viernes, 13 de julio de 2018

Jorge Guillermo Borges: Rubaiyat de Omar Khayyam

PARÁFRASIS DE LAS RUBAIYAT DE OMAR KHAYYAM
Castellanizadas del inglés de Edward Fitzgerald por Jorge Guillermo Borges.

I

Ya levantan sus tiendas las estrellas
del agredido campo nocturnal,
con flechas de oro el cazador de oriente
acribilla la torre del sultán.

II

Suena el clarín del gallo, en la taberna
dice una voz :—¡Hermanos despertad!
¡Si se seca la copa de la vida
ya nunca más se volverá a llenar!

III

Y aquellos que esperaban
de la taberna fuera en el portal
¡breve es el plazo, gritan, si partimos
ya no podremos retornar jamás!

IV

Con el año que empieza, verdemente
el prado torna a su florida edad,
de sus tibias cenizas los deseos
a repetir las súplicas vendrán.

V

El Iram y sus rosas se perdieron
en la blanca extensión del arenal,
pero aún la vid nos brinda sus rubíes
y junto al agua hay un vergel de paz.

VI

David rezando calla, mas la flauta
del ruiseñor alegre en su cantar
dice a la rosa : vino, rojo vino
tu pálida mejilla encenderá.

VII

¡Llenad la copa, en el ardiente estío
quemad el manto de invernal pesar!
El tiempo es ave que fugaz se aleja
Ya el ave alerta sobre el ala está!

VIII

Rosas a miles nacen cada día
y a miles mueren cuando el sol se va.
El mismo mes que nos regala rosas
arrebata a Jamshyd y a Kaikobad.

IX

Ven con el viejo Omar y no lamentes
porque Jamshyd se fuera y Kaikobad
deja que llame Rustrum a las armas
o grite ¡Jatim vamos a yantar!

X

Sobre, el verde tapete que separa
el campo en flor del árido arenal,
¿quién al amo distingue del esclavo,
quién codicia la fama del sultán?

XI

Bajo el verde dosel un libro amigo,
una bota de vino, blanco pan
tú a mi lado cantando y el desierto
fuera de veras el jardín de Alláh.

XII

Unos buscan la gloria de este mundo
otros buscan la gloria celestial.
Venga el dinero en mano y vaya el resto,
deja el tambor lejano retumbar.

XIII

En el jardín, desatan sus corolas
los floridos rosales y nos dan
el áureo polen y aromado incienso
que las brisas esparcen al pasar.

XIV

¡Las terrenales ansias realizadas
sombra de polvo son y nada más!
como la nieve en el desierto brillan
un instante fugaz…

XV        
 
Oro atesores, despilfarres oro,
la tumba os mide con criterio igual.
El barro de tu cuerpo es siempre barro
¡Y el barro de la tierra abonará!

XVI

En este albergue en ruinas cuyas puertas
son noches y son días ¡cuanto afán!
¡Cuánto fiero señor por breves horas
detuvo el paso y se volvió a marchar!

XVII

¡Los patios de Jamshyd! donde su gozo
ardiera un día—albergan el chacal,
¡silvestres asnos pastan a su antojo
donde descansa el cazador Bohram!

XVIII

Donde muriera el paladín, las rosas
como teñidas por su sangre están.
¡Sueñas acaso de que blanco pecho
estos jazmines dicen la beldad!

XIX

Y este musgo viviente que tapiza
la tierra de finísimo lampás,
sé leve a su blandura, pues quién sabe
de qué cuerpo gentil llegó a brotar.

XX

Llena la copa que resguarda el pecho
de torpe miedo y de infantil pesar.
¡Mañana! ¿Dónde me hallaré mañana?
¿Cuando la luz se apaga, dónde va?

XXI

Cuanto noble varón de claro empeño
en el embate quieto del azar
vació su copa y se perdió en silencio
entre la bruma gris del más allá.

XXII

Entretanto busquemos la ventura,
que presto cesa, en el oscuro umbral
donde la muerte aguarda; dime ¿sabes
ese hondo lecho para quién será?

XXIII

Gozad la vida, fenecida pasa
a nadas de insaciable eternidad,
polvo de polvo, sin amor ni amada,
sin vino, sin canción y sin soñar.

XXIV


A cuantos se desvelan por las cosas
de este mundo o del mundo que vendrá
un muezín de la torre grita: ¡tontos!,
la recompensa no está aquí ni allá.

XXV

Los santos y los sabios que charlaban
de esto y de aquello en tono doctoral
como falsos profetas se eclipsaron.
Tierra es su boca, tierra es su verdad.

XXVI

Deja charlar al sabio, nuestras vidas
gotas son en la sed del arenal.
La rosa muere y muere su perfume
esto sabemos, ¡y no indagues más!

XXVII

Cuando joven cursé las academias
del mucho discutir y fue tenaz
mi empeño de saber más por la puerta
de entrada, la salida hube de hallar.

XXVIII

Yo sembré de sapiencia mi sendero
y el desencanto sólo vi brotar;
como resopla el viento y corre el agua
así la vida viene, así se va.

XXIX

¿Por qué he venido al mundo, quién responde?
¿Agua que corre ciega hacia la mar?
¡Como el agua y el viento que no saben
por qué corren y soplan y se van!

XXX

¿Quién al mundo nos trajo, quién nos lleva?
¿Y dónde iremos luego: á que avatar?
Llenad la copa para ahogar en ella
el recuerdo de tanta necedad.

XXXI

Al trono de Saturno en los espacios
me elevé por el séptimo portal
y muchos nudos desaté a mi paso
pero no el nudo del humano azar.

XXXII

Hallé una puerta que no tiene llave,
un velo que no pude penetrar;
hoy hablarán un poco de nosotros
y luego, no hablarán.

XXXIII

Entonces a la altura interrogando
dije: ¿qué ley me guía, qué verdad?
Y una Voz infinita respondiome:
Tienes un ciego instinto y nada más.

XXXIV

En la copa de arcilla el labio puse
el enigma tratando de aclarar,
ella me dijo: mientras vive, bebe;
la avara tumba nada te dará.

XXXV

La arcilla de esta copa en otro tiempo
un bebedor alegre fue quizás.
¡Oh cuanta boca habrá besado el barro
que hoy a mis labios de beber les da.

XXXVI

Recuerdo que una tarde a un alfarero
que una copa moldeaba en el bazar
la arcilla dijo musitando apenas:
ten cuidado hermanito, me haces mal.

XXXVII

Llenad la copa que la vida alegra;
el tiempo en fuga hacia la nada va.
Ayer ha muerto, por venir mañana,
con hoy tan solo es lícito contar.

XXXVIII

Palidecen los astros, ya la noche
toca a su Fin. La caravana, ¡helás!,
se apresta para el alba de la nada.
¡En marcha pues, el paso apresurad!

XXXIX

¿Porqué estas ansias que se agitan ciegas
en pos de un vano inasequible ideal?
Mejor el fruto de la fresca vida
que el fruto amargo que esas ansias dan.

XL

¡Venid, hermanos, entonemos presto
de nuevas bodas la canción nupcial,
la estéril razón dejo y por esposa
llamo al lecho la hija del lagar.

XLI

Arriba, abajo, de derecha a izquierda
mi lógica sondó la realidad,
al fondo de las cosas no he llegado
solo del vaso el fondo supe hallar.

XLII

Ha tiempo que a la hora del ocaso
un ángel me detuvo en el umbral
de la oscura taberna, y de sus labios
el fruto de la vid me dio a probar.

XLIII

El fruto de la vid que con severa
elocuencia refuta el razonar
de todas las escuelas, alquimista
que el plomo trueca en fúlgido metal.

XLIV

El gran Mahmúd que vence en un instante
las penas de la triste humanidad
y con su fuerza mágica nos libra
de torpe sombra y de más torpe afán.

XLV

Venid conmigo y que discutan sabios
del universo el misterioso plan;
también el vino es elocuente y sabio,
y todo enigma descifrar sabrá.

XLVI

El mundo es sólo el cuadro iluminado
que arroja la linterna del juglar
cuya vela es el sol, y nuestras vidas,
sombras que vienen, sombras que se van.

XLVII

Y si el vino que bebes y la dulce
caricia de la amada pasarán
como todo en la vida pasa y muere,
¡que más ni menos te podrán quitar!

XLVIII

Bebe conmigo el fruto de la viña
mientras arda la rosa en el rosal
y cuando el ángel de la muerte tienda
a ti su copa, riente beberás.

XLIX

El mundo es un tablero cuyos cuadros
son noches y son días, y el azar
a un antojo nos mueve como a piezas,
luego las piezas a la caja van.

L

La mano escribe y pasa, y tu ternura
tus rezos, tu saber o tu piedad
no lograrán que vuelva o que he haga
o borre aquello que ya escrito está.

LI
Y esa copa invertida que sustenta
el cielo prometido del Corán
en su propia impotencia rueda, rueda
ajena a todo bien y a todo mal.

LII

Del barro que dio el ser al primer hombre
ha de formarse el último mortal,
estaba escrito en la primer mañana
lo que el postrer crepúsculo dirá.

LIII

Los astros arrojaron en la senda
de la vida, su sombra y su pesar.
En la senda las piedras están listas
donde los pasos tropezando van.

LIV

Aúlle fuera el derviche sus plegarias,
de la cerrada puerta en el umbral
nunca, insensato, encontrará la llave
que el vino excelso, generoso, da.

LV

Tú que la senda hicistes engañosa
donde debí perderme y tropezar,
no afirmes luego que la culpa es mía.
¡Tuyo es el mundo, tuya es su maldad!

LVI

Tú que moldeaste el vaso de mi cuerpo
en él vertiendo sombras y pesar,
tú que el Edén hiciste y la serpiente:
nuestro perdón recibe, ¡perdonad!

LVII

Cuando se extinga el fuego que me anima,
mi cuerpo en rojo vino lavarás,
y en pámpano silvestre amortajado
que descanse a la sombra de un parral.

LVIII

Y mis cenizas muertas al ambiente
fragancia tan sutil arrojarán
que hasta el creyente absorto en su plegaria
al grato dogma de la vid vendrá.

LIX

Los ídolos que amara tanto tiempo
derrocharon ingratos mi caudal,
ahogaron mi buen nombre en una copa
y al barro denigrose mi verdad.

LX

¡Aymé, que el tiempo pase, que las rosas
una a una abandonen el rosal,
que el blanco velo de la infancia ceda
al triste luto de la triste edad!

LXI

¡Oh dicha de mi amor siempre constante,
la luna asoma en el palmar su faz,
vendrá la noche en que esa misma luna
ha de buscarme y no me encontrará!

LXII

Y cuando tú como la luna vuelvas
con pies de plata y no me encuentres ya
derrama el vaso que jamás mi boca
en noche alguna volverá a gustar.


LXIII


¡Oh dicha de mi amor!, yo estaré quieto
tendido en tierra de una larga paz
durmiendo el sueño que no tiene sueños
ni auroras, ni inquietud, ni despertar.
JORGE GUILLERMO BORGES
Revista Proa nº 5 y nº 6 (Buenos Aires, 1924).