el cuchillo en la mano para defenderte: y que sea de dos filos; esto es: de odio y de amor; amor de la virtud y odio del vicio. Y con este cuchillo apuñalarás al mundo odiando sus estados, delicias, pompas, vanidades: y toda la infinita soberbia; y lo apuñalarás, y perseguirás a los perseguidores con la verdadera paciencia que adquiriste por el amor de la virtud. Apuñalarás al demonio, porque solamente la caridad puede herirle. Y apuñalarás tu sensualidad y fragilidad con el odio, ese odio que trajiste del santo conocimiento de ti mismo; y con el amor de tu Creador, que es amor que adquiriste por el conocimiento de Dios y de ti: que por este amor entraste en la batalla.

 

E convienti avere el coltello in mano con che tu ti difenda, e sia di due tagli, cioè d'odio e d'amore — amore della virtù e odio del vizio — e con questo percotarai il mondo, odiando gli stati delizie pompe e vanità sue e infiata superbia. E percotarai e' persecutori con la vera pazienzia che tu acquistarai da l'amore della virtù. E percotarai el dimonio, però che la carità è sola quella che 'l percuote; e fugge da l'anima come la mosca da la pignatta che bolle. E percotarai la sensualità e fragilità tua con l'odio, el quale odio traesti dal cognoscimento santo di te, e con l'amore del tuo Creatore, el quale amore acquistasti per lo cognoscimento di Dio in te; e per questo amore intrasti ne la battaglia.

Lettera 128.

***

¡Oh piadosa sangre por la que se nos ha destilado la piadosa Misericordia! Tú eres aquella gloriosa sangre donde el hombre ignorante pudo conocer y mirar la verdad del Padre eterno; que con esta verdad, y amor inefable, fuimos creados a la imagen y semejanza de Dios. Ésta fue su verdad, que se nos dio para que participásemos y gozásemos de aquel sumo bien suyo tal como Él lo siente de sí mismo. En la sangre se nos ha manifestado esta verdad porque para otro fin que éste no pudo ser creado el hombre.

¡Oh Sangre!, tú disolviste las tinieblas, dándole luz al hombre para que conociese la verdad y la santísima voluntad del Padre eterno. Tú has llenado el alma de Gracia, de la que ella toma la vida, arrancándose a la muerte eterna... Tú ardes y consumes el alma en el fuego de la divina caridad: porque consumes todo lo que encuentras en el alma que no sea la voluntad de Dios. Pero tú no la afliges ni la mustias por culpa del pecado mortal. ¡Oh dulce Sangre!, tú la despojas de su propio amor sensitivo, ese amor que debilita el alma cuando de él se reviste; tú la vistes, en cambio, del fuego de la divina caridad: porque no podría gustar de ti, Sangre, si tú no la vistieras de fuego: que por fuego de amor fuiste esparcida; tú te acercas al alma: porque no tenga amor sin fortaleza ni fortaleza sin perseverancia; por eso fortificas y confortas al alma en toda adversidad.

 

O sangue piatoso, ché per te si distilò la piatosa misericordia: tu se' quello glorioso sangue dove lo ignorante uomo può conosciare e vedere la verità del Padre eterno, con la quale verità e amore inefabile fumo creati alla immagine e similitudine di Dio. (La sua verità fu questa: perché participassimo e godessimo di quello sommo bene suo, el quale egli gusta in sé. Nel sangue ci ài manifestata questa verità, e per altro fine non creasti l'omo).

O sangue, tu disolvesti la tenebre, e desti la luce a l'uomo acciò che conoscesse la verità e la santa volontà del Padre eterno. Tu ài impita l'anima di grazia, ond'ella à tratta la vita ed è privata della morte eternale. Tu ingrassi l'anima del cibo de l'onore di Dio e salute dell'anime, tu la satolli d'obrobii — desiderandoli e portandoli per amore di Cristo crocifisso —. Tu ardi e consumi l'anima nel fuoco de la divina carità, cioè che consumi ciò che trovassi nell'anima fuori della volontà di Dio, ma tu non l'affligi né disecchi per colpa di peccato mortale. O sangue dolce, tu la spogli del propio amore sensitivo — el quale amore indebilisce l'anima che se ne veste —, e à'la vestita del fuoco della divina carità, perché non può gustare te, sangue, che tu non la vesta di fuoco — perché tu fusti sparto per fuoco d'amore — acostandoti ne l'anima. Perché amore non è senza fortezza, né fortezza senza perseveranzia: e però la fortifichi e conforti in ogni aversità.

Lettera 195.

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[...] No durmáis, vigilad continuamente; y no con la vigilia corporal solo, sino con la intelectual, que es la vigilia que se sigue de la oración continua; esto es, del fogoso deseo y amor de las almas hacia su Creador; que esta es la oración que honra a Dios salvando las almas. Bañaos en la sangre de Cristo crucificado y en ella muera todo placer y apariencia humana, para que muerta la voluntad propia, corráis por el camino de la verdad. Esto es lo que os digo.

 

[...] Voi non stiate a dormire, ma vegghiate continuamente; e non solo della vigilia corporale, ma della vigilia intellettuale, alla quale vigilia seguita la continua orazione, cioè l'affocato desiderio e amore dell'anime, verso il suo Creatore: però che sempre òra in onore di Dio e in salute dell'anime. Bagnatevi nel sangue di Cristo crucifisso; e ine muoia ogni piacere e parere umano, sì che, morto a ogni voluntà propria, corriate per la via della verità. Altro non vi dico.

Lettera 199.

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Si yo hago principio de mi vida la penitencia corporal, edifico la ciudad del alma sobre la arena. Cualquier vientecillo la derribará; nada podré poner encima. Pero si yo empiezo construyendo sobre la virtud, fundándome sobre la piedra viva de Cristo — Jesús dulce—, no haré fábrica por grande que sea que no se sostenga firmemente; no habrá viento, por contrario que sea, que pueda dar con ella en tierra.

 

Se io fo il mio principio nella penitenzia corporale, io edifico la città dell'anima sopra l'arena, che ogni picciolo vento la caccia a terra, e neuno edificio vi posso ponere su. Ma se io edifico sopra la virtù, è fondato sopra la viva pietra Cristo dolce Gesù, e non è veruno edificio tanto grande che non vi stia su bene, né vento sì contrario che mai il dia a terra.

Lettera 213.

***

En todas partes se encuentra la oración porque siempre lleva consigo el lugar donde Dios habita por la gracia: allí es donde debemos rezar: en la casa de nuestra alma, donde están rezando continuamente nuestros santos deseos. Estos deseos se encienden a la luz de la inteligencia para espejarse en ella: para mirarse en ese fuego inestimable de la divina caridad que arde por la sangre esparcida: por la generosidad del amor que recogió la sangre en el vaso del alma. A esto se debe de atender: al conocimiento, que de la sangre se embriaga; el que en la sangre arde y consume la propia voluntad; a esto sólo se debe de atender en la oración y no a repetir numéricamente una multitud de Pater Noster. Porque así haremos nuestra oración fiel y continua, ya que por ese fuego de la caridad es como conocemos el poder de Dios para darnos lo que le pedimos. Es Sabiduría suma la que sabe dar, discerniendo, aquello que nos es necesario; y es Padre clementísimo y piadoso el que quiere darnos aún más de lo que nosotros deseamos; más de lo que nosotros supimos pedirle. Que esta es la oración humilde: la que ha conocido en sí misma su propio defecto, su no ser nada. Esta es la oración por medio de la cual alcanzaremos la virtud y conservaremos en nosotros su afecto.

 

In ogni luogo truova l'orazione, perché sempre porta seco il luogo dove Dio abita per grazia e dove noi oriamo, cioè la casa dell'anima nostra, dove òra il continuo santo desiderio. El quale desiderio si leva col lume de l'intelletto a specolarsi in sé, e nel fuoco inestimabile della divina carità, il quale truova nel sangue sparto per larghezza d'amore, e il sangue truova nel vasello dell'anima. A questo attende, e debba attendere di cognoscere, acciò che nel sangue s'inebrii, e nel fuoco ardi e consumi la propria voluntà, e non solamente a compire il numero de' molti paternostri. Così faremo l'orazione nostra continua e fedele; perché nel fuoco della sua carità cognosceremo che egli è potente a darci quello che adimandiamo; è somma sapienzia, che sa dare e discernere quello che c'è necessario; ed è clementissimo e pietoso Padre, che ci vuole dare più che l'anima non desidera, e più che non sa adimandare per la sua salute e bisogno. E dissi che ella è umile, perché à cognosciuto in sé il difetto suo, e sé non essere. Questa è quella orazione per cui mezzo veniamo a virtù, e conserviamo in noi l'affetto d'esse virtù.

Lettera 213.

***

El alma que no se ve a sí misma por sí misma, sino que se ve a sí misma por Dios, y a Dios por Dios sólo, en cuanto es suma y eterna verdad, digno de ser amado por nosotros, viéndose de este modo, viendo el efecto de su fogoso amor consumido, encuentra las imágenes de las criaturas en Dios, y en sí misma encuentra a Dios como imagen suya. Porque aquel amor en que se está mirando, es el que Dios le tiene, y así, ese mismo amor se le extiende a toda criatura; y por eso, súbitamente, se siente impulsada a amar al prójimo como a sí misma, porque ha visto cómo le ama Dios tan sumamente, al verlo o mirarlo reflejado en el mar de la divina esencia. Entonces, su deseo la dispone para amarse a sí misma en Dios y a Dios en sí misma: porque le sucede como al que se mira en el remanso de una fuente: que al ver su propia imagen en el agua, en ella se ama y se deleita; y si éste es cuerdo, antes se moverá al amor del agua que al amor de sí mismo: porque si no se hubiese visto en el agua no se hubiese podido amar ni deleitar con ello; ni hubiera podido corregir algún defecto de su rostro que la imagen del agua le enseñara.

 

Però che l'anima, che non vede sé per sé, ma vede sé per Dio e Dio per Dio, in quanto è somma ed etterna bontà, degno d'essere amato da noi, raguardando in lui nell'affocato e consumato amore, truova la immagine de la creatura in lui; sé medesimo truova in Dio immagine sua, cioè che quello amore che vede che Dio à in lui, quello medesimo amore distende in ogni creatura. E però subbito si sente costretto ad amare el prossimo come sé medesimo, perché vede che sommamente Dio l'ama, raguardandosi sé nella fonte del mare de la divina essenzia. Allora el desiderio si dispone ad amare sé in Dio e Dio in sé, sì come colui che raguarda nella fonte, che vi vede la imagine sua; vedendosi sì s'ama e si diletta, e se egli è savio, prima si movarà ad amare la fonte che sé, però che se egli non si fusse veduto, non s'averebbe amato né preso diletto, né corretto el difetto della faccia sua, el quale vedeva in essa fonte.

Lettera 226.

***

 

¡Oh dulce sangre que resucitaste a los muertos! Sangre que diste vida; que disolviste las tinieblas en las ciegas mentes de las criaturas de razón, dándoles la luz. Dulce sangre que has unido a los discrepantes; tú vestiste de sangre a los desnudos; tú alimentaste a los hambrientos, dándote en bebedizo a los que tuvieron, y tienen, sed de sangre; tú, con la leche de tu dulzura, nutriste a los pequeños; a los que se hicieron pequeños por una verdadera humildad e inocentes por una pureza verdadera. ¡Oh sangre!, ¿quién no se emborracha de ti? Solamente los propios amadores de sí mismos; y esos, porque no sienten tu perfume.

 

O sangue dolce che resuscitavi e' morti! Sangue, tu davi vita; tu dissolvevi la tenebre delle menti acecate delle creature che ànno in loro ragione, e davi lume.

Sangue dolce, tu univi i discordanti; tu vestivi gli nudi.

Sangue, tu pascevi gli affamati; e daviti in beveraggio a quelli che avevano e ànno sete del sangue; e col latte della dolcezza tua notricavi i parvoli, che sono fatti piccioli per vera umilità, e innocenti per vera purità.

O sangue, e chi non si inebria in te? gli amatori proprii di loro medesimi, però che non sentono l'odore tuo.

Lettera 295.

***

 

(Cuenta la muerte de Nicolás de Tuldo.)

¡Arriba, arriba!, no durmamos más, porque hasta a mí llegaron noticias que me hicieron saltar del lecho rechazando las coberturas. Que entre mis manos tengo una cabeza cortada y la siento tan dulcemente que ni el corazón puede ya pensarlo siquiera, ni decirlo la lengua, ni los ojos verlo, ni escucharlo los oídos. Anduvo, antes, el deseo de Dios moviéndome entre tantos misterios, que ahora no los digo por no alargarme demasiado. Fui a visitar a quien sabéis, el cual recibió de mi visita tanta consolación y fortaleza, que se confesó y dispuso admirablemente, haciéndome que le prometiera por amor de Dios cuando fuese llegado el tiempo de la justicia, que yo me estuviera a su lado. Y así se lo prometí y así lo hice. Muy de mañana, antes de oírse la campana del toque de oración, fui hasta él, con lo que le di gran consuelo. Lo llevé a oír misa y recibió en ella la santa Comunión, que nunca hasta entonces había recibido. Estuvo aquella voluntad tan acordada y sometida a la voluntad de Dios, que sólo le quedaba el temor de no lograr ser bastante fuerte hasta el último extremo. Pero la desmesurada y ferviente bondad de Dios le engañó, creándole tanto afecto y amor por el deseo divino, que no sabía estarse sin él diciendo: estate conmigo y no me abandones, que así me estaré siempre bien y moriré contento. Y tenía apoyada su cabeza sobre mi pecho. Yo sentía, entonces, jubilosamente, el olor de su sangre juntándose al olor de la mía; la cual yo sólo deseo que se esparza por el dulce esposo Jesús. Creciendo, entonces, este deseo de mi alma y sintiendo el miedo que él tenía, le dije: ten fortaleza, dulce hermano mío, que ya pronto llegaremos a la boda; tú irás bañado en la dulce sangre del Hijo de Dios, con el dulce nombre de Jesús, el cual no quiero que se aparte jamás de tu memoria. Y yo te esperaré en el lugar de la justicia... Su corazón perdió así el miedo, y en su rostro se transformaba la tristeza en alegría; y gozaba y se alegraba, exclamando: ¿de dónde me viene tanta gracia, que la dulzura de mi alma me va a esperar al lugar santo de la justicia? ¡Ya veis cuánta luz había alcanzado, que le llamaba santo al patíbulo! Y decía: yo iré tan glorioso y tan fuerte, que me parecerán miles de años los que tarde en llegar, pensando que allí me esperáis. Y decía tantas palabras dulces, que era un asombro de la bondad de Dios.

Le esperé en el sitio donde iban a ajusticiarle; y le esperaba estando en continua oración ante la presencia de María y de Catalina virgen y mártir. Pero antes de que él llegase, yo me incliné poniendo mi cuello bajo el tajo, a ver si me cabía; pero no, que no me llegaba, ¡de tal modo estaba yo solamente llena de amor propio! Allí subida, recé y supliqué y dije: ¡María!, porque yo quería que me hiciese la gracia de que en aquel momento extremo se llenara de luz y de paz su corazón para que yo le pudiese ver, de este modo, llegar hasta el fin suyo. Colmose, entonces, mi alma, tanto, que habiendo allí multitud de pueblo no pude ni ver criatura; tal era la dulce promesa que se me hizo.

Al fin llegó como un corderillo manso: y al verme comenzó a reír, queriendo que yo le santiguara. Así lo hice, diciéndole: ¡andando! a la boda, oh dulce hermano mío, que pronto estarás en la vida duradera. Se colocó allá, mansamente; yo le separé del cuello la ropa, e inclinada sobre él, le recordé la sangre del Cordero. Sus labios no decían mas que Jesús y Catalina. Y diciéndolo, recibí yo aquella cabeza entre mis manos, cerrando él los ojos en la bondad divina diciendo: lo quiero.

Entonces le veía yo: Dios-y-hombre como se ve la claridad del sol: y así estaba abierto recibiendo la sangre y en su sangre un fuego de deseo santo, el que le fue dado y escondido en el alma por la gracia; recibiole Dios en el fuego de la divina caridad porque había recibido su sangre y su deseo, recibiendo ahora su alma y poniéndola en la llaga abierta de su costado, toda llena de misericordia: que así se manifiesta la Verdad primera que sólo por la gracia y misericordia él la recibía y no por ningún otro motivo.

¡Oh qué inestimable dulzura es mirar la bondad de Dios! ¡Con cuánta dulzura y amor la esperaba aquel alma separada del cuerpo! Se volvieron los ojos de la Misericordia hacia él cuando le entraba en el costado bañado de su sangre, sangre que valía por la sangre del Hijo de Dios. Y así fue recibido de Dios por la potencia (potencia de poderlo hacer), y el Hijo, corno sabiduría, el Verbo encarnado, le dio en participación el cruzado amor con el cual recibiera la penosa y oprobiosa muerte por la obediencia que le tuvo al Padre en utilidad de la humana naturaleza y de todas las generaciones. Y las manos del Espíritu Santo se le apretaron dentro.

Pero lo que él hacía era un dulce acto estremecedor para miles de corazones. Y no me maravilla porque estaba gustando ya la divina dulzura. Se volvió como hace la esposa cuando llega a la puerta de su marido, que vuelve los ojos y la cabeza hacia atrás, inclinándola sobre el que la acompaña, y muestra con ello, de este modo, la señal de su agradecimiento.

Cuando le llevaron, se reposó mi alma en la paz y en la quietud, y en tanto olor de sangre, que apenas pude soportar el tener que quitarme aquella sangre suya que sobre mí se había vertido.

¡Ay mísera, miserable de mí!: no quiero decir más. Quedé en la tierra con grandísima envidia. Y paréceme que la primera piedra ya ha sido colocada. No es maravilla, porque no quiero yo otra cosa que no sea esta de veros anegados en la sangre y en el fuego que manan del costado del Hijo de Dios. Que ya basta de negligencias, hijos míos dulcísimos, porque la sangre que comienza a verterse empieza a recibir la vida. Jesús, dulce; Jesús, amor.


Su su, padre mio dolcissimo, e non dormiamo più, ché io odo novelle che io non voglio più né letto né testi. Ò cominciato già a ricevare uno capo nelle mani mie, el quale mi fu di tanta dolcezza, che 'l cuore nol può pensare, né la lingua parlare, né l'occhio vedere, né orecchie udire. Andò el desiderio di Dio, tra gli altri misterii fatti inanzi, e' quali non dico ché troppo sarebbe longo.

Andai a visitare colui che vi sapete, e elli ricevette tanto conforto e consolazione che si confessò e disposesi molto bene. E fecemisi promettare per l'amore di Dio che, quando venisse el tempo della giustizia, io fusse con lui, e così promisi e feci. Poi, la mattina inanzi la campana, andai a lui, e ricevette grande consolazione; menà'lo a udire la messa e ricevette la santa comunione, la quale mai più non aveva ricevuta. Era quella volontà acordata e sottoposta alla volontà di Dio; solo v'era rimaso uno timore di non essere forte in su quello punto: ma la smisurata e affocata bontà di Dio lo ingannò, creandoli tanto affetto e amore nel desiderio di Dio, che non sapeva stare senza lui, dicendo: «Sta' meco e non m'abbandonare, e così non starò altro che bene, e morrò contento!»; e teneva el capo suo in sul petto mio.

Io sentivo uno giubilo, uno odore del sangue suo, e non era senza l'odore del mio, el quale io aspetto di spandere per lo dolce Sposo Gesù. Crescendo el desiderio nell'anima mia e sentendo el timore suo, dissi: «Confortati, fratello mio dolce, ché tosto giognaremo alle nozze. Tu n'andarai bagnato nel sangue dolce del Figliuolo di Dio, col dolce nome di Gesù, el quale non voglio che t'esca de la memoria; io t'aspettarò al luogo de la giustizia». Or pensate, padre e figliuolo, che 'l cuore suo perdé ogni timore, la faccia sua si transmutò di tristizia in letizia; godeva e essultava e diceva: «Unde mi viene tanta grazia che la dolcezza dell'anima mia m'aspettarà al luogo santo de la giustizia?» (è gionto a tanto lume che chiama el luogo de la giustizia luogo santo!) E diceva: «Io andarò tutto gioioso e forte, e parrammi mille anni che io ne venga, pensando che voi m'aspettarete ine»; e diceva parole tanto dolci che è da scoppiare della bontà di Dio! Aspettà'lo al luogo de la giustizia e aspettai ine con continua orazione e presenzia di Maria e di Caterina vergine e martire. Inanzi che giognesse elli, posimi giù, e distesi el collo in sul ceppo; ma non mi venne fatto che io avessi l'affetto pieno di me ine su. Pregai e constrinsi Maria che io volevo questa grazia, che in su quello punto gli desse uno lume e pace di cuore, e poi el vedesse tornare al fine suo. Empissi tanto l'anima mia che, essendo la moltitudine del popolo, non potevo vedere creatura, per la dolce promessa fatta a me. Poi egli gionse, come uno agnello mansueto, e, vedendomi, cominciò a ridere, e volse che io gli facesse el segno de la croce; e, ricevuto el segno, dissi: «Giuso alle nozze, fratello mio dolce, che testé sarai alla vita durabile!» Posesi giù con grande mansuetudine, e io gli distesi el collo, e chinà'mi giù e ramentà'li el sangue de l'Agnello: la bocca sua non diceva se non «Gesù» e «Caterina», e così dicendo ricevetti el capo ne le mani mie, fermando l'occhio nella divina bontà, dicendo: «Io voglio!».

Allora si vedeva Dio e Uomo, come si vedesse la chiarità del sole, e stava aperto e riceveva sangue nel sangue suo: uno fuoco di desiderio santo, dato e nascosto nell'anima sua per grazia, riceveva nel fuoco della divina sua carità. Poi che ebbe ricevuto el sangue e 'l desiderio suo, ed egli ricevette l'anima sua e la misse nella bottiga aperta del costato suo, pieno di misericordia, manifestando la prima Verità che per sola grazia e misericordia egli el riceveva, e non per veruna altra operazione.

O quanto era dolce e inestimabile a vedere la bontà di Dio, con quanta dolcezza e amore aspettava quella anima partita dal corpo - volto l'occhio de la misericordia verso di lui — quando venne a entrare dentro nel costato, bagnato nel sangue suo, che valeva per lo sangue del Figliuolo di Dio - così ricevette da Dio per potenzia: fu potente a poterlo fare -; e 'l Figliuolo, sapienzia Verbo incarnato, gli donò e feceli participare el crociato amore col quale elli ricevette la penosa e obrobiosa morte, per l'obedienzia che elli osservò del Padre in utilità de l'umana natura e generazione; le mani de lo Spirito santo el serravano dentro. Ma elli faceva uno atto dolce, da trare mille cuori - non me ne maraviglio, però che già gustava la divina dolcezza -: volsesi come fa la sposa quando è gionta all'uscio de lo sposo, che vòlle l'occhio e 'l capo adietro, inchinando chi l'à acompagnata, e con l'atto dimostra segni di ringraziamento.

Riposto che fu, l'anima mia si riposò in pace e in quiete, in tanto odore di sangue, che io non potevo sostenere di levarmi il sangue, che mi era venuto addosso, di lui.

Oimè misera miserabile! non voglio dire più. Rimasi nella terra con grandissima invidia. E parmi che la prima pietra sia già posta. E però non vi maravigliate, se io nonv'impongo altro se non di vedervi annegati, nel sangue e nel fuoco che versa il costato del Figliuolo di Dio. Or non più dunque negligenzia, figliuoli miei dolcissimi, poichè 'l sangue comincia a versare, e a ricevere la vita. Gesù dolce, Gesù amore.

 Lettera 273.