Entre los muchos libros que Charles Baudelaire se propuso escribir, y que nunca escribió, estaba el que haría real, con auténtica y absoluta sinceridad, el proyecto que Jean-Jacques Rousseau había intentado, con menos franqueza que insidia, en sus Confesiones: la redacción de una obra, Mi corazón al desnudo, en la que volcaría sus pensamientos y sus emociones más íntimos. De aquel proyecto sólo quedarían exiguos y reveladores apuntes. Pero lo que Baudelaire no podía sospechar era que, involuntariamente, lo iba desarrollando con sus apasionantes cartas y, sobre todo, con sus Cartas a la madre, cuyo primer volumen nos enorgullece haber publicado.
En éstas vemos al Baudelaire más espontáneo, al Baudelaire menos “ataviado” para la posteridad, al Baudelaire que no necesita ocultar sus cóleras, su prodigalidad, sus debilidades, sus angustias, sus rencores, sus caprichos infantiles, sus miedos, su inseguridad por lo que le reserva el futuro, su insatisfacción por la manera irregular e inconstante en que se dedica al único interés real de su vida: la literatura, su frustración por no ser capaz de llevar a cabo los innumerables proyectos con los que fantaseó interminablemente a lo largo de tantos y tan difíciles años; y, detrás de cada una de sus líneas, la silueta de la admirable mujer que, a veces calumniada por biógrafos parciales, supo acompañarlo, fielmente y pese a todo, en cada instante de su accidentada vida.
Jueves [6 de febrero de 1834(?)]
Mamá:
No te escribo para pedirte perdón, porque sé que ya no me creerías; te escribo para decirte que es la última vez que me dejan sin salida, que de ahora en adelante quiero estudiar y evitar todos los castigos que podrían, aunque más no fuera, retrasar mi salida. Es realmente la última vez, te lo juro, te doy mi palabra de honor. Voy a estudiar; lo creas o no, estarás obligada a creerlo cuando te haya dado pruebas de un cambio completo. No me atrevo a interrumpir el inglés, que me lleva tiempo, porque, como lo empecé y ya lo abandoné el año pasado, me parece que sería una vergüenza no terminar. Este año, sin embargo, ando flojo en la clase, y deseo firmemente ponerme al nivel de los que el año pasado eran tan buenos como yo. Mi padre debe de estar muy disgustado; pero dile en mi nombre lo que te escribo, dile que me arrepiento mucho de no haber estudiado estos tres meses que acaban de pasar. No es una promesa vana; me acordaré de que te juré que estudiaría. Y aunque me haya venido muy abajo, todavía tengo bastante sentido del honor como para no frustrar tu esperanza por segunda vez, sobre todo después de haberte dado mi palabra. No obstante, las mejores acciones del mundo son los actos y no las palabras. Espero que pronto pueda darte pruebas de mi sinceridad. Espero que el jefe de estudios ya no tenga quejas que presentarte sobre mí. Estudiando, volveré a ocupar el sitio honroso que tenía en la clase del año pasado.
Tráeme por favor al colegio, si no estás enferma, pomada para los labios, porque hace mucho que me duelen.
Tu hijo CHARLES, muy descontento por causarte tantos disgustos.
Si a causa de mi mala conducta no quieres traerme tú misma lo que te pido, y si es Joseph el que viene, que me traiga en una cesta o en una cartera los siguientes libros para Songeon, que me expresó su deseo de leerlos, y que tú tendrás la amabilidad de tomar de mi armario:
Grandeza de los romanos;
Convalecencia del viejo cuentista;
Obras selectas de Gresset;
Viaje de Levaillant (los dos tomos).
***
[Febrero de 1834(?)]
Mamá:
Te va extrañar mucho que hoy también me haya quedado sin salida; sin embargo, no he faltado a mis promesas; ya desde el momento en que envié mi última carta puedo asegurar que mi aplicación y mi conducta han mejorado mucho; pero la primera semana (ya estábamos a mediados de la quincena cuando escribí la carta) influyó tanto en el informe de conducta que eso solo hizo que me dejaran sin salida. Sin embargo, la segunda semana mejoró un poco mis notas, ya que todo lo demás es bastante bueno, tanto en la división como en la clase. Privado desde hace mucho del gusto de verte, le ruego a papá que emplee un ardid muy inocente. Si sigo estudiando como lo vengo haciendo desde hace una semana, no podrán negarme para el jueves que viene certificados satisfactorios sobre mi aplicación y mi conducta. Los presentaré. Si papá consiente en alegar ante el jefe de estudios la mala salud que tienes desde hace unos días, podré esperar un permiso especial para salir. Mis calificaciones han sido buenas y estoy décimo primero en traducción inversa y cuarto en historia natural. Sabía mucho para mi examen de historia natural.
Tu hijo CHARLES.
***
Lyón, 25 de febrero [de 1834].
Papá y mamá:
Les escribo esta carta para intentar convencerlos de que todavía queda alguna esperanza de sacarme del estado que los apena tanto. Sé que en cuanto mamá lea el comienzo de esta carta, dirá: ya no le creo más, que papá dirá lo mismo; pero no me desanimo, no quieren venir más a verme al colegio para castigarme por mis tonterías; pero vengan una última vez para darme buenos consejos, para alentarme. Todas estas tonterías proceden de mi atolondramiento y mi holgazanería. Cuando la última vez volví a prometerles que ya no les daría disgustos, hablaba de buena fe, estaba resuelto a estudiar y a estudiar en serio para que ustedes pudiesen decir: tenemos un hijo que reconoce cómo nos ocupamos de él; pero el atolondramiento y la pereza me hicieron olvidar los sentimientos que me animaban al prometer. No es a mi corazón al que hay que reprender, es bueno; es mi mente la que hay que fijar, a la que hay que hacer reflexionar con bastante firmeza para que las reflexiones queden grabadas en ella. Ustedes empiezan a creer que soy un ingrato, tal vez están muy convencidos de ello. ¿Cómo probarles lo contrario? Sé cómo hacerlo: poniéndome a estudiar de inmediato; pero, haga lo que haga, el tiempo que he pasado sumido en la pereza y en el olvido de mi deber para con ustedes será siempre una mancha. ¿Cómo hacerles olvidar en un momento una mala conducta de tres meses? No lo sé y, sin embargo, es lo que querría. Devuélvanme enseguida su confianza y su afecto, vengan a decirme al colegio que me las han devuelto. Será el mejor medio de hacerme cambiar también en un momento.
Ustedes han desesperado de mí como de un hijo cuyos males no se pueden remediar y para el cual todo se ha vuelto indiferente, que pasa el tiempo sumido en la pereza, que es flojo, débil y no tiene valor para levantar cabeza. He sido flojo, débil, perezoso, durante cierto tiempo no he pensado en nada; pero como nada puede hacer que el corazón cambie, sigo conservando mi corazón, que a pesar de sus defectos tiene su lado bueno. Me ha hecho sentir que no debo desesperar de mí mismo. Pensé que podía escribirles y comunicarles las reflexiones que me sugirió el tedio que me produce una vida que pasé sumido en la pereza y los castigos. Y la sola idea de que ustedes pudiesen considerarme un ingrato me levantó un poco el ánimo. Si ustedes mismos ya no lo tienen para venir al colegio, contéstenme y denme en una carta los consejos y las palabras de aliento que me hubieran dado en persona en el locutorio. El jueves por la mañana van a dar las calificaciones de historia natural, espero sacar una buena. ¿Esta esperanza que tengo puede inducirlos a escucharme? Últimamente he vuelto a sacar una muy mala, una muy mala, pero el deseo de reparar esa afrenta hizo que esta mañana pusiese mucho empeño en mi prueba escrita. Si realmente han tomado la decisión de no venir más al colegio antes que una nueva conducta les demuestre un cambio total de mi parte, escríbanme, guardaré las cartas, las leeré a menudo para luchar contra mi atolondramiento, para hacerme derramar lágrimas de arrepentimiento, para que mi atolondramiento y mi pereza no me hagan olvidar las faltas que tengo que reparar. En fin, como les dije al comienzo de mi carta, el corazón no tiene culpa alguna en esto. Un temperamento superficial, una inclinación irresistible a la pereza me han hecho cometer todas estas faltas. Que no les quepa la menor duda. Ustedes no olvidarán, estoy seguro, que tienen un hijo en el colegio, pero no olviden que ese hijo tiene un corazón. Esto es lo que quería escribirles. Mi objetivo es muy simple, quiero convencerlos de que no tienen que desesperar de mí. ¿Y quién, por otra parte, pensando que sus padres ya no quieren venir a verlo y han llegado al punto de tratarlo con el máximo rigor, no se habría apresurado a escribir para sacarlos de su engaño? No es el trato riguroso lo que me afecta. Es la vergüenza de haberlos obligado a utilizarlo. No es a la casa a la que estoy apegado, como tampoco a las comodidades que encuentro en ella cuando salgo, es al gusto de verlos a lo que soy sensible, al gusto de charlar con ustedes todo un día, a los elogios que pueden hacerme por mis estudios. Les prometo que voy a cambiar, pero no desesperen de mí y sigan confiando en mis promesas.
CHARLES.
Charles Baudelaire - Querida mamá. Cartas a la madre 1834-1859.
Ediciones De La Mirándola, enero de 2015, 561 páginas, ISBN 978-987-3725-03-6
Ediciones De La Mirándola, enero de 2015, 561 páginas, ISBN 978-987-3725-03-6