viernes, 1 de febrero de 2013

Charles Baudelaire y Charles Méryon: El viejo París




Il y a quelques années, un homme puissant et singulier, un officier de marine, dit-on, avait commencé une série d’études à l’eau-forte d’après les points de vue les plus pittoresques de Paris. Par l’âpreté, la finesse et la certitude de son dessin, M. Meryon rappelait les vieux et excellents aquafortistes. J’ai rarement vu représentée avec plus de poésie la solennité naturelle d’une ville immense. Les majestés de la pierre accumulée, les clochers montrant du doigt le ciel, les obélisques de l’industrie vomissant contre le firmament leurs coalitions de fumée, les prodigieux échafaudages des monuments en réparation, appliquant sur le corps solide de l’architecture leur architecture à jour d’une beauté si paradoxale, le ciel tumultueux, chargé de colère et de rancune, la profondeur des perspectives augmentée par la pensée de tous les drames qui y sont contenus, aucun des éléments complexes dont se compose le douloureux et glorieux décor de la civilisation n’était oublié. Si Victor Hugo a vu ces excellentes estampes, il a dû être content ; il a retrouvé, dignement représentée, sa


Morne Isis, couverte d’un voile !

Araignée à l’immense toile,

Où se prennent les nations !

Fontaine d’urnes obsédée !

Mamelle sans cesse inondée,

Où, pour se nourrir de l’idée,

Viennent les générations !


Ville qu’un orage enveloppe !

Mais un démon cruel a touché le cerveau de M. Meryon ; un délire mystérieux a brouillé ces facultés qui semblaient aussi solides que brillantes. Sa gloire naissante et ses travaux ont été soudainement interrompus. Et depuis lors nous attendons toujours avec anxiété des nouvelles consolantes de ce singulier officier, qui était devenu en un jour un puissant artiste, et qui avait dit adieu aux solennelles aventures de l’Océan pour peindre la noire majesté de la plus inquiétante des capitales.


CHARLES BAUDELAIRE - Salon de 1859, Paysages.

Charles Méryon dibujado por Léopold Flameng (1858).

Hace algunos años, un hombre poderoso y singular, un oficial de marina, según se dice, comenzó una serie de estudios al aguafuerte de los lugares con vistas más pintorescas de París. Por la rudeza, el detalle y la seguridad de su dibujo, Charles Méryon recordaba a los viejos y excelentes aguafuertistas. Pocas veces he visto representada con más poesía la solemnidad natural de una ciudad inmensa. La majestuosidad de las piedras acumuladas, los campanarios que señalan el cielo con el dedo, los obeliscos de la industria que vomitan contra el firmamento sus coaliciones de humo, los prodigiosos andamiajes de los monumentos en reparación, que aplican sobre el cuerpo sólido de la arquitectura su arquitectura calada de una belleza tan paradójica, el cielo tumultuoso, cargado de cólera y rencor, la profundidad de las perspectivas incrementada por el pensamiento de todos los dramas que ellas contienen; ninguno de los elementos complejos de los que se compone el doliente y glorioso decorado de la civilización fue olvidado. Si Víctor Hugo ha visto esas excelentes estampas, debe de haberse sentido contento; encontró en ellas, dignamente representada, su


¡Triste Isis, cubierta por un velo!

¡Araña de inmensa tela

Que atrapa a las naciones!

¡Fuente colmada de urnas!

¡Senos sin cesar inundados

A los que, para nutrirse con la idea,

Van las generaciones!


¡Ciudad a la que una tormenta envuelve!



Pero un demonio cruel ha tocado el cerebro de Charles Méryon; un delirio misterioso ha turbado esas facultades que parecían tan sólidas como brillantes. Su gloria naciente y sus trabajos han quedado súbitamente interrumpidos. Y, desde entonces, seguimos esperando con ansiedad algunas noticias consoladoras de ese singular marino que se había transformado de un día para el otro en un poderoso artista, y que se había despedido de las solemnes aventuras del Océano para pintar la sombría majestad de la más inquietante de las capitales.

Traducción para Literatura & Traducciones de Miguel Ángel Frontán.


















Este post está especialmente dedicado a la Sra. Noriko Ito.
Agradecemos al imprescindible Internet Archive por el estupendo escaneado de estos grabados.