viernes, 29 de marzo de 2013

Manuel González Prada: Louise Michel


LOUISE MICHEL




SI los hombres valen por lo que de sí mismos conceden a los demás, muy pocos de nuestros semejantes pueden valer tanto como la virgen roja o la buena Louise; su existencia se resume en dos palabras: abnegación y sacrificio.
Casi octogenaria, recién salida de una penosa convalecencia, cuando había llegado la hora de reposar algo en la vida antes de ir a descansar eternamente en el sepulcro, realiza un esfuerzo supremo y sale a recorrer el sur de Francia en una gira de conferencias. Atacada por una grave enfermedad, como lo había sido en Tolón el año pasado, no resiste y muere en Marsella a principios de enero. “Se va —según Lucien Descaves— agotada, arruinada, exangüe, con la piel colada a los huesos, como un perro errante, habiendo dado más que cien millonarios empobrecidos a fuerza de liberalidades, habiendo dado toda su existencia a los desgraciados. Indiferente a sus propios y continuos infortunios, insensible a las privaciones, a la fatiga, al frío, a los ayunos, no devuelve a la tierra más que un esqueleto, demasiado tiempo ambulante para no tener en fin derecho al reposo.”
Con ella se desvanece la manifestación más pura del espíritu revolucionario en el alma femenina: representaba en el movimiento social de Francia lo que George Sand en la novela, Madame Ackermann en la poesía, Rosa Bonheur en la pintura, Clémence Royer en la ciencia. Pascal se esfuma en un lejano claroscuro, sin fragilidades de sexo, tan consagrado a meditar en Dios que no se da tiempo de amar a las mujeres; Louise Michel se diseña en una cercana reverberación de incendios, sin debilidades de mujer, tan henchida del amor a la Humanidad que en su corazón no deja sitio para la exclusiva ternura de un hombre. Ama las muchedumbres, o lo que da lo mismo, la desgracia, pues quien dice pueblo dice desgraciados. Sin hijos, no conociendo las vulgares y depresivas faenas de la maternidad, aparece a nuestros ojos con toda “la fría majestad de la mujer estéril”.
Por la serenidad ante el peligro y la muerte, Louise Michel nos recuerda a las mujeres romanas nacidas en el seno de las familias estoicas; por esa misma serenidad y el menosprecio de todos los bienes, sin excluir la propia dicha ni la salud, nos hace pensar en las mujeres de los primeros siglos cristianos. De las estoicas se distingue por el amor a todos los seres o la caridad en su interpretación más generosa; de las cristianas, por su desinterés en la práctica del bien, pues no considera los buenos actos como letras de cambio pagaderas en el otro mundo.
La estoica romana se revela ante el Consejo de guerra que la juzga por su complicidad en la Comuna de París. Encarándose a sus jueces (o verdugos) les fulmina estas palabras donde se siente revivir el orgullo y la grandeza de las almas antiguas: “Yo no quiero ser defendida, y acepto la responsabilidad de todos mis actos. Lo que yo reclamo de vosotros es el campo de Satory donde mis hermanos han caído ya. Puesto que todo corazón que late por la libertad, sólo tiene derecho a un poco de plomo, dadme mi parte. Si no sois unos cobardes, ¡matadme!”.
La cristiana de los primeros siglos se descubre en cien historias muy conocidas y recordadas a menudo. Refiramos una sola. En un día de invierno, dos amigos la encuentran casi exánime, tiritando, irrisoriamente abrigada con una ropa viejísima y tan leve, que parecía buscada expresamente para viajar en la zona tórrida. Compadecidos ambos, la obligan a entrar en un almacén, le ruegan aceptar el obsequio de un vestido más propio de la estación. Después de mil evasivas, ella concluye por ceder, con una condición: que le permitan llevarse la ropa vieja. Naturalmente, los dos amigos no le oponen ninguna dificultad. Al día siguiente, Louise Michel tirita bajo los mismos trapos viejos de la víspera: ha regalado la ropa nueva.
La que ama tanto (pues de su inmensa ternura no excluye ni a los animales), deja de amar a un solo ser, no se quiere a sí misma. Hubo santo que llegó a lastimarse de su cuerpo, a demandarle perdón por lo mucho que le había martirizado con las penitencias. Ignoramos si Louise Michel, al verse como hecha de raíces, no sintió piedad de su miseria ni tuvo un arranque de ira contra sus enemigos y sus perseguidores.
Porque esta mujer había sido befada, escarnecida, encarcelada, deportada a Nueva Caledonia y herida por un hombre, quizá por uno de aquellos mismos desheredados que ella amaba y defendía. Sin embargo, no pierde la fe ni la esperanza y sigue luchando por esa muchedumbre que en Versalles, al distinguirla entre un pelotón de soldados, la escarnece, le tira lodo, la escupe y la amenaza de muerte.
En resumen, Louise Michel nos ofrece el tipo de la mujer batalladora y revolucionaria, sobrepuesta a los instintos del sexo y a las supersticiones de la religión. Practicando el generoso precepto de vivir para los demás, no es una supermujer a lo Nietzsche, sino la mujer fuerte, conforme a la Biblia de la Humanidad. La llamaríamos una especie de San Juan de la Cruz femenino, una cristiana sin Cristo.

MANUEL GONZÁLEZ PRADA - Anarquía, seguido de Nuestros indios. En descarga libre y gratuita, en formato epub o kindle, en el sitio de EDICIONES DE LA MIRÁNDOLA.

domingo, 17 de marzo de 2013

Bossuet: Oración fúnebre de Enriqueta Ana de Inglaterra


MONSEIGNEUR,
j'étais donc encore destiné à rendre ce devoir funèbre à très haute et très puissante princesse Henriette Anne d'Angleterre, duchesse d'Orléans. Elle, que j'avais vue si attentive pendant que je rendais le même devoir à la reine sa mère, devait être si tôt après le sujet d'un discours semblable, et ma triste voix était réservée à ce déplorable ministère. 
        Ô vanité ! ô néant ! ô mortels ignorants de leurs destinées ! L'eût-elle cru, il y a dix mois ? Et vous, messieurs, eussiez-vous pensé, pendant qu'elle versait tant de larmes en ce lieu, qu'elle dût si tôt vous y rassembler pour la pleurer elle-même ? Princesse, le digne objet de l'admiration de deux grands royaumes, n'était-ce pas assez que l'Angleterre pleurât votre absence, sans être encore réduite à pleurer votre mort ? Et la France, qui vous revit, avec tant de joie, environnée d'un nouvel éclat, n'avait-elle plus d'autres pompes et d'autres triomphes pour vous, au retour de ce voyage fameux, d'où vous aviez remporté tant de gloire et de si belles espérances ? 
        Vanité des vanités, et tout est vanité ! C'est la seule parole qui me reste ; c'est la seule réflexion que me permet, dans un accident si étrange, une si juste et si sensible douleur.
        Aussi n'ai-je point parcouru les livres sacrés pour y trouver quelque texte que je pusse appliquer à cette princesse. J'ai pris, sans étude et sans choix, les premières paroles que me présente l'Ecclésiaste, où, quoique la vanité ait été si souvent nommée, elle ne l'est pas encore assez à mon gré pour le dessein que je me propose. Je veux dans un seul malheur déplorer toutes les calamités du genre humain, et dans une seule mort faire voir la mort et le néant de toutes les grandeurs humaines. Ce texte, qui convient à tous les états et à tous les événements de notre vie, par une raison particulière devient propre à mon lamentable sujet ; puisque jamais les vanités de la terre n'ont été si clairement découvertes, ni si hautement confondues.



MONSEÑOR:
Destinado estaba aún a rendir este fúnebre deber a la muy alta y muy poderosa princesa Enriqueta Ana de Inglaterra, duquesa de Orleáns. ¡Ella, a quien había visto tan atenta en tanto rendía el mismo tributo a la reina su madre, debía ser poco después objeto de un discurso semejante! ¡Y a mi triste voz estaba reservado este deplorable ministerio! ¡Oh vanidad!, ¡oh mortales ignorantes de su destino! ¿Lo hubiese creído ella hace diez meses? Y vosotros, señores, ¿habríais pensado, en tanto ella vertía tantas lágrimas en este lugar, que debíais reuniros tan pronto para llorarla a ella misma? Princesa, objeto digno de la admiración de dos grandes reinos, no era bastante que Inglaterra llorase vuestra ausencia, sino que ha sido preciso lamentar también vuestra muerte? ¿Y la Francia que os había visto con tanta alegría, rodeada de nuevo brillo, no tenía para vos otras pompas y otros triunfos, a la vuelta de ese famoso viaje de que habíais traído tanta gloria y tan bellas esperanzas? “Vanidad de vanidades y todo vanidad.” En tan justificado y sensible dolor, en accidente tan extraordinario, ésta es la única palabra que me queda, la única reflexión que me permito. No he recorrido los libros sagrados para hallar texto que aplicar a esta princesa; he tomado sin estudio y sin elección las primeras palabras que el Eclesiastés me presenta, en las cuales aun cuando la vanidad se nombra a menudo, no se nombra todo lo que quisiera para la realización del plan que me propongo. Quiero en una sola desdicha deplorar todas las calamidades del género humano, y en una sola muerte hacer ver la muerte y la nada de todas las grandezas humanas. Ese texto que conviene a todos los estados y a todos los acontecimientos de nuestra vida, por una razón particular, es adecuado al lamentable asunto que voy a tratar, pues jamás las vanidades de la tierra se han visto tan claramente reveladas, ni tan solemnemente confundidas.

Traducción de Rafael Ginard de la Rosa.

El libro completo, en formato epub o kindle, puede ser descargado gratuitamente aquí

viernes, 15 de marzo de 2013

Italo Calvino: El país donde nunca se muere





IL PAESE DOVE NON SI MUORE MAI

C'era una volta un giovane che, salutati i genitori e gli amici, partì per cercare il paese dove non si muore mai. A tutti quelli che incontrava chiedeva:

"Sapete dove si trova il paese in cui non si muore mai?".

Ma nessuno sapeva rispondergli.

Un giorno, incontrò un vecchio che spingeva una carriola piena di pietre.

"Non vuoi morire? - chiese il vecchio - Resta con me! Non morirai finché io non avrò trasportato tutta questa montagna con la mia carriola, pietra dopo pietra".

"Quanto tempo occorrerà?".

"Almeno 100 anni".

"E dopo morirò?".

"Naturalmente".

"Allora non è ciò che desidero". Il giovane proseguì e giunse in una vasta foresta; un vecchio stava tagliando i rami con un falcetto.

"Se non vuoi morire, rimani con me; non potrai morire prima che io abbia finito di tagliare tutta questa foresta con il mio falcetto".

"E quanto occorrerà?".

"Almeno 200 anni".

"E dopo morirò? Non è quello che voglio". Il giovane ripartì e arrivò in riva al mare; trovò un vecchio che stava osservando un'anatra che beveva l'acqua del mare.

"Non morirai finché l'anatra non avrà bevuto tutta l'acqua del mare" disse il vecchio.

"E quanto ci vorrà?".

"Almeno 300 anni".

"E dopo dovrò morire?".

"Ovvio". "Allora non è ciò che desidero". Una sera, giunse presso un magnifico palazzo. Bussò e comparve un vecchio.

"Sapete dirmi dove si trova il paese in cui non si muore mai?".

"È questo! Finché abiterai qui non morirai!". Il giovane rimase con il vecchio per lunghi anni senza rendersi conto del tempo passato. Un giorno disse:

"Mi piacerebbe andare a vedere cosa è successo ai miei genitori.".

"Sono morti, ormai" disse il vecchio.

"Vorrei rivedere il mio paese".

"Allora prendi il cavallo bianco che corre veloce come il vento e fai attenzione: non mettere i piedi per terra per nessun motivo, altrimenti morirai!".

Il giovane montò sul cavallo e partì.

Al posto del mare, c'era una grande prateria. "Ho fatto bene a non rimanere qui!" si disse il giovane.

Dove si trovava la foresta c'era un terreno spoglio, senza neppure un albero. E nel luogo in cui si ergeva la montagna, ora c'era una pianura.

Giunse nel suo paese: tutto era cambiato. Cercò la sua casa ma non trovò neppure la strada. Chiese notizie della sua famiglia e dei suoi amici, ma nessuno se ne ricordava.

"Non mi resta che tornare da dove son venuto" pensò.

Sulla strada del ritorno, vide, fermo su un lato della strada, un carretto colmo di vecchie scarpe, trainato da un bue.

Il carrettiere gli disse: "Signore, per favore, aiutatemi. La ruota è rimasta incastrata".

"Ho fretta - disse il giovane - e poi, non posso mettere i piedi per terra".

"Vi prego; il giorno sta per finire e non posso procedere".

Il giovane ebbe pietà e scese da cavallo, ma appena ebbe posto un piede per terra il carrettiere lo afferrò per il braccio:

"Finalmente ti ho preso! Sono la Morte e tutte le scarpe che vedi nel carretto le ho consumate per inseguirti; ma è inevitabile che voi tutti cadiate prima o poi tra le mie mani, tu come gli altri: non c'è modo di sfuggirmi!". 

E il giovane fu costretto a morire come tutti gli altri uomini.

ITALO CALVINO


EL PAÍS DONDE NUNCA SE MUERE

Había una vez un joven que se despidió de sus padres y sus amigos y partió en busca del país en el que nunca se muere. A todos aquellos con los que se cruzaba, les preguntaba:

"¿Saben dónde se encuentra el país en el que nunca se muere?".

Pero nadie sabía contestarle.

Un día se encontró a un viejo que empujaba una carretilla llena de piedras.

"¿No quieres morirte?”, preguntó el viejo. “¡Quedate conmigo! No morirás antes de que yo haya transportado toda esta montaña con mi carretilla, piedra tras piedra".

"¿Cuánto tiempo hará falta".

"100 años, por lo menos".

"¿Y después me moriré?".

"Por supuesto".

"Entonces, no es lo que deseo". El joven siguió su camino y llegó a un inmenso bosque; un viejo estaba cortando las ramas con una hoz.

"Si no quieres morirte, quedate conmigo; no podrás morirte antes de que yo termine de cortar todo este bosque con mi hoz".

"¿Y cuánto hará falta?".

"200 años, por lo menos".

"¿Y después me moriré? No es lo que quiero". El joven volvió a ponerse en marcha y llegó a orillas del mar; se encontró a un viejo que estaba observando a un pato que bebía el agua del mar.

"No te morirás hasta que el pato no se haya bebido toda el agua del mar", dijo el viejo.

"¿Y cuánto hará falta?".

“300 años, por lo menos".

"¿Y después me tendré que morir?”.

"Obviamente". "Entonces no es lo que deseo".

Una noche llegó hasta un magnífico palacio. Llamó a la puerta y salió un viejo.

"¿Sabría decirme dónde se encuentra el país en el que nunca se muere?".

"¡Es éste! ¡Mientras vivas aquí, no morirás!".

El joven se quedó con el viejo durante largos años, sin darse cuenta del tiempo transcurrido. Un día dijo:

"Me gustaría ir a ver qué fue de mis padres".

"Ya han muerto", dijo el viejo.

"Quisiera volver a ver mi tierra".

"Entonces coge el caballo blanco que corre rápido como el viento y ten cuidado: no pongas pie en tierra por ningún motivo, de otro modo morirás".

El joven montó en el caballo y partió.

Donde estaba el mar había un gran prado. "¡Hice bien en no quedarme aquí!", se dijo el joven.

Donde se encontraba el bosque había un terreno desnudo, sin un árbol siquiera. Y en el lugar en que se erguía la montaña, ahora había una llanura.

Llegó a su tierra: todo estaba cambiado. Buscó su casa pero ni siquiera encontró el camino. Preguntó por su familia y sus amigos, pero nadie los recordaba.

"Sólo me queda volver al lugar de donde he venido", pensó.

Camino de regreso, vio, parado a un lado del camino, una carreta repleta de viejos zapatos arrastrada por un buey.

El carretero le dijo: "Señor, por favor, ayúdeme. La rueda está atascada".

"Tengo prisa", dijo el joven, "y, además, no puedo apearme".

"Se lo ruego; ya se va la luz y no puedo avanzar".

El joven se apiadó y bajó del caballo, pero no bien puso un pie en tierra el carretero lo aferró por el brazo:

"¡Por fin te atrapé! Soy la Muerte, y todos los zapatos que ves en la carreta los he gastado en seguirte; pero es inevitable que todos ustedes caigan tarde o temprano en mis manos, tú lo mismo que los otros: ¡no hay manera de huir de mí!".

Y el joven se vio obligado a morir como todos los demás hombres.


Traducción de Carlos Cámara


domingo, 10 de marzo de 2013

Langston Hughes y Jorge Luis Borges


The Negro Speaks of Rivers

I've known rivers:
I've known rivers ancient as the world and older than the
     flow of human blood in human veins.

My soul has grown deep like the rivers.

I bathed in the Euphrates when dawns were young.
I built my hut near the Congo and it lulled me to sleep.
I looked upon the Nile and raised the pyramids above it.
I heard the singing of the Mississippi when Abe Lincoln
     went down to New Orleans, and I've seen its muddy
     bosom turn all golden in the sunset.

I've known rivers:
Ancient, dusky rivers.

My soul has grown deep like the rivers.



El negro habla de ríos

He conocido ríos:

He conocido ríos antiguos como el mundo y más antiguos que la fluencia
     de sangre humana por las venas humanas.

Mi espíritu se ha ahondado como los ríos.

Me he bañado en el Éufrates cuando las albas eran jóvenes.
He armado mi cabaña cerca del Congo y me ha arrullado el sueño.
He tendido la vista sobre el Nilo y he levantado las pirámides en lo alto.
He escuchado el cantar del Mississipi cuando Lincoln bajó a Nueva Orleáns,
Y he visto su barroso pecho dorarse todo con la puesta del sol.

He conocido ríos:
Ríos envejecidos, morenos.

Mi espíritu se ha ahondado como los ríos.

JORGE LUIS BORGES - Sur, Buenos Aires, otoño de 1931.