jueves, 17 de julio de 2025

Juan Rodolfo Wilcock y Juan Rodolfo Wilcok: Elegía por la muerte de un señor


ELEGÍA POR LA MUERTE DE UN SEÑOR


Por qué volver sobre el pasado, ardiendo

como está entre las nubes de la tarde inmóvil,

retornar sobre aquellos pasos que en silencio cruzaron

estos tranquilos lugares de la melancolía;

nombres que en el espíritu despiertan levemente

un misterio olvidado de antiguos crepúsculos.

Abajo, en el jardín, rosales muertos, crisantemos helados,

han visto el rostro del otoño, están deseando

un tiempo que los lleve a la tierra inclemente

como cenizas y polvo, como un recuerdo perdido.

 

¡Restos de antiguas soledades, dejadme cantar la muerte,

la oscuridad y el vacío donde se pierden

tantos labios de amantes, tantos cuerpos de forma luminosa,

ya para siempre alejados de las tiernas caricias nocturnas!

Oh nada es más estéril que la vida de los hombres

aferrándose con delirio al paso de las flores;

miradlos levantar su amor como brillantes monumentos,

mirad cómo enloquecen cantando con sonidos maravillosos,

cómo navegan en barcos por el mar

a la hora en que la luna nos recuerda las tristezas pasadas.

Sólo la muerte disipa aquellas furias,

sólo el sol inundando esos cuerpos abandonados

los restituye a la tierra sin un resto ni un eco

de tantos clamores con que se levantaron antaño,

hasta el mismo rostro de los dioses impasibles.

 

Yo, cantor entristecido por la crueldad de las gentes,

quisiera sentir en mis sienes el tierno sol eternamente

como aquellos espíritus gloriosos

que vagan apenas como nubes por ideales parques florecidos.

Como ellos vivir en el reposo

paseando en naves aladas a través de la luz y el rocío;

olvidar todo serenamente,

así como una rosa perdida se deshoja con languidez

entre livianas brisas.

 

Un alma desterrada y sola en la vida tenemos,

en un único lugar, duramente arrancada,

y llorando en el cuerpo por sus moradas de infancia

como un fuego que el viento golpea incesantemente.

 

A veces ante un ciprés, hijo dilecto del aire,

vuelve en el sueño nocturno con los labios apretados;

a veces en la tarde embriagadora del estío,

entre el escondido canto de los pájaros y los grillos,

huye desde su distancia por un camino de tierra

hasta refrescarse los miembros en el agua de sus días jóvenes.

Eternamente murmurando va en las terrestres prisiones

un recuerdo perfumado de azahares y montes silenciosos,

y los ojos se levantan hacia el cielo con lágrimas

y las piedras desgarran las vestiduras del alma

que sufre como una flor entre los hombres inclementes.

 

La muerte virgen y hermosa con sus grandes cántaros de agua

transporta sutilmente las almas;

cruza entre musgos y líquenes los bosques de antiguos árboles

y oye los vientos fantásticos

donde los pájaros sueñan con una aurora de diamantes.

 

Hacia otros campos escogidos huyó liviano su espíritu,

cuando ya queman los rastrojos porque se muere el otoño,

y el humo blanco y fatigado se confunde tranquilamente

con la neblina del crespúsculo sobre los valles distantes.

Allí donde pasa la noche como un gran pájaro oscuro

buscaba el olvido perenne y el silencio y la sombra,

la soledad primitiva entre los caballos que recorren

las azules tierras de la luna con un éxtasis repentino.

 

Ahora habrá visto entre nubes las brillantes luces inefables

que flotan como sustancias difusas de los mismos dioses por elevados reinos ;

habrá escuchado sus músicas de celestes acordes junto a las fuentes agradables donde se humedece el viento,

o reclinado en la orilla de los anchos ríos del cielo

sobre hierbas tranquilas y recuerdos, cubierto de astros inmortales.


 

ELEGIA PER LA MORTE DI UN SIGNORE


Perché tornare sul passato, acceso

come dietro le nuvole della sera immobile ;

tornare su quei passi che in silenzio percorsero

questi calmi luoghi della malinconia,

nomi che nello spirito risvegliano tenuemente

un mistero dimenticato di antichi tramonti.

Giu nel giardino, rose morte, crisantemi gelati

hanno visto il volto dell’autunno, ora desiderano

un tempo che li riporti alla terra inclemente,

come cenere e polvere, come un ricordo perduto.

 

Resti di vecchie solitudini, lasciatemi cantare la morte,

l'oscurità e il vuoto in cui si perdono

tante labbra di amanti, tanti corpi di forma luminosa,

per sempre allontanati dalle tenere carezze notturne.

Oh nulla è più sterile della vita degli uomini,

aggrappati in delirio al passaggio dei fiori ;

guardateli innalzare il loro amore come brillanti monumenti,

guardate come impazziscono cantando con suoni meravigliosi,

come navigano su barche per il mare

all’ora in cui la luna ci ricorda le tristezze passate.

Soltanto la morte disperde quelle furie,

soltanto il sole inondando quei corpi abbandonati

li restituisce alla terra senza un resto né un'eco

di quei clamori con cui un giorno si alzarono

fino alla faccia stessa degli dèi impassibili.

 

Io, cantore rattristato dalla crudeltà della gente,

vorrei sentire sulle tempie il mite sole eternamente

come quegli spiriti gloriosi

che vagano appena come nuvole per ideali giardini fioriti.

Come loro vivere nel riposo

passeggiando su navi alate attraverso la luce e la rugiada ;

dimenticare tutto serenamente,

come una rosa perduta si sfoglia con languore

tra brezze leggere.

 

Un'anima esiliata e sola nella vita abbiamo,

in un unico luogo, duramente strappata,

che nel corpo rimpiange le sue dimore d'infanzia

come un fuoco che il vento scuote senza posa.

 

A volte sotto un cipresso, figlio diletto dell'aria,

torna nel sonno notturno con le labbra strette,

a volte nella sera inebriante d'estate,

tra i canti nascosti degli uccelli e dei grilli,

elude la distanza per un vicolo di terra

a rinfrescarsi le membra nell'acqua dei suoi giorni giovani.

Eternamente mormorando vaga per le terrestri prigioni

un ricordo profumato di zagare e di colli silenziosi,

e gli occhi si alzano al cielo con lacrime,

e le pietre lacerano le tuniche dell'anima

che soffre come un fiore tra gli uomini inclementi.

 

La morte vergine e bella con le sue grosse brocche d'acqua

trasporta sottilmente le anime;

tra muschi e licheni traversa i boschi di antichi alberi

e ascolta i venti fantastici

dove gli uccelli sognano un'aurora di diamanti.

 

Verso altri campi scelti il suo spirito è fuggito lieve,

quando bruciano le stoppie perché muore l'autunno,

e il fumo bianco e stanco si confonde tranquilamente

con la nebbia della sera nelle vallate lontane.

Là dove passa la notte come un grosso uccello scuro

egli cercava l'oblio perenne e il silenzio e l'ombra,

la solitudine primitiva tra i cavalli che percorrono

in un'estasi improvvisa le terre azzurre della luna.

 

Ora avrà visto tra nuvole le lustre luci ineffabili

che ondeggiano come sostanze diffuse degli stessi dèi per elevati regni ;

avrà ascoltato le loro musiche di celesti accordi

presso le fontane piacevoli dove s’inumidisce il vento,

oppure sdraiato sulla riva dei larghi fiumi del cielo

sopra tranquille erbe e ricordi,

coperto di astri immortali.

JUAN RODOLFO WILCOCK