martes, 9 de junio de 2015

Guillaume Apollinaire: El difunto Alfred Jarry



En mayo de 2013, Ediciones De La Mirándola publicó "El amor en visitas" de Alfred Jarry, en una cuidada edición con prólogo de Lucio Arrillaga. Este retrato de Alfred Jarry por Guillaume Apollinaire que publicaremos en tres entregas proviene de los Contemporains pittoresques.



EL DIFUNTO ALFRED JARRY
(Primera parte)


La primera vez que vi a Alfred Jarry fue en las tertulias de La Plume, las segundas, de las que se decía que no valían tanto como las primeras. El Café du Soleil d’or [del sol de oro] había cambiado de nombre: se llamaba el Café du Départ [de la partida]. Este nombre melancólico precipitó sin duda el fin de las reuniones y quizás el de La Plume. ¡Esa invitación al viaje hizo que pronto partiéramos muy lejos unos de otros! Pese a todo, hubo en el sótano, en la Place Saint-Michel, algunas hermosas tertulias, y allí nacieron algunas amistades entre pocos.
Alfred Jarry, la noche de la que estoy hablando, me pareció la personificación de un río, un joven río sin barba, con ropas mojadas de ahogado. Los bigotitos caídos, la levita de faldones que se balanceaban, la camisa sin almidonar y los zapatos de ciclista, todo aquello tenía algo de blando, de esponjoso: el semidiós todavía estaba húmedo, parecía haber salido empapado pocas horas antes del lecho por el que corrían sus aguas.
Mientras tomábamos cerveza stout, simpatizamos. Recitó versos con rimas metálicas en orde y arde. Luego, después de oír una canción nueva de Cazals, nos fuimos durante un cake-walk desenfrenado en el que se mezclaban René Puaux, Charles Doury, Robert Scheffer y dos mujeres a las que se les desarmaba el peinado.
Pasé casi toda la noche caminando a grandes pasos por el Boulevard Saint-Germain con Alfred Jarry, mientras hablábamos de heráldica, de herejías, de versificación. Me habló de los marinos entre los cuales vivía gran parte del año, de las marionetas a las que había hecho interpretar Ubú por primera vez. La voz de Alfred Jarry era nítida, grave, rápida y, a veces, enfática. De pronto dejaba de hablar para sonreír y bruscamente volvía a ponerse serio. Movía la frente sin cesar, pero la ancho y no a lo alto, como es común ver. A eso de las cuatro de la mañana se nos acercó un hombre para preguntarnos cómo ir a Plaisance. Jarry sacó rápidamente un revólver, conminó al transeúnte a que retrocediese seis pasos y le dio la información. Luego de esto nos despedimos y él volvió a su grande chamblerie [nombre que daba Jarry a la habitación en que vivía] de la Rue Cassette, adonde me invitó a que fuese a verlo.

—¿Monsieur Alfred Jarry?
—En el tercero y medio.
Esta respuesta de la portera me extrañó. Subí a la habitación de Alfred Jarry, que efectivamente vivía en el tercero y medio. Como los pisos de la casa le habían parecido demasiado altos al dueño, éste los había desdoblado. Esa casa, que aún existe, tiene de este modo unos quince pisos, pero como, en definitiva, no es más alta que las demás casas del barrio, no es más que una reducción de rascacielos.
Por otra parte, las reducciones abundaban en la vivienda de Alfred Jarry. Ese tercero y medio no era más que una reducción de piso, en donde el inquilino podía estar cómodamente de pie, mientras que yo, más alto que él, estaba obligado a agacharme. La cama no era más que una reducción de cama, es decir un jergón: ya que las camas bajas estaban de moda, me dijo Jarry. La mesa para escribir no era más que una reducción de mesa, ya que Jarry escribía acostado boca abajo en el piso. El mobiliario no era más que una reducción de mobiliario, que sólo estaba compuesto de la cama. De la pared colgaba una reducción de cuadro. Era un retrato de Jarry del que éste había quemado la mayor parte, dejando sólo la cabeza que lo mostraba parecido al Balzac de cierta litografía que conozco. La biblioteca no era más que una reducción de biblioteca, y eso ya es mucho decir. Se componía de una edición popular de Rabelais y de dos o tres volúmenes de la Biblioteca Rosa. Encima de la chimenea se alzaba un gran falo de piedra, trabajo japonés, regalo de Félicien Rops a Jarry, que siempre tenía aquella verga enorme tapada por un gorro de terciopelo violeta, desde el día en que el exótico monolito había espantado a una literata que se había quedado sin aliento después de subir al tercero y medio y que estaba desconcertada por esa grande chamblerie desamueblada.
—¿Es un calco? —preguntó la dama.
—No —respondió Jarry—, es una reducción.
(continuará)
Traducción para Literatura y Traducciones de Carlos Cámara y Miguel Ángel Frontán.