LÉON BLOY, EL MENDIGO INGRATO
El escritor al que Octave Mirbeau ha llamado “ le
plus somptueux écrivain de notre temps ” [el más suntuoso escritor de nuestro tiempo], del que Remy de
Gourmont ha dicho que es “ un de plus grands créateurs d’images que la terre ait portés ” [uno de los más grandes creadores
de imágenes que hayan pisado esta tierra], es en efecto “él mismo notable”. En Le
Mendiant ingrat [El mendigo ingrato], un diario escrito durante los años
1892-1895, que constituye una especie de autobiografía, escribe: “ J'ai vécu, sans vergogne, dans
une extrême solitude, peuplée des ressentiments et des désirs fauves que mon
exécration des contemporains enfantait, écrivant ou vociférant ce qui me
paraissait juste. ” [He
vivido, sin avergonzarme, en una extrema soledad, poblada de resentimientos y
deseos salvajes que mi execración por los contemporáneos engendraba,
escribiendo o vociferando lo que me parecía justo.] “ Écrivant ou vociférant ”, pues la escritura de este extraño panfletista de genio es a
veces un grito casi inarticulado de rabia o de asco. “ Je suis l'enclume au fond du gouffre ” [Soy el yunque
en el fondo del abismo], clama, en una carta a Henry de Groux, escrita en un
momento en que su esposa, que, según se creía, estaba a punto de morir, había
recibido la extremaunción, “ l'enclume
de Dieu, qui me fait souffrir ainsi parce qu'il m’aime, je le sais bien. L'enclume
de Dieu, au fond du gouffre ! Soit. C'est une bonne place pour retentir vers
Lui. ” [El yunque de Dios, que me hace sufrir así
porque me ama, bien lo sé. ¡El yunque de Dios, en el fondo del abismo ! De
acuerdo. Es un buen lugar para que mi clamor llegue hasta Él.] En la dedicatoria de su nuevo libro
invita a un amigo a escapar “ des Lieux
Communs où l'on dîne pour venir héroïquement ronger avec moi des crânes
d'imbéciles dans la solitude ” [de los Lugares Comunes donde se cena
para venir heroicamente a roer conmigo cráneos de imbéciles en la soledad]. Es
un plato en el que ha afilado sus dientes toda la vida, y su hambre es mortífera.
Bloy nos dice que vive enteramente de limosnas, y
afirma que es el deber del hombre para con el hombre y, especialmente, del
cristiano para con el cristiano, proveer a la necesidad de aquel cuya pobreza
es honorable. “ Pourquoi voudrait-on que je ne m’honorasse
pas d'avoir été un mendiant, et, surtout, un 'mendiant ingrat' ? ” [¿Por qué querrían que yo no me sintiera honrado de haber sido un
mendigo y, sobre todo, un ‘mendigo ingrato’?] Su
diario es el diario de Lázaro en el umbral, alzando la voz contra el rico que
le ha tirado las migajas de su mesa. En esto no hay anarquismo, ni queja
política o social; es el grito de un católico y de un aristócrata de las
letras, incapaz de “abrirse camino en
el mundo”, porque no quiere “prostituirse” con ninguna tarea servil o mendaz. ¿Tiene un hombre el derecho a
reclamar su derecho a vivir, y reclamarlo sin vergüenza, y sin agradecerle a
quien se lo da más que el gesto de dárselo? Este es el problema que Bloy nos
plantea. Bloy es un ferviente católico, cree en Dios, cree que las promesas de
la Biblia deben tomarse literalmente, y que, literalmente, “el Señor proveerá” a sus
siervos. El hombre, en la limosna, no es más que el instrumento, a menudo
involuntario, de Dios; por eso, Bloy está dispuesto a recibir ayuda de sus
enemigos y a maltratar a sus amigos, con perfecta buena fe. “Reconozco a un
amigo”, dice simplemente, “por el hecho de que me da dinero”. Él es la viva declaración
de cómo el hombre depende del hombre, es decir, de cómo el hombre depende de
Dios, quien sólo puede actuar por medio del hombre. Donde se encuentra solo es
en su orgullo por esa humillación de sí mismo, y en su insistencia en el deber
de los demás de procurarle lo que necesita. El más elocuente de sus alegatos
contra los lugares comunes del mundo es el nº CXLIV, Avoir du pain sur la planche. “ Quand il n'y en a que
quelques miettes, dice, ça se mange encore. Quand il y en a trop, ça
ne se mange pas du tout, ça devient des pierres et c’est avec le pain sur la
planche des bourgeois de Jérusalem que fut lapidée le proto-martyr. ” [Tener pan guardado. Cuando sólo quedan algunas
migajas —dice—, todavía se pueden comer. Cuando quedan demasiadas, ya no se
pueden comer, se vuelven piedras, y fue con el pan guardado de los burgueses de
Jerusalén con el que se lapidó al protomártir.]
Pero no es sólo en su calidad de hombre y de
cristiano que Bloy exige limosnas, sino como profeta y amigo íntimo de Dios. No
dudo de la sinceridad de Bloy al creer que tiene un “mensaje” para el mundo. Su
mensaje, nos dice, es “ notifier la gloire de Dieu ” [notificar la gloria de Dios], y es notificar la gloria de Dios arruinando
a los egipcios, azotando a los cambistas fuera del Templo, y, de estas y otras
maneras, ayudando a limpiar las alcantarillas de la creación. Su misión es ser
un carroñero, y pasar por alto el pozo negro de un amigo que podría serle útil,
o el estercolero de un patrón que le ha sido útil, materialmente, sería un acto
casi criminal. Con esta convicción en el alma, con un temperamento ardiente y
devorador que debe cebarse en algo si no quiere cebarse mortalmente en sí
mismo, no es extraño que nunca haya podido “escribir por dinero”. El artista
puede, ciertamente, escribir por dinero, con un daño sólo relativo para sí
mismo o para su arte. Se permite hacer algo que considera de importancia
secundaria. Pero el profeta, que es una voz, debe gritar siempre su mensaje:
cambiar una sílaba de su mensaje es cometer el pecado que no tiene perdón. En
él, todo lo que no sea la verdad absoluta, verdad de convicción, es una mentira
deliberada.
La Exégèse des
Lieux Communs [Exégesis de los lugares comunes] de Bloy es una crucifixión
del burgués en una cruz que el mismo burgués hizo. Ahora bien, es a los
burgueses, después de todo, a quienes Bloy les pide limosna, y es de los
burgueses de quienes la recibe, como declara (y, de hecho, lo demuestra) “sin
gratitud”. No estoy seguro de que la estimación convencional de la gratitud
como una de las principales virtudes —de la gratitud en todas las
circunstancias y por todos los favores recibidos—, no tenga un origen
profundamente burgués. Nunca he podido reconocer claramente la necesidad, ni
siquiera la posibilidad, de la gratitud hacia alguien por quien no tengo un
sentimiento de afecto personal, al margen de cualquier intercambio de
beneficios. La concesión de lo que se llama un favor, materialmente, y la
pronta respuesta con un sentimiento delicado, la gratitud, me parece una
especie de mercantilismo de la mente, una mera transacción comercial, en la que
un intercambio honesto no siempre es posible ni necesario. La exigencia de
gratitud a cambio de un regalo proviene en gran medida del respeto que la
mayoría de la gente tiene por el dinero; de la idea de que el dinero es la cosa
más “seria” del mundo, en lugar de un accidente, un compromiso, el símbolo de
una necesidad física, pero una cosa que no tiene existencia real en sí misma,
ninguna importancia real para la mente que se niega a darse cuenta de su
existencia. Sólo el avaro lo posee realmente en sí mismo, de manera
significativa; porque el avaro es un idealista, el poeta del oro. Para todos
los demás es una especie de matemática, y un sinónimo de ser “respetado”. Se puede decir que es necesario, casi
tan necesario como respirar, y no lo voy a negar. Sólo negaré que alguien pueda
estar activamente agradecido por la capacidad de respirar. No puede imaginarse
a sí mismo sin esa capacidad. Imaginarse a uno mismo sin dinero, es decir, sin
los medios para seguir viviendo, es imaginar al mismo tiempo el derecho, el
mero derecho humano, a la ayuda. Si, además de ese mero derecho humano, uno
está convencido de que es un hombre de genio, el derecho se vuelve más claramente
evidente, y si, además, uno tiene un “mensaje” divino para el mundo, ¿qué más se
puede decir? Este, según creo, es el argumento de la convicción de Bloy. Es un
problema que me gustaría plantearle a Tolstói. No estoy seguro de que el más
manso y el más arrogante enemigo de nuestra civilización no se tendieran
mutuamente la mano, la de Tolstói con un regalo en ella, ofrecido libre y
humildemente, que la de Bloy tomaría, libre y orgullosamente.
ARTHUR SYMONS
Traducción, para Literatura & y Traducciones, de Carlos Cámara y
Miguel Ángel Frontán
The writer whom Octave
Mirbeau has called le plus somptueux
écrivain de notre temps, of whom Remy de Gourmont has said that he is un de plus grands créateurs d’images que la
terre ait portés, is indeed “himself remarkable.” In Le
Mendiant ingrat, a journal kept during the years 1892-1895, which forms a
sort of autobiography, he writes: “ J’ai
vécu, sans vergogne, dans une extrême solitude, peuplée des ressentiments et
des désirs fauves que mon exécration des contemporains enfantait, écrivant ou
vociférant ce qui me paraissait juste. ” “ Écrivant ou
vociférant ”,
for the writing of this strange pamphleteer of genius is at times an almost
inarticulate cry of rage or of disgust. “
Je suis l’enclume au fond du gouffre ”, he cries, in a letter to Henry
de Groux, written at a time when his wife, believed to be at the point of
death, had received extreme unction, “ l'enclume
de Dieu, qui me fait souffrir ainsi parce qu'il m’aime, je le sais bien. L’enclume
de Dieu, au fond du gouffre ! Soit. C’est une bonne place pour retentir vers
Lui. ” In the
dedication of his new book he invites a friend to make his escape “ des Lieux Communs où l’on dîne pour
venir héroïquement ronger avec moi des crânes d’imbéciles dans la solitude. ”
It is a dish on which he
has sharpened his teeth all his life, and his hunger is deadly. Bloy tells us
that he lives entirely on alms, and he affirms that it is the duty of man
toward man, and especially of Christian toward Christian, to supply the need of
one whose poverty is honourable. “ Pourquoi voudrait-on que je ne
m’honorasse pas d’avoir été un mendiant, et, surtout, un ‘mendiant ingrat’?
” His journal is the journal of
Lazarus at the gate, lifting up his voice against the rich man who has thrown
him the crumbs from his table. Here is no anarchism, no political or social
grievance; it is the outcry of a Catholic and an aristocrat of letters, unable
to “make his way in the world,” because he will not “prostitute himself” to any
servile or lying tasks. Has a man the right to claim his right to live, and to
claim it without shame, and without gratitude to the giver for more than the
spirit of the gift? That is the problem which Bloy sets before us. Bloy is a
fervent Catholic, he believes in God, he believes that the promises of the
Bible are to be taken literally, and that, literally, “the Lord will provide”
for his servants. Man, in almsgiving, is but the instrument, often the
unwilling instrument, of God; Bloy is therefore ready to receive help from his
enemies and to bastinade his friends, in perfect good faith. “I recognise a
friend,” he says simply, “by his giving me money.” He is the living statement
of the dependence of man on man, that is, of man on God, who can act only through
man. Where he is alone is in his pride in that humiliation of himself, and in
his insistence on the duty of others to give him what he is in need of. The
most eloquent of his pleadings against the world’s commonplaces is Nº CXLIV, Avoir du pain sur la planche. “ Quand
il n’y en a que quelques miettes, he says, ça se mange encore. Quand il y en a trop, ça ne se mange pas du tout, ça
devient des pierres et c’est avec le pain sur la planche des bourgeois de Jérusalem
que fut lapidée le proto-martyr ”.
But it is not merely
in his quality of man and of Christian that Bloy demands alms, it is as the
prophet and familiar friend of God. I do not doubt Bloy’s sincerity in
believing that he has a “message ” to the world. His message, he tells us, is de notifier la gloire de Dieu, and it is
to notify the glory of God by spoiling the Egyptians, scourging the
money-changers out of the Temple, and otherwise helping to cleanse the gutters
of creation. It is his mission to be a scavenger, and to spare the cesspool of
a friend who might be useful, or the dunghill of an employer who has been
useful, materially, would be an act almost criminal. With this conviction in
his soul, with a flaming and devouring temperament which must prey on something
if it is not to prey mortally on itself, it is not unnatural that he has never
been able to “write for money.” The artist may indeed write for money, with
only comparative harm to himself or to his art. He permits himself to do
something which he accounts of secondary importance. But the prophet, who is a
voice, must always cry his message; to change a syllable of his message is to
sin the unpardonable sin. With him whatever is not absolute truth, truth to
conviction, is a wilful lie.
Bloy’s Exégèse des Lieux Communs is a
crucifixion of the bourgeois on a cross of the bourgeois’own making. Now it is
to the bourgeois, after all, that Bloy appeals for alms, and it is from the
bourgeois that he receives it, as he declares (and, indeed, proves) “thanklessly.”
I am not sure that the conventional estimation of gratitude as one of the main
virtues, of gratitude in all circumstances and for all favours received, has
not a profoundly bourgeois origin. I have never been able clearly to recognise
the necessity, or even the possibility, of gratitude towards anyone for whom I
have not a feeling of personal affection, quite apart from any exchange of
benefits. The conferring what is called a favour, materially, and the prompt
return of a delicate sentiment, gratitude, seems to me a kind of commercialism
of the mind, a mere business transaction, in which an honest exchange is not
always either possible or needful. The demand for gratitude in return for a
gift comes largely from the respect which most people have for money; from the
idea that money is the most “serious” thing in the world, instead of an
accident, a compromise, the symbol of a physical necessity, but a thing having
no real existence in itself, no real importance to the mind which refuses to
realise its existence. Only the miser really possesses it in itself, in any
significant way; for the miser is an idealist, the poet of gold. To all others
it is a kind of mathematics, and a synonym for being “respected.” You may say
it is necessary, almost as necessary as breathing, and I will not deny it. Only
I will deny that anyone can be actively grateful for the power of breathing. He
cannot conceive of himself without that power. To conceive of oneself without
money, that is to say without the means of going on living, is at once to
conceive of the right, the mere human right, to assistance. If, in addition to
that mere human right, one is convinced that one is a man of genius, the right
becomes more plainly evident, and if, in addition, one has a divine “message”
for the world, what further need be said? That, I take it, is the argument of
Bloy’s conviction. It is a problem which I should like to set before Tolstoi. I
am not sure that the meekest and the most arrogant enemy of our civilisation
would not join hands, Tolstoi’s with a gift in it, offered freely and humbly,
which Bloy’s would take, freely and proudly.
1902.