martes, 14 de febrero de 2023

Valery Larbaud y Ángel J. Battistesssa: Europa, I a III

EUROPA

I

UNA medianoche en el mar como hay tantas:

El Cunarder con rumor suave sobre el mar sin luna.

Haría calor, si no fuese por esta brisa.

El ruido de la ola más próxima: una salpicadura

Y otra ola un poco más lejos: una aspersión:

Y otra más: un retumbar lejano;

Y otra, volviéndose, hace “;Chut!”

Y todas las olas del mar murmuran prolongadamente

Bajo los puentes, los salones están colmados de luz.

Y llenos de señores vestidos de negro y de señoras con trajes escotados

Saborea ¡oh débil corazón! la angustia de esta hora.

Piensa tan sólo en tu infancia. Qué, ¿lloras?

No, no, retén tus lágrimas: escucha a los tziganes

Que tocan en el restaurante, hacia popa. . .

El poeta está de pie junto a su compañera

Recostada sobre un diván, bajo sus pieles, hacia proa.

“Un ángel, una joven española” que por momentos

Pensando en él, le dice a media voz:

“Mein Liebling!”

Y de nuevo el ruido indiferente de las olas.

¡Hola! ¡un relámpago!

Mas no; no es posible: hace buen tiempo…

Y siempre el viento y el ruido de las olas interminables.

¡Otro aún! ¡Allá, allá lejos, mira!

Siempre en aquel mismo rincón del cielo

Pasa como una hoz sobre las avenas.

¡Hola!, otro;

Dura un segundo apenas. Se diría Que gira.

Allí: ¡ahi pasa!...

He visto girar la lumbre: el faro, como un demente,

Torna su cabeza flameante en plena noche, gigantesco derviche.

Y, en su vértigo de luz,

Ilumina el camino de los campos, el seto florecido, la choza,

Y el ciclista moroso, y el carruaje del médico sobre la landa.

Y los abismos desiertos por donde el paquebote navega.

He visto girar la lumbre, y callo.

Mañana a primera hora, las gentes de! salón, subiendo sobreel puente

Donde el viento les excitará las mejillas y los ojos fríos,

Exclamarán: “¡La tierra!"

Y se extasiarán en sus bufandas.

Europa, bien veo que eres tú, te sorprendo de noche.

Torno a encontraros en vuestro lecho perfumado, ¡oh mis amores!

He visto la primera y más adelantada

De tus millares de luces.

Allí, en ese rinconcito de tierra, todo carcomido

Por el Océano que abraza inmensas islas

En los múltiples repliegues de sus abismos desconocidos.

Allí, están las naciones civilizadas.

Con sus capitales enormes, tan luminosas, de noche,

Que hasta por encima de los jardines lucen un cielo de color de rosa.

Los suburbios se dilatan sobre las praderas ulceradas.

Los faroles alumbran las rutas más allá de las puertas;

Los trenes iluminados se deslizan entre las cunetas;

Los vagones-restaurantes están repletos de personas sentadas a la mesa;

Los carruajes, en hileras oscuras, esperan

Que las gentes salgan de los teatros, cuyas fachadas

Se yerguen enteramente blancas bajo la luz eléctrica

Que silba en los lechosos globos incandescentes.

Las ciudades salpican la noche como constelaciones:

Las hay en la cima de las montañas,

En la fuente de los ríos, en medio de las llanuras,

Y sobre las mismas aguas, en las que ellas contemplan sus luces rojas.

 

“Mañana, todas las tiendas estarán abiertas, oh mi alma…”

 

II

Nada de países coloniales, que sólo tienen para sí

Las maravillas de la naturaleza, y que no han sabido

Procurarse ni siquiera un Teócrito.

Repulsa de días enteros pasados en la hamaca.

Levemente vestido, en ciudades sin tiendas.

Repulsa de cacerías de animales feroces, de residencias

Reales de las Indias y de ciudades de Australasia.

Donde no se hace más que pensar en ti, por ti, Europa.

¡Porque allí, entre las brumas, están las bibliotecas!

¡Oh aprenderlo todo, oh saberlo todo, todos los idiomas!

Haber leído todos los libros y todos los comentarios:

¡Oh, el sánscrito, el hebreo, el griego y el latín!

Poder entender un texto cualquiera

A primera vista, y dominar el mundo.

Por la ciencia, desde las bambalinas, como si se tuviese

En un solo puño los cordeles de esos títeres multicolores.

¡Sentir que se está tan alto que ya nos aferra el vértigo,

Como si alguien os murmurase las palabras:

“Yo te daré todo eso”, sobre la montaña!

 

III

¡Europa!, tú satisfaces esos apetitos sin límites

De saber, y los apetitos de la carne.

Y los del estómago, y los apetitos

Indecibles y más que imperiales de los Poetas.

Y todo el orgullo del Infierno.

(Yo me he preguntado a veces si tú no eras uno de los peldaños, un cantón adyacente, del Infierno).

¡Oh Musa mía, hija de las grandes capitales, reconoces tus ritmos

En ese retumbar incesante de las calles interminables!

Ven, quitémonos nuestros trajes de noche, y pongámonos

Yo esta chaqueta raída y tú ese vestido de lana.

Y mezclémonos entre el pueblo trivial al que ignoramos.

¡Vamos a danzar al baile de los estudiantes y de las modistillas,

Vamos a encanallarnos al café-concierto!

Dite

Que sólo somos aquí huéspedes de paso

Cuyos rastros se marcan apenas, sin duda,

Sobre ese barro liviano y brillante que hollamos.

Cuando asi nos plazca, regresaremos a las selvas vírgenes.

El desierto, la pradera, los Andes colosales.

El Nilo blanco, Teherán, Timor, los mares del Sur.

Y roda la superficie planetaria nos pertenecen cuando querramos!

Porque si yo fuese uno de esos que viven siempre aquí

Trabajando desde la mañana basta la noche en las fábricas,

Y en las oficinas, y que van a veladas.

O a desempeñar por centésima vez un papel cualquiera en un teatro.

O a los circuios, o a las reuniones hípicas.

No podría soportarlo y, como un campesino

Que regresa después de haber vendido su cosecha en la ciudad.

Yo partiría.

Con un bastón en la mano, e iría, e iría.

¡Marcharía sin detenerme hacia el Ecuador!

 

¡Para mí,

Europa es como una sola gran ciudad

Llena de provisiones y de todos los lacers urbanos.

Y el resto del mundo no es más que campo abierto donde, sin sombrero,

Corro de cara al viento lanzando gritos salvajes!

VALERY LARBAUD

Traducción de ÁNGEL JOSÉ BATTISTESSA

Revista Verbum Año XXV, n° 81

Revista del centro de estudiantes de Filosofía y Letras,

Buenos Aires, 1932 

EUROPE

I

Un minuit en mer comme il y en a tant :

Le Cunarder au bruit doux sur la mer sans lune.

Il ferait chaud, n’était ce vent.

Le bruit de la vague la plus voisine : un éclaboussement ;

Et l’autre vague un peu plus loin : une aspersion ;

Et l’autre encore : un grondement lointain ;

Et l’autre, se retournant, fait “Chut !”

Et toutes les vagues de la mer longtemps murmurent.

Les salons sont pleins de lumière sous les ponts,

Et pleins de Messieurs en noir et de Dames en robes basses.

Savoure, ô faible cœur, l’angoisse de cette heure.

Ne songe plus qu’à ton enfance. Quoi, tu pleures ?

Non, non, ne pleure pas : écoute les tziganes

jouent dans la restauration, à l’arrière…

Le poète est debout auprès de sa compagne

Étendue sur un divan, sous des fourrures, à l’avant,

“Un ange, une jeune Espagnole” qui par instants

Pensant à lui, lui dit à mi-voix :

“Mein Liebling !”

Et de nouveau le bruit indifférent des vagues.

Tiens, un éclair !

Mais non ; ce n’est pas possible ; il fait beau temps…

Et toujours le vent et le bruit des flots sans fin…

Encore un ! Là, là-bas, regarde !

C’est toujours dans ce même coin du ciel.

Ça passe comme une faux sur des avoines.

Tiens, encore ;

Ça dure une seconde à peine. On dirait

Que cela tourne.

Là : il passe !…

J’ai vu le feu tourner ; le phare, comme un dément

Tourne sa tête flamboyante dans la nuit, géant derviche,

Et, dans son vertige de lumière,

Il éclaire la route de campagne, la haie en fleur, la chaumière,

Et le bicycliste attardé, et la voiture du médecin sur la lande,

Et les abîmes déserts où le paquebot fait route.

J’ai vu le feu tourner, et je me tais.

Demain matin, les gens du salon, montant sur le pont

Où le vent piquera leurs joues et leurs yeux froids,

Crieront : “La Terre !”

Et s’extasieront dans leurs cache-nez.

Europe, c’est donc toi, je te surprends de nuit.

Je vous retrouve dans votre lit parfumé, ô mes amours !

J’ai vu la première et la plus avancée

De tes milliards de lumières.

Là, dans ce petit coin de terre, tout rongé

De l’Océan qui embrasse d’immenses îles

Dans les mille replis de ses gouffres inconnus,

Là, sont les nations civilisées,

Avec leurs capitales énormes, si lumineuses, la nuit,

Que même au-dessus des jardins leur ciel est rose.

Les banlieues se prolongent dans les prairies teigneuses,

Les réverbères éclairent les routes au-delà des portes ;

Les trains illuminés glissent dans les tranchées ;

Les wagons-restaurants sont pleins de gens à table ;

Les voitures, en rangs noirs, attendent

Que les gens sortent des théâtres, dont les façades

Se dressent toutes blanches sous la lumière électrique

Qui siffle dans les globes laiteux incandescents.

Les villes tachent la nuit comme des constellations :

Il y en a au sommet des montagnes,

À la source des fleuves, au milieu des plaines,

Et dans les eaux mêmes, où elles mirent leurs feux rouges…

 

“Demain, tous les magasins seront ouverts, ô mon âme…”

 

II

Fi des pays coloniaux, qui n’ont pour eux

Que les merveilles de la nature, et n’ont pas su

Même se procurer un Théocrite.

Dégoût des jours entiers passés sur le hamac,

En vêtements de toile, dans des villes sans boutiques.

Dégoût des chasses aux bêtes fauves, des résidences

Royales des Indes et des cités d’Australasie,

Où l’on ne fait que penser à toi, par toi, Europe.

Car là, dans le brouillard, sont les bibliothèques !

Oh ! tout apprendre, oh tout savoir, toutes les langues !

Avoir lu tous les livres et tous les commentaires ;

Oh ! le sanscrit, l’hébreu, le grec et le latin !

Pouvoir se reconnaître dans un texte quelconque

Qu’on voit pour la première fois ! et dominer le monde,

Par la science, de la coulisse, comme on tiendrait

Dans un seul poing les ficelles de ces pantins multicolores.

Sentir qu’on est si haut qu’on est pris de vertige,

Comme si quelqu’un vous murmurait les mots :

“Je te donnerai tout cela”, sur la montagne !

 

III

Europe ! tu satisfais ces appétits sans bornes

De savoir, et les appétits de la chair,

Et ceux de l’estomac, et les appétits

Indicibles et plus qu’impériaux des Poètes,

Et tout l’orgueil de l’Enfer.

(Je me suis parfois demandé si tu n’étais pas une des marches, un canton adjacent, de l’Enfer).

O ma Muse, fille des grandes capitales ! tu reconnais tes rythmes Dans ces grondements incessants des rues interminables.

Viens, quittons nos habits du soir, et revêtons

Moi ce veston usé et toi cette robe de laine,

Et mêlons-nous au commun peuple que nous ignorons.

Allons danser au bal des étudiants et des grisettes,

Allons-nous encanailler au café-concert !

Dis-toi

Que nous ne sommes ici que des hôtes de passage

Dont les empreintes marquent à peine, sans doute,

Sur cette boue légère et brillante que nous foulons.

Quand nous voudrons, nous rentrerons aux forêts vierges,

Le désert, la prairie, les Andes colossaux,

Le Nil blanc, Téhéran, Timor, les Mers du Sud,

Et toute la surface planétaire sont à nous, quand nous voudrons !

Car si] ‘étais un de ceux-là qui vivent toujours ici

Travaillant du matin au soir dans des usines,

Et dans des bureaux, et allant dans des soirées,

Ou jouer pour la centième fois un rôle dans un théâtre,

Ou dans les cercles, ou dans les réunions hippiques,

Je n’y pourrais tenir ! et tel qu’un paysan

Qui revient après avoir vendu sa récolte à la ville,

Je partirais,

Un bâton à la main, et j’irais, et j’irais,

Je marcherais sans m’arrêter vers l’Équateur !

 

Pour moi,

L’Europe est comme une seule grande ville

Pleine de provisions et de tous les plaisirs urbains,

Et le reste du monde

M’est la campagne ouverte où, sans chapeau,

Je cours contre le vent en poussant des cris sauvages !