lunes, 31 de agosto de 2020

Paul Valéry y Jorge Guillén: La durmiente


LA DURMIENTE


¿Mi amiga está quemando secretos de su vida,
alma con dulce máscara que oliese alguna flor?
¿Con que fútil materia tan ingenuo calor
logra esta irradiación de una mujer dormida?

Soplo, ensueños, silencio, calma nunca vencida...
Eres, oh paz, quien triunfa, más fuerte que el dolor,
cuando la onda grave del sueño y su candor
conspiran sobre el torso de la que así me olvida.

Oh durmiente con oros de sombra y dejadez,
tu temible sosiego te tiende tan aguda
—junto a un racimo larga cierva con languidez—

que, pese al alma errante por infernales puertos,
tu forma —vientre puro que un brazo no desnuda—
vela. Tu forma vela. ¡Y mis ojos, abiertos!



Traducción de JORGE GUILLÉN

LA DORMEUSE


Quels secrets dans son cœur brûle ma jeune amie,
Âme par le doux masque aspirant une fleur ?
De quels vains aliments sa naïve chaleur
Fait ce rayonnement d’une femme endormie ?

Souffle, songes, silence, invincible accalmie,
Tu triomphes, ô paix plus puissante qu’un pleur,
Quand de ce plein sommeil l’onde grave et l’ampleur
Conspirent sur le sein d’une telle ennemie.

Dormeuse, amas doré d’ombres et d’abandons,
Ton repos redoutable est chargé de tels dons,
Ô biche avec langueur longue auprès d’une grappe,

Que malgré l’âme absente, occupée aux enfers,
Ta forme au ventre pur qu’un bras fluide drape,
Veille ; ta forme veille, et mes yeux sont ouverts.




viernes, 21 de agosto de 2020

Stefan George y Carlos F. Grieben: Nietzsche

TIEMPO Y RELIGIÓN EN STEFAN GEORGE

Las palabras con que Hugo von Hofmannsthal cierra en 1896 su crítica a la segunda obra en orden cronológico (1895) de su amigo Stefan George pueden considerarse definidoras de la personalidad entera de este poeta romano-germánico y de sus relaciones con el mundo circundante: “Los tres libros (de que se compone la obra) revelan la magnificencia regia, innata de un espíritu que se gobierna a sí mismo. Nada más extraño a la época, nada más valioso a los pocos. La época ha de contentarse con descubrir un mero encanto exótico en las formas esbeltas y tiránicas, en las palabras volcadas con mesura de labio fino, en esta naturaleza espontáneamente altiva y en este mundo visto a través de la luz insegura de las tempranas horas matutinas. Pero unos pocos afirman conocer ahora mejor que antes el valor de la existencia”.
En efecto: Stefan George, nacido el 12 de julio de 1868 en Büdesheim (Bingen), y señor y pontífice de un reducido cenáculo de espíritus apostólicos, es una figura insular de la poesía moderna alemana. Carácter nietzscheano, bebió profundamente del autor de Zarathustra, y mantuvo, a la par, una altura lírica digna de un Hölderlin. Ello, empero, sin perder ni el riguroso equilibrio clásico, apolíneo, con que plasmó toda su obra, ni la severa conducta sacerdotal, mallarmeana, con que plasmó toda su vida. Uno a uno, sus libros, desde el primero: Himnos, Peregrinajes, Algabal (1890 a 1892), pasando por Los Libros de las Églogas y Loas, de las Leyendas y los Cantos y de los Jardines Colgantes (1895), El Año del Alma (1897), El Tapiz de la Vida y las Canciones de Sueño y Muerte con un Preludio (1900), La Cartilla (Selección de primeros versos, 1901), El Séptimo Anillo (1907), La Estrella de la Alianza (1914), La Guerra (1917), Tres Cantos (1921), hasta el último: El Nuevo Reino, aparecido en 1928, cinco años antes de su muerte en Minusio (Locarno), revelan la antedicha insularidad de un poeta que, lejos de estar en desacuerdo con su época, siente que su época está en desacuerdo con él. De allí que no advirtamos en ningún verso suyo desarraigo o queja algunos, y sí, en cambio, el trabajo del poeta que cava surcos en su silencio y allí siembra sus voces primordiales, pues sabe que lo demás es proceso natural y simultáneo en profundidad y altura, en raíz y fruto. La mayoría hace temporal a una época, no comprende el mester sin prisa de ese pintoresco individuo que va vestido de tal o cual manera, de ese hombre de “levitón abotonado hasta el cuello, que, o camina solitario o del brazo de otro hombre enfundado en la misma vestimenta”, según la descripción que de Stefan George y sus discípulos hace el profesor Max Dessoir en su Buch der Erinnerung (Libro del Recuerdo), aparecido en Stuttgart en 1946; la mayoría no concibe cómo ese nuevo poeta escribe los sustantivos alemanes con minúscula. La minoría, por el contrario, hace intemporal a una época, no se preocupa por comprender a tal o cual hombre, por especular en torno de tal o cual particularidad; le basta ( con sentirse universal en él, con encontrar, según las palabras de Friedrich Gundolf [Friedrich Gundolf: Stefan George in Unserer Zeit (Stefan George en Nuestro Tiempo) (1913), en Dichter und Helden (Poetas y Héroes), del mismo autor, ed. Georg Bondi, Berlín, 1921], “el punto de apoyo arquimédico, situado fuera del espíritu de época, que aquel hombre, en tanto fuerza de la naturaleza, ha mostrado frente a ese falso poder de las relaciones que es el espíritu de época”.
Hombre de profunda fe religiosa, desde que en 1889 su visita a París lo convirtiera en discípulo de Mallarmé y devoto de los simbolistas, hasta el punto de hacérsele misión el traducir a algunos de ellos al alemán, sabe George que el sentido de la vida no lo da ningún conocimiento de orden puramente racional; el sentido de la vida es un llegar a la naturaleza de la cual se ha partido, como el sol, que desde la aurora llega a la aurora, un “ser consagrado” por una noche de estrellas, tal y como lo expresan estos versos de su primer libro, donde, no bien “brillan a través del follaje ciudades de astros y campos bienaventurados:

El vuelo de los tiempos pierde sus viejos nombres
Y espacio y existencia quedan sólo en la imagen”.
(Der zeiten flug verliert die alten namen
Und raum und dasein bleiben nur im bilde.)

Esa misma fe religiosa lleva a George años más tarde a hallar su dios en la imagen duradera que le deja, con su temprana muerte, el más joven y amado de sus discípulos: Maximin. La eternidad sólo es posible cuando la belleza corporal se eleva sin marchitarse al reino puro del alma, cuando la muerte tempranera vuelca en el molde de un dios hasta entonces desconocido el contenido de un bello y efímero ser terrenal. Hallado, pues, su dios, George se erige ante sus discípulos en sacerdote y profeta del mismo, y así lo proclaman estos versos de su Primer Poema a la Vida y Muerte de Maximin, donde “también vosotros (los discípulos):

El llamado de un dios habéis oído”...

y, en consecuencia:
“Load vuestra ciudad donde un dios ha nacido;
Load el tiempo vuestro en que ha vivido un dios.”
(El Séptimo Anillo)
(Auch ihr haht eines gottes ruf vernommen...
.....................................................................
Preist eure stadt die einen gott gebören!
Preist eure zeit in der ein gott gelebt!)

La belleza como religión y la vida por la belleza. Tal la espada que enarbola George frente al tumulto de crisis y criteriologías que amenaza a su tiempo. Y así, en La Estrella de la Alianza se anuncia la “nueva gente” que “con el puñal oculto bajo el ramo de laurel”, va a elegir por causa y defender como derecho la única relación verdaderamente libre: la de los hombres que, como dice Gundolf en su ya mencionado trabajo, “están sin mediadores frente a la naturaleza”, y la de los creadores que, como dice el propio George en Blätter für die Kunst [Hojas para el Arte, fundadas por George en 1892 y aparecidas en doce series hasta 1919 en edición de Karl August Klein.], “ansian y eternizan un arte libre de toda servidumbre; un arte que, de seguir a Zarathustra, puede llegar a ser la misión más alta de la vida; un arte brotado de la embriaguez por el canto y el sol”.

Revista Sur nº 205, noviembre de 1951


NIETZSCHE

Schwergelbe wölken ziehen überm hügel
Und kühle stürme — halb des herbstes boten
Halb frühen frühlings... Also diese mauer
Umschloss den Donnerer — ihn der einzig war
Von tausenden aus staub und rauch um ihn?
Hier sandte er auf flaches mittelland
Und tote stadt die letzten stumpfen blitze
Und ging aus langer nacht zur längsten nacht.

Blöd trabt die menge drunten, scheucht sie nicht!
Was wäre stich der qualle, schnitt dem kraut!
Noch eine weile walte fromme stille
Und das getier das ihn mit lob befleckt
Und sich im moderdunste weiter mästet
Der ihn erwürgen half sei erst verendet!
Dann aber stehst du strahlend vor den Zeiten
Wie andre führer mit der blutigen krone.

Erlöser du! selbst der unseligste —
Beladen mit der wucht von welchen losen
Hast du der sehnsucht land nie lächeln sehn?
Erschufst du götter nur um sie zu stürzen
Nie einer rast und eines baues froh?
Du hast das nächste in dir selbst getötet
Um neu begehrend dann ihm nachzuzittern
Um aufzuschrein im schmerz der einsamkeit.

Der kam zu spät der flehend zu dir sagte:
Dort ist kein weg mehr über eisige felsen
Und horste grauser vögel — nun ist not:
Sich bannen in den kreis den liebe schliesst...
Und wenn die strenge und gequälte stimme
Dann wie ein loblied tönt in blaue nacht
Und helle flut — so klagt: sie hätte singen
Nicht reden sollen diese neue seele!
………………………………………



NIETZSCHE

Sobre el cerro se espesan nubes ocres
Y frescos vendavales, como heraldos
De otoño y primavera. ¿Así este muro
Rodeó al Tonante, al único entre miles
De seres de humo y polvo en torno de él?
Aquí, sobre llanura y ciudad muerta
Envió sus rayos últimos y truncos
Y fue de larga noche a eterna noche.

¡Estulta multitud! ¡No la espantéis!
¡Qué fuera herir medusas, cortar hierbas!
Siga reinando muda devoción
Y al fin la sabandija que lo mancha
De elogios y respira junto al lodo
Que lo asfixió, reviente. Pero entonces
Frente a los tiempos brillas tú, sangrante
Cual de otros conductores tu corona.

¡Oh redentor, el más infortunado!
¿Cargado con el peso de qué suertes
No viste sonreír tierras de afán?
¿Creaste dioses sólo por destruirlos,
Jamás de treguas o de obrar contento?
Dentro de ti mataste lo inmediato
Para temblar de nuevo al anhelarlo,
Para gritar dolor de soledad.

Llegó muy tarde aquel que te imploraba:
Ya no hay caminos en la helada roca
Ni anida el ave horrenda, ya es preciso
Cerrarnos en el círculo de amor.
Y si la voz severa y torturada
A loa suena luego en noche azul
Y claro fluir, quejaos: alma nueva,
Debiste ser canción y no palabra.

miércoles, 19 de agosto de 2020

John Donne y Jorge Cuesta: Himno a Dios Padre

A HYMN TO GOD THE FATHER

Wilt thou forgive that sin where I begun,
         Which was my sin, though it were done before?
Wilt thou forgive that sin, through which I run,
         And do run still, though still I do deplore?
                When thou hast done, thou hast not done,
                        For I have more.

Wilt thou forgive that sin which I have won
         Others to sin, and made my sin their door?
Wilt thou forgive that sin which I did shun
         A year or two, but wallow'd in, a score?
                When thou hast done, thou hast not done,
                        For I have more.

I have a sin of fear, that when I have spun
         My last thread, I shall perish on the shore;
But swear by thyself, that at my death thy Son
         Shall shine as he shines now, and heretofore;
                And, having done that, thou hast done;
                        I have no more.



HIMNO A DIOS PADRE

¿Perdonarás ese primer pecado
que es mi pecado aun antes que yo fuera?
¿Y ese pecado por el que he pasado
y por el cual aún paso, aunque me hiera?
Ya perdonado, no lo has perdonado,
pues aún más era.

¿Perdonarás aquel con que he ganado
otros a él? ¿Podrá ser su ribera?
¿Y aquél dentro de mí que he devorado
más años de los que vivió por fuera?
Ya perdonado, no lo has perdonado,
pues aún más era.

Peca el temor también que, devanado,
el hilo último, en la orilla muera;
juro por ti que a tu Hijo será dado
brillar más tarde como siempre hiciera.
Esto cumplido, habrás ya perdonado
todo lo que era.


Traducción de JORGE CUESTA
https://edicionesdelamirandola.blogspot.com/

martes, 18 de agosto de 2020

Hölderlin y Norberto Silvetti Paz: Canción del destino de Hiperión

HYPERIONS SCHICKSALSLIED

Ihr wandelt droben im Licht
Auf weichem Bodem, selige Genien!
Glänzende Götterlüfte
Rühren euch leicht,
Wie die Finger der Künstlerin
Heilige Saiten.

Schicksallos, wie der schlafende
Säugling, atmen die Himmlischen;
Keusch bewahrt
In bescheidener Knospe
Blühet ewig
Ihnen der Geist,
Und die seligen Augen
Blicken in stiller
Ewiger Klarheit.

Doch uns ist gegeben
Auf keiner Stätte su ruhn,
Es schwinden, es fallen
Die leidenden Menschen
Blindlings von einer
Stunde zur andern,
Wie Wasser von Klippe
Zu Klippe geworfen,
Jahrlang ins Ungewisse hinab.

CANCIÓN DEL DESTINO DE HIPERIÓN

¡Camináis en la luz, allí en lo alto,
por blando suelo, Genios celestiales!
Resplandecientes brisas divinas
ligeramente os tocan,
como tocan los dedos de la artista
las cuerdas sagradas.

Sin destino, como el durmiente
lactante respiran los Inmortales;
castamente guardado
en modesto capullo,
florece eternamente
en ellos el espíritu,
y sus divinos ojos
contemplan la apacible,
eterna claridad.

Pero a nosotros nos es dado
no reposar en parte alguna;
desaparecen, caen
los sufrientes mortales,
ciegamente,
de una en otra hora,
como agua de una roca
a otra roca lanzada,
a lo largo de años,
en lo incierto, hacia abajo.


Traducción de NORBERTO SILVETTI PAZ

sábado, 15 de agosto de 2020

Christina Rossetti y Salvador de Madariaga: Canción

SONG

When I am dead, my dearest,
Sing no sad songs for me;
Plant thou no roses at my head,
Nor shady cypress tree:
Be the green grass above me
With showers and dewdrops wet;
And if thou wilt, remember,
And if thou wilt, forget.

I shall not see the shadows,
I shall not feel the rain;
I shall not hear die nightingale
Sing on, as if in pain;
And dreaming through the twilight
That doth not rise nor set,
Haply I may remember,
And haply may forget.

CANCIÓN

Cuando haya muerto, amado,
triste canción no cantes,
ciprés umbroso ni frescas rosas
sobre mi tumba plantes.
Cúbrame verde hierba
de lluvia humedecida,
y si quieres, recuerda,
y si quieres, olvida.

Ya no he de ver las sombras
ni la lluvia sentir, ni el canto —triste como una queja—
del ruiseñor oír.
Soñando en un crepúsculo,
ni alba ni anochecer,
puede ser que recuerde,
que olvide puede ser.

Traducción de SALVADOR DE MADARIAGA

miércoles, 12 de agosto de 2020

Cristina Campo y María Zambrano: Atención y poesía

ATENCIÓN Y POESÍA

En algunos viejos libros se le ha dado al justo el celeste nombre de mediador. Mediador entre el hombre y Dios, entre el hombre y otro hombre, entre el hombre y las leyes secretas de la naturaleza. Al justo, y al justo solo, se le concede el oficio de mediador porque ninguna atadura imaginaria, pasional, puede coartar o deformar en él la facultad de lectura. « Et chaque être humain (y se podría añadir: et chaque chose) crie en silence pour être lu autrement ».
De aquí la importancia de la libertad del corazón que todas las iglesias recomiendan como higiene espiritual: vigilia de las turbaciones, mantenerse en disponibilidad para la revelación divina. Pero ninguna iglesia ha dicho nunca explícitamente: manteneos puros en las obras y en los pensamientos para concertar a los hombres y las cosas según esta mirada sin sombras. En este plano aparecen como equivalentes: justicia, poesía y crítica: son tres formas de mediación.
Pues, ¿qué puede ser la mediación sino una facultad para atender enteramente limpia? Contra ella actúa lo que muy impropiamente llamamos la pasión, o sea: la imaginación febril, la ilusión fantástica. De modo que se podría decir que justicia e imaginación son términos antitéticos. La imaginación pasional, una de las formas más incontrolables de la opinión (ese sueño en que todos nos movemos) no puede servir sino a una justicia imaginaria. Y ésta parece ser la diferencia esencial entre la justicia pasional de Electra y la justicia espiritual de Antígona: que la primera imagina poder restituir culpa por culpa, trasfiriendo el peso de uno a otro eslabón de una cadena inquebrantable, mientras la segunda se mueve en un plano donde la ley de la necesidad no tiene ya curso.
Al justo, contrariamente a cuanto suele pedírsele, no le es necesaria la imaginación sino la atención. Solicitamos del juez una cosa justa usando un término equivocado, cuando solicitamos de él que use “de la imaginación”. ¿Qué sería, en este caso, la imaginación sino arbitrariedad inevitable, violencia a la realidad de las cosas? Justicia es una atención ferviente, enteramente no-violenta, igualmente distante de la apariencia y del mito.
“Justicia, ojo de oro, mira”. Imagen de perfecta inmovilidad, perfectamente atenta.

También la poesía es atención: lectura en múltiples planos de la realidad circundante, que es verdad en figuras. Y el poeta, que disuelve y recompone estas figuras, es así también un mediador: entre el hombre y Dios, entre el hombre y otro hombre, entre el hombre y las leyes secretas de la naturaleza.
Los griegos fueron seres desdeñosos de la imaginación: la fantasmagoría no encontró lugar en su espíritu: su atención heroica, inconmovible (de la que el ejemplo más cumplido es quizás Sófocles), establecía de continuo relaciones, separaba y unía de continuo, en un esfuerzo incesante por descifrar la realidad y también el misterio. Los chinos actuaron de la misma manera en el maravilloso “Libro de las Mutaciones”. Dante no es, por extraño que pueda sonar, un poeta de la imaginación sino de la atención: ver almas retorciéndose en el fuego o en el olivo —para no recordar sino la imagen más inmediata— es una suprema forma de atención que deja puros e incontaminados los elementos de la idea. El arte de hoy es en grandísima parte imaginación, o sea: contaminación caótica de elementos y de planos. Todo ello se opone a la justicia (que por supuesto, no interesa al arte de hoy).
Pues si la atención es espera, aceptación ferviente, valerosa de lo real, la imaginación es impaciencia, fuga en lo arbitrario: eterno laberinto sin hilo de Ariadna. Por ello el arte antiguo es sintético; el arte moderno, analítico: un arte que opera por pura descomposición, como conviene a un tiempo nutrido de terror. Porque la verdadera atención no conduce, como podría parecer, al análisis, sino a la síntesis que la resuelve, al símbolo y a la figura, en una palabra: al destino. El análisis se convierte en destino cuando la atención, cumpliendo una superposición perfecta de tiempos y de espacios, los recompone paso a paso, en belleza, en figura. Es la atención de la memoria en Marcel Proust.

La atención es el único camino de lo inexpresable, la sola vía del misterio, ya que está inmediatamente vinculada con lo real: y sólo por alusiones emboscadas en lo real se manifiesta el misterio. Los símbolos contenidos en las historias sagradas, en los mitos y en las fábulas que durante milenios han alimentado y consagrado la vida, se revisten de las formas más concretas de esta tierra: de la Zarza Ardiente hasta el Grillo Parlante (del Fruto del Conocimiento hasta la calabaza de la Cenicienta).
Ante la realidad, la imaginación retrocede. La atención la penetra, directamente y como símbolo. (Pensemos en los cielos de Dante, divina y minuciosa traducción de una liturgia.) Es esa, al fin, la forma más legítima, absoluta de la imaginación: la misma a que se refiere sin duda el viejo texto de Alquimia cuando recomienda dedicar a la obra la verdadera imaginación y no la fantástica: Significando así claramente por ella la atención —en la que está contenida la imaginación, sublimada, como el veneno en la medicina. Por uno de los tantos equívocos del lenguaje, se la llama comúnmente “fantasía creadora”.
Poco importa si a ese momento, en que se cumple la alquimia de la perfecta atención, conducen largas y dolorosas peregrinaciones o si aparece como una fulguración. Tales relámpagos no son sino aquella chispa, de origen y naturaleza cada vez más misteriosa, en la medida en que se le ofrece la clave de todo, que la atención solicita y prepara —como el pararrayos al rayo, como la plegaria al milagro, como la búsqueda de la rima a la inspiración que puede brotar de esa rima. A veces, se trata de la atención de toda una estirpe, de toda una genealogía, que se enciende de improviso en la centella de un dios: “Io posi li piedi in quella parte della vita di là dalla quale non si puote ire più per desiderio di ritornare”.
Y a ese individuo dotado de una atención que así concluye y rapta, el mundo lo define —con una bella síntesis— como un genio, para señalar al que está habitado por un “daimon”; que encarna la manifestación de un espíritu ignoto.

Como el genio de la botella, la atención de la imagen libera la idea y de la idea recoge la imagen, también a semejanza de los alquimistas que trataban la sal disolviéndola en un líquido y estudiando luego cómo se adensaban y rehacían las figuras así formadas. Opera una descomposición y recomposición del mundo en dos planos diversos, igualmente reales. Cumple así la justicia, el destino: esa dramática disolución y recomposición de una forma.
La expresión, la poesía así nacida no puede ser, evidentemente, sino jeroglífica, como una nueva naturaleza; y sólo una nueva atención, un nuevo destino la puede descifrar. Pero la palabra revela al instante de qué potencia de atención han nacido. Lo revela con la integridad de su peso, terrestre y ultraterrestre, tanto más respetado, tanto más circundado de silencio y de espacio, cuanto más intenso haya sido el tiempo de la atención.
Toda palabra se da según la multiplicidad de sus secretos significados, semejantes a los estratos de una columna geológica, cada uno coloreado y poblado diversamente; multiplicidad que está en relación directa con la del espíritu —el destino— que la acoge y descifra. Mas, para todos, cuando es pura, es portadora de un don colmado, parcial y total a la vez: belleza y significación, independientes y al mismo tiempo inseparables, como en una comunión. Como en aquella primera que fue la multiplicación de los panes y de los peces. La palabra del maestro, dice un cuento hebraico, se le aparecía a cada uno como un secreto destinado a su oído y a ningún otro, y así cada cual oía como suya y completa la historia que él narraba en las plazas y de la que el recién llegado no escuchaba más que un fragmento.

Todo ello, de una parte y de otra, significa sufrimiento y amor. « Souffrir pour quelque chose c’est lui avoir accordé une attention extrême. » (Homero sufre por los troyanos, contempla la muerte de Héctor. El maestro de espada japonés no distingue entre su propia muerte y la de su adversario.) Y haber acordado a una cosa una atención extrema es haber aceptado sufrirla hasta el fin. Y no sólo sufrirla a ella, sino sufrir por ella, colocándose como una pantalla entre ella y todo lo que pueda amenazar su significado, en nosotros y fuera de nosotros: haber asumido valerosamente el peso de estas oscuras e incesantes amenazas.
En este punto la atención alcanza quizás su forma más pura, su nombre más exacto: la responsabilidad, la capacidad de responder por algo o alguien que nutre en igual medida el entendimiento entre los seres, el nacimiento de la poesía y la oposición al mal. Pues, en verdad, todo error humano, poético y espiritual, no es, en esencia, sino desatención.
Pedirle a un ser humano que no se distraiga en ningún momento, que se sustraiga sin descanso al equívoco de la imaginación, a la inercia de la costumbre, al hipnotismo del hábito su facultad de atender, es pedirle que actualice al máximo su forma.
Es pedirle algo que se acerca a la santidad, en una época que parece perseguir solamente —con ciega furia y escalofriante éxito— el divorcio total de la mente humana de su propia facultad de atender.
Traducción de MARÍA ZAMBRANO
Revista Sur nº 271, julio y agosto de 1961

ATTENZIONE E POESIA

La verità non può venire al mondo nuda anzi è venuta nei simboli e nelle figure. C’è una rinascita, e c’è una rinascita in figure. In verità essi dovranno rinascere in grazia della figura.
Vangelo di Filippo

Nei vecchi libri è dato spesso all’uomo giusto il celeste nome di mediatore. Mediatore fra l’uomo e il dio, fra l’uomo e l’altro uomo, fra l’uomo e le regole segrete della natura. Al giusto, e solo al giusto, si concedeva l’ufficio di mediatore perché nessun vincolo immaginario, passionale, poteva costringere o deformare in lui la facoltà di lettura. «Et chaque être humain (e si potrebbe aggiungere: et chaque chose) crie en silence pour être lu autrement».
Per questo appare così importante la libertà del cuore. Tutte le chiese la raccomandano come igiene spirituale: vigilanza contro i turbamenti, disponibilità alla rivelazione divina. Nessuna chiesa però disse mai esplicitamente: mantenetevi puri nelle opere e nei pensieri per conciliare gli uomini e le cose secondo uno sguardo senz’ombre. Qui poesia, giustizia e critica convergono: sono tre forme di mediazione.
Che cosa è dunque mediazione se non una facoltà del tutto libera di attenzione? Contro di essa agisce quella che noi, del tutto impropriamente, chiamiamo la passione; ossia l’immaginazione febbrile, l’illusione fantastica.
Si potrebbe dire a questo punto che giustizia e immaginazione sono termini antitetici. L’immaginazione passionale, che è una delle forme più incontrollabili dell’opinione – questo sogno in cui tutti ci muoviamo – non può servire in realtà che a una giustizia immaginaria. È questa, per esempio, la differenza essenziale fra la giustizia passionale di Elettra e la giustizia spirituale di Antigone. L’una immagina di poter avanzare colpa per colpa, spostando il peso della forza dall’uno all’altro anello di una catena infrangibile. L’altra si muove in un regno dove la legge di necessità non ha più corso.
Al giusto, infatti, contrariamente a quanto di solito si richiede da lui, non occorre immaginazione ma attenzione. Noi chiediamo al giudice una cosa giusta chiamandola con un nome sbagliato quando sollecitiamo da lui «dell’immaginazione». Che cosa mai sarebbe in questo caso l’immaginazione del giudice se non arbitrio inevitabile, violenza alla realtà delle cose? Giustizia è un’attenzione fervente, del tutto non violenta, ugualmente distante dall’apparenza e dal mito.
«Giustizia, occhio d’oro, guarda». Immagine di perfetta immobilità, perfettamente attenta.

Poesia è anch’essa attenzione, cioè lettura su molteplici piani della realtà intorno a noi, che è verità in figure. E il poeta, che scioglie e ricompone quelle figure, è anch’egli un mediatore: tra l’uomo e il dio, tra l’uomo e l’altro uomo, tra l’uomo e le regole segrete della natura.
I Greci furono esseri sdegnosi di immaginazione: la fantasticheria non trovò posto nel loro spirito. La loro attenzione eroica, irremovibile (di cui l’esempio estremo è forse Sofocle) di continuo stabiliva rapporti, di continuo separava ed univa, in uno sforzo incessante di decifrazione così della realtà come del mistero. I Cinesi meditarono per millenni allo stesso modo, intorno al meraviglioso Libro delle Mutazioni. Dante non è, per quanto scandaloso possa suonare, un poeta dell’immaginazione, ma dell’attenzione: vedere anime torcersi nel fuoco e nell’olivo, ravvisare nell’orgoglio un manto di piombo, è una suprema forma di attenzione, che lascia puri e incontaminati gli elementi dell’idea.
L’arte d’oggi è in grandissima parte immaginazione, cioè contaminazione caotica di elementi e di piani. Tutto questo, naturalmente, si oppone alla giustizia (che infatti non interessa all’arte d’oggi).
Se dunque l’attenzione è attesa, accettazione fervente, impavida del reale, l’immaginazione è impazienza, fuga nell’arbitrario: eterno labirinto senza filo di Arianna. Per questo l’arte antica è sintetica, l’arte moderna analitica; un’arte in gran parte di pura scomposizione, come si conviene ad un tempo nutrito di terrore. Poiché la vera attenzione non conduce, come potrebbe sembrare, all’analisi, ma alla sintesi che la risolve, al simbolo e alla figura – in una parola, al destino.
L’analisi può diventare destino quando l’attenzione, riuscendo a compiere una sovrapposizione perfetta di tempi e di spazi, li sappia ricomporre, volta per volta, nella pura bellezza della figura. È l’attenzione di Marcel Proust.

L’attenzione è il solo cammino verso l’inesprimibile, la sola strada al mistero. Infatti è solidamente ancorata nel reale, e soltanto per allusioni celate nel reale si manifesta il mistero. I simboli delle sacre scritture, dei miti, delle fiabe, che per millenni hanno nutrito e consacrato la vita, si vestono delle forme più concrete di questa terra: dal Cespuglio Ardente al Grillo Parlante, dal Pomo della Conoscenza alle Zucche di Cenerentola.
Davanti alla realtà l’immaginazione indietreggia. L’attenzione la penetra invece, direttamente e come simbolo (pensiamo ai cieli di Dante, divina e minuziosa traduzione di una liturgia). Essa è dunque, alla fine, la forma più legittima, assoluta d’immaginazione. Quella a cui allude senza dubbio l’antico testo di alchimia là dove raccomanda di dedicare all’opera «la vera immaginazione e non quella fantastica».
Intendendo con ciò, chiaramente, l’attenzione, in cui l’immaginazione è presente, sublimata, come il veleno nella medicina. Per uno dei tanti equivoci del linguaggio, comunemente la si chiama «fantasia creatrice».
Importa poco se a questo attimo creatore, nel quale si compie l’alchimia della perfetta attenzione, conducano lunghi e dolorosi pellegrinaggi, o se scaturisca da un’illuminazione. Tali lampi non sono se non quella scintilla (di origine e natura sempre più misteriose via via che per ogni cosa ci viene fornita una chiave) che l’attenzione sollecita e prepara: come il parafulmine il fulmine, come la preghiera il miracolo, come la ricerca di una rima l’ispirazione che proprio da quella rima potrà sgorgare.
A volte è l’attenzione di un’intera stirpe, di tutta una genealogia, che avvampa improvvisamente alla scintilla di un dio: «Io posi li piedi in quella parte della vita di là della quale non si puote ire più per desiderio di ritornare...».
Questo individuo dall’attenzione conclusiva, rapinatrice, il mondo lo definisce, con un’abbreviazione molto bella, un genio, significando colui che è abitato da un demone, che incarna il manifestarsi di uno spirito sconosciuto.

Come il gigante dalla bottiglia, dall’immagine l’attenzione libera l’idea, poi di nuovo raccoglie l’idea dentro l’immagine: a somiglianza, ancora una volta, degli alchimisti che prima scioglievano il sale in un liquido e poi studiavano in quale modo si riaddensasse in figure. Essa opera una scomposizione e una ricomposizione del mondo in due momenti diversi e ugualmente reali. Compie così la giustizia, il destino: questa drammatica scomposizione e ricomposizione di una forma.
L’espressione, la poesia che ne nasce, non potrà essere, evidentemente, che una poesia geroglifica: simile ad una nuova natura. Tale che solo una nuova attenzione, un nuovo destino, la potrà decifrare. Ma la parola svela istantaneamente a quale grado di attenzione sia nata. Lo svela col suo peso, terrestre e sopraterrestre: tanto più rispettato, tanto più circondato di silenzio e di spazio quanto più intenso è stato il tempo dell’attenzione.
Ogni parola si offre nei suoi multipli significati, simili alle faglie di una colonna geologica: ciascuna diversamente colorata e abitata, ciascuna riservata al grado di attenzione di chi la dovrà accogliere e decifrare. Ma per tutti, quando sia pura, ha un colmo dono, che è totale e parziale insieme: bellezza e significato, indipendenti e tuttavia inseparabili, come in una comunione. Come in quella prima comunione che fu la moltiplicazione dei pani e dei pesci.
La parola del maestro, dice un racconto ebraico, appariva a ciascuno un segreto destinato all’orecchio suo e a nessun altro: sicché ciascuno sentiva come sua, e completa, la storia meravigliosa che egli narrava nelle piazze e di cui ogni nuovo venuto non udiva che un frammento.

«Souffrir pour quelque chose c’est lui avoir accordé une attention extrême». (Così Omero soffre per i Troiani, contempla la morte di Ettore; così il maestro di spada giapponese non distingue tra la sua morte e quella dell’avversario). E avere accordato a qualcosa un’attenzione estrema è avere accettato di soffrirla fino alla fine, e non soltanto di soffrirla ma di soffrire per essa, di porsi come uno schermo tra essa e tutto quanto può minacciarla, in noi e al di fuori di noi. E avere assunto sopra se stessi il peso di quelle oscure, incessanti minacce, che sono la condizione stessa della gioia.

Qui l’attenzione raggiunge forse la sua più pura forma, il suo nome più esatto: è la responsabilità, la capacità di rispondere per qualcosa o qualcuno, che nutre in misura uguale la poesia, l’intesa fra gli esseri, l’opposizione al male.
Perché veramente ogni errore umano, poetico, spirituale, non è, in essenza, se non disattenzione.
Chiedere a un uomo di non distrarsi mai, di sottrarre senza riposo all’equivoco dell’immaginazione, alla pigrizia dell’abitudine, all’ipnosi del costume, la sua facoltà di attenzione, è chiedergli di attuare la sua massima forma.
È chiedergli qualcosa di molto prossimo alla santità in un tempo che sembra perseguire soltanto, con cieca furia e agghiacciante successo, il divorzio totale della mente umana dalla propria facoltà di attenzione.