sábado, 16 de diciembre de 2017

Madame Aupick: Charles Baudelaire, mi idolatrado hijo

2017 marca los 150 años de la muerte de Charles Baudelaire. Para conmemorar este aniversario, mientras esperamos la inminente publicación del segundo y último volumen de las fundamentales CARTAS A LA MADRE, hoy le damos la palabra a Caroline Archenbaut-Defayis, más conocida como Madame Aupick, la madre del grand Charles.
CHARLES BAUDELAIRE, MI IDOLATRADO HIJO
CARTAS DE MADAME AUPICK


CARTA A THÉODORE DE BANVILLE
Miércoles 18 [1866].
 Señor:
 Ha debido usted enterarse por los diarios de la horrible desgracia que ha golpeado a mi pobre hijo Charles Baudelaire. En cuanto lo supe, acudí a Bruselas para estar a su lado y cuidarlo tres meses, durante los cuales la parálisis fue disminuyendo, pero sigue sin poder hablar, o al menos sólo puede decir muy pocas palabras. Instada por los médicos, tuve que ponerlo en un sanatorio. Como se negaba obstinadamente a venir conmigo a Honfleur, decidió por su propia voluntad entrar en el sanatorio del doctor Duval, donde está instalado muy adecuadamente e incluso con alegría. Es allí, señor, donde usted lo encontrará, si tiene la extrema bondad de ir a verlo; quiero que sepa que, cuando le propuse a Charles enviarle algunos amigos a visitarlo, recibió su nombre con muchísima alegría, porque siente por usted una gran amistad. Esa gran amistad es la que va a servirme de excusa para con usted, así como el dolor profundo que me agobia. Charles, aunque no pueda responderle, oirá y comprenderá todo lo que usted le diga. Aunque los dos ataques de parálisis le hayan dejado el cerebro reblandecido, ha conservado cierta lucidez. Por lo demás, dado que no es capaz de expresar sus ideas, ¿podemos saber hasta qué punto la inteligencia, esa hermosa y elevada inteligencia de élite, ha desaparecido? Si usted se rinde a la súplica que le hago de ir a ver a ese desdichado, le expreso de antemano mi agradecimiento y lo saludo atentamente,

  C. VIUDA DE AUPICK.
El sanatorio del doctor Duval está en la Rue du Dôme n° 2, la calle que desemboca en la Rue Lauriston, cerca del Arco de Triunfo. Se puede visitar a los enfermos todos los días y a cualquier hora.

Monsieur,
Vous avez dû apprendre par les journaux le coup affreux dont mon pauvre fils Charles Baudelaire a été frappé. Dès que je l’ai su, je suis accourue près de lui à Bruxelles pour le soigner pendant trois mois, durant lesquels la paralysie a été diminuant, mais il est resté privé de la parole, ou du moins il ne peut dire que très peu de mots. Pressée vivement par les médecins, j’ai dû le mettre dans une maison de santé. Comme il se refusait obstinément à venir chez moi à Honfleur, il s'est décidé de son plein gré à entrer dans la maison de santé du docteur Duval où il est installé très sainement et même gaîment. C'est là, Monsieur, que vous le trouverez, si vous avez l'extrême bonté d'aller le voir ; vous saurez qu'en lui proposant de lui envoyer quelques amis pour le visiter il a accueilli votre nom avec une grande joie, parce qu'il a pour vous beaucoup d’amitié. C'est cette amitié qui va servir d'excuse près de vous, pour cette importunité, ainsi que la douleur profonde dont je suis accablée. Charles, sans pouvoir vous répondre, entendra et comprendra tout ce que vous lui direz. Quoique à ses deux attaques de paralysie il y ait eu ramollissement du cerveau, il a conservé une certaine lucidité d'esprit. D'ailleurs, peut-on savoir jusqu'à quel point l'intelligence, cette belle et haute intelligence d'élite, a disparu, puisqu'il ne peut exprimer ses idées ? Si vous vous rendez à la supplique que je vous adresse d'aller voir cet infortuné, je vous offre d'avance mes remerciements avec l'assurance de mes sentiments les plus distingués.
C. Vve AUPICK
La maison de santé du docteur Duval, rue du Dôme, 2, donnant dans la rue Laurislon près de l'arc de Triomphe. On peut voir les malades tous les jours, à toute heure.


§

FRAGMENTO DE UNA CARTA A POULET-MALASSIS

18 de septiembre de 1867.
  [...]
 ¡Qué padecimiento el mío! ¡Me he quedado sola en el mundo, ya sin nada que me ate a la vida! ¡Mi pobre hijo, ese hijo al que yo idolatraba, ya no existe! Sufrió cruelmente, en los últimos tiempos, a causa de varias llagas ocasionadas por la prolongada permanencia en la cama, lo que a veces le arrancaba un grito cuando había que moverlo. Sin embargo, en los últimos tiempos se había vuelto afable y resignado. Los dos últimos días y las tres últimas noches que precedieron a su muerte fueron muy calmos. Parecía dormir con los ojos abiertos, se apagó suavemente, sin agonía ni sufrimiento; yo lo tenía abrazado desde hacía una hora, porque quería recoger su último suspiro; le decía mil cosas cariñosas, convencida de que, a pesar de su estado de postración y de mutismo, debía de comprenderme y podía responderme. Aimée, que estaba conmigo, me confirmaba en esta idea. “¡Ah, señora, cómo la mira! ¡Claro que sí, la oye, le sonríe!”. ¿Cómo pude resistir semejante golpe? ¡Y sigo viviendo! Hay que creer que Dios quiere concederme que goce, por algún tiempo aún, con la hermosa reputación que deja y con su gloria. Usted pierde un amigo que le tenía mucho cariño; guarde un buen recuerdo suyo, era digno de él.
[...]

Comme je suis éprouvée ! Me voilà seule au monde sans plus rien qui me rattache à la vie ! Mon pauvre fils, ce fils que j’idolâtrais, n’est plus ! Il a cruellement souffert, dans les derniers temps, de plusieurs plaies survenues par suite du séjour prolongé au lit, ce qui lui arrachait parfois un cri, quand il fallait le remuer. Cependant il était devenu, dans les derniers temps, très doux et résigné. Les deux derniers jours et les deux dernières nuits qui ont précédé sa mort ont été très calmes. Il paraissait dormir avec les yeux ouverts, il s’est éteint tout doucement, sans agonie ni souffrances ; je le tenais embrassé depuis une heure, voulant recueillir son dernier soupir ; je lui disais mille tendresses, persuadée que, malgré son état de prostration et de mutisme, il devait me comprendre et pouvait me répondre. Aimée qui était avec moi, me confirmait dans cette pensée. Elle me disait : « Oh ! madame, comme il vous regarde ! Bien sûr, il vous entend, il vous sourit ! » Comment ai-je pu résister à un tel coup ? Et je vis ! Il faut croire que Dieu veut m’accorder de jouir, quelque peu de temps, de la belle réputation qu’il laisse, et de sa gloire. Vous perdez un ami qui vous était bien tendrement attaché ; conservez-lui un bon souvenir, il en était digne.
[...]

§

FRAGMENTO DE UNA CARTA A CHARLES ASSELINEAU
  [1868.]
Querido señor Asselineau:

Ésta es mi respuesta a lo que usted me pregunta en relación con el viaje de Charles:
En primer lugar, tiene que saber que mi marido, el general Aupick, adoraba a Charles. Cuando éste era niño, se ocupó mucho él mismo de su educación. Había dado con una inteligencia tan hermosa, con una mente tan inquisitiva, tan estudiosa, que lo asombraba en grado sumo, que se apegaba a ella cada día más.
Cuando llegaron los logros escolares, en el Louis-le-Grand, y una vez terminados los estudios, concibió para Charles sueños dorados de un brillante porvenir: quería verlo llegar a una alta posición social, algo no irrealizable, puesto que era amigo del duque de Orleáns. Pero ¡qué estupefacción para nosotros cuando Charles se negó a todo lo que queríamos hacer por él, cuando quiso volar con sus propias alas y ser poeta! ¡Qué desencanto en nuestra vida familiar hasta entonces tan feliz! ¡Qué pesar! Se nos ocurrió entonces, para darle otro curso a sus ideas y sobre todo para romper algunas malas relaciones, hacerlo viajar.
 El general, que era oriundo de un puerto de mar, que amaba el mar con pasión, y a quien, a la edad de Charles, le hubiera encantado navegar, pensó que un viaje por mar era preferible a un viaje por tierra. Puede que se haya equivocado, pero tenía las mejores intenciones para con mi hijo. Éste, sin la menor duda, hubiera preferido quedarse; pero, sin manifestar rechazo, dejó que las cosas siguieran su curso. Así fue como, por intermedio de un amigo que teníamos en Burdeos, confiamos a Charles a los cuidados del capitán Saliz, hombre respetable, alegre y de gran ingenio, que debía de caerle bien a Charles y que, efectivamente, le cayó bien. Ese capitán partió para Calcuta y tenía que ir más lejos; el viaje tenía que durar dieciocho meses. Se embarcaron a fines de mayo de 1841, Charles tenía veinte años. Al cabo de muy poco tiempo, Charles se sumió en un estado de tristeza que inquietó al capitán, que ponía todos sus esfuerzos en distraerlo, sin poder lograrlo; vivía en un aislamiento completo, sin trato con los pasajeros, en su mayoría comerciantes y oficiales. Si hablaba, sólo era para expresar el deseo de volver a Francia.
 Un acontecimiento marítimo terrible, como el capitán Saliz, según me escribió, nunca había visto en su larga carrera de marino, y en el que casi pudieron ver la muerte de cerca, sin que Charles se sintiese, sin embargo, desmoralizado por esto, contribuyó a aumentar quizás su rechazo por un viaje que, a su modo de ver, no tenía objeto. Cuando llegaron a la isla Mauricio, su tristeza no hizo más que crecer. Allí, donde todo era nuevo para él, no vio nada, nada que despertase la facultad de observación que poseía; quería a todo precio partir para volver a París, y, si no había modo de hacerlo, prefería quedarse en la isla Mauricio antes que continuar el viaje. El capitán, temiendo que sufriese esa enfermedad cruel, la nostalgia, cuyos efectos son a veces tan funestos, le aconsejó vivamente que lo acompañara a Saint-Denis (Borbón), y, si allí insistía en querer volver a Francia, le daba su palabra de que le facilitaría los medios para hacerlo. En Borbón declaró, como en la isla Mauricio, que quería partir; de modo que Monsieur Saliz se puso de acuerdo con un capitán elegido por Charles, que se embarcaba para Burdeos, para que lo llevase con él. Así fue como Charles volvió a nuestro lado en el mes de febrero de 1842.
[...]

Mon cher monsieur Asselineau,

Pour répondre à ce que vous me demandez au sujet du voyage de Charles, voici :
D'abord, il faut que vous sachiez que mon mari, le général Aupick, adorait Charles. Quand il était enfant, il s'était beaucoup occupé lui-même de son éducation. Il était tombé sur une si belle intelligence, un esprit si curieux, si studieux, qui l'étonnait au dernier point, qu'il s'y attachait de jour en jour davantage.
Quand sont arrivés les succès de collège, à Louis-le-Grand, et les études terminées, il a fait pour Charles des rêves dorés d'un brillant avenir ; il voulait le voir arriver à, une haute position sociale, ce qui n’était pas irréalisable, étant l’ami du duc d’Orléans. Mais quelle stupéfaction pour nous, quand Charles s'est refusé à tout ce qu’on voulait faire pour lui, a voulu voler de ses propres ailes, et être auteur ! Quel désenchantement dans notre vie d’intérieur si heureuse jusque-là ! Quel chagrin ! Nous avons eu alors la pensée, pour donner un autre cours à ses idées, et surtout pour rompre quelques relations mauvaises, de le faire voyager.
Le général, qui était d’un port de mer, qui aimait la mer passion, qui, à l’âge où était Charles, aurait été enchanté de naviguer, a pensé qu’un voyage par mer était préférable à un voyage par terre. Il a pu se tromper, mais il était pénétré des meilleures Intentions pour mon fils. Celui-ci aurait préféré rester sans nul doute ; mais, sans témoigner de répugnance, il s’est laissé faire. C’est ainsi que, par l’entremise d’un ami, que nous avions à Bordeaux, Charles a été confié aux soins du capitaine Saliz, homme honorable, gai et de beaucoup d’esprit, qui devait plaire à Charles et qui, effectivement, lui a plu. Ce capitaine partait pour Calcutta, il devait aller plus loin ; le voyage devait durer dix-huit mois. Ils se sont embarqués fin de mai 1841, Charles avait vingt ans. Au bout de très peu de temps, Charles est tombé dans des tristesses qui inquiétaient le capitaine, qui faisait tous ses efforts pour le distraire, sans pouvoir y parvenir ; il vivait dans un isolement complet, ne frayant pas avec les passagers, commerçants pour la plupart et officiers. S’il parlait, ce n’était que pour émettre le désir de retourner en France.
Un événement terrible de mer, tel que le capitaine Saliz m’a écrit n’en avoir jamais vu dans sa longue carrière de marin, où ils purent presque toucher la mort du doigt, sans que Charles en fût démoralisé, cependant, vint ajouter peut-être à son dégoût pour un voyage qui, dans ses idées, était sans but. Arrivé à Maurice, sa tristesse ne fit qu’augmenter. Là, où tout était nouveau pour lui, il n’a rien vu, rien qui éveillât la faculté d’observation qu’il possédait  ; il voulait à tout prix partir pour retourner à Paris, et que, s’il n’y avait pas moyen, il préférait rester à Maurice, plutôt que de continuer ce voyage. Le capitaine, craignant qu’ii ne fût atteint de cette maladie cruelle la nostalgie, dont les effets parfois sont si funestes, l’a vivement engagé à l’accompagner à Saint-Denis (Bourbon) et que, s’il persistait là à vouloir rentrer en France, il lui donnait sa parole qu’il lui en faciliterait les moyens. À Bourbon, il a déclaré, comme à Maurice, qu’il voulait partir; de sorte que M. Saliz s’est entendu avec un capitaine du choix de Charles, qui s’embarquait pour Bordeaux, de l’emmener avec lui. Voilà comme Charles nous est revenu au mois de février 1842.
 [...]
§

FRAGMENTO DE UNA CARTA A CHARLES ASSELINEAU

24 de marzo [de 1868].
  [...]
Si el padre de Baudelaire hubiera visto crecer a su hijo, ciertamente no se habría opuesto a su vocación de literato, ¡él, que amaba con pasión la poesía y que tenía un gusto tan puro! [...] ¡Se hubiera sentido muy orgulloso de verlo entrar en esa carrera, pese a todos los sinsabores, todas las torturas ligadas a ella, y que Théo Gautier describe tan bien! ¡Ah, cuán cierto es todo lo que dice acerca de eso! ¿Mi pobre niño no ha sido el mártir de su gran inteligencia? ¡Cómo debía de sufrir, sintiendo su propio valor, cuando mendigaba que le dieran trabajo y lo rechazaban duramente editores que estaban por debajo de su nivel, con el pretexto de que lo que escribía era demasiado excéntrico! Cuando fui a pasar dos meses a París, entre nuestras dos embajadas, Constantinopla y Madrid, ¡en qué cruel situación lo encontré! ¡En qué miseria! ¡Y yo, su madre, con tanto amor en el corazón, tanta buena voluntad para con él, no pude sacarlo de ese estado!
Hay algo que no tengo que reprocharme, como algunos padres cuyos hijos se extravían por no haberse dejado guiar por ellos y que, al ver sus sufrimientos, frente a su desdicha, cometen la barbaridad de decirles: Yo te lo predije, tendrías que haberme hecho caso u otras tonterías semejantes, tan duras como impías. Después de luchar fuertemente contra su vocación, a partir del momento en que publicó algo, cambié de lenguaje, quizás, sin saberlo, de opinión; siempre lo estimulé, lo alenté, tanto como pude. Pero ¿lo necesitaba?
 Salvo por algunos escasos desfallecimientos, siempre me pareció fuerte; nunca vi que se dejara abatir en medio de sus mayores desdichas, ¡porque su amigo fue muy infeliz, más infeliz de lo que usted puede creer! La Venus negra lo torturó de todos los modos posibles. ¡Ah, si usted supiera! ¡Y cuánto dinero le hizo dilapidar! En sus cartas, tengo una pila de ellas, nunca veo una sola palabra de amor. Si lo hubiera amado la perdonaría, la querría, quizás; pero son pedidos incesantes de dinero. Siempre es dinero lo que le hace falta, e inmediatamente. Su última carta, de abril de 1866, cuando yo emprendía el viaje para ir a cuidar a mi hijo a Bruselas, cuando él estaba en su lecho de dolor y paralizado, y sumido en tan grandes apuros de dinero, ella la escribe por una suma que él tiene que enviarle de inmediato. ¡Cómo debió de sufrir por ese pedido que no podía satisfacer! Todos esos tironeos pueden haber agravado su mal, podrían incluso haberlo causado.
[...]

Si le père Baudelaire avait vu grandir son fils, il ne se serait certes pas opposé à sa vocation d'homme de lettres, lui qui était passionné pour la littérature et qui avait le goût si pur ! [...] Il aurait été bien fier de le voir entrer dans cette carrière, malgré tous les déboires, toutes les tortures qui y sont attachés, et que Théo Gautier décrit si bien ! Oh ! que c’est vrai, tout ce qu’il dit là-dessus ! Mon pauvre enfant n’a-t-il pas été le martyr de sa haute intelligence ? Comme il devait souffrir, sentant sa propre valeur, lorsqu’il mendiait de l’ouvrage et qu’il était refusé durement par des éditeurs qui ne le valaient pas, sous prétexte que ce qu’il écrivait était trop excentrique ! Lorsque je suis venue passer deux mois à Paris, entre nos deux ambassades, Constantinople et. Madrid, dans quelle cruelle position je l’ai trouvé ! Quel dénuement ! Et moi, sa mère, avec tant d’amour dans le cœur, tant de bonne volonté pour lui, je n’ai pu le tirer de là !
Je n’ai pas à me reprocher, comme quelques parents dont les enfants se fourvoient pour ne pas s’être laissé guider par eux [et qui], en voyant leurs souffrances, en face de leur malheur, ont la barbarie de leur dire : Je l'avais prédit, il fallait m'écouter [ou] autres sottises semblables, aussi dures qu’impies. Après avoir vivement lutté anciennement contre sa vocation, du moment qu’il a publié quelque chose, j’ai changé de langage, peut-être même, à mon insu, d’opinion ; je l’ai toujours stimulé, encouragé, tant que j’ai pu. Mais en avait-il besoin ?
À quelques rares défaillances près, je l’ai toujours trouvé fort ; je ne l’ai jamais vu se laisser abattre au milieu de ses plus grands malheurs, car votre ami a été bien malheureux, plus malheureux que vous ne pouvez croire ! La Vénus noire l’a torturé de toutes manières. Oh ! si vous saviez ! Et que d’argent elle lui a dévoré ! Dans ses lettres, j’en ai une masse, je ne vois jamais un mot d’amour. Si elle l’avait aimé, je lui pardonnerais, je l’aimerais peut-être ; mais ce sont des demandes incessantes d’argent. C’est toujours de l’argent qu’il lui faut, et immédiatement. Sa dernière, en avril 1866, lorsque je partais pour aller soigner mon pauvre fils à Bruxelles, lorsqu’il était sur son lit de douleur et paralysé, et qu’il était dans de si grands embarras d’argent, elle lui écrit pour une somme qu’il faut qu’il lui envoie de suite. Comme il a dû souffrir à cette demande qu’il ne pouvait satisfaire ! Tous ces tiraillements ont pu aggraver son mal et pouvaient même en être la cause.
[...]

Traducción, prólogo y notas de Carlos Cámara y Miguel Ángel Frontán.
Ediciones De La Mirándola, diciembre de 2017.
ISBN 978-987-3725-10-4