MARGINALIA
SOBRE EDGAR POE Y BAUDELAIRE
1
No creo que el medio
estadounidense fuera más hostil a Poe que el francés a cualquiera de nuestros
contemporáneos. Tenía enemigos, pero también amigos literarios, admiradores;
vivía con dos mujeres a las que adoraba, Mrs Clemm y Virginia; se ganaba la
vida con un trabajo que no parece haberle disgustado, pues le encantaba
escribir, y no sólo sus cuentos y poemas, sino también sus artículos; era un
luchador, se entretenía, se deleitaba con polémicas en las que quería tener la
última palabra, aunque su insolencia era poco adecuada para desarmar a sus adversarios.
No se conocía su valía, pero se
admitía su relativa superioridad; parece seguro que, de haber vivido, sus
últimos años habrían sido los de un dominador literario; estaba destinado a
superar, incluso en la inteligencia tosca de sus compatriotas, la reputación de
Longfellow, con quien fue cruel y quien, sin embargo, le hizo justicia.
En Inglaterra, sí, habría sido
mejor apreciado; hay un público verdaderamente intelectual, verdaderamente
aristocrático, para el que una página original es una bendición y que sabe ser
agradecido pecuniariamente. El inglés paga por sus placeres.
En Francia, Poe tal vez habría
sufrido más. No habría podido ganarse la vida más que Baudelaire, que Flaubert,
que Villiers, que Verlaine, que Mallarmé ; sus cuentos de tan rica
idealidad habrían sido, como los de Villiers, despreciados por la masa de
lectores demócratas, y ninguna revista, ningún periódico habría acogido su
crítica desdeñosa, violenta, que de pronto deja de ser agresiva sólo para
tratar con un estilo de una precisión a veces un poco dura los problemas más
oscuros de la expresión del pensamiento.
Un escritor de gran inteligencia siempre juzga su medio como el peor de todos aquellos en los que podría haber vivido. El desprecio que Poe profesaba por los norteamericanos, Schopenhauer lo sentía por los alemanes, Carlyle por los ingleses, Leopardi por los italianos, Flaubert por los franceses. Algunos saben que todos los rebaños humanos son iguales: no envidian el pastar en otros prados una hierba siempre envenenada por la maldad de los hombres.
2
No siempre existe una relación lógica entre la vida y
la obra de un escritor. La vida fluye como el agua de un torrente, de un río
cansado, de un arroyo alegre, y las flores y las obras que crecen en sus
orillas tienen su propio carácter distintitivo: el pequeño arroyo se adorna con
los lirios más orgullosos y el torrente con las flores más insulsas; el río
fluye entre la uniformidad de las hierbas. Una obra trágica no implica una vida
atormentada; la literatura de los tiempos revolucionarios es a menudo el balido
de un redil; se ha buscado en Cromwell la explicación de Milton: las fábulas de
Florian aparecieron en 1793.
La vida de Poe no tuvo nada de extraordinario. Fue la
de un hombre de letras que alternaba la colaboración con la dirección de
revistas. Como otros, había dividido sabiamente su vida: el gran poeta era
también un activo literato que, a menudo, llevaba hasta la pedantería una
original necesidad de sermonear a sus contemporáneos. Es absurdo imaginar a Poe
como un soñador enfermizo; era un hombre educado hasta la erudición, y su
inteligencia precisa y sagaz tenía algo de lo que Pascal llamaba el espíritu
geométrico. Cabe suponer que vivió perfectamente consciente de su destino y de
su genio.
3
La familia de Poe era de origen irlandés. ¿Puede esto,
y la estancia en Baltimore, explicar el olor a catolicismo que se desprende de
su obra? A veces habla como Tertuliano y como Joseph de Maistre. Ama la regla,
defiende la regla, cree que somete del todo a la regla, él cuya originalidad es
tan particular.
4
Se parecía prodigiosamente a su madre; es el mismo
rostro, uno femenino, el otro masculino; algo de viril en la actitud de la
actriz aumenta la ilusión. Ella sólo pudo ejercer en él una influencia puramente
física; la perdió a los dos años; su padre ya había muerto. La originalidad de
Poe se desarrolló tanto más libremente cuanto que no fue obstaculizada por
ninguna suave autoridad; muchos niños, demasiado estrechamente vigilados,
demasiado bien educados, demasiado amados y a los que siempre se les está
encima, modelan su joven inteligencia de acuerdo con la de sus padres, y así
reciben huellas a menudo tan profundas que determinan su actividad cerebral
para siempre, y la mayoría de las veces la anulan. ¡Cuántos padres mediocres
han ejercido así una influencia deprimente sobre sus hijos!
5
No hay rastro en la vida de Poe de grandes amistades
entre hombres; pero sí de profundos afectos femeninos, Mrs. Clemm, Frances
Osgood. Además, no tenía ningún prejuicio contra las mujeres; en su crítica
nunca hizo distinciones previas entre la literatura de los hombres y la de las
mujeres. Admiraba sinceramente a Frances Osgood. Amaba la sociedad de las
mujeres, su conversación, su ingenio, y nunca parece haberles pedido más; la
castidad de sus escritos era la de su vida, un acuerdo muy poco común, pues
sabemos que entre las obras y los hombres sólo existe una relación de lo más
inconstante. Lascivia est nobis pagina,
le escribe Ausonio a Paulino, enviándole el Centón Nupcial, vita proba, y cita a todos los autores
antiguos quibus severa vita fuit et læta
materia.
6
El contraste aquí es excesivo entre Poe y Baudelaire,
que sin embargo son inteligencias de la misma forma. Un prefacio inédito a Les Fleurs du Mal resume su estética:
Su venerable
vicio extendido en la seda
Y su virtud risible
—
Porque la
quintaesencia he extraído de todo:
Tú me diste
tu barro y con él yo hice oro.
Baudelaire desprecia a la mujer civilizada, porque es
demasiado poco civilizada, demasiado natural, demasiado instintiva: “La mujer
tiene hambre y quiere comer; sed y quiere beber. Está en celo y quiere que la monten;
¡vaya mérito!” (Mon coeur mis à nu) La
trata como a un inferior, porque en sus manifestaciones de amor, la mujer nunca
separa el alma del cuerpo, el sentimiento de la sensación. En efecto, esto
puede considerarse una debilidad, pero el día en que la mujer haya adquirido la
fuerza de separar, como el varón, sentimiento y sensación, se habrá convertido
en un ser tan diferente del que conocemos que necesitará otro nombre. También
es cierto que su libertad tiene este precio: quizá sea un poco alto.
7
Poe no expresa en ninguna parte sus opiniones sobre el
pueblo.
El proletariado obrero no existía en su época en los
Estados Unidos, como tampoco existía en Europa, tiempos en que había tierras
libres; Poe no vio ninguna revolución.
Es entonces cuando se ve al pueblo, cuando sale de sus madrigueras y va a hacerse matar en beneficio de una docena de sinvergüenzas. Baudelaire no despreciaba el papel político de los bribones; pensaba que las personas honradas eran demasiado cobardes: “Sólo los bribones están lo bastante convencidos como para triunfar”. Al significado de la palabra bribón le daba un significado bastante amplio, hasta el punto de aplicarla al burgués serio y lleno de aforismos: “Personaje frío, razonable y vulgar; que habla constantemente sólo de virtud y economía, dos ideas que combina fácilmente; tiene una especie de inteligencia à la Franklin; es un bribón à la Franklin” (del libreto para El fin de Juan). Este juicio rápido no carece de elegancia.
8
Poe defiende de buena gana a los poetas. Declara que
su irritabilidad proviene del hecho de que tienen una percepción muy nítida de
lo bello y, por lo tanto, de lo feo, de lo verdadero, de lo falso, de lo justo,
de lo injusto. Quien no es irritable no es poeta. Es su propia defensa, pues
era muy irritable; muchos de sus juicios literarios son malvados hasta la
crueldad. Baudelaire tiene otra forma de defender la poesía y a los poetas: “La
canalla. Con la canalla me refiero a los que no saben poesía” (carta a Jules
Janin).
9
The Murders
of the Rue Morgue fue publicado por
Poe en abril de 1841 en el Graham's
Magazine. En 1846 apareció en La
Quotidienne una adaptación de ese cuento, pero presentada como una
producción original, aunque sin firma, bajo el título de The Orang-Outang. Poco después, Le
Commerce publicaba, dándole su verdadero título, una traducción completa
del mismo cuento: ese traductor, que firmaba Old-Nick, era E. D. Forgues, quien
daría a conocer a Edgard Poe el 15 de octubre siguiente mediante un estudio publicadopor
la Revue des Deux Mondes. Hubo un
juicio, o al menos una disputa, entre los dos periódicos, y el nombre de Poe se
escribió por primera vez en Francia. Poe tuvo un conocimiento bastante vago de
esta historia (pensaba que se había hablado de él en Le Charivari —como consta en sus Marginalia); como no podía pensar, en vista del estado de la
legislación literaria, en obtener beneficio alguno de la traducción de sus
obras, tuvo que limitarse a saborear las puras alegrías de la fama. Se dice
que, al enterarse de que este relato se había traducido al francés sin su
nombre, tuvo un momento de indignación. Fue, sin embargo, el comienzo de su
fama europea: casi siempre hay en el comienzo de una gran fama literaria,
incluso de la más justificada, un escándalo, un juicio, un ruido ajeno a la
obra. Por eso podemos recordar con indulgencia e incluso con gratitud el nombre
del primer traductor o arreglista de Edgar Poe. Se trata de una tal Isabelle Meunier,
esposa de un divulgador científico llamado Amédée-Victor Meunier, nacido en
1817. Madame Meunier debía de ser muy joven cuando tuvo la feliz idea de
traducir El doble asesinato. Siguió
dando a conocer los cuentos más curiosos de Poe a un público por lo demás poco
entusiasta, hasta que Baudelaire se ocupó del gran escritor del que iba a ser el
colaborador tanto como el traductor.
Baudelaire, que no había podido leer L'Orang-Outang sin sentir “una singular
conmoción” (carta a Armand Fraisse), siguió de cerca la disputa y en cuanto supo el nombre
de Poe preguntó por sus obras. Se ha dicho que aún no se habían reunido en
volúmenes, que yacían dispersas en las colecciones de varios periódicos y
revistas estadounidenses, Graham's, Southern Literary Messenger, The Sun, etc., publicaciones todas ellas
muy difíciles de conseguir en Francia. Se trata de un error evidente, ya que
los Tales of the Grotesque and the
Arabesque, objeto de los dos primeros
volúmenes de la traducción de Baudelaire, habían aparecido en 1839; para los volúmenes
siguientes, Baudelaire se basó en la edición de las obras póstumas publicada
por Rufus Griswold. Fue en julio de 1848, un año antes de la muerte de Poe,
cuando hizo su primera traducción, Révélation
magnétique, en La Liberté de penser.
Es absolutamente falso que aprendiera inglés a propósito; como señala Eugène
Crépet (Œuvres posthumes de Baudelaire),
de niño había aprendido el inglés con su madre.
10
Edgar Poe nos impresiona menos por las apariencias lógicas
de sus deducciones que por el tono soberano de un verbo afirmativo y absoluto;
tiene una manera de apoderarse del lector con los gestos de una dominación
desdeñosa, contra la que no se encuentra defensa. Así el comienzo, las seis
primeras páginas, sobrias, fuertes, nítidas, exactas, poderosas, conminatorias
del Manuscrito encontrado en una botella:
habiéndose apoderado de nosotros, nos conduce como a esclavos a la nada irónica
de su conclusión, y vamos a perdernos de buena gana en los abismos míticos del
Río Océano.
(continuará)
Promenades littéraires, vol. 1
Traducción, para Literatura & Traducciones, de Miguel Ángel Frontán
1
Je ne crois pas que le milieu
américain ait été plus hostile à Poe que le milieu français à tel de nos
contemporains. Il avait des ennemis, mais aussi des amis littéraires, des
admirateurs ; il vivait avec deux femmes qu’il adorait, Mrs. Clemm et Virginia ;
il gagnait sa vie par un labeur qui ne semble pas lui avoir déplu, car il
aimait à écrire, et non seulement ses contes, ses poèmes, mais ses
articles ; il est batailleur, il s’attarde, il se complaît en des polémiques
où il veut le dernier mot, quoique son insolence soit mal faite pour désarmer
ses adversaires.
On ne connaissait pas sa valeur, mais on admettait sa supériorité
relative ; il paraît certain que, s’il eût vécu, ses dernières années
auraient été celles d’un dominateur littéraire ; il était destiné à
vaincre, même dans l’intelligence fruste de ses compatriotes, la réputation de
Longfellow, pour qui il fut cruel et qui pourtant lui a rendu justice.
En Angleterre, oui, il aurait été mieux apprécié, il y a
là un public vraiment intellectuel, vraiment aristocratique, pour lequel une
page originale est un bienfait et qui sait se montrer pécuniairement
reconnaissant. L’Anglais paie ses plaisirs.
En France, Poe eût peut-être souffert davantage. Pas plus
que Baudelaire, que Flaubert, que Villiers, que Verlaine, que Mallarmé, il
n’eût été capable de gagner sa vie ; ses contes d’une si riche idéalité
auraient été, comme ceux de Villiers, méprisés de la masse des lecteurs
démocratiques et nulle revue, nul journal n’aurait accueilli ses critiques
dédaigneuses, violentes, et qui ne cessent brusquement d’être agressives que
pour traiter en un style d’une précision parfois un peu dure les problèmes les
plus obscurs de l’expression de la pensée.
Un écrivain de haute intelligence juge toujours que son
milieu est le pire de tous ceux où il aurait pu vivre. Le mépris que Poe
professait pour les Américains, Schopenhauer l’éprouvait pour les Allemands,
Carlyle pour les Anglais, Léopardi pour les Italiens, Flaubert pour les
Français. Quelques-uns savent que tous les troupeaux humains sont
pareils : ils n’envient pas de pâturer en d’autres prairies une herbe
toujours empoisonnée par la méchanceté des hommes.
2
Il n’y a pas toujours de relation logique entre la vie et
l’œuvre d’un écrivain. La vie s’en va comme l’eau d’un torrent, d’un fleuve
las, d’un ruisseau gai, et les fleurs et les œuvres qui croissent sur les rives
ont leur caractère distinct : le ruisselet s’orne des plus orgueilleux
flambes et le torrent, des fleurettes les plus fades ; le fleuve coule
parmi l’uniformité des herbes. Une œuvre tragique n’implique pas une vie
tourmentée ; la littérature des époques révolutionnaires est souvent le
bêlement d’une bergerie ; on a cherché dans Cromwell l’explication de Milton :
les fables de Florian parurent en 1793.
La vie de Poe n’eut rien d’extraordinaire. Elle fut celle
d’un homme de lettres tour à tour collaborateur et directeur de magazines.
Comme d’autres, il avait sagement dédoublé sa vie : le grand poète était
aussi un littérateur actif et qui poussa souvent jusqu’au pédantisme, un besoin
originel de sermonner ses contemporains. Il est absurde de se représenter Poe
tel qu’un maladif rêveur ; il était instruit jusqu’à l’érudition et son
intelligence précise et sagace avait quelque chose de ce que Pascal appelait
l’esprit géométrique. On peut supposer qu’il vécut parfaitement conscient de
sa destinée et de son génie.
3
La famille de Poe était d’origine irlandaise. Cela, et le
séjour à Baltimore, peut-il expliquer l’odeur de catholicisme qui est répandue
dans son œuvre ? Il parle quelquefois comme Tertullien et comme Joseph de
Maistre. Il aime la règle, il défend la règle, il croit s’asservir à la règle,
lui dont l’originalité est si particulière.
4
Il ressemblait prodigieusement à sa mère ; c’est le
même visage, l’un féminin, l’autre mâle; encore quelque chose de garçonnier
dans l’attitude de l’actrice ajoute-t-il à l’illusion. Elle ne put avoir sur
lui qu’une influence purement physique ; il la perdit à l’âge de deux
ans ; son père était déjà mort. L’originalité de Poe se développa d’autant
plus librement qu’elle ne fut entravée par aucune douce autorité ;
beaucoup d’enfants, trop surveillés, trop bien élevés, trop aimés et tenus de
près, modèlent leur jeune intelligence sur celle de leurs parents, reçoivent
ainsi des empreintes souvent si profondes qu’elles déterminent à jamais leur
activité cérébrale et le plus souvent l’annulent. Que de parents médiocres ont
ainsi déprimé leurs enfants !
5
Nulle trace dans la vie de Poe de grandes amitiés d’homme
à homme ; mais de profondes affections féminines, Mrs. Clemm, Frances
Osgood. Il n’a d’ailleurs aucun préjugé contre les femmes ; dans ses
critiques, il ne fait jamais de distinction préalable entre la littérature des
hommes et celle des femmes. Il admirait sincèrement Frances Osgood. Aimant la
société des femmes, leur conversation, leur esprit, il ne semble pas leur avoir
jamais demandé davantage ; la chasteté de ses écrits était celle de sa
vie, accord bien rare, car on sait qu’il n’y a qu’un rapport des plus
inconstants entre les œuvres et les hommes. Lascivia
est nobis pagina, écrit Ausone à Paulin, en lui envoyant le Centon Nuptial,
vita proba, et il cite tous les
auteurs anciens quibus severa vita fuit
et læta materia.
6
Le contraste est ici excessif entre Poe et Baudelaire,
qui pourtant sont des intelligences de même forme. Une préface non publiée des Fleurs du Mal résume son
esthétique :
Son vice vénérable étalé
dans la soie
Et sa vertu
risible —
Car j’ai de chaque chose
extrait la quintessence :
Tu m’as donné ta boue et
j’en ai fait de l’or.
Baudelaire méprise la femme
civilisée, parce qu’elle est trop peu civilisée, trop naturelle, trop
instinctive : « La femme a faim et elle veut manger ; soif, et
elle veut boire. Elle est en rut, et elle veut être baisée ; le beau
mérite ! » (Mon cœur mis à nu.)
Il la traite en inférieure, parce que dans ses manifestations d’amour elle ne
sépare jamais l’âme du corps, le sentiment de la sensation. On peut en effet
voir là une faiblesse, mais le jour où la femme aurait acquis la force de
pouvoir séparer, comme le mâle, le sentiment et la sensation, elle serait
devenue un être tellement différent de celui que nous connaissons qu’il lui faudrait
un autre nom. Il est vrai aussi que sa liberté est à ce prix : c’est
peut-être un peu cher.
7
Poe n’exprime nulle part ses opinions touchant le peuple.
Le prolétariat ouvrier n’existait pas de son temps aux
États-Unis, pas plus qu’il n’exista en Europe, au temps qu’il y avait des
terres libres ; il ne vit pas de révolution.
C’est à ce moment qu’on voit bien le peuple, quand il
sort de ses tanières et vient se faire tuer pour le profit d’une douzaine de
gredins. Baudelaire ne méprisait pas le rôle politique des coquins ; il
trouvait les honnêtes gens trop lâches : « Les coquins seuls sont
assez convaincus pour réussir. » Il étendait assez loin la signification
du mot, jusqu’à l’appliquer au bourgeois grave et plein d’aphorismes :
« Personnage froid, raisonnable et vulgaire ; ne parlant sans cesse
que de vertu et d’économie, il associe volontiers ces deux idées ; il a
une espèce d’intelligence à la Franklin ; c’est un coquin à la
Franklin. » (Scénario de La Fin de
Don Juan.) Ce jugement rapide ne manque pas d’élégance.
8
Poe défend volontiers les poètes. Il déclare que leur
irritabilité vient de ce qu’ils ont une perception très nette du beau et par
conséquent du laid, du vrai, du faux, du juste, de l’injuste. Qui n’est pas
irritable n’est pas poète. C’est sa propre défense, car il était fort irritable ;
plusieurs de ses jugements littéraires sont méchants jusqu’à la cruauté.
Baudelaire a une autre manière de défendre la poésie et les poètes :
« Canaille. Par canaille, j’entends ceux qui ne se connaissent pas en
poésie. » (Lettre à Jules Janin.)
9
The Murders of the Rue
Morgue
furent publiés par Poe en avril 1841 dans le Graham’s Magazine. En 1846, une adaptation de ce conte, mais donnée
comme une production originale, quoique non signée, parut dans La Quotidienne, sous le titre de L’Orang-Outang. Peu de temps après, le Commerce publiait, en lui rendant son
vrai titre, une traduction intégrale du même conte : ce traducteur, qui
avait signé Old-Nick, était E. D. Forgues, qui devait, le 15 octobre suivant,
faire connaître Edgard Poe par une étude donnée à la Revue des Deux Mondes. Il y eut procès, ou du moins querelle, entre
les deux journaux, et le nom de Poe fut écrit pour la première fois en France.
Poe eut une assez vague connaissance de cette histoire (il croit avoir été
démarqué par Le Charivari (Marginalia) ; comme il ne pouvait
songer, vu l’état de la législation littéraire, à retirer aucun profit de la
traduction de ses œuvres, il dut se borner à goûter les joies pures de la
renommée. On dit qu’en apprenant qu’on avait donné ce conte en français sans y
mettre son nom il avait eu un moment d’indignation. Ce fut cependant le commencement
de sa gloire européenne : il y a presque toujours au début des grandes
renommées littéraires, même les mieux justifiées, un scandale, un procès, un
bruit extérieur à l’œuvre. C’est pourquoi on peut retenir avec indulgence et
même avec reconnaissance le nom du premier traducteur ou arrangeur d’Edgar Poe.
C’était une dame Isabelle Meunier, femme d’un publiciste scientifique nommé
Amédée-Victor Meunier, né en 1817. Madame Meunier devait donc être toute jeune
lorsqu’elle eut l’heureuse idée de traduire Le
Double Assassinat. Elle continua à faire connaître à un public, d’ailleurs
peu enthousiaste, les plus curieux contes de Poe, jusqu’au moment où Baudelaire
s’empara du grand écrivain dont il devait être le collaborateur autant que le
traducteur.
Baudelaire, qui n’avait pu lire L’Orang-Outang sans ressentir « une commotion
singulière » (Lettre à Armand
Fraisse), suivit la querelle et dès qu’il connut le nom de Poe s’enquit de
ses œuvres. On a dit qu’elles n’avaient pas encore été réunies en volumes,
qu’elles gisaient éparses dans les collections de plusieurs journaux et
magazines américains, Graham’s, Southern
Literary Messenger, The Sun, etc., toutes publications fort difficiles à se
procurer en France. C’est une erreur manifeste, puisque les Tales of the Grotesque and the Arabesque,
matière des deux premiers volumes de la traduction de Baudelaire, avaient paru
en 1839 ; pour les volumes suivants, Baudelaire puisa dans l’édition des
œuvres posthumes publiée par Rufus Griswold. C’est en juillet 1848, un an avant
la mort de Poe, qu’il donna, dans La
Liberté de penser, sa première traduction, Révélation magnétique. Il est absolument faux qu’il ait appris
l’anglais exprès ; comme le fait remarquer M. Crépet (Œuvres posthumes de Baudelaire), il avait appris l’anglais, tout
enfant, de sa mère.
10
Edgar Poe nous en impose moins par les apparences logiques
de ses déductions que par le ton souverain d’un verbe affirmatif et
absolu ; il a une manière de s’emparer du lecteur avec les gestes d’une
domination méprisante, contre laquelle on ne trouve aucune défense. Ainsi le
début, les six premières pages, sobres, fortes, nettes, exactes, puissantes,
comminatoires du Manuscrit trouvé dans
une bouteille : nous ayant pris, il nous mène en esclave au néant
ironique de sa conclusion, et nous allons volontiers nous perdre dans les
abîmes mythiques du Fleuve Océan.