sábado, 1 de octubre de 2011

José Enrique Rodó y Francis de Miomandre



LOS GATOS DEL FORO TRAJANO

Tomando la Vía Alejandrina para entrar en la del Corso, paso todas las tardes junto al Foro Trajano, o si queréis, junto a la Columna Trajana, que es lo único que verdaderamente queda en pie de aquel complejo monumento, acaso el de más sonada magnificencia entre cuanto vio levantarse y caer este sol de Roma. Un paralelogramo cercado, de nivel mucho más bajo que la calle, contiene, entre silvestres hierbas y lodosos charcos, truncas columnas de granito, algunas de ellas arraigadas al suelo, otras tumbadas; y en medio de estas ruinas resalta, entera y majestuosa, la Columna Trajana, de mármol esculpido, en toda la extensión del fuste, con bajorrelieves que recuerdan el sometimiento de los dacios por el magnánimo y glorioso Emperador. Sus cenizas reposan, o reposaron, dentro del pedestal, dispuesto como sarcófago. Sobre el dórico capitel, en vez de la imagen de Trajano que lo coronaba, descuella, desde tiempos de Sixto V, un San Pedro de bronce.

La primera vez que pasé junto al Foro Trajano, ya casi entrada la noche, y me asomé a la oscura hondonada, vi deslizarse, entre las rotas piedras y las matas de pasto, una sombra fugaz. A esta sombra siguieron otras y otras, en varias direcciones. Luego advertí que con aquellas cosas pasajeras solían correr unas extrañas lucecillas. ¿Almas de tribunos, de mártires, de héroes, como las que en este venerado suelo de Roma han de reconocer un despojo de su vestidura corporal en cada grano de polvo, en cada hilo de hierba?…

Volví a pasar de día, y las sombras me revelaron su secreto. El ruinoso Foro está poblado de gatos. Allí ha puesto su cuartel general, su concilio ecuménico, su populosa metrópoli, la que llamó Quevedo “la gente de la uña”.

Los hay de todas pintas, barcinos y atigrados, amarillos y grises, blancos y negros. En los cuadros de sol, sobre la fresca hierba, disfrutan, con envidiable e indolente placidez, su dicha de vivir ya gravemente sentados, ya tendiéndose en esas actitudes inverosímiles y absurdas con que encantaban a Teófilo Gautier. Uno, negro como la tinta, inmóvil, sobre una tronchada columna que le forma pedestal, parece una esfinge de ébano. Micifuz se relame sobre un derribado capitel. Zapirón remeda, rascándose “la pata coja de Mefistófeles”.

Zapaquilda amamanta a sus bebés en el hueco de dos piedras donde ha tendido el césped blanco tálamo. Ignoro si el problema económico de esta comunidad se resuelve mediante la protección del vecindario, o si ella vive de su propia industria con la libre caza de sabandijas; pero observo que todos los asociados están gordos y lucios y que el rayo del sol arranca de los esponjados pelambres reflejos, ya de oro, ya de azabache, ya de nieve.

No quiero a los gatos. Me han parecido siempre seres de degeneración y de parodia: degeneración y parodia de la fiera. Son la fiera sin la energía; son el tigre achicado, el tigre de Liliput; el instinto contenido por la debilidad; la intención pérfida y sinuosa que sustituye el arrebato de la fuerza: la mansedumbre delante del hombre y la ferocidad delante del ratón.

Cuando la corona de los seres vivientes está sobre la frente del león, como en la hermosa fábula de Goethe, la propia tiranía se ennoblece y la propia crueldad cobra prestigios de justicias. ¡Ay del reino animal cuando manden los gatos!

Contemplando a la plebe felina adueñada de aquellos despojos de la grandeza imperial, se me figuró ver cifrado en este caso un carácter constante de las decadencias. Caer en manos de los gatos, ¿no es el destino de todos los poderes que envejecen, de todas las glorias que se gastan, de todas las ideas que se usan?… Luego otra figuración embargó mi pensamiento. Me pareció como si se presentara entre las minas el alma de un antiguo romano y, con la amarga ironía de su orgullo, señalase en aquella vasta gatería una pintura de nuestra civilización, un símbolo de nuestra edad.

Somos, para los antiguos, gatos para fieras. Reproducimos su genio y su cultura, como el gato los rasgos del felino indómito y gigante. Para dar voz a otros hombres y otros tiempos, el Ramayana, la Ilíada, la Comedia. Para expresar la democracia utilitaria y niveladora, la Gatomaquía. Carecemos de la crueldad que empurpuró la arena del Circo y maceró las carnes del esclavo; pero tenemos la perversidad del rasguño, de la pupila que escudriña en la noche, de la mano esponjosa que dilata la agonía del ratón. Gatunos son nuestros crímenes. Económicas, tibias y falaces nuestras virtudes, pulcritud de gato. Si se aparece entre nosotros el Héroe, el miedo nos infunde valor y le saltamos a la cara, como nuestros congéneres hicieron con Don Quijote. Suplimos nuestra timidez para afrontar las puertas bien guardadas con nuestra habilidad para marchar por las cornisas y trepar por los muros.

Las lamentaciones de Isaías, las amenazas de Daniel, las maldiciones de Dante, las quejas de Prometeo Encadenado, retumban en las concavidades del tiempo como rugidos en la selva. Los ayes de nuestros dolores, la declaración de nuestro moderno pesimismo, el clamor de nuestras rebeliones y nuestras esperanzas, ¿no sonarán en los oídos del futuro como maullidos de azotea?

El patriotismo romano, propagandista y conquistador, fue un inextinguible anhelo de espacio, y rebosando sobre el mundo, hizo nacer de la idea de la patria el sentimiento de la humanidad. Nuestro patriotismo, contenido y prudente, egoísta y sensual, ¿no tiene mucho del apego del gato a la casa donde disfruta su rincón?… ¡Oh, tú, que te levantas allá enfrente!, sombra del Coliseo, erguido fantasma de la antigüedad, genio de una civilización de águilas y leones: ¿no será esta de que nos envanecemos una civilización de gatos? 




JOSÉ ENRIQUE RODÓ



LES CHATS DE LA COLONNE TRAJANE

Prenant la route Alexandrine pour entrer dans celle du Corso, je passe tous les soirs auprès du Forum Trajan, ou si vous voulez auprès de la colonne Trajane, la seule chose qui vraiment reste debout de ce complexe monument, celui peut-être de la magnificence la plus célèbre entre tous ceux que vit s'élever et tomber ce soleil de Rome. Un parallélogramme fermé, de niveau beaucoup plus bas que la rue, contient, parmi des herbes sauvages et des flaques boueuses, des colonnes tronquées de granit, les unes enracinées au sol, les autres tombées ; et au milieu de ces ruines jaillit, entière et majestueuse, la Colonne Trajane, de marbre sculpté, dans tout le développement de son fût, avec des bas-reliefs qui rappellent la soumission des Daces par le magnanime et glorieux Empereur. Ses cendres reposent, ou reposèrent à l'intérieur du piédestal, disposé comme un sarcophage. Sur le chapiteau dorique, au lieu de l'image de Trajan qui le couronnait, s'élève, depuis l'époque de Sixte-Quint, un Saint-Pierre de bronze.

La première fois que je passai par le Forum Trajan, presque au début de la nuit, et que je m'accoudai devant l'obscure profondeur, je vis se glisser, entre les pierres brisées et les buissons, une ombre fuyante. A cette ombre il en succéda d'autres et puis d'autres, dans diverses directions. Je remarquai alors qu'avec ces choses qui passaient couraient aussi d'étranges petites lumières. Âmes de tribuns, de martyrs, de héros, comme celles qui, dans ce vénérable sol de Rome, doivent reconnaître des restes de leur vêtement corporel dans chaque grain de poussière, dans chaque fibre d'herbe?... J'y revins de jour, et les ombres me révélèrent leur secret.

Le Forum en ruines est peuplé de chats. C'est là qu'ont installé leur quartier général, leur concile œcuménique, leur populeuse métropole ceux que Quevedo a nommés : « le monde de la griffe ».

Il y en a de toutes les marques. Roussâtres et tigrés, jaunes et gris, blancs et noirs. Dans les carrés de soleil, sur l'herbe fraîche, ils jouissent avec une placidité digne d'envie et indolente de leur bonheur de vivre, ou gravement assis, ou étendus dans ces attitudes invraisemblables et absurdes, qui ravissaient Théophile Gautier. Un, noir comme l'encre, immobile sur une colonne coupée qui lui fait un piédestal, semble un sphinx d'ébène. Micifuz se pourlèche sur un chapiteau renversé. Zapiron contrefait, en se grattant, la patte boiteuse de Méphistophélès.


Zapaquilda allaite ses petits dans le creux de deux pierres, où le gazon fait une couche douillette. J'ignore si le problème économique de cette communauté se résout au moyen de la protection du voisinage, ou si elle vit de sa propre industrie, avec la libre chasse aux reptiles ; mais j'observe que tous les associés sont gras et brillants et que le rayon du soleil arrache à leur pelage épanoui des reflets d'or, ou de jais, ou de neige.

Je n'aime pas les chats, ils m'ont toujours paru des êtres de dégénérescence et de parodie : dégénérescence et parodie de la bête fauve. Ils sont le fauve sans l'énergie, ils sont le tigre rapetissé, le tigre de Lilliput, l'instinct contenu par la débilité, l'intention perfide et tortueuse substituée au transport de la force, la bénignité devant l'homme et la férocité devant la souris.

Quand la couronne des êtres vivants est sur le front du lion, comme dans la belle fable de Goethe, la tyrannie même s'ennoblit et la cruauté acquiert le prestige de la justice. Hélas ! pour le règne animal lorsque ce sont les chats qui commandent !

En contemplant la plèbe féline devenue maîtresse de ces restes de la grandeur impériale, je me figurai que je voyais marqué dans cet exemple un caractère constant des décadences. Tomber entre les mains des chats, n'est-ce pas le destin de tous les pouvoirs qui vieillissent, de toutes les gloires qui s'épuisent, de toutes les idées qui s'usent ?... Ensuite une autre image se saisit de ma pensée. Il me sembla que parmi les ruines se présentait un ancien Romain qui, avec l’amère ironie de son orgueil, retrouvait dans cette vaste réunion de chats une peinture de notre civilisation, un symbole de notre époque.

Nous sommes, vis-à-vis des anciens, des chats en comparaison de fauves. Nous reproduisons leur génie et leur culture comme le chat les traits du félin géant et indompté. Pour donner voix à d'autres hommes et à d'autres temps le Ramayana, l'Iliade, la Comédie. Pour exprimer la démocratie utilitaire et niveleuse, la Kyromachie. Nous manquons de la cruauté qui empourpra le sable du cirque et mortifia la chair de l'esclave ; mais nous avons la perversité de l’égratignure, de la pupille qui scrute dans la nuit, de la patte gonflée qui jouit de l'agonie de la souris. Nos crimes sont des crimes de chats. Économiques, tièdes et frauduleuses nos vertus, beauté de chat. Si parmi nous apparaît le Héros, la peur nous verse du courage et nous lui sautons à la figure comme nos congénères firent avec Don Quichotte. Notre timidité devant les portes bien gardées, nous la compensons par notre habileté à marcher sur les corniches et à grimper aux murs.

Les lamentations d'Isaïe, les menaces de Daniel, les malédictions de Dante, les plaintes de Prométhée enchaîné retentissent dans les profondeurs du temps comme des rugissements dans la forêt. Les soupirs de nos douleurs, l'aveu de notre pessimisme moderne, la clameur de nos révoltes et de nos désespoirs, ne résonneront-ils pas aux oreilles de l'avenir comme des miaulements de terrasse?...

Le patriotisme romain, propagateur et conquérant, fut une inextinguible avidité d'espace ; et, s'étendant sur le monde, il fit naître de l'idée de patrie le sentiment de l’humanité. Notre patriotisme, contenu et prudent, égoïste et sensuel, ne tient-il pas beaucoup de l’attachement du chat à la maison où il possède son coin ?... O toi ! qui t'élèves là en face ! ombre du Colisée, fantôme dressé de l'antiquité, génie d'une civilisation d'aigles et de lions, ne sera-t-elle, celle-ci dont nous sommes fiers, qu'une civilisation de chats ?...

Rome, 1917.
Paru dans Plus ultra. Buenos-Ayres.


Traducción de FRANCIS DE MIOMANDRE