jueves, 17 de diciembre de 2015

Rainer Maria Rilke: Ejercicios y evidencias

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GATO

  GATO de escaparate, alma que a tanto objeto
  disperso le confiere su sueño lento,
  y que se presta, tal una conciencia-madre,
  a todo un mundo inconsciente.

  Cálido y feroz silencio, que se impone
  a ese mutismo mutilado,
  y que llena el orfanato de las cosas
  con un altivo desdén por las caricias…

  Tan íntegramente dormida se la ve
  entre cristales, lozas y dorados,
  que el dibujo lastimero de sus grietas
  parece obra de un dolor magistral.

CHAT

  CHAT d’étalage, âme qui confère
  à tant d’objets épars son rêve lent,
  et qui se prête, en conscience-mère,
  à tout un monde inconscient.

  Silence chaud et fauve, qui s’impose
  à ce mutisme mutilé,
  et qui remplit l’orphelinat des choses
  d’un fier dédain à être caressé…

  Elle s’endort d’un air si intégral
  entre cristaux, faïences et dorures,
  que le dessin plaintif de leurs fêlures
  semble signé d’un malheur magistral.


ENTIERRO

  ENTRE las máquinas rápidas
  que, irritadas y rapaces,
  cruzan el recién-vacío
  del indomable espacio,
  pasa la lenta babosa de un entierro…

  Pero más lentos son los astros.

ENTERREMENT

  PARMI les machines rapides
  qui, agacées et rapaces,
  traversent le nouveau-vide
  de l’indomptable espace,
  passe la lente limace d’un enterrement…

  Mais les astres sont plus lents.


DUDA

  TIERNA naturaleza, feliz naturaleza,
  en que tantos deseos se buscan y entrecruzan,
  indiferente y, sin embargo, base
  de los consentimientos,

  pletórica naturaleza en que se destruye y desgarra
  lo que se exalta demasiado pronto,
  en la que nace una apariencia de reposo
  de la rivalidad entre lo delicioso y lo peor,

  naturaleza, que por exceso matas,
  siempre extasiada creadora,
  que calientas y consumes el vicio
  en un mismo brasero:

  Dime, oh silenciosa, dime, ¿soy
  como un instante de tus frutos?
  ¿Soy parte del abismo de tu vértigo
  en que caen tus noches?

  ¿Estoy de acuerdo con tus designios inefables?
  ¿Seré tal vez un grito de tus rebeldías?
  Yo, que fui pan, ¿me he caído de la mesa,
  sobrante migaja que se seca?

DOUTE

  TENDRE nature, nature heureuse, où tant
  de désirs se recherchent et s’entrecroisent,
  indifférente, et pourtant base
  des consentements,

  nature trop pleine où se détruit et déchire
  ce qui s’exalte trop tôt,
  où de la rivalité du délicieux et du pire
  naît un semblant de repos,

  nature, tueuse par son excès, créatrice,
  toujours extasiée,
  qui réchauffes et qui consumes le vice
  sur un même brasier :

  Dis-moi, silencieuse, ô dis-moi, suis-je
  comme un instant de tes fruits ?
  Fais-je partie de l’abîme de ton vertige
  où se jettent tes nuits ?

  Suis-je d’accord avec tes desseins ineffables ?
  Serais-je de tes révoltes un cri ?
  Moi, qui fus pain, suis-je tombé de la table,
  miette perdue qui durcit ?


ISBN  978-987-3725-08-1
http://delamirandola.com/

lunes, 9 de noviembre de 2015

Giacinto Scelsi: Un poema




Une fois
par nuit
à mesure d’homme
monte la peur
sur une lame lisse



le poids s’en va
qui est-ce
qui est-ce
agrippés
sur l’onde
du passé
il faut pourtant
glisser
engloutis
surnageant
douleurs
à la chaîne et
masques brisés
devant la porte
où tremble l’avenir



une fois
par nuit
à mesure
d’homme
brille l’infini
sur une lame
lisse




Una vez

por noche

a medida de hombre

sube el miedo

en una ola lisa



el peso se va

quién es

quién es

aferrados

a la corriente

del pasado

hay sin embargo

que deslizarse

sumergidos

flotando

sobre dolores

en cadena y

máscaras rotas

delante de la puerta

donde tiembla el futuro



una vez

por noche

a medida

de hombre

brilla el infinito

en una ola

lisa
Traducción de Miguel Ángel Frontán.



viernes, 6 de noviembre de 2015

Felisberto Hernández: El caballo perdido


PRIMERO se veía todo lo blanco: las fundas grandes del piano y del sofá y otras, más chicas, en los sillones y las sillas. Y debajo estaban todos los muebles; se sabía que eran negros porque al terminar las polleras se veían las patas. Una vez que yo estaba solo en la sala le levanté la pollera a una silla; y supe que aunque toda la madera era negra el asiento era de un género verde y lustroso.

  Como fueron muchas las tardes en que ni mi abuela ni mi madre me acompañaron a la lección y como casi siempre Celina —mi maestra de piano cuando yo tenía diez años— tardaba en llegar, yo tuve bastante tiempo para entrar en relación íntima con todo lo que había en la sala. Claro que cuando venía Celina los muebles y yo nos portábamos como si nada hubiera pasado.

  Antes de llegar a la casa de Celina había tenido que doblar, todavía, por una calle más bien silenciosa. Y ya venía pensando en cruzar la calle hacia unos grandes árboles. Casi siempre interrumpía bruscamente este pensamiento para ver si venía algún vehículo—. En seguida miraba las copas de los árboles sabiendo, antes de entrar en su sombra, cómo eran sus troncos, cómo salían de unos grandes cuadrados de tierra a los que tímidamente se acercaban algunas losas. Al empezar, los troncos eran muy gruesos, ellos ya habrían calculado hasta dónde iban a subir y el peso que tendrían que aguantar, pues las copas estaban cargadísimas de hojas oscuras y grandes flores blancas que llenaban todo de un olor muy fuerte porque eran magnolias.

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lunes, 5 de octubre de 2015

Roberto J. Payró: El casamiento de Laucha


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El casamiento de Laucha

El nombre de Laucha -apodo y no apellido- le sentaba a las mil maravillas.
Era pequeñito, delgado, receloso, móvil; la boca parecía un hociquillo orlado de poco y rígido bigote; los ojos negros, como cuentas de azabache, algo saltones, sin blanco casi, añadían a la semejanza, completada por la cara angostita, la frente fugitiva y estrecha, el cabello descolorido, arratonado...
Laucha era, por otra parte, su único nombre posible. Laucha le llamaron cuando niño en la provincia del interior donde nació; Laucha comenzaron a apodarle después, allí donde lo llevó la suerte de su vida, desde temprano aventurera; por Laucha se le conoció en Buenos Aires, llegado apenas, sin que a nadie se pudiese atribuir la invención del sobrenombre, y Laucha le han dicho grandes y pequeños durante un período de treinta y un años, desde que cumplió los cinco, hasta que murió a los treinta y seis...
De sus mismos labios oí la narración de la aventura culminante de su vida y, en estas páginas, me he esforzado por reproducirla tal como se la escuché. Desgraciadamente, Laucha ya no está aquí para corregirme si incurro en error; pero puedo afirmar que no me aparto de la verdad muchos centímetros.

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jueves, 6 de agosto de 2015

Gilbert Keith Chesterton: La acusación y la defensa

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Ediciones De La Mirándola acaba de publicar la primera traducción al castellano del primer libro de ensayos de Chesterton, La acusación y la defensa
De la extensa obra de Chesterton, lo más difundido son, sobre todo, los cuentos detectivescos del Padre Brown y la novela metafísico-policial El hombre que jueves. Lo más importante, sin embargo, se encuentra en sus ensayos, que, en número superior a 4.000, publicó a lo largo de su vida en diversos periódicos antes de recogerlos en libro. Éstos fueron los que, junto con sus libros de crítica literaria y de apología cristiana, le ganaron la fama mundial que lo convirtió en uno de los escritores más influyentes de su tiempo. La acusación y la defensa, primera de estas recopilaciones, muestra ya, en sus deliciosas páginas, toda la maestría del autor.
Proponemos aquí una primera selección de distintos pasajes de esta obra.

http://delamirandola.com/titulos/206-la-acusacion-y-la-defensa


A lo largo de toda la historia de la humanidad rige una extraña ley: la que dice que los hombres tienden continuamente a subestimar su ambiente, a subestimar su felicidad, a subestimarse a sí mismos. El gran pecado de la humanidad, el pecado del que es representativa la caída de Adán, es la tendencia, no al orgullo, sino a esta extraña y horrible humildad. Ésa es la gran caída, la caída por la cual el pez olvida el mar, el buey olvida el prado, el oficinista olvida la ciudad, todo hombre olvida su ambiente y, en el sentido más pleno y literal, se olvida a sí mismo. Ésa es la verdadera caída de Adán, y es una caída espiritual. Es cosa extraña que muchos hombres auténticamente espirituales, tales como el general Gordon, hayan pasado realmente algunas horas especulando acerca de la ubicación precisa del Jardín del Edén. Lo más probable es que todavía estemos en el Edén. Sólo son nuestros ojos los que han cambiado.
 ***
El hombre que hace una promesa se da cita a sí mismo en algún lugar o momento lejanos. El peligro que esto encierra es que él mismo falte a la cita. Y, en los tiempos modernos, este terror de uno mismo, de la debilidad y la mutabilidad de uno mismo, ha aumentado peligrosamente, y es la base real de la objeción que se le hace a cualquier tipo de promesas. Un hombre moderno se abstiene de jurar que contará las hojas de uno de cada tres árboles en el Holland Walk, no porque sea tonto hacerlo (hace cosas mucho más tontas), sino porque tiene la profunda convicción de que antes de llegar a la hoja número trescientos setenta y nueve del primer árbol estará sumamente cansado del asunto y querrá irse a su casa a tomar el té. En otras palabras, tememos que a esas alturas sea, según dice la expresión usual pero horriblemente elocuente, otro hombre.
 ***
Los martirios cristianos eran más que demostraciones: eran anuncios publicitarios. En nuestros días, la nueva teoría de la delicadeza espiritual querría alterar todo esto. Permitiría que a Cristo se lo crucificase si fuera necesario para Su Naturaleza Divina, pero preguntaría, en nombre del buen gusto, si no se lo podría crucificar en un cuarto privado. Declararía que el acto de un mártir al ser despedazado por leones es vulgar y sensacional, aunque, desde luego, no objetaría que lo despedazase un león en nuestro propio salón y delante de un círculo de amigos realmente íntimos.
 ***
Durante siglos la religión ha estado tratando de hacer que los hombres se regocijen con las “maravillas” de la creación, pero olvidó que una cosa no puede ser completamente maravillosa mientras siga siendo sensata. Mientras consideramos un árbol como una cosa obvia, natural y razonablemente creada para que se lo coma una jirafa, no podemos maravillarnos debidamente con él. Es cuando lo consideramos una prodigiosa ola del suelo viviente alzándose hacia los cielos sin ninguna razón en particular cuando nos sacamos el sombrero, ante el asombro del cuidador del parque. Todo tiene, de hecho, un lado oculto, como la luna, patrona del nonsense. Visto desde ese lado, un pájaro es una flor que se soltó de la cadena de su tallo; un hombre, un cuadrúpedo que muestra su habilidad parándose sobre las patas traseras; una casa, un sombrero gigantesco para cubrir a un hombre del sol; una silla, un aparato de cuatro patas para un tullido que sólo tiene dos.
 ***
La concepción del Pastor Ideal les parece absurda a nuestras ideas modernas. Pero, después de todo, era quizás el único oficio de la democracia que fue equiparado a los oficios de la aristocracia, incluso por la aristocracia misma. El pastor de la poesía pastoril era, sin duda alguna, muy distinto del pastor de la realidad. Mientras que uno, inocentemente, les tocaba la flauta a los corderos, el otro, inocentemente, los maldecía; y su disparidad de inteligencia y de aseo personal era inmensa. Pero la diferencia entre el pastor ideal que bailaba con Amarilis y el pastor real que la molía a palos no es ni un poquito mayor que la diferencia entre el soldado ideal que muere para capturar la bandera enemiga y el soldado real que vive para limpiar su equipo, entre el sacerdote ideal que está perpetuamente junto a la cama de alguien y el sacerdote real que se siente tan contento como cualquier otro de irse a la suya. Hay concepciones ideales y hombres reales en todas las profesiones; sin embargo, pocos son los que ponen reparos a las concepciones ideales, y no muchos, después de todo, los que ponen reparos a los hombres reales.
 ***
Difícilmente se pueda hacer alguna vez que la gente meramente educada crea que este mundo es, en sí mismo, un lugar interesante. Cuando miran una obra de arte, buena o mala, esperan sentirse interesados, pero cuando miran el anuncio de un diario o un grupo en la calle, no esperan, propia y literalmente hablando, sentirse interesados. Pero para la gente común y sencilla este mundo es una obra de arte, aunque sea, como muchas grandes obras de arte, anónima. Esperan que la vida les interese con el mismo tipo de alegre e inconmovible seguridad con que nosotros esperamos que nos interese una comedia por la que pagamos dinero a la entrada. A los ojos de la suprema escuela de la exigencia contemporánea, el universo es, en verdad, un cuadro mal dibujado y excesivamente colorido, los garabatos en círculos de un niño en la pizarra de la noche; sus cielos estrellados son un diseño vulgar que no querrían en el empapelado de sus paredes; sus flores y frutas tienen una brillantez charra, como el sombrero dominguero de una florista.
 ***
Hubo en la Revolución Francesa una clase de gente de la que todos se reían, y de la que probablemente era difícil, en la práctica, evitar reírse. Intentaron erigir, por medio de enormes estatuas de madera y festivales totalmente nuevos, las más extraordinarias nuevas religiones. Adoraban a la Diosa de la Razón, que resultaría ser, incluso después de tomar en cuenta de la manera más completa las muchas virtudes que tenían, la deidad que menos les había sonreído. Pero esos locos frenéticos, repudiados tanto por el viejo como por el nuevo mundo, eran hombres que vieron una gran verdad desconocida tanto para el nuevo como para el viejo mundo. Vieron aquello que permanecía oculto para los sabios y los perspicaces, para toda la moderna civilización democrática hasta la época presente. Se dieron cuenta de que la democracia debe tener una heráldica, que debe tener una pompa orgullosa y colorida, si tiene que mantener siempre presente ante su propia mente su propia misión sublime. 
 ***
Es extraordinario contemplar la gradual emasculación de los monstruos del mito griego bajo la pestilente influencia del Apolo de Belvedere. La quimera era una criatura de la que cualquier pueblo de mente sana se habría sentido orgulloso; pero cuando la vemos en las pinturas griegas, nos sentimos inclinados a atarle una cinta alrededor del cuello y darle un platito de leche. ¿Quién siente que los gigantes del arte y la poesía griegos eran realmente grandes —grandes como lo fueron algunos gigantes de las leyendas populares? En alguna historia escandinava, un héroe camina kilómetros y kilómetros por una cadena de montañas, que finalmente resulta ser el puente de la nariz del gigante. Eso es lo que deberíamos llamar, con la conciencia tranquila, un gran gigante. Pero esta fantasía sísmica aterrorizaba a los griegos, y su terror aterrorizó a la humanidad entera despojándola de su amor natural por el tamaño, la vitalidad, la variedad, la energía, la fealdad. La intención de la Naturaleza fue hacer de cada rostro humano, mientras resultara convincente, algo individual y expresivo, para que se lo viera como distinto de todos los demás, así como un álamo es distinto de un roble y un manzano de un sauce. Pero lo que los jardineros holandeses hicieron con los árboles, los griegos lo hicieron con la forma humana; podaron sus rasgos vivientes y expansivos para darle cierta forma académica; troncharon narices y recortaron barbillas con una horrible calma hortícola. Y hasta ahora, realmente, han tenido éxito, haciendo que llamemos feas algunas de las caras más potentes y atractivas, y hermosas algunas de las caras más tontas y repulsivas.
 ***
La acusación y la defensa - Gilbert Keith Chesterton.
Traducción, prólogo y notas de Carlos Cámara.
ISBN: 978-987-3725-07-4
Ediciones De La Mirándola, julio de 2015.
http://delamirandola.com/presentacion

sábado, 25 de julio de 2015

Rubén Darío y Leconte de Lisle: Los elfos


Les Elfes

Couronnés de thym et de marjolaine,
Les Elfes joyeux dansent sur la plaine.

Du sentier des bois aux daims familier,
Sur un noir cheval, sort un chevalier.
Son éperon d'or brille en la nuit brune ;
Et, quand il traverse un rayon de lune,
On voit resplendir, d'un reflet changeant,
Sur sa chevelure un casque d'argent.

Couronnés de thym et de marjolaine,
Les Elfes joyeux dansent sur la plaine.

Ils l'entourent tous d'un essaim léger
Qui dans l'air muet semble voltiger.
- Hardi chevalier, par la nuit sereine,
Où vas-tu si tard ? dit la jeune Reine.
De mauvais esprits hantent les forêts
Viens danser plutôt sur les gazons frais.

Couronnés de thym et de marjolaine,
Les Elfes joyeux dansent sur la plaine.

- Non ! ma fiancée aux yeux clairs et doux
M'attend, et demain nous serons époux.
Laissez-moi passer, Elfes des prairies,
Qui foulez en rond les mousses fleuries ;
Ne m'attardez pas loin de mon amour,
Car voici déjà les lueurs du jour.

Couronnés de thym et de marjolaine,
Les Elfes joyeux dansent sur la plaine.

- Reste, chevalier. Je te donnerai
L'opale magique et l'anneau doré,
Et, ce qui vaut mieux que gloire et fortune,
Ma robe filée au clair de la lune.
- Non ! dit-il. - Va donc ! - Et de son doigt blanc
Elle touche au coeur le guerrier tremblant.

Couronnés de thym et de marjolaine,
Les Elfes joyeux dansent sur la plaine.

Et sous l'éperon le noir cheval part.
Il court, il bondit et va sans retard ;
Mais le chevalier frissonne et se penche ;
Il voit sur la route une forme blanche
Qui marche sans bruit et lui tend les bras :
- Elfe, esprit, démon, ne m'arrête pas !

Couronnés de thym et de marjolaine,
Les Elfes joyeux dansent sur la plaine.

Ne m'arrête pas, fantôme odieux !
Je vais épouser ma belle aux doux yeux.
- Ô mon cher époux, la tombe éternelle
Sera notre lit de noce, dit-elle.
Je suis morte ! - Et lui, la voyant ainsi,
D'angoisse et d'amour tombe mort aussi.

Couronnés de thym et de marjolaine,
Les Elfes joyeux dansent sur la plaine.






Los Elfos

De tomillo y rústicas hierbas coronados,
los Elfos alegres bailan en los prados.

Del bosque por arduo y angosto sendero
en corcel oscuro marcha un caballero.
Sus espuelas brillan en la noche bruna,
y, cuando en su rayo le envuelve la luna,
fulgurando luce con vivos destellos
un casco de plata sobre sus cabellos.

De tomillo y rústicas hierbas coronados,
los Elfos alegres bailan en los prados.

Cual ligero enjambre, todos le rodean,
y en el aire mudo raudo voltejean.
“gentil caballero, ¿dó vas tan de prisa?”,
la reina pregunta con suave sonrisa.
Fantasmas y endriagos hallarás doquiera;
ven, y danzaremos en la azul pradera.

De tomillo y rústicas hierbas coronados,
los Elfos alegres bailan en los prados.

“¡No! Mi prometida, la de los ojos hermosos,
me espera, y mañana seremos esposos.
Dejadme prosiga, Elfos encantados,
que holláis vaporosos el musgo en los prados.
Lejos, estoy lejos de la amada mía,
y ya los fulgores se anuncian del día.”

De tomillo y rústicas hierbas coronados,
los Elfos alegres bailan en los prados.

“Queda, caballero, te daré a que elijas
el ópalo mágico, las áureas sortijas
y lo que más vale que gloria y fortuna:
mi saya, tejida con rayos de luna.”
“¡No!”, dice él. “¡Pues anda!” Y su blanco dedo
su corazón toca e infúndele miedo.

De tomillo y rústicas hierbas coronados,
los Elfos alegres bailan en los prados.

Y el corcel oscuro, sintiendo la espuela,
parte, corre, salta, sin retardo vuela;
mas el caballero, temblando, se inclina:
ve sobre la senda forma blanquecina
que los brazos tiende, marchando sin ruido.
“¡Dejadme, oh demonio, Elfo maldecido!”

De tomillo y rústicas hierbas coronados,
los Elfos alegres bailan en los prados.

“¡Dejadme, fantasma siempre aborrecida!
Voy a desposarme con mi prometida.”
“¡Oh, mi amado esposo; la tumba perenne
será nuestro lecho de bodas solemne!”
“¡He muerto!” dice ella, y él, desesperado,
de amor y de angustia cae muerto a su lado.

De tomillo y rústicas hierbas coronados,
los Elfos alegres bailan en los prados.



 Les Elfes   Couronnés de thym et de marjolaine,  Les Elfes joyeux dansent sur la plaine.   Du sentier des bois aux daims familier,  Sur un noir cheval, sort un chevalier.  Son éperon d'or brille en la nuit brune ;  Et, quand il traverse un ravon de lune,  On voit resplendir, d'un reflet changeant,  Sur sa chevelure un casque d'argent.   Couronnés de thym et de marjolaine,  Les Elfes joyeux dansent sur la plaine.   Ils l'entourent tous d'un essaim léger  Qui dans l'air muet semble voltiger.  - Hardi chevalier, par la nuit sereine,  Où vas-tu si tard ? dit la jeune Reine.  De mauvais esprits hantent les forêts  Viens danser plutôt sur les gazons frais.   Couronnés de thym et de marjolaine,  Les Elfes joyeux dansent sur la plaine.   - Non ! ma fiancée aux yeux clairs et doux  M'attend, et demain nous serons époux.  Laissez-moi passer, Elfes des prairies,  Qui foulez en rond les mousses fleuries ;  Ne m'attardez pas loin de mon amour,  Car voici déjà les lueurs du jour.   Couronnés de thym et de marjolaine,  Les Elfes joyeux dansent sur la plaine.   - Reste, chevalier. Je te donnerai  L'opale magique et l'anneau doré,  Et, ce qui vaut mieux que gloire et fortune,  Ma robe filée au clair de la lune.  - Non ! dit-il. - Va donc ! - Et de son doigt blanc  Elle touche au coeur le guerrier tremblant.   Couronnés de thym et de marjolaine,  Les Elfes joyeux dansent sur la plaine.   Et sous l'éperon le noir cheval part.  Il court, il bondit et va sans retard ;  Mais le chevalier frissonne et se penche ;  Il voit sur la route une forme blanche  Qui marche sans bruit et lui tend les bras :  - Elfe, esprit, démon, ne m'arrête pas !   Couronnés de thym et de marjolaine,  Les Elfes joyeux dansent sur la plaine.   Ne m'arrête pas, fantôme odieux !  Je vais épouser ma belle aux doux yeux.  - Ô mon cher époux, la tombe éternelle  Sera notre lit de noce, dit-elle.  Je suis morte ! - Et lui, la voyant ainsi,  D'angoisse et d'amour tombe mort aussi.   Couronnés de thym et de marjolaine,  Les Elfes joyeux dansent sur la plaine.   CHARLES-MARIE LECONTE DE LISLE    Los Elfos   De tomillo y rústicas hierbas coronados,  los Elfos alegres bailan en los prados.   Del bosque por arduo y angosto sendero  en corcel oscuro marcha un caballero.  Sus espuelas brillan en la noche bruna,  y, cuando en su rayo le envuelve la luna,  fulgurando luce con vivos destellos  un casco de plata sobre sus cabellos.   De tomillo y rústicas hierbas coronados,  los Elfos alegres bailan en los prados.   Cual ligero enjambre, todos le rodean,  y en el aire mudo raudo voltejean.  “gentil caballero, ¿dó vas tan de prisa?”,  la reina pregunta con suave sonrisa.  Fantasmas y endriagos hallarás doquiera;  ven, y danzaremos en la azul pradera.   De tomillo y rústicas hierbas coronados,  los Elfos alegres bailan en los prados.   “¡No! Mi prometida, la de los ojos hermosos,  me espera, y mañana seremos esposos.  Dejadme prosiga, Elfos encantados,  que holláis vaporosos el musgo en los prados.  Lejos, estoy lejos de la amada mía,  y ya los fulgores se anuncian del día.”   De tomillo y rústicas hierbas coronados,  los Elfos alegres bailan en los prados.   “Queda, caballero, te daré a que elijas  el ópalo mágico, las áureas sortijas  y lo que más vale que gloria y fortuna:  mi saya, tejida con rayos de luna.”  “¡No!”, dice él. “¡Pues anda!” Y su blanco dedo  su corazón toca e infúndele miedo.   De tomillo y rústicas hierbas coronados,  los Elfos alegres bailan en los prados.   Y el corcel oscuro, sintiendo la espuela,  parte, corre, salta, sin retardo vuela;  mas el caballero, temblando, se inclina:  ve sobre la senda forma blanquecina  que los brazos tiende, marchando sin ruido.  “¡Dejadme, oh demonio, Elfo maldecido!”   De tomillo y rústicas hierbas coronados,  los Elfos alegres bailan en los prados.   “¡Dejadme, fantasma siempre aborrecida!  Voy a desposarme con mi prometida.”  “¡Oh, mi amado esposo; la tumba perenne  será nuestro lecho de bodas solemne!”  “¡He muerto!” dice ella, y él, desesperado,  de amor y de angustia cae muerto a su lado.   De tomillo y rústicas hierbas coronados,  los Elfos alegres bailan en los prados.    RUBÉN DARÍO