EUROPA
I
UNA medianoche en el mar como hay tantas:
El Cunarder con rumor suave sobre el mar sin luna.
Haría calor, si no fuese por esta brisa.
El ruido de la ola más próxima: una salpicadura
Y otra ola un poco más lejos: una aspersión:
Y otra más: un retumbar lejano;
Y otra, volviéndose, hace “;Chut!”
Y todas las olas del mar murmuran prolongadamente
Bajo los puentes, los salones están colmados de luz.
Y llenos de señores vestidos de negro y de señoras con trajes escotados
Saborea ¡oh débil corazón! la angustia de esta hora.
Piensa tan sólo en tu infancia. Qué, ¿lloras?
No, no, retén tus lágrimas: escucha a los tziganes
Que tocan en el restaurante, hacia popa. . .
El poeta está de pie junto a su compañera
Recostada sobre un diván, bajo sus pieles, hacia proa.
“Un ángel, una joven española” que por momentos
Pensando en él, le dice a media voz:
“Mein Liebling!”
Y de nuevo el ruido indiferente de las olas.
¡Hola! ¡un relámpago!
Mas no; no es posible: hace buen tiempo…
Y siempre el viento y el ruido de las olas interminables.
¡Otro aún! ¡Allá, allá lejos, mira!
Siempre en aquel mismo rincón del cielo
Pasa como una hoz sobre las avenas.
¡Hola!, otro;
Dura un segundo apenas. Se diría Que gira.
Allí: ¡ahi pasa!...
He visto girar la lumbre: el faro, como un demente,
Torna su cabeza flameante en plena noche, gigantesco derviche.
Y, en su vértigo de luz,
Ilumina el camino de los campos, el seto florecido, la choza,
Y el ciclista moroso, y el carruaje del médico sobre la landa.
Y los abismos desiertos por donde el paquebote navega.
He visto girar la lumbre, y callo.
Mañana a primera hora, las gentes de! salón, subiendo sobreel puente
Donde el viento les excitará las mejillas y los ojos fríos,
Exclamarán: “¡La tierra!"
Y se extasiarán en sus bufandas.
Europa, bien veo que eres tú, te sorprendo de noche.
Torno a encontraros en vuestro lecho perfumado, ¡oh mis amores!
He visto la primera y más adelantada
De tus millares de luces.
Allí, en ese rinconcito de tierra, todo carcomido
Por el Océano que abraza inmensas islas
En los múltiples repliegues de sus abismos desconocidos.
Allí, están las naciones civilizadas.
Con sus capitales enormes, tan luminosas, de noche,
Que hasta por encima de los jardines lucen un cielo de color de rosa.
Los suburbios se dilatan sobre las praderas ulceradas.
Los faroles alumbran las rutas más allá de las puertas;
Los trenes iluminados se deslizan entre las cunetas;
Los vagones-restaurantes están repletos de personas sentadas a la mesa;
Los carruajes, en hileras oscuras, esperan
Que las gentes salgan de los teatros, cuyas fachadas
Se yerguen enteramente blancas bajo la luz eléctrica
Que silba en los lechosos globos incandescentes.
Las ciudades salpican la noche como constelaciones:
Las hay en la cima de las montañas,
En la fuente de los ríos, en medio de las llanuras,
Y sobre las mismas aguas, en las que ellas contemplan sus luces rojas.
“Mañana, todas las tiendas estarán abiertas, oh mi alma…”
II
Nada de países coloniales, que sólo tienen para sí
Las maravillas de la naturaleza, y que no han sabido
Procurarse ni siquiera un Teócrito.
Repulsa de días enteros pasados en la hamaca.
Levemente vestido, en ciudades sin tiendas.
Repulsa de cacerías de animales feroces, de residencias
Reales de las Indias y de ciudades de Australasia.
Donde no se hace más que pensar en ti, por ti, Europa.
¡Porque allí, entre las brumas, están las bibliotecas!
¡Oh aprenderlo todo, oh saberlo todo, todos los idiomas!
Haber leído todos los libros y todos los comentarios:
¡Oh, el sánscrito, el hebreo, el griego y el latín!
Poder entender un texto cualquiera
A primera vista, y dominar el mundo.
Por la ciencia, desde las bambalinas, como si se tuviese
En un solo puño los cordeles de esos títeres multicolores.
¡Sentir que se está tan alto que ya nos aferra el vértigo,
Como si alguien os murmurase las palabras:
“Yo te daré todo eso”, sobre la montaña!
III
¡Europa!, tú satisfaces esos apetitos sin límites
De saber, y los apetitos de la carne.
Y los del estómago, y los apetitos
Indecibles y más que imperiales de los Poetas.
Y todo el orgullo del Infierno.
(Yo me he preguntado a veces si tú no eras uno de los peldaños, un cantón adyacente, del Infierno).
¡Oh Musa mía, hija de las grandes capitales, reconoces tus ritmos
En ese retumbar incesante de las calles interminables!
Ven, quitémonos nuestros trajes de noche, y pongámonos
Yo esta chaqueta raída y tú ese vestido de lana.
Y mezclémonos entre el pueblo trivial al que ignoramos.
¡Vamos a danzar al baile de los estudiantes y de las modistillas,
Vamos a encanallarnos al café-concierto!
Dite
Que sólo somos aquí huéspedes de paso
Cuyos rastros se marcan apenas, sin duda,
Sobre ese barro liviano y brillante que hollamos.
Cuando asi nos plazca, regresaremos a las selvas vírgenes.
El desierto, la pradera, los Andes colosales.
El Nilo blanco, Teherán, Timor, los mares del Sur.
Y roda la superficie planetaria nos pertenecen cuando querramos!
Porque si yo fuese uno de esos que viven siempre aquí
Trabajando desde la mañana basta la noche en las fábricas,
Y en las oficinas, y que van a veladas.
O a desempeñar por centésima vez un papel cualquiera en un teatro.
O a los circuios, o a las reuniones hípicas.
No podría soportarlo y, como un campesino
Que regresa después de haber vendido su cosecha en la ciudad.
Yo partiría.
Con un bastón en la mano, e iría, e iría.
¡Marcharía sin detenerme hacia el Ecuador!
¡Para mí,
Europa es como una sola gran ciudad
Llena de provisiones y de todos los lacers urbanos.
Y el resto del mundo no es más que campo abierto donde, sin sombrero,
Corro de cara al viento lanzando gritos salvajes!
Traducción de ÁNGEL JOSÉ BATTISTESSA
Revista Verbum Año XXV, n° 81
Revista del centro de
estudiantes de Filosofía y Letras,
Buenos Aires, 1932
EUROPE
I
Un minuit en mer comme il y en a
tant :
Le Cunarder au bruit doux sur la
mer sans lune.
Il ferait chaud, n’était ce vent.
Le bruit de la vague la plus
voisine : un éclaboussement ;
Et l’autre vague un peu plus loin
: une aspersion ;
Et l’autre encore : un grondement
lointain ;
Et l’autre, se retournant, fait
“Chut !”
Et toutes les vagues de la mer
longtemps murmurent.
Les salons sont pleins de lumière
sous les ponts,
Et pleins de Messieurs en noir et
de Dames en robes basses.
Savoure, ô faible cœur,
l’angoisse de cette heure.
Ne songe plus qu’à ton enfance.
Quoi, tu pleures ?
Non, non, ne pleure pas : écoute
les tziganes
jouent dans la restauration, à
l’arrière…
Le poète est debout auprès de sa
compagne
Étendue sur un divan, sous des
fourrures, à l’avant,
“Un ange, une jeune Espagnole”
qui par instants
Pensant à lui, lui dit à mi-voix
:
“Mein Liebling !”
Et de nouveau le bruit
indifférent des vagues.
Tiens, un éclair !
Mais non ; ce n’est pas possible
; il fait beau temps…
Et toujours le vent et le bruit
des flots sans fin…
Encore un ! Là, là-bas, regarde !
C’est toujours dans ce même coin
du ciel.
Ça passe comme une faux sur des
avoines.
Tiens, encore ;
Ça dure une seconde à peine. On
dirait
Que cela tourne.
Là : il passe !…
J’ai vu le feu tourner ; le
phare, comme un dément
Tourne sa tête flamboyante dans
la nuit, géant derviche,
Et, dans son vertige de lumière,
Il éclaire la route de campagne,
la haie en fleur, la chaumière,
Et le bicycliste attardé, et la
voiture du médecin sur la lande,
Et les abîmes déserts où le
paquebot fait route.
J’ai vu le feu tourner, et je me
tais.
Demain matin, les gens du salon,
montant sur le pont
Où le vent piquera leurs joues et
leurs yeux froids,
Crieront : “La Terre !”
Et s’extasieront dans leurs
cache-nez.
Europe, c’est donc toi, je te
surprends de nuit.
Je vous retrouve dans votre lit
parfumé, ô mes amours !
J’ai vu la première et la plus
avancée
De tes milliards de lumières.
Là, dans ce petit coin de terre,
tout rongé
De l’Océan qui embrasse
d’immenses îles
Dans les mille replis de ses
gouffres inconnus,
Là, sont les nations civilisées,
Avec leurs capitales énormes, si
lumineuses, la nuit,
Que même au-dessus des jardins
leur ciel est rose.
Les banlieues se prolongent dans
les prairies teigneuses,
Les réverbères éclairent les
routes au-delà des portes ;
Les trains illuminés glissent
dans les tranchées ;
Les wagons-restaurants sont
pleins de gens à table ;
Les voitures, en rangs noirs,
attendent
Que les gens sortent des
théâtres, dont les façades
Se dressent toutes blanches sous
la lumière électrique
Qui siffle dans les globes
laiteux incandescents.
Les villes tachent la nuit comme
des constellations :
Il y en a au sommet des
montagnes,
À la source des fleuves, au
milieu des plaines,
Et dans les eaux mêmes, où elles
mirent leurs feux rouges…
“Demain, tous les magasins seront
ouverts, ô mon âme…”
II
Fi des pays coloniaux, qui n’ont
pour eux
Que les merveilles de la nature,
et n’ont pas su
Même se procurer un Théocrite.
Dégoût des jours entiers passés
sur le hamac,
En vêtements de toile, dans des
villes sans boutiques.
Dégoût des chasses aux bêtes
fauves, des résidences
Royales des Indes et des cités
d’Australasie,
Où l’on ne fait que penser à toi,
par toi, Europe.
Car là, dans le brouillard, sont
les bibliothèques !
Oh ! tout apprendre, oh tout
savoir, toutes les langues !
Avoir lu tous les livres et tous
les commentaires ;
Oh ! le sanscrit, l’hébreu, le
grec et le latin !
Pouvoir se reconnaître dans un
texte quelconque
Qu’on voit pour la première fois
! et dominer le monde,
Par la science, de la coulisse,
comme on tiendrait
Dans un seul poing les ficelles
de ces pantins multicolores.
Sentir qu’on est si haut qu’on
est pris de vertige,
Comme si quelqu’un vous murmurait
les mots :
“Je te donnerai tout cela”, sur
la montagne !
III
Europe ! tu satisfais ces
appétits sans bornes
De savoir, et les appétits de la
chair,
Et ceux de l’estomac, et les
appétits
Indicibles et plus qu’impériaux
des Poètes,
Et tout l’orgueil de l’Enfer.
(Je me suis parfois demandé si tu
n’étais pas une des marches, un canton adjacent, de l’Enfer).
O ma Muse, fille des grandes
capitales ! tu reconnais tes rythmes Dans ces grondements incessants des rues
interminables.
Viens, quittons nos habits du
soir, et revêtons
Moi ce veston usé et toi cette
robe de laine,
Et mêlons-nous au commun peuple
que nous ignorons.
Allons danser au bal des
étudiants et des grisettes,
Allons-nous encanailler au
café-concert !
Dis-toi
Que nous ne sommes ici que des
hôtes de passage
Dont les empreintes marquent à
peine, sans doute,
Sur cette boue légère et
brillante que nous foulons.
Quand nous voudrons, nous
rentrerons aux forêts vierges,
Le désert, la prairie, les Andes
colossaux,
Le Nil blanc, Téhéran, Timor, les
Mers du Sud,
Et toute la surface planétaire
sont à nous, quand nous voudrons !
Car si] ‘étais un de ceux-là qui
vivent toujours ici
Travaillant du matin au soir dans
des usines,
Et dans des bureaux, et allant
dans des soirées,
Ou jouer pour la centième fois un
rôle dans un théâtre,
Ou dans les cercles, ou dans les
réunions hippiques,
Je n’y pourrais tenir ! et tel
qu’un paysan
Qui revient après avoir vendu sa
récolte à la ville,
Je partirais,
Un bâton à la main, et j’irais,
et j’irais,
Je marcherais sans m’arrêter vers
l’Équateur !
Pour moi,
L’Europe est comme une seule
grande ville
Pleine de provisions et de tous
les plaisirs urbains,
Et le reste du monde
M’est la campagne ouverte où,
sans chapeau,
Je cours contre le vent en poussant des cris sauvages !