miércoles, 28 de febrero de 2018

Leopoldo Marechal: Victoria Ocampo y la literatura femenina

VICTORIA OCAMPO Y LA LITERATURA FEMENINA

La editorial SUR acaba de publicar dos conferencias de Victoria Ocampo: Emily Brontë y Virginia Woolf, Orlando y Cía. No es el hecho de que ambas conferencias estén dedicadas a mujeres escritoras lo que me ha movido a escribir en el título, junto al nombre de Victoria Ocampo, aquella continuación o apéndice que dice “y la literatura femenina”: algunas observaciones realizadas en el texto y la recordación de ciertas virtudes que la mujer posee, si no en exclusividad, al menos en alto grado de excelencia, me hacen advertir la posibilidad, creo que no manifestada todavía, de dar un valor genérico a la literatura femenina, y de sustraerla, por lo tanto, a los errores de la comparación y a la injusticia de los críticos, mediante el reconocimiento de algunos caracteres que le son propios y que le dan la investidura de un hecho nuevo e independiente.
A dichos caracteres me referiré más adelante. Pero en seguida me veré abocado a un asunto lleno de espines: sabido es que Virginia Woolf levanta en su Orlando, la vieja y siempre ondulante bandera de Lisistrata, y su fogosa comentadora dice a este respecto: “Orlando ve a los hombres rehusando a las mujeres la más mínima instrucción, por miedo de que un día se rían de ellos, y los ve, al propio tiempo, entregados, sometidos a los caprichos de las más desfachatadas, de las más tontas, por el hecho de llevar faldas. Hay realmente motivo para sentir rebeldía ante estos reyes de la creación”. ¡Diablo, es la guerra declarada! Y si me animo a terciar en ella sin otras armas que las que me ofrecen algunos conocimientos de metafísica, es con el solo deseo de hacer que la paloma simbólica vuele sobre mi comentario, y movido, además, por el hecho singularísimo de que Virginia Woolf, acaso sin saberlo, resuelve simbólicamente la vieja contienda, en el extraordinario personaje de su obra.
Pero antes de tocar una materia tan ardua quiero expresar algunas observaciones acerca de Victoria Ocampo, su estilo y su técnica. Los dos trabajos que me ocupan no son conferencias, en el sentido vulgar del género, y su autora está lejos, por fortuna, del monólogo y la soledad que caracterizan al conferenciante de marras, en su relación con el público. Creo que la técnica de Victoria Ocampo (la que aparece con idénticos matices en todos los escritos de su pluma) es la técnica de la plática o de la conversación, que consiste en fluir con libertad V soltura, sin otra limitación que la que le señala el cauce o tema elegido previamente: su plática es un deslizamiento fluvial que sigue todos los niveles del asunto, que desborda y se explaya según la naturaleza del terreno, y que, sobre todo, va enriqueciéndose con los sedimentos arrancados inesperadamente a sus dos orillas. Los que conozcan a Victoria Ocampo advertirán lo mucho que una técnica semejante conviene a su espíritu inquieto, a su movediza vitalidad y al incansable fluir de sus emociones y recuerdos.
“Voy a hablarles a ustedes como common reader de la obra de Virginia Woolf”, dice al iniciar una de sus pláticas. Victoria Ocampo suele anunciar su naturaleza de “lector común”, siguiendo a Virginia Woolf que así lo hace al adelantar sus trabajos críticos: la expresión pertenece al doctor Johnson, para el cual es lector común aquel “que lee exclusivamente por placer y sin preocupación de tener que transmitir sus conocimientos”, y que se diferencia,’ por lo tanto, del lector crítico y del erudito. Por mi parte, no estoy lejos de asentir con el Dr. Johnson, en la definición que hace del lector común; pero creo que ni Virginia Woolf ni Victoria Ocampo entran del todo en la definición (¿no dice la segunda de la primera que sólo adopta ese carácter por absurda modestia?) Refiriéndome al solo caso de Victoria Ocampo diré ahora en qué medida le conviene el carácter de common reader, y en qué medida no le conviene.
Cierto es que el lector común, a semejanza del espectador común, padece lo que lee, o mejor dicho “con-padece”: Aristóteles exigía de la tragedia que suscitara la compasión en el ánimo de los espectadores, de modo tal que los espectadores llegaran a padecer los mismos afectos que padecían en escena los héroes del drama; y creo que los lectores comunes experimentan algo semejante, no sólo con la literatura de imaginación, sino hasta con la ideológica. -Ahora bien, reconozco en Victoria Ocampo esa entrega total de sí misma a la obra o al asunto, que caracteriza al lector común: basta leer su exégesis de Orlando, considerado más como sujeto viviente que como personaje de ficción, y su exaltada biografía de Emily Brontë, considerada más como personaje de novela que como sujeto viviente.
Pero el lector común, así como el espectador común, es algo esencialmente pasivo, algo que se funde con la obra y que “no tiene voz” ni la necesita, porque todo él se realiza en lo que lee; y este carácter del lector común ya no le conviene a Victoria Ocampo. Hay que buscar entonces un término medio, un lector que padezca y que hable a la vez. La tragedia clásica nos lo dará en seguida, porque en el teatro antiguo no sólo están la tragedia de un lado y los espectadores comunes del otro: allí mismo, entre la escena y el público, se agitan otros espectadores que tienen voz y la manifiestan, que padecen el drama y lo dicen, que discuten o asienten con los actores. Es el coro trágico. Ahora bien, un lector que frente a sus lecturas asumiera los gestos del coro en la tragedia se parecería mucho a ese tipo de lector que se dicen Virginia Woolf y Victoria Ocampo. Creo que a una y a otra les gustaría la idea: a Virginia Woolf, que “hablando de cualquier cosa habla de sí misma, ella que nunca habla de sí misma”; y a Victoria Ocampo, que leyendo a Virginia siente ganas “de comen¬tar a la comentadora a través de su comentario”.
Dije ya que algunas observaciones halladas en el texto de Virginia Woolf, Orlando y Cía. me habían recordado ciertos caracteres propios de la mujer en su relación con el mundo, los cuales, aplicados a la creación literaria, pueden dar un valor genérico a la literatura femenina. El texto aludido se refiere a una creencia de Virginia Woolf, “a su creencia de que el espíritu humano no es sino el curso continuo de las imágenes y de los recuerdos, y que hay que expresar el sutil deslizarse de esas imágenes, de esos recuerdos cambiantes y multicolores, para ser fiel a la realidad más esencial”.
Y justamente, observadores de todas las épocas han coincidido en afirmar que la mujer se mueve en el mundo cambiante del suceder con mayor soltura que en el mundo de los principios inmutables: nadie como ella pone una atención tan aguda en el desfile de las imágenes que constituyen la realidad inmediata y el mundo de los sentidos (el mismo Schopenhauer, entre otras consideraciones que por su grosería resultan indignas de un filósofo, concede a la mujer esa visión certera del mundo fenomenal). Por otra parte, la sucesión ineluctable de las cosas no se realiza sin que el advenimiento de una signifique la muerte de la otra; y la mujer padece, como nadie, la mutación de una realidad en cuya ilusión arraiga con tanto ahínco, y de la cual alcanza hoy un desfile de imágenes que se convertirá mañana en un desfile de recuerdos. Pues bien, el estudio y la expresión de ese fluir, el idioma de la pasión consiguiente, el dolor de perder la imagen en el tiempo y la dulzura de recobrarla en la memoria, todo esto constituye, a mi juicio, una materia literaria sobre la cual puede la mujer alegar derechos casi naturales. Y digo “casi naturales”, porque, como ya lo he adelantado, la mujer no posee dicho carácter en exclusividad, sino en alto grado de excelencia, con respecto al hombre:   la literatura de Proust, sin embargo, revela mucho de tal carácter; bien es cierto que hay en toda ella un “tono” femenino que no deja de llamar la atención.
Distinta es la posición del hombre frente al mundo de los fenómenos: es característica del hombre el no resignarse ante la mutación de las cosas, y el buscar, detrás de las imágenes mudables, la razón inmutable que organiza y dirige la danza. Por eso la metafísica es dominio del hombre, así como la física es dominio de la mujer [1]. Entre un dominio y otro no hay contrariedad, sino complemento: son “distintos”, y cada uno halla en el otro lo que a sí mismo falta. Razón tiene Victoria Ocampo al enojarse con los críticos ingleses que menospreciaron una gran novela de Emily porque la firmaba una mujer. Es el mismo género de críticos que advierten la inferioridad de la mujer en el hecho de que la mujer no ha dado nunca una metafísica: con igual razón demostrarían la inferioridad del olmo, que no da peras, o la del peral, que no da rosas.
Y aquí entramos en el fin de la guerra, mediante la reconciliación de dos partes o dominios que necesitan unirse para formar una verdadera unidad, ya que cada uno, por sí mismo, no puede realizarla. Si me resolviese a hacer un poco de metafísica de salón, recordaría que los antiguos vieron la imagen perfecta de la concordia en el Adán-Eva del Génesis, en el Andrógino primitivo que describe Aristófanes [2] y en el Hermafrodita dormido que veneraron los griegos. Dejaré a los lectores el trabajo de considerar tales figuras, cuyo simbolismo no se limita, por otra parte, al solo dominio humano. Y expondré ahora el hecho singularísimo a que me refería en el principio de mi comentario: a sabiendas o no, Virginia Woolf también hace un andrógino de su Orlando, ya que le da primero la naturaleza del hombre y luego la de la mujer. ¿Qué significación tiene la metamorfosis de Orlando? Según Ovidio [3], el sabio Tiresias había tomado, en sucesivas encarnaciones, la forma de uno y otro sexo, y lo recordaba: tal vez era sabio porque, reuniendo en sí mismo la ciencia del hombre y la de la mujer, había reconstruido la perfección dichosa de la unidad.
Con el divino Tiresias acaba mi comentario: he tocado en él un tema o dos que, si no se vinculan directamente con las disertaciones de Victoria Ocampo, giran, al menos, en su órbita. Mi sola disculpa es el hecho de que yo, como Virginia Woolf y como Victoria Ocampo, tampoco soy el “lector común” de que nos habla el Dr. Johnson.

Revista Sur, enero de 1939, año IX.
Notas:

[1] Claro está que sólo me refiero al orden de la "especulación” intelectual; porque en el orden de la realización “afectiva”, entre una Santa Teresa y un San Juan de la Cruz, por ejemplo, no cabe diferenciación alguna; bien es cierto que una y otro no hacen ya referencia al “arte humano”, sino al “arte divino”.
[2] “Banquete”, de Platón.
[3] “Metamorfosis”.


martes, 20 de febrero de 2018

Oliva Sabuco de Nantes: Coloquio del conocimiento de sí mismo

COLOQUIO DEL CONOCIMIENTO DE SÍ MISMO
Títulos I a V

CARTA DEDICATORIA AL REY NUESTRO SEÑOR

UNA humilde sierva y vasalla, hincadas las rodillas en ausencia, pues no puede en presencia, osa hablar. Diome esta osadía y atrevimiento aquella ley antigua de la alta caballería, a la cual los grandes señores y caballeros de alta prosapia, de su libre y espontánea voluntad, se quisieron atar y obligar, que fue favorecer siempre a las mujeres en sus aventuras. Diome también atrevimiento aquella ley natural de la generosa magnanimidad, que siempre favorece a los flacos y humildes, como destruye a los soberbios. La magnanimidad natural, y no aprendida, del león (rey y señor de los animales) usa de clemencia con los niños y con las flacas mujeres, especial si, postrada por tierra, tiene osadía y esfuerzo para hablar, como tuvo aquella cautiva de Getulia, huyendo del cautiverio por una montaña donde había muchos leones, los cuales todos usaron con ella de clemencia y favor, por ser mujer y por aquellas palabras que osó decir con gran humildad, Pues así yo, con este atrevimiento y osadía, oso ofrecer y dedicar este mi libro a vuestra Católica Majestad, y pedir el favor del gran León, rey y señor de los hombres, y pedir el amparo y sombra de las aquilinas alas de vuestra Católica Majestad, debajo de las cuales pongo este mi hijo, que yo he engendrado, y reciba vuestra Majestad este servicio de una mujer, que pienso es el mayor en calidad que cuantos han hecho los hombres, vasallos o señores, que han deseado servir a vuestra Majestad; y aunque la Cesárea y Católica Majestad tenga dedicados muchos libros de hombres, a lo menos de mujeres pocos y raros, y ninguno de esta materia. Tan extraño y nuevo es el libro, cuanto es el autor. Trata del conocimiento de sí mismo, y da doctrina para conocerse y entenderse el hombre a sí mismo y a su naturaleza, y para saber las causas naturales por qué vive y por qué muere o enferma. Tiene muchos y grandes avisos para librarse de la muerte violenta. Mejora el mundo en muchas cosas, a las cuales, si vuestra majestad no puede dar orden, ocupado en otros negocios, por ventura los venideros lo harán; de todo lo cual se siguen grandes bienes. Este libro faltaba en el mundo, así como otros muchos sobran. Todo este libro faltó a Galeno, a Platón y a Hipócrates en sus tratados De natura humana, y a Aristóteles cuando trató De anima y De vita et morte. Faltó también a los naturales, como Plipio, Eliano y los demás, cuando trataron De nomine. Ésta era la filosofía necesaria, y la mejor y de más fruto para el hombre, y ésta toda se dejaron intacta los grandes filósofos antiguos. Ésta compete especialmente a los reyes y grandes señores, porque en su salud, voluntad y conceptos, afectos y mudanzas, va más que en las de todos. Ésta compete a los reyes, porque conociendo y entendiendo la naturaleza y propiedades de los hombres, sabrán mejor regirlos y gobernar su mundo, así como el buen pastor rige y gobierna mejor su ganado cuando le conoce su naturaleza y propiedades. De este Coloquio del conocimiento de sí mismo y naturaleza del hombre, resultó el diálogo de la que Vera medicina allí se vino nacida, no acordándome yo de medicina, porque nunca la estudié; pero resulta muy clara y evidentemente, como resulta la luz del sol, estar errada la medicina antigua, que se lee y estudia, en sus fundamentos principales, por no haber entendido ni alcanzado los filósofos antiguos y médicos su naturaleza propia, donde se funda y tiene su origen la medicina. De lo cual, no solamente los sabios y cristianos médicos pueden ser jueces, pero aun también los de alto juicio de otras facultades, y cualquier hombre hábil y de buen juicio, leyendo y pasando todo el libro; de lo cual, no solamente sacará grandes bienes en conocerse a sí mismo y entender su naturaleza, afectos y mudanzas, y saber por qué vive o por qué muere o enferma, y otros grandes avisos para evitar la muerte violenta, y cómo podrá vivir feliz en este mundo, pero aun también entenderá la medicina clara, cierta y verdadera, y no andará a ciegas con ojos y pies ajenos, ni será curado del médico como el jumento del albéitar, que ni ve ni oye ni entiende de lo que curan, ni sabe por qué ni para qué. Pero especialmente los médicos de buen juicio, cristianos, libres de intereses y magnánimos, que estimen más el bien público que el suyo particular, luego verán de lejos relucir las verdades de esta filosofía, como relucen en las tinieblas los animalejos lucientes en la tierra, y las estrellas en el cielo; y el que no la entendiere ni comprendiere, déjela para los otros y para los venideros, o crea a la experiencia, y no a ella, pues mi petición es justa, que se pruebe esta mi secta un año, pues han probado la medicina de Hipócrates y Galeno dos mil años, y en ella han hallado tan poco efecto y fines tan inciertos como se ve claro cada día, y se vido en el gran catarro, tabardete, viruelas y en pestes pasadas, y otras muchas enfermedades, donde no tiene efecto alguno, pues de mil no viven tres todo el curso de la vida hasta la muerte natural, y todos los demás mueren muerte violenta de enfermedad, sin aprovechar nada su medicina antigua. Y si alguno, por haber yo dado avisos de algunos puntos de esta materia en tiempo pasado, ha escrito o escribe, usurpando estas verdades de mi invención, suplico a vuestra Católica Majestad mande las deje, porque no mueva a risa, como la corneja vestida de plumas ajenas. Y no se contente vuestra Majestad con oírlo una vez, sino dos y tres; que cierto él dará contento y alegría, y gran premio y fruto. Tuve por bien de no enfadar con la ostentación de muchas alegaciones ni refutaciones, porque éstas impiden el entendimiento y estorban el gusto de la materia que se va hablando. Cuán extraño, más alto, mejor y de más fruto es este libro que otros muchos, tan extrañas, mejores y extraordinarias mercedes espera esta humilde sierva de vuestra Majestad, cuyas reales manos besa, y en todo, próspero suceso, salud, gracia y eterna gloria desea.

  Catholicæ tuæ Majestatis ancillæ,

CARTA EN QUE DOÑA OLIVA PIDE FAVOR Y AMPARO CONTRA LOS ÉMULOS DESTE LIBRO

Al ilustrísimo señor don Francisco Zapata, conde de Barajas, presidente de Castilla y del Consejo de Estado de Su Majestad, doña Oliva Sabuco, humilde sierva, salud, gracia y eterna felicidad desea.

COSA natural es, ilustrísimo señor, que la semejanza en condición y estudio causa amor, afición y deseo de servir; pues como yo vea en vuestra señoría ilustrísima un cuidado y estudio tan extraño y raro, tan olvidado y que tan pocos lo tienen, que es mejorar este mundo y sus repúblicas de muchas y grandes faltas que en él hay, con un ingenio tan alto y raro, que para conocerlas y enmendarlas es bastante, con juicios y sentencias que vencen las de Salomón y deshacen los engaños y versucias humanas, aventajándose siempre, imitando aquel antiguo oficio de su generosa y alta prosapia, en favorecer y servir a su rey y señor; y en esto, yo en mi manera, indigna de tal cuidado, como sombra siga las dichosas pisadas en este deseo muchos años ha; acordé encomendar esta obra y pedir favor a vuestra señoría ilustrísima, aclarando y significando dos yerros grandes que traen perdido al mundo y sus repúblicas, que son: estar errada y no conocida la naturaleza del hombre, por lo cual está errada la medicina; y este yerro nació de la filosofía y sus principios errados, por lo cual también gran parte, y la principal, de la filosofía, está errada. Y de lo uno y de lo otro, lo que se lee en escuelas no es así, y traen engañado y errado al mundo con muy grandes daños. Todo lo cual, si el Rey nuestro señor, y vuestra señoría ilustrísima en su nombre, fuese servido de concederme su favor y mandar juntar hombres sabios (pues es cosa que tanto monta para mejorar este mundo de Su Majestad, y mejorar el saber, salud y vida del hombre), yo les probaré y daré evidencias cómo ambas cosas están erradas, y engañado el mundo, y que la verdadera filosofía y la verdadera medicina es la contenida en este libro, que yo, indigna, ofrezco y encomiendo a vuestra señoría ilustrísima (que representa la persona real), y pongo debajo de sus alas y amparo, y a mi con él; que aunque de tal favor me siento indigna, a lo menos es negocio tan alto y que tanto monta al mundo y al servicio de Su Majestad, merezca el alto favor y amparo de vuestra señoría ilustrísima, para dar luz de la verdad al mundo y para que los venideros gocen de filosofía y de la alegría y contento que consigo tiene; pues los pasados no gustaron sino de obscuridad y tormento, que los falsos principios causaron; y así un yerro nació de otro. Vale.
  Omnia vincit veritas.

SONETOS EN ALABANZA DE LA AUTORA Y DE LA OBRA

Compuestos pon el licenciado don Juan de Sotomayor , vecino de la ciudad de Alcaraz.

  OLIVA, de virtud y de belleza,
  Con ingenio y saber hermoseada;
  Oliva, do la ciencia está cifrada
  Con gracia de la suma eterna alteza;

  Oliva, de los pies a la cabeza
  De mil divinos dones adornada;
  Oliva, para siempre eternizada
  Has dejado tu fama y tu grandeza.

  La oliva en la ceniza convertida.
  Y puesta en la cabeza, nos predica
  Que de ceniza somos y seremos;

  Mas otra Oliva bella, esclarecida.
  En su libro nos muestra y significa
  Secretos que los hombres no sabemos.

***
 
  LOS antiguos filósofos buscaron,
  Y con mucho cuidado han inquirido
  Los sabios que después dellos ha habido,
  La ciencia, y con estudio la hallaron;

  Y cuando ya muy doctos se miraron,
  Conocerse a sí propios han querido.
  Mas fue trabajo vano y muy perdido.
  Que deste enigma el fin nunca alcanzaron;

  Pero, pues ya esta Oliva generosa
  Da luz y claridad y fin perfecto
  Con este nuevo fruto y grave historia,

  Tan alto, que natura está envidiosa
  En ver ya descubierto su secreto.
  Razón será tener dél gran memoria.


PRÓLOGO AL LECTOR

COSA injusta es y contra razón, prudente lector, juzgar de una obra sin verla ni entenderla. Equidad y justicia hacia aquel filósofo que cuando oía alguna diferencia, atapaba la una oreja y la guardaba para oír la otra parte. Pues ésta es la merced que aquí te pido: que no juzgues de este libro hasta que hayas visto y entendido su justicia, pasándolo y percibiéndolo todo; entonces pido tu parecer, y no antes. Y suplico a los sabios médicos esperen con prudencia al tiempo, experiencia y suceso, que declaran a vista de ojos la verdad. Bien conozco que por haberse dejado los antiguos intacta y olvidada esta filosofía, y por haberse quedado la verdad tan a trasmano, parece ahora novedad o desatino, siendo, como es, la verdadera, mejor y de más fruto para el hombre. Pero si consideras lo poco que el entendimiento humano sabe, en comparación de lo mucho que ignora, y que el tiempo, inventor de las cosas, va descubriendo cada día más en todas las artes y en todo género de saber, no darás lugar, benigno lector, a que la injusta invidia, emulación o interese prive al mundo de poderse mejorar en el saber que más importa y más utilidad y fruto puede dar al hombre. Vale.


TÍTULO PRIMERO

De la plática de los pastores en que mueven la materia y proponen sus preguntas.

  Antonio. ¡Qué lugar este tan alegre, apacible y grato para la dulce conversación de las musas! Asentémonos, y aflojemos las venas del cuidado, pues este alegre ruido del agua, el dulce murmurar de los árboles al viento, el suave olor de estos rosales y prado, nos convidan a filosofar un rato.

  Veronio. ¿Quién es aquél que pasa por el camino?

  Rodonio. Aquél es Macrobio, mi padre, que va a su heredad.

  Ant. Por cierto yo juzgara que era algún mancebo, según la disposición que lleva.

  Rod. Pues a fe que pasa de noventa anos.

  Ver. ¡Cuán pocos y raros son los hombres que viven todo el curso de la vida, y llegan a morir la muerte natural, que se pasa sin dolor, y viene por acabarse el húmido radical! y vemos a esotros animales comúnmente que viven el curso de su vida hasta la muerte natural, y sin enfermedades, o muy raras.

  Rod. Por cierto es de considerar, si de esto hubiera alguna lumbre en el mundo, que el hombre supiera las causas naturales por qué enferma, o muere temprano muerte violenta, y por qué la natural fuera una gran cosa; y sí de esto alcanzáis algo, señor Antonio, muchas veces os he rogado que antes que nos muramos mejoremos este mundo, dejando en él escrita alguna filosofía que aproveche a los mortales, pues hemos vivido en él y nos ha dado hospedaje, y no nacimos para nosotros solos, sino para nuestrorey y señor, para los amigos y patria y para todo el mundo.

  Ver. Si vos pedís eso, señor Rodonio, yo pido otra cosa, y es, que me declaréis aquel dicho, escrito con letras de oro en el templo de Apolo: Nosce te ipsum, Conócete a ti mismo; pues los antiguos no dieron doctrina para ello, sino sólo el precepto, y es cosa que tanto monta conocerse el hombre, y saber en qué difiere de los brutos animales; porque yo veo en mí que no me entiendo ni me conozco a mí mismo, ni a las cosas de mi naturaleza, y también deseo saber cómo viviré felice en este mundo.

  Ant. Dijo Galeno: “Ninguna evidente razón hay que nos muestre por qué viene la muerte”. Hipócrates dijo: “Yo alabaría al médico que yerra poco, porque perfecta y acabada certinidad de la medicina no se alcanza”. Y Plinio dijo: “No sabe el hombre por qué vive ni por qué muere”. También dijo, señor Veronio, el divino Platón, de vuestra pregunta, estas palabras: “Cosa muy ardua y dificilísima es conocerse el hombre a sí mismo”; y dijo que el conocimiento de sí mismo no consiste en otra cosa sino en conocer el ánima divina y eterna; y no pasó de allí; ¿y queréis que en cosas tan altas y no alcanzadas de grandes varones os responda y dé satisfacción un pastor?


TÍTULO II

  Que los afectos de la sensitiva obran en algunos animales.

  Ver. ¡Oh santo Dios! ¡y qué seguida y acosada viene aquella perdiz del azor! y en verdad que se abate a valerse de nosotros, como es cosa natural, que todos los animales se acogen al hombre en sus necesidades.

  Ant. Mas antes, señor Veronio, cayó muerta; veisla aquí.

  Ver. Por mi vida, así es, muerta está.

  Ant. ¡Oh cuán eficaces son los afectos y pasiones del espíritu sensitivo para matar! Este caso responde a vuestra pregunta, y nos da materia fecunda y bastante para este rato de conversación.

  Rod. ¿No es cosa de notar, que venía volando esta perdiz, sana, y fue bastante el temor y congoja a quitarle la vida en un momento?

  Ant. ¿De eso os espantáis, señor Rodonio? Pues quiéroos contar de otros animales, para que veáis cuánto obran los afectos de la sensitiva para vivir o morir. Plinio dice que un pescado langosta teme tanto al pulpo, que en viéndose cerca de él, se muere y pierde del todo la vida. Y si el congrio ve cerca de sí la langosta, hace lo mismo. Y cuenta el mismo Plinio de el delfín, que es muy amigo de la conversación del hombre, y que uno de ellos tomó amistad y conversación con un niño que vivía cerca de un lugar marítimo, de manera que muchas veces llegaba el niño a la ribera del mar, y lo llamaba por este nombre, Simón, y el delfín luego venía, y el niño le daba pedazos de pan y otras muchas cosas; el delfín se ponía de manera que el niño subía encima, y lo llevaba y paseaba por la mar, y lo volvía a tierra. Continuando, pues, esta conversación y amistad, diole una enfermedad al niño,de que murió. El delfín, viniendo un día y otro al puesto donde ejercitaba su amistad, como no acudía el niño, siempre lo veían en aquel lugar, gimiendo en semejanza de lloro, hasta tanto que allí mismo lo hallaron muerto. Cuenta también Eliano de otro delfín, que teniendo la misma conversación con otro mozuelo, lo paseaba cada día por el mar, y una vez al subir se descuidó el delfín de bajar las espinas de el lomo de manera que el mozuelo se hincó una espina por la ingle, y andando por el mar, se desangró y cayó muerto; de lo cual el delfín tomó tanto pesar, que vino corriendo y se arrojó fuera del agua en tierra, donde se dejó morir. ¿Paréceos, señor Rodonio, que obran estos afectos en los animales por el instinto y memoria sensitiva que tienen? Cuenta también Plinio que en el tiempo que Roma florecía se ayudaban los romanos, en la guerra, de los elefantes, y llevaban capitanía de ellos por sí; los cuales, por su gran instinto, dice el mismo Plinio que entendían el pregón en la lengua romana, y llegando un día el ejército romano a un gran río, que tenía el vado dificultoso, mandaron pasar los elefantes delante, y el elefante capitán, que se nombraba Áyax, no osando pasar, estuvo detenido el ejército romano gran pieza, en tanto que fue menester pregonar que el elefante que primero pasase el rio le harían capitán, y entonces un elefante, que se llamaba Patroclo, osó pasar, y pasó el río, y todos los demás elefantes tras él, y el ejército romano. Y llegados a la otra parte del río, luego Antíoco cumplió lo que había hecho pregonar, quitando al Áyax las insignias que llevaba de capitán, a manera de jaeces y ornamentos dorados, y las mandó poner al Patroclo, por lo cual el Áyax nunca más comió bocado, y a tercero día lo hallaron muerto. También cuenta Plinio del perro y del caballo casos notables, que muertos sus amos, sin más querer comer bocado, murieron.

  Ver. Bien creo que esto pasa en muchos animales, y acontece cada día, aunque no se echa de ver, y es cosa notable; pero deseo mucho saber si acontece esto mismo a los hombres.

  Ant. ¡Jesús, señor! Mucho más, sin comparación, porque tiene las tres partes del ánima: la sensitiva con los animales, la vegetativa con las plantas, la intelectiva con los ángeles, para sentir y entender los males y daños que le vienen de parte de los afectos del alma, que son los mayores, y los de la sensitiva y vegetativa. Yo os contaré algunos ejemplos de hombres que murieron por el afecto del enojo y pesar, que es el que hace mayor daño, y después procederemos por los demás afectos.


TÍTULO III
   
  Del enojo y pesar. Declara que este afecto del alma, enojo y pesar, es el principal enemigo de la naturaleza humana, y éste acarréales muertes y enfermedades a los hombres.

  Rod. Pues estamos en esta materia, declárame primero de raíz por qué le acontece esto más al hombre, de morir por estos afectos y pasiones del alma. Y también por qué tiene tantas diferencias de enfermedades, que esotros animales no tienen, para que vengamos al conocimiento de las causas por qué muere el hombre, o enferma.

  Ant. Como el hombre tiene el alma racional (que los animales no tienen), de ella resultan las potencias, reminiscencia, memoria, entendimiento, razón y voluntad, situadas en la cabeza, miembro divino, que llamó Platón silla y morada del ánima racional, y por el entendimiento entiende y siente los males y daños presentes, y por la memoria se acuerda de los daños y males pasados, y por la razón y prudencia teme y espera los daños y males futuros, y por la voluntad aborrece estos tres géneros de males, presentes, pasados y futuros; y ama y desea, teme y aborrece, tiene esperanza y desesperanza, gozo y placer, enojo y pesar, temor, cuidado y congoja. De manera que sólo el hombre tiene dolor entendido espiritual de lo presente, pesar de lo pasado, temor, congoja y cuidado de lo por venir. Por todo lo cual les vienen tantos géneros de enfermedades y tantas muertes repentinas, cuando el enojo o pesar es grande, que es bastante en un momento a matarlos. Y cuando es menor los pone gafos, y los mata en pocos días o más a la larga (según la fuerza del enojo); y si es menor, que no mata, deja por las mismas humor para enfermedad en el cuerpo, y así son causa de las enfermedades. Las causas y el porqué y cómo esto pasa en el hombre, yo lo diré adelante, porque agora no nos divirtamos de esta materia de ver cuánto obran los afectos en el hombre, así para muertes presentáneas, como para otras muertes, de allí a algunos días, y enfermedades.

  Rod. Pues contadme, por vuestra vida; que holgaré mucho de oír esas muertes.

  Ant. En Roma, estando el gran Pompeyo en unos comicios, acaso le cayeron unas gotas de sangre de un hombre herido en la ropa, y luego mandó a un paje llevarla, y traer otra. Llegó el paje a dar la ropa a Julia, su mujer, y antes que dijese a qué venía, así como vido Julia las gotas de sangre en la ropa de su marido, luego se cayó amortecida, y malparió y murió.

  Rod. Por cierto ella fue muy apresurada, que aun no quiso esperar a oír el mensaje, y entendiera que la sangre no era de su marido.

  Ant. Ahí veréis vos, señor Rodonio, cuánto obra en los mortales el afecto del amor cuando se pierde lo que se ama, pues sola la imaginación falsa y sombra del mal, que fue la sospecha de lo que podía ser, sin estar cierta, la mató en un momento.

  Rod. Pasá adelante en estos cuentos, señor Antonio, por hacernos merced, que nos deleitan y alegran en extremo, pues el lugar y el tiempo nos convida a ello, y me parece que montará mucho saberlos, para que yo (escarmentando en cabeza ajena) me sepa guardar, y no me acaezca otro tanto, entendiendo bien la fuerza y operación de estos afectos.

  Ant. En el tiempo del rey don Alfonso XI, siendo gobernadores del reino dos infantes, don Pedro y don Juan, tíos del rey don Pedro, que era niño, habiendo hecho muchas guerras y batallas en la tierra de Granada, como esforzados y valientes caballeros, volviéndose para tierra de cristianos, venía don Pedro en la vanguardia, y don Juan en la retaguardia; cargó gran multitud de moros, que venían haciendo tan grande daño en la retaguardia, que tuvo necesidad de enviar a decir a don Pedro que se detuviese y le viniese a socorrer; lo cual queriendo él hacer con grande ánimo y voluntad, halló su gente tan acobardada, que no quería volver contra los moros, ni pudo hacerles por ninguna vía volver a socorrer a su tío y amigo. Tomó de esto tanto enojo y pesar, que sacó la espada para herirlos, y sin poderla menear, perdió luego el habla y sentido, y cayó muerto del caballo, sin más menearse ni quejarse, ni otra señal de vivo. Algunos de los suyos, viendo esto, volvieron a dar noticia dello al infante don Juan, y sabido por él tan doloroso y triste caso, tomó tanto enojo y pesar, que luego perdió el sentido y habla, y se puso gafo y tullido de todos sus miembros, que no pudo menearse, y luego a la tarde murió.

  Rod. Por cierto, señor, extraño caso fue ése en caballeros tan animosos y magnánimos.

  Ant. Pues sabed que en tiempo del cristianísimo emperador don Carlos V, en las guerras de Hungría, en el cerco de Buda, era capitán Raisciao Suevo, el cual, como cuenta Paulo Jovio{NOTA Essais, Livre I, chapitre 2}, tenía un hijo, valiente mancebo, el cual, sin dar parte a su padre, hizo un desafío, y vinieron a batalla a vista de los campos, estando los grandes del ejército, con el capitán, mirando la batalla de los dos; hacíalo maravillosamente él de su parte, que no sabían quien era, y alabábanlo, pero al fin fue vencido y muerto. Queriendo saber el capitán y los demás quién era tan buen caballero, fueron allá y lo mandaron desarmar, y en quitándole la visera, y en conociendo el capitán, por la cara y cierta joya que traía al cuello, que aquel era su hijo, en el mismo instante se cayó muerto, y lo enterraron con su hijo; y claro está que no era pusilánime, pues tal cargo tenía. Ginebra, mujer de Juan Ventivolo, murió de repentino dolor, que le dijeron de súbito que sus hijos habían sido vencidos en una batalla. Son tantos y tan en número los ejemplos que en esto se podrían traer, que era hacer un gran volumen, y estorbar nuestro propósito y materia, y por evitar prolijidad los dejo. Mariana, porque vido su hijo caer en un charco en zabulléndose en el agua, que lo perdió de vista, se cayó muerta, y a poco rato el hijo sano y bueno lloraba la madre muerta. En nuestros tiempos hemos visto a muchos, por sólo caer en desgracia del rey nuestro señor, o por oír de su boca algunas palabras retándoles lo mal hecho, irse a su casa y echarse en la cama, y a pocos días morir, como tendrán buena experiencia los que en ello han mirado, que son muchos y de notar, a los cuales no es razón que los nombremos aquí, y murieron también de pesar de perder el favor del Rey, como cosa de gran pérdida y que ellos tanto amaban y estimaban, y con razón se debe estimar. De manera que una gran pérdida (como causa y fuente de pesar y enojo) luego tiene de mano la muerte, en perdiendo la esperanza de remedio. En nuestros días también vimos al arzobispo de Toledo, fray Bartolomé de Miranda, preso y despojado de su silla, y llevado a Roma, y en mucho tiempo que su pleito se trató, vivía con la esperanza mientras estuvo en duda el fin; pero cuando llegó la sentencia definitiva del Papa, luego se echó en una cama y a muy pocos días murió, porque entre tanto que está en duda el daño o pérdida, no obra este afecto del todo su potencia; por lo cual usa de este aviso, que será gran caridad y buena obra meritoria, cuando se ha de dar una mala nueva, disminuirla y ponerla en duda, y más con las preñadas, enfermos y viejos; y aun cuando sea de gran placer, no se ha de decir de golpe, sino poco a poco y poniéndola en duda, porque también el gran placer repentino mata, como adelante se dirá.

  Rod. ¡Oh alto Dios, y de cuánta eficacia son estos afectos en los hombres! De esa manera, señor, paréceme que es mejor no tener grandes cosas ni riquezas donde pueda haber grandes pérdidas, para evitar estos peligros.

  Ant. Si como adelante diremos, y aun también en pequeñas pérdidas y daños, acontece esto cada día, ¿quién podrá contar las muertes que de pequeños daños y pequeños pesares han venido? Uno porque se le murió el ganado, otro porque se hundió la mercaduría, el otro porque le hurtaron los dineros, el otro porque jugó y perdió, la otra porque perdió a su marido, la otra porque vido llevar a su hijo preso por deuda de seis reales se cayó muerta, como pocos días há vimos a Ludovica. El otro porque le engañaron, el otro por una fianza, el otro por enojo de palabras, no pudiéndose vengar; el otro porque le echaron en la cárcel, el otro porque le condenaron en la sentencia o le ejecutaron, el otro porque fue vencido en la batalla, el otro porque hizo mala venta, el otro porque por necedad erró el negocio, el otro porque se le fue el hijo o hizo algún desatino, el otro porque fue afrentado, la otra por el descontento que se juzga mal casada, la otra por una mala nueva, el otro porque perdió el favor, y por otras muchas causas menores y de poco momento, como el rey que murió por enojo de cinco higos; el otro por un vaso, el otro por no acertar la enigma de los pescadores, todos se echaron en la cama. Y por el pesar, que es la discordia entre alma y cuerpo, que llamó Platón, cesa la vegetativa y hace de flujo, y les da una calentura, y pónenle nombre de enfermedad, según a do va, y mueren en algunos días a la larga, otros se vuelven locos. Son tantos los que he visto, después que esto entiendo, que si hubiera de contarlos por menudo, primero nos anochecería, porque he visto morir de esta manera gran número, como podréis mirar en ello de aquí adelante. Este afecto de enojo y pesar obra más en las mujeres, y más en las preñadas, y así mueren infinitas de pequeños enojos y pesares, que les basta poco; pues sólo el olor del candil o pavesa, cuando se apaga, es bastante para que la mujer malpara, como dice Plinio, cuanto más una cosa que tanto obra y de tanta eficacia como es el pesar y enojo; hase de tener gran recato con ellas, y aún ponerse ley. Finalmente, le acontece al hombre lo mismo que cuando niño, y guarda aquella misma propriedad y naturaleza; porque si a un niño que tiene una haldada de higos le quitan uno por fuerza, luego los arroja todos, y llorando y echando lágrimas, se echa a estregar, así hace lo mismo después de hombre, por una pequeña pérdida contra su voluntad, arroja todos los demás bienes que tenía, y los pierde, y se echa en la sepultura, o le causa una enfermedad aquel pesar y enojo; el cual, sí por entonces no mata, deja a su hija la tristeza de aquel daño en la persona, para que más a la larga y en más tiempo la mate. Finalmente, os digo, señor Rodonio, que de cien hombres o cien mujeres, mueren los ochenta de enojo y pesar; y los niños que mueren cuando les dan sus madres pecho, también es de pequeños enojos y pesares de las madres. Finalmente, enojo y pesar no habían de tener este nombre, sino la mala bestia, que consume el género humano, o pernicioso enemigo suyo, o la hacha y armas de la muerte.


TÍTULO IV
   
  Del enojo falso. Avisa que el enojo falso o imaginado también mata como el verdadero.


  Conózcase el hombre en esto, que no solamente el enojo y pesar, cuando es cierto y verdadero, lo mata, pero aun también cuando es falso y fingido, con sola la sospecha, como a Julia y a Mariana, y otras muchas mujeres y hombres.

  Egeo, rey de Atenas, enviando a su hijo Teseo a Creta a la aventura del Minotauro, le mandó que si volvía victorioso, pusiese en las naos velas blancas; el cual, con el gran placer de la victoria, olvidó el mandato de mudar las velas a la venida; y subiéndose el padrea un risco que caía sobre el mar, para ver si venía victorioso, y viendo que no traía velas blancas, tomó tanto pesar, que desde allí se arrojó en el mar y murió.

  Píramo y Tisbe, no pudiendo gozar de sus amores en casa de los padres, concertaron que a tal hora estuviesen en cierta fuente y lugar apartado de la ciudad, donde vino la Tisbe primero, y hallando una leona en aquel lugar, perturbada toda, huyendo a una cueva, se le cayó la toca, la cual tomó la leona; y llegando Píramo, y viendo la toca de su muy amada Tisbe en poder de la leona, con la sospecha falsa y anuncio que la leona habría comido a su enamorada, tomó tanto pesar de su tardanza, que luego se mató con su espada; los cuales lodos, en muy poco tiempo que aguardaran, excusaran sus muertes.

  Rod. Por cierto, señor, grandes cosas nos habéis dicho, y dignas que se escriban para que se mejore el mundo, y los hombres sepan y entiendan por qué mueren, y sabiéndolo, sepan guardarse de tan mal peligro, que suelen decir: “Menos hieren los dardos que primero se ven venir”. Y ahora de nuevo os torno a rogar que me digáis si habrá remedios para obviar y resistir a esta mala bestia, que no haga este daño, y el género humano se defienda de ella.


TÍTULO V
   
  De los remedios notables contra enojo y pesar.

  Buenos remedios hay para los que tuvieren buenos entendimientos. El primer remedio consiste en saber y entender todo lo dicho, y las grandes fuerzas que tiene este enemigo del género humano, como por lo dicho se entenderán; y así, conociendo al enemigo, y sabiendo sus fuerzas y malas obras, el hombre no se descuidará ni le dará entrada; porque la piedra que se ve venir no hiere, como vos dijisteis, porque se le hurta el cuerpo; y si no la ve, lo hiere, como los que saben dónde está el peligro en la mar, que con prudencia se apartan y libran de él, y los que no lo saben, simplemente caen en él, como el mozuelo simple, que no conociendo ni sabiendo nada de la ballesta de lobos, tocó a la cuerda, y vino la saeta enarbolada y lo mató como a bestia, porque no supo del peligro como hombre; así el hombre y la mujer con sólo el saber y conocer esta bestia (por lo que está dicho) se librará de ella, y en tocando a su puerta sabrá a qué viene, y no le dará entrada, y se defenderá de ella.

  El segundo remedio consiste en palabras de buen entendimiento y razones del alma, y decir: “Ya te conozco, mala bestia, y tus obras y daños; no me quiero dar en despojo a ti, como los simples que no te conocían antes; más quiero sufrir este pequeño daño, que pudiera ser mayor, que no perderlo todo, y mi vida con ello,y añadir otro mal mayor encima, como perder la salud o la vida, que monta más, y por esto no se me quitará esta pérdida o daño, antes añadiré mal al mal”. A lo pasado y hecho no hay potencia que lo pueda deshacer; pues ha de ser hecho, sea hecho. Instable es la fortuna, que siempre se muda; pues quiero guardarme para otro tiempo, que éste se acabará. Dijo un sabio: “Haz de grado y a placer lo que por fuerza has de hacer”. Y decir: “Las armas de la fortuna adversa son la tristeza; si con este infortunio no me entristezco, venzo a la fortuna, y a sus fuerzas vuelvo vanas, botas y sin efecto contra mí”. Si el catedrático de Salamanca supiera este aviso cuando le hurtaron quinientos ducados, y murió a tercero día a la hora de medio día, y los dineros parecieron a la noche, viviera como sabio, y no muriera como simple, y otros muchos; y la madre que por falsa nueva de la muerte de su hijo murió, y de allí a tres horas vino sano y bueno.

  ¿Cuántas cosas juzga el hombre algunas veces por dañosas, que después se convierten en bien y en provecho? Y ¿cuántas juzga por útiles y buenas, y se convierten en malas y dañosas? Uno, por estar encarcelado y condenado a muerte, es elegido por rey; otro, por salir herido de la batalla, en la herida halló la salud; y otro se libró de una cuartana; otro, por perder el dinero en el camino, no perdió la vida cuando fue a dar en manos de salteadores; otros, de condenados a muerte y echados a leones, vinieron a ser reyes, no dándose en despojo luego a este enemigo; otros, alcanzando estados y riquezas muy deseadas y con gran trabajo, aquellas mismas fueron causa de sus males, infortunios y muertes. ¿Cuántos desearon ser emperadores y reinar, y lo alcanzaron, y fue por su mal, y para casos desastrados y muertes infelices y violentas?, y el día dichoso en que aprendieron el imperio, fue principio y causa de su desventurada suerte. Si en ejemplos nos hubiéramos de detener seria impedir nuestro intento. Y decir: “Pues Dios ha sido servido de permitir que me viniese este daño, muerte o infortunio, quiero yo querer lo que Dios quiere; Dios lo dio, Dios lo quitó; él sea loado, que él lo sabe remediar por vías que yo no entiendo; a los suyos envía Dios azotes en este mundo, y no les allega montón de castigo para el otro”. Un sabio que todo le sucedía prósperamente, vivía muy triste por ello. Dijo Séneca: “No hay hombre más infelice y desdichado que el que no le viene adversidad ninguna; porque Dios no juzga bien de éste”. Con la mucha lozanía y abundancia no granan las mieses. Las ramas muy cargadas de frutas se quiebran. La demasiada fertilidad no llega a madurez. Después de lo dicho, toma el librito Contemptus mundi, y donde se abriere, lee un capítulo.

  Rod. Por cierto, señor Antonio, con letras de oro merecían estar escritos estos remedios, y no había de haber hombre que no los sacase y los trajese consigo, como una nómina, colgando al pecho, para librarse del pernicioso enemigo del género humano y conservar su vida; pero hacedme placer, si hay algunos otros remedios me los digáis.

  Ant. Sí los hay, y consisten en palabras de un buen amigo o de médico, si le ha sucedido enfermedad por daño o por enojo; que la mejor medicina de todas es la olvidada y inusitada en el mundo, que es palabras; éstas serán conforme al caso acontecido, fuera de las dichas en el segundo remedio, como serán consolatorias y de buena esperanza, trayéndole a la memoria otros bienes que tiene, y a los que van delanteros en aquel género de trabajos y otros mayores infortunios; y la insinuación retórica.




miércoles, 14 de febrero de 2018

T. S. Eliot y Luis Miguel Aguilar: Miércoles de Ceniza

ASH-WEDNESDAY

I

Because I do not hope to turn again
Because I do not hope
Because I do not hope to turn
Desiring this man's gift and that man's scope
I no longer strive to strive towards such things
(Why should the aged eagle stretch its wings?)
Why should I mourn
The vanished power of the usual reign?

Because I do not hope to know again
The infirm glory of the positive hour
Because I do not think
Because I know I shall not know
The one veritable transitory power
Because I cannot drink
There, where trees flower, and springs flow, for there is nothing again

Because I know that time is always time
And place is always and only place
And what is actual is actual only for one time
And only for one place
I rejoice that things are as they are and
I renounce the blessèd face
And renounce the voice
Because I cannot hope to turn again
Consequently I rejoice, having to construct something
Upon which to rejoice

And pray to God to have mercy upon us
And pray that I may forget
These matters that with myself I too much discuss
Too much explain
Because I do not hope to turn again
Let these words answer
For what is done, not to be done again
May the judgement not be too heavy upon us

Because these wings are no longer wings to fly
But merely vans to beat the air
The air which is now thoroughly small and dry
Smaller and dryer than the will
Teach us to care and not to care
Teach us to sit still.

Pray for us sinners now and at the hour of our death
Pray for us now and at the hour of our death.

II

Lady, three white leopards sat under a juniper-tree
In the cool of the day, having fed to satiety
On my legs my heart my liver and that which had been contained
In the hollow round of my skull. And God said
Shall these bones live? shall these
Bones live? And that which had been contained
In the bones (which were already dry) said chirping:
Because of the goodness of this Lady
And because of her loveliness, and because
She honours the Virgin in meditation,
We shine with brightness. And I who am here dissembled
Proffer my deeds to oblivion, and my love
To the posterity of the desert and the fruit of the gourd.
It is this which recovers
My guts the strings of my eyes and the indigestible portions
Which the leopards reject. The Lady is withdrawn
In a white gown, to contemplation, in a white gown.
Let the whiteness of bones atone to forgetfulness.
There is no life in them. As I am forgotten
And would be forgotten, so I would forget
Thus devoted, concentrated in purpose. And God said
Prophesy to the wind, to the wind only for only
The wind will listen. And the bones sang chirping
With the burden of the grasshopper, saying

Lady of silences
Calm and distressed
Torn and most whole
Rose of memory
Rose of forgetfulness
Exhausted and life-giving
Worried reposeful
The single Rose
Is now the Garden
Where all loves end
Terminate torment
Of love unsatisfied
The greater torment
Of love satisfied
End of the endless
Journey to no end
Conclusion of all that
Is inconclusible
Speech without word and
Word of no speech
Grace to the Mother
For the Garden
Where all love ends.

Under a juniper-tree the bones sang, scattered and shining
We are glad to be scattered, we did little good to each other,
Under a tree in the cool of the day, with the blessing of sand,
Forgetting themselves and each other, united
In the quiet of the desert. This is the land which ye
Shall divide by lot. And neither division nor unity
Matters. This is the land. We have our inheritance.

III

At the first turning of the second stair
I turned and saw below
The same shape twisted on the banister
Under the vapour in the fetid air
Struggling with the devil of the stairs who wears
The deceitul face of hope and of despair.

At the second turning of the second stair
I left them twisting, turning below;
There were no more faces and the stair was dark,
Damp, jagged, like an old man's mouth drivelling, beyond repair,
Or the toothed gullet of an agèd shark.

At the first turning of the third stair
Was a slotted window bellied like the figs's fruit
And beyond the hawthorn blossom and a pasture scene
The broadbacked figure drest in blue and green
Enchanted the maytime with an antique flute.
Blown hair is sweet, brown hair over the mouth blown,
Lilac and brown hair;
Distraction, music of the flute, stops and steps of the mind over the third stair,
Fading, fading; strength beyond hope and despair
Climbing the third stair.

Lord, I am not worthy
Lord, I am not worthy

                     but speak the word only.

IV

Who walked between the violet and the violet
Who walked between
The various ranks of varied green
Going in white and blue, in Mary's colour,
Talking of trivial things
In ignorance and knowledge of eternal dolour
Who moved among the others as they walked,
Who then made strong the fountains and made fresh the springs

Made cool the dry rock and made firm the sand
In blue of larkspur, blue of Mary's colour,
Sovegna vos

Here are the years that walk between, bearing
Away the fiddles and the flutes, restoring
One who moves in the time between sleep and waking, wearing

White light folded, sheathing about her, folded.
The new years walk, restoring
Through a bright cloud of tears, the years, restoring
With a new verse the ancient rhyme. Redeem
The time. Redeem
The unread vision in the higher dream
While jewelled unicorns draw by the gilded hearse.

The silent sister veiled in white and blue
Between the yews, behind the garden god,
Whose flute is breathless, bent her head and signed but spoke no word

But the fountain sprang up and the bird sang down
Redeem the time, redeem the dream
The token of the word unheard, unspoken

Till the wind shake a thousand whispers from the yew

And after this our exile

V

If the lost word is lost, if the spent word is spent
If the unheard, unspoken
Word is unspoken, unheard;
Still is the unspoken word, the Word unheard,
The Word without a word, the Word within
The world and for the world;
And the light shone in darkness and
Against the Word the unstilled world still whirled
About the centre of the silent Word.

O my people, what have I done unto thee.

Where shall the word be found, where will the word
Resound? Not here, there is not enough silence
Not on the sea or on the islands, not
On the mainland, in the desert or the rain land,
For those who walk in darkness
Both in the day time and in the night time
The right time and the right place are not here
No place of grace for those who avoid the face
No time to rejoice for those who walk among noise and deny the voice

Will the veiled sister pray for
Those who walk in darkness, who chose thee and oppose thee,
Those who are torn on the horn between season and season, time and time, between
Hour and hour, word and word, power and power, those who wait
In darkness? Will the veiled sister pray
For children at the gate
Who will not go away and cannot pray:
Pray for those who chose and oppose

O my people, what have I done unto thee.

Will the veiled sister between the slender
Yew trees pray for those who offend her
And are terrified and cannot surrender
And affirm before the world and deny between the rocks
In the last desert before the last blue rocks
The desert in the garden the garden in the desert
Of drouth, spitting from the mouth the withered apple-seed.

O my people.

VI

Although I do not hope to turn again
Although I do not hope
Although I do not hope to turn

Wavering between the profit and the loss
In this brief transit where the dreams cross
The dreamcrossed twilight between birth and dying
(Bless me father) though I do not wish to wish these things
From the wide window towards the granite shore
The white sails still fly seaward, seaward flying
Unbroken wings

And the lost heart stiffens and rejoices
In the lost lilac and the lost sea voices
And the weak spirit quickens to rebel
For the bent golden-rod and the lost sea smell
Quickens to recover
The cry of quail and the whirling plover
And the blind eye creates
The empty forms between the ivory gates
And smell renews the salt savour of the sandy earth

This is the time of tension between dying and birth
The place of solitude where three dreams cross
Between blue rocks
But when the voices shaken from the yew-tree drift away
Let the other yew be shaken and reply.

Blessèd sister, holy mother, spirit of the fountain, spirit of the garden,
Suffer us not to mock ourselves with falsehood
Teach us to care and not to care
Teach us to sit still
Even among these rocks,
Our peace in His will
And even among these rocks
Sister, mother
And spirit of the river, spirit of the sea,
Suffer me not to be separated

And let my cry come unto Thee.


MIÉRCOLES DE CENIZA


I

Porque ya no espero volver jamás
Porque ya no espero
Porque ya no espero volver
Deseando los dones de este hombre y los alcances de aquel otro
Ya no me esfuerzo más ni lucho por tales cosas
(¿Por qué tendría el águila vieja que expander sus alas?)
¿Por qué lamentar
El desvanecido poder de los reinos habituales?

Porque ya no espero comprender jamás
La gloria inestable del momento propicio
Porque ya no pienso
Porque sé que no sabré
El único poder transitorio y verdadero
Porque no puedo beber ahí, donde los árboles florecen,
Y los manantiales brotan, porque ya no queda nada otra vez

Porque comprendo que el tiempo es siempre el tiempo
Y el lugar es siempre y sólo un lugar
Y lo que es útil
Es útil sólo para un tiempo
Y para un solo lugar
Me alegra que las cosas sean como son y
Renuncio a la cara bendita
Y renuncio a la voz
Porque ya no puedo esperar volver jamás
Entonces me alegro
Al tener que erigir algo sobre lo cual regocijarme

Y rogar a Dios que tenga misericordia de nosotros
Y ruego para poder olvidar
Estos problemas que conmigo mismo
Tanto discuto
Y tanto me expongo
Porque ya no espero volver jamás
Deja responder a estas palabras
Por lo que se ha realizado y no volverá otra vez a realizarse
De modo que los mandamientos no pesen tanto sobre nosotros

Porque estas alas ya no son alas para volar
Sino apenas escudos para golpear el aire
El aire cada vez más leve y seco
Mucho más leve y más seco que el deseo
Enséñanos la preocupación y la inconsciencia
Líbranos de la ansiedad.
Ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte
Ruega por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte.

II

Señora, tres leopardos blancos sentados bajo un junípero
En la calma del día, se alimentaron hasta la saciedad
Con mis piernas mi corazón mi hígado y aún lo contenido
En la oquedad redonda de mi cráneo. Y Dios dijo:
¿Vivirán estos huesos? ¿Vivirán
Estos hueso? Y lo que estaba contenido
En los huesos (secos ya) habló con alegría:
Por la bondad de esta Señora
Y por su gran amor y porque
No desmerece la Virgen en meditación,
Brillamos altamente. Y yo que estoy aquí, oculto,
Entrego mi acto al olvido y mi amor
A la posteridad del desierto y a la fruta de la calabaza
Mis intestinos el collar de mis ojos y las porciones indigeribles
Que los leopardos rechazan. La Señora se retira envuelta
En un jubón blanco, hacia la contemplación, en un jubón blanco
Dejad que la blancura de lo huesos nos prepare para el perdón
No hay vida en ellos. Como he sido y sería
Perdonado, así yo perdonara concentrado
Devotamente. Y Dios dijo
Profetizad al viento, sólo al viento, porque sólo
El viento escuchará. Y lo huesos cantaron con alegría
La canción del grillo, diciendo:

Señora de los silencios
Tranquila y angustiada
Revuelta y recobrada
Rosa de la memoria
Rosa del perdón
Exhausta y dadora de vida
Remanso del preocupado
La Rosa sencilla
Es ahora el Jardín
Donde todo amor termina
Termina el tormento
Del amor insatisfecho
El tormento mayor
Del amor satisfecho
Fin de lo interminable
Viaje sin final
Conclusión de todo aquello
Que no concluye
Discurso sin palabra y
Palabra de ningún discurso
Descienda la gracia sobre la Madre
Por el Jardín
Donde todo amor termina.

Bajo el junípero los huesos cantaron, dispersos y brillantes:
Celebramos nuestra dispersión, hemos sido buenos el uno con el otro,
Bajo un árbol en la calma del día, con la bendición de la arena,
Perdonando a los otros y a nosotros mismos, unidos
En la quietud del desierto. Esta es la tierra que tú
parcelarás. Mas división y unidad tampoco
Importan. Esta es la tierra. Hemos heredado.

III

En el primer descanso de la segunda escala
Me volví y miré debajo
A la misma forma retorcida girando en el pasamanos
Bajo el vapor en el aire fétido
Luchando con el demonio de los peldaños que finge
El rostro engañoso de la esperanza y el desconsuelo.
En el segundo descanso de la segunda escala
Los dejé girando, revueltos en el fondo;
No había ya más rostros y la escalera estaba oscura,
Húmeda, dentada, como la boca babeante de un viejo, ya imposible de reparar,
O como las fauces dentadas de un tiburón anciano.

En el primer descanso de la tercera escala
Había una ventana entreabierta como el higo
Y más allá de un espino y alguna escena pastoril
La ancha figura, de espaldas, lucía el azul y el verde
Encantando la época de mayo con una antigua flauta.
El cabello al viento es dulce, el cabello, castaño sobre la boca, suelto,
El cabello castaño y las lilas;
Distracción, música de flauta, altos y pasos de la mente sobre la tercera escala,
Extinguiéndose, apagándose; la fuerza más allá de la esperanza y el desconsuelo
Subiendo por la tercera escala.

Señor, yo no soy digno de que vengas a mí
Señor, yo no soy digno
                  pero una palabra tuya.

IV

El que pasó caminando entre violetas
El que pasó caminando entre
Los diversos tonos· de los distintos verdes
Avanzando en el blanco y el azul el color de María
Diciendo cosas triviales
En la ignorancia. y el conocimiento del dolor eterno
El que iba con los otros mientras los otros caminaban
El que, entonces, fortaleció las fuentes y dio frescura a los manantiales

Calmó a la roca seca y dio firmeza a la arena
En el azul de la realeza, el azul que es el color de María,
Sovegna vos

Aquí están los años intermedios, dirigiendo
Los violines y las flautas, restaurando
Lo que se mueve en el tiempo entre el sueño y la vigilia, estableciendo

Blanca luz replegada, envuelta sobre sí misma, replegada.
Los años nuevos avanzan, restaurando
A través de la nube brillante de lágrimas, los años, renovando
Con un verso joven la vieja rima. Redime
El tiempo. Redime
La visión ilegible en el sueño final
Mientras enjoyados unicornios tiran del dorado coche fúnebre.

La hermana silenciosa envuelta en azul y blanco
Entre los árboles, atrás del jardín divino
Cuya flauta quedó desalentada, inclinó la cabeza, asignando, mas esto sin decir una palabra

Entonces la fuente brotó y el pájaro cantó en lo bajo
Redime el tiempo, redime el sueño
La marca de la palabra no oída, no pronunciada

Hasta que el viento sacuda un millar de susurros de los árboles

y después de esto nuestro exilio

V

Si la palabra perdida se ha perdido, si la palabra gastada se ha gastado,
Si la no oída, no dicha
Palabra no ha sido dicha, oída;
Tranquila es la palabra inexpresada, la Palabra no oída,
La Palabra sin palabra, la Palabra dentro
Del mundo y para el mundo;
La luz se hizo en las tinieblas y
Contra la Palabra el mundo inquieto aún se revolvió
Buscando el centro de la Palabra callada.

Oh mi pueblo, qué pude haber hecho en tu contra.

¿Dónde se encontrará la palabra, dónde resonará
La palabra? No aquí, no hay suficiente silencio;
Tampoco en el mar ni en las islas, no
En la tierra firme, no en el desierto ni en la tierra húmeda;
Para los que caminan en tinieblas
Ya sea durante el día o durante la noche
El tiempo preciso y el lugar exacto no están aquí
No hay lugar agraciado para los que ocultan la cara
No hay tiempo de regocijo para los que caminan entre el ruido y desoyen la voz

¿Rezará la hermana velada por
Los que caminan en tinieblas, los que van contigo y se oponen a Ti,
Los que se revuelven desgarrados entre una estación y otra estación, un tiempo y otro tiempo, entre
Hora y hora, palabra y palabra, poder y poder por todos los que esperan
En la oscuridad? Rezará la hermana velada
Por los niños en el umbral,
Quienes no saldrán nunca, los que no pueden rezar:
Rezar por los que asienten y se oponen

Oh mi pueblo, qué pude haber hecho en tu contra.

Rezará la hermana velada entre los árboles esbeltos
Incluso por aquellos que la ofenden
Y que están aterrados y no podrán rendirse
Y afirman ante el mundo lo que rechazan entre las rocas
En el último desierto entre las últimas rocas azules
El desierto en el jardín el jardín en el desierto
De la sequedad, escupiendo de la boca la seca semilla de la manzana.

Oh mi pueblo.

VI

Aunque ya no espero volver jamás
Aunque ya no espero
Aunque ya no espero volver

Oscilando entre la pérdida y la ganancia
En este corto tránsito por donde cruzan los sueños
El sueño crepuscular entre el nacimiento y la muerte
(Padre, bendígame) aunque ya no quiero desear estas cosas
Desde la ventana abierta hacia la costa de granito
El blanco de las velas navega tranquilo hacia alta mar, vuelo ultramarino
Alas firmes.

Y el corazón débil se endurece y regocija
En las lilas y la voces del mar perdidas
Y el espíritu débil comienza a rebelarse
Porque la doblada vara de oro y el perdido olor del mar
Empiezan a recobrar
El grito de la gaviota y el giro de pájaros grises
Y el ojo ciego establece
Las formas vacías entre las puertas de marfil
Y el olor renueva el gusto de la sal en la tierra arenosa.

Este es el tiempo de la tensión entre muerte y nacimiento
El lugar de la soledad donde tres sueños transcurren
Entre las rocas azules
Pero cuando las voces expulsadas del árbol se dispersen
Deja que llegue al otro la sacudida y tu réplica.

Hermana bendita, madre santa, espíritu de la fuente, espíritu del jardín
Apártanos por piedad de la burla ácida
De aceptar la falsedad en nosotros mismos
Ensénanos la preocupación y la inconsciencia
Líbranos de la ansiedad
Incluso entre estas rocas,
Nuestra paz en Su mandato
E incluso entre estas rocas
Hermana, madre
Y espíritu del rio, espíritu del mar,
Impide para siempre que me aparte

Y deja que mi llanto vaya a Ti.

Versión de LUIS MIGUEL AGUILAR.