COSTUMBRES DE LOS AHOGADOS
Hemos tenido ocasión de entablar algunas relaciones bastante íntimas con esos
interesantes borrachos perdidos del acuatismo. De acuerdo con nuestras
observaciones, un ahogado no es un hombre que ha fallecido por sumersión, pese
a que tienda a acreditarlo la opinión: es un ser aparte, con hábitos especiales
y que, según creemos, se adaptaría maravillosamente a su medio si aceptáramos
dejarlo permanecer allí el tiempo adecuado. Es notable que se conserven
mejor en el agua que al aire libre. Sus costumbres son extrañas y, aunque les
guste evolucionar en el mismo elemento que a los peces, diametralmente
opuestas, si se nos permite expresarnos así, a las de éstos: en efecto,
mientras que los peces, como es sabido, sólo viajan contra la corriente, es
decir, en el sentido que mejor hace trabajar su energía, las víctimas de la
funesta pasión del acuatismo se abandonan al curso del agua como si
hubieran perdido todo empuje, con una perezosa indolencia. Sólo revelan su
actividad con movimientos de cabeza, reverencias, zalemas, semi-volteretas
y otros gestos corteses que les gusta hacer cuando se encuentran con los
hombres terrestres. Estas manifestaciones no tienen, según nuestro parecer,
ningún alcance sociológico: sólo hay que ver en ellas hipos inconscientes
de borracho o los movimientos de un animal.
El ahogado señala su presencia,
como la anguila, mediante la aparición de burbujas en la superficie del
agua. Se los captura, lo mismo que a la anguila, con una fisga; tender para
ellos nansas o líneas de fondo resulta menos ventajoso.
Puede inducirnos a error, en lo
que respecta a las burbujas, la gesticulación desconsiderada de un simple
ser humano que, por el momento, sólo se encuentra en estado de ahogado practicante.
El ser humano, en este caso, es extremadamente peligroso y en todo comparable,
como lo hemos anunciado más arriba, a un borracho perdido. La filantropía y la
prudencia imponen, pues, distinguir dos fases en su salvataje: 1º la
exhortación a la calma; 2º el salvataje propiamente dicho. La primera
operación, indispensable, se efectúa muy bien mediante un arma de fuego; pero
hace falta tener un buen conocimiento de las leyes de refracción; un golpe de
remo basta en la mayoría de las circunstancias. Ya sólo queda —segunda fase—
capturar al sujeto con el mismo método que para un ahogado ordinario.
Es poco frecuente que los
ahogados se desplacen en cardúmenes, a la manera de los peces. Puede inferirse
de esto que su ciencia social está aún en estado embrionario, a menos que se
juzgue más simple suponer que es su combatividad y su valor guerrero el que es
inferior al de los peces. Por lo que éstos se comen a aquéllos.
Estamos en condiciones de probar
que hay un solo punto en común entre los ahogados y los demás animales acuáticos:
desovan [1],
como los peces, aunque sus órganos reproductores estén, para el observador
superficial, constituidos como los de los humanos; desovan, pese a esta
objeción más grave: que ningún edicto municipal protege su reproducción
mediante una momentánea prohibición de su pesca.
Un ahogado se vende por lo común
a veinticinco francos en el mercado de la mayoría de los departamentos: es ésta
una fuente de ingresos honestos y provechosos para la simpática población fluvial.
Sería, pues, patriótico fomentar su reproducción, tanto más cuanto que, por
falta de esta medida, grande es siempre la tentación, entre los ciudadanos
ribereños y pobres, de fabricar algunos artificiales, aunque idénticos para la
recompensa, mediante el maquillaje por vía húmeda de otros ciudadanos vivos.
El ahogado macho, en la temporada
de desove, que dura casi todo el año, se pasea por su desovadero, yendo, según
su costumbre, aguas abajo, con la cabeza inclinada hacia adelante, la espalda
arqueada para arriba, las manos, los órganos de desove y los pies oscilando
sobre el lecho del río. Pasa con gusto horas enteras arrojándose contra las
hierbas. La hembra va de igual modo aguas abajo, con la cabeza y las piernas vueltas
hacia atrás, panza arriba.
Así es la vida.
[1] Jarry usa el verbo frayer, que significa desovar, para los
peces, y tener relaciones amistosas unos con otros, para los seres humanos.
LES MOEURS DES NOYÉS
Nous avons eu occasion de nouer quelques relations assez intimes avec ces intéressants ivres-morts de l’aquatisme. D’après nos observations, un noyé n’est pas un homme décédé par submersion, malgré que tende à l’accréditer l’opinion commune : c’est un être à part, d’habitudes spéciales et qui s’adapterait, croyons-nous, à merveille à son milieu si l’on voulait bien l’y laisser séjourner un temps convenable. Il est remarquable qu’ils se conservent mieux dans l’eau qu’à l’air libre. Leurs mœurs sont bizarres, et, bien qu’ils aiment à se jouer dans le même élément que les poissons, diamétralement opposées, si nous osons ainsi dire, à celles de ceux-ci : en effet, alors que les poissons, comme on sait, ne voyagent qu’en remontant le courant, c’est-à-dire dans le sens qui exerce le mieux leur énergie, les victimes de la funeste passion de l’aquatisme s’abandonnent au fil de l’eau comme ayant perdu tout ressort, dans un paresseux nonchaloir. Ils ne décèlent leur activité que par des mouvements de tête, révérences, salamalecs, demi-culbutes et autres gestes courtois qu’ils affectionnent à la rencontre des hommes terriens. Ces démonstrations n’ont, à notre avis, aucune portée sociologique : il n’y faut voir que des hoquets inconscients d’ivrogne ou le jeu d’un animal.
Le noyé signale sa présence, comme l’anguille, par l’apparition de bulles à la surface de l’eau. On les capture, de même que l’anguille, à la foëne ; il est moins profitable de tendre à leur intention des verveux ou des lignes de fond.
On peut être induit en erreur, quant aux bulles, par la gesticulation inconsidérée d’un simple être humain qui n’est encore qu’à l’état de noyé stagiaire. L’être humain, dans ce cas, est extrêmement dangereux et comparable en tout, comme nous l’avons annoncé plus haut, à un ivre-mort. La philanthropie et la prudence commandent donc de distinguer deux phases dans son sauvetage : 1° l’exhortation au calme ; 2° le sauvetage proprement dit. La première opération, indispensable, s’effectue fort bien au moyen d’une arme à feu ; mais il faut être familier avec les lois de la réfraction ; un coup d’aviron suffit dans la plupart des circonstances. Il ne reste plus — seconde phase — qu’à capturer le sujet par la même méthode qu’un noyé ordinaire.
Il est rare que les noyés aillent par bancs, à l’instar des poissons. On en peut inférer que leur science sociale est encore embryonnaire, à moins qu’on ne juge plus simple de supposer que c’est leur combativité et leur valeur guerrière qui est inférieure à celle des poissons. C’est pourquoi ceux-ci mangent ceux-là.
Nous sommes en mesure de prouver qu’il y a un seul point commun entre les noyés et les autres animaux aquatiques : ils frayent, comme les poissons, bien que leurs organes reproducteurs soient, pour l’observateur superficiel, conformés comme ceux des humains ; ils frayent, malgré cette objection plus grave, qu’aucun arrêté préfectoral ne protège leur reproduction, par une prohibition momentanée de leur pêche.
Un noyé se vend de façon courante vingt-cinq francs sur le marché de la plupart des départements : c’est là une source de revenus honnêtes et fructueux pour la sympathique population fluviale. Il serait donc patriotique d’encourager leur reproduction, d’autant que, faute de cette mesure, la tentation est toujours grande, chez le citoyen riverain et pauvre, d’en fabriquer d’artificiels, mais égaux devant la prime, au moyen du maquillage par voie humide d’autres citoyens vivants.
Le noyé mâle, en la saison du frai, laquelle dure presque toute l’année, se promène dans sa frayère, descendant, selon sa coutume, le courant, la tête penchée en avant, les reins élevés, les mains, les organes du frai et les pieds ballant sur le lit du fleuve. Il reste volontiers des heures à se balancer dans les herbes. Sa femelle descend pareillement le courant, la tête et les jambes renversées en arrière, le ventre en l’air.