AUTOBIOGRAPHIE
(suite)
Je disais famille parisienne,
tout à l’heure, parce qu’on a toujours habité Paris ; mais les origines sont
bourguignonnes, lorraines aussi et même hollandaises.
J’ai perdu tout enfant, à sept
ans, ma mère, adoré d’une grand’mère qui m’éleva d’abord ; puis j’ai traversé
bien des pensions et lycées, d’âme lamartinienne avec un secret désir de
remplacer, un jour, Béranger, parce que je l’avais rencontré dans une maison
amie. Il paraît que c’était trop compliqué pour être mis à exécution, mais j’ai
longtemps essayé dans cent petits cahiers de vers qui m’ont toujours été
confisqués, si j’ai bonne mémoire.
Il n’y avait pas, vous le savez,
pour un poète à vivre de son art même en l’abaissant de plusieurs crans, quand
je suis entré dans la vie ; et je ne l’ai jamais regretté. Ayant appris
l’anglais simplement pour mieux lire Poe, je suis parti à vingt ans en
Angleterre, afin de fuir, principalement ; mais aussi pour parler la langue, et
l’enseigner dans un coin, tranquille et sans autre gagne-pain obligé : je
m’étais marié et cela pressait.
Aujourd’hui, voilà plus de vingt
ans et malgré la perte de tant d’heures, je crois, avec tristesse, que j’ai
bien fait. C’est que, à part les morceaux de prose et les vers de ma jeunesse
et la suite, qui y faisait écho, publiée un peu partout, chaque fois que
paraissaient les premiers numéros d’une Revue Littéraire, j’ai toujours rêvé et
tenté autre chose, avec une patience d’alchimiste, prêt à y sacrifier toute
vanité et toute satisfaction, comme on brûlait jadis son mobilier et les
poutres de son toit, pour alimenter le fourneau du Grand Œuvre. Quoi ? c’est
difficile à dire : un livre, tout bonnement, en maints tomes, un livre qui soit
un livre, architectural et prémédité, et non un recueil des inspirations de
hasard, fussent-elles merveilleuses… J’irai plus loin, je dirai : le Livre,
persuadé qu’au fond il n’y en a qu’un, tenté à son insu par quiconque a écrit,
même les Génies. L’explication orphique de la Terre, qui est le seul devoir du
poète et le jeu littéraire par excellence : car le rythme même du livre, alors
impersonnel et vivant, jusque dans sa pagination, se juxtapose aux équations de
ce rêve, ou Ode.
Voilà l’aveu de mon vice, mis à
nu, cher ami, que mille fois j’ai rejeté, l’esprit meurtri ou las, mais cela me
possède et je réussirai peut-être ; non pas à faire cet ouvrage dans son
ensemble (il faudrait être je ne sais qui pour cela !) mais à en montrer un
fragment d’exécuté, à en faire scintiller par une place l’authenticité
glorieuse, en indiquant le reste tout entier auquel ne suffit pas une vie.
Prouver par les portions faites que ce livre existe, et que j’ai connu ce que
je n’aurai pu accomplir.
AUTOBIOGRAFÍA
(continuación)
(continuación)
Hablaba,
hace un momento, de familia parisina, porque siempre vivimos en París; pero los
orígenes son borgoñones, también loreneses e incluso holandeses.
Perdí siendo
muy niño, a los siete años, a mi madre, adorado por una abuela que fue la
primera en educarme; luego pasé por muchas pensiones y colegios secundarios, con
el alma lamartiniana y un secreto deseo de remplazar, un día, a Béranger,
porque lo había conocido en una casa amiga. Parece que era algo demasiado
complicado para ser puesto en ejecución, pero durante mucho tiempo lo intenté
en cientos de cuadernitos de versos que siempre me fueron incautados, si no recuerdo
mal.
No era
posible para un poeta, usted lo sabe, vivir de su arte, aun rebajando bastante
el nivel, cuando entré en la vida; y nunca lo he lamentado. Habiendo aprendido el inglés simplemente para
mejor leer a Poe, partí a los veinte años para Inglaterra, para escapar,
principalmente; pero también para hablar la lengua y enseñarla en un algún
lugar retirado, tranquilo y sin otro medio de sustento obligado: me había
casado y eso era algo urgente.
Hoy ya hace
más de veinte años y, a pesar de la pérdida de tantas horas, creo, con
tristeza, que hice bien. Es que, fuera de las páginas de prosa y los versos de
mi juventud y lo que siguió, que les hacía eco, publicados un poco por todas
partes, cada vez que aparecían los primeros números de una Revista Literaria,
siempre imaginé e intenté otra cosa, con una paciencia de alquimista, dispuesto
a sacrificar por ella toda vanidad y toda satisfacción, así como antaño uno
quemaba su mobiliario y las vigas del techo, para alimentar el horno de la Gran
Obra. ¿Qué? Es difícil decirlo: un libro, simplemente, en muchos tomos, un
libro que sea un libro, arquitectural y premeditado, y no una colección de
inspiraciones fortuitas, así fueran maravillosas… Más aún, diré: el Libro, convencido
de que en el fondo no hay más que uno, intentado sin saberlo por quienquiera
haya escrito, incluso los Genios. La explicación órfica de la Tierra, que es el
único deber del poeta y el juego literario por excelencia: ya que el ritmo
mismo del libro, entonces impersonal y vivo, hasta en su paginación, se
yuxtapone a las ecuaciones de este sueño, u Oda.
Ésta es la
confesión de mi vicio, puesto al desnudo, querido amigo, que rechacé mil veces,
con el espíritu afligido o hastiado; pero se ha apoderado de mí y tal vez tenga
éxito; no en hacer esta obra en su conjunto (¡haría falta ser no sé quién para
ello!) sino en mostrar un fragmento realizado,
en hacer centellear por uno de sus lados su autenticidad gloriosa, indicando el
resto entero para el que no basta una vida. Probar por medio de las porciones
hechas que ese libro existe, y que he conocido lo que no habré podido realizar.
Traducción, para Literatura & Traducciones, de Carlos Cámara y Miguel Ángel Frontán.