TEMA
DE LAS MUTACIONES DEL MAR
I
He construido mi casa en un verdor
golpeado por el mar,
Entre los pinos de una selva dispersa;
Durante los inviernos de cinco años ha
sobrellevado
Incesantes vientos y en el aire salado
ha sido
Descolorida en sus tejas hasta un gris
plateado,
Que aun ahora, cuando es inminente la
primavera,
Rima con malezas de dormido laurel.
A lo largo de esta costa, malezas de
laurel silvestre abundan
Con hojas tan amargas como la gloria
gastada,
Si los inveterados inviernos no
intervinieran
Y deshojaran y desparramaran todo el
renegrido verdor;
Pero aquí no fue coronada ninguna cabeza
mortal;
A lo largo del mar sólo es alabado el
coraje,
Y sólo el mar adorna los disolutos
ahogados.
El laurel resume la abstracta
mortalidad,
Descoloridas ramas que brotan de un
suelo arenoso,
Tan penetrable por el viento como los
muertos
Que desaforadamente vociferaron en torno
De la zanja del sacrificio, ávidos de la
vertida sangre,
Y no se apaciguaron hasta que Tiresias
llegó
De su horrible merienda del carnero
degollado.
No es indispensable verter negra sangre
en la arena.
Con demasiada facilidad surge ahora la
turba de los muertos.
Pero si vinieran
Estarían mudos aunque les latiera el
corazón.
Aunque al fin llegara
Apoyado en su vara de oro, tambaleante y
ciego,
Tiresias, que entre los oscilantes
muertos,
Es afamado por su reposado consejo,
¿Quién lo escucharía, si llegara, aunque
todo lo que dijera
Estuviera expresado en raras y profundas
palabras,
Ya que las voces incorpóreas se han
olvidado del sonido?
¿Quién escucha ahora el ronco lenguaje
de los muertos,
O atiende predicciones de un pasado
náufrago?
II
He construido mi casa sobre estas antiguas arenas
Barridas hacia la costa desde el mar, y
más allá de la costa,
Rechazados restos del mar sumándose al
caudal perdido por la espuma
Durante diez mil años o más,
Hasta que lo que fue del mar pertenezca
a la tierra.
Yo elegí esta atalaya sobre el variable
mar,
Después de muchos viajes, para encontrar
No calma, porque la calma es una
constante de la mente,
Sino en este aire, cambiado por el mar,
una constancia—
Como la mirada de un hombre contraída en
lo que ama—
Ya que debo retener en contemplación
La móvil fluencia de la historia humana
Que se dirige al mar como se dirige a la
costa.
Elijo esta inconstante y extraña costa,
Todo se gana y se pierde,
Se pierde y vuelve a ganarse,
Como si cada día estuviera presente en
la creación.
¿Y si las largas escolleras amplifican
la tierra,
Y se retira el mar ante una playa que se
ensancha,
Cuando las grandes aguas irrumpen? Todo,
nuevamente, es cambio
Y nuevamente cambio. Los más antiguos
contornos
De estas costas que refluyen
Están siempre sujetos a la venganza del
mar.
Aquí estamos tan proyectados
En los espaciosos mares, que estamos
obligados a saber
Cómo ocurren todas las cosas.
Más aguda que el sabor de la tormenta en
la mejilla, sentimos
Con sensualidad la oportuna rueda:
Y así sabemos que el avance plateado de
la morosa primavera
Y que la áurea derrota del fugitivo
otoño
Son dones de una larga extravagancia.
Los sentidos arrebatados por el mar
fácilmente conciben
Lo que hubiera quedado como un
pensamiento sin vida
Que todos admiten y en el que nadie
acaba de creer,
Que todo ordenado cambio de forma
Trae desorden de los vientos y tormenta
destructora.
Atento a toda esta natural pleamar y
bajamar,
Creí que me enseñarían a soportar
En el salado escalofrío
De este aire traído por el mar
La inundación que es mortal para nuestra
historia.
El mar, como el remordimiento, está en
todas partes
Y sus grandes naufragios tienen mástiles
que sobreviven largo tiempo.
Traicionado entre dos mundos, entre dos
guerras,
Nada más triste he soportado que el
cambio,
Nada más oscuro que la noche,
Ningún espectáculo más terrible
Que el de guerreros para quienes el
honor es extraño.
Debo aprender de nuevo el gran papel del
Hombre
Aunque para cada hombre las líneas son
escasas—
Proclamando con la pasión que me sea
otorgada
El papel que primero representó, y
noblemente, un griego,
El tiempo es la trágica responsabilidad
del hombre
Y sobre su espalda lleva
Los años destructivos y los prolíficos.
Y por eso, lo juro, debe rodear cada
hecho
De escrúpulos que mantengan intacta
No sólo su dignidad, sino la dignidad
humana.
Que no incurra en el error común
De pasar por alto las manchas de la
corrosiva sal—
¡Que yo no lave las lágrimas de mi
máscara histriónica!
Quiero proseguir con el drama;
Pero en el fondo oigo caer las grandes
bombas
Y tiemblo temeroso de que se detenga el largo
drama
Y sólo las estatuas de los grandes
Contemplen un reino de escombros en un
día abarrotado.
III
El esplendor del mediodía atraviesa
rayas de cobalto
Y se dilata más allá en azul y pálida
luz.
Si el azul fuera todo, éste sería el mar
donde los griegos
Se agazapaban como las ranas de Platón
en torno al estanque.
¡El mar, el mar, arde de antigüedad!
Había un mar cuya playa engendraba
dioses como espuma,
Sal en sus labios, la animación
De sus rostros como la luz
De un invisible júbilo, el brillo de su
aliento,
No provenía de la marea rígida, y ellos
Anudaban las manos en las salvajes
crines de los caballos
Y los caballos emergían de las olas, más
extraños
Y más fuertes que las olas que saltan, y
venían
Escarceando como luz sobre la orilla y
ahí,
Aquietando su temblor en el aire
luminoso,
Eran transmutados en maravillas de
impasible mármol.
De qué depende todo nuestro estado
Si no de la arquitectura de las olas,
Esa blancura insistente en que ninguna
blancura permanece,
Secuencia de olas que no significan un
fin,
Salvo, bajo el viento que hostiga,
El de apresurarse hacia la costa y
abrumar
La antigua división del dominio de los
dioses.
El mar está sujeto a otro reino.
La necesidad del orden creó primero a
los dioses
Inmortales, luego les dio generación,
Pues cada dios es destronado por su
hijo,
Y un dios depuesto es una cruel
fantasía.
Así cada orbe que ha concebido la mente
Concibe su propia corrupción.
Pronto fue olvidado el dios más antiguo
Cuando sus potentes miembros se
hundieron en el mar,
Miro otro mar
Y ahora que el mundo está desbaratado,
Y se mutilan los estados o se logran,
Recuerda que el Amor llegó en la inmediata
marea
Reflejando en un escalofrío de
resplandeciente espuma
El alba incluida en su secreta concha.
Ningún otro dios ha tenido imperio tan
visible.
IV
La muerte a todos nos saluda sin
cortesía
Y todos los colores del mar son fríos,
Como ahora, cuando sensuales verdes
avanzan
Bajo el impulso de las olas contrarias,
Hacia deseables azules. El mar es viejo,
Severo y frío, secreto como la
antigüedad
Bajo el rumor del tiempo. Y el mar
delira
Atravesado de tormentas, agitado de
truenos,
Pero tiene una poesía tan profunda
Que sólo la no obturada oreja atada al
mástil
La escuchará, o tal vez los perdidos,
Pacientes cuerpos de los náufragos.
I
I have built my house amid sea-bitten
green,
Among the pitch pines of a dispersed
wood;
The winters of five years it has
withstood
Incessant winds and in the salt air been
Bleached in its shingles to a silvery
gray,
Which even now, when spring is overhead,
Answers from thickets of unwakened bay.
Along this coast, thickets of wild bay
abound
With leaves as bitter as worn fame would
be,
Did not the inveterate winters intervene
To strip and scatter all the blackened
green;
Yet here no mortal head was ever
crowned;
Along the sea, courage alone is praised;
And only the sea adorns the dissolute
drowned.
The bay resumes abstract mortality,
Bleached branches breaking from a sandy
ground,
As penetrable to the wind as were the
dead
Who wildly clamored round
The sacrificial pit for the spilt blood
And were not cased before Tiresias came
To his dread repast from the slain ram.
No need to pour out black blood on the
sand.
The multitude of the dead is now too
easily raised.
Yet should they come
They would, though the heart lift and
beat, be dumb.
Even if he should come at last
Upon his golden staff, stumbling and
blind,
Tiresias, who, among the shifting dead,
Has high repute for holding a steadfast
mind,
Who’d listen, should he come, though all
he said
Were borne in words rare and profound,
Unbodied voices being unused to sound?
Who listens now to the hoarse speech ef
the dead,
Or heeds predictions from a derelict
past?
II
I have built my house upon these ancient
sands
Swept shoreward from the sea and beyond
the shore,
Spurned sea-loss adding to the
spume-lost store
Ten thousand years or more,
Until what was the sea’s remains the
land’s.
I chose this outlook on the changeable
sea,
After much voyaging, to find
Not calm, for calm’s a constant of the
mind,
But in this sea-changed air a constancy—
Like a man’s look contracted where he
loves—
Since I must hold in contemplation
The shifting flow of human history
That seaward sets even as it shoreward
moves.
I choose this strange inconstant coast,
Where all is won and lost,
Lost and again won,
As though each day were present at
creation.
What if the long breakwaters amplify the
land,
The sea retire before a widening strand,
When the great waters break? Then all
once more is change
And again change. The oldest contours
Of these refluent shores
Are subject always to the sea’s revenge.
Here we are so far flung out
Into the spacious seas, we cannot choose
but know
How all things come about and about.
Sharper than any gale’s tang on the
cheek, we feel
Sensuously the seasonable wheel:
Know the delayed spring’s silvery
advance
And autumn’s soon retiring golden rout
Are largess in a long extravagance.
Sea-ravished senses easily conceive
What else had lain as an unquickened
thought
Which all acknowledge and none quite
believe,
That every ordered change of form
Brings winds’ disorder and destroying
storm.
Alert to all this natural ebb and flow,
I thought I should be taught to bear
In the salt shudder of this sea-borne
air
The fall and flood that’s fatal to our
history.
The sea, like remorse, is everywhere
And its great wrecks have long surviving
spars.
Between two worlds betrayed, between two
wars,
I’ve had no sadder thing to bear than
change,
No darker thing than night,
No more dread sight
Than warriors to whom honor is strange.
I must leam again the great part of Man—
Though the lines are scant that any man
may speak—
Proclaiming with such passion as I can
The part first played, and nobly, by a
Greek.
Time is man’s tragic responsibility
And on his back he bears
Both the prolific and destroying years.
And so, I swear, he must surround each
act
With scruples that will hold intact
Not merely his own, but human dignity.
Let him not fall into that common fault
Which is to ignore stains of corroding
salt—
Let me not wash my actor’s mask of
tears!
I long to get on with the play—
But then in the background I hear great
bombs drop
And suddenly tremble lest the long play
stop
And only the statues of the great survey
A reign of rubble in a littered day.
III
Noon’s brilliance strains through cobalt
streaks
To spread in azure and pale light
beyond.
If blue were all, this were the sea
where Greeks
Squatted like Plato’s frogs about a
pond.
The sea, the sea, burns with antiquity!
There was a sea casts gods from its surf
like spray,
Salt on their lips, the animation
On their faces like the light
From an invisible joy, the brightness of
their breath
Not from the stiff and breathing surge,
and they
Knotted their hands in the wild manes of
horses
And the horses emerged from the waves,
stranger
And stronger than the leaping waves, and
came
Trampling like light upon the shore and
there,
Stilling their trembling in the luminous
air,
Were mused to marvels of untroubled
stone.
On what indeed does all our state depend
But on the architecture of the waves,
That staring whiteness where no
whiteness stays,
Sequence of waves that signify no end
Unless it be, under the harassing wind,
To hasten toward the shore and overwhelm
The old division of the gods’ dominion.
The sea is subject to another realm.
The need for order first created gods
Immortal, then gave them generation,
Since every god is unthrone by his son,
And a deposed god is a cruel fantasy.
So every order that the mind’s conceived
Conceives its own corruption.
The oldest god was soon forgotten
When his potent members sank into the
sea.
I look upon another sea
And now the world’s confounded into odds
And state is mutilated or achieved,
Remember that Love came on the immediate
swell
Reflecting in a shiver of resplendent spray
The dawn enclosed within her secret
shell.
No other god has held so visible a sway.
IV
Death geets us all without civility
And every color of the sea is cold,
Even as now, when sensual green advance
Under the contrary waves’ propensity
Toward desirable blues. The sea is old,
Severe and cold, secret as antiquity
Under the soud of time. And the sea
rants,
Storm-crossed, thunder-tossed,
Yet has a poetry so profound
That none but the unwaxed ear to the
mast bound
Should hear it, or it may be the lost
Long-listening bodies of the drowned.