viernes, 17 de agosto de 2018

Nicolas Boileau-Despréaux y José María Salazar: Arte poética Canto I

ARTE POÉTICA
CANTO I

PIENSA en vano subir un mal Poeta
A la elevada cima del Parnaso,
Cuando se empeña temerariamente
En el arte de Apolo soberano:
Si no siente del Cielo la influencia,
Si su estrella al nacer no lo ha formado,
En aquella impotencia retenido,
O de su propio genio siempre esclavo,
Sordo le viene a ser el mismo Febo,
Y de tardías alas el Pegaso.
Vosotros que seguís del bello ingenio,
El camino espinoso y arriesgado,
De un ardor y de un fuego peligroso
Vuestro débil espíritu inflamado;
Y confundiendo al Numen con la rima
Os consumís sin fruto en el trabajo.
Algún autor muy lleno de su objeto
No lo sabe dejar hasta agotarlo:
Lo veréis describir menudamente
Las más pequeñas partes de un palacio,
La fachada pintar desde el principio,
De terrado llevarnos en terrado,
Y de una grada a un corredor vistoso;
Detallarnos después el aparato
De sus balcones, balaustres de oro,
Cielos, departamentos ovalados,
Y para usar del técnico lenguaje
Los diversos festones y astragalos.
Gran parte de su libro he recorrido
Antes de hallar el término deseado,
Hasta que el edificio se limita
En un pensil de flores matizado.
Huid siempre la estéril abundancia:
No os empeñéis en un detalle vano
Fácilmente al espíritu repugna
Todo lo que se dice demasiado;
Nadie sabe escribir sin limitarse;
Mas el miedo de un vicio, de ordinario
En otro no menor nos precipita;
Teme aquél ser humilde, y es hinchado.
Se nos pierde en las nubes; aquel otro
No da a sus versos un carácter blando
Por no mostrarse débil, o es obscuro
Las largas difusiones evitando,
O deja su lenguaje muy vacío
Para no parecemos recargado.
Variad, pues, sin cesar vuestro discurso
Si apetecéis del público el aplauso;
Un tono muy igual nos adormece
Aunque sea brillante y elevado:
Para enfadar, parece que ha nacido
El que uniformes rimas recitando
Jamás diversifica su lenguaje
Y es de nuestros oídos el tirano.
¡Feliz el que, en su verso numeroso,
Con voz ligera, con estilo vario,
De lo severo pasa a lo risueño,
Muda en dulce lo grave y sublimado!
A su libro querido de los Cielos
Estarán mil lectores anhelando,
Y en casa de Barbin, nuestro librero,
No cesarán las gentes de comprarlo.
Conserve cada estilo su nobleza,
Y en ninguna materia sea bajo.
La falta de razón, y buen sentido,
Introdujo el burlesco descarado;
Nos agradó al principio por lo nuevo,
Sólo gracias triviales escuchamos,
La licencia en rimar no tuvo freno,
El tono de la feria habló el Parnaso,
Y muy frecuentemente se veía
En tabernero Apolo disfrazado.
El ejemplo del mal es peligroso,
Infectó las provincias, el contagio
Pasó luego del Pueblo hasta la Corte,
Y se internó después en los Palacios;
El mismo Asoucy hallaba sus lectores,
El decidor más necio tuvo aplauso:
Mas la facilidad y extravagancia
Le llegó a disgustar al cortesano,
Aprendió a conocer la grosería,
Distinguió lo sencillo de lo bajo,
Y dejó al morador de la provincia
Con Tifón todavía embelesado.
No manche tal estilo vuestra obra,
Y a Marot en sus chistes, imitando
Solamente dejad al Puente-Nuevo
Estos juegos ridículos y bajos;
Ni le sigáis los pasos a Brebeuf
Que en su heroica Farsalia ha presentado
A los montes llorando con el peso
De los muchos guerreros inmolados.
Sed sencillo con arte en vuestro tono,
Sublime sin orgullo ni aparato,
Agradable y ligero, sin afeite,
Si apetecéis del público el aplauso.
Ofreced al lector aquello solo
Que pueda complacerlo, y halagarlo.
Tened por la cadencia y armonía.
Un oído severo, delicado:
Que corte las palabras el sentido,
Notando el hemistiquio, y el descanso;
Que una vocal no impida la corriente
De otras vocales cuyo giro es blando.
Las palabras se eligen felizmente
Para que ofrezcan musical agrado;
Evitad el concurso aborrecible
De los sonidos ásperos y bajos:
Aun siendo el verso numeroso y lleno,
El pensamiento noble y elevado,
Si al oído le ofende su aspereza,
El espíritu llega a rechazarlo.
Solo en Francia el capricho daba leyes
Al principio infeliz de su Parnaso;
La rima a que en extremo se atendía,
El número y cesura descuidados,
Era el único objeto del poeta,
Y de todos sus versos el ornato.
Mas de nuestros antiguos romanceros
El arte confusísimo aclarando,
Apareció Villon sobre la Francia
Y este género obscuro ha mejorado.
En los diversos juegos de la rima
Siguió después Marot sobre sus pasos
Fijando regla cierta a los rondoes,
Ballatas y trioletos inventando.
Después Ronsard con método distinto
Dictó contrarias leyes al Parnaso,
Formó un arte confuso de su idea,
Y llegó a arrebatarse los sufragios.
Mas en la edad siguiente aquella Musa
Que en griego y en latín se había explicado
Cuando hablaba en francés, cayó por tierra
Como en desquite del primer aplauso.
Ella vio decaer todo su orgullo,
De su lenguaje el frívolo aparato,
Y a Bertaut y Desportes su caída
Volvió más retenidos y más cautos.
Malherbe fue el primero que en la Francia
Hizo reconocer el dulce agrado
De una justa cadencia, el poderío
De un vocablo a su tiempo colocado,
El deber de las Musas, la armonía,
La verdadera regla del Parnaso,
Por quien al fin descansa nuestro oído,
Y por quien fue el idioma reparado;
Desde entonces un verso inoportuno,
No les sirve a los otros de embarazo,
Y caen las estancias dulcemente
Con la posible gracia y sin trabajo
Todo el mundo sus leyes reconoce,
Nuestro siglo por él se ha modelado;
¡Feliz a quien le sirva de modelo,
La claridad, el tino y la pureza,
De sus felices giros imitando!
Si el sentido del verso no concibo
Mi espíritu se cansa de buscarlo,
Yo no sigo a un autor que se extravía,
A quien se halla con pena y con trabajo.
Hay algunos espíritus obscuros
Que de una espesa nube embarazados,
La luz de la razón no los penetra
Ni saben concebir de un modo claro.
Aprended a pensar antes que todo,
Bien escribimos cuando bien pensamos;
La expresión sigue siempre nuestra idea,
Y lo que se concibe sin trabajo,
Con claridad y método se enuncia,
Y sin dificultad nos explicamos.
Que sea sobre todo en vuestras obras
El idioma nativo respetado,
En cualquier extravío del ingenio
Lo debemos mirar como sagrado;
En vano de un sonido melodioso
Me ofreceréis vosotros el halago
Si de la frase el término es impropio,
O bien sus giros al idioma extraños.
De todo solecismo y barbarismo
Huid siempre la pompa y aparato;
El autor más divino se degrada
Si no respeta nuestro idioma patrio.
No os preciéis de ser prontos en la rima,
Mas trabajad con tiempo y con descanso,
Aunque os urja la orden más severa;
Es el más necio orgullo lo contrario.
Un estilo que corre con presteza
Y en que la gravedad no se ha cuidado,
Menos fuerza de espíritu señala,
Que falta de razón, de juicio sano.
A mí me agrada más un arroyuelo
Que va con lento y sosegado paso,
Y se desliza por la blanda arena
En un campo de flores matizado;
Que un torrente impetuoso, cuyo curso
No admite ya ribera ni embarazo,
Cuando se precipita con estruendo,
Y cubierto de lodo sobre el fango:
Corred sin tanta prisa en vuestra obra,
Y sin perder aliento en el trabajo,
Pulidla muchas veces, retocadla,
Algo añadiendo, mucho más borrando.
No basta en un escrito defectuoso,
De muy diversos vicios recargado,
Que los rasgos ligeros del ingenio
Lleguen a relucir de cuando en cuando;
Es menester también que cada cosa
Ocupe su lugar proporcionado,
Y que el fin y el principio correspondan
Al medio de la obra que formamos;
Que con sutil y delicado arte,
De las partes un todo acomodando,
Jamás nos separemos del objeto
Por ir en busca de un lenguaje raro.
¿Teméis por vuestros versos la censura?
Pues a vosotros mismos criticaos,
La ignorancia se admira de sí misma,
Éste es un mal frecuente y ordinario.
Sin orgullo de autor buscad amigos
Que sepan censurar vuestro trabajo,
Y vuestras faltas combatir con celo;
Mas no es amigo un lisonjero falso
Que os mofa y se divierte cuando alaba:
Buscad más el consejo que el aplauso.
Un vil adulador exclama siempre,
Lleno de admiración y de entusiasmo,
¡Vuestra obra es divina, encantadora!
Un éxtasis lo ocupa a cada paso,
No hay alguna palabra que le ofenda;
Ya se entrega a un placer extraordinario,
O llora de emoción y de ternura,
El más fastuoso elogio tributando;
No tiene la verdad este lenguaje,
Ni este aire impetuoso y exaltado.
El verdadero amigo es inflexible,
Exacto siempre, riguroso y franco;
No os deja en vuestras faltas satisfecho,
Ni un descuido por él es perdonado:
Coloca en su jugar lo mal dispuesto,
Corta un estilo de énfasis plagado;
Ya el sentido o la frase le repugna,
O ya un idioma de sintaxis falto;
Si el término es equívoco y obscuro
Os aconseja entonces aclararlo.
Así se explica el verdadero amigo;
Mas un autor indócil y obstinado
Se interesa en la gloria de su rima
Sintiéndose en la crítica injuriado.
“Este verso, le dices, es humilde”—
Perdón, responderá, que es elevado”;
“Esta palabra me parece fría”—
Pues yo aquí veo el más hermoso rasgo”;
Y ¿cómo el universo la ha admirado?”
Así constante siempre en su capricho,
De todo cuanto escribe apasionado,
El que un solo pasaje os desagrade
Es la misma razón de no borrarlo.
Si os dice que la crítica apetece,
Y os confiere un poder ilimitado,
Es una red que os tiende con astucia
Logrando impunemente recitaros.
Os deja satisfecho de su Musa,
Y va a cansar la turba de los fatuos.
Como necios autores nuestro siglo,
Necios admiradores siempre ha dado:
En la provincia abundan, en la corte,
En la casa de un grande, en los palacios;
En París el escrito más humilde
Siempre ha hallado celosos partidarios
Y un zote (con la sátira acabemos)
De otro zote mayor, es admirado.


CHANT I

C’est en vain qu’au Parnasse un téméraire auteur
Pense de l’art des vers atteindre la hauteur :
S’il ne sent point du ciel l’influence secrète,
Si son astre en naissant ne l’a formé poëte,
Dans son génie étroit il est toujours captif ;
Pour lui Phébus est sourd, et Pégase est rétif.
O vous donc qui, brûlant d’une ardeur périlleuse,
Courez du bel esprit la carrière épineuse,
N’allez pas sur des vers sans fruit vous consumer,
Ni prendre pour génie un amour de rimer :
Craignez d’un vain plaisir les trompeuses amorces,
Et consultez longtemps votre esprit et vos forces.
La nature, fertile en esprits excellens,
Sait entre les auteurs partager les talens :
L’un peut tracer en vers une amoureuse flamme ;
L’autre d’un trait plaisant aiguiser l’épigramme :
Malherbe d’un héros peut vanter les exploits ;
Racan chanter Philis, les bergers et les bois :
Mais souvent un esprit qui se flatte et qui s’aime
Méconnoit son génie, et s’ignore soi-même :
Ainsi tel, autrefois qu’on vit avec Faret
Charbonner de ses vers les murs d’un cabaret,
S’en va, mal à propos, d’une voix insolente,
Chanter du peuple hébreu la fuite triomphante,
Et, poursuivant Moïse au travers des déserts,
Court avec Pharaon se noyer dans les mers.
Quelque sujet qu’on traite, ou plaisant, ou sublime,
Que toujours le bon sens s’accorde avec la rime :
L’un l’autre vainement ils semblent se haïr ;
La rime est une esclave, et ne doit qu’obéir.
Lorsqu’à la bien chercher d’abord on s’évertue,
L’esprit à la trouver aisément s’habitue ;
Au joug de la raison sans peine elle fléchit.
Et, loin de la gêner, la sert et l’enrichit.
Mais lorsqu’on la néglige, elle devient rebelle ;
Et pour la rattraper le sens court après elle.
Aimez, donc la raison : que toujours vos écrits
Empruntent d’elle seule et leur lustre et leur prix.
La plupart, emportés d’une fougue insensée,
Toujours loin du droit sens vont chercher leur pensée :
Ils croiroient s’abaisser, dans leurs vers monstrueux.
S’ils pensoient ce qu’un autre a pu penser comme eux.
Evitons ces excès : laissons à l’Italie
De tous ces faux brûlans l’éclatante folie.
Tout doit tendre au bon sens : mais pour y parvenir
Le chemin est glissant et pénible à tenir ;
Pour peu qu’on s’en écarte, aussitôt on se noie :
La raison pour marcher n’a souvent qu’une voie.
Un auteur quelquefois trop plein de son objet
Jamais sans l’épuiser n’abandonne un sujet.
S’il rencontre un palais, il m’en dépeint la face ;
Il me promène après de terrasse en terrasse ;
Ici s’offre un perron ; là règne un corridor ;
Là ce balcon s’enferme en un balustre d’or.
Il compte des plafonds les ronds et les ovales ;
« Ce ne sont que festons, ce ne sont qu’astragales. » ,
Je saute vingt feuillets pour en trouver la fin,
Et je me sauve à peine au travers du jardin.
Fuyez de ces auteurs l’abondance stérile,
Et ne vous chargez point d’un détail inutile.
Tout ce qu'on dit de trop est fade et rebutant ;
L’esprit rassasié le rejette à l’instant :
Qui ne sait se borner ne sut jamais écrire.
Souvent la peur d’un mal nous conduit dans un pire :
Un vers étoit trop foible, et vous le rendez dur ;
J’évite d’être long, et je deviens obscur ;
L’un n’est point trop fardé, mais sa muse est trop nue ;
L’autre a peur de ramper, il se perd dans la nue.
Voulez-vous du public mériter les amours ?
Sans cesse en écrivant variez vos discours.
Un style trop égal et toujours uniforme
En vain brille à nos yeux, il faut qu’il nous endorme.
On lit peu ces auteurs, nés pour nous ennuyer,
Qui toujours sur un ton semblent psalmodier. ,
Heureux qui, dans ses vers, sait d’une voix légère
Passer du grave au doux, du plaisant au sévère !
Son livre, aimé du ciel, et chéri des lecteurs,
Est souvent chez Barbin entouré d’acheteurs.
Quoi que vous écriviez, évitez la bassesse :
Le style le moins noble a pourtant sa noblesse.
Au mépris du bon sens, le burlesque effronté
Trompa les yeux d’abord, plut par sa nouveauté.
On ne vit plus en vers que pointes triviales ;
Le Parnasse parla le langage des halles ;
La licence à rimer alors n’eut plus de frein ;
Apollon travesti devint un Tabarin.
Cette contagion infecta les provinces,
Du clerc et du bourgeois passa jusques aux princes.
Le plus mauvais plaisant eut ses approbateurs ;
Et, jusqu’à d’Assouci, tout trouva des lecteurs.
Mais de ce style enfin la cour désabusée
Dédaigna de ces vers l’extravagance aisée,
Distingua le naïf du plat et du bouffon,
Et laissa la province admirer le Typhon.
Que ce style jamais ne souille votre ouvrage.
Imitons de Marot l’élégant badinage,
Et laissons le burlesque aux plaisans du Pont-Neuf.
Mais n’allez point aussi, sur les pas de Brébeuf,
Même en une Pharsale, entasser sur les rives
« De morts et de mourans cent montagnes plaintives. »
Prenez mieux votre ton. Soyez simple avec art,
Sublime sans orgueil, agréable sans fard.
N’offrez rien au lecteur que ce qui peut lui plaire.
Ayez pour la cadence une oreille sévère :
Que toujours dans vos vers le sens coupant les mots,
Suspende l’hémistiche, en marque le repos.
Gardez qu’une voyelle à courir trop hâtée
Ne soit d’une voyelle en son chemin heurtée.
Il est un heureux choix de mots harmonieux,
Fuyez des mauvais sons le concours odieux :
Le vers le mieux rempli, la plus noble pensée
Ne peut plaire à l’esprit, quand l’oreille est blessée.
Durant les premiers ans du Parnasse françois,
Le caprice tout seul faisoit toutes les lois.
La rime, au bout des mots assemblés sans mesure,
Tenoit lieu d’ornemens, de nombre et de césure.
Villon sut le premier, dans ces siècles grossiers,
Débrouiller l’art confus de nos vieux romanciers.
Marot bientôt après fit fleurir les ballades;
Tourna des triolets, rima des mascarades,
A des refrains réglés asservit les rondeaux,
Et montra pour rimer des chemins tout nouveaux.
Ronsard, qui le suivit, par une autre méthode,
Réglant tout, brouilla tout, fit un art à sa mode,
Et toutefois longtemps eut un heureux destin.
Mais sa muse, en françois parlant grec et latin,
Vit dans l’âge suivant, par un retour grotesque,
Tomber de ses grands mots le faste pédantesque.
Ce poëte orgueilleux, trébuché de si haut,
Rendit plus retenus Desportes et Bertaut.
Enfin Malherbe vint, et, le premier en France,
Fit sentir dans les vers une juste cadence,
D’un mot mis en sa place enseigna le pouvoir,
Et réduisit la muse aux règles du devoir.
Par ce sage écrivain la langue réparée
N’offrit plus rien de rude à l’oreille épurée.
Les stances avec grâce apprirent a tomber,
Et le vers sur le vers n’osa plus enjamber.
Tout reconnut ses lois ; et ce guide fidèle
Aux auteurs de ce temps sert encor de modèle.
Marchez donc sur ses pas ; aimez sa pureté,
Et de son tour heureux imitez la clarté.
Si le sens de vos vers tarde à se faire entendre,
Mon esprit aussitôt commence à se détendre ;
Et, de vos vains discours prompt à se détacher,
Ne suit point un auteur qu’il faut toujours chercher.
Il est certains esprits dont les sombres pensées
Sont d’un nuage épais toujours embarrassées ;
Le jour de la raison ne le sauroit percer.
Avant donc que d’écrire apprenez à penser.
Selon que notre idée est plus ou moins obscure,
L’expression la suit, ou moins nette, ou plus pure.
Ce que l'on conçoit bien s’énonce clairement,
Et les mots pour le dire arrivent aisément.
Surtout qu’en vos écrits la langue révérée
Dans vos plus grands excès vous soit toujours sacrée.
En vain vous me frappez d’un son mélodieux,
Si le terme est impropre, ou le tour vicieux :
Mon esprit n’admet point un pompeux barbarisme,
Ni d’un vers ampoulé l’orgueilleux solécisme.
Sans la langue, en un mot, l’auteur le plus divin,
Est toujours, quoi qu’il fasse, un méchant écrivain.
Travaillez à loisir, quelque ordre qui vous presse.
Et ne vous piquez point d’une folle vitesse :
Un style si rapide, et qui court en rimant,
Marque moins trop d’esprit, que peu de jugement,
J’aime mieux un ruisseau qui, sur la molle arène,
Dans un pré plein de fleurs lentement se promène,
Qu’un torrent débordé qui, d’un cours orageux,
Roule, plein de gravier, sur un terrain fangeux.
Hâtez-vous lentement ; et, sans perdre courage,
Vingt fois sur le métier remettez votre ouvrage :
Polissez-le sans cesse et le repolissez ;
Ajoutez quelquefois, et souvent effacez.
C’est peu qu’en un ouvrage où les fautes fourmillent,
Des traits d’esprit semés de temps en temps pétillent.
Il faut que chaque chose y soit mise en son lieu ;
Que le début, la fin répondent au milieu ;
Que d’un art délicat les pièces assorties
N’y forment qu’un seul tout de diverses parties,
Que jamais du sujet le discours s’écartant
N’aille chercher trop loin quelque mot éclatant.
Craignez- vous pour vos vers la censure publique ?
Soyez-vous à vous-même un sévère critique.
L’ignorance toujours est prête à s’admirer.
Faites-vous des amis prompts à vous censurer ;
Qu’ils soient de vos écrits les confidens sincères,
Et de tous vos défauts les zélés adversaires.
Dépouillez devant eux l’arrogance d’auteur ;
Mais sachez de l’ami discerner le flatteur.
Tel vous semble applaudir, qui vous raille et vous joue.
Aimez qu’on vous conseille, et non pas qu’on vous loue.
Un flatteur aussitôt cherche à se récrier :
Chaque vers qu’il entend le fait extasier.
Tout est charmant, divin : aucun mot ne le blesse ;
Il trépigne de joie, il pleure de tendresse ;
Il vous comble partout d’éloges fastueux.
La vérité n’a point cet air impétueux.
Un sage ami, toujours rigoureux, inflexible,
Sur vos fautes jamais ne vous laisse paisible :
Il ne pardonne point les endroits négligés,
Il renvoie en leur lieu les vers mal arrangés,
Il réprime des mots l’ambitieuse emphase ;
Ici le sens le choque, et plus loin c’est la phrase.
Votre construction semble un peu s’obscurcir :
Ce terme est équivoque : il le faut éclaircir.
C’est ainsi que vous parle un ami véritable.
Mais souvent sur ses vers un auteur intraitable
A les protéger tous se croit intéressé,
Et d’abord prend en main le droit de l’offensé.
« De ce vers, direz-vous, l’expression est basse.
— Ah ! monsieur, pour ce vers je vous demande grâce,
Répondra-t-il d’abord. — Ce mot me semble froid,
Je le retrancherois. — C’est le plus bel endroit !
— Ce tour ne me plaît pas. — Tout le monde l’admire.
Ainsi toujours constant à ne se point dédire,
Qu’un mot dans son ouvrage ait paru vous blesser.
C'est un titre chez lui pour ne point l’effacer :
Cependant, à l’entendre, il chérit la critique :
Vous avez sur ses vers un pouvoir despotique
Mais tout ce beau discours dont il vient vous flatter
N’est rien qu’un piège adroit pour vous les réciter.
Aussitôt il vous quitte ; et, content de sa muse.
S’en va chercher ailleurs quelque fat qu’il abuse ;
Car souvent il en trouve : ainsi qu’en sots auteurs,
Notre siècle est fertile en sots admirateurs ;
Et, sans ceux que fournit la ville et la province.
Il en est chez le duc. il en est chez le prince.
L’ouvrage le plus plat a, chez les courtisans,
De tout temps rencontré de zélés partisans ;
Et, pour finir enfin par un trait de satire.
Un sot trouve toujours un plus sot qui l’admire.