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jueves, 26 de junio de 2025

Stéphane Mallarmé y Tomás Segovia: Tristeza de verano

 

TRISTESSE D’ÉTÉ

Le soleil, sur le sable, ô lutteuse endormie,

En l’or de tes cheveux chauffe un bain langoureux

Et, consumant l’encens sur ta joue ennemie,

Il mêle avec les pleurs un breuvage amoureux.

 

De ce blanc flamboiement l’immuable accalmie

T’a fait dire, attristée, ô mes baisers peureux

“Nous ne serons jamais une seule momie

Sous l’antique désert et les palmiers heureux !”

 

Mais la chevelure est une rivière tiède,

Où noyer sans frissons l’âme qui nous obsède

Et trouver ce Néant que tu ne connais pas.

 

Je goûterai le fard pleuré par tes paupières,

Pour voir s’il sait donner au coeur que tu frappas

L’insensibilité de l’azur et des pierres.

STÉPHANE MALLARMÉ

TRISTEZA DE VERANO


El sol, sobre la arena, luchadora dormida,

En tus cabellos de oro caldea un baño lánguido

Y, consumiendo incienso en tu enemigo pómulo,

Entremezcla a los llantos un brebaje amoroso.

 

Del blanco llamear la calma inamovible

Te hizo, triste, decir, oh mis besos miedosos,

"No seremos los dos nunca una sola momia

Bajo el desierto antiguo y las palmas dichosas."

 

Pero tu cabellera es como un río tibio

Donde ahogar sin temblores la obsesión de nuestra alma

Y encontrar esa Nada que no conoces tú.

 

Probaré los afeites llorados por tus párpados,

A ver si saben dar al corazón que heriste

La insensibilidad del cielo y de las piedras.

Traducción de TOMÁS SEGOVIA

lunes, 2 de junio de 2025

Léon Bloy: La Medusa Astruc

Léon Bloy escribió La Méduse-Astruc, primero de sus poemas en prosa, inspirándose en el busto de Barbey d'Aurevilly realizado por el escultor Zacharie Astruc, que sería más tarde el modelo de Gacougnol, personaje de su novela La Femme Pauvre (La mujer pobre). Bloy encontraba que dicho busto tenía los ojos de Medusa, lo que explica el título de su texto.

Una vez escrito su poema, se lo envió a Barbey d'Aurevilly, entonces en Valognes, quien le agradeció enviándole una carta elogiosa y llena de igualmente laudatorias notas marginales.

Bloy, halagado, hizo con la carta, las observaciones y su poema, una edición artesanal que repartió entre sus amigos. Es la versión que hemos utilizado para nuestra traducción, en la que omitimos la carta de Barbey y las notas.

El poema, posteriormente, no fue recogido por la viuda de Bloy, Jeanne Molbech, en su edición de los Poemas en prosa de Bloy, por lo que la presente traducción vale como complemento a la edición de dicho libro hecha por Ediciones De LaMirándola.


LA MEDUSA ASTRUC

XII

Durante la última guerra oí, una noche, un grito terrible. Nos estábamos alejando del campo de batalla y la jornada, como de costumbre, no había sido afortunada. Dejábamos a nuestras espaldas a algunos camaradas moribundos que no podíamos llevar con nosotros en la desbandada, y que la muerte, más afortunada que nosotros, debía llevarse en su victoria. La nieve caía al mismo tiempo que la noche y mezclaba la melancolía de su blancura a la negra melancolía del día agonizante. El campo, a lo lejos, estaba lleno de trampas y amenazas, y nosotros avanzábamos, callados y sombríos, a través de un lóbrego bosque sin follaje, alrededor del cual humeaba aún la llanura trágica, ebria, aquella noche, de la sangre de Francia. Una tristeza pesada y negra —como un presentimiento de muerte exhalado por la boca abierta de los muertos— se extendía sobre nosotros y nos envolvía irresistiblemente. ¡Momentos temibles! ¡¡¡Horas pánicas de la Guerra, en las que los más altivos corajes se aflojan y se hunden, después del tumulto y las tormentosas agitaciones de la cólera, en un sordo y latente pensamiento de terror!!! De pronto —cuando ya la noche había acabado de tender sobre nuestras cabezas su más sombrío manto—, un grito, un solo grito, más aterrador que todos los espectros que hubiesen podido aparecérsenos —¡el grito de un Dolor supremo que pare una Muerte desesperada!—, se dejó oír junto a nosotros, en aquellas tinieblas palpables que nuestros ojos desmesuradamente abiertos ya no eran capaces de atravesar. ¡Y el efecto de aquel clamor solitario fue tan terrible y tan repentino que nuestra columna entera recibió instantáneamente su impacto y se dio vuelta!… ¡¡como si la Muerte misma hubiera pasado por allí y como si hubiera sido necesario que escoltásemos hasta el fondo de los infiernos a aquella Reina de los Espantos!! Hoy recuerdo los terrores de aquella noche espantosa y vuelvo a oír aquel grito, ¡aquel grito inolvidable, de una angustia sobrenatural! Está en mí, de ahora en adelante, como la realidad exterior y sensible de los sueños más desgarradores del Dolor, pero también como una expresión acabada de los pensamientos y los sentimientos más elevados, cuando alcanzan una excepcional intensidad y ya no hay palabras terrenales para formularlos. ¡Las tormentas interiores del alma humana —¿quién podría, en efecto, ignorarlo?—, los dolores y las alegrías inmensas, la Admiración, el Amor supremos, todos los sentimientos excesivos —todo lo que nos desarraiga de la tierra para aplastarnos contra las puertas de zafiro de la eterna patria de los cielos—, todo eso es inexpresable en un lenguaje articulado y docto, pero, a falta de todo lenguaje, el grito permanece, el grito supremo, verbo único del corazón, en el que el alma apasionada todavía puede precipitarse, cuando está demasiado conmocionada y ya no es capaz de contenerse!

XIII

El Dolor, que tanto hace gritar a los pobres hombres y que éstos tan poéticamente han tildado de cruel, aun cuando no los agobiaba, el Dolor dispone de un poder tan grande, en su gobierno misericordioso, que es nuestra medida y nuestro peso —nuestro mérito y nuestra única esperanza, en esas sombras formidables que nos llegan en la agonía y nos envuelven cuando empezamos a resistirnos en el sepulcro. El Dolor lo es todo en la vida, y, porque lo es todo, extraemos de él, como del inagotable girón de Dios, todos los tipos de nuestros pensamientos y todas la formas superiores de la Verdad. Por eso, la expresión suprema del Dolor —¡el GRITO!— es también la expresión de la alegría suprema y del amor que ya no tiene medida, ¡ya sea el amor terrenal o el divino Amor, la alegría del cielo o la alegría del infierno! Y cuando los Poetas —esas águilas consumadas en el cielo del amor— se esfuerzan por cantar como la tierra jamás ha cantado, su alma se eleva y se escapa de ellos, como el grito trágico de aquel pobre soldado que agonizaba en las tinieblas, y es entonces cuando son tan sublimes y se adueñan tan despóticamente de nuestros corazones! El viejo Homero gritaba, sumido en las tinieblas de su clarividente ceguera, Esquilo gritaba, y Dante también y tú, gran Shakespeare, ¡¡qué clamores lanzaron ustedes, capaces de hacer caer las inmóviles estrellas de ese cielo ardiente del que apenas descendían sus almas!!… Pero el más altivo de todos, el Grande entre los más grandes, ¡Blaise Pascal, en fin!, ¿qué hizo toda su vida sino gritar y eructar su corazón hacia Dios, con los esfuerzos espantosos de su genio pascaliano en lucha con el infernal genio de la Desesperación?

LÉON BLOY

Traducción de Carlos Cámara y Miguel Ángel Frontán


XII

Pendant la dernière guerre, j’entendis, un soir, un cri terrible. On s’éloignait du champ de bataille et la journée, selon l’ordinaire, n’avait point été heureuse. On laissait derrière soi quelques camarades mourants qu’il n’était pas possible d’emporter dans la déroute et que la mort, plus heureuse que nous, devait emporter dans sa victoire. La neige tombait en même temps que la nuit et mêlait la mélancolie de sa blancheur à la noire mélancolie du jour expirant. La campagne, au loin, était pleine d’embûches et de menaces et nous allions, silencieux et sombres, à travers un morne bois dépouillé, autour duquel fumait encore la plaine tragique, saoûle, ce soir là, du sang de la France. Une tristesse pesante et noire, — comme un pressentiment de mort exhalé de la bouche ouverte des morts, — s’étendait sur nous et nous enveloppait invinciblement. Moments redoutables ! heures paniques de la Guerre où les plus fiers courages se détendent et s’affaissent, après le tumulte et les orageuses agitations de la colère dans une sourde et latente pensée de terreur !!! Tout-à-coup, — la nuit ayant achevé de dérouler sur nos têtes son plus sombre manteau, — un cri, un seul cri, plus effrayant que tous les spectres qui eussent pu nous apparaître, — le cri d’une Douleur suprême accouchant d’une Mort désespérée ! — se fit entendre à côté de nous, dans ces ténèbres palpables que nos yeux démesurément ouverts n’avaient plus la force de pénétrer : Et l’effet de cette clameur solitaire fut si terrible et si soudain que notre colonne toute entière en reçut instantanément la commotion et se retourna !... comme si la Mort elle-même avait passé là et comme s’il avait fallu que nous escortassions jusqu’au fond des enfers, cette Reine des Épouvantements !! — Aujourd’hui, je me souviens des terreurs de cette nuit épouvantable et ce cri, cet inoubliable cri, d’une angoisse presque surnaturelle, je l’entends encore ! Il est en moi désormais, comme la réalité extérieure et sensible des rêves les plus poignants de la Douleur, mais aussi, comme une expression accomplie des pensées et des sentiments les plus hauts, quand ils atteignent à une exceptionnelle intensité et qu’il n’y a plus de paroles terrestres pour les formuler. Les orages intérieurs de l’âme humaine, — qui donc, en effet, pourrait l’ignorer ! — les douleurs et les joies immenses, l’Admiration, l’Amour suprêmes, tous les sentiments excessifs, — tout ce qui nous déracine de la terre pour nous écraser contre les portes de saphir de l’éternelle patrie des cieux, — tout cela est inexprimable en un langage articulé et savant, mais, à défaut de tous les langages, le cri reste toujours, le suprême cri, verbe unique du cœur, où l’âme éperdue peut encore se précipiter, quand elle est par trop bouleversée et qu’elle n’est plus capable de se contenir !

XIII

La Douleur qui fait tant crier les pauvres hommes et qu’ils ont si poétiquement traitée de cruelle alors même qu’elle ne les accablait pas, la Douleur dispose d’un si grand pouvoir, dans son gouvernement miséricordieux, qu’elle est notre mesure et notre poids, — notre mérite et notre seul espoir, dans ces ombres formidables qui nous arrivent à l’agonie et qui nous enveloppent quand nous commençons de broncher dans le tombeau. La Douleur est tout dans la vie, et parce qu’elle est tout, nous puisons en elle comme dans l’inépuisable giron de Dieu, tous les types de nos pensées et toutes les formules supérieures de la Vérité. À cause de cela, l’expression suprême de la Douleur, — le CRI ! — est aussi l’expression de la joie suprême et de l’amour qui n’a plus de mesure, que ce soit l’amour terrestre ou le divin Amour, la joie du ciel ou la joie de l’enfer ! Et lorsque les Poëtes, — ces aigles consumés dans le ciel de l’amour, — s’efforcent de chanter comme la terre n’a jamais chanté, leur âme s’élance et s’échappe d’eux, comme le cri tragique de ce pauvre soldat mourant dans les ténèbres, et c’est alors qu’ils sont si sublimes et qu’ils s’emparent si despotiquement de nos cœurs ! Le vieil Homère criait, dans les ténèbres de sa clairvoyante cécité, Eschyle criait, et le Dante aussi et toi, grand Shakespeare ! ne poussâtes-vous pas des clameurs à faire tomber les immobiles étoiles de ce ciel brûlant d’où vos âmes descendaient à peine !!.. Mais le plus fier de tous, le Grand, parmi les plus grands, Blaise Pascal, enfin ! qu’a-t-il fait toute sa vie, sinon de crier et d’éructer son cœur vers Dieu, dans les efforts épouvantables de son génie pascalien aux prises avec l’infernal génie du Désespoir ?


jueves, 22 de mayo de 2025

Victor Hugo y Vicente Wenceslao Querol: La conciencia

LA CONSCIENCE

 

Lorsque avec ses enfants vêtus de peaux de bêtes,

Echevelé, livide au milieu des tempêtes,

Caïn se fut enfui de devant Jéhovah,

Comme le soir tombait, l’homme sombre arriva

Au bas d’une montagne en une grande plaine ;

Sa femme fatiguée et ses fils hors d’haleine

Lui dirent : « Couchons-nous sur la terre, et dormons. »

Caïn, ne dormant pas, songeait au pied des monts.

Ayant levé la tête, au fond des cieux funèbres,

Il vit un œil, tout grand ouvert dans les ténèbres,

Et qui le regardait dans l’ombre fixement.

« Je suis trop près », dit-il avec un tremblement.

Il réveilla ses fils dormant, sa femme lasse,

Et se remit à fuir sinistre dans l’espace.

Il marcha trente jours, il marcha trente nuits.

Il allait, muet, pâle et frémissant aux bruits,

Furtif, sans regarder derrière lui, sans trêve,

Sans repos, sans sommeil; il atteignit la grève

Des mers dans le pays qui fut depuis Assur.

« Arrêtons-nous, dit-il, car cet asile est sûr.

Restons-y. Nous avons du monde atteint les bornes. »

Et, comme il s’asseyait, il vit dans les cieux mornes

L’œil à la même place au fond de l’horizon.

Alors il tressaillit en proie au noir frisson.

« Cachez-moi ! » cria-t-il; et, le doigt sur la bouche,

Tous ses fils regardaient trembler l’aïeul farouche.

Caïn dit à Jabel, père de ceux qui vont

Sous des tentes de poil dans le désert profond :

« Etends de ce côté la toile de la tente. »

Et l’on développa la muraille flottante ;

Et, quand on l’eut fixée avec des poids de plomb :

« Vous ne voyez plus rien ? » dit Tsilla, l’enfant blond,

La fille de ses Fils, douce comme l’aurore ;

Et Caïn répondit : « je vois cet œil encore ! »

Jubal, père de ceux qui passent dans les bourgs

Soufflant dans des clairons et frappant des tambours,

Cria : « je saurai bien construire une barrière. »

Il fit un mur de bronze et mit Caïn derrière.

Et Caïn dit « Cet œil me regarde toujours ! »

Hénoch dit : « Il faut faire une enceinte de tours

Si terrible, que rien ne puisse approcher d’elle.

Bâtissons une ville avec sa citadelle,

Bâtissons une ville, et nous la fermerons. »

Alors Tubalcaïn, père des forgerons,

Construisit une ville énorme et surhumaine.

Pendant qu’il travaillait, ses frères, dans la plaine,

Chassaient les fils d’Enos et les enfants de Seth ;

Et l’on crevait les yeux à quiconque passait ;

Et, le soir, on lançait des flèches aux étoiles.

Le granit remplaça la tente aux murs de toiles,

On lia chaque bloc avec des nœuds de fer,

Et la ville semblait une ville d’enfer ;

L’ombre des tours faisait la nuit dans les campagnes ;

Ils donnèrent aux murs l’épaisseur des montagnes ;

Sur la porte on grava : « Défense à Dieu d’entrer. »

Quand ils eurent fini de clore et de murer,

On mit l’aïeul au centre en une tour de pierre ;

Et lui restait lugubre et hagard. « Ô mon père !

L’œil a-t-il disparu ? » dit en tremblant Tsilla.

Et Caïn répondit :  » Non, il est toujours là. »

Alors il dit: « je veux habiter sous la terre

Comme dans son sépulcre un homme solitaire ;

Rien ne me verra plus, je ne verrai plus rien. »

On fit donc une fosse, et Caïn dit « C’est bien ! »

Puis il descendit seul sous cette voûte sombre.

Quand il se fut assis sur sa chaise dans l’ombre

Et qu’on eut sur son front fermé le souterrain,

L’œil était dans la tombe et regardait Caïn.

 VICTOR HUGO

LA CONCIENCIA

 

Cuando huyó la presencia

De Dios Caín, cercado de sus hijos

Que ciñen toscas pieles,

Lívido y azorado, la violencia

De la tormenta le azotó, y crueles

Penas sintiendo, el hombre de la oscura

Sombra, llegó cuando la tarde muere

Al pie de un monte en medio a una llanura.

Sin aliento sus hijos, fatigada

Su esposa fiel, dijéronle: — Durmamos

Aquí tendidos en la tierra helada—

Y él, desvelado, al pie del negro monte,

La frente alzó y abierto

Vio en las nieblas del fúnebre horizonte

Ojo de fuego en su mirada fijo.

—¡Harto cerca estoy!—dijo

A su familia despertó temblando,

Y huyó a través de soledades frías,

Siniestro, treinta días

Y treinta noches, pálido, en silencio,

Estremecido al eco de la selva,

Sin descanso , sin sueño, sin camino,

Sin que a su espalda la mirada vuelva;

Hasta que al fin a las riberas vino

De la tierra de Asur junto a los mares.

—Parad, dijo; yo aquí hallaré profundo

Descanso a mis azares.

Hemos llegado al límite del mundo—

Y cuando se sentaba,

Vio en el cielo sombrío

El mismo ojo fatal que le miraba.

Sintió en sus venas el espanto frío:

—¡Ocultadme!  — clamó con loco anhelo,

Y  el dedo puesto sobre e! labio, el hijo

Vio cual temblaba su feroz abuelo.

Caín dijo a Jabel, padre de aquellos

Que lentos siguen la variable senda

Que en el desierto trazan los camellos,

—Corre hacia aquí los lienzos de tu tienda—

Y ellos corrieron el flotante muro

Fijo con plomos, que a su padre esconda.

—¿No veis ya nada? —Dijole Tisila,

La nieta, bella cual la aurora, y blonda,

Y respondió Caín —Ese ojo aún veo.

Jubal, padre de aquellos que levantan

De trompas y atambores clamoreo,

—Yo una barrera elevaré— le dijo;

Y alzó un muro de bronce, y él oculto

—Siempre ese ojo— exclamó—, tengo en mí fijo.

Y Hanoch entonces —Fórmese de torres

Recinto tal, que aproximarse impida.

Una ciudad con ciudadela extensa,

Cerrándose con puertas la salida.

Tubalcaín la edificaba inmensa,

Mientras que por los llanos

De Seth y Enós los hijos, perseguidos

Eran con rabia audaz por sus hermanos.

Arrancaban los ojos al viajero;

Y por la tarde altivo a las estrellas

Arrojaba sus dardos el guerrero.

Al débil lienzo reemplazó el granito,

El hierro ató la piedra, y del infierno

Pareció la ciudad, cuyo circuito

Daba nocturna sombra a la campaña.

Dio a todo el espesor de una montana

Y grabose en las puertas: —Se prohíbe

A Dios entrar.—Cuando acabose el muro

El padre fue encerrado

De negra torre en el recinto oscuro;

Do lúgubre, aterrado;

Permaneció. Y Tisila

— ¿Depareció ya el ojo, abuelo mió?

Le pregunta, y contesta: —Su pupila

Aún me contempla con fulgor sombrío—.

Y añadió : — Bajo tierra

Quiero habitar. Como en sepulcro helado,

De nadie visto, mísero , me encierra—.

Y fue un hoyo profundo fabricado.

—Bien está—dijo,y descendió en la sombra,

Sentose y, ya cerrado,

¡Aun allí el ojo vengador le asombra!

VICENTE WENCESLAO QUEROL




martes, 6 de mayo de 2025

Charles Baudelaire: Poemas en prosa XII. Las muchedumbres

 

XII

LES FOULES

 

Il n’est pas donné à chacun de prendre un bain de multitude : jouir de la foule est un art ; et celui-là seul peut faire, aux dépens du genre humain, une ribote de vitalité, à qui une fée a insufflé dans son berceau le goût du travestissement et du masque, la haine du domicile et la passion du voyage.

Multitude, solitude : termes égaux et convertibles pour le poëte actif et fécond. Qui ne sait pas peupler sa solitude, ne sait pas non plus être seul dans une foule affairée.

Le poëte jouit de cet incomparable privilège, qu’il peut à sa guise être lui-même et autrui. Comme ces âmes errantes qui cherchent un corps, il entre, quand il veut, dans le personnage de chacun. Pour lui seul, tout est vacant ; et si de certaines places paraissent lui être fermées, c’est qu’à ses yeux elles ne valent pas la peine d’être visitées.

Le promeneur solitaire et pensif tire une singulière ivresse de cette universelle communion. Celui-là qui épouse facilement la foule connaît des jouissances fiévreuses, dont seront éternellement privés l’égoïste, fermé comme un coffre, et le paresseux, interné comme un mollusque. Il adopte comme siennes toutes les professions, toutes les joies et toutes les misères que la circonstance lui présente.

Ce que les hommes nomment amour est bien petit, bien restreint et bien faible, comparé à cette ineffable orgie, à cette sainte prostitution de l’âme qui se donne tout entière, poésie et charité, à l’imprévu qui se montre, à l’inconnu qui passe.

Il est bon d’apprendre quelquefois aux heureux de ce monde, ne fût-ce que pour humilier un instant leur sot orgueil, qu’il est des bonheurs supérieurs au leur, plus vastes et plus raffinés. Les fondateurs de colonies, les pasteurs de peuples, les prêtres missionnaires exilés au bout du monde, connaissent sans doute quelque chose de ces mystérieuses ivresses ; et, au sein de la vaste famille que leur génie s’est faite, ils doivent rire quelquefois de ceux qui les plaignent pour leur fortune si agitée et pour leur vie si chaste.

 

XII

LAS MUCHEDUMBRES

 

No a todos está dado mezclarse con la multitud: gozar de la muchedumbre es un arte; y el único que puede darse, a costa del género humano, un atracón de vitalidad, es aquel a quien un hada le ha insuflado en la cuna el gusto por el disfraz y la máscara, el odio al domicilio y la pasión por el viaje.

Multitud, soledad: términos iguales e intercambiables para el poeta activo y fecundo. Quien no sabe poblar su soledad, tampoco sabe estar solo en medio de una muchedumbre atareada.

El poeta goza del incomparable privilegio de poder ser, a su antojo, él mismo y alguien distinto. Como esas almas errantes que buscan un cuerpo, entra, cuando así lo quiere, en el personaje de cualquier otro. Para él, sólo para él, todo lugar está vacante; y si algunos parecen estarle vedados, es porque estima que no vale la pena visitarlos.

El caminante solitario y pensativo encuentra una singular embriaguez en esa comunión universal. El que se une fácilmente a la muchedumbre experimenta deleites febriles, de los que se estarán eternamente privados el egoísta, cerrado como un baúl, y el perezoso, recluido como un molusco. Adopta como suyas todas las profesiones, todas las alegrías y todas las miserias que las circunstancias le presentan.

Lo que los hombres llaman amor es muy pequeño, muy restringido y muy débil, comparado con esa inefable orgía, con esa santa prostitución del alma que se entrega por entero, poesía y caridad, a lo imprevisto que se muestra, a lo desconocido que pasa.

Está bien enseñarles a veces a los felices de este mundo, aunque más no fuese para humillar por un momento su tonto orgullo, que hay felicidades superiores a la suya, mayores y más refinadas. Los fundadores de colonias, los pastores de pueblos, los sacerdotes misioneros exiliados en los confines de la tierra, conocen sin duda algo de esas misteriosas embriagueces; y, en el seno de la vasta familia que su genio se ha formado, deben reírse a veces de los que se compadecen de ellos por su destino tan agitado y su vida tan casta.

 

CHARLES BAUDELAIRE

Traducción de Carlos Cámara y Miguel Ángel Frontán

miércoles, 16 de abril de 2025

Charles Baudelaire: Poemas en prosa XI. La mujer salvaje y la pequeña amante

À ARSÈNE HOUSSAYE 

Mon cher ami, je vous envoie un petit ouvrage dont on ne pourrait pas dire, sans injustice, qu’il n’a ni queue ni tête, puisque tout, au contraire, y est à la fois tête et queue, alternativement et réciproquement. Considérez, je vous prie, quelles admirables commodités cette combinaison nous offre à tous, à vous, à moi et au lecteur. Nous pouvons couper où nous voulons, moi ma rêverie, vous le manuscrit, le lecteur sa lecture ; car je ne suspends pas la volonté rétive de celui-ci au fil interminable d’une intrigue superfine. Enlevez une vertèbre, et les deux morceaux de cette tortueuse fantaisie se rejoindront sans peine. Hachez-la en nombreux fragments, et vous verrez que chacun peut exister à part. Dans l’espérance que quelques-uns de ces tronçons seront assez vivants pour vous plaire et vous amuser, j’ose vous dédier le serpent tout entier.

J’ai une petite confession à vous faire. C’est en feuilletant, pour la vingtième fois au moins, le fameux Gaspard de la Nuit, d’Aloysius Bertrand (un livre connu de vous, de moi et de quelques-uns de nos amis, n’a-t-il pas tous les droits à être appelé fameux ?) que l’idée m’est venue de tenter quelque chose d’analogue, et d’appliquer à la description de la vie moderne, ou plutôt d’une vie moderne et plus abstraite, le procédé qu’il avait appliqué à la peinture de la vie ancienne, si étrangement pittoresque.

Quel est celui de nous qui n’a pas, dans ses jours d’ambition, rêvé le miracle d’une prose poétique, musicale sans rythme et sans rime, assez souple et assez heurtée pour s’adapter aux mouvements lyriques de l’âme, aux ondulations de la rêverie, aux soubresauts de la conscience ?

C’est surtout de la fréquentation des villes énormes, c’est du croisement de leurs innombrables rapports que naît cet idéal obsédant. Vous-même, mon cher ami, n’avez-vous pas tenté de traduire en une chanson le cri strident du Vitrier, et d’exprimer dans une prose lyrique toutes les désolantes suggestions que ce cri envoie jusqu’aux mansardes, à travers les plus hautes brumes de la rue ?

Mais, pour dire le vrai, je crains que ma jalousie ne m’ait pas porté bonheur. Sitôt que j’eus commencé le travail, je m’aperçus que non-seulement je restais bien loin de mon mystérieux et brillant modèle, mais encore que je faisais quelque chose (si cela peut s’appeler quelque chose) de singulièrement différent, accident dont tout autre que moi s’enorgueillirait sans doute, mais qui ne peut qu’humilier profondément un esprit qui regarde comme le plus grand honneur du poëte d’accomplir juste ce qu’il a projeté de faire.

Votre bien affectionné,

C. B.

A ARSÈNE HOUSSAYE

Mi querido amigo, le envío una pequeña obra, de la cual no se podría decir, sin injusticia, que no tiene ni pies ni cabeza, puesto que, al contrario, todo en ella es, al mismo tiempo, cabeza y pies, alternativa y recíprocamente. Considere, se lo ruego, qué admirables comodidades esta combinación nos ofrece a todos, a usted, a mí y al lector. Podemos cortar dónde queramos, yo mi ensoñación, usted el manuscrito, el lector la lectura; porque no dejo que la esquiva voluntad de éste quede pendiendo del hilo interminable de una intriga sutilísima. Saque usted una vértebra, y las dos partes de esta tortuosa fantasía volverán a juntarse sin esfuerzo. Despedácela en numerosos fragmentos, y verá que cada uno puede existir por separado. Con la esperanza de que algunos de estos trozos estarán lo bastante vivos para darle placer y entretenimiento, me atrevo a dedicarle la serpiente completa.

Tengo que hacerle una pequeña confesión. Hojeando, por vigésima vez al menos, el famoso Gaspar de la Noche, de Aloysius Bertrand (¿un libro que usted y yo, y algunos de nuestros amigos, conocemos no tiene todo el derecho a ser llamado famoso?), se me ocurrió la idea de intentar algo análogo, y de aplicar a la descripción de la vida moderna o, más bien, de una vida moderna y más abstracta, el procedimiento que él había aplicado a la pintura de la vida antigua, tan extrañamente pintoresca.

¿Quién de nosotros no ha soñado, en sus días de ambición, con el milagro de una prosa poética, musical sin ritmo y sin rima, lo bastante flexible y lo bastante abrupta como para adaptarse a los movimientos líricos del alma, a las ondulaciones de la ensoñación, a los sobresaltos de la conciencia?

Es sobre todo de la frecuentación de las ciudades inmensas, del entrecruzamiento de sus innumerables relaciones, que nace ese ideal obsesivo. Usted mismo, mi querido amigo, ¿no ha intentado mostrar en una canción el grito estridente del Vidriero, y expresar en una prosa lírica todas las desoladoras sugerencias que ese grito lanza hasta las mansardas, a través de las más altas brumas de la calle?

Pero, para decir la verdad, temo que mi envidia no me haya traído suerte. Apenas comencé el trabajo, me di cuenta de que no sólo me quedaba muy lejos de mi misterioso y brillante modelo, sino incluso que hacía algo (si es que esto puede llamarse algo) singularmente diferente, accidente del cual cualquier otro fuera de mí se enorgullecería quizás, pero que no puede sino humillar profundamente a un espíritu que ve como el más grande honor del poeta realizar únicamente aquello que proyectó hacer.

Suyo muy afectuosamente,

CHARLES BAUDELAIRE 


XI

LA FEMME SAUVAGE ET LA PETITE-MAÎTRESSE 

« Vraiment, ma chère, vous me fatiguez sans mesure et sans pitié ; on dirait, à vous entendre soupirer, que vous souffrez plus que les glaneuses sexagénaires et que les vieilles mendiantes qui ramassent des croûtes de pain à la porte des cabarets.

« Si au moins vos soupirs exprimaient le remords, ils vous feraient quelque honneur ; mais ils ne traduisent que la satiété du bien-être et l’accablement du repos. Et puis, vous ne cessez de vous répandre en paroles inutiles : « Aimez-moi bien ! j’en ai tant besoin ! Consolez-moi par-ci, caressez-moi par-là ! » Tenez, je veux essayer de vous guérir ; nous en trouverons peut-être le moyen, pour deux sols, au milieu d’une fête, et sans aller bien loin.

« Considérons bien, je vous prie, cette solide cage de fer derrière laquelle s’agite, hurlant comme un damné, secouant les barreaux comme un orang-outang exaspéré par l’exil, imitant, dans la perfection, tantôt les bonds circulaires du tigre, tantôt les dandinements stupides de l’ours blanc, ce monstre poilu dont la forme imite assez vaguement la vôtre.

« Ce monstre est un de ces animaux qu’on appelle généralement « mon ange ! » c’est-à-dire une femme. L’autre monstre, celui qui crie à tue-tête, un bâton à la main, est un mari. Il a enchaîné sa femme légitime comme une bête, et il la montre dans les faubourgs, les jours de foire, avec permission des magistrats, cela va sans dire.

« Faites bien attention ! Voyez avec quelle voracité (non simulée peut-être !) elle déchire des lapins vivants et des volailles piaillantes que lui jette son cornac. « Allons, dit-il, il ne faut pas manger tout son bien en un jour, » et, sur cette sage parole, il lui arrache cruellement la proie, dont les boyaux dévidés restent un instant accrochés aux dents de la bête féroce, de la femme, veux-je dire.

« Allons ! un bon coup de bâton pour la calmer ! car elle darde des yeux terribles de convoitise sur la nourriture enlevée. Grand Dieu ! le bâton n’est pas un bâton de comédie, avez-vous entendu résonner la chair, malgré le poil postiche ? Aussi les yeux lui sortent maintenant de la tête, elle hurle plus naturellement. Dans sa rage, elle étincelle tout entière, comme le fer qu’on bat.

« Telles sont les mœurs conjugales de ces deux descendants d’Ève et d’Adam, ces œuvres de vos mains, ô mon Dieu ! Cette femme est incontestablement malheureuse, quoique après tout, peut-être, les jouissances titillantes de la gloire ne lui soient pas inconnues. Il y a des malheurs plus irrémédiables, et sans compensation. Mais dans le monde où elle a été jetée, elle n’a jamais pu croire que la femme méritât une autre destinée.

« Maintenant, à nous deux, chère précieuse ! À voir les enfers dont le monde est peuplé, que voulez-vous que je pense de votre joli enfer, vous qui ne reposez que sur des étoffes aussi douces que votre peau, qui ne mangez que de la viande cuite, et pour qui un domestique habile prend soin de découper les morceaux ?

« Et que peuvent signifier pour moi tous ces petits soupirs qui gonflent votre poitrine parfumée, robuste coquette ? Et toutes ces affectations apprises dans les livres, et cette infatigable mélancolie, faite pour inspirer au spectateur un tout autre sentiment que la pitié ? En vérité, il me prend quelquefois envie de vous apprendre ce que c’est que le vrai malheur.

« À vous voir ainsi, ma belle délicate, les pieds dans la fange et les yeux tournés vaporeusement vers le ciel, comme pour lui demander un roi, on dirait vraisemblablement une jeune grenouille qui invoquerait l’idéal. Si vous méprisez le soliveau (ce que je suis maintenant, comme vous savez bien), gare la grue qui vous croquera, vous gobera et vous tuera à son plaisir !

« Tant poëte que je sois, je ne suis pas aussi dupe que vous voudriez le croire, et si vous me fatiguez trop souvent de vos precieuses pleurnicheries, je vous traiterai en femme sauvage, ou je vous jetterai par la fenêtre, comme une bouteille vide. »

 

XI

LA MUJER SALVAJE Y LA PEQUEÑA AMANTE

“Realmente, querida, me cansas sin medida y sin piedad; pareciera, por el modo en que suspiras, que sufres más que las espigadoras sexagenarias y las viejas mendigas que juntan mendrugos de pan a la puerta de las tabernas.

“Si al menos tus suspiros expresaran remordimiento, te harían algún honor; pero sólo manifiestan la saciedad del bienestar y el abatimiento del descanso. Y además, no dejas de prodigar palabras inútiles: “¡Quiéreme mucho! ¡Lo necesito tanto! ¡Consuélame aquí, acaríciame allá!”. Mira, quiero tratar de curarte; quizás encontremos cómo, por unos céntimos, en medio de una fiesta, y sin ir muy lejos.

“Contemplemos atentamente, te lo ruego, esta sólida jaula de hierro en la cual se agita, aullando como un condenado, sacudiendo los barrotes como un orangután exasperado por el exilio, imitando a la perfección a veces los saltos circulares del tigre, a veces el estúpido contoneo del oso polar, ese monstruo peludo cuya forma imita bastante vagamente la tuya.

“Ese monstruo es uno de esos animales que llamamos por lo general ‘ángel mío’, es decir, una mujer. El otro monstruo, el que grita a voz en cuello con un bastón en la mano, es un marido. Ha encadenado a su legítima esposa como a un animal, y la exhibe en los suburbios los días de feria, con permiso de los jueces, demás está decirlo.

“¡Presta mucha atención! Mira con qué voracidad (¡quizá no simulada!) destroza los conejos vivos y las aves chillonas que le arroja su cuidador.  ‘Vamos —le dice—, no tienes que comértelo todo en un solo día’, y, tras estas sabias palabras, le arranca cruelmente la presa, cuyas tripas desenrolladas se quedan un instante enganchadas en los dientes del animal feroz —de la mujer, quiero decir.

“¡Vamos, un buen bastonazo para calmarla!, ya que mira con terrible avidez la comida arrebatada. ¡Santo cielo!, el bastón no es un bastón de comedia, ¿has oído cómo sonó la carne, a pesar del pelo postizo? Por eso ahora los ojos se le salen de las órbitas, grita con más naturalidad. Rabiosa como está, todo su cuerpo echa chispas, como el hierro en el yunque.

“¡Tales son las costumbres conyugales de esos dos descendientes de Eva y Adán, esas obras de tus manos, oh Dios mío! Esa mujer es indiscutiblemente desdichada, aunque después de todo, quizás, los placeres excitantes de la gloria no le sean desconocidos. Hay desdichas más irremediables, y sin compensación. Pero, en el mundo al que fue arrojada, nunca pudo creer que la mujer mereciera otro destino.

“¡Ahora volvamos a ocuparnos de nosotros, mi queridísima! Viendo los infiernos que pueblan el mundo, ¿qué quieres que piense de tu bonito infierno, tú que sólo descansas sobre telas tan suaves como tu piel, que sólo comes carne cocida, y que tienes un criado hábil que se encarga de cortar los trozos?

“¿Y qué pueden significar para mí todos esos pequeños suspiros que hinchan tu pecho perfumado, robusta coqueta? ¿Y todas esas poses aprendidas en los libros, y esa incansable melancolía, hecha para inspirar en el espectador un sentimiento muy distinto de la lástima? Realmente, a veces me dan ganas de enseñarte lo que es la verdadera desdicha.

“Viéndote así, mi bella delicada, con los pies en el fango y los ojos lánguidos vuelta hacia el cielo, como para pedirle un rey, se te tomaría, ciertamente, por una joven rana que estuviera invocando el ideal. Si desprecias la viga (cosa que ahora soy, como bien lo sabes), ¡cuidado con la grulla que te comerá, te tragará y te matará como le plazca!

“Por muy poeta que yo sea, no soy tan ingenuo como te gustaría creer, y si me cansas demasiado a menudo con tus preciosos lloriqueos, te trataré como a una mujer salvaje, o te tiraré por la ventana como una botella vacía”.

Traducción, para Literatura & Traducciones, de Carlos Cámara y  Miguel Ángel Frontán

 

NOTA de Massimo Colesanti

En una carta a Poulet-Malassis fechada el 15 de diciembre de 1859, Baudelaire incluye La Femme sauvage (sermon à une petite-maîtresse) entre sus proyectos de poema. No creemos que pretendiera versificar el texto de este poema, que tiene autonomía propia; en cualquier caso, el proyecto no se realizó, y quizá podamos decir que afortunadamente, porque el tono, al menos aquí, es demasiado violento y sarcástico, como observa Pichois (Oeuvres Complètes, La Pléiade, I, p. 1315). El episodio aquí presentado es un clásico espectáculo de exhibición de monstruos, habitual en las ferias de la época, también descrito por Gérard de Nerval entre otros en un artículo, Les comédiens ambulants. Études de mœurs, aparecido en el Musée des familles en diciembre de 1848, y que Baudelaire pudo haber leído. En cualquier caso, más allá del episodio presentado, Baudelaire vuelve a expresar aquí, en este “sermón”, su misoginia, sobre todo al final. Para estas palabras en itálicas, y para todo el penúltimo párrafo, Baudelaire remite naturalmente a la conocida fábula de La Fontaine, Les Grenouilles qui demandent un roi (III, 4).

 

XI

WILD WOMAN AND LITTLE DARLING

“Really, my dear, you endlessly and without pity wear me out; one would suppose, to hear you sigh, that your sufferings are worse tan those of the gleaners or the old beggar women who dig out crusts of bread from dance hall garbage cans.

“If at least your sighs expressed remorse, they might do you honor; but they convey merely a surfeit of well-being and despondency from sleeping too much. And then, you never cease breaking out uselessly, ‘Love me more! I have such need of love! Console me, caress me, this way, that way!’ Now hold on. I’m going to try and cure you; maybe for a few pennies at a fair, without going to any great trouble.

“Do note, please, in this iron cage—bounding, howling like the damned, shaking the bars like an orangutan exasperated by exile, imitating to perfection, sometimes the circular sulk of the tiger, at other times the stupid waddle of a polar bear—a hairy monster whose form suggests, vaguely, yours.

“This monster is one of those animals generally addressed as ‘my angel!’ that is to say, a woman. That other monster, the one yelling at the top of his voice, stick in hand, is a husband. He has imprisoned his legitimate wife like a beast, and displays her in the suburbs on days of the fair—with, it goes without saying, permission of the authorities.

“Now pay attention! see with what voracity (not necessarily simulated) she rips apart live rabbits and still clucking fowl that her keeper throws her. ‘Take it easy,’ he yells, ‘mustn’t eat up everything in one day,’ and, with that good advice, cruelly rakes back the spoil, uncurled guts caught for an instant on a tooth of this ferocious beast—I mean to say, the woman’s.

“Here we go! a good whack of the stick to calm her down! Since her terrible eyes dart covetously towards the food taken away. Good God! the stick is no music hall slapstick, have you heard her flesh pop, despite the false hair? And, eyes starting from their sockets, now she howls more naturally. In her rage, she throws out sparks like beaten iron.

“Such are the conjugal relations of these two descendants of Eve and Adam, these works of your hand, O my God! This woman is, to a certainty, unhappy, though perhaps to her the titillations of glory are, when you come right down to it, not unknown. There are sorrows more irremediable, and without compensation. But in the world where she has been thrown, it would never occur to her to suppose that a woman might merit a different fate.

“And us, now, my precious! Seeing the hells that populate the world, how should I react to your pretty little hell? you who sleep on stuff soft as your skin, who eat only roasted meat carefully carved by servants.

“And what could they mean to me, you well-fed flirt, all these sighs that inflate your perfumed bosom? And all the affectations you’ve gotten out of books, and this tireless melancholy, meant to inspire the spectator with a feeling quite other than pity? It has truly from time to time given me the urge to teach you what real unhappiness is.

“And to see you, my so delicate beauty, your feet in muck and your eyes turned nebulously skyward, as if beseeching a king, you’re the very image of a young frog invoking the ideal. If you don’t like your King Log (which at the moment, as you know, I am) watch out for the crane who will crunch you up, gulp you down, kill you at his pleasure.

“Poet that I am, I’m not the dupe you’d like to think me, and if you wear me out too often with your precious whining, I will treat you like a wild woman, or else throw you out the window, like an empty bottle.”

Translated by KEITH WALDROP 

 

XI

LA DONNA SELVAGGIA E LA RAFFINATA

«Mi hai veramente annoiato da morire, cara mia, senza pietà; a sentirti sospirare, si direbbe che soffri più delle spigolatrici sessantenni e delle vecchie mendicanti che raccattano tozzi di pane alla porta delle osterie.

Certi sospiri ti farebbero un po’ onore se esprimessero, che so io, un rimorso; ma rivelano invece la sazietà del benessere e l’oppressione del riposo. E poi non smetti mai di tirar fuori parole inutili: “Amami molto! Ne ho tanto bisogno! Consolami di qua, accarezzami di là!”. Senti, voglio proprio cercare di guarirti. Ci riusciremo forse con due soldi, in una fiera, senza andare moltolontano.

Guarda, su, guarda quella solida gabbia di ferro nella quale si agita quel mostro peloso dalla forma piuttosto vagamente simile alla tua! Urla come un dannato, scuote le sbarre come un orango esasperato dall’esilio, imita alla perfezione ora i balzi circolari della tigre ora lo stupido dondolio dell’orso bianco.

Beh! Quel mostro è una di quelle bestie che in genere si chiamano “angelo mio”, cioè una moglie. E l’altro mostro, quello che grida a squarciagola con un bastone in mano, è un marito. Ha incatenato la moglie legittima come una bestia e la va mostrando nei sobborghi, nei giorni di fiera, e naturalmente col permesso delle autorità.

Guarda, guarda con che voracità (forse, non simulata) lei sbrana conigli vivi e volatili pigolanti che le getta il suo cornac. “Via!”, le dice, “non bisogna divorare tutto in un giorno!”, e mentre pronuncia queste sagge parole le strappa crudelmente la preda, ma le budella srotolate restano per un momento appese ai denti della belva, voglio dire della donna.

Visto con che occhi tremendi d’ingordigia dardeggia il cibo sottrattole? E giù una buona bastonata per calmarla! Mio Dio! Il bastone non è uno di quelli da commedia! Hai sentito come risuona sulle carni, nonostante il pelo posticcio? Per questo ora ha gli occhi di fuori e urla più naturalmente. Nella sua rabbia scintilla tutta, come un ferro battuto.

Queste sono le abitudini coniugali di quei due discendenti di Èva e Adamo, opera delle tue mani, mio Dio! Quella donna è indiscutibilmente infelice, benché dopo tutto non ignori i piaceri titillanti della gloria. Ci sono sciagure più irrimediabili e senza compenso. Ma nel mondo in cui è stata gettata, non ha mai potuto credere che la donna meriti altro destino.

E ora a noi due, cara preziosa! Con tutti gli inferni di questo mondo, che vuoi che pensi del tuo leggiadro inferno, di te che riposi solo su stoffe morbide come la tua pelle, di te che mangi solo carne cotta, di te che hai pure un abile domestico che ha cura di somministrarti i bocconi?

E cosa vuoi che significhino per me tutti questi sospiri che ti gonfiano il petto profumato, gagliarda puttanella? E tutte queste smancerie imparate nei libri? E questa instancabile malinconia, fatta per ispirare a chi ti guarda un sentimento qualunque, ma non certo la pietà? Avrei una voglia d’insegnarti cos’è la vera sventura!

A vederti cosi, mia bella delicata, con i piedi nel fango e gli occhi svenevoli rivolti al cielo, come per chiedergli un re, mi sembri proprio una ranocchia che invoca il suo ideale. E disprezzalo pure il travicello (che sono io ora, come sai bene), ma attenta alla gru che ti mangerà, t’ingoierà e ti ammazzerà a piacer suol

Sono un poeta, sì, ma non così minchione come vorresti credere! E se mi annoi troppo spesso con i tuoi preziosi piagnistei, ti tratterò come la donna selvaggia o ti butterò dalla finestra come una bottiglia vuota!».

  Traduzione de MASSIMO COLESANTI