MEMORIAS DE SAN LUIS, REY DE FRANCIA
A su buen señor Luis, hijo del rey de Francia, por la gracia de Dios
rey de Navarra, conde palatino de Champaña y de Brie, Juan, señor de Joinville,
su senescal de Champaña, salud y amor y honor, y a su servicio dispuesto.
Querido señor, os hago saber que vuestra madre la señora reina, que me
quería mucho (¡y a quien Dios le sea clemente!) me rogó, con tanta insistencia
como pudo, que le hiciera hacer un libro con las santas palabras y los buenas
acciones de nuestro rey San Luis; y yo se lo prometí, y con la ayuda de Dios el
libro está terminado en dos partes. La primera parte cuenta como toda su vida
se gobernó según Dios y según la Iglesia, y para provecho de su reino. La
segunda parte del libro habla de sus grandes proezas y de sus grandes hazañas
de armas.
Muy señor mío, porque está escrito: “Haced primero lo que atañe a
Dios, y Él dirigirá todos vuestros otros trabajos”, hice escribir, antes que
nada, lo que corresponde a las tres cosas arriba dichas, es decir, lo que atañe
al provecho de las almas y de los cuerpos, y lo que atañe al gobierno del
pueblo.
Y esas otras cosas las hice escribir también en honor de ese auténtico
santo, porque gracias a las cosas arriba dichas se podrá ver claramente que
nunca un hombre laico de nuestro tiempo vivió tan santamente durante todos sus
días, desde el comienzo de su reinado hasta el final de su vida. En el fin de
su vida, yo no estuve; pero el conde Pedro de Alenzón, su hijo (que me quería
mucho), estuvo y me contó el hermoso fin que tuvo, como lo hallaréis escrito en
el final de este libro.
Y por esto, pienso que no se hizo lo suficiente por él cuando no lo
pusieron en el número de los mártires, por las grandes penas que padeció en la
peregrinación a la cruz, a lo largo de los seis años que estuve en su compañía,
y, sobre todo, porque imitó a Nuestro Señor en lo que concierne la cruz. Ya que
si Dios murió en la cruz, así también lo hizo él, porque murió en Túnez como
cruzado.
El segundo libro hablará de sus grandes proezas y audaces empresas,
que son tales que lo vi cuatro veces poner su cuerpo en peligro de muerte, como
lo veréis más tarde, para evitar que su pueblo sufriera algún daño.
EJEMPLOS DE ABNEGACIÓN DE SAN LUIS
La primera vez que puso su cuerpo en riesgo de muerte fue cuando
llegamos delante de Damieta, lugar donde todo su consejo fue de la opinión,
como yo lo oí, que permaneciera en la nave, hasta que viera lo que hacía la
caballería, que iba a desembarcar.
La razón por lo que le aconsejaron esto fue porque, en caso
desembarcar con ellos, y si sus soldados hallaban la muerte junto con él, la
empresa estaría perdida; mientras que si permanecía en la nave, él
personalmente podría volver a empezar la conquista de la tierra de Egipto. Y no
quiso escuchar a nadie sino que saltó al agua con todas sus armas, con el
escudo colgándole del cuello, la lanza en ristre, y fue uno de los primeros en
pisar tierra firme.
La segunda vez que puso su cuerpo en riesgo de muerte fue que, cuando salió de Mansura para ir a Damieta, su consejo opinó, según me enteré, que debía ir a Damieta en una galera. Y este consejo le fue dado, como se dice, para que, en caso de que le ocurriera algo a sus soldados, él pudiera librarlos del cautiverio.
Y, especialmente, se le dio este consejo por el mal estado de su cuerpo, en el que se encontraba por varias enfermedades, que eran tales, que tenía una doble tercera fiebre y una disentería fortísima, y la enfermedad del ejército en la boca y las piernas. Nunca quiso creerle a nadie; dijo en cambio que no abandonaría a sus gentes, y que tendría el mismo fin que ellas. Y así sucedió, que con la disentería que tenía, tuvo que cortar el fondo de sus calzones por la noche, y que por la fuerza de la enfermedad del ejército se desmayó por la noche varias veces, como lo veréis más adelante.
La tercera vez que puso su cuerpo en peligro de muerte fue cuando permaneció cuatro años en Tierra Santa, después de que sus hermanos hubieran regresado. Por gran aventura de muerte pasamos entonces; pues cuando el rey se estableció en Acre, por cada hombre de armas que tenía en su compañía, los de Acre tenían treinta, cuando la ciudad fue tomada.
Porque no veo otra razón por la que los turcos no vinieran a apresarnos en la ciudad, sino por el amor que Dios tenía por el rey, que metía miedo en el corazón de nuestros enemigos, de modo que no se atrevieron a echársenos encima. Y de eso está escrito: “Si teméis a Dios, todo el que os vea os temerá”. Y esa estancia la hizo a pesar de su consejo, como lo oiréis más adelante. Puso su cuerpo en peligro por la seguridad de los habitantes de Tierra Santa, que se habrían perdido desde entonces si él no se hubiera quedado.
La cuarta ocasión en la que puso su cuerpo en peligro de muerte fue cuando volvimos de ultramar y llegamos ante la isla de Chipre, donde nuestro barco chocó de forma tan desafortunada que el fondo con el que chocó se llevó tres toesas de la quilla sobre la que estaba construido nuestro barco.
Después de esto, el rey mandó llamar a catorce maestros navieros, tanto de esa nave como de otras que estaban en su compañía, para que le aconsejaran lo que debía hacer. Y todos opinaron, como oiréis más adelante, que debía entrar en otra nave, pues no veían cómo la nave podría soportar el choque de las olas, porque los clavos con los que estaban sujetas las tablas de la nave estaban todos flojos. Y mostraron al rey un ejemplo del peligro de ese barco, porque en el viaje que hicimos a ultramar, un barco en un caso similar había perecido; y yo vi en casa del conde de Joigny, a la mujer y al niño que habían sido los únicos en escapar de aquel barco.
A esto respondió el rey: —Señores, veo que si yo bajo de esta nave nadie querrá quedarse; y veo que hay aquí ochocientas y más personas; y como cada uno ama su vida tanto como yo la mía, nadie se atrevería a quedarse en esta nave, sino que permanecerían en Chipre. Por eso, si Dios quiere, no pondré en peligro de muerte a tanta gente como hay aquí, sino que aquí me quedaré para salvar a mi pueblo—.
Y se quedó; y Dios, en quien confiaba, nos salvó en el peligro del mar durante diez semanas; y llegamos a puerto, como oiréis más adelante. Ahora bien, sucedió que Olivier de Termes, que se había comportado bien y vigorosamente en ultramar, dejó al rey y se quedó en Chipre, y no lo volvimos a ver hasta que pasó un año y medio. Así fue como el rey evitó que les ocurriera una desgracia a las ochocientas personas que iban en el barco.
En la última parte de este libro hablaremos de su final, de cómo murió santamente.
Ahora os digo, mi señor rey de Navarra, que le prometí à la señora reina vuestra madre (¡a quien Dios la tenga de su mano!), que haría este libro, y para cumplir mi promesa, lo he hecho. Y como no veo a nadie que deba tenerlo tan digno como vos, que sois su heredero, os lo envío, para que vos y vuestros hermanos, y los demás que lo oigan, tomen buen ejemplo de él, y pongan los ejemplos en práctica, para que Dios se lo tenga en cuenta.
COMIENZO DEL PRIMER LIBRO. PRINCIPALES VIRTUDES DE SAN LUIS
En nombre de Dios Todopoderoso, yo Jean, señor de Joinville, senescal de Champaña, escribo la vida de nuestro santo rey Luis, lo que vi y oí durante los seis años que estuve en su compañía en la peregrinación a ultramar, y desde que regresamos. Y antes de contaros sus grandes hechos y proezas, os diré lo que vi y oí de sus santas palabras y de sus buenas enseñanzas, para que puedan ser aquí halladas, una tras otra, para edificación de los que las escuchen.
Este santo varón amaba a Dios con todo su corazón, e imitaba sus obras; y así se vio en el hecho de que, así como Dios murió por el amor que tenía a su pueblo, así también él puso en riesgo su cuerpo muchas veces por el amor que tenía a su pueblo; y si hubiera querido hacerlo, habría tenido buenos motivos para excusarse, como oiréis más adelante.
El gran amor que le tenía a su pueblo se ve claramente en lo que le dijo a su hijo mayor, Monseñor Luis, durante una gravísima enfermedad que padeció en Fontainebleau: —Hermoso hijo mío —le dijo—, te ruego que te hagas querer por el pueblo de tu reino; porque realmente preferiría que un escocés viniera de Escocia y gobernara a la gente del reino y bien y lealmente, que si tú los gobernaras mal a la vista de todos—. El santo rey amaba tanto la verdad que ni siquiera con los sarracenos quiso mentir sobre lo que les había prometido, como lo oiréis a continuación.
Era tan sobrio de boca que nunca en mi vida le oí encargar algún plato, como hacen muchos hombres ricos; sino que comía con toda simplicidad lo que su cocinero le preparaba y lo que le ponían delante. Era moderado en sus palabras; pues nunca en mi vida le oí hablar mal de nadie, ni le oí nombrar al diablo, cuyo nombre está bien extendido por todo el reino: lo que creo que no le agrada a Dios.
Cortaba el vino con agua y con mesura, en la medida en que veía que el vino podía soportarlo. En Chipre me preguntó por qué yo no le ponía agua al vino; y le dije que la causa eran los médicos, que me decían que tenía la cabeza grande y el estómago frío, y que no podía emborracharme. Y me dijo que me engañaban, pues si no aprendía a hacerlo en mi juventud, y si quería cortarlo en mi vejez, la gota y las enfermedades del estómago se apoderarían de mí, de modo que nunca tendría salud; y si bebía el vino puro en mi vejez, me emborracharía todas las noches; y que era cosa demasiado fea para un hombre valiente el emborracharse.
Me preguntó si deseaba ser honrado en este siglo y tener el paraíso al morir; y le dije que sí. Y me dijo: —Guardaos, pues, de hacer o decir algo con plena conciencia, que, si todos lo supieran, no podríais confesar y decir: "He hecho esto, he dicho aquello"—. Me dijo que tuviera cuidado de no desmentir ni rebatir lo que alguien pudiera decir delante de mí, siempre que no hubiera pecado ni daño para mí en callarme, porque de las palabras duras vienen las peleas en las que han muerto miles de hombres.
Decía que había que vestir y armar el cuerpo de tal manera que los sabios de este siglo no dijeran que se hacía demasiado, ni que los jóvenes dijeran que se hacía demasiado poco. Y esto se lo recordé al padre del rey que está hora, a propósito de las casacas militares bordadas que se hacen hoy en día, y le dije que nunca, en el viaje de ultramar, yo había visto casacas militares bordadas, ni del rey ni de ningún otro. Y él me dijo que tenía tales galas bordadas en sus uniformes que le habían costado ochocientas libras parisinas. Y yo le dije que las habría aprovechado mejor si las hubiera regalado por amor de Dios, y si hubiera hecho sus galas con buen tafetán ribeteado con su escudo de armas, tal lo como hacía su padre.
HORROR DE SAN LUIS POR EL PECADO; SU AMOR POR LOS POBRES
Me llamó una vez y me dijo: —No me atrevo a hablar con vos, con tanta sutileza de sentido como poseéis, de nada que tenga que ver con Dios; y he llamado a estos dos monjes que están aquí, porque quiero haceros una pregunta—. La pregunta fue la siguiente: —Senescal—, dijo, —¿qué cosa es Dios?— Y yo le dije: —Sire, es algo tan bueno que no podría ser mejor. —Realmente— dijo, —bien respondido está, pues la respuesta que disteis está escrita en este libro que tengo en la mano.
—Ahora os pregunto —dijo, —qué os gustaría más, ser leproso o haber cometido un pecado mortal—. Y yo, que nunca le mentía, le respondí que preferiría haber cometido treinta antes que ser leproso. Cuando los monjes se hubieron ido, me llamó a solas, me hizo sentar a sus pies y me dijo: —¿Cómo me dijisteis eso ayer?— Y yo le dije que seguía diciéndolo. Y él me dijo: —Habéis hablado como un necio y un loco; pues habéis de saber que no hay lepra tan fea como la de estar en pecado mortal, porque el alma que está en pecado mortal es semejante al demonio: por eso no puede haber lepra tan fea.
Y es muy cierto que cuando el hombre muere, queda curado de la lepra del cuerpo; pero cuando el hombre que ha cometido un pecado mortal muere, no puede saber ni estar seguro de haber tenido en su vida tal arrepentimiento que Dios se lo haya perdonado; por eso debe tener gran miedo de que esa lepra le dure mientras Dios esté en el paraíso. Por eso os ruego, —dijo—, tanto como puedo, que acostumbréis vuestro corazón, por amor a Dios y a mí, preferir cualquier mal que le pueda acaecer a vuestro cuerpo por la lepra y cualquier otra enfermedad, a que el pecado mortal entrara en vuestra alma—.
Me preguntó si yo les lavaba los pies a los pobres el día del Jueves Santo. —Sire, le respondí, ¡qué horror! ¡A esos villanos nunca les lavaré los pies! —En verdad—, dijo, —habéis dicho mal, pues no debéis despreciar lo que Dios hizo para nuestra enseñanza. Os ruego, pues, por amor a Dios ante todo, y por amor a mí, que os acostumbréis a lavárselos.
Traducción, para Literatura & Traducciones, de Miguel Ángel Frontán
A son bon signour Looys fil dou roy de France, par la grâce de Dieu
roy de Navarre, de Champaigne et de
Brie conte palazin, Jehans, sires de Joinville, ses seneschaus de Champaigne, salut et amour et honnour, et son servise appareillié.
Chiers sire, je vous faiz à savoir que madame la royne vostre mere,
qui mout m'amoit (à cui Diex bone merci face!), me pria si à certes comme elle
pot, que je li feisse faire un livre des saintes paroles et des bons faiz nostre
roy saint Looys ; et je le li oi en couvenant, et à l’aide de Dieu li livres
est assouvis en dous parties. La première partie si devise comment il se
gouverna tout son tens selonc Dieu et selonc l’Eglise, et au profit de son regne.
La seconde partie dou livre si parle de ses granz chevaleries et de ses granz
faiz d’armes.
Sires, pour ce qu’il est escrit : « Fai premier ce qui affiert à Dieu,
et il te adrescera toutes tes autres
besoignes, » ai-je tout premier fait escrire ce qui afiert aus trois
choses desus dites; c’est à savoir ce qui afiert au profit des ames et des
cors, et ce qui affiert au gouvernement dou peuple.
Et ces autres choses ai-je fait escrire aussi à l’onnour dou vrai cors
saint, pour ce que par ces choses desus dites on pourra veoir tout cler que
onques hom lays de nostre temps ne vesqui si saintement de tout son temps, dès
le commencement de son regne jusques à la fin de sa vie. A la fin de sa vie ne
fu-je mie; mais li cuens Pierres d’AIançon, ses fiz, y fu (qui mout m’am), qui
me recorda la belle fin que il fist, que vous trouverez escripte en la fin de
cest libre.
Et de ce me semble-il que on ne li fist mie assez, quant on ne le mist
ou nombre des martirs , pour les grans peinnes que il souffri ou pelerinaige de
la croiz, par l'espace de six anz que je fu en sav compaignie, et pour ce
meismement que il ensui Nostre-Signour ou fait de la croiz. Car se Diex morut
en la croiz, aussi fist-il; car croisiez estoit-il quant il morut a Thunes.
Li secons livres vous parlera de ses granz chevaleries et de ses granz
hardemens, liquel sont tel que je li vi quatre foiz mettre son cors en avanture
de mort, aussi comme vous orrez ci-après, pour espargnier le doumaige de son
peuple.
Li premiers faiz là où il mist son cors en avanture de mort, ce fu à l'ariver
que nous feimes devant Damiete, là où touz ses consaus li loa, ainsi comme je
l’entendi, que il demourast en sa neif, tant que il veist que sa chevalerie
feroit, qui aloit à terre.
La raisons pour quoy on li loa ces choses si estoit teix que, se il arivoit
avec aus, et sa gent estoient occis et il avec, la besoigne seroit perdue; et
se il demouroit en sa neif, par son cors peust-il recouvrer à reconquerre la
terre de Egypte. Et il ne vout nullui croire, ains sailli en la mer, touz
armez, l’escu au col, le glaive ou poing, et fu des premiers à terre.
La seconde foiz qu’il mist son cors en avanture de mort, si fu teix, que au
partir qu’il fist de la Massourre pour venir à Damiete, ses consaus li loa, si
comme l’on me donna à entendre, que il s’en venist à Damiete en galies. Et cis
consaus li fu donnez, si comme l’on dit, pour ce que, se il li meschéoit de sa
gent, par son cors les peust délivrer de prison.
Et especialment cis consaus li fu donnez pour le meschief de son cors où il
estoit par plusours maladies qui estoient teix, car il avoit double tierceinne
et menoison mout fort, et la maladie de l’ost en la bouche et es jambes. Il ne
vout onques nullui croire, ainçois dist que son peuple ne lairoit-il jà, mais
feroit tel fin comme il feroient. Si li en avint ainsi, que par la menoison
qu’il avoit, que il li cou vint le soir couper le font de ses braies, et par la
force de la maladie de l’ost se pasma le soir par plusours foiz, aussi comme
vous orrez ci-apres.
La tierce foiz qu’il mist son cors en avanture de mort, ce fu quant il
demoura quatre ans en la sainte Terre, apres ce que sui frere en furent venu.
En grant avanture de mort fumes lors; car quant li roys fu demourez en Acre,
pour un home à armes que il avoit en sa compaignie, cil d’Acre en avoient bien
trente, quant la ville fu prise.
Car je ne sai autre raison pour quoy li Turc ne nous vindrent penre en la
ville, fors que pour l’amour que Diex avoit au roy, qui la poour metoit ou cuer
à nos ennemis, pour quoy il ne nous osassent venir courre sus. Et de ce est
escrit : « Se tu creins Dieu, si te creindront toutes les riens qui te verront.
» Et ceste demourée fist-il tout contre son consoil, si comme vous orrez
ci-après. Son cors mist-il en avanture pour le peuple de la terre garantir, qui
eust estei perdus dès lors se il ne se fust lors remez
Li quarz faiz là où il mist son cors en avanture de mort, ce fu quant nous
revenismes d’outremer et venismes devant l’ille de Cypre, là où nostre neiz
hurta si malement que la terre là où elle hurta, enporta trois toises dou tyson
sur quoy nostre neiz estoit fondee .
Apres ce, li roys envoia querre quatorze maistres nothonniers, que de celle
neif que d’autres qui estoient en sa compagnie, pour li conseillier que il
feroit. Et tuit li loerent, si comme vous orrez ci- après, que il entrast en
une autre neif, car il ne véoient pas comment la neiz peust soufrir les cos des
ondes, pour ce que li clou de quoy les planches de la neif estoient atachies
estoient tuit eloschie. Et moustrerent au roy l’exemplaire dou peril de la
neif, pour ce que à lalcr que nous feismes outre mer, une neiz en semblable
fait avoit estei perie; et je vi la femme et l’enfant chiez le conte de
Joyngny, qui seul de ceste nef eschaperent.
A ce respondi li roys : « Signour, je voi que se je descent de ceste nef,
que elle sera de refus; et voyque il a ceans huit cens périt sones et plus ; et
pour ce que chascuns aime autretant sa vie comme je faiz la moie, n’oscroit
nulz demourer en ceste nef, ainçois demourroient en Cypre. Par quoy, se Dieu
plait, je ne metterai jà tant de gens comme il a céans en péril de mort;
ainçois demour- « rai céans pour mon peuple sauver. »
Et demoura ; et Diex, à cui il s’atendoit, nous sauva en peril de mer bien
dix semainnes; et venimes à bon port, si comme vous orrez ci-apres. Or a vint
ainsi que Oliviers de Termes, qui bien et viguerousement s’estoit maintenus
outre mer, lessa le roy et demoura en Cypre, lequel nous ne veismes puis d’an
et demi apres. Ainsi destourna li roys le doumaige de huit cens personnes qui
estoient en la nef.
En la dareniere partie de cest livre parlerons de sa fin, comment il
trespassa saintement.
Or di-je à vous, mon signour le roy de Navarre, que je promis à ma dame la
royne vostre mere (à cui Diex bone merci face!), que je feroie cest livre; et
pour moy aquitier de ma promesse, l’ai-je fait. Et pour ce que je ne voi nullui
qui si bien le doie avoir comme vous qui estes ses hoirs, le vous envoi-je,
pour ce que vous et vostre frere, et li autre qui l’orront, y puissent penre
bon exemple, et les exemples mettre à oevre, par quoy Diex lour en sache grei.
Au
nom de Dieu le tout puissant, je Jehans sires de Joinville, seneschaus de
Champaigne, faiz escrire la vie de notre saint roy Looys, ce que je vi et oy
par l’espace de sis anz, que je fu en sa compaignie ou pelerinaige d’outre mer,
et puis que nous revenimes. Et avant que je vous conte de ses grans faiz et de
sa chevalerie, vous conterai-je ce que je vi et oy de ses saintes paroles et de
ses bons enseignemens, pour ce qu’il soient trouvei li uns après l'autre pour
edefier ceuz qui les orront.
Cis
sainz hom ama Dieu de tout son cuer et ensuivi ses œuvres; et y apparut en ce
que, aussi comme Diex morut pour l’amour que il avoit en son peuple, mist-il
son cors en avanture par plusours foiz pour l’amour que il avoit à son peuple ;
et s’en fust bien soufers, se il vousist, si comme vous orrez ci-apres.
La grans amours qu’il avoit à son peuple parut à ce qu’il dist à mon signour Loys, son ainsnei fil, en une mout grant maladie que il ot à Fonteinne-Bliaut : « Biaus fiz, fist-il, je te pri que tu te faces amer au peuple de ton royaume , car vraiement je ameroie miex que uns Escoz venist d’Escosse et gouvernast le peuple dou royaume bien et loialment, que que tu le gouvernasses mal apertement. » Li sainz roys ama tant veritei que neis aus Sarrazins ne vout-il pas mentir de ce que il lour avoit en convenant, si comme vous orrez ci-apres.
De la
bouche fu-il si sobres que onques jour de ma vie je ne li oy devisier nulles
viandes, aussi comme maint riche home font; ainçois
manjoit pacientment ce que ses queus li appareilloit et mettoit on devant li.
En ses paroles fu-il attrempez; car onques jour de ma vie je ne li oy mal dire
de nullui, ne onques ne li oy nommer le dyable, liquex nons est bien espandus par le royaume: ce que je croy qui
ne plait mie à Dieu.
Son vin trempoit par mesure, selonc ce qu’il veoit que li vins le pooit soufrir. Il me demanda en Cypre pourquoy je ne metoie de l’yaue en mon vin; et je li diz que ce me fesoient li phisicien, qui me disoient que j’avoie une grosse teste et une froide fourcelle, et que je n’en avoie pooir de enyvrer. Et il me dist que il me decevoient; car se je ne l’apprenoie en ma joenesce et je le vouloie tremper en ma vieillesce, les gouttes et les maladies de fourcelle me penroient, que jamais n’auroie santei; et se je bevoie le vin tout pur en ma vieillesce, je m’enyvreroie touz les soirs; et ce estoit trop laide chose de vaillant home de soy enyvrer.
Il me demanda si je vouloie estre honorez en ce siècle et avoir paradis à la mort; et je li diz, oyl. Et il me dist : « Donques vous gardez que vous ne faites ne ne dites à votre escient nulle riens que, se touz li mondes le savoit, que vous ne peussiez congnoistre : Je ai ce fait, je ai ce dit. » Il me dist que je me gardasse que je ne dementisse ne ne desdeisse nullui de ce que il diroit devant moy, puis que je n’i auroie ne pechie ne doumaige ou souffrir, pour ce que des dures paroles meuvent les mellees dont mil home sont mort.
Il disoit que l’on devoit son cors vestir et armer en tel maniere que li preudome de cest siecle ne deissent que il en feist trop, ne que li joene home ne deissent que il feist pou. Et ceste chose ramenti-je le pere le roy qui orendroit est, pour les cotes brodees à armer que on fait hui et le jour; et li disoie que onques en la voie d’outre mer là où je fu , je n’i vi cottes brodées, ne les roy ne les autrui. Et il me dist qu’il avoit tiex atours brodez de ses armes qui li avoient coustei huit cenz livres de parisis. Et je li diz que il les eust miex emploies se il les eust donnez pour Dieu, et eust fait ses atours de bon cendal enforcié de ses armes, si comme ses peres faisoit.
Il m’apela une foiz et me dist : « Je n'os parler à vous pour a le soutil senz dont vous estes, de chose qui touche à Dieu; et pour ce ai-je appelei ces dous freres qui ci sont, que je vous vueil faire une demande. » La demande fu teix : « Seneschaus, fist-il, quex chose est Diex ?» Et je li diz : « Sire, ce est si bone chose que mieudre ne puet estre. — Vraiement, fist-il, c’est bien respondu; que ceste response que vous avez faite, est escripte en cest livre que je tieing en ma main.
« Or vous demant-je, fist-il, lequel vous ameris miex, ou que vous fussis mesiaus, ou que vous eussis fait un pechié mortel ? » Et je , qui onques ne li menti, li respondi que je en ameroie miex avoir fait trente que estre mesiaus. Et quant li frere s’en furent parti, il m’appela tout seul, et me fist seoir à ses piez et me diste: « Comment me deistes-vous hier ce? » Et je li diz que encore li disoie-je. Et il me dist : « Vous deistes comme hastis musarz; car vous devez savoir que nulle si laide mezelerie n’est comme d’estre en pechié mortel, pour ce que l’ame qui est en pechié mortel est semblable au dyable : par quoy nulle si laide meselerie ne puet estre.
« Et bien est voirs que quant li hom meurt, il est guéris de la meselerie dou cors; mais quant li hom qui a fait le pechié mortel meurt, il ne sait pas ne n’est certeins que il ait eu en sa vie tel repentance que Diex li ait pardonnei: par quoy grant poour doit avoir que celle mezelerie li dure tant comme Diex yert en paradis. « Si vous pri, fist-il, tant comme je puis, que vous metes votre cuer à ce, pour l’amour de Dieu et de moy, que vous amissiez miex que touz meschiez avenist au cors, de mezelerie et de toute maladie, que ce que li pechiés mortex venist à l’ame de vous. »
Il me demanda se je lavoie les piez aus povres le jour dou grant jeudi: « Sire, dis-je, en maleur! les piez de ces vilains ne laverai-je jà. — Vraiement, fist-il, ce fu mal dit; car vous ne devez mie avoir en desdaing ce que Diex fist pour nostre enseignement. Si vous pri-je, pour l’amour de Dieu premier, et pour l'amour de moy, que vous les acoustumez à laver. »